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raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009

Recopilatorio 2009. GLORIA PANIAGUA. 13/09/2010 a 19/09/2010

13 de Septiembre de 2010 a las 12:29

Bien, gloria, si lo deseas puedes colgar aquí tus tres relatos escogidos entre los que presentaras a las ediciones comprendidas entre la I y la XXIII. 


En breve cuando los subas, empezaremos a opinar sobre ellos y escoger el que más nos guste. 
gloriapaniagua
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Fecha de ingreso: 16 de Abril de 2008
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  • 13 de Septiembre de 2010 a las 13:05

TEMA: El  EGO

 

EL HOMBRE HINCHADO


Lo había conocido por casualidad en el grupo de amigos que nos reuníamos en el café. Me intrigaba su aspecto, su manera altiva de mostrarse ante todos, ese querer llevar las conversaciones a su terreno y demostrarnos, agresivamente, que éramos unos estúpidos ignorantes, sobre todo si alguien le contradecía. Yo le observaba callado, analítico, haciéndome pasar por alguien vulgar. Él pensaba que yo era un ser anodino, manipulable, sin personalidad ni criterios propios, un tonto, en definitiva, pues mi aspecto externo incrementa esa idea.

Por azares de la vida, un día coincidimos solos en el café. Al principio nos analizamos sin disimulo, despectivos, contrariados, tensos. Tras unas copas y cigarrillos de más, le hice ver su propia realidad y la mía. Le hice sacar todo su aire de vanidad, y luego hice estallar el mío, de súbito, como jamás lo había hecho ante nadie, a modo de bofetón. Quedó muy desorientado, mudo, mirándome parpadeante con su altivez acostumbrada. Yo me reía, dándole palmaditas en el brazo. Salió de allí sin decir adiós, con el ceño fruncido, erguido, pero, en el fondo, adiviné, su ego iba deshinchándose como un globo pinchado por una mano intencionada y hábil. En el entorno quedó como su aire de orgullo herido, viciado, muy empalagoso, que me produjo náuseas.

Al poco tiempo, supe que él había cambiado la tertulia de nuestro café por la de un foro de Internet. Allí pretendía engañar a los demás con las cosas que nosotros tan bien conocíamos de él y ya no nos impresionaban ni tolerábamos, sobre todo yo. Quedamos muy tranquilos, y yo trazando, a marchas forzadas, mis nuevos senderos de poder.

Pasado bastante tiempo, un día inesperado, volví a verlo en el café. Estaba oculto en la esquina de la barra, con un whisky en una mano, un puro en la otra, y la mirada ausente. Le eché un vistazo de superioridad. Rehuyó mis ojos, despreciativo. Percibí con gusto su cuerpo extremadamente delgado, su piel  de cera y pergamino y sus pupilas vidriosas.

Me senté en la mesa junto al ventanal, entre el grupo de mis jovencitos adoradores. Comencé a liderar la charla. Al rato llegó un chico de unos veinte años. Tenía el mismo aire que el de mi ex amigo el frustrado en sus años mozos, e idéntica actitud a la que tuve yo cuando me uní al grupo de amigos en ese mismo café, ya deshecho el genuino grupo por el paso del tiempo, los desacuerdos, las rivalidades y los achaques de unos y otros.

En este instante de soledad, no dejo de pensar qué me deparará el poco futuro que me queda, qué hará conmigo ese payaso y falso jovenzuelo pretencioso, en apariencia tímido y discreto, ese bichito que me observa con gesto burlón disimulado mientras cuento mis aciertos en todos los ámbitos de la vida a los bobos que me escuchan.

Ja, ja, me acabo de enterar de que, durante este amanecer, en el dormitorio de mi antiguo amigo frustrado sólo ha quedado de él la piel rugosa sobre sus finos huesos, como si fuera la de un globo deshinchado y roto, y mucho, mucho aire maloliente en el ambiente, circundando una atmósfera cargada de falsedades.

Debo pensar un buen ardid para anular al jovencito antes de que él acabe conmigo de forma parecida. Mi reino es la tertulia del café, yo su eje, el Dios, hecho a sí mismo, que todos esos simplones admiran.

 

 

 

 

 

 

gloriapaniagua
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Fecha de ingreso: 16 de Abril de 2008
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  • 13 de Septiembre de 2010 a las 13:10

TEMA: EGIPTO

 

LA JOVEN KUSHITA


—Comience.

