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raulcamposval
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Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009

RECOPILATORIO 2009. DANIELHR. 04/10/10 a 10/10/10

1 de Octubre de 2010 a las 14:21

Señor Daniel, 

cuando usted quiera, ponga aquí sus tres relatos. 
danielhr
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Fecha de ingreso: 19 de Mayo de 2008
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  • 1 de Octubre de 2010 a las 17:11
¡Oído cocina! Mañana empezaremos con el posteo :D
danielhr
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Fecha de ingreso: 19 de Mayo de 2008
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  • 2 de Octubre de 2010 a las 16:29
VIII Edición: Cuentos infantiles.

EL DUENDE

Soldado de plomo, ¿quieres dejar de mirar lo que no te importa?
Hans Christian AndersenEl valiente soldadito de plomo

Érase que se era, un Duende que vivía en una caja de broma. Cuando se le daba cuerda, un resorte hacía que saliese disparado y diese un buen susto a todo el que estuviese delante de él. Cuando llegó a la casa de sus dueños, éstos lo convirtieron en la novedad de la temporada. Cada tarde era una fiesta y todo el mundo celebraba su intervención entre risas y aplausos. Cuando las carcajadas del público aumentaban de intensidad, el Duende se quitaba su sombrero y saludaba a los presentes, encantado de que su espectáculo hubiese tenido tanto éxito. Por las noches, analizaba cuidadosamente la representación de esa misma tarde, tratando de idear nuevos números para así sorprender a su público.
A pocos pasos de donde vivía nuestro amigo, se alzaba un castillo de cartón. La Bailarina estaba allí, sostenida sobre una única pierna en un maravilloso pase de baile, al tiempo que su vestido se reflejaba sobre un lago de cristal. ¡Era tan bonita! El Duende la veía bailar todas las noches, admirado de su belleza y elegancia. Estaba claro que se había enamorado de ella.
Y tanto fue el tiempo que la admiró en secreto que el Duende ya no volvió a ser el mismo. Ni siquiera se molestaba en ensayar su número. Cuando se le daba cuerda, ya no saltaba con el mismo entusiasmo de antes, de modo que sus dueños se acabaron aburriendo de él. Pero al Duende no le importó. En su cabeza estaba la Bailarina y sus graciosos pasos de baile.
-¡Qué criatura más extraordinaria! -se decía si mismo antes de dormir-. Si ella me lo pidiese, sería capaz de saltar hasta el techo. Actuar ante los dueños de la casa está muy bien, pero así no hago más que desperdiciar mi talento. ¡A partir de ahora actuaré únicamente para ella!
Y desde ese dia, cada vez que se encontraba con la Bailarina, pegaba tales saltos que cualquiera lo habría confundido con un cohete.
-Salta usted muy alto -le dijo ella en una ocasión-. Si continúa así, tal vez le de permiso para venir a verme.
El Duende no hacía más que soñar con la hermosa muñequita y en imaginar lo maravilloso que sería su noviazgo. Las más dulces fantasías sobrevolaban su imaginación. Pronto se dio cuenta de que aquel castillete de papel era un lugar poco apropiado para ella. Entonces tuvo la solución: ¡la llevaría al mágico Reino de la Luna! Allí serían recibidos por sus bondadosos soberanos, quienes abrirían la sala de baile de su palacio para así festejar su llegada. ¡Y todo el pueblo estaría invitado! De nuevo los salones del palacio volverían a iluminarse, y todo el mundo hablaría de la elegancia de la Bailarina y de la exquisita cortesía del Duende.
-¡Qué buena pareja hacen esos dos! -murmurarían los invitados. Y tanto la Bailarina como el Duende sonreirían felices.
Cansados de tanto bailar, el geniecillo llevaría a su novia hacia el jardín más apartado del palacio. Y allí le hablaría de su amor, mientras que varias estrellas fugaces cruzarían veloces el firmamento.
El Duende se perdía en sus pensamientos. El día menos pensado se declararía... Hasta entonces, se contentaría con seguir actuando para ella.
Pero pasado el tiempo, la Bailarina dejó de prestar atención a las acrobacias del Duende, llegando a comportarse de forma grosera y a negarse a recibirle cuando éste la visitaba. El motivo de esta actitud se debía a un soldado de plomo que había llegado a la casa hacía pocos días. La primera noche, el Soldado y sus compañeros salieron de su cuartel y desfilaron ante el castillo de la Bailarina, que contemplaba la marcha muy admirada.
