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raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009

MAS LITERATURA. RELATOS. ENERO-ABRIL

4 de Abril de 2011 a las 13:47

Escogemos una vez más al mejor relato del trimestre. El elegido obtendrá una reseña y una entrevista en la revista MAS LITERATURA, que con tan buena mano saca a la calle cada tres meses Juan Carlos Boiza. 


Yo no sé si voy a poder recopilarlos hoy, y no hay tiempo. Lo intentaré, pero si alguien quiere encargarse de buscar los últimos y copipegarlos aquí con su número de edición, se lo agradeceré y se ganará una reseña de una de sus obras en la revista MÁS LITERATURA.

Alguien se apunta?
Tiene que ser ya. El jueves termina esto.
civairott
Mensajes: 559
Fecha de ingreso: 10 de Diciembre de 2009
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  • 4 de Abril de 2011 a las 15:28

XLVIII - CIENCIA LÍMITE - RESBALANDO POR LOS LÍMITES DEL CAOS - DE ESTRELLAFUGAZ

 

   Diciembre de 1977. Kurt Gödel limpia con el puño de la americana el vaho de la ventana, pega la nariz al cristal y mira hacia el exterior. La nieve ha cubierto ya todo el campus de Princeton.

 

   ¿Y qué hago yo aquí, por qué en este país al otro lado del mar al que ni siquiera recuerdo haber llegado?

 

   A Kurt Gödel se le van escapando poco a poco las vividurías por los agujeros de la memoria. Su patria, el Imperio Austrohúngaro, ya no existe, ni quedan emperadores, ni káiseres, ni zares, pero no recuerda si todo eso se lo llevó por delante la Gran Guerra o la que vino veinte años después; o si, simplemente, lo devoró el paso de los años.

 

   Hace tiempo que no veo a mi mujer.

 

   Echa el aliento sobre el cristal para que se vuelva a entelar: que se quede fuera la nieve y todo ese país. Porque se siente bien en su despacho y solamente en su despacho. Del lado opuesto a la ventana y frente a la mesa una pizarra ancha, de tres metros. A la izquierda, escrito con tiza blanca, el signo alef, la primera letra del alfabeto hebreo, con un subíndice cero; en el extremo opuesto, el mismo signo con un subíndice uno.

 

   La mesa, completamente limpia, sin papeles, sin libros. Abre un cajón y saca la estilográfica, otro cajón y un folio en blanco.

 

   Colgado de la pared y a la izquierda de la pizarra, justo a la altura de alef-cero, un retrato enmarcado con una dedicatoria en inglés: de tu amigo Alan Turing, Cambridge, 1939.

 

   Y vaya cosas de las que sí me acuerdo, del pobre Turing: toda la vida trabajando en máquinas que pensaran...; incluso lo llamaron durante la guerra y fue el único capaz de descifrar los códigos de las máquinas alemanas de mensajes. Pues, ¿no lo procesan diez años después por homosexualismo y acaban castrándole químicamente...? Hasta que acaba comiéndose una manzana con cianuro.

 

   Con el papel encima de la mesa quiere replicar la pizarra. Dispone el folio horizontalmente y traza un alef-cero a la izquierda.

 

   Pero a mí no me engañan esos ingleses. Todo fue porque se acercó a Dios con esa máquina que pensaba; y ellos creen que solo Dios puede crear algo que piense. Pues ahí tienen ahora esas mismas máquinas jugando al ajedrez o guiando naves hacia vete a saber dónde... Y que no me pase a mí lo mismo que a Turing...

 

   Lleva la pluma al extremo derecho del folio, dibuja un alef-uno y mira su modelo en la pizarra. A su derecha y guardando simetría con el anterior, otro retrato enmarcado y también dedicado, en alemán esta vez: Ludwig Wittgenstein, Viena, 1949.