—Se sabe que Merytneith era hija de un artesano de la localidad de Qertassi, dedicado a la fabricación de papiros, cuya planta cultivaba con esmero en el valle del Nilo, y vendía, entre otros escribas, al rey Dyeser. La joven disfrutaba del minucioso proceso de elaboración del papiro. Le ensimismaba ver entrelazar las tiras de modo horizontal y vertical, formando dibujos geométricos que activaban su imaginación. También le gustaba ver cómo con aquella planta se hacían cestos de mimbre donde meter objetos, que copiaba cuando pudo dominar el cálamo, o se hacían sandalias que calzaba ilusionada, o cuerdas para unir cosas.
Desde pequeña, Merytneith estaba acostumbrada a estar entre papiros, a usar sus restos como juguetes y a utilizarlos como medio de expresión. Sobre ellos dibujaba con su pequeño cálamo, con trazo inseguro primero, después firme, ágil. Más adelante, inventaba jeroglíficos. Dada su destreza, su padre, entusiasmado, la guiaba en el aprendizaje de su arte, con sumo orgullo y paciencia. Habilidosa en todo, la joven acabó también haciendo sus propios papiros.
En su juventud, Merytneith parecía vivir exclusivamente para plasmar en los papiros sus inquietudes. Solía sentarse a la orilla izquierda del Nilo, la zona donde vivía, antes de la caída del sol, con los pies metidos en el agua y el papiro sobre la tablilla colocada encima de sus muslos. Sobre él iba reflejando su hábil escritura jeroglífica. Desde su analítica y aguda inteligencia, y desde sus enormes y azulados ojos, sus observaciones eran muy acertadas. En aquel inmenso papiro iba dejando evidencia de sus sentimientos y costumbres, de la vida que llevaba o aspiraba, de sus deseos de aventura; y conclusiones sobre la forma externa e interna del organismo humano y animal, que plasmaba en dibujos casi idénticos al original. También dibujaba, de su invención, diversos objetos prácticos para facilitar la ardua tarea cotidiana de mujeres y hombres (que su padre construía), y escribía, soñadora, sobre sus ansias de viajar algún día más allá del río que acrecentaba sus fantasías, en busca de otro mundo y de posibles aventuras de todo tipo.
Al poco tiempo de frecuentar el río, Merytneith se dio cuenta de que, en ocasiones, era observada por un hombre de alto rango, que se detenía cerca de ella, junto a su numerosa escolta. Ella prefería no hacerse conjeturas equívocas sobre aquel personaje. Se limitaba a mirarlo de reojo, a demostrarle, con cierta altivez, su indiferencia hacia su persona, hacia su buen aspecto físico; vivía concentrada en su pasión por escribir y dibujar, sobre el amadísimo papiro, al frescor del caudaloso río.
Cuando le habló a su padre del misterioso personaje, éste le explicó que aquel hombre peculiar era Dyeser, el rey que controlaba la región donde vivían. Le contó que su querido entorno era un virreinato de Egipto, formado por gente luchadora e independiente, y que el rey frecuentaba la zona en busca de nuevos papiros para sus escritos, pues le gustaba verlos fabricar y adquirirlos en el que consideraba mejor taller artesano de la región, el taller donde ella había nacido y crecido feliz. Tras esa aclaración, Merytneith se sintió muy contenta, tranquila, ilusionada, bastante confiada de aquella mirada insistente y periódica del rey.
Sorpresivamente, un día que estaba ensimismada, tarareando a orillas del río, notó sobre sus torneados hombros unas rudas manos, sujetándola con fuerza, y diciéndole:
—El faraón te quiere a su lado.
—¡¡No!! –gritó Merytneith.
—No temas. El faraón te cuidará, te ofrecerá todo lo que deseas.
—Yo sólo quiero escribir, dibujar y volar como las aves.
Antes de forcejear contra el que consideró su enemigo, la joven pudo expresar sobre el papiro su desgarro, el breve diálogo mantenido con el hombre, su deseo de ser completamente libre, a través de signos temblorosos, desiguales.
En días sucesivos, el río Nilo no volvió a reflejar la esbelta y achocolatada figura de la joven kushita danzando en su orilla, ni a oír sus fantasías, ni el afinado y alegre tarareo de su voz, ni a sentir sus pies agitando la cristalina corriente.