-¡Qué guapo es! -pensó-. ¡Lástima que le falte una pierna!
Cuando el regimiento llegó hasta la puerta del palacio, el Soldado pasó revista a sus compañeros y les obligó a que presentaran sus armas. Su autoridad impresionó a la damita, que accedió a que viniera a verla todas las noches.
Y el Soldado le tomó la palabra. Era habitual verle en los jardines del palacio de papel contándole, entre otras cosas, cómo había perdido su pierna. Ni que decir tiene que ella le escuchaba admirada.
-Teníamos que tomar la colina pero... ¡atención! Por el lado derecho apareció la infantería enemiga, apoyada por la caballería del general Von Büchenffausen...
El Duende no podía evitar reírse ante semejante historia. Siempre que se la oía contar, lo hacía cambiando algún detalle. Unas veces, la caballería se multiplicaba por dos; en otra ocasión, la infantería enemiga cuadriplicaba su número; otro día, el general de nombre impronunciable llevaba otro distinto... Pero aún sabiendo que la historia era mentira no podía dejar de prestarle atención, pues el Soldado la contaba muy bien. Lo mismo debía pensar la Bailarina, que rara vez se paraba a reflexionar sobre el contenido de las historias que escuchaba. ¡Pensar demasiado le daba tanto sueño...!
-¡Ojalá yo también supiera contar cuentos tan maravillosos! Así tal vez me ganaría la admiración de la Bailarina -pensó el Duende.
Entonces cayó en la cuenta de que él nunca había corrido una aventura tan emocionante como las vividas por el Soldado, pero sí que podía contarle todos aquellos sueños que había tenido junto a ella. La Bailarina, que tenía un corazón noble y sentimental, terminaría conmoviéndose ante la historia del Reino de la Luna, mucho más bonita que esos cuentos de asaltos y batallas que tanto parecían impresionarla.
Aquella noche, el Duende se aseó lo mejor que pudo, se ajustó los cascabeles de su sombrero y procuró recortarse correctamente la barba. Cuando estuvo seguro de que ningún otro gnomo pudiese hacerle sombra, se dirigió al castillo de papel.
Encontró a la Bailarina ante la puerta del palacio, practicando el mismo pase de baile que le había visto hacer el primer día. El Duende creyó que sería bien recibido, pero no fue así. Pese a que se mostró educado con la dama, ésta hizo gala de una notable frialdad. Aún así, el geniecillo decidió contarle su sueño, con la esperanza de que tal vez lograra enternecerla.
-¡Qué disparate! -dijo ella cuando terminó-. Nadie puede caminar por la Luna sin que se caiga de cabeza al mar. Hágase un favor a sí mismo y ponga los pies en el suelo, que es donde deben estar.
El Duende pareció sorprenderse por un momento pero, aún así, continuó contándole de qué color eran las paredes del palacio del rey y cómo eran aquellos bailes organizados por la reina. La Bailarina no pudo evitar aburrirse y ponerse de mal humor. Había escuchado aquella estúpida historia por educación, pero la cháchara ya resultaba insoportable.
-Si tanto le gustan esos bailes, le recomiendo que vaya a visitar a esa reina todas las noches -le contestó con desdén-. Estoy segura de que sabrá aprovechar mejor su tiempo que aquí. ¿Y quién sabe? Puede que tal vez llegue a enamorarse de usted. ¡Eso sí que sería gracioso!
Y dicho esto, continuó contemplándose ante el espejo. El Duende la miró horrorizado. ¡Ella no debía pensar así! Trató de volver a hablarle, pero no le hizo ningún caso. La Bailarina estaba tan embobada mirándose a sí misma, que no advirtió que el Duende se había alejado de allí entre sollozos.
Poco después apareció el Soldado y comenzó a cortejarla. Ella reía muy divertida. Parecía que había olvidado su repentino mal humor. Desde su caja, el Duende todavía alcanzó a escuchar sus risas.

* * *

Al día siguiente, los dueños de la casa celebraron una fiesta. Para sorprender a sus invitados, bajaron la caja del Duende al salón. Estuvieron mucho tiempo dándole cuerda para que saliera, pero nada ocurrió. Los niños abrieron la caja y se sorprendieron al ver que estaba vacía.
Aquella noche, el Soldado y la Bailarina bailaron alegremente al compás de la música. Pocos días después por fin se casaron. Pero ya nadie se acordaba del Duende, cuyos cascabeles brillaban entre las cenizas de la estufa.
danielhr
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Fecha de ingreso: 19 de Mayo de 2008
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  • 2 de Octubre de 2010 a las 16:34
XIV Edición: Apocalipsis.