 

   Otro que tal: también escalando por esas aristas donde los límites de la matemática y la lógica coinciden con las fronteras borrosas de Dios. El mundo está ahí, el lenguaje habla del mundo y el metalenguaje habla del lenguaje. Las proposiciones del lenguaje hablan del mundo pero no de sí mismas: para hablar del lenguaje está el metalenguaje. Así dijo; y sin más destruyó la paradoja de Russell, la del mentiroso y del barbero. Nada le impidió seguir avanzando por un metalenguaje de nivel uno que sirviera para hablar del metalenguaje de nivel cero, subir luego al de nivel dos, tres, y alcanzar el límite de la lógica, llegar a ese punto donde o ya no hay nada o se te aparece Dios preguntando dónde vas. Y luego el final: me dijeron que Wittgenstein no se había suicidado como habían hecho sus tres hermanos pero me enteré de que se había negado a que le trataran un cáncer de próstata. ¿A quien quieren engañar?

 

   Vuelve al folio y repasa con la pluma los trazos de alef-cero y alef-uno. Contempla el espacio blanco del folio entre los dos símbolos y el espacio negro correspondiente de la pizarra.

 

   ¿Qué puede haber en medio, en el espacio que queda entre alef-cero y alef-uno? Y mi mujer, ¿donde para?

 

   Se lo han dicho varias veces pero no ha querido escuchar: su mujer lleva un mes ingresada en el hospital. Y ahora, como no se fía de comidas preparadas en inglés, es su asistenta alemana quien le cocina y quien quita el folio de la mesa para comer frente a él. Tres días atrás Frau Weiss entró con la bandeja y se lo encontró escribiendo compulsivamente en la pizarra. Decenas, cientos de símbolos alef de todos los tamaños y con diferentes subíndices orientados hacia aquí y hacia allá, invertidos, metidos unos dentro de los otros... Tras dejar la bandeja sobre la mesa intentó que Herr Gödel dejara la pizarra pero, al proseguir este aún más nerviosamente, salió en busca del médico. Cinco minutos después se lo encontraron obedientemente sentado frente a la bandeja. En la pizarra un solo símbolo en el centro y ocupando toda la altura: un alef con subíndice alef.

 

   Algo me darían porque ese fue el día en que tuve aquella pesadilla que aún no sé si fue pesadilla. Me llevan cogido de los brazos y arrastrando los pies por pasadizos que van girando a izquierda y derecha hasta una puerta. La abren y, cuando creo que me van a dejar abandonado en un calabozo, me veo ante un tribunal que me obliga a permanecer en pie:

 

   -¿Es usted Kurt Gödel, el autor de los teoremas conocidos como teoremas de Gödel?

 

   -Sí.

 

   -¿Se incluye en esos teoremas la afirmación de que, partiendo de los simples axiomas de Peano para la aritmética, se puede llegar a la contradicción P si y sólo si no-P?

 

   -Sí.

 

   -¿Sabe usted quién es el verdadero autor de los axiomas de todas las ciencias?

 

   -...

 

   -Dios. ¡Y usted ha puesto en duda la competencia de Dios...!

 

   -No exactamente.

 

   -Lo que usted quiera, pero está castigado a pasar el resto de su vida encerrado en la mazmorra de su propio cerebro.

 

   Tal como se me habían llevado, me devolvieron a mi cama. Y sí, tenían razón: yo había demostrado que su aritmética era inconsistente; y además, lo había adornado con la demostración de que, cuando intentaran volverla consistente, se les volvería incompleta; y si la querían completa, volvería a ser inconsistente. Pero no fui yo, fueron ellos solitos quienes se habían metido en ese bucle del que no podrían salir nunca.

 

   A pesar de ese sueño o, con más ganas aún desde ese sueño, Gödel, encerrado en la mazmorra de su cerebro, en la mazmorra de su despacho y en la mazmorra de un país que no es el suyo, mira el espacio que queda entre los dos símbolos alef. Cosas de Georg Cantor, que murió antes de que pudiera conocerlo y, por tanto, enviarle un retrato enmarcado, pero también se acercó a Dios con sus jerarquías de infinitos. Alef-cero representa un infinito, el que corresponde al conjunto de los números naturales (1, 2, 3,...) y otros conjuntos semejantes, el de los números pares, el de los primos... Alef-uno representa, en cambio, un infinito muy superior, el del conjunto de los números reales, números como el 1,1 y el 1,2 entre los que pueden insertarse infinitos números: 1,11, 1,1049, 1,19987... Un infinito de infinitos. Gödel sabe la regla por la que puede partir de un conjunto de cardinalidad, es decir, de tamaño alef-cero y llegar a otro de tamaño alef-uno; y sabe proseguir saltando a conjuntos alef-dos, alef-tres, pero cuando mira el papel las preguntas que se hace son: ¿esa jerarquía ascendente de infinitos, es el mismo camino por el que los místicos llegaban a Dios, que anda sentado en el infinito de mayor tamaño, en alef-alef?; ¿no puede esconderse Dios entre dos infinitos cualesquiera, alef-cero y alef-uno, entre los que no parece haber sino el más inmenso vacío?; ¿tiene todo eso algún sentido o la infinitud matemática no tiene nada que ver con la infinitud divina?

