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raulcamposval
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Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009

REVISTA MÁS LITERATURA: Votaciones para elegir al mejor relato del trimestre

8 de Septiembre de 2010 a las 18:46

El señor jcboiza me ha encargado que organice una votación trimestral entre los ganadores del concurso quincenal de relatos, para escoger el mejor relato del trimestre. El premio para el autor es una reseña de la obra y gracia del escribiente, una entrevista y no sé que más menciones en la revista Más Literatura, que regenta (¿regenta?) el señor boiza, si todo sale bien, para el número de la misma que sale en octubre. Jcboiza os podrá informar mejor de todo ello, pero creo que merecerá la pena para el que gane. 


Plantearemos la votación como si fuera un concurso con 6 participantes, es decir, que tendréis que votar con 3 puntos al que os parece mejor, 2 al siguiente y 1 al tercero. Votáis a 3 realtos y otros 3 se quedan sin puntos. 


Podrán votar cualquiera de los usuarios de bubok que se haya leído los relatos. 


Por tanto, paso a detallar los seis candidatos de este trimestre: 


XXXV: LA NOCHE

Relato ganador: La sombra

Autor: Indiana Velarde. 


XXXVI: LA IRONÍA

Relato ganador: Cumpleaños Feliz

Autor: Manuel Vicent


XXXVII: EL VERANO

Relato ganador: El consejo de Dédalo

Autor: Bizarro


XXXVIII: LA I GUERRA MUNDIAL

Relato ganador: Treinta yardas 

Autor: raulcamposval


XXXIX: SENECTUD

Relato ganador: Nostargos

Autor: R2D2


XL: EPINICIOS

Relato ganador: La última noche en Elba

Autor: Indiana Velarde.


Para que no tengáis que ir a buscarlos (con que pierda el tiempo uno de nosotros es suficiente), procederé a colgar los 6 relatos en este hilo. Dadme un poco de tiempo y los cuelgo. 


Salvo cambios, las votaciones terminan el domingo por la noche a las 22 horas. Creo que no es prorrogable por razones de cierre de edición. Estad atentos.


Si no me equivoco, en diciembre será la próxima elección de este tipo, para el número de enero de Más Literatura, con los ganadores de las ediciones XLI, XLII, XLIII, etc. 


Sin más, procederé en breve a ir colgando a los concursantes. Espero que participéis en esta selección. 

raulcamposval
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Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 8 de Septiembre de 2010 a las 18:46

XXXV LA NOCHE

Autor: Indiana Velarde


LA SOMBRA

Existo porque existe el bien y existe el mal, y el mal ha de ser castigado. Hay tantos que merecen ser castigados. He dormido todo el día, me desperté a las 4:37 horas; la casera se queja del olor asqueroso que sale por debajo de la puerta. Dice que tengo animales en casa, que está prohibido tener animales en los apartamentos. Habla arrastrando las eses y tiene cinco hijos de cinco padres distintos.

Se me ha acabado la tinta negra. Fuera llueve con ganas; la cortina de agua se desploma sobre el asfalto formando pequeñas riadas que el alcantarillado no es capaz de tragar. Estoy dibujando a Richtmont, sentado sobre una chimenea de ladrillo; sobre fondo anaranjado y leves toques violetas para resaltar las formas. Los bocadillos van con fondo amarillo, para que los diálogos se lean con facilidad. Pero se me ha acabado la tinta negra y las sombras quedan incompletas. 

     - Voy a echar un meo. -Richtmont acaba de entrar en el tugurio. El agua gotea al resbalar sobre la gabardina impermeable, formando un pequeño charco a sus pies. El tipo lo ve de reojo y se levanta de inmediato, abandonando la partida de póquer descubierto. 

     - El viernes por la noche un tipo se tiró por la ventana de su apartamento. Creo que no estaba sólo...

Ya no puedo continuar, el tintero está seco y por mucho que lo intento no consigo un trazo rectilíneo. La sombra de Richtmont no acaba de alcanzar el tono adecuado. Fung Chi vende una tinta china excelente. Abierto las veinticuatro horas del día, y porque el día no tiene más horas, si no seguro que habría una china con cara de sueño sentada frente a los monitores de vigilancia y la caja registradora

Hay que salir a la calle, con la que está cayendo. 

La madrugada se extiende sobre la ciudad abandonada. El paraguas está destrozado; lo doy por imposible y decido caminar pegado a las paredes del edificio. La cornisa me ofrece una exigua protección, lo justo para no acabar calado hasta los huesos. 

La tienda de Fung Chi se encuentra a dos manzanas de mi domicilio. La luz centelleante de los semáforos apenas se intuye bajo la manta de agua; un ciclomotor atraviesa el cruce patinando sobre el asfalto mojado. Mi cerebro sigue trabajando a toda máquina. 

El viernes por la noche un comediante murió en la ciudad. Alguien lo arrojó por una ventana y cuando golpeó la acera acabó con la cabeza abierta como un melón. A nadie le importa, a nadie excepto a él.

     - Por favor Richtmont, no mates a nadie. Cada vez tengo menos clientes...sería la puntilla. -Felicidad Morris es el dueño del tugurio. Mira al tipo de la gabardina con los ojos abiertos como platos y una sonrisa nerviosa temblando en mitad de la cara. 

     - Lo qué tendrías que hacer es cambiar de desodorante, simpático. -El tipo rubio está sentado en una mesa, oculta en el ángulo oscuro del tugurio...

Necesito la tinta negra como el comer. El tipo rubio se oculta en la penumbra, tiene la nariz rota...de boxeador y varios dientes menos. Para resaltar su personalidad necesito la tinta negra. A lo lejos intuyo luz en un portal; es la tienda de Fung Chi, mi particular dinner 24. Los últimos metros los hago a la carrera; a pesar de mis esfuerzos, acabo empapado. Entro en la tienda; un gran cartel me saluda: “Todo a 1, 2 y 3 euros”. Un chollo, lo mires por donde lo mires. 

Hay algo extraño, algo que no cuadra en la foto fija. ¿Dónde está la china con cara de sueño, el pelo revuelto y ojeras de un mes? No la veo por ningún sitio. Sin embargo oigo trastear por los largos pasillos. Tan sólo hace unos meses la nave era un concesionario de coches de alta gama. La crisis, supongo. O que los chinos tienen pasta para aburrir, claro. 

     - Blake era un cabrón. -El tipo rubio le larga un trago a la jarra de cerveza, eructa y golpea la mesa con el puño. Parece una sucesión de hechos continuados.

     - Era mi amigo. -Richtmont habla despacio. Se toma tiempo para aclarar sus ideas. Nota la culata de la pistola contra las costillas, se encuentra cómodo. 

     - Lo que yo te diga. Tiene amigos y todo...al final habrá cambiado de desodorante. 

La sombra pasa frente a mí como una exhalación. Apenas alcanzó a distinguir un trazo bajo el reflejo de los fluorescentes parpadeantes. 