UN DÍA CUALQUIERA

La ciudad entera acababa de despertarse. Sus habitantes casi podían considerarse afortunados. Era una de las pocas que se habían salvado de los bombardeos, pero aún así…
Mientras caminaba, Makoto revisaba mentalmente su horario. A primera hora tendría clase con “El Mapache”. ¡Dios, cómo lo odiaba! ¡Y pensar que no volvería a casa hasta la una!
–Si hubieras aprobado, no tendrías que estar yendo a clases particulares. ¡Bola de arroz!
¿Bola de arroz? Makoto se paró en seco. Por un momento, creyó que había pensado en voz alta.
–¡Hola, bola de arroz! –exclamó un alegre muchacho apareciendo detrás de ella.
–Hola, Hideki –le saludó ella ruborizándose, mientras procuraba tapar con la cartera el horrible zurcido que su madre le había hecho a su falda.
–¿Otra vez a la escuela de verano? –preguntó él.
–¡Ajá!
–Vaya…
Silencio. La alegría del joven pareció desvanecerse de pronto. Makoto sabía que Hideki estaba loco por ella. Y sin embargo…
–Oye, Makoto… –comenzó a decir.
–¿Qué pasa? –respondió ella poniéndose en guardia y temiéndose una posible declaración.
El muchacho parecía estar meditando cuidadosamente cuáles iban a ser sus palabras. Makoto, por su parte, le observaba expectante, preguntándose si así no contribuiría a ponerle aún más nervioso. Fuera como fuere, aquello le encantaba. La timidez había dado paso a la satisfacción.
Por fin Hideki pareció arrancar.
–Esta tarde iremos a casa de Ouchi –dijo–. Vamos a organizar una partida de Risk. ¿Quieres venir a vernos jugar?
Makoto suspiró, aunque no sabría decir si aliviada o decepcionada. “¡Así que era eso! ¡Menos mal!”
–Pues no lo sé –repuso–. Mi madre me había comentado de ir al parque a pintar…
–Vamos, Makoto, por favor –le rogó su amigo.
Ella se lo pensó durante un minuto. Ya no tenía ninguna duda. Le gustaba mucho ver la cara de carnero degollado que ponía el chico siempre que le pedía un favor.
–Está bien –respondió–. Pero sólo si me dejáis jugar.
–¿Qué? –exclamó Hideki sorprendido–. Los chicos me estarían tomando el pelo durante días.
–Pues entonces no iré –contestó ella dándole la espalda.
Hideki supo que no tenía alternativa. Tal vez por eso le gustara tanto. ¡Siempre se salía con la suya!
–Está bien. Te guardaremos un sitio. Pero a cambio, el próximo viernes iremos al cine.
–Trato hecho, pero la película la elegiré yo.
El chico le enseñó la lengua a modo de burla y corrió a ocultarse tras una farola, mientras fingía portar un arma.
–¡Estupendo! ¡Ya verás que paliza le damos al tonto de Ouchi! Se lo tiene muy creído.
Y casi sin dar tiempo a responder a su amiga, comenzó a imaginarse que estaba en mitad de un tiroteo.
–¡Ra-ta-ta-ta! –gritaba mientras daba órdenes que Makoto no entendía–. Derrotaremos a los americanos y marcharemos por las calles de Washington. ¡Boom! ¡Boom! Llegaremos hasta el corazón de Europa y liberaremos a nuestros hermanos alemanes. ¡Bang! ¡Bang!
Y se alejó de allí corriendo, como si de verdad se dispusiera a liberar él sólo Berlín. A lo lejos, Makoto escuchó un alegre "¡Hasta la tarde!"
Ella sonrió. Hideki era un buen chico. Quizá un "cabeza loca", como le gustaba decir a su padre... ¡Su padre! ¡Si la viera tonteando como una veinteañera…!
Pero papá ya no estaba...
Todavía recordaba la última carta que le había escrito a su madre. Cuando le preguntaba por ese asunto, la señora Kino cambiaba drásticamente de tema. Su madre había sido tajante con ella. Nunca le dejaría ver aquellas cartas.
Pero Makoto siempre había sido muy curiosa. Y una tarde, aprovechando que estaba sola en casa, abrió la cómoda y las vió. Se sorprendió cuando descubrió que había muchos más sobres escondidos entre la ropa. Convencida de que iba a pasar una agradable tarde de lectura, se las llevó a su cuarto y comenzó a leerlas.
