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raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009

Recopilatorio 2009. TENIENTE TULIP. (06/09/2010 a 12/09/2010)

6 de Septiembre de 2010 a las 14:49
Mi teniente, necesitamos que cuelgue en este hilo sus tres mejores relatos de la edición I a la XXIII según su opinión. Vamos a ellos. 
tenientetulip
Mensajes: 848
Fecha de ingreso: 26 de Septiembre de 2008
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  • 7 de Septiembre de 2010 a las 22:35

No sé hasta que punto mi opinión es de fiar, pero...


Aquí van los tres relatos.
tenientetulip
Mensajes: 848
Fecha de ingreso: 26 de Septiembre de 2008
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  • 7 de Septiembre de 2010 a las 22:53

XXIII Certamen. Tema: Niños.



LA NIÑA QUE CASI CONOCIÓ A KOJI KABUTO


 


 


Estaba a punto de empezar Mazinger Z, pero aquel día le dolía tanto la cabeza que, por primera vez, iba a perderse a Koji. Tampoco quiso merendar. Su madre transigió porque sabía que, con siete años, sólo un dolor de cabeza real podía hacer que un niño se perdiese sus dibujos favoritos.


Unas horas después, no soportaba la luz; se retorcía de dolor como un gusano al que le clavas un palillo en el medio y medio, vociferando como no parecía posible en una garganta tan pequeña. De madrugada, en la habitación oscura, se golpeaba contra las paredes para soportar el dolor. Al amanecer, la fiebre le subió tanto que el calor se notaba antes de que uno se hubiese acercado al cabecero de la cama. Cuando, por segunda vez, el médico llegó a la casa, ya no era posible doblar el cuello de la niña sin partírselo. "Posición gatillo de fusil", dijo el doctor. Y se la llevaron en ambulancia.


Después de punciones lumbares, análisis y vías, en medio del delirio febril de la pequeña, le asignaron la cama de hospital en la que habría de estar inmovilizada un mes, sujeta por un gotero de aguja rígida que notaba con sólo bostezar. "Meningitis -dijeron los especialistas-. Veinticuatro horas más y la hubiésemos perdido".


Y se quedó sola. En una cama extraña, en un edificio con lamentos de verdad saliendo de bocas de juguete, en manos de personas mayores a las que no había visto jamás. Sola porque, en aquel entonces, no se permitía a los padres apostarse a los pies de sus retoños. Papá y mamá eran tangibles de cinco a siete; fuera de ahí, sólo eran un deseo tozudo de los niños.


En pocos días el dolor remitió, dejándole sitio a la pena. La pequeña mataba el tiempo coloreando dibujos de ratones que las enfermeras le traían y leyendo libros grandes que podía abrir sobre las piernas, sin necesidad de sostenerlos con una sola mano; pero no pasaba. Allí el tiempo era un ente denso, perezoso, que parecía no poder conjugarse en futuro. Así que la niña fuerte, cuando papá y mamá se despedían con besos, se desgajaba, se deshacía en llanto. Muy despacito, muy quedo, para que nadie fuera a contarles cuánto sufría y así no hacerlos sufrir a ellos.


El octavo día llegó él.


A la hora de su desayuno intravenoso, la habitación se llenó de gente. Un celador empujando la silla de ruedas que traía al pequeño, una enfermera que extrajo sangre al nuevo enfermo con una sonrisa, un médico ojeroso que charló con la niña hasta que los demás le dejaron espacio para su monólogo de doctor y una madre que, sin estarlo, parecía tranquila. Después, se quedaron solos.


Lo primero que pensó es que aquel niño era guapo, más que el más guapo de su clase, y que no parecía enfermo. Él pensó que nunca había visto una niña tan delgada y con los ojos tan grandes.




– Hola, ¿cómo te llamas?



No se volvió a mirarlo. Por el rabillo del ojo vio que se había sentado en la cama, con la espalda apoyada en el cabecero, y que la estaba mirando a ella. Notó enseguida que se había puesto roja y, como pudo, se quitó de la cabeza que aquel niño se pareciese a Koji.




– Me llamo Andrea. ¿Y tú?


– Yo me llamo Diego.



Entonces sí se volvió. Le miró, le sonrió y, otra vez, se puso roja.




– ¿Sabes una cosa? -le dijo él- Te pareces a Sayaka Yumi. ¿Sabes quién es?


– Sí. La novia de Koji Kabuto.