 

   Y así, día tras día, semana tras semana, Kurt Gödel se enfrenta a esas preguntas con la pluma en la mano y el folio en blanco. Ya sabía que, cuando de infinitos se trata, la intuición no sirve. Ahora sabe también que, cuando se fuerza la razón, empiezan a aparecer ante los ojos algunos de sus monstruos. Por eso es mejor arrugar el papel cada noche, tirarlo a la papelera y volver a empezar al día siguiente.

 

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XLVIX - EL CAOS: EL DÍA EN QUE TODO COMENZÓ A ORDENARSE - DE NOSEBUNDOS

Había mucho revuelo por los pasillos de las oficinas. La ronda me llevó casi toda la mañana. Cuando llegué a las salas de los insectos todos los responsables médicos de los animales del zoo  estaban allí, con guantes de látex, recogiendo muestras de los terrarios de las mariposas. Nadie me contó nada hasta que no me necesitaron. ¿Podrías llevar estas cajas de muestras a los laboratorios?, me dijeron, ya sabemos que eres el vigilante y que no... pero estamos  hasta arriba.

 

Eché un último vistazo a los terrarios, cada par de alas como una escama levantada y retorcida, una piel de reptil con los colores de las diferentes familias de mariposa; verdes, ocres, tonos tierras y rojos y amarillos de advertencia, todas muertas, alfombrando los terrarios al rededor de los responsables agachados con sus guantes y sus bolsas, tomaban muestras con la cara desencajada, pálidos. De acuerdo, les dije, de acuerdo... en parte fue vergüenza y en parte compasión. 

 

Eran siete cajas enormes de cartón. Tuve que hacer tres viajes. Mientras iba y venía decidí cargar el revolver de casa en cuanto llegase. No sé muy bien por qué. 

 

Cuando llegué a casa saludé a Clara, nos dimos un buen beso, luego se lo dije: Todas las mariposas del zoo han muerto. Oh, vaya, me contestó. Fui al dormitorio a cargar el arma, doblando el pasillo le dije a Clara que iba a tomar un baño. 

 

En las noticias de la noche vimos que había sucedido lo mismo en zoológicos de todo el mundo. No había ninguna respuesta, nadie parecía saber nada. Imaginé todo ese montón de cajas resultante colapsando los laboratorios. Estos periodistas, pensé, sensacionalistas... la vida seguía, de momento.  

 

Dos semanas después el mapa del tiempo seguía despejado; ninguna borrasca. Fue la única sorpresa del desayuno. La cara de la chica del tiempo no conseguía darle interés al hecho de que llevásemos una semana con la misma temperatura. 20 grados y algunas décimas, sin cambios por el momento; eso es todo, decía, el tiempo seguirá estable en los próximos días. No dijeron nada sobre las mariposas. 

 

Mientras guardaba la agenda en la cartera me fijé en los ojos de Clara. Mi esposa estaba allí, en medio de la cocina, clavada en la rutina oxidada de los gestos cotidianos, esperando el beso de despedida. En su mirada vi claro que le daba igual, que posiblemente ni me quería ni ese hecho le molestaba lo más mínimo. A mí tampoco me importaba; la besé y me fui al trabajo. Sin decirnos una palabra, decidimos dejarlo todo como estaba. A esas alturas daba igual, supongo.

 

Hacía la ronda como cada mañana y me pasé por las salas de insectos. Había escarabajos en lugar de las mariposas. De muchas formas y colores. Me acerqué y sonreí con alguno que era grotesco. Unos de los jefes caminaba por allí. Se detuvo a mi lado, así que le pregunté por las mariposas, me dijo que no sabían nada en absoluto. No oí hablar más de aquel tema. 