Todavía no había acabado de leer las cinco primeras cuando decidió terminar con la sesión. Aquello no era lo que se había imaginado. Creyó que iba a encontrarse con alguna declaración romántica o algún recuerdo que sus padres guardaban de cuando eran novios. Ahora entendía porque mamá no le había hablado de aquellos papeles. La descripción de los cuerpos desfigurados y aplastados por el impacto de los obuses fue demasiado para ella.
¡Pobre papá! Imaginarle en mitad de aquel infierno, tan indefenso y vulnerable... ¡Qué horror! Nunca se había sentido más culpable de haber desobedecido a mamá.
Makoto se detuvo. El recuerdo de aquella tarde le horrorizaba. Aunque el corazón le latía con fuerza, tenía la impresión de que éste no se encontraba allí, ocupando su lugar una agobiante sensación de vacío. Para olvidarla, decidió centrarse en la charla que había tenido con su entrañable amigo.
¡El bueno de Hideki! Estaba claro que le gustaba y que tenía mucha paciencia con ella. ¿Cómo podía tratarlo tan mal? Sabía que sus amigos se iban a burlar de él durante mucho tiempo. Y lo que es peor: ella sería la responsable de todo. ¿Quién había sido el imbécil que había dicho que al Risk sólo podían jugar los chicos?
–¿Cómo es que has traído a una chica? –le dirían. Y después se pondrían a decir tonterías, como aquella de que eran novios... O cuando se iban a casar... ¡Pobre Hideki!
¡Ah! Los chicos eran unos estúpidos. ¿Cuándo se decidirían a madurar? Sin darse cuenta, pensó en los jóvenes de la Escuela Superior, a los que agrupaban en batallones para servir en la Brigada Antiaérea. Ellos siempre estaban serios y serenos, dispuestos a darlo todo por el bien común. Quizá le recordaban un poco a su padre. ¡Los admiraba tanto! Luego los comparó con Hideki y sus amigos. Todavía eran demasiado jóvenes para eso.
Makoto se detuvo de nuevo y volvió a ponerse de mal humor. ¡Maldición! La guerra había vuelto a planear por su mente.
–¡Uf! –rezongó mientras se derrumbaba sobre un banco.
Miró su reloj. Eran las ocho y cinco. Otra vez volvía a llegar tarde. Ya se imaginaba al "Mapache" mirándola con severidad y esperando una explicación. Seguramente terminaría por llamar a su madre.
–Si llego tarde –se dijo– mamá volverá a regañarme y tal vez no me deje quedar esta tarde con Hideki.
Entonces cayó en la cuenta de que para esa misma tarde ya había quedado con su amiga Rei. No quería plantarla, pero el plan con el muchacho le parecía más apetecible. Daba igual. Ya hablaría con ella mañana. Tal vez aquella tarde conociera a algún amigo de Hideki que pudiera presentarle. "Así tal vez podríamos salir juntos los cuatro" pensó.
¡Qué día! Hideki, papá, la Brigada Antiaérea... Makoto se perdía en sus pensamientos.
Casi sin darse cuenta, observó como un solitario avión volaba hacia el centro de la ciudad. Se encontraba tan lejos que ni siquiera escuchaba el ruido de sus motores... ¡Qué extraño! Su silueta no se correspondía con la de aquellos modelos que le habían enseñado a distinguir en clase. Las sirenas antiaéreas todavía no habían sonado, por lo que Makoto supuso que el avión estaba de paso.
La chica ya no abrigaba ninguna esperanza de salvación. Volvió a mirar su reloj al tiempo que se imaginaba la regañina del maestro. Eran las ocho y cuarto.
Entonces sucedió algo terrible. Un ruido ensordecedor resonó en las montañas, en las calles, en las casas... Era como si alguien hubiera roto un millón de vasos de cristal. Una estremecedora luz cegadora la traspasó, como si fuera un espectro llameante. El cielo, antes azul, se había vuelto blanco y amarillo, para después tornarse rojo y negro. Antes de ser devorada por la intensísima luz, Makoto decidió que no iría a jugar con Hideki aquella tarde. En vez de eso, irían juntos al parque. De pronto, el Risk le había parecido demasiado aburrido
Mientras, el Enola gay se alejaba de Hiroshima tan lentamente como había venido.
danielhr
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  • 2 de Octubre de 2010 a las 16:38
XV Edición: El hambre.