– ¡Hala, ¿qué dices?! No es la novia. ¿Te gusta Mazinger?


– Sí, claro.


– A mí también.



Todo cambió a partir de entonces.


Diego tenía nueve años. Acababan de ingresarle por tercera vez en los últimos siete meses. El niño sufría súbitos y vertiginosos ataques de fiebre que lo llevaban al borde del coma. Nadie sabía por qué. Esta vez había pasado dos días en la UVI infantil y, controlada la crisis, lo ingresaron en planta para estudiar la evolución durante unos días.


Ya no tenía fiebre, así que Diego se sentía bien. Estaba más que acostumbrado a los ingresos y las pruebas, y su carácter estaba hecho a prueba de ataques. No es que no prefiriese estar en otro lugar, claro, pero tampoco podía decir que allí estuviese mal del todo. Le gustaba aquel sitio raro, blanco, lleno de pasillos oscuros que recorría a escondidas de noche hasta que alguna enfermera lo descubría y lo mandaba a la cama con un responso. Le gustaba imaginar que estaba allí para que lo operasen y le pusiesen cosas de hierro, para que lo convirtiesen en un súper-humano, o en un hombre-robot, o en algo parecido. Por eso, aún prefiriendo no estar allí, no estaba mal del todo.


Aquella vez fue distinto porque estaba ella. Aquella vez fue mejor que nunca.


Después de cantar y de que una enfermera malencarada los mandase callar, Diego le propuso jugar a algo.




– No puedo moverme.


– A algo que no tengas que moverte, idiota -dijo él- Piensa...


– No sé...



Y se quedaron callados. Y entonces Andrea sintió unas ganas tan grandes de llorar, que no quiso hacerlo; porque tuvo la corazonada de que si lo hacía, de que si empezaba, ya no dejaría de hacerlo nunca. Y se murió de miedo. Y buscó a Diego.




– Cuéntame algo -le dijo.


– ¿Que te cuente?


– Sí, cuéntame algo. Cuéntame un cuento. Por favor...



Y Diego le contó el que se inventó para su hermana pequeña: el de la princesa mala que se pintaba de rosa para disimular. Y durante siete días, le contó historias de magos, de policías, de niños-robot, de colegios... Y por las noches se contaron qué querían ser de mayor, qué hacían en verano, lo mal que se llevaban con sus hermanos, que creían en los fantasmas... Y cuando ella estaba triste, él se peleaba a puñetazos con la almohada o imitaba al médico que los visitaba por la mañana; cualquier cosa para que ella se riese.


Durante siete días, Andrea soportó la medicación dolorosa, la inmovilidad, la falta de papá y mamá, apoyada en Diego. Lo buscaba con la vista si de noche se despertaba y dejaba que se le colase en los sueños cuando conseguía dormir.


Durante siete días y sin decírselo a nadie, Diego deseó profundamente sufrir otro ataque para no tener que irse.


 




– Me voy mañana.



Se lo dijo la víspera, por la noche. Tumbado boca arriba en la cama, tapado hasta la cintura, mirando al techo. Habían apagado las luces y ya habían venido a cambiar el gotero de Andrea que, cuando escuchó aquello, sintió cómo el estómago se le encogía de golpe con dolor, como si tuviese un erizo dentro. Le pareció que todo a su alrededor se deformaba, agrandándose delante de ella, sin esperar siquiera a que estuviese realmente sola. La cama pareció crecer, haciéndose más alta todavía. La habitación se agigantó, dejando tanto espacio entre ella y las paredes que, de pronto, tuvo frío. Sintió el edificio entero como un monstruo vivo que se la comería en cuanto él la dejase sola allí.




– ¿Y ya no vas a volver?



Diego seguía mirando al techo.




– No.



Ella quiso decirle que le gustaba, pero no supo cómo hacerlo. Él quiso leerle el poema que le había escrito esa mañana, pero le dio vergüenza. Así que se quedaron callados. Y entonces, Andrea arrastró el cuerpo por la cama y se arrimó a la orilla, hacia él. Después descolgó el brazo y se lo ofreció a Diego sin decir nada. Él hizo lo mismo. Y se cogieron de la mano.




– Buenas noches, Yuri.


– Buenas noches, Koji.



A la mañana siguiente, vinieron a buscarlo. Por primera vez, Andrea lo vio vestido de calle. Le resultó extraño al principio, como si no fuese la misma persona. Aquel pantalón de pana y aquel jersey de manga larga lo hacían parecer fuera de contexto, como si de verdad su sitio estuviese fuera y no allí, a su lado, con ella hasta el final.