—Continúe.

—En 1960, durante el traslado del Kiosko de Qertassi a su nuevo emplazamiento en la isla de Kalashba, el grupo de arqueólogos descubrió en un ataúd el cuerpo de una joven, casi intacto, abrazada a un largo papiro aún legible. Ambos fueron objeto de exhaustivos estudios y análisis, de múltiples dudas, como recordará. Yo era entonces un niño.
Los expertos en jeroglíficos confirmaron la identidad de la autora de aquellos escritos. El papiro estaba encabezado por unos grandes caracteres, cuya traducción decía: Vida, deseos y observaciones de Merytneith, durante el reinado de Dyeser.
En consecuencia, acordaron que el contenido reflejaba claras evidencias de la época vivida por la joven, la realidad de su inteligente escrito y dibujos plasmados en el papiro, y la peculiar atracción que debió sentir Dyeser hacia ella, y el temor de ella hacia él, narrado con detalle por la joven.
En el conjunto del texto se fue descubriendo que la joven describía con claridad su propio aspecto físico, su forma de vida, sueños, ambiciones y observaciones sobre el entorno y el cuerpo humano. También sobre el rostro de aquel hombre especial que la observaba, cuya descripción coincidía con la fisonomía de Dyeser que se conoce a través de su estatua. Y, por supuesto, con los actos del personaje descritos con los hechos del farón: su capacidad literaria, arquitectónica, política, su calidad como gobernante. Mencionaba lo que se comentaba en su localidad acerca del inicio de la construcción de la famosa pirámide escalonada de Saqqara, ordenada por el, a ojos de la joven kushita, enigmático Dyeser.
Obviamente, llamó la atención a los expertos que el final de los jeroglíficos del papiro fuesen trazos temblorosos, justo los que narraban el inicio de su, aparente, secuestro, y que, a partir de ahí, el papiro apareciera en blanco.
Los expertos determinaron que Merytneith había sido una precursora egipcia en varios campos, debido a la diversidad de hallazgos, de inventos útiles para la vida cotidiana, de sus hondas conclusiones y diestros dibujos sobre anatomía humana, animal, o perfectos dibujos de rostros y paisajes del entorno.
Tras completar y dar por válidos los concienzudos análisis, sus restos, junto al papiro, fueron introducidos en una urna de cristal. Ésta fue colocada en el museo Egipcio de nuestra ciudad, en lugar preferencial. Casualmente, compartió sala con Dyeser algunas décadas. La etiqueta decía: Joven Nubia (kushita), primera mujer artista, escritora, inventora y científica egipcia, reinado de Dyeser (Zoser), segundo rey de la III Dinastía, años 2665 a 2645 a. C.

—Concluya, por favor.

—Recientemente, como sabe, su cuerpo y papiro han desaparecido de la urna. Se afirma que un apasionado egiptólogo, subyugado por el magnetismo de la joven, los ha sustraído para su colección particular. En la urna sólo ha quedado un mechón de su negro cabello y el trozo de una de las esquinas del papiro.
Su cuerpo debe continuar en posesión de su admirador. Se sospecha que éste debe de ser un multimillonario americano o ruso, o un egipcio (quizás descendiente de aquella desaparecida dinastía), apasionado del arte, la ciencia y la cultura de nuestro país. La policía aún no ha podido descubrir al autor de tal capricho o expolio, una pena, pero nunca es tarde.
Se supone que tras la desaparición de Merytneith junto al río Nilo, nadie de su entorno volvió a saber qué fue de ella: si vivió felizmente con Dyeser, como tercera esposa (la identidad de aquella esposa es aún turbia) o murió en el forcejeo.
La urna, con el mechón y el trozo de papiro, no está en su sala. El director del museo ha decidido apartarla de la vista del público, hacer correr la voz de que la vida de la joven kushita es un bulo y no tiene valor histórico. Extraño, ¿verdad?
Algunos desconfían de los argumentos del director. Se siguen preguntando también, entre otras cosas, qué relación pudo haber habido entre la joven y el Kiosko de Qertassi.
Por el bien de la cultura de nuestro querido Egipto, señor presidente, y como egiptólogo, debo investigar sobre ello, pero necesito toda su ayuda, y la policial. Debemos saber qué pasó de verdad la tarde que desapareció la joven kushita, qué fue de su vida tras el secuestro: si llegó a ser una de las esposas de Dyeser, simplemente una amante o nada, una víctima en manos depravadas, y dónde y quién preserva sus restos.

