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romi
Mensajes: 678
Fecha de ingreso: 25 de Abril de 2008

La flauta mágica del río Darro

26 de Enero de 2011 a las 17:53

La flauta mágica del río Darro

 

            En las noches de invierno, antes de irse a la cama, siempre pasaban un rato juntos. Alrededor de la chimenea y al calor del fuego, para quitarse el frío. Y era en estos momentos cuando él le decía a su padre:

- Estoy harto de estar todo el día en el campo con los animales y siempre solo. Cualquier día de estos me marcho a la ciudad de Granada o a otro lugar de la tierra, en busca de una vida mejor. Quiero tener amigos, hacer lo que hacen ellos y disfrutar del mundo.

La madre escuchaba en silencio y casi nunca decía nada. En su interior ella tenía una respuesta pero su temor le decía que para sí se lo guardara. Sin embargo el padre, en más de una ocasión, sí argumentaba:

- Eres joven y, como todos los jóvenes del mundo y en todos los tiempos, tienes sueños.

- ¿Acaso eso es malo?

- No es malo sino bueno, muy bueno. Soñar es lo más bello del mundo y lo más elevado y puro de cada ser humano. Nunca a nadie se le debe prohibir sus sueños. Son sagrados.

- ¿Entonces?

- Solo decirte que la vida real y, en la ciudad más, también tiene sus dificultades y sufrimientos. Soñar las cosas casi siempre es más placentero y bueno que la realidad misma de las cosas.    

Y cuando oía estos razonamientos del padre él siempre callaba. Durante un rato más y, mientras la noche iba avanzando, seguían alrededor del fuego y luego se metían a la cama.

 

           Su casa se alzaba no lejos de la ciudad de Granada, a poca distancia del Sacromonte y de la Alhambra. En las riberas mismas del río Darro, un poco más arriba de la Fuente del Avellano. Pero en el lado de la umbría y dehesa del Generalife y justo en las tierras llanas que por aquí tiene el río. Por eso ellos vivían de las cosas que cultivaban en la pequeña huerta y de lo que le sacaban al rebaño de cabras: leche, queso y los chotillos, las crías de las cabras. De vez en cuando, un comprador subía desde Granada, trataba con el padre, ponía precio a los chotillos, se los pagaba y se los llevaba. Al día siguiente, convertidos en carne, comenzaban a venderlos en muchas carnicerías con el reclamo de “Carne ecológica y con denominación de origen”. La denominación de origen era porque sus cabras todas pertenecían a la famosa raza granadina. Y las personas pagaban por el kilo de carne de estos chotillos tres veces más que le habían pagado al padre. Por estas cosas y otras parecidas y por las inquietudes de su joven corazón, él deseaba marcharse en busca de otra vida distinta, imaginaba que mejor, más justa, completa y divertida.   

 

            Al llegar el nuevo día los tres se ponían en acción en la pequeña casa. El joven daba suelta a su rebaño de cabras y, con su zurrón en las espaldas, se iba con ellas para que pastaran en la montaña. Algunos días, siguiendo las riberas del río dirección a Jesús del Valle, otros días, río abajo hacia el Paseo de los Tristes y, en muchas ocasiones, ladera arriba, por donde la Acequia Real de la Alhambra. Desde aquí, con su zurrón acuestas y siempre pendiente de su rebaño de cabras, miraba y miraba la figura de la Alhambra, al fondo y a lo lejos. Y en casi todas estas ocasiones soñaba con las princesas que habitaban en los palacios. No conocía a ninguna pero en su imaginación ya tenía elegida una muy concreta: alta, ojos oscuros, pelo negro, sonrisa blanca y sincera y bella, como el más hermoso amanecer.

 

            Y tanto, en muchas ocasiones soñaba con esta princesa concreta que, cuando por la montaña seguía y cuidaba de su rebaño de cabras, a veces buscaba y cortaba florecillas. Las más fresca y bonitas y hacía con ellas pequeños ramos a la vez que se decía: “Para ti, princesa mía, para que veas que te quiero y deseo ser bueno contigo. No te aparto en ningún momento de mi pensamiento”. Y cuando, al cortar algunas de estas florecillas o cuando se asomaba a los barrancos, los pajarillos se asustaban y salían volando, también se decía: “Es ella que desea agradecerme algo. No se atreve a presentarse ante mí porque le da vergüenza y lo hace disfrazada de pajarillos para que yo sepa que está contenga conmigo le gustan mis regalos”. Los pajarillos: mirlos, petirrojos, currucas, zorzales, tórtolas… eran los que más siempre le daban compañía. Y se animaba mucho cuando los oía cantar, en las mañanas de invierno soleado, con la figura de la Alhambra, al fondo y a lo lejos.