Miró tras el mostrador y noto como las tripas se retraen en mi abdomen. Estoy a punto de cagarme. La china está tirada en el suelo con un enorme agujero en mitad del pecho. Tiene la cara pálida y la boca abierta, como si hubiera intentando gritar en el último instante de su vida. Yo también siento la necesidad de gritar, pero un cálido impacto en la espalda me lo impide. Creo que he oído una detonación justo antes, pero no estoy seguro. Me veo impelido a moverme hacia delante, pero es tan sólo un reflejo de mis intenciones. En realidad es algo físico, producto de la energía cinética. Me derrumbo sobre el mostrador, mientras un hilo de sangre me colma la boca con un ligero sabor a herrumbre. 

Hago un esfuerzo por rodar la mirada hacia el exterior. Parece que está a punto de dejar de llover. La noche se torna clara, es como si estuviera a punto de hacerse de día. 

Richtmont saca la pistola y mira a los ojos del rubio. El tipo se ha girado hacia él esbozando una ridícula sonrisa. Se diría que está a punto de carcajearse en su cara. La visión del cañón del arma apuntándole le enfría el ánimo. 

     - Venga simpático, tan sólo bromeaba. 

Maldita tinta china. 

raulcamposval
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  • 8 de Septiembre de 2010 a las 18:47

XXXVI IRONIA

Autor: Manuel Vicent


CUMPLEAÑOS "FELIZ"

     Hoy es mi cumpleaños, y en general disfruto de este día, pero cumplir treinta y siete no me alegra en absoluto, es más, este año daría lo que fuese por pasar de largo y no fichar. Puede que algunos me digáis: “pero si aún eres joven”, “estás en la flor de la vida”, o “esa es la edad de oro” e incluso “si pudiera me cambiaría por ti”. Quizás esto sea así para vosotros, en cualquier caso, los treinta y siete no son la mejor edad si:

     a) aún vives con tus padres,

     b) te has quedado sin trabajo

     c) eres un freak de los cómics de superhéroes, y

     d) tu novia de toda la vida te ha enviado a tomar por saco (probablemente debido a A, B y C).

     “¿Me cambiaría por ti?”. Encantado, acepta si tienes huevos.

     Pero dejémonos de ostias: hoy es mi día, y encima cae en sábado. Algo tendré que hacer ¿no? Me paso la mañana entera en el Facebook, haciendo virguerías para crear un evento de celebración y enviárselo a todos mis amigos. Pongo algo sencillo: evento, Mi Cumpleaños. Lugar, Bar La Amistad. Algunos ya me han felicitado por Facebook, la mayoría gente que no veo desde hace siglos, y en el mejor de los casos, personas que tengo agregadas pero que ni siquiera me saludan cuando me ven por la calle. Me hago fan de Señoras que te agregan al Facebook pero que no te saludan por la calle. Me pregunto cuántas felicitaciones habría acumulado de no ser por las putas redes sociales. A las cinco de la tarde, en mi evento sólo hay un invitado confirmado, nueve que ‘no asistirán’, veinte ‘en espera de respuesta’ y uno que ‘tal vez’. El invitado confirmado es Roberto Delgado, y resulta que ese soy yo. El ‘tal vez’ es de Lucía Castro, mi ex novia. Brindemos. Me espera un cumpleaños de puta madre.

     Pruebo con el teléfono, a ver si hay más suerte, pero todo resulta más difícil de lo que había imaginado. Por lo visto, lo de llamar a tus colegas para ir juntos a tomar una birra ya no es moco de pavo. Ahora, a nuestra edad, es casi como pedirles que se tomen un año sabático y hagan el Camino de Santiago.

     —Ah, pero ¿hoy? –me responden todos.

     Cuando les digo de quedar más tarde, parece como si entendieran que ya quedaremos este mes, o el mes que viene, o incluso el año que viene.

     —¿Pero, quieres quedar esta noche?

     Se quedan asombrados, pasmados, aturdidos. Les rompo los esquemas.

     —Sí, estaría bien, hace tiempo que no nos vemos.

     —Mejor quedamos otro día Roberto.

     Algunos no se han conectado a internet y ni siquiera saben qué día es hoy. Y yo paso de dar lástima, paso de decirles que es mi cumpleaños. Eso ya sería lamentable.

     —¿Sabes que hoy es mi cumpleaños?  

     ¿Por qué todos han cambiado tanto? Se me ocurre que quizás tenga algo que ver el hecho de que no celebro mi cumpleaños con ellos desde hace al menos quince años. Y la razón principal es que desde entonces lo celebraba con mi ex novia Lucía. Pero ella, muy perspicaz, me dejó hace dos meses por un tío con ganas de joderse la vida pagando una hipoteca y teniendo críos. ¿Y sabéis qué es lo más gracioso del caso? Que a mi ex le he enviado la invitación por Facebook más que nada por joder, y la muy perra es la única que me ha contestado un ‘tal vez’ (y desde luego, la última persona que asomará el hocico por el Bar La Amistad). Es alucinante.      

     Da igual, me quedan otras alternativas. Hay muchas pelis que quiero ver. Pero no bajadas de internet, hoy me apetece la pantalla grande del salón, el dolby surround y el sillón de mi viejo, por eso cojo y me piro al videoclub de la esquina a alquilar un DVD. Encuentro el videoclub casi vacío, a excepción de una pareja de veintitantos y la dependienta. La chica trata de convencer a su novio para alquilar American Pie 7: El Libro del Amor, aunque él parece resistirse (lo cual entiendo perfectamente, incluso estoy tentado de acercarme y meter baza en su elección). La dependienta está apoyada sobre el mostrador leyendo una revista del corazón; lleva varios tatuajes, al menos 50 piercings en la cara y dos aros como dos tapacubos en las orejas; tiene toda la pinta de llamarse ‘La Jeny’, y es una quinqui de tres pares de cojones. Empiezo a preguntarme dónde coño me he metido.

     Alquilar una película es como empezar a salir con alguien: tienes que saber muy bien de qué va, y debes tener en cuenta tu estado mental, anímico y sentimental, a parte del estado económico (porque si no hay pasta no hay peli ¿verdad? Ya me entendéis). Hay un montón de factores a considerar a la hora de decidirte por una o por otra, cosa que ahora mismo no soy capaz de hacer ni de lejos. Sólo veo carátulas y títulos borrosos. Alguna vez distingo la cara de Schwarzenneger, o la de Nicole Kidman en el mejor de los casos, pero ninguna de ellas me dice absolutamente nada. Es como si buscase una determinada película (probablemente la película de mi ruptura, para ver si capto el argumento) pero no tengo ni idea de cuál puede ser la correcta. Pasados veinte minutos, miro alrededor y veo el videoclub desierto. La cani del mostrador me observa de reojo mientras se enciende un cigarro, con expresión cansada, como si su mirada reflejase las horas interminables que se pasa aquí, aburrida, analizando a los mustios indecisos como el que ahora mismo tiene delante. Le devuelvo la mirada. ¿Y si entro en la sección X? Eso podría estar bien. Aunque por un momento me imagino, es más, tengo la certeza de que si me meto en esa sala, ‘La Jeny’ es capaz de venir para echarme del videoclub a patadas.    