WARSAW

I

Como todas las mañanas, el doctor Ludwig Hirszfeld había salido de casa muy temprano para dirigirse al orfanato donde trabajaba. Junto a su cartera llevaba un paquete de dulces que había comprado en el mercado negro. Sonrió. Sus alumnos iban a llevarse una buena sorpresa.
A la altura del puente de la calle Chlodna, que separaba el gueto en dos, le esperaba Frankestein, el oficial de las SS que custodiaba el acceso a la otra zona.
Mientras esperaba a que el oficial abriera la verja, Ludwig escuchó algunos murmullos tras él.
–Hoy todavía no ha matado a nadie.
–Estará de buen humor.
–Si estuviera de buen humor ya se habría cargado a cinco.
Por fin las puertas se abrieron. Hirszfeld procuró andar con naturalidad. Ni siquiera se molestó en cubrirse el rostro con el abrigo, consciente de que un exceso de celo llamaría la atención del vigilante. Una vez cruzado el tramo, respiró aliviado.
Todavía no había caminado ni dos pasos cuando una pequeña sombra pasó junto a él. Todo fue muy rápido La caja de dulces pasó de sus manos a las de un niño que inmediatamente salió corriendo como un rayo. Tras un momento de confusión, el doctor salió tras el chiquillo.
–¡Al ladrón! ¡Al ladrón! –gritaba con una voz particularmente irritante una mujer con la que el niño tropezó en su huida.
Mientras corría, el pequeño ladrón se lanzó a abrir el paquete y a devorar todo su contenido. Su carrera se vio interrumpida por una pareja de guardias de la Policía judía que salía en aquel momento de la prefactura.
–¡Hola! ¿Adónde vas, criajo de mierda? –dijo uno de ellos levantando su porra.
Los guardias se ensañaron con el muchacho, ante la pasividad y la rabia contenida de los que pasaban por allí. Muchos jaleaban a los agentes, mientras que otros negaban con la cabeza y se alejaban calle abajo.
Cuando el señor Hirszfeld llegó al lugar y se encontró con la terrible escena, la emprendió a golpes e insultos con los agentes que, al reconocerle, dejaron al ladrón en el suelo.
–¡Maldita sea! ¿Qué diablos os creéis que estáis haciendo? ¡No es más que un crío!
–¡Es un ladrón! –se justificaron los guardias.
–¿Un ladrón? ¡Condenados sicarios! No hará falta que pasen ni dos meses para que terminéis de mataros entre vosotros. ¡Largo de aquí, canallas!
Ante la enérgica reacción del doctor, los agentes se miraron sorprendidos y se marcharon por donde habían venido.
Hirszfeld se arrodilló junto al muchacho. Tenía las mejillas manchadas de migas de pan y sangre. Al pasarle la mano por la frente, se dio cuenta de que tenía fiebre.
–Tifus –se dijo al tiempo que reprimía un juramento.
Consciente de que nadie se ocuparía de él, cogió al muchacho en brazos y lo llevó a su consulta. Sabía que no podría pasar por el puente con su valiosa carga, por lo que decidió torcer por la avenida y dirigirse a su casa por el camino más largo.
Cuando llegó al despacho, la señorita Sutter, ayudante del doctor, estaba coqueteando con el señor Frank, el joven oficinista que trabajaba en el piso de arriba. Ambos solían verse a escondidas una vez que el señor Hirszfeld se marchaba a trabajar. La entrada del doctor les sorprendió.
–Acércate al orfanato y di que hoy no podré ir –le dijo a la enfermera mientras dejaba su abrigo sobre la mesa–. ¡Vamos, date prisa!
La joven se levantó rauda de la silla y cogió su chal. Antes de salir, el profesor recordó que Frankestein todavía no se había cobrado su primera víctima del día.
–Magda –le dijo– evita el puente de Chlodna. Da un pequeño rodeo, ve por la calle Wronia… Dile a Frank que vaya contigo… ¡Lo que sea! Pero por el amor de Dios, no te acerques al puente.
La joven asintió y se marchó con su novio. Mientras, Hirszfeld ya había acostado al niño sobre un sofá y preparado su botiquín.