—Comience cuanto antes, querido amigo.

gloriapaniagua
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Fecha de ingreso: 16 de Abril de 2008
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  • 13 de Septiembre de 2010 a las 13:16

TEMA: DETECTIVES

 

TARDE DE CONCIERTO


Recuerdo que el Allegro final, de la tercera Sinfonía de Brahms, sonaba aquella noche diferente a lo habitual en la Filarmónica de Berlín. Los movimientos de brazos de Egbert Fleischer resultaban tensos, como si fueran mazas golpeando entre el aire. El cuerpo de Egbert disimulaba el temblor en una danza sobre el podium, inapreciable para quienes no lo conocían tan a fondo como yo. Durante unos segundos, Egbert detuvo la batuta a lo largo de su brazo derecho en dirección a la sección de los contrabajos. Los músicos proseguían tocando, mirándose de soslayo unos a otros. De repente se escuchó un estrépito que sobresalía del sonido orquestal. Las exclamaciones me indicaron que se trataba de algo grave. Mi asiento en la sala y algunas cabezas me impedían la visibilidad total de ese ángulo de la orquesta. Una voz masculina, desde la primera fila de butacas cercanas a los contrabajos, dijo que un contrabajista se había mareado y caído al suelo junto con su instrumento. En ese instante, Egbert salía de escena, apresurado y pálido, dando traspiés, con la batuta apretada en el puño, sin atender a nadie. Se interrumpió el concierto. Como pude, salí de la sala en dirección al camerino de Egbert. Cuando llegué no había nadie, sólo hallé la batuta en el suelo, con la que había tropezado tras la puerta entornada. La cogí. Al ponerla sobre la mesa noté en ella algo raro. La escudriñé entre mis manos. Era algo más gruesa de lo normal y contenía un mecanismo en la empuñadura que me dejó alerta. Vi que el abrigo de Egbert no estaba, ni su cartera.
Volví a la sala. Ésta estaba ya casi vacía. El nerviosismo y las prisas reinantes me inquietaron. Sobre el escenario quedaban los instrumentos, atriles y sillas, y en el suelo el largo y fino cuerpo del contrabajista, y su instrumento. Un grupo de instrumentistas lo cercaba en un silencio sorpresivo. Alguien dijo que el joven había muerto. La víctima era Ellery, el hombre que últimamente se inmiscuía en nuestras vidas. Disimulé mi miedo en una exclamación ahogada sobre mis palmas. Entre el revuelo creciente, me fui a toda prisa sin llamar la atención, antes de que llegase la ambulancia y evadiendo las preguntas de unos y otros. Volví al camerino y guardé la batuta en mi bolso. Mi afición al género policíaco y mis cursos de detective en la juventud agudizaron mi instinto. Salí del auditorio, buscando a Egbert. Fui en busca del coche. No vi rastro de ninguno. Mientras atravesaba Tiergarten en un taxi de regreso a casa, no dejaba de pensar en la breve vida del joven que yacía sobre el suelo de un auditorio que un día ansió pisar como logro de sus metas, según nos contó en una ocasión.

Cuando entré a mi casa, Egbert no estaba. Con toda la paciencia que pude, me senté y volví a observar la batuta. Deduje que aquel objeto inocente acababa de ser el utensilio de un ajuste de cuentas de Egbert contra Ellery: en el centro de la batuta había un hueco del grosos de una aguja de coser lana, que junto al mecanismo resultaba ser el aparente causante de lo sucedido. ¡Hábiles manos e ingenio de mi marido en su batuta!
Egbert volvió a casa de madrugada, con el rostro desencajado, ebrio, como ausente. Al verme me abrazó temblando como le sucedía, a veces, antes de salir a escena, como tembló aquella misma tarde. Nos miramos entre silencios elocuentes. Le confirme:
—Tengo la batuta a buen recaudo. Nadie la ha visto. No temas. A ambos nos interesa este secreto. Comportémonos como debemos. Finjamos sin reparo.
Por su manera de mirarme y su aguda inteligencia, comprendió a la perfección mis palabras. Enmudecido, se durmió enroscado a mí tras ingerir una pastilla. Yo pasé la noche en vela, deduciendo, oyendo a Egbert musitar de vez en cuando entre sueños: “Libre pero feliz, Ellery”.