     “Oye, que nunca había entrado en la sección X desde que soy mayor de edad” le  hubiera dicho.

     “Calla desgraciao.”

      Debo decidirme ya. En el estante de viejas glorias encuentro películas interesantes, y al final me decanto por El Exorcista 2: El Hereje y Viernes 13: Parte VIII Jason Vuelve… Para Siempre. Cuando me acerco al mostrador a pagar el precio del alquiler, entreveo una mueca de burla en el semblante de la dependienta, no obstante, tampoco estoy de humor para aguantar las gilipolleces de los demás, y como se le ocurra hacer algún comentario, os podéis ir imaginando por donde le voy a meter la película a esta tipa. Sin embargo, me cobra y tan sólo me dice “Enga, hajta luego”. Así que salgo del videoclub con esas dos películas de mierda debajo del brazo y me vuelvo a casa.

     Me siento frente a la tele, estirado por completo en el sillón reclinable de mi padre. Mis viejos están durmiendo la siesta, les oigo roncar por el pasillo, y he cogido una cerveza fría de la nevera. Primero miro Viernes 13 parte VIII, que es una auténtica basura, como era de esperar. Luego pongo El Exorcista 2 y casi me quedo dormido. Pero a mitad de la película mi ex novia me llama al móvil, y eso altera mis ánimos no sabéis bien cómo.

     —Hola Roberto, soy yo, Lucía.

     Me parece muy interesante que Lucía llame. Al fin y al cabo, son muchos años los que pasamos juntos, y quizás hoy, en esta fecha tan señalada del calendario, se sienta culpable. Lo mejor será hacer un esfuerzo y aparentar amabilidad.

     —¿Por qué cojones me llamas?

     —Porque es tu cumpleaños… felicidades.

     Parece irritada.

     —Vaya, es cierto. Gracias oye. Casi lo había olvidado.

     —Por cierto, al final no creo que pueda ir.

     Joder, menos mal.

     —Es una lástima, yo contaba contigo.

     Le doy un trago a mi lata de cerveza.

     —Lo celebras esta noche con tus amigos ¿no?

     —De hecho ya lo estoy celebrando.

     —¿Ah, sí?

     —Sí.

     Y no veas cómo lo estoy pasando de bien.

     —¿Y lo estás pasando bien?

     —Bastante. Viernes 13 parte VIII ha molado, y El Exorcista 2 acaba de empezar, pero no pinta tan bien como la primera. ¿Te apetece venir a verla?

     —¿Estás viendo películas?

     —Sí.

     —¿Pero estás sólo?

     —Sí.

     La oigo suspirar a través del teléfono.

     —¿Qué te pasa? –digo.

     —Roberto, aunque no te lo creas, no me gusta verte así.

     —¿Así como?

     —Así de hecho mierda.

     —Un momento, yo no he dicho que esté hecho mierda.

     Por supuesto que lo estoy, pero yo no se lo he dicho.

     —Madura un poquito, hombre, que ya va siendo hora.

     —Oye ¿y qué tal te va con Javier? ¿Ya te ha dejado embarazada?

     Suspira otra vez.

     —Vamos Roberto, no empieces otra vez por favor.

     —Salúdale de mi parte.

     —Qué gracioso.

     —En serio.

     —Lo peor es que lo dices en serio.

     Entonces distingo una nueva voz al otro lado del auricular.

     —Lo siento Roberto, ahora tengo que colgar.

     La escucho con nitidez. Se trata de una voz masculina, y parece alterada.

     "¿Con quién hablas?"

     —Gracias por llamar –digo.   

     "¿Otra vez con él? ¿Qué te dije?"

     —Hasta luego.

     Y cuelga.

     Esto huele a bronca. Estupendo.

     De pronto, las luces del salón se apagan y se abre la puerta. Mi madre aparece con una gran tarta de chocolate entre sus manos. La tarta tiene clavadas treinta y siete velas encendidas (ni una más ni una menos). La imagen de la tarta inundada de velas se me torna patética. ¿Cómo es posible que mi madre no conozca las velas en forma de número?  

     —Felicidades, hijo mío.

     —Gracias mami.

     Me da dos besos.

     —Ala, pide un deseo y sopla las velas. 

     De golpe, me vienen a la mente un montón de instantes de mis últimos quince años.

     —¿Ya lo tienes claro?

     Si os digo la verdad, creo que por primera vez en mucho tiempo, sí.

      Ha sido el mejor cumpleaños de mi vida.

raulcamposval
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  • 8 de Septiembre de 2010 a las 18:50

XXXVII VERANO

Autor: bizarro


EL CONSEJO DE DÉDALO

Tengo 12 años; es verano. Estoy enfebrecido de magia e influencia, angustiado por los estrechos límites de mi mundo, impaciente por llevar una armadura y prestar batalla sobre las ruinas de mi hogar a cualquier horda que otro quisiera inventar por mí. Hago ruido al poner la máquina sobre la mesa. Todo el mundo sestea en mi casa debido al calor y temo que mi padre salga de su dormitorio, desnudo y enfurecido, sudoroso; pero no sucede.

La máquina está en la mesa dispuesta a tragarse un rollo de papel y devolverlo escrito, pero tengo el mismo problema que antes. La máquina hace ruido al escribir. Las piernas se me pegan al plástico con que mi madre tapiza las sillas para que no se estropeen. Estoy seguro de que me llevaré el plástico por delante cuando tenga que levantarme a mear, pero no hago nada. Estoy delante de la máquina y espero. Quizá pueda no hacer ruido. Pienso en las primeras palabras de mi historia, de la ventana que necesito para salir de mi somera vida, y escribo una a una las letras, empujando suavemente la tecla y manteniéndola presionada contra el papel de modo que éste se impregne de tinta.

Me parece jodidamente excitante, el calor y sudor bajo las piernas, el silencio tenso de la casa, la sensación de aplastar la tinta contra el papel, la responsabilidad de crear algo que no existirá jamás de no ser por mí, sin pedir permiso de nadie. Puedo, realmente, escribir lo que quiera. Soy una imparable mezcla de emperador y vagabundo.

Y un paquete de 100 folios me lanza gritos de futuro.



Tengo 16 años; es verano. El plástico de la silla bajo las piernas es insoportable. La máquina de escribir es una metralleta del infierno pero mi padre está sordo y algo borracho. No creo que se despierte. No creo que mi madre quiera volver a enfrentarme. Estoy furiosamente insatisfecho pero lleno de belleza y temeridad. Estoy enfadado con todo el mundo, asqueado del calor, con la espalda pegajosa, mucho más gordo que cuando escribí las primeras líneas de mi vida. Estoy cachondo como un mono enjaulado y no puedo evitar llevarme la mano una y otra vez a la polla, que recibe un pellizco de alivio cuando aprieto. Antes de darme cuenta, necesito masturbarme más que el agua y el aíre.

De seguir así mi vida no podré acabar jamás una novela. Están empezando a desesperarme los párrafos que sirven para explicar lo que ya no tengo deseos de explicar. Tengo doce ideas nuevas en mente saltando como monos más cachondos y más encerrados que yo mismo.