 

Sin apenas cambios; cada día que volvía del trabajo había menos gente por la calle. Podía oír el aire pasando por mis fosas nasales deformes, silbando de forma ridícula. El escándalo habitual de las avenidas y calles, del metro, fue sustituido por el silbido de mis fosas nasales que rompía con timidez el silencio. ¿Qué nos está pasando? A la ciudad, al mundo... Me duele la cabeza menos últimamente. 

 

Esa tarde seguíamos teniendo 20 grados y algunas décimas. Cuando llegué a casa contemplé, por unos instantes, a Clara, a la que le había dado por mirar a través de la ventana durante horas. Casi todo el día, cada instante que tenía lo pasaba allí. No era la única persona que lo hacía. Las ventanas de los edificios de enfrente estaban plagadas de siluetas con la espalda recta y los brazos cruzados por delante; como mi esposa, tan sólo miraban. Yo seguía tomando notas en mi agenda, me ayuda, escribir me ayuda a pensar con más claridad. 

 

Cada día había más gente mirando a través de sus ventanas, como Clara. Yo podría haber hecho lo mismo. Por entonces ni siquiera me alimentaba; ni sólidos ni líquidos. Desapareció la necesidad de ir al baño, mi cuerpo dejó de producir sudor. Podía haberme quedado allí, en la ventana de mi casa como ella, pero seguí yendo al trabajo durante toda la semana. Allí, mis compañeros, los que aún acudían a sus puestos, lo hacían tan sólo de manera presencial. La gente estaba sentada en oficinas y laboratorios, en la enfermería —donde fuera—; esperaban a que la hora del cierre llegara y salían del zoo. Los animales de todo el zoológico podrían estar muertos o dormidos, a nadie parecía importarle. 

 

Creo que fue la tarde del sábado, desde entonces es muy complejo calcular el tiempo, han podido pasar semanas de caos estático. Pensar es difícil cuando no ocurre nada en ninguna parte... una especie de bruma. Mientras, sigue atardeciendo; el sol se ha parado, el planeta se ha detenido, habrá dejado de girar sobre sí mismo. El hecho es que desde entonces es por la tarde; el sol a medio hundir en el horizonte, estático, proyectándose anaranjado constantemente sobre los edificios y las calles. Es curioso, porque los relojes siguen avanzando... cuesta siquiera pensar en algo; hacer el gesto sencillo de levantar el teléfono y llamar a emergencias no tiene sentido, aunque esté viendo como la gente que miraba por las ventanas comienza a arrojarse al asfalto. Se estrellan contra el suelo dorado de sol. Yo sigo escribiendo y mirando por la ventana de vez en cuando. Hay un viejo que dispara sobre los coches, parece no entender por qué los cristales no estallan, sino que se cuartean y caen despacio al suelo... cada uno se resiste como puede. Por la calle cruza una mujer con ropas mínimas de corredora, ella sí suda, espuma en realidad... cada uno es cada uno. El revolver cargado en el dormitorio ..., no podría levantarme, tampoco me he preocupado de Clara.

 

Tal vez todo se deba a las mariposas, tal vez sólo quedemos unos cuantos que seguimos cambiando el mundo, como yo lo cambio con la tinta impregnándose en el papel de mi agenda, como el viejo que dispara a los coches o la chica que corre. Todo esto se acaba, pero si pudiera surgir de uno de nosotros siquiera el impulso suficiente para

 

 

civairott
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  • 4 de Abril de 2011 a las 15:42

L: LA HUMILDAD: SAN JUAN SURGIDO DEL POZO - DE ONIRIA

Pablo llegó tarde a la misa, pero no se sintió culpable. Bastante hacía con estar allí. Incluso entró en la iglesia, pese a que había jurado, poco antes de empezar la guerra, que jamás volvería a pisar una. Eso fue en el funeral de su padre, el día en que decidió que no habría suficiente sangre derramada en el mundo como para sentirse satisfecho. Sangre y destrucción, y muerte, y agonía.

Llegó una guerra. Qué apropiado.