Al día siguiente, la policía nos interrogó. Llegaron a casa dos hombres con ropa de corte formal. Sus expresiones eran analíticas, amables. Los recibimos como a una amigable visita. Entre sorbos a nuestras consumiciones, nos informaron del modo como había sido asesinado Ellery. Los hechos coincidían con mi sospecha.
—Sentimos producirles tantas molestias, señores Fleischer. Somos admiradores de usted, señor Fleischer. Suelo ir a sus conciertos, pero no al de ayer —dijo el mayor.
—Y yo —apoyó el joven.
—Muchas gracias. Les enviaré unas entradas —sonrió Egbert.
Ambos emitieron una entusiasta mueca, asintiendo.
—Nos interesa, sobre todo, saber por qué salió usted tan rápido de escena tras la caída del contrabajista, señor Fleischer, ¿es posible? —interrogaba el mayor.
—Me sentía muy mareado, sin fuerzas para continuar, y no me di cuenta de lo sucedido a Ellery.
—¿Diría que todo fue una casualidad? –apuntó el joven policía.
—Lo afirmo rotundamente —respondió Egbert con serenidad disimulada.
—Mi marido tiene anemia y problemas de cervicales. Últimamente sufre mareos, sobre todo en ciertos conciertos que requieren de mucha concentración y energía.
—Los años no perdonan —dijo Egbert con desenfado, sonriendo levemente.
Y los excesos tampoco, pensé yo.
—Entiendo, perdone. —Y se dirigió a mí el policía mayor—. Y usted, señora ¿no notó nada raro en su entorno?
—No, nada, solamente que mi marido se encontraba mal. Salí de la sala para ayudarle, como he hecho en otras ocasiones parecidas. La casualidad hizo que lo de Ellery y Egbert coincidiese.
—Sí, eso parece. Bien, entiendo, ya sabía de sus mareos —asentía convencido.
—Sí, claro, se han convertido en comidilla y burla hacia mi persona —dijo resignado Egbert—. Debo pensar en retirarme, sobre todo a partir de este desagradable suceso.
Todos nos sonreímos levemente. Yo asentí, acariciando la mano de Egbert.
—Tengo entendido que ustedes tenían cierta amistad con el fallecido —dijo el policía joven.
—Sí, claro, y con otros músicos de la orquesta —argumentó Egbert.
—Y esta batuta…
Cogió otra batuta que estaba junto a la cartera de Egbert. La examinó. Ambas cosas las había dejado yo sobre la mesita, intencionadamente.
—¿La utilizó en el concierto?
—Sí, es la que uso siempre. Me da suerte —sonrió Egbert, sereno.
—Cuando volvimos, Egbert dejó sus cosas sobre esta mesita. Perdonen el desorden pero se sentía tan mal que...
—Entiendo. Bien, señores, pues, visto lo visto, pueden quedar tranquilos. Espero que este asunto concluya cuanto antes sin tener que recurrir a nuevas declaraciones con ustedes.
Tan pocas sospecha proyectamos hacia ellos que nos pidieron reiteradas disculpas. Nunca más nos molestaron. Quedamos contentos.
Nuestra vida continuó como si nada hubiera sucedido, de cara a los demás, aunque en nuestros respectivos corazones y mentes todo había dado el último vuelco.

El caso se cerró pasado un año, al no obtener la policía ninguna prueba de culpabilidad contra nadie, de no hallar enemigos evidentes en el entorno del contrabajista.
No se conoció al causante de la muerte de Ellery, la mano que había disparado sobre su pecho un punzón envenenado. Sólo Egbert y yo sabíamos de la existencia de aquella batuta trucada. Nunca fue necesario decirle abiertamente a Egbert que había deducido su artimaña y culpa. Continuamos viviendo juntos como la pareja perfecta que desde hacía tiempo fingíamos ser, como si aquella desgracia hubiera sido ocasionada por un enemigo de Ellery, desconocido nuestro.
Según la policía, quien disparó el punzón a Ellery lo hizo desde el último anfiteatro de la sala, y huyó sin dejar rastro de su identidad.
Confío en que nunca se reabra el caso.

