NUNCA FUIMOS BEATNIKS (Nosebundos)
Durante el año que fuimos Santos Antiamericanos
nos refugiamos en casa de un tipo que se apellidaba Villa.
Su nombre de pila era ruso, sus padres rojos...
Tenía cara de bebé y manos de buzo de astilleros...
Era un tipo raro, mucho, joder.
Durante el año que fuimos Santos Antiamericanos
fui anarco-conspirador, el anterior: insecto,
y mucho tiempo antes: politoxicómano.
Juntábamos todas las monedas pequeñas que podían quedar en la casa.
Las pasábamos de mano en mano (muy sucias), como cuencos:
un cuenco, una mano,
una mano, un cuenco,
una mano sucia, en la que cae una moneda
de 20 céntimos de euro.
E íbamos hasta la gasolinera (podrían ser la 3 de la mañana)
a comprar cigarrillos, papel de arroz y café.
El año en que mis amigos y yo fuimos Santos Antiamericanos,
Villa descubrió la magia celta (nos dijo él mismo)
y un día provocó que lloviera (nos aseguró J).
Cada loco quería estar más loco que el anterior,
y jugar con su mente para dejar una huella;
éramos un grupo de desquiciados
que intercambiaban libros de madrugada,
y lo que es mucho más peligroso: Ideas.
M, una tarde, nos descubrió jugando con cuchillos afilados,
hizo que nos sentáramos cómodamente y
nos enseñó a respirar de la manera adecuada,
aquel día nos hizo de guía de meditación,
iba completamente desnuda, como casi siempre.
El año que pasamos tanta hambre,
por puta desidia de no volver a casa,
Villa nos ilustró durante tres noches sobre
matemáticas del caos y fractales y teología de la liberación y Fermat.
El piloto espacial, nos descubrió a Úrsula K Le Guin
y su cuento Los que se alejan de Omelas...
Alguien nos leyó a Hakim Bey, y sus TAZ
terminaron de convencernos.
Así que lo hicimos, nos fuimos yendo, sin más.
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