Oración frente a la Alhambra
Tras la conquista de Granada en 1492, varias órdenes religiosas cristianas, se instalaron en esta ciudad. Actualmente en el barrio del Albaicín hay seis conventos, todos en la ladera sur frente a la Alhambra: convento de Santa Isabel la Real, de Tomasas, de la Concepción, de las Bernadas, de Santa Catalina de Zafra y de San Gregorio.
Y a ella la vieron nacer en la casa blanca, clavada en la ladera sur del Albaicín, frente a la Alhambra. Y en cuanto comenzó a caminar, todos la vieron correr y jugar por las estrechas calles del barrio. Y la vieron entretenerse con las claras aguas del río Darro y correr tras las mariposas por entre las zarzas y los saucos. Los padres cada día le enseñaban el gusto por lo bello, el respeto por los pobres y la admiración por lo excelso. Le decían:
- Hija mía, lo único que de verdad debe importante en este suelo son los sueños de tu corazón, el respeto para con los demás y la búsqueda siempre de lo bello.
Y ella les preguntaba:
- Y vivir en esta casa nuestra, en Granada, en este barrio tan bonito y frente a la Alhambra ¿no es importante?
- No solo es importante sino que es el mejor regalo que puede ofrecernos el cielo. Que siempre tu corazón tenga en cuenta este regalo y no olvides nunca agradecerlo. Vivir en Granada, es el más bello de los sueños.
Pasado el tiempo, los padres murieron, murieron también los hermanos y muchas de sus amigas. Y un bonito día de primavera, se le vio cerrar las puestas de su blanca casa, caminó despacio por las calles que conocía, llegó a las puertas del convento, llamó, las abrieron y pasó dentro.
Y varios años después, al llegar la primavera, se le ve en la penumbra de la iglesia. Ya viejecita, algo encorvada, envuelta en su silencio, arrodillada en el banco y meditando. Mirando, de vez en cuando, por la ventana que tiene a su derecha y refrescando en su corazón la bella imagen de la Alhambra en su colina. Por la ladera que, desde lo alto cae hacia el río Darro, ya han florecido los almendros, empiezan a mostrar sus nuevas hojas los almeces y la hierbecilla se engalana con todas las flores de la primavera. Cerca de su ventana, por el lado de afuera y en las ramas del limonero, canta un mirlo y, en la copa de los cipreses, las tórtolas revolotean. Es por la mañana y hasta el airecillo anuncia que ya ha llegado la primavera.
Recogida en sus recuerdos y en el calor de su corazón, medita y para sí susurra: “Gracias, Dios mío, por este nuevo día, por esta nueva primavera, con sus flores y perfume y por regalarme este momento. Te llevaste a los míos ya hace mucho, mucho tiempo y sin embargo, no los olvido. Una vez más y esta mañana, los tengo conmigo y para ellos te pido tu bendición y tu beso. Gracias por esta mañana, por la luz, el rumor del agua del río penetrando por esta ventana y por el airecillo que respiro y, una vez más, me regalas. Y te pido que me permitas que acabe mis días en este rincón pequeño, corazón de este barrio mío y frente a la figura de la Alhambra”.