Tras su retirada, Egbert menciona con frecuencia, entre una risita sarcástica, la frase en la que se basó Brahms para componer su tercera Sinfonía, la que dirigió por última vez aquella tarde en Berlín: “Frei aber froh”. Sí, efectivamente, Egbert se sentía libre de Ellery, el oculto amor que lo había traicionado con un jovencísimo bailarín de la ópera berlinesa (según mi particular y reciente investigación), pero feliz consigo mismo por haberse enfrentado a su engaño y burla.
Ay, Egbert querido, siempre tan soberbio y egocéntrico.

Ahora yo me siento libre de hacer lo que quiero, de iniciar nuevas aventuras amorosas y de mantener mis privilegios junto a mi marido. Desde aquel último concierto de la Sinfonía de Brahms, nuestra vida en común y mi vida sentimental las dirijo yo, y a la Filarmónica de Berlín otros directores más jóvenes, más masculinos y equilibrados que Egbert.

¡Mi baza es la batuta!

raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 13 de Septiembre de 2010 a las 13:35

Muchísimas gracias, gloria, pero leerte hoy y comentar y escoger mañana. 


Ánimo, chicos.
raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 14 de Septiembre de 2010 a las 10:31

Tras leer los tres relatos, me ha quedado la impresión de que podrías sacarles más rendimiento a una buenísimas ideas en los tres casos. El más equilibrado y resuelto es el hombre hinchado. El de Egipto es un listado de documentación apenas hilado con las palabras del presidente del país. El tercero me gusta muchísimo, pero habría que afianzarlo y cambiarle algunas frases que me suenan horrorosas. 


Yo me inclino por El concierto. En breve veré lo que sería interesante cambiar y lo discutimos. 
gloriapaniagua
Mensajes: 879
Fecha de ingreso: 16 de Abril de 2008
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  • 14 de Septiembre de 2010 a las 12:19
cita de raulcamposval Tras leer los tres relatos, me ha quedado la impresión de que podrías sacarles más rendimiento a una buenísimas ideas en los tres casos. El más equilibrado y resuelto es el hombre hinchado. El de Egipto es un listado de documentación apenas hilado con las palabras del presidente del país. El tercero me gusta muchísimo, pero habría que afianzarlo y cambiarle algunas frases que me suenan horrorosas. 

Yo me inclino por El concierto. En breve veré lo que sería interesante cambiar y lo discutimos. 
En general, estoy de acuerdo con tu opinión sobre mis relatos. Sin duda, el más armado es El hombre hinchado. La joven kushita da para una novela que quizás escriba algún día. Sobre Tarde de concierto deseo saber cuáles son esas frases que te parecen tan horrorosas. Espero que sean pocas, si no...
tenientetulip
tenientetulip
Mensajes: 848
Fecha de ingreso: 26 de Septiembre de 2008
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  • 15 de Septiembre de 2010 a las 18:11

Completamente de acuerdo con camposval. Mi voto es para El Concierto, el más sólido de los tres, despierta mi interés como lector (la historia fue tirando de mí hasta el final) y es al que más partido se le puede sacar con menos cambios.


Volveré a leerlo.
raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 15 de Septiembre de 2010 a las 20:10

Esto es lo que yo he visto que habría que retocar. 


1.- …Allegro final(,) de la tercera… Sin coma. 

2.- …de Brahms(,) sonaba aquella…

3.- …la empuñadura que (me dejó) alerta. Yo pondría me puso alerta. 

4.- …a la sala. (É)sta estaba ta casi… Esta sin tilde. 

5.- …Salí del auditorio, buscando a Egbert, etc. etc. Yo escribiría: Salí del auditorio, buscando a Egbert. Llegué hasta su coche. No lo encontré. Mientras atravesaba… Esas pequeñas variaciones le dan más consistencia a la escena y mejoran la línea de los acontecimientos que me parecía un poco enrevesada (¿buscaba el coche y no encontró ninguno?, ¿de qué coche estamos hablando?, ¿no buscaba a su marido?, ¿o buscaba un taxi?). Con mis cambios, todo cobra sentido. 

6.- …entre silencios elocuentes. (Le confirmé:) -Tengo la batuta… Ese le confirmé se me antoja fuera de lugar. Yo lo quitaría por innecesario. 

7.- …había sido asesinado Ellery. (Los hechos coincidían con mi sospecha). -Sentimos… Yo quitaría esa frase, porque conduce a equívoco. Cualquier mujer ya estaría absolutamente segura de lo que ha ocurrido. Pero sobre todo cualquier lector ya sabe a esas alturas qué está pasando. La esposa de Egbert ya no debe de tener sospechas, aunque no lo haya confirmado por boca de su marido. En cualquier caso, quitando esa frase, queda mejor. 