No se dijeron nada. La mamá de Diego intentó hablar con la niña, pero se dio cuenta pronto de que la pequeña estaba a punto de llorar. Así que recogió las cosas rápido, las metió en una maleta pequeña y, por fin, se despidió de Andrea con un beso. A punto de salir, tuvo que llamar a su hijo. Se había quedado quieto, entre las dos camas, mirando a la niña y sin decir una palabra.




– Diego, venga. Dale un beso y despídete, que papá nos está esperando abajo. ¡Vamos!



Y sin pensarlo, como si simplemente estuviese obedeciendo una orden de su madre, Diego se agachó y le dio un beso. En la mejilla. Junto a la comisura de la boca.


Y se fue.


Aquel día, Andrea lloró tanto que no fue capaz de disimularlo delante de nadie. Tanto que, otra vez, creyó que no iba a parar jamás.


Pero lo hizo.


Y cuando un mes después volvió al colegio, le dijo a todo el mundo que había conocido a Koji Kabuto. Y no le importó que nadie le creyera.

tenientetulip
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Fecha de ingreso: 26 de Septiembre de 2008
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  • 7 de Septiembre de 2010 a las 22:56
XVI Certamen. Tema: Robots.



Modelo E-371 / ISO



    Desembaló el paquete. Medía alrededor de un metro treinta de alto. En el frontal, en grandes letras doradas:

    MODELO E-371 / ISO
    (Serie Excellence)
    Sonar Corporation

    Se había resistido a aquella compra mientras había podido.

    Retiró todos los plásticos y cintas de protección hasta dejar al robot limpio. Se separó unos pasos. Le pareció que así, apagado, el muñeco tenía un gesto de dejadez neutra. Se volvió a acercar, despacio, hasta tocarlo. Un hombro. Cerró los ojos y se abandonó en aquel gesto -recorrer la piel de su juguete-, maravillándose al descubrir que sí, que lo que decían era verdad, que el tacto de aquellos inventos era el mismo que el de un ser humano.
    A los pies de la máquina, un grueso manual de instrucciones que se sentó a leer. El funcionamiento era sencillo, apto para cualquier patán que tuviese suficiente dinero para comprarse un juguete así. A mayores, el manual hablaba del origen de aquel invento, del tiempo que permaneció en la lista de patentes censuradas gubernamentalmente, del elemento clave (el módulo emotivo) y, por supuesto, del éxito del producto y de la satisfacción de los usuarios.
    El asunto de los “robots preventivos” se entendió, no sin años de debate, como la mejor de las armas contra cierto tipo de delitos; pero las posibilidades de aquellos androides no hicieron sino crecer a medida que lo hacía la corrección moral. En principio, los robots ISO fueron utilizados como instrumentos de contención para individuos con tendencias sexualmente violentas. Después llegaría el ISO E-202, modelo infantil que canalizó la tendencia de pederastas y pedófilos. Poco a poco y a medida que la situación social lo requería, fueron creándose nuevos modelos con intención correccional. Y por fin, el grado de integrismo moral y estricta corrección social al que se llegó, dio lugar a la aparición de los llamados “modelos domésticos”, un ejército de androides destinados a padecer los malos modos de sus dueños -lo que permitía, por ejemplo, que si bien uno no podía manifestar su odio a los negros, sí podía elegir un modelo ISO que lo fuese y castigarlo con una fusta mientras le llamaba “puto mono”-. Y es que el módulo emotivo del androide hacía posible que su capacidad para transmitir sensaciones coherentes fuese extraordinaria, lo que resultó un arma de doble filo. Porque incluso aquellos que a priori no sentían la necesidad de vejar, quisieron probar qué se sentía al hacerlo. Y los dormitorios se volvieron una legión de dominatrix cuando el mundo descubrió que podía ser sinceramente hijo de puta sin que nadie le recriminase por ello.
    Se levantó del sillón. Lanzó el embalaje a un lado, despejando el suelo. Miró de frente al robot que, de pie, le llegaba al estómago. Buscó en la nuca el pequeño panel de control e hizo lo que indicaba el manual. En pocos segundos, el androide cobró vida.
    El ISO E-371. Un enano.
    Su psicoterapeuta lo había llamado acondrofobia. Básicamente, un rechazo al enanismo que solía manifestarse en forma de miedo. En su caso, no; en su caso no se trataba de miedo sino de asco. Las facciones grotescas, los brazos cortos, las manos gordezuelas, los dedos arrugados en forma de fuelle, las piernas arqueadas, el balanceo simiesco al andar… Todo le provocaba una náusea infinita. Y ahora podía reconocerlo en voz alta, ahora no tenía que fingir simpatía hacia ellos ni disculpar su torpeza, no tenía que cederles el asiento ni reírles los chistes aunque no tuviesen gracia, no tenía que aceptar que aquella especie de retal humano fuese tratado como si se hablara de su igual; porque no lo era. Su asco se lo recordaba a diario. Ahora, en la intimidad de su domicilio, uno podía humillar y contemplar la extraordinaria gestualidad de aquellos muñecos que mostraban dolor y vergüenza como si no lo fuesen, que se sometían, humillaban o resistían acordes a la vejación, que lloraban y gritaban como lo haría un ser humano (con la útil opción de bajar el volumen para poder ser malo sin que los vecinos lo supiesen).
    Durante horas, sometió al ISO E-371 a su juicio particular (“no pensarás que eres como yo, ¿verdad, enano de mierda?”), haciéndolo deambular por la habitación confundido entre órdenes contradictorias (“¿pero qué clase de dedos tienes? No puedes ni imaginarte el asco que me das…”), gritándole (“no deberías vivir entre la gente normal”), insultándolo sin sentido de la medida (“deberían castraros”), reconociendo a voz en cuello su asco reprimido y oxigenado en consultas de terapeutas (“mil veces te miro y mil veces me pareces un puto monstruo”). Y el ISO lloró humillado, con la perfección de la que hablaba la compañía Sonar en sus embalajes. Después, cansado de odiar, apagó el robot y lo escondió con prisa. 
    Llegaba tarde.
    Cuando llegó a la puerta de la escuela, se adelantó unos pasos evitando hacerse notar entre los otros padres que también venían a recoger a sus hijos y que, en algunos casos, conocía. Tuvo ganas de fumar, pero hacía años que estaba prohibido incluso en la calle, así que se limitó a esperar pacientemente que sonase la sirena que marcaba la salida. Y cuando lo hizo, cuando sonó, los pequeños empezaron a salir con sus diminutas mochilas.