 

            Por eso, enamorado de la princesa de sus sueños y animado por la belleza de las melodías de los pajarillos, un día cortó una caña del cañaveral que había cerca del río. Cogió su navaja, la trabajó un poco, le hizo algunos agujeros y luego se la puso en la boca y sopló. Salieron algunos sonidos sin ritmo ni armonía y esto le gustó. Pensó en la princesa de sus sueños y, entusiasmado, siguió practicando con la flauta de caña. Los mirlos de la ladera entonaban las melodías que él conseguía sacar de la flauta y su corazón se animaba imaginando que estaba ofreciendo a su princesa el mejor de los regalos. Al oírlo una tarde, el padre de nuevo le dijo:

- Sabes, hijo mío: soñar y ser feliz con las cosas sencillas que nos rodean a veces puede ser la mayor fortuna de esta vida. La felicidad real no está ni en sitios concretos ni en cosas materiales.

- Será cierto padre pero me gustaría ir a la Alhambra y conocer a las princesas que viven allí. Y también me gustaría conocer Granada, hacer amigos, ir con ellos a sus fiestas…

 

            Hasta que una mañana, ya final del mes de enero, a primera hora, él dio suelta a sus cabras. Cogió su zurrón, se fue al cañaveral, buscó la mejor y gruesa caña, la cortó, se puso a tallarla y al poco consiguió una nueva flauta. Un poco más grande y mejor terminada que la que había hecho días atrás. La probó y obtuvo de ella sonidos mucho más redondos, ricos y dulces que con la flauta de los días anteriores. La guardó en su zurrón, subió por la ladera detrás de su rebaño de cabras y, cuando ya estaba casi en lo más alto de la montaña, buscó la vieja encina. Se fue a ella y bajo sus ramas buscó el punto que él conocía y desde donde se veía muy claramente la Alhambra, al fondo y a lo lejos. Sacó la flauta del zurrón y con mucho cuidado se puso a soplar y extraer sonidos de ella. Al principio le salían un poco desafinados pero al rato, las melodías que de la flauta empezaron a brotar, eran dulces y hermosos como nunca antes se habían oído por aquellos contornos. Tan hermosos, redondos y misteriosos eran las notas musicales que sacaba de la flauta que los pajarillos comenzaron a pararse en las ramas de la encina. Y esto y la imagen de la Alhambra frente a sus ojos, le fue animando cada vez más mientras en su corazón se decía: “Para ti, princesa de mis sueños. Para que compruebes que te quiero, que no me olvido de ti en ningún momento y que te ofrezco lo mejor”.

 

            Y dicen que aquella mañana, al poco de oírse las melodías de su flauta mágica, la gran ladera y montaña, comenzó a transformase. Más aun se transformó la encina bajo cuyas ramas estaba parado. Porque sus ramas y los pajarillos se convirtieron como en notas brillantes y azules que comenzaron a formar armonía con las melodías que manaban de la flauta. Y en un delicioso ramillete musical, se derramaban por el aire al tiempo que resonaban por todo el valle del río Darro y dirección a la Alhambra y Granada. Los padres del joven, al oír las hermosísimas melodías, salieron a la puerta de la casa y miraron para la ladera. No lo vieron. Sí descubrieron el rebaño de cabras por el monte pastando y muchos pajarillos revoloteando dirección a la Alhambra. Preguntó la madre:

- Y nuestro hijo ¿dónde se ha metido?

Y contestó el padre:

- Con su sueño se ha convertido en música y se ha ido.

- ¿Pero a dónde se ha ido?