II

Al día siguiente, Hirszfeld acudió a primera hora al despacho que su amigo Heller tenía en el orfanato. Cuando pasó por el puente, Frankie ya había hecho de las suyas disparando en la cabeza a un obrero que se había rezagado en la fila. El alemán sonreía tranquilamente mientras dos guardias ucranianos apremiaban al gentío a cruzar el puente de una vez.
Hirszfeld y Heller se conocían desde hacía bastante tiempo. Ambos habían sido profesores de Medicina en la Universidad de Varsovia. Tras la ocupación, Heller había negociado con el Consejo Judío la apertura de un orfanato en el gueto. Cuando Hirszfeld se enteró del proyecto pidió a su amigo que le dejara participar, aunque si se hubiese dado cuenta de las verdaderas intenciones de su socio, se habría echado atrás inmediatamente. ¿Cómo había estado tan ciego?
–Buenos días –dijo Hirszfeld entrando en el despacho.
–¡Vaya! Ya pensé que hoy tampoco vendrías –fue la seca respuesta.
El doctor tomó asiento ante la imponente mesa de roble del director. La seriedad de Hirszfeld le hizo pensar que algo no iba bien.
–¿Ocurre algo?
–He recogido a un niño –acertó a decir por fin Hirszfeld.
–¿Otro más? –contestó indiferente Heller.
El doctor maldijo en voz baja a su amigo.
–¿Y qué querías que hiciera? –respondió– ¿Que lo dejara tirado en la calle?
–Será otra boca más que alimentar –dijo Heller volviendo la vista hacia sus papeles.
–U otra manera más de hacer negocio… ¡Vamos! ¿Crees que no estoy enterado de todo? ¡No seas hipócrita!
Por un momento, Heller pareció sobresaltarse.
–¿De qué estás hablando? –farfulló– ¿Has pasado una mala noche? ¿Es eso?
–¡Lo sé todo, Herbert! Los niños, el contrabando, los contactos en la zona aria… ¡todo!
–¿Qué quieres decir?
–El niño que recogí intentó robarme, Herbert. ¿Y sabes qué es lo más gracioso de todo? ¡Era uno de tus alumnos! –estalló– ¡Dios, que pequeño es el mundo! ¡Sabía que su cara me sonaba de algo! Ya puedes imaginarte la mía cuando el muchacho lo escupió todo. No sabía que ahora te dedicaras al contrabando.
–¿Y qué? –respondió el director tratando de recuperar su inicial frialdad.
–¿Cómo que “y qué? ¡Demonios, Herbert! ¡Utilizas a tus chicos como ladrones! Y eso no es lo peor: ¡los estás utilizando para pasar comida de un lado a otro!
–A veces los niños hablan demasiado…
–¿Tienes idea de lo que estamos hablando? ¿Sabes lo que les hacen si los cogen? ¡Dios! Dirigimos un orfanato y tenemos una clase entera de tullidos a los que les han amputado los dos pies. ¡Y tú todavía sigues hablando de negocios!
–Tranquilízate, ¿quieres? Esos niños son los que sostienen al gueto. ¡A saber que haríamos sin ellos! La mitad de la comida que tenemos aquí es gracias a ellos. ¿No lo sabías? Estamos en guerra y vivimos tiempos oscuros. Actuamos como soldados. Hasta los niños deben saber cuál es su misión.
Hirszfeld agarró por las solapas de la chaqueta a su socio.
–¡Maldito hijo de puta! ¿Ahora me vienes con ésas? ¿Crees que no sé que revendes toda esa comida en el mercado negro? ¿Crees que no estoy al tanto de lo que te embolsas con cada venta?
El director no respondió. Aquello era un diálogo de sordos. Hirszfeld soltó a su compañero sobre la mesa y se dirigió hacia la puerta. Ya había perdido demasiado tiempo.
Pero para Heller la entrevista no había terminado.
–¡El lunes quiero a ese niño aquí!
–¡Ah, no! De eso nada –respondió el doctor volviéndose–. El niño se quedará en casa. No sé hasta dónde has llegado con todo esto, pero te aseguro que voy a hacer que todo el mundo se entere de tus chanchullos. Voy a llegar hasta el Consejo y, si hace falta, hasta a las SS. Me da igual. Te advierto que voy a hacértelo pasar muy mal.
–¡Oh, bravo! –aplaudió el director recomponiendo su dignidad–. Vas a ir hasta el Consejo... No me hagas reír… ¡Cómo si ellos no supieran lo que pasa aquí dentro! Las SS… ¿crees que a los
alemanes les importa que tengamos a unos huérfanos haciendo contrabando? No seas idiota.
Heller abrió la ventana y el bullicio de la calle inundó el despacho. El sonido de un pequeño vendedor ambulante llegó hasta ellos. Aquel breve paréntesis pareció rebajar un poco la tensión de ambos.
–Vete despidiéndote del negocio –murmuró el doctor–. Voy a poner fin a esto inmediatamente.
–No se puede vivir de las buenas intenciones –respondió Heller.
–Vete al infierno…
El señor Hirszfeld lanzó una última mirada torva al director y abandonó la habitación.
simpatialaboral
simpatialaboral
Mensajes: 729
Fecha de ingreso: 6 de Diciembre de 2009
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  • 2 de Octubre de 2010 a las 21:56