    - ¡Papá!

    Su hijo correteó con un ligero balanceo y él le sonrió, dejándose abrazar las piernas. Le acarició la cabeza ensortijada y, con la náusea gestándose otra vez, deseó a su robot con más ansia de la que había deseado nunca nada. Pero siguió acariciando aquella cabeza.

    - Tendrás ganas de merendar, ¿no? Vamos a casa…

    Y le tendió la mano. 
    Y el pequeño se aferró a ella con las suyas, gordezuelas y con los dedos arrugados en forma de fuelle.
tenientetulip
Mensajes: 848
Fecha de ingreso: 26 de Septiembre de 2008
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  • 7 de Septiembre de 2010 a las 23:10

V Certamen. Tema: la muerte.

(A éste le tengo cariño. En ese certamen gané con otro texto mientras que éste se pegaba la gran hostia...)




Castigo



 


Le avisó al amanecer uno de los muchachos que trabajaba las tierras lindantes con la casa; un chaval de unos diez años al que se le notaban los huesos como si no tuviese otra cosa, y que llegó muerto de frío.



- D. Julián -le dijo-, le necesitan en la casa. Es por el patrón…



Mandó de vuelta al muchacho.


Se vistió con esmero, colocando cada pieza de la vestimenta litúrgica perfectamente alineada con las demás. Abrió el maletín y metió el óleo consagrado en Jueves Santo, la cruz de plata, el algodón en rama, un mantelillo blanco, el hisopo, el agua bendita, un cirio y los libros sagrados. Se calzó las botas y la zamarra, y salió de casa.


Recorrió el camino orando como en un exorcismo para ahuyentar la inquina que le despertaba aquel moribundo, tan lejos de la misericordia que debería acompañarlo. Pidió a Dios fuerzas para aquella empresa y se consagró a él con la misma decisión con la que lo había hecho por primera vez, hacía ya treinta y dos años.