Hacía mucho frío allí dentro. La luz del sol que se filtraba por los laterales no conseguía calentar el hielo intenso que supuraban aquellas piedras. Pensó que, más que un templo, la iglesia parecía un mausoleo, la tumba de un dios muerto. Su hermano Juan le miró desde el altar. Hacía años que no se veían, desde el día en que empezó la guerra y cada uno eligió un bando y un destino. El reencuentro fue un momento extraño. Se estudiaron el uno al otro, buscando posibles diferencias…

Tuvo la impresión, la absoluta certidumbre, de que ambos estaban pensando en aquel lejano día, cuando eran pequeños y Juan se cayó al pozo.

Pablo tosió, sin poder contenerse, sacudido por la tisis, la nueva dueña de sus alientos. Con aquel sonido desgarrado, la magia de ese primer instante se rompió como si hubiese sido algo físico; Juan suspiró y siguió con su ritual, y Pablo miró a los lados, buscando un sitio donde acomodarse. Había mucha gente de pie, los bancos estaban totalmente llenos. De modo que era cierto que las misas del padre Juan habían empezado a atraer la atención de feligreses de otras zonas. Si seguía así, la cosa no iba a acabar bien.

¿Sería por eso que le había mandado una carta, tras tanto tiempo? Por supuesto, pese a todo, había ido.

Fuera el que fuese aquel que surgió del pozo, seguía siendo su hermano.

Pensó quedarse de pie, pero se sentía tremendamente cansado y le dolían mucho el pecho y la rodilla derecha, que nunca se recuperaría por completo de su herida en combate. Cojeó hasta uno de los últimos bancos y se apoyó como pudo en el pequeño espacio que le dejaron por lástima. No estaba cómodo pero, al menos, estaba sentado.

Desde allí, contempló cómo su hermano daba la comunión. Nadie podía quedar impasible viendo aquello, ni él, que no creía en dioses ni mucho menos en los hombres que utilizaban los miedos ajenos para medrar. La gente avanzaba torpemente hacia su hermano, enferma y ensordecida por el retumbar de la guerra, soñando con tener de verdad un alma eterna que les ofreciese algún consuelo, una segunda oportunidad en un sitio mejor donde realmente fueran importantes para alguien. Y Juan era el foco de su esperanza.

Resplandecía de amor, como siempre.

No, como siempre no.

¿Era otro, cuando lo sacó del pozo, tras aquella experiencia espantosa en la que bajó a buscarle como pudo y cargó con él hacia la luz? ¡Qué frías estaban la oscuridad y el agua allí dentro! Cuando lo dejó sobre la hierba pensó que estaba muerto, tan pálido, tan helado… Pero Juan abrió los ojos en respuesta a sus voces y le miró de otro modo.

El hombre en el que se había convertido provocaba a su vez grandes cambios: avanzaban hacia el altar criaturas consumidas por el miedo, rotas y agonizantes, sí, pero Juan les hablaba, les sonreía, y regresaban a los bancos seres distintos, personas completas, iluminados por una sonrisa que siempre alcanzaba la mirada.

Alguien gritó que se había curado; una madre lloraba abrazando a su hijo; un anciano veía por primera vez el rostro de sus nietos…

Pablo suspiró, sabiendo que aquello era solo el principio. Si Juan seguía haciendo esas cosas, el Vaticano tomaría medidas. Se lo llevarían a Roma. Sería un nuevo San Juan, un San Juan surgido del pozo y de la guerra, que reforzaría todavía más la posición de los vencedores.

Se le revolvieron las tripas sólo de pensarlo.

Su hermano terminó la misa y despidió a sus feligreses, una tarea lenta, llena de abrazos y agradecimientos. Al final, sólo quedaron ellos dos, y Juan se acercó.

– Gracias por venir, hermano – le dijo. Pablo asintió.

– No son necesarias – vio que Juan se fijaba en sus dientes, rotos durante una de tantas palizas en la cárcel, vio la compasión y la pena. Apretó los puños – ¿Qué quieres?

Juan se sentó de lado en el banco que Pablo tenía delante, apoyando los brazos en el respaldo.

– Verás, me han ordenado que vaya a Roma – maldición, allí estaba. Lo que tanto había temido – El Santo Padre quiere verme. No me mires así, Pablo, no he estado alardeando – se defendió – Nunca lo has entendido. Sería ostentación si fuese algo hecho por mí y lo hiciese para mi propia satisfacción. Pero no es algo que haga yo, es algo que viene de Él – señaló con un dedo hacia el techo –, destinado al bien del mundo.