- Con su princesa y al reino que siempre soñó para ella.

rubendario
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Fecha de ingreso: 17 de Enero de 2010
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  • 26 de Enero de 2011 a las 18:20

cita de romi

La flauta mágica del río Darro

 

            En las noches de invierno, antes de irse a la cama, siempre pasaban un rato juntos. Alrededor de la chimenea y al calor del fuego, para quitarse el frío. Y era en estos momentos cuando él le decía a su padre:

- Estoy harto de estar todo el día en el campo con los animales y siempre solo. Cualquier día de estos me marcho a la ciudad de Granada o a otro lugar de la tierra, en busca de una vida mejor. Quiero tener amigos, hacer lo que hacen ellos y disfrutar del mundo.

La madre escuchaba en silencio y casi nunca decía nada. En su interior ella tenía una respuesta pero su temor le decía que para sí se lo guardara. Sin embargo el padre, en más de una ocasión, sí argumentaba:

- Eres joven y, como todos los jóvenes del mundo y en todos los tiempos, tienes sueños.

- ¿Acaso eso es malo?

- No es malo sino bueno, muy bueno. Soñar es lo más bello del mundo y lo más elevado y puro de cada ser humano. Nunca a nadie se le debe prohibir sus sueños. Son sagrados.

- ¿Entonces?

- Solo decirte que la vida real y, en la ciudad más, también tiene sus dificultades y sufrimientos. Soñar las cosas casi siempre es más placentero y bueno que la realidad misma de las cosas.    

Y cuando oía estos razonamientos del padre él siempre callaba. Durante un rato más y, mientras la noche iba avanzando, seguían alrededor del fuego y luego se metían a la cama.

 

           Su casa se alzaba no lejos de la ciudad de Granada, a poca distancia del Sacromonte y de la Alhambra. En las riberas mismas del río Darro, un poco más arriba de la Fuente del Avellano. Pero en el lado de la umbría y dehesa del Generalife y justo en las tierras llanas que por aquí tiene el río. Por eso ellos vivían de las cosas que cultivaban en la pequeña huerta y de lo que le sacaban al rebaño de cabras: leche, queso y los chotillos, las crías de las cabras. De vez en cuando, un comprador subía desde Granada, trataba con el padre, ponía precio a los chotillos, se los pagaba y se los llevaba. Al día siguiente, convertidos en carne, comenzaban a venderlos en muchas carnicerías con el reclamo de “Carne ecológica y con denominación de origen”. La denominación de origen era porque sus cabras todas pertenecían a la famosa raza granadina. Y las personas pagaban por el kilo de carne de estos chotillos tres veces más que le habían pagado al padre. Por estas cosas y otras parecidas y por las inquietudes de su joven corazón, él deseaba marcharse en busca de otra vida distinta, imaginaba que mejor, más justa, completa y divertida.   

 

            Al llegar el nuevo día los tres se ponían en acción en la pequeña casa. El joven daba suelta a su rebaño de cabras y, con su zurrón en las espaldas, se iba con ellas para que pastaran en la montaña. Algunos días, siguiendo las riberas del río dirección a Jesús del Valle, otros días, río abajo hacia el Paseo de los Tristes y, en muchas ocasiones, ladera arriba, por donde la Acequia Real de la Alhambra. Desde aquí, con su zurrón acuestas y siempre pendiente de su rebaño de cabras, miraba y miraba la figura de la Alhambra, al fondo y a lo lejos. Y en casi todas estas ocasiones soñaba con las princesas que habitaban en los palacios. No conocía a ninguna pero en su imaginación ya tenía elegida una muy concreta: alta, ojos oscuros, pelo negro, sonrisa blanca y sincera y bella, como el más hermoso amanecer.

 

            Y tanto, en muchas ocasiones soñaba con esta princesa concreta que, cuando por la montaña seguía y cuidaba de su rebaño de cabras, a veces buscaba y cortaba florecillas. Las más fresca y bonitas y hacía con ellas pequeños ramos a la vez que se decía: “Para ti, princesa mía, para que veas que te quiero y deseo ser bueno contigo. No te aparto en ningún momento de mi pensamiento”. Y cuando, al cortar algunas de estas florecillas o cuando se asomaba a los barrancos, los pajarillos se asustaban y salían volando, también se decía: “Es ella que desea agradecerme algo. No se atreve a presentarse ante mí porque le da vergüenza y lo hace disfrazada de pajarillos para que yo sepa que está contenga conmigo le gustan mis regalos”. Los pajarillos: mirlos, petirrojos, currucas, zorzales, tórtolas… eran los que más siempre le daban compañía. Y se animaba mucho cuando los oía cantar, en las mañanas de invierno soleado, con la figura de la Alhambra, al fondo y a lo lejos.