En la casa, le descompuso el silencio de tumba. En medio de la oscuridad, los quinqués paseaban la luz de aquí para allá, sin que se escuchara a quienes los llevaban. Muy pronto vino a recibirlo la esposa que, entre llantos, le besó las manos y se arrodilló como si estuviese ante el obispo. D. Julián la levantó con delicadeza y le pidió que lo llevase a la habitación del patrón.


El cuarto del enfermo estaba a oscuras. Se oía el silbido de su respiración, doliente. La mujer dejó la luz sobre la cómoda y se acercó a encender el quinqué de la mesita que descubrió el manojo de estampas que tenía a un lado y la cara demacrada del enfermo que tenía al otro. Al verlo, se aferró al cabecero y se dejó caer sobre él, acompañando aquellos silbidos de fondo con un sollozo que arrancó con fuerza pero que pronto se convirtió en letanía; tan lejos del señorío con el que se paseaba por el pueblo… A la llamada del patetismo acudieron pronto los criados que, obedeciendo un gesto del sacerdote, se llevaron a la mujer en volandas.


Por fin estaban solos. Ellos y el Señor.


D. Julián preparó la liturgia. Vació de adornos la cómoda y extendió el mantelillo blanco. Dispuso los instrumentos de la extremaunción, como un cirujano del alma, llenando el hisopo de agua bendita y desgranando el algodón en seis pequeñas bolitas con las que ungir al pecador.


Al volverse, se encontró con los ojos abiertos del patrón. Lo estaba mirando con aquella angustia reconfortada que tantas veces había visto ya en otros y que, llegado el momento, hasta el más poderoso siente. También el patrón. Con un hilo de voz, le pidió que se acercara y, al tenerlo cerca, estiró el brazo tratando de acercar la estola para besarla. D. Julián se separó un algo, seguro de que el gesto de asco pasaría desapercibido. Después respiró hondo, cogió el hisopo y salpicó al enfermo mientras decía: “Asperges me, Domine, hyssopo, et mundabor; lavabis me, et super nivem dealbabor”.


Y continuó el rezo hasta llegar al momento de la confesión. Entonces se acercó al moribundo y le preguntó si tenía algo que confesar antes de recibir el santo Viático, si había algo por lo que quisiera pedir perdón a Dios y suplicar su absolución.


Y no dijo nada.


El patrón negó con la cabeza.


Así que D. Julián siguió con la liturgia sin poder sacarse la imagen del patrón todos aquellos años… Años llenos de soberbias, de abrir piernas a golpes y de cerrar bocas levantando la mano, de escamotear pagos y cobrar diezmos. Las sienes le latían viendo a aquel hombre que, incluso convertido en un guiñapo por la tuberculosis, temeroso del juicio de Dios y sin fuerzas ya para retener sus propios orines, se pavoneaba pasando por alto pecados que no creía menester enumerar.


D. Julián siguió adelante, paciente, lamentando con cada tos del enfermo que el Señor no se llevara a aquel mal bicho de una buena vez. Siguió adelante apretando los dientes mientras se recordaba de rodillas en el confesionario, escuchando los pecados y los secretos de una aldea ignorante y engañada, que se auto-inculpaba de los pecados del terrateniente. Años de relatos que hablaban de pajares convertidos en burdeles, de derechos de pernada, de palizas en los recodos de los caminos, de esquilmar cosechas ajenas… Pero no se detuvo. Siguió con la perorata aunque recordara la cara deshecha a golpes de Evaristo, las lágrimas de Juan junto a un potrillo abierto en canal y con los ojos llenos de moscas, la vergüenza de Anita a punto de parir un bastardo del patrón…


Terminada la oración, fue hasta la cómoda y mojó los algodones con el óleo bendito. Y con el rezo que marca la liturgia, ungió al enfermo: en los ojos, en los oídos, en las narices, en la boca cerrada, en las manos, en los pies… Pero con el séptimo algodón en la mano, a punto de ungir los riñones, detuvo la letanía. El patrón, que por momentos parecía ya muerto (ni silbidos se escuchaban ya), abrió los ojos buscando saber qué pasaba. Y cuando vio que el sacerdote encerraba el algodón en el puño y daba un paso atrás, su mirada se volvió suplicante, con una mezcla de pavor y desamparo.



- No voy a absolverte, patrón. Y espero que Dios tampoco tenga la misericordia que a mí me falta.



Un esfuerzo final para tratar de suplicar clemencia. Fue suficiente. El acceso de tos acabó con el patrón entre estertores, delante de un sacerdote complacido en aquella muerte. Cuando todo terminó, metió las cosas en el maletín y salió de la habitación. Dio el pésame a la viuda y le aseguró que su esposo había muerto en la paz del Señor.