– La verdad, no sé si pecas de humilde o de idiota. Ah, perdón, que tú no pecas. Para eso vine yo al mundo, para compensar – Juan no dijo nada – Bueno, tienes que ir a Roma para que te aplaudan y te canonicen. ¿Y? ¿Para qué me has llamado?

– Quiero que vengas conmigo.

– ¿Yo? ¿Al Vaticano? – se le escapó una carcajada – Estás de guasa. No podría contenerme. Quemaría hasta los cimientos ese nido de hipócritas. Jamás olvidaré lo que dijo el cabrón del cura el día del funeral de padre. Lo mataron como a un perro, esos fascistas de mierda y, encima, tener que oír esas cosas. Claro que, tú, lo olvidaste rápido – Juan se ruborizó pero no dijo nada. Pablo empezó a incorporarse – Será mejor que me vaya.

– Espera – su hermano le detuvo con un gesto – Tienes que venir. Todo esto empezó contigo y lo sabes. Recuerdas tan bien como yo el pozo, que caí y tú me sacaste. Sabes lo que pasó realmente – se miraron unos segundos en silencio – Estaba muerto, Pablo. Muerto. Y, tú, me trajiste de nuevo a la vida. El Señor actuó a través de ti.

– Te has vuelto loco…

– No. Siempre lo he sabido. Y tú también. Yo no era así, antes, no tenía… – alzó las manos, maravillado – esto. Tú me lo diste, junto con la nueva vida. Soy un vínculo entre Dios y la humanidad. Pero lo soy gracias a ti.

– No me jodas, Juan. No sé por qué tienes tanta fe, pero sabes que yo no tengo ninguna. Pienso que el que hace esos milagros eres tú que… No sé, tienes algo, un don. Me pregunto por qué tienes que ser así, por qué te empeñas en atribuir a ningún puñetero dios el mérito de lo que haces pero… – Juan se echó a reír – ¿De qué cojones te ríes?

– De ti. De nosotros. Estamos atrapados en un juego absurdo, hermano. Piensas que soy demasiado humilde por creer que es Dios quien actúa y no yo. Y yo pienso que eres infinitamente soberbio porque no aceptas tus propios límites y crees que me resucitaste tú solo, sin intervención divina.

– No estabas muerto.

– Sí, claro que lo estaba – se adelantó bruscamente y apoyó una mano en la pierna de Pablo – Y tú, precisamente tú, no puedes dudar de ello.

Hubo un momento de dolor intenso, un calor infinito que empezó en su rodilla y se extendió por todo su cuerpo, quemando sus pulmones, abrasando su boca. Pablo gritó y se agitó bruscamente, intentando apartarse, pero Juan afirmó el contacto. Las imágenes oscilaron y se hundieron a su alrededor como cera derretida. Luego, casi de inmediato, , nada.

No había presión en su pecho, ni tormento en la pierna. Tenía todos los dientes.

– Ha sido Dios – dijo Juan, con una sonrisa en los labios.

– Has sido tú.

– Me resucitó el Señor.

– ¡Te resucité yo! – se liberó de un manotazo – ¡Yo grité como un loco tu nombre, golpeando la tierra con los puños! ¡Ni siquiera recé, ¿lo entiendes?! ¡No pasó ningún jodido dios por mi cabeza! – se quedó paralizado. Al final lo había admitido. Recordó el miedo intenso de aquella tarde. El pequeño Juan, pálido sobre la hierba, con los labios y los ojos azulados... No respiraba, no tenía pulso. Demasiado tiempo en el pozo, flotando bocabajo en aquella agua oscura y fría. Pero había vuelto a la vida tras llamarle tantas veces… – No quería decir eso. Yo…

Juan rió, divertido. Se puso en pie.

– O Dios me resucitó, o fuiste tú. Y sabes perfectamente que los hombres no hacen milagros. Ven conmigo, hermano. Estaremos juntos, nos irá bien.

– No. Jamás.

