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romi
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La mujer pobre de la Alhambra

31 de Marzo de 2011 a las 15:01

Bubok

La mujer pobre de la Alhambra

            Al llegar la primavera, cada año parece que algo la recuerda. No se sabe qué es pero en el aire, en el ambiente, en la luz del sol, en las florecillas que brotan, en el verde intenso de la hierba, en las mañanas de azules puros… cada año al llegar la primavera, parece como si de nuevo otra vez volviera. Aunque hoy nadie la recuerda porque, todos los que la conocían, ya hace mucho que se fueron. A todos, compañeros y amigos, se los comió el tiempo como tantas y tantas cosas en esta vida. Pero ella, a pesar de que ninguno de sus conocidos siguen vivos para mantenerla fresca en la memoria, parece como si permaneciera eterna en un pequeño rincón del tiempo. No por sus títulos académicos ni por la belleza de su cuerpo sino por lo que en su corazón cultivó, a lo largo del tiempo que vivió.

            Tenía su casa en la pequeña medina, junto a la Alhambra y tenía unas tierrecillas por la vega del río Darro. Y cada mañana, en invierno, primavera o verano, iba a sus tierrecillas y cultivaba las plantas. Recogía, casi cada día, algún producto de su huerta y, en cuanto llegaba a la medina, iba y se los regalaba al que ella sabía que más lo necesitaba. En otoño, puñados de almendras, nueces, higos secos, membrillos, granadas… En invierno, espinacas, ajos, naranjas, limones… Y en primavera y verano, patatas, tomates, pimientos, racimos de uvas, ramitas de laurel y algunas hierbas aromáticas. Y cuando la veían subir por el barranco hoy conocido como Cuesta del Rey Chico, los vecinos y vecinas le decían:

- Tú haz lo que quieras pero si repartes gratis siempre los productos de tus tierrecillas ¿qué te queda a ti para comer?

- Me queda mucho y lo más rico y valioso.

- ¿Cómo dices eso si todos sabemos que siempre lo regalas todo?

- Los pobres también tienen derechos y necesidad de comer cada día.

- Pero las cuatro cosas que repartes entre ellos nunca los harán ricos y tú si que eres cada día más pobre.   

- Será así pero el corazón lo tengo cada día más lleno y, en un rincón del tiempo, voy acumulando una riqueza inmensa.

- ¿Qué riqueza si hasta te vemos cada día con la misma ropa y, a ti y a tu ropa, cada día más viejas?

- Sin embargo sé que soy preciosa y que mi ropa, supera en brillo y en finura a las de todas las princesas.

Y en vista de esta forma de pensar y ver las cosas ella, los vecinos y vecinas la dejaban tranquila.

            Pasó el tiempo y cada día se le vía más y más vieja. Seguía afanada en las tareas de su tierrecilla y seguía subiendo la Cuesta del Rey Chico con los productos de sus tierras acuestas. Cada vez más despacio, con su saco o cesta de esparto y cada día más encorvada y con menos fuerzas. Cada vez crecían menos plantas en su huerto pero seguía teniendo suficiente para repartir entre las personas que ella quería. Hasta que una bonita mañana de primavera, cuando ya habían florecido muchas flores en los campos y junto a las tierras de su huerta y cuando cantaban los pajarillos y las ardillas saltaban por entre los pinos, los vecinos no la vieron salir de su casa. Uno que vivía próximo a ella, se acercó a su vivienda para ver qué le pasaba y se la encontró en su cama. Sin fuerzas y sin ganas ni de levantarse ni de ir a ningún sitio. Se corrió enseguida la noticia y el primero que se dispuso a prestarle ayuda fue el vecino de la pequeña tienda de la esquina. Dijo:

- Todo lo que necesite, tanto para alimentarse como para abrigarse y calentarse, que se lo lleve de mi tienda. Yo se lo regalo en recompensa a tantas cosas como ha dado a los pobres a lo largo de su vida.

Y otro vecino de una casa más arriba, también dijo:

- Yo le haré cada día la comida y le arreglaré su casa mientras lo necesite.

            Pero ella no necesitó ni de los alimentos del vecino de la tienda ni del cuidado de la vecina que cada día quería hacerle la comida. Porque aquella misma tarde de primavera, murió. Al saberlo, a su humilde casa acudieron todos los pobres que de ella habían recibido frutos de su huerta y también muchas otras personas. Nadie sabía por qué pero todos la lloraban a escondidas y todos en sus corazones sentían que ni había muerto ni era pobre. Entre sí, muchos comentaban:

- Es como si en un rincón del tiempo ahora fuera la más bella y rica del mundo entero.

            Ocurrió esta historia hace ya muchos, muchos años. Por eso hoy, muy pocos o casi nadie la recuerdan. Porque, todos los que la conocían, también ya hace mucho tiempo que se fueron. Pero ella, a pesar de que ninguno de sus conocidos siguen vivos para mantenerla fresca en la memoria, parece como si permaneciera eterna en un pequeño rincón del tiempo. No por sus títulos académicos ni por la belleza de su cuerpo sino por lo que en su corazón cultivó y acumuló, a lo largo del tiempo que estuvo en esta tierra.