Salió de la casa con los gritos de la señora pegados a los talones y los ayes de los criados enganchados en la sotana. Y echó a andar embutido en la zamarra y cargando con aquel pecado sobre sus espaldas, seguro de que, de arrepentirse algún día, Dios sabría perdonarle lo que había hecho.

tenientetulip
Mensajes: 848
Fecha de ingreso: 26 de Septiembre de 2008
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  • 7 de Septiembre de 2010 a las 23:13

Bueno, los he posteado tal y como los presenté en su momento (como podéis observar gracias a esa maravillosa variedad de formatos). No tenía claro que pudieran variarse (y me jode por "Castigo", que ahora tiene unas 1700)... Pero bueno, así son las cosas y así se las hemos contado.


Todo vuestro... 

Abrazos.

La Teniente
tenientetulip
Mensajes: 848
Fecha de ingreso: 26 de Septiembre de 2008
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  • 7 de Septiembre de 2010 a las 23:25

¡No me jodas!


r2-d2
Mensajes: 3.171
Fecha de ingreso: 26 de Diciembre de 2008
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  • 8 de Septiembre de 2010 a las 9:16
Yo, por supuesto, voto por Castigo.

El de Koji Kabuto también está muy bien.

(Por cierto, ¿aquél de los sueños compartidos en la oficina? Vi Origen este fin de semana...)
raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 8 de Septiembre de 2010 a las 11:22

Esta tarde me los leo y doy mi opinión. Gracias teniente por su diligencia. 


Vamos, hay que animarse a comentar y escoger. Qué nos ha pasado en el cerebro este verano? Por qué todo va tan despacio? La calor, ha sido la calor, seguro.
r2-d2
Mensajes: 3.171
Fecha de ingreso: 26 de Diciembre de 2008
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  • 8 de Septiembre de 2010 a las 12:16
Puesto que dices a comentar, comentaremos.

Creo que la Teniente tiene un rasgo, que es ser excesivamente explícita en los finales. Sus relatos nunca son ambiguos, ni dejan la posibilidad de entender mal. Te mastican el mensaje.

Si eso es un defecto, o una falta de madurez narradora, debo decir que yo también lo comparto, y que es ahora cuando me empiezo a plantear finales menos masticados.
tenientetulip
Mensajes: 848
Fecha de ingreso: 26 de Septiembre de 2008
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  • 8 de Septiembre de 2010 a las 14:32
cita de R2_D2 Yo, por supuesto, voto por Castigo.

El de Koji Kabuto también está muy bien.

(Por cierto, ¿aquél de los sueños compartidos en la oficina? Vi Origen este fin de semana...)
Al igual que en el caso de Bizarro, tu voto también me lo esperaba... Y en cuanto a "Full Time", el relato de la oficina, fue uno de los barajados. Pero me flojea el final. Tengo que trabajarlo y como soy una dejada y no me enteré a tiempo de si se podía presentar modificado, pues lo deseché. 

Por cierto, ¿te gustó "Origen"? Lo digo porque creo que hay un post por ahí sobre la peli. Lo abrió el Sr. Aribau, si no recuerdo mal...
raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 9 de Septiembre de 2010 a las 8:59
Sólo me he podido leer el del Robot, de momento, me ha parecido que es una gran idea lo que plantea, pero tal vez el desarrollo tiende también a la explicación: me ha recordado a lo del R2D2 con los inmortales. La Teniente lo ensambla mejor, pero falta un punto. 
r2-d2
Mensajes: 3.171
Fecha de ingreso: 26 de Diciembre de 2008
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  • 9 de Septiembre de 2010 a las 9:53
cita de Teniente_Tulip
cita de R2_D2 Yo, por supuesto, voto por Castigo.

El de Koji Kabuto también está muy bien.

(Por cierto, ¿aquél de los sueños compartidos en la oficina? Vi Origen este fin de semana...)
Al igual que en el caso de Bizarro, tu voto también me lo esperaba... Y en cuanto a "Full Time", el relato de la oficina, fue uno de los barajados. Pero me flojea el final. Tengo que trabajarlo y como soy una dejada y no me enteré a tiempo de si se podía presentar modificado, pues lo deseché. 