Tengo que decirte, Daniel, que me ha encantado el estilo pausado, tan novelesco, que exhibes a la hora de narrar. Me cuesta decidirme por alguno de ellos, pero como se trata de hacerlo, pues ahí va la puntuación.

Me decanto por ese relato, porque lo veo más redondo, si bien los otros dos también son dignos de figurar en la recopilación.

3 puntos Un día cualquiera
2 puntos Warsaw
1 puntos El duende
gloriapaniagua
Mensajes: 879
Fecha de ingreso: 16 de Abril de 2008
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  • 3 de Octubre de 2010 a las 12:26

- 3 votos     Un día cualquiera (muy bueno, globalmente. Mezcla a la perfeccción la trágica realidad y los sentimientos juveniles. Dos pequeños fallos: escribes "Ahora entendía porqué..." y debería ser "Ahora entendía por qué", y creo haber visto también un dé, del verbo dar, sin acento)

- 2 votos     Varsaw (bien escrito, interesante, tremendo, creíble, pero al final tengo la sensación de que falta una reacción más sorprendente, más perversa por parte del director hacia su colega)

- 1 voto      El duende (estupendamente conseguido el tono de cuento infantil concluyendo en tragedia. Es tierno, dentro de una atmósfera inocente y cruel. Falta una a en la frase "Se decía a sí mismo")

incongruente
Mensajes: 1.269
Fecha de ingreso: 10 de Junio de 2008
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  • 3 de Octubre de 2010 a las 12:57

Yo voto en primer lugar por El duende; la inocencia con que está narrado el cuento me gusta. Aunque tiene dos errores que se deberían arreglar, aun así, me quedo con este cuento.

En segundo lugar pondré Warsaw. Por cierto, el hecho de escribir el título en otro idioma, lamento decirlo pero no me convence. Somos españoles escribiendo castellano, el idioma más rico del mundo; no puedo entender el apoyo en otro idioma.

En tercer lugar la versión japonesa de Hiroshima. Es muy interesante verlo desde ese punto de vista, nunca se me habría ocurrido, pero su crudeza le quita valor ante mis ojos. Bastante tengo ya con la crudeza de la vida. Saludos

danielhr
Mensajes: 1.359
Fecha de ingreso: 19 de Mayo de 2008
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  • 4 de Octubre de 2010 a las 0:23

¡Gracias, chicos! Entonces, por orden de preferencia tenemos:


El Duende: Bizarro e Incongruente.

Un día cualquiera: Simpatía y Gloria.

Warsaw: -

Ahora vayamos con las puntualizaciones:

A Simpatía: Gracias por el capote, Simpatía. ¡Me alegra que te gusten! La verdad es que no hemos coincidido antes, y que te hayas animado a dar tu opinión es toda una inyección de moral.

A Gloria: Como siempre, gracias Gloria. Tomo nota de los errores.

A Incong: ¡Ya era hora de que volvieras, hombre! Curiosamente, El Duende lo corregí poco después de aquel certamen siguiendo tus recomendaciones. Con respecto al título de Warsaw, me apunto la crítica, aunque lo cierto es que me pegó más ponérselo en inglés que en español, por aquello de la sonoridad. 