8.- …ir a los conciertos, (pero) no al de ayer… Yo pondría: …ir a los conciertos, aunque no al de ayer. Es un pelín más acusador. De hecho me parece que has pintado a los policías como dos melómanos un poco lameculos, un poco jefe Bigun. Cambiando ese pero por el aunque, todavía les otorgas algo de mala leche e inteligencia. En fin. 

9.- …nuevas declaraciones (con ustedes). Me suena un tanto forzado. Hay varias soluciones, pero no sé cual puede ser de tu gusto y quedar mejor. Yo voto por quitar con ustedes. …Sin tener que recurrir a nuevas declaraciones. Tan pocas…

10.- …Tan pocas sospecha(s). Falta una ese. 

11.- …Tan pocas sospechas (proyectamos hacia ellos): dios mío, ¿es que eres ingeniera? Ja, ja… Las sospechas se levantan, pero lo de proyectar hacia ellos es lo más enrevesado que he leído en años. ¿Qué tal "Levantamos tan pocas sospechas que nos pidieron disculpas reiteradamente"? Mucho mejor, creo yo. 

12.- …(Quedamos contentos) Quedamos contentos? ??? ??? Dios santo, qué expresión. Bueno, a lo mejor estoy siendo un poco duro, pero es que me suena a rayos. Una tía tan lista como la mujer de Egbert no diría jamás "quedamos contentos". Si no puedes solucionarlo lo quitamos y punto.

13.- …en nuestros respectivos corazones y mentes????? En qué estabas pensando al escribir todo este párrafo. Puedes hacerlo mejor seguro. Reescríbelo entero, porque ahora ya sabes lo que quieres que suceda y sabrás cómo contarlo. 

14.- …particular y reciente investigación. Yo escribiría, según descubrí después de meses de investigación. Sin embargo, se le notaba feliz consigo mismo… Mucho mejor, pienso. Sacarlo del paréntesis y explicar que ella descubre la homosexualidad de su marido es la guinda del pastel. Una guinda entre paréntesis no mola nada. Acaso a las guindas no las sacas del bote antes de ponerlas encima de la tarta. 

15.- …Ahora soy libre para hacer… Creo que es más rotundo. Mejora. 

16.- Gran finale. Para darle más pegada a ese final, yo te recomiendo poner simplemente "Nunca le dije donde guardé la batuta". 


Por favor, valora estos cambios y hacemos lo que te parezca mejor. Considero la mayor parte de ellos necesarios para que el relato mejore un poco. Pero es un buen cuento, al que sólo le falta pelín de maquillaje. Enhorabuena. 

oniria
oniria
Mensajes: 2.267
Fecha de ingreso: 15 de Febrero de 2009
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  • 16 de Septiembre de 2010 a las 15:15
También pienso que El Hombre Hinchado destaca, por historia, por planteamiento llamativo, por fuerza del lenguaje... Creo que es un gran relato.

Sólo cambiaría, en el final,

" el Dios, hecho a sí mismo, que todos esos simplones admiran. "

Quitaría las comas

" el Dios hecho a sí mismo que todos esos simplones admiran. "

Y mira que yo soy de meter la coma hasta el fondo... ;PP
oniria
oniria
Mensajes: 2.267
Fecha de ingreso: 15 de Febrero de 2009
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  • 16 de Septiembre de 2010 a las 15:57
jajaja malo (o eso, o la mala soy yo ;DD)
raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 16 de Septiembre de 2010 a las 16:33

Tarde de Concierto 2

El hombre hinchado 2
La joven kushita 0

Por favor, voten y opinen. 
gloriapaniagua
Mensajes: 879
Fecha de ingreso: 16 de Abril de 2008
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  • 17 de Septiembre de 2010 a las 11:21

Pato: ja, ja, ¡menuda lista de horrores! Cuando la lea detenidamentente decidiré qué cambio. Muchas gracias por tu esfuerzo, siempre tan bien hecho y útil.

Teniente: como compartes gusto por Tarde de concierto con el Pato, me gustaría saber tu opinión a fondo sobre ese relato. 