Por cierto, ¿te gustó "Origen"? Lo digo porque creo que hay un post por ahí sobre la peli. Lo abrió el Sr. Aribau, si no recuerdo mal...
Le sobran absolutamente todos los tiros. Como Matrix, es una perfecta forma de joder un buen tema.
carlosaribau
Mensajes: 2.086
Fecha de ingreso: 2 de Septiembre de 2009
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  • 9 de Septiembre de 2010 a las 12:39
leo, luego dudo. Descarto el rotot, so zorry. Digo, sorry.

Yo soy más de la niña que casi conoció a Kabuto (por aquello de que los curas me dan miedo aunque no haya niños cerca) pero lo cierto es que castigo también me gusta bastante.

Si no se admite medio punto a cada uno, se lo doy a la niña porque me cae bien y porque le daría un abrazo si corriera por aquí.
carlosaribau
Mensajes: 2.086
Fecha de ingreso: 2 de Septiembre de 2009
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  • 9 de Septiembre de 2010 a las 12:39
a estas alturas y con dobles post.

Ains
oniria
Mensajes: 2.267
Fecha de ingreso: 15 de Febrero de 2009
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  • 9 de Septiembre de 2010 a las 14:59
Por lo que tengo entendido, aquí se pueden poner versiones ya corregidas. Si te animas a cambiar la de "Castigo", avisa, que me gustaría leerla ;D

He tenido tremendas dudas. De hecho, ahora sigo dudando. Pero en fin, vaya mi voto para "Castigo", lamentando mucho tener que dejar fuera a "Koji Kabuto". Este está muy bien también, entrañable, pero la otra historia me llega más ;D

pd en aquel certamen yo le di el 5 a "La Fuga de Logan", si no me equivoco, otro relato del que guardo muy buen recuerdo ;D
tenientetulip
Mensajes: 848
Fecha de ingreso: 26 de Septiembre de 2008
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  • 9 de Septiembre de 2010 a las 15:32

- Oniria: en cuanto a colgar "Castigo" ampliado (que eso en realidad es lo que he hecho con el texto), creo que no voy a hacerlo. Sólo liaría más la cosa y no creo que la gente disponga de tanto tiempo como para leerse hasta tres veces el mismo relato de la Teniente... Y sí, en aquel certamen ganó "La fuga de Logan". Tentada estuve a postear también éste... ¿Sabes una cosa? Yo también guardo un buen recuerdo de él. Creo que es de los que más disfruté escribiendo...


- R2: no he visto Origen (aunque el director me merece todo el crédito del mundo; tarde o temprano caerá), pero respecto a Matrix... Yo de esa peli (hablo de la primera) no quito ni a Keanu Reeves. Como para tocar los tiros!

- Simpatía: No sabía que se basaba en Paprika. Yo al tipo lo conozco de Paranoia Agent y de Tokyo Godfathers. Gracias por la información. Bucearé para encontrar la que tú nombras...

- A todos, gracias por dar vuestra opinión.

Nos leemos.

La Teniente
carlosaribau
Mensajes: 2.086
Fecha de ingreso: 2 de Septiembre de 2009
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  • 9 de Septiembre de 2010 a las 15:47
Es que Memento es mucho Memento.

Y Matrix es mucho Matrix.

¡Qué simple soy!
r2-d2
Mensajes: 3.171
Fecha de ingreso: 26 de Diciembre de 2008
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  • 9 de Septiembre de 2010 a las 16:09
La fuga de Logan tenía (o tiene, porque nadie lo ha borrado del disco duro) eso que te comentaba que yo echo en falta en mis propios relatos y en muchos de los tuyos. No sé como llamarlo, pero ya sé lo que es. Y no sale cuando quieres
carlosaribau
Mensajes: 2.086
Fecha de ingreso: 2 de Septiembre de 2009
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  • 9 de Septiembre de 2010 a las 16:36
No encuentro la fuga de Logan

Estaría bien que... pido que... os importaría ponerlo por aquí. Si sale sin que se le llame igual merece la pena ¿no? Me perdí muchas cosas del 2009
raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 10 de Septiembre de 2010 a las 8:37
Castigo, por supuesto. No hay mucho más que decir. Perfecto. 

Koji Kabuto y el robot son buenos, escribir se te da bien, teniente, sabes decir las cosas de otra manera, pero con castigo te sales. Llevas al lector donde lo deseas y zas. Bueno, no diré más tonterías. Castigo es la mejor opción. 
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