Sintiéndolo mucho, necesito hacerme una paja.


Tengo 20 años; es verano. Los mortales dicen que la resaca es algo terrible que te sucede después de invocar a los dioses del vino. Yo, sin embargo, me encuentro satisfecho de mí mismo, dulcemente inspirado.

Mis padres están decepcionados conmigo, como siempre. Cuando acabe el verano tengo que recuperar toda esa parte ya podrida de la carrera que, en el fondo, sé que no voy a terminar. El verano es como una tortura secreta en que me hago real como nadie más puede serlo. Tengo tiempo, calor, recuerdos, todo es íntimo y esperanzador. Puede suceder cualquier cosa y, efectivamente, sucede.

Estoy repasando ochenta páginas que escribí con 12 años. Me pregunto si tengo la necesidad de empezar algo bueno cada vez que el calor hace imposible la vida de los mortales. Me pregunto si no tengo otro modo de estar en paz conmigo mismo. Seguramente reflexiono cosas que la mayoría de los sabios de otras épocas dejaron para la vejez y eso me asusta y me hace sentir ilusionado.

¡Qué mal escribía antes! ¿A quién estaría intentando imitar? Ya no quiero imitar; quiero deslumbrar, pero me da la impresión de que pienso demasiado rápido para el lector medio. Sin embargo, siento una angustia repentina propia de los condenados a muerte. ¿Quién soy yo para escribir algo memorable?  Pero si no he vivido…

Me asomo a la terraza y me fumo un cigarrillo consciente de que decepcionaré a mis padres si me pillan. En cualquier caso, son las 5 de la madrugada y no tengo sueño. ¿Cómo puede un escritor llenar su hueco y el de todos los que depositen en él su confianza? Tendré que vivir mucho, mucho más de lo normal.

El calor es mi aliado, obliga a todo el mundo a alejarse. Yo, sin embargo, estoy acostumbrado a llevarme días enteros sentado encima de un plástico, sufriendo la misma vida por una frase mientras los demás duermen al fresco.


Tengo 25 años; es verano. Desde que me prometí vivir hasta hoy me he sentado cientos de veces en el banquillo de los débiles. Me he castigado el hígado, los pulmones, la nariz y la polla huyendo hacia delante. Sí, he visto rayos c más allá de las puertas de Tanhausser, pero justo antes de que me atravesaran las tripas. Tengo amigos y enemigos por igual y comienzo a darme cuenta de que el futuro no es ningún regalo. Quizá no esté esperándome cuando yo llegue. Quizá no haya ningún futuro para mí.

Son las doce de la mañana y me tengo que ir al trabajo. Retiro ropas del desorden de mi cama y me encuentro plantado delante del ordenador, como si estuviese a punto de eructar un recuerdo importante. Tengo que estar en el trabajo a la una, por supuesto, pero, ¿qué es un trabajo, sino un acuerdo entre partes que puede romperse en cualquier momento? Un trabajo es algo que se puede elegir; sin embargo, lo que me está sucediendo en este momento no se puede elegir. Estoy de pie, con la ropa en la mano, y acabó de tener la mejor idea de todos los tiempos para un relato. Estoy llorando de agradecimiento y, si me lo preguntas, de alivio al cerciorarme de que sigue habiendo belleza en mi interior.

La ropa se cae de mi mano. Me siento en una silla giratoria que yo mismo subí de la basura; estoy en calzoncillos y el contacto con la piel falsa de la silla me hace predecir un nuevo tormento de calor, sudor y pelos. Es algo ritual, parecido a un destino. Debo sufrir para escribir algo jodidamente bueno. El ordenador zumba al encenderse y mi espalda inmediatamente se perla de sudor. Sudor y lágrimas. Estoy mucho más delgado que la primera vez que terminé una novela. Estoy menos enfadado. Soy menos valiente y menos peligroso, y ya sólo necesito que me sequen al sol para que alguien juzgue si mi vida fue buena, porque siento que he dejado escapar muchas naves ganadoras entre borrachera y borrachera.

Pero estoy de nuevo escribiendo en unas condiciones de calor y sufrimiento que no están al alcance de otros mortales y sé que la redención es posible, sólo que ya no me queda más que una excusa para seguir respirando, para justificar mi vida caótica y decadente y todo el perjuicio que he ocasionado a mis seres queridos: ser el mejor, el más rico, el más valorado. Si no es así, ¿de qué ha servido este claustro de sudor y mentiras?


Tengo 34 años; es verano. Miro atrás y pienso que la soledad y el calor han sido muy importantes en mi vida, tanto como lo son para los carroñeros que aprovechan la debilidad de los depredadores, o para los muertos, que habitan el lugar del que huyen los vivos.

Pienso que no he demostrado nada; o casi nada. Me he enredado con actividades demasiado vitales y auténticas como para poder dejarlas a un lado; soy padre, soy adulto. He agarrado brazos de personas que estaban suspendidas sobre el abismo y que ya no puedo ni quiero soltar; he jugado a los platos chinos con las obligaciones que van desde el amanecer hasta la noche y he dormido cinco horas al día para poder sentarme delante de un ordenador a terminar algún proyecto, la envergadura de otro Ícaro, otro visitante para el sol inmisericorde. Y pienso si no podría haber tomado algún atajo que me llevase a ser un padre y un adulto que pudiese ganarse la vida y el techo con lo que escribe. ¿Dónde perdí el tiempo? ¿Qué hice mal, yo que he crecido escribiendo, he respirado para poder seguir pensando, he experimentado para cortar y pegar y engrandecer todas mis ideas? ¿Será que me ha tocado tumbarme a la sombra como hacen los leones?

No lo sé. Jamás acepté un consejo de Dédalo.

Curiosamente, reflexiono acerca de todo esto escribiendo. Hace tanto tiempo que gané el último premio literario que ya casi me parece como una de esas anécdotas que inventaba para alterar a las damas y los caballeros en las reuniones de acera. He pasado por encima y por debajo de trabajos que humillarían a un escriba sin orgullo. Ni siquiera he sido nunca el mejor escritor del panal donde ahora cuelgo mis gotas. Hace veintidós años que comencé mi primera novela. Hace nueve años que reté al mar y a la luna para que me tragaran si yo no estaba llamado para la gloria. Entonces, ¿dónde me puedo agarrar, cómo puedo seguir justificando el aíre caliente que respiro?

Curiosamente, reflexiono acerca de todo esto escribiendo.

Soy un pájaro muerto que sigue picando el asfalto. Podríais meterme en un coche y ponerlo al sol, podríais envolverme en un sudario de plástico, podríais quitarme la pluma y el papel y darme un cuchillo y señalarme la piel de la barriga como lienzo, y yo seguiría escribiendo. Como siempre he hecho, cuando todos se acuestan, cuando todos se rinden, cuando todos se ríen, cuando todos me dicen que estoy demasiado cerca del calor, cuando parece imposible que me levante de mi última caída, cuando me despiden amablemente de algún sueño, cuando tengo que inventarme la hora veinticinco del día y llega una enfermedad y me la roba, cuando se quedan callados todos los oráculos.