Bizarro: me alegra que te parezca El hombre hinchado un buen relato, que no le hayas puesto pegas. Creo recordar que le diste un 5.

Oniria: gracias por la buena opinión que tienes sobre EHH, aunque lo de quitar la coma no lo comparto.

Y bueno, chi@s, espero más comentarios, críticas y lo que queráis. Venga, a leer y a opinar, que no se diga...

Ahora tengo otras cosas que hacer.

oniria
oniria
Mensajes: 2.267
Fecha de ingreso: 15 de Febrero de 2009
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  • 17 de Septiembre de 2010 a las 12:18
jaja de nada ;D

*cuando se despista en sus cosas, coge las comas y huye* ;DDD
raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 17 de Septiembre de 2010 a las 14:55

Sigue el empate, ¿verdad?

Bien, hay que deshacerlo. Alguien más que opine. 
danielhr
Mensajes: 1.359
Fecha de ingreso: 19 de Mayo de 2008
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  • 18 de Septiembre de 2010 a las 5:25

Hola chicos. Como ya os habréis dado cuenta, hace tiempo que no me dejo caer por aquí. La verdad es que me habría gustado implicarme en esto, pero al estar sin conexión durante el verano, me fue imposible. Curioseando ayer por el foro, advertí el empate entre los dos relatos elegidos por Gloria. Así que, puestos a desempatar, os diré cuál es mi favorito.


De entre todos los propuestos, me quedo con El hombre hinchado. Es uno de los cuentos de Gloria de los que guardo un  mejor  recuerdo, metiéndose en el Top five de mi lista de ganadores en aquella lejana V Edición. Este relato me pareció buenísimo y es, en mi opinión, una de las mejores creaciones de Gloria. Para refrescar la memoria, paso a dejar el comentario que hice de él por entonces;

(...) El hombre hinchado: trata el ego desde una perspectiva más realista, haciendo hincapié en como éste afecta a nuestras relaciones personales. Desde mi punto de vista, es el relato que más se ajusta al tema propuesto para esta quincena. ¿Cuántas veces, en nuestra vida diaria, nos habremos encontrado con ese personaje que se cree superior a los demás? ¿Y cuántas otras habremos deseado decirle que baje de su pedestal? El protagonista de la narración de Gloria se encarga de hacerlo por nosotros, pero en un brillante acto de justicia poética, el rebelde antinarcisista pasa a convertirse en el más egocéntrico de los parroquianos de ese café que suele frecuentar, observando de reojo y desconfianza a los nuevos amigos que se sientan a su mesa. Muy bien escrito y estupendamente narrado. ¿Qué más queréis?

Con respecto a los demás, lo cierto es que nunca tuve la ocasión de leerlos. La joven Kushita me pilló en mitad de los exámenes de junio / julio del año pasado (siendo Maestra de Ceremonias Oniria, creo recordar); mientras que Tarde de concierto pertenece a la época en la que yo ya había abandonado el concurso. Después de la lectura de ambos cuentos, sigo pensando que El hombre... me parece el más logrado y original (sin desmerecer, por supuesto, los otros dos). Así que por mi parte, y a la espera de que se anime alguien más, el desempate ya está desecho :-)
gloriapaniagua
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  • 20 de Septiembre de 2010 a las 12:17

Daniel: qué alegría verte por aquí con nueva imagen y leer tus estupendos comentarios.

Espero que participes de nuevo en alguno de los concurso que tenemos.

Gracias por molestarte en leerme y opinar. Si nadie más lo hace, el desempate está hecho. Presentía que la mayoría iba a elegir El hombre hinchado. Me parece bien, quedé contenta al escribirlo, aunque  reconozco que  le tengo un gran cariño a la Joven kushita y un algo especial a Tarde de concierto, pero admito que EHH pueda ser globalmente más redondo.

raulcamposval
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  • 22 de Septiembre de 2010 a las 14:12

Bien, parece ser que el hombre hinchado es el favorito. Si no hay nada que mejorar en él, te ruego que lo cuelgues en el hilo de relatos recopilados.


Mortfan nos espera. 
gloriapaniagua
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  • 24 de Septiembre de 2010 a las 12:45

Bizarro: el día que escribí EHH sólo bebí muuuuucho agua.

 

Pato Raúl: El hombre hinchado ya está en el hilo de recopilatorios 2009, visto que nadie hace correcciones y dando paso a Morfan.