– Pero, piensa que cuando el Santo Padre me pregunte qué sucedió, cómo empezó todo, tendré que revelarlo – insistió Juan. Pablo hizo una mueca – No sé qué ocurrirá entonces, pero sospecho que insistirá en verte. Comprende que, alguien como tú, bendecido con el poder de resucitar, debe formar parte de la Iglesia. Eres un instrumento divino.

– No necesariamente. También puedo trabajar para la competencia.

– No bromees con eso.

– No me atrevería. ¿Aún quemáis gente? – vio la expresión dolida de Juan y suspiró, arrepentido – Perdona. No voy a ir, no insistas. Déjame solo, anda.

Juan titubeó.

– Como quieras. Al fin y al cabo, todo sucede por decisión divina – sonrió débilmente – Adiós, hermano.
 
Pablo le contempló mientras se alejaba y desaparecía por la puerta de la sacristía. En menudo lío estaba. ¿Para poder vivir en paz, tendría que bajar la cabeza sumisamente y atribuirle el mérito de lo hecho a un poder superior, como hacía su hermano? Con total probabilidad. Aquellos buitres no consentirían compartir ese supuesto don divino y menos con alguien a quien no podían controlar. Le pondrían piadosamente en su lugar, a golpes, de ser necesario. Le recordarían que debía ser modesto y aprender a conocer y respetar sus límites.

Pues no pensaba permitirlo. Que se jodieran la humildad y todas las virtudes, tantas veces pateadas por quienes las usaban de bandera. No compartiría aquello ni con Dios. Él lo había hecho y sólo él. Era suyo.

Se puso en pie. Ya no le molestaba la rodilla, ni sentía presión en los pulmones, ni le dolía tanto todo lo perdido.

Pero salió de la iglesia jurándose no volver a pisar una, jamás.

civairott
Mensajes: 559
Fecha de ingreso: 10 de Diciembre de 2009
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  • 4 de Abril de 2011 a las 15:49

LI: EL MIEDO: DETENIDA: DE PSICOACTIVA

 

Enciendo el cigarrillo y me quedo mirando el paisaje detrás de la ventana. Apoyada en la encimera de la cocina, quieta, mientras la vida pasa y todos siguen su marcha, yo me detengo, cada vez con más frecuencia, a mirar por la ventana, a fumar un cigarrillo y a pensar. A veces creo ser incluso un poco feliz mientras aspiro el humo y veo, sin esperar nada, sin que nadie espere nada de mí, cómo se mueven los árboles o la gente, mientras pasean a sus perros, o los coches pasan. Se mueven. Y yo siento que estoy detenida. Y no importa que el cigarrillo se termine y yo vuelva a todas las tareas con las que generalmente me ocupo. Esa sensación no desaparece. Cuando estoy en la ventana y veo cómo el resto de las personas que tienen un destino se mueven, cómo parecen saber exactamente dónde dirigirse,  pienso que parece fácil, como sacar un billete de tren e ir a alguna parte, tener un destino, saber dónde se quiere ir. Sin embargo para mí no es así. 

 

 

En marcha

 A veces me pregunto si veré desprenderse la piel de un glaciar o acariciaré con mi mirada las cúpulas redondas de palacios lejanos, me pregunto si está hecha para mis dedos la suavidad de los ríos turquesas que riegan Nueva Zelanda o si podré  algún día recostarme de espaldas a contemplar la aurora boreal. Hay tantas cosas hermosas del mundo que me gustaría ver antes de morir, que creo que por eso miro siempre los documentales de la 2. Te enteras por ejemplo de por qué está descendiendo, a manos de cazadores furtivos, la población del puma americano, y eso te da una visión poliédrica del mundo. Sin embargo mi marido sólo mira fútbol y a veces también el telediario. Yo veo todos los documentales de la 2 y de Discovery Chanel. A mis hijos, cuando vivían en casa, les ponía siempre documentales, pero se aburrían y preferían sentarse en el ordenador. Yo nunca me aburro viendo documentales. Cuando vamos de vacaciones a la casa de  Fuengirola, porque para eso la compramos, suelo mirar incluso durante horas los viejos Atlas de mi padre y entonces me pregunto si en aquellos pueblos tan lejanos también hay mujeres que sueñan con viajar por todo el mundo, si también a ellas el corazón, algunas noches, parece que se lo apretaran unas manos invisibles, al darse cuenta que las cosas más bellas no han sido creadas para ellas. 