Escribo.

En la duda y la miseria.

Escribo.

En el tiempo que otros emplean en querer y ser queridos.

Escribo.

En este claustro solitario de sudor y mentiras.

Yo escribo.  

raulcamposval
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  • 8 de Septiembre de 2010 a las 18:51

XXXVIII LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

Autor: raulcamposval


TREINTA YARDAS

Cuando el cabo Roger apareció con el casco lleno de lo que parecía té aún caliente, todos nos miramos con una sonrisa. Tinny llegó a soltar una carcajada silenciosa.

—De dónde has sacado eso, cabo Roger?

—No preguntes, soldado, o te quedarás sin probarlo.

Era evidente que el cabo Roger había tenido que canjearlo por una cantidad excesiva de tabaco, lo único que parecía haber de sobra en el frente. En los rostros de nuestro pequeño pelotón observó que el sacrificio había merecido la pena. Hacía semanas que no tomábamos nada que se pareciera, ni siquiera en la reserva. Ahora, en primera línea, la espera duraba ya dos días. Empezaba a hacer demasiado calor.

—Idiotas, no tenemos azúcar para el té —dijo Ralph.

—Bueno —bromeó Harry—, pídeselo a los alemanes. Están ahí al lado —todos se echaron a reír—. Gustav, tú no hablabas algo de alemán?

Le miré con seriedad. El cabo Roger nos miró a los tres, sin poder contener su curiosidad. Todos en el pelotón lo entendimos como un beneplácito. Aunque el sargento McCourt venía a veces a informarnos extraoficialmente de que Verdún estaba siendo una carnicería para los franceses, no solía dejarse caer por nuestra posición. Casi podríamos asegurar que estábamos solos. Si pudiésemos salir de la trinchera, hubiéramos corrido a bañarnos en el Canal.

—Ja, sprache —dije sin demasiada convicción. Los demás se rieron de nuevo, con ganas. Volvimos a mirar al cabo Roger.

—Al que saque la cabeza más de la cuenta, seré yo el que le dispare. Entendido, chicos? —de inmediato cambió la cara—. Pídeles leche también, a ver si tenemos suerte. Ya sabéis cómo son las vacas alemanas.

La trinchera alemana estaba a la altura de nuestra posición a una distancia de treinta yardas. Era evidente que gritando un poco me oirían. Lo que ya no sabía es si iban a responder a mi pésimo alemán. Trepé por el parapeto hasta el escalón de fuego y desde debajo de uno de los ojos entre los sacos de arena, con la espalda apoyada en ellos, levanté la cabeza sin llegar a mostrarla y me puse a gritar a media voz.

—Jung!, Mann!, Deutsch Knaben! —fue todo lo que se me ocurrió. No sabía cómo se decía soldado. Tampoco me hizo falta recordarlo. Por encima del parapeto de la trinchera llegó una voz que contestaba en un inglés con marcado acento, pero no del todo malo.

—Tu deutsch es peor que mein inglés —lo habíamos escuchado claramente. El cabo Roger miró por el periscopio, pero no vio nada extraño en la trinchera enemiga. Hubo nervios en las muecas. Era la primera vez que hablábamos con un soldado alemán. Y sabía inglés.

—Tenéis azúcar…? Zucker, Knaben…? —repuse al momento.

Desde el otro lado no se oyó nada. Dejé pasar unos segundos.

—Knaben? Zucker?

De repente, cayó un paquete dos metros a la izquierda de Tinny. El muchacho ni se inmutó. Ralph y Harry, por el contrario, dieron instintivamente un salto hacia el otro lado. El cabo Roger levantó la mano. Con la otra palpó su fusil. Era un paquete pequeño, envuelto con papel de estraza y atado con un cordel.

—Germano? Eso es azúcar? —bramó nuestro cabo desde donde se encontraba. Todos esperamos.

—Ja, inglés. Si fuera bomba, no hablamos.

El cabo Roger me hizo un gesto de espera. Mandó a Tinny a por el paquete. El chico lo abrió y, sin pensarlo, probó el polvo blanco. Alzó los ojos asintiendo feliz.

—Espera, puede contener algún tóxico —Tinny escupió ostensiblemente—. Gustav, pregúntale por qué íbamos a fiarnos de ellos.

No hizo falta. El soldado alemán se adelantó.

—Es zucker, inglés, si no tomas, devuelve. Cómo será veneno si nosotros casi no tabaco? —hubo un breve paréntesis—. Inglés, tú tienes tabaco?

Tinny parecía seguir vivo, por el momento. Seguramente era sólo azúcar. Harry se giró hacia el cabo.

—Roger, les tiramos tabaco, a ver qué pasa? —el cabo miró al cielo, como calculando ya de dónde venía el aire.

—Y si cae fuera de la trinchera? —dijo como para sí—. Gustav, pregúntales cuántos son, para saber cuánto tabaco necesitan.

Dijeron ser nueve en el puesto. Tan al norte, con lo de Verdún, debían ser alguno menos. Era evidente que querían sólo tabaco, no darnos más información de la necesaria. Nuestro primer nido de ametralladoras no estaba siquiera próximo. Si el paquete caía en la tierra de nadie, no sería muy lejos. Podrían alcanzarlo con un lazo o algo parecido, o esperar a la noche para salir a rescatarlo.

—Ralph, tú antes no jugabas al cricket? Podrías pasar el paquete a la trinchera con el periscopio?

—Cabo Roger, con quién crees que estás hablando? Con un brazo de mantequilla? —hubo risas una vez más. Era justo lo que necesitábamos oír.

A Ralph no le fue difícil acertar con la grieta de la trinchera. Sólo se oyeron algunos danke entusiasmados. Por el periscopio empezamos a ver salir humo. Estaban desesperados por fumar. Por nuestra parte, nos tomamos nuestro té azucarado a la salud de los malditos alemanes. El que sobró lo guardamos para más adelante. Siempre podía haber otra ocasión de encontrar té.

Esa misma noche, llegaron noticias asegurando que los mandamases habían decidido que pronto entraríamos nosotros en combate, sobre todo para que los alemanes tuvieran que repartir la presión que ahora se concentraba sobre Verdún. También se corrió la voz, de pelotón en pelotón, que hacia el sureste de nuestra posición, en el tramo medio del Somme, estaban cavando túneles bajo las trincheras alemanas para poner grandes cantidades de explosivos y hacerles saltar por los aires. Aquí no sabíamos nada de eso. Estábamos demasiado cerca de ellos como para que nadie nos trasladara algo que no fuesen rumores.

Al día siguiente, nada más despuntar el alba, los alemanes volvieron a llamarnos. La tierra de nadie todavía estaba sumida en la polvareda de la noche.

—Inglés! Inglés!

—Sí, germano, estamos aquí.

—Correo, necesitamos cartas. Nosotros no correo ahora.

—Espera.

El cabo Roger pensó que esto ya era harina de otro costal. ¿Cómo iban a pasar las cartas alemanas por correo inglés? Tampoco hizo falta esta vez preguntar. Los alemanes ya sabían como.