Si hay alguien más que quiera animarse a comentar, adelante. La puerta seguirá abierta durante toda la semana ;-)
idelosan
Mensajes: 1.314
Fecha de ingreso: 6 de Noviembre de 2008
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  • 4 de Octubre de 2010 a las 5:00
cita de bizarro El duende.
Pienso lo mismo. Elijo el duende, y además al leerlo esta vez me ha gustado más que la primera, debe haber cambiado para bien :)
mortfan
mortfan
Mensajes: 672
Fecha de ingreso: 24 de Febrero de 2009
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  • 4 de Octubre de 2010 a las 16:47
Estoy entre el Duende y Un día cualquiera... pero creo que me voy a quedar con Un día cualquiera. Y no es por llevar la contraria eh, es que me ha gustado mucho(éste es la primera vez que lo leo...)
raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 4 de Octubre de 2010 a las 17:14
Esta noche te leo, Daniel, y mañana o pasado te digo algo. 
danielhr
Mensajes: 1.359
Fecha de ingreso: 19 de Mayo de 2008
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  • 4 de Octubre de 2010 a las 23:19

No te preocupes, Raúl. Hasta el domingo hay tiempo :D


Ok, habiendo votado Idelosan y Mortfan, tenemos un empate entre El Duende y Un día cualquiera. Actualizando los votos, la cosa quedaría más o menos así...

El Duende: Bizarro, Incongruente e Idelosan.

Un día cualquiera: Simpatía, Gloria y Mortfan.

Warsaw: -
raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 5 de Octubre de 2010 a las 14:50

Entre los tres elijo Un día cualquiera: Varsovia estuvo descartada nada más terminar de leerlo, parece más un capítulo de novela. 

El duende mola mucho, es casi tan bueno como Un día cualquiera, así que entre un buen cuento para niños y un buen relato para mayores, me quedo con el segundo. 

Además, creo que no le falta ni le sobra ni una coma. Lo único que no he podido discernir es la edad de los protagonistas. Me parecen adolescentes, 15 ó 16 años, pero en un momento dado dices algo de que parecería una veinteañera, dando a entender que tiene más de 30, y claro, me despistas mucho. En fin, una tontería que nada empaña en un relato exquisito. 

Enhoragüena, chaval!!!
danielhr
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Fecha de ingreso: 19 de Mayo de 2008
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  • 6 de Octubre de 2010 a las 3:21

Muchas gracias, Raúl. Pues precisamente ahí le has dado, ya que fueron muchos los compañeros que en su momento se descolocaron por la confusa edad de los protagonistas, lo cual termina por confirmarme que no estuve muy atinado en ese punto. Voy a ver si próximamente me animo y puedo especificar la edad de Makoto y compañía (ambos,efectivamente, no dejan de ser adolescentes).


Entonces tenemos...

Un día cualquiera: Simpatía, Gloria, Mortfan y Raúl.

El Duende: Bizarro, Incongruente e Idelosan.

Warsaw: -
oniria
oniria
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  • 6 de Octubre de 2010 a las 18:58
Mi voto (como en su momento ;DD) para El Duende ;D.

Pienso que es el mejor de todos ;D
danielhr
Mensajes: 1.359
Fecha de ingreso: 19 de Mayo de 2008
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  • 6 de Octubre de 2010 a las 23:17

¡Gracias, Oni! :-)


Pues de nuevo tenemos un empate... :D

El Duende: Bizarro, Incongruente, Idelosan y Oniria.

Un día cualquiera: Simpatía, Gloria, Mortfan y Raúl.

Warsaw: -

¿Alguien se anima a deshacerlo?
danielhr
Mensajes: 1.359
Fecha de ingreso: 19 de Mayo de 2008
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  • 6 de Octubre de 2010 a las 23:17
Duplicado, sorry! XD
raulcamposval
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  • 7 de Octubre de 2010 a las 9:38
Hay que desempatar, corcho!
danielhr
Mensajes: 1.359
Fecha de ingreso: 19 de Mayo de 2008
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  • 9 de Octubre de 2010 a las 6:25
E hop! 

Pues sigue el empate. ¿Alguien más se anima a votar?
raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 10 de Octubre de 2010 a las 10:31

Si esta noche no ha votado nadie más, daniel, decides tú, maqueas lo que creas que quieres maquear y lo cuelgas en el hilo de relatos seleccionados.

La próxima semana, lolaalarcia.

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