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romi
Mensajes: 678
Fecha de ingreso: 25 de Abril de 2008

EL ACEBO Y EL MIRLO

26 de Diciembre de 2010 a las 9:49

El acebo y el mirlo

 

            En las tardes de invierno, cuando el frío se dejaba sentir o la lluvia caía sobre Granada y la colina de la Alhambra, a la madre le gustaba mucho sentarse con la niña. En la mesa de camilla, con el brasero encendido y frente a la ventana que da a la ladera y al río. Ladera y bosque, al norte de la Alhambra y cauce del río Darro. Y mientras las tardes corrían, el frío arreciaba o la lluvia caía, la madre hablaba y hablaba de muchas cosas con la hija. Y casi siempre, procuraba que la niña le hiciera preguntas pero, otras veces, cuando notaba que era un buen momento, le decía:

- Son muchas las cosas importantes que debes tener en cuenta en la vida. Pero, entre todas, solo unas cuantas, de verdad importan.

- ¿Y tú sabes cuales son esas cuantas cosas?

 Le preguntaba la niña. Y la madre, pausadamente le decía:

- Vivir en paz siempre contigo misma, tener tu propia personalidad, no dejarte llevar sin más, por lo que hagan o digan tus amigos y amar sinceramente las cosas pequeñas de la vida.

- ¿Y vivir en armonía con la naturaleza y el universo?

- Eso también es importante y muy bueno.

 

            La niña casi siempre preguntaba a la madre estas cosas y era por lo siguiente: la ventana de su habitación, daba al río, a la ladera norte de la colina de la Alhambra y a los cuatros o cinco viejos almeces. Justo debajo de su ventana, entre las aguas del río y las paredes de las casa, crecía un bello acebo. Siempre estaba verde y casi siempre mostraba ramilletes de semillas maduras. Por eso, entre las ramas de este árbol, todos los días del año, tardes, noches y mañanas, saltaban y cantaban muchos pajarillos: gorriones, petirrojos, currucas, mirlos, tórtolas… pero la más simpática de estas avecillas, era un mirlo muy negro y con el pico color naranja. Se pasaba el día y la noche entre las ramas del acebo cantando y, cuando no, chillando.

 

            Tan asidua era su presencia en las ramas del acebo bajo la ventana de la niña que ella lo consideraba ya su mejor amigo. Por eso, cuando de vez en cuando se asomaba a la ventana, lo llamaba. Emitiendo un sonido con sus labios cerrados y el mirlo, en cuanto la oía, muchas veces acudía a su lado y se posaba en la barandilla del balcón. Lo acariciaba ella, le hablaba y le contaba cosas y animal parecía entenderla. Otras veces, cuando lo llamaba, en lugar de venirse a la ventana salía chutando desde la espesura del acebo y, mientras se alejaba hacia la fronda del bosque de la Alhambra, soltaba una retahíla de chillidos. Ella interpretaba el fenómeno como una forma de juego por parte del avecilla y por eso nunca se enfadaba sino que le divertía. Sabía que a él le gustaba ser libre y, aunque también le gustaba venirse a jugar con ella, el alejarse dando chillidos y perderse en la espesura del bosque, era su instinto natural.

 

            Un año, cuando llegó la primavera, el mirlo buscó una pareja y se pusieron a hacer el nido entre las ramas del acebo. Ella lo descubrió enseguida y le gustó aquel detalle. Por eso, cada día, mañana y tarde, en cuanto se asomaba a su ventana, miraba para ver cómo estaban los pájaros y su nido. Y fue descubriendo como cada día el nido esta más perfecto, luego descubrió el primer huevo que puso la hembra, el segundo y el tercero y después siguió con mucho interés el proceso de incubación. Vio nacer a los pajarillos, y vio como a cada instante los padres acudían al nido trayendo comida para las crías. Ella los llamaba y, de vez en cuando, les regalaba migas de pan o alguna otra cosa de comida.

 

            Cuando ya se hicieron grandes dejaron el nido y se fueron con los padres por el bosque. Al poco tiempo dejó de ver a los nuevos mirlos y a la madre hembra pero el macho, el del plumaje por completo negro y pico color naranja, volvía y volvía cada tarde, noche y mañana a las ramas del acebo. Y aunque lloviera, hiciera frío o calor, él seguía allí cantando, jugando y dando compañía a la niña. Por eso ella, cuando la madre le daba compañía sentada en la mesa de camilla y le decía:

- Solo unas cuantas cosas son realmente importantes.

Le preguntaba a la madre:

- Y vivir en armonía con la naturaleza y el universo ¿también es importante?

A lo que la madre, siempre, siempre, le respondía:

- Eso es también muy importante y bueno. Tanto que, estas pequeñas cosas de la vida, a veces, son las más valiosas.     

carlosmaza
Mensajes: 3.027
Fecha de ingreso: 16 de Noviembre de 2008
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  • 26 de Diciembre de 2010 a las 11:52

Es curioso que traigas un cuento sobre pájaros cuando escribí el otro día uno sobre los mismos protagonistas, aunque bien distintos. Se ve que te gustan las leyendas, los cuentos, llenos de amor a la Naturaleza, más que integrando una trama de acción y movimiento.

Somos distintos en nuestros temas pero tenemnos bastante en común, la edad quizá, la pasión por escribir y el gusto por los sentimientos. Te deseo mucha suerte en todo, no prestes atención si a veces nadie responde a tus mensajes y cuentos, leer se leen.

romi
Mensajes: 678
Fecha de ingreso: 25 de Abril de 2008
  • CITAR
  • 27 de Diciembre de 2010 a las 13:07

Gracias, Carlos, por tu comentario y por haber leído este relato mío. Y sí, a veces se dan estas casualidades que dices pero también es verdad que cada persona ve las cosas y las expresa de formas muy diferentes. Me gusta todo lo relacionado con la naturaleza y en mis escritos lo reflejo siempre. Creo que es una gran fuente de inspiración a la vez que ayuda mucho al encuentro con un mismo y las verdades más profundas. Me gusta esto y por eso escribo de ello y me siento bien expresando lo que realmente, al menos para mí, me parece algo muy grande, bello y elevado.

Gracias y saludos