—Soldado Klaus tiene familia en Londres. Ella enviará cartas a novias en München. Lieber durch dies Eisen sterben, als durch Liebesgram verderben!

Lo que dijo en alemán no lo pude entender, salvo que era algo sobre el amor y la muerte. Se lo dije a los demás y todos nos pusimos en la piel del enemigo por un momento. Sabíamos que en Verdún estaban muriendo muchos soldados en ambos bandos. Tal vez nosotros también seríamos pronto bajas. El cabo Roger accedió.

—Bien, germano, tiradnos las cartas.

Todas venían con nombres ingleses en los remites. John, Michael, William. Todas iban dirigidas a la misma dirección de Londres. El cabo mandó a Tinny repartirlas por varios de los pelotones de nuestra compañía, para que nadie sospechara nada. Iban a tardar semanas en llegar.

El mediodía era caluroso. Se acercaba el solsticio de verano. Subí al escalón de fuego, apoyé mi espalda en el parapeto y llamé a los alemanes.

—Germano! —mi voz despertó en ambas trincheras a los que estaban dormitando en las escasas sombras de los puntales—. Cómo se llama tu novia, la de la carta?

—Konstanze, inglés, yo llamo Stanze. Casamos antes guerra. No novia. Esposa. Tú escribes tu novia?

—Sí, germano. La mía se llama Anne.

—Inglesas no guapas como alemanas, pero Anne seguro sí.

—Entendido, germano.

Una brisa leve azotó la tierra de nadie y pasó por encima de nuestras cabezas como pasa un mal augurio. Roger seguía dormitando, Ralph y Tinny fumaban, Harry adecentaba su fusil. Todos me escuchaban atentos.

—Tú quien crees que va a ganar la guerra, germano? —dije. Tardó mucho en contestar. Suponíamos que dirían que ellos, pero no fue así.

—Nadie, inglés, esta guerra no gana nadie. Verdún es batalla de muerte. Hombre sin remedio.

—Tienes razón, germano, pero no tenemos por qué morir nosotros.

Se abrió un abismo entre cada uno de nosotros. También entre ellos. La conversación terminó. Ya no volvimos a hablar nunca con los alemanes.

Esa noche, apareció el sargento McCourt junto a otros tres sargentos, un teniente al que no conocíamos y varios soldados. Instalaron un nido de ametralladora. No hicieron casi ruido. El sargento dijo que estaban ubicando cañones hacia el Canal. Íbamos a aplastarles. Había que arrasar los alambres de espinos y amedrentar a los alemanes. Habría apoyo de artillería. Poco después de terminar con la ametralladora, llegaron soldados con morteros para sumarse a nuestro pelotón. La prioridad era comenzar cuanto antes. El sargento McCourt ya no se fue de nuestra posición. Hacia las diez empezó a aparecer infantería de apoyo. Traían cajas con granadas de mano. Las treinta yardas que nos separaban de los alemanes eran muy poca distancia incluso para los morteros, y el teniente desconocido vino del norte para llevárselos. Allí la tierra de nadie debía ser más ancha.

McCourt nos hizo formar apoyados en el parapeto. Preguntó si había entre nosotros lanzadores de cricket, pero ninguno miró Ralph. Nos instó a cada uno a llevar la iniciativa en la batalla, pero ninguno miró a Harry ni al cabo Roger. Nos convenció de que el enemigo acabaría primero con los cobardes y los pusilánimes. Tampoco entonces ninguno miramos a Tinny. Nos dijo que no había que tener piedad del enemigo, que si pudieran, esos perros germanos violarían a nuestras mujeres. Nadie me miró a mí.

Cuando escuchamos las primeras detonaciones, el sargento dio la orden. El cabo Roger fue el primero en ponerse a lanzar granadas al enemigo. Los soldados de apoyo seguían trayendo más cajas. Más tarde comenzarían a llevarse las que estaban vacías. Tinny estaba paralizado. McCourt se encaró con él. Empezaron a haber explosiones también cerca de nosotros. Las esquirlas nos pasaban por encima. Yo cogí mi primera granada y la lancé hacía la trinchera alemana. Era verdad, treinta yardas no eran mucha distancia. Por un instante sólo pude pensar en mi Anne. Sentí que ella y Konstanze iban a ser muy pronto la misma viuda. 

raulcamposval
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  • 8 de Septiembre de 2010 a las 18:51

XXXIX SENECTUD, DIVINO TESORO

Autor: R2D2


NOSTARGOS

El mendigo salió al patio con una canasta de comida y una jarra de vino entre las manos. Era el rescate que había cobrado a los comensales para librarles de su presencia en el banquete. Eso, más alguna palabra gruesa y algún golpe en las costillas.

Al olor de la carne, un perro salió de la noche y se acercó precavido al hombre. Estaba acostumbrado a las patadas. El mendigo apreció de un vistazo al nuevo convidado: el tamaño de sus mandíbulas; la torpeza de sus patas que le daban ya la dignidad del derrotado inapelable; las orejas desgarradas, los cuartos traseros llenos de mataduras, como quien ha disputado hasta el final por todas las hembras y por todos los bocados; las ronchas vergonzosas de la vejez en los codillos y en el costillar. Finalmente, la calva en torno de su cuello daba noticia de los muchos años de servicio a un amo y de su abandono actual.

- ¡Vaya! -dijo el hombre- Siempre hay alguien más necesitado que uno. Tú, seguramente, has sido un perro intrépido y veloz en la carrera. Habrás acosado al jabalí en la profundidad del bosque y habrás perseguido cabras montaraces y alígeros ciervos por las laderas del monte. Ahora que te abruman los años, tus dueños te han abandonado. Toma, acércate.

El mendigo le tiró un currusco de pan y un hueso grande con algunos jirones de carne. Los dos se aplicaron a comer: el hombre, con la espalda contra el muro, las rodillas recogidas y la canastilla en el regazo; el perro, de pie, cuadrado sobre sus patas y humillada la cabeza, pero con los ojos vigilantes. Tentado estuvo el mendigo de arrebatarle el último mendrugo, solo para demostrarle quién era el amo. Desistió: eso era un juego para adiestrar cachorros, y ahora sólo sería un último y estéril desafío que quizás perdiera. Realmente, aquel perro tenía unas mandíbulas muy grandes y era demasiado viejo: se merecía un respeto por las dos cosas.

Cuando acabaron de comer, el perro se echó junto al vagabundo. El hombre le pasó el brazo por encima, con gesto de quien ha dormido mucho con mujeres. Con los ojos cerrados se aplicó a escuchar el canto del aedo. Sólo llegaban palabras sueltas, suficientes para completar versos que sabía de memoria y seguir el relato sobradamente conocido.

- ¿Sabes?, yo también he sido poderoso como tú. He alzado mi grito de guerra por encima del estrépito del bronce y del clamor de los que lo buscan. He asolado ciudades bien amuralladas, he pasado a cuchillo a sus habitantes con la piedad justa que demandan los dioses. He esquilmado los campos de mis enemigos, y me he llevado sus mujeres y sus hijos, botín de llantos. Yo y mis compañeros hemos batido el canoso mar con nuestros remos. He visitado la tierra de los Cíclopes, los soberbios sin ley, que ni labran la tierra ni tienen ágora para el consejo. Yo cegué al más bárbaro de todos ellos, Polifemo, que come carne humana y bebe leche no mezclada. Perdí a mis compañeros, unos en los naufragios del mar, otros en la tormenta de las espadas. Subí al lecho de Circe, la hechicera de lindas trenzas, y después conocí durante siete años el amor insaciable de la ninfa Calypso, que me retuvo en su isla sin dejarme partir hasta que los dioses se lo ordenaron.

El mendigo apuró el último trago de la jarra.

- Ahora, cuando por fin he regresado a mi patria, debo esconderme de aquellos que maquinarían mi muerte si supieran que he vuelto. Atenea, la diosa, me protege. Ella me ha cubierto con estos harapos que me hacen detestable a la vista. Así paso inadvertido entre los que mal me quieren. Ella ha arrugado mi piel, ha encorvado mis hombros, ha hecho desaparecer de mi cabeza los rubios cabellos, ha llenado mis ojos de legañas. Ahora repugno a todos los que banquetean ahí dentro, y ninguno me conoce.

«Pero el tiempo de mi regreso está por cumplirse. Dentro de un rato, ahí dentro abrirán el surco para las hachas y las alinearán a cordel para el certamen. La diosa me despertará para que entre y vea cómo ninguno de esos jóvenes insolentes tiene fuerzas para ajustar el curvado arco. Me injuriarán como antes, querrán impedir que yo lo coja entre mis manos. Tensaré la cuerda que nadie ha sido capaz. Se me caerán los harapos, se estirará mi piel, se engrosarán mis brazos y mis muslos. Se hará el silencio y mi flecha pasará por el ojo de las segures. Luego, diré mi nombre y comenzaré la matanza.

El sol había apagado las estrellas y pintaba el cielo del color de la carne. La puerta se abrió y salió una criada con un zurrón en la mano. Con el pie, acarició las costillas a los dos, al perro y al hombre, para que despertaran.

- ¿Por qué me miras así, viejo? Ni que se te apareciera la diosa. Me reiría, si no fuera porque esta mañana tengo tanto trabajo recogiendo los restos de la fiesta que nada me hace gracia. Venga, marchaos tú y tu perro, antes de que el príncipe amanezca y se enfade por veros en su puerta. Y agradécele al ama las sobras del banquete.

El viejo tasó su botín de mendigo con un par de apretones a la bolsa. El perro venteaba los huesos, los restos de carne y morcillas. Renqueando, salieron a la calle. El viejo miró hacia arriba, hacia la torre que vigilaba el puerto. El camino era corto, empinado. Lo subieron uno al lado del otro, con la misma constancia con la que el sol se levantaba ya en el horizonte. Y allá arriba, recostados contra los muros de la atalaya al tibio sol de la mañana, soñaron con los ojos abiertos los barcos que pasaban.

raulcamposval
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  • 8 de Septiembre de 2010 a las 18:53

XL: EPINICIOS

Autor: Indiana Velarde


LA ÚLTIMA NOCHE EN  ELBA
      De aquellos que me acompañaron en la última cabalgada, apenas si quedan unos pocos. He callado durante años… quizás siglos y sobre mi silencio se ha edificado el templo de una leyenda.
     De nada sirve recordar el nombre de antiguos héroes; henos aquí reunidos en una noche infame todos los que, de alguna manera, confabulamos con nuestros hechos para la consecución de una epopeya.  
     Ni el magno alejandrino, ni aquellos insignes africanos… los Publio, ni siquiera la saga inmortal de los Barca, se pueden comparar con el genio de los genios…
      Yo, el cabo inmortal, adalid de la República y protector del pueblo, he pasado infinitas horas con los ojos clavados en esta lengua de agua que se tiende, ora rizada de espuma, ora aletargada en la modorra de la bajamar, separándome de la gloria.
     Si con el aliento de un solo grito hubiera podido henchir las velas de mis naves, derribar los muros que la defienden, aventar a los cuatro puntos cardinales las almas de mis enemigos, sin vacilar lo hubiera hecho.
     Pero he dudado y no he querido lanzar ese grito de guerra que anhelaban mis legiones, con sus bayonetas inhiestas, presto el valor para la batalla. Porque cobardes son los hombres, no los ejércitos.
     Mil veces contemplé con mis ojos como el sol se ocultaba tras las murallas de ciudades asediadas. He presentido la muerte y no la he temido, sabedor de que con ello pagaba el precio de una victoria sublime. He soñado cada noche y en sueños he caminado entre los lejanos fuegos de campamento de mi memoria. He saludo la risa franca de Pierre, he aliviado el miedo infame en los ojos del tamborilero y dado consuelo al amigo, y al amigo del amigo.
      Sire, el Emperador de Europa, aquel que con el fragor de la batalla llevó hasta el último confín los mandamientos de un Nuevo Régimen. El hombre pero sin el hombre… el pueblo pero sin el pueblo… libertad, igualdad y fraternidad, al barbecho de campos ensangrentados. Pero, ¿qué es eso comparado con ganar un lugar en la Historia?, ¿quién no estaría dispuesto a semejante holocausto con tal de sentarse entre Marte y Júpiter?
  …el hombre que asoló las ruinas del Antiguo Régimen.
     ¡Josefina! Tus palabras en mi recuerdo saben a ausencia. El pálido erotismo enmarcado en tu rostro virgen todavía me estremece. Estoy viejo y cansado, anhelo regresar al origen en brazos de Tánatos, sin embargo tu reflejo en los espejos de mi alma me revive. Quiero levantarme de este infausto jergón, ahuyentar la humedad que corroe día tras día mis huesos, correr junto a ti.
     No quiero batallas, no quiero gloria, tan sólo te quiero a ti.
     Lágrimas de Eros vencido.
      …campos verdes, mies dispuesta a la siega que alberga la muerte entre sus tallos quebradizos. Casas aisladas que salpican una llanura. Una llanura que acoge a los solícitos dioses de la guerra. La última batalla.
     ¿Cuál será su último pensamiento? Cavilo contemplando el rostro crispado de mis soldados, apenas unos muchachos. Provincianos unos, pequeños burgueses otros, pero todos unidos bajo la escarapela del Imperio, todos unidos bajo el mismo manto púrpura…
      … El mar se arroja con serenidad sobre la playa, pero yo no puedo verlo. No puedo levantarme. Mis miembros doloridos ya no pueden con el peso de mi ajado esqueleto. La fragancia salina del mar llega hasta mí arrastrada  por la brisa; desde aquí puedo oír como las olas acarician el casco de un navío que se aproxima a la pequeña bahía. ¡Qué más da, pronto será nuevamente de día!

raulcamposval
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Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 8 de Septiembre de 2010 a las 19:00

Por cierto, creo que lo más razonable es que los 6 candidatos no emitieran votos. Alguien tiene algo que decir?


Vamos, adelante. 
r2-d2
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Fecha de ingreso: 26 de Diciembre de 2008
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  • 8 de Septiembre de 2010 a las 19:01
¿Un concurso sobre el concurso? ¿El re-concurso?

Ains... ¿no sería mejor, puesto que es trimestral, hacer un concurso de relato largo, entre 2.000 y 15.000 palabras? Así nos animamos a escribir, que es lo que mola.

Es solo una sugerencia.
raulcamposval
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Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 8 de Septiembre de 2010 a las 19:03
cita de bizarro

 

¿Me puedo votar a mí mismo?

Ahora estamos a tiempo de decidirlo. Yo preferiría que los concursantes no pudieran votar, pero lo podemos decidir ahora mismo y que se quede para siempre. 
r2-d2
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Fecha de ingreso: 26 de Diciembre de 2008
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  • 8 de Septiembre de 2010 a las 19:03
cita de raulcamposval Por cierto, creo que lo más razonable es que los 6 candidatos no emitieran votos. Alguien tiene algo que decir?

Vamos, adelante. 
Bueno, esa norma despeja todas mis dudas.

Independientemente de la iniciativa de esta revista, yo sigo sosteniendo la del relato largo. Si interesa, que alguien abra hilo aparte, para no molestar aquí.
raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 8 de Septiembre de 2010 a las 19:05
cita de R2_D2 ¿Un concurso sobre el concurso? ¿El re-concurso?

Ains... ¿no sería mejor, puesto que es trimestral, hacer un concurso de relato largo, entre 2.000 y 15.000 palabras? Así nos animamos a escribir, que es lo que mola.

Es solo una sugerencia.
R2, no es un concurso: en la revista más literatura tienen espacio para 1 reseña y una entrevista, y jcboiza pensó que ese lugar debería ocuparlo el autor del mejor relato de los concursos precedentes a la publicación de la revista. 

No es un reconcurso, es simplemente una selección clara y sencilla. 

A ver, hay un premio y seis candidatos, es tan sencillo como eso. 

La gente lee, vota y el que más puntos saque sale en la revista. 
jpiqueras
Mensajes: 2.805
Fecha de ingreso: 9 de Julio de 2009
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  • 8 de Septiembre de 2010 a las 19:13
cita de R2_D2 ¿Un concurso sobre el concurso? ¿El re-concurso?

Ains... ¿no sería mejor, puesto que es trimestral, hacer un concurso de relato largo, entre 2.000 y 15.000 palabras? Así nos animamos a escribir, que es lo que mola.

Es solo una sugerencia.

Un concurso trimestral de relato largo. Casi como de novela corta, vamos. Estaría bien.

Si la propuesta prospera
y va para adelante
me apunto yo
como primer participante.

Si a los demás no les importa,
ahora mismo escribo
una novela corta.

Buena propuesta. La apoyo. :o)

r2-d2
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Fecha de ingreso: 26 de Diciembre de 2008
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  • 8 de Septiembre de 2010 a las 20:05
Increible.
raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 9 de Septiembre de 2010 a las 8:53

Sí se van a incluir, pero cada 6 meses, al tratarse de concursos mensuales y no quincenales. Todo se andará. 


De momento hay que consolidar esto. Se está decidiendo cual de los 6 relatos merece que su autor tenga reseña y entrevista en la revista Más Literatura. 
Hay que votar ya. 

Si nadie dice nada al respecto, creo que lo mejor será que Indiana, Manuel Vicent, bizarro, raulcamposval y R2D2 no podamos votar. Tenéis que votar los demás. Vamos. Romped el hielo. 
simpatialaboral
simpatialaboral
Mensajes: 729
Fecha de ingreso: 6 de Diciembre de 2009
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  • 9 de Septiembre de 2010 a las 9:01

Mi opinión en este caso es que uno de los dos relatos de IndianaVelarde, al haber ganado en dos ocasiones, sería tan adecuado como otras opciones; pero es mi preferida.

En el caso de votar, no me siento con ánimos de descartar 5 relatos que han ganado y que se merecen aparecer.
Es otro criterio, pero menos hiriente en un concurso lleno de cadáveres.
r2-d2
Mensajes: 3.171
Fecha de ingreso: 26 de Diciembre de 2008
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  • 9 de Septiembre de 2010 a las 9:59
Bueno, ¿y por qué no selecciona el Consejo de Redacción de la Revista? Lo digo sin segundas de ningún tipo: es un criterio perfectamente válido, como cualquier otro, como el nuestro cuando votamos en su momento.

El problema es que re-votar me temo que no suele apetecer, que están demasiado recientes las votaciones.
jpiqueras
Mensajes: 2.805
Fecha de ingreso: 9 de Julio de 2009
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  • 9 de Septiembre de 2010 a las 10:27

Sugiero que, para ser objetivos y respetar los gustos y las decisiones de los votantes de algún modo, se ponderen las votaciones obtenidas por esos seis relatos. Supongo que alguien tiene las tablas de las votaciones. Pues bien, calculad la nota media (puntos obtenidos dividido por número de votantes en esa edición). Por ejemplo: 36 puntos y catorce votantes: 36/14= 2.57.

Si se produjese empate calcular la nota de "calidad o nivel" de las votaciones. Es decir, la nota media tomando solo las puntuaciones. Por ejemplo, 5,4,4,3,1,4,5,3,3,4 = 36 y 5,5,5,4,4,2,4,4,3 = 36. Pero en el primer caso la media es de 3.6 y en el segundo de 4.

Josep

Edito: Se podría hacer al revés. Ponderar primero la "nota de calidad o nivel", que de alguna manera premia el haber obtenido más cincos y cuatros (en la línea de Carlos). Y de haber empate, en ese caso valorar a continuación la nota media. Creo que esto sería lo más justo.

raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 9 de Septiembre de 2010 a las 12:13
cita de simpatialaboral Mi opinión en este caso es que uno de los dos relatos de IndianaVelarde, al haber ganado en dos ocasiones, sería tan adecuado como otras opciones; pero es mi preferida.
En el caso de votar, no me siento con ánimos de descartar 5 relatos que han ganado y que se merecen aparecer.
Es otro criterio, pero menos hiriente en un concurso lleno de cadáveres.
Anda, ya, simpatía: ¿quién ha dicho que el mundo sea justo? Se rifa una plaza en Más Literatura, y tenemos 6 candidatos. Punto y pelota. 

No es tan difícil, incluso para especialistas en buscarle tres pies al gato como nosotros. 
raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 9 de Septiembre de 2010 a las 12:14
Podéis empezar a votar. El domingo por la noche, el que tenga más puntos, tendrá derecho a aparecer en la revista.
jpiqueras
Mensajes: 2.805
Fecha de ingreso: 9 de Julio de 2009
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  • 9 de Septiembre de 2010 a las 12:32

Veo que sigue adelante lo del votar relatos que ya se votaron. Será bueno al final comparar el resultado de esta votación con el que habría dado mi sugerencia de la nota media y la nota de calidad.

Josep

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