 

Estaciones intermedias

Muchas noches no puedo dormir. Me quedo pensando e intento entender qué me está pasando, por qué vuelvo siempre a la misma ventana, a fumar un cigarrillo y a pensar las mismas cosas, con lo fácil que sería comprarme un perro y sacarlo a pasear. Por qué soy la única que parece habitar en estaciones intermedias y entonces pienso en todos esos trenes yendo y viniendo y me doy cuenta que la vida se me está terminando y que no hay mucho tiempo para detenerse, que quizás no importen tanto los destinos, sino el movimiento. Y me doy cuenta que nos vamos a morir tarde o temprano y que pasarse las noches pensando en trenes no tiene mucho sentido. Por eso no puedo dormir. Una noche me levanté y salí a pasear, era ya muy tarde y por la calle nada se movía, pero fue muy agradable ver cómo en las ventanas no había ninguna mujer fumando. Llegué hasta la avenida y allí encontré coches, y gente que reía caminando de la mano y personas fuera de los bares. Pero fui incapaz de detenerme en algún bar, aunque deseaba un Bloddy Mary, seguí caminado, mirando la gente en las ventanas, preguntándome  ¿Conocen ellos su destino? ¿Se sentirán también  a veces detenidos? ¿Habitarán estaciones intermedias? 

 

 

 

Vagones imposibles

A veces me doy cuenta que no sé nada. En realidad y aunque me esfuerce por comprender las cosas, a veces dudo de todo lo que creo que sé. Dudo que Alfredo me necesite, o de si envejeceré a su lado, dudo si seguiré aquí esperando que los niños vuelvan sólo a casa para navidades o , que mirar los documentales en la 2 sirva para tener una visión poliédrica del mundo, dudo que valga la pena mantener la casa en orden y que una buena mujer es aquella que no grita y no se queja, incluso dudo de la importancia de cocinar el almuerzo (porque Alfredo volverá a decirme que comerá en el bufete de la empresa y entonces yo, que estaba segura de que esta vez vendría, vuelvo a congelar otro almuerzo, que casi ya no entra entre todos los almuerzos congelados) y dudo, sobre todo,  que sea demasiado tarde para cambiar. Dicen, los que saben sobre comportamiento animal, que  hasta las ratas de laboratorio aprenden perfectamente sobre qué botón hay que apretar para autosuministrarse el alimento. Yo sin embargo no me parezco mucho a la rata de laboratorio. Parezco olvidar las cosas esenciales. Y vuelvo a cuestionarme, mientras miro por la ventana y fumo, por qué no me gustan las telenovelas ni me hace ilusión ir al supermercado ni por qué no quiero ir a uno de esos centros de Spá, como me recomienda mi amiga Camila. Y es que Camila ha pasado por muy malos momentos y siempre ha salido de ellos con nariz nueva o nuevos pechos o cambio radical en el color del pelo. A mí no me gusta contarle mis cosas a la peluquera y mantengo el mismo color de tinte desde los treinta años, quizás por eso no puedo ser como Camila. Yo ni siquiera he cambiado el color de las paredes de mi casa en quince años. Y es que siempre supe conformarme. Pero ahora es distinto. Cuando miro por la ventana y dudo de todo,  pienso que  alguna de las personas que pasan puedo ser yo, y que es tan fácil como decidir un destino y montarse en un tren, aunque los vagones estén cargados de sueños imposibles.

 

Cercanías

El otro día estaba sentada junto a la mesa camilla,  mirando un documental en la 2 que hablaba sobre la vida del camarón troglóbido de las profundidades de las cavernas de la península de Yucatán, y pensé que para ciertos bichos estar ciego es natural, entonces sentí miedo y tuve que salir corriendo de casa y dejé todo encendido, tal es el miedo que sentí. Y me fui a caminar por la avenida,  porque a esa hora las calles están llenas de gente que van y vienen en todas direcciones y  sin darme cuenta, en un momento, estaba frente a la estación de cercanías que hay al final de la avenida. Entonces sentí curiosidad por ver los trenes y a las personas que llegan y se van y me senté en un banco a fumar un cigarrillo, pero los trenes no se movían y aunque había personas, estaban