 

            Por eso, enamorado de la princesa de sus sueños y animado por la belleza de las melodías de los pajarillos, un día cortó una caña del cañaveral que había cerca del río. Cogió su navaja, la trabajó un poco, le hizo algunos agujeros y luego se la puso en la boca y sopló. Salieron algunos sonidos sin ritmo ni armonía y esto le gustó. Pensó en la princesa de sus sueños y, entusiasmado, siguió practicando con la flauta de caña. Los mirlos de la ladera entonaban las melodías que él conseguía sacar de la flauta y su corazón se animaba imaginando que estaba ofreciendo a su princesa el mejor de los regalos. Al oírlo una tarde, el padre de nuevo le dijo:

- Sabes, hijo mío: soñar y ser feliz con las cosas sencillas que nos rodean a veces puede ser la mayor fortuna de esta vida. La felicidad real no está ni en sitios concretos ni en cosas materiales.

- Será cierto padre pero me gustaría ir a la Alhambra y conocer a las princesas que viven allí. Y también me gustaría conocer Granada, hacer amigos, ir con ellos a sus fiestas…

 

            Hasta que una mañana, ya final del mes de enero, a primera hora, él dio suelta a sus cabras. Cogió su zurrón, se fue al cañaveral, buscó la mejor y gruesa caña, la cortó, se puso a tallarla y al poco consiguió una nueva flauta. Un poco más grande y mejor terminada que la que había hecho días atrás. La probó y obtuvo de ella sonidos mucho más redondos, ricos y dulces que con la flauta de los días anteriores. La guardó en su zurrón, subió por la ladera detrás de su rebaño de cabras y, cuando ya estaba casi en lo más alto de la montaña, buscó la vieja encina. Se fue a ella y bajo sus ramas buscó el punto que él conocía y desde donde se veía muy claramente la Alhambra, al fondo y a lo lejos. Sacó la flauta del zurrón y con mucho cuidado se puso a soplar y extraer sonidos de ella. Al principio le salían un poco desafinados pero al rato, las melodías que de la flauta empezaron a brotar, eran dulces y hermosos como nunca antes se habían oído por aquellos contornos. Tan hermosos, redondos y misteriosos eran las notas musicales que sacaba de la flauta que los pajarillos comenzaron a pararse en las ramas de la encina. Y esto y la imagen de la Alhambra frente a sus ojos, le fue animando cada vez más mientras en su corazón se decía: “Para ti, princesa de mis sueños. Para que compruebes que te quiero, que no me olvido de ti en ningún momento y que te ofrezco lo mejor”.

 

            Y dicen que aquella mañana, al poco de oírse las melodías de su flauta mágica, la gran ladera y montaña, comenzó a transformase. Más aun se transformó la encina bajo cuyas ramas estaba parado. Porque sus ramas y los pajarillos se convirtieron como en notas brillantes y azules que comenzaron a formar armonía con las melodías que manaban de la flauta. Y en un delicioso ramillete musical, se derramaban por el aire al tiempo que resonaban por todo el valle del río Darro y dirección a la Alhambra y Granada. Los padres del joven, al oír las hermosísimas melodías, salieron a la puerta de la casa y miraron para la ladera. No lo vieron. Sí descubrieron el rebaño de cabras por el monte pastando y muchos pajarillos revoloteando dirección a la Alhambra. Preguntó la madre:

- Y nuestro hijo ¿dónde se ha metido?

Y contestó el padre:

- Con su sueño se ha convertido en música y se ha ido.

- ¿Pero a dónde se ha ido?

- Con su princesa y al reino que siempre soñó para ella.

nene o nena,,, esta foto no es del rio Darro, ni de gRanada. En el rio darro hay patos con colmillos y gatos  con picos de oro, debajp de sus aguas se esconde un tesoro y una llave , que cuentan que quien la encuentre la inmobiliaria Sabika le entregará de por vida la propìedad de la Alhambra y una finca cercana, llena de flores y grandes arboles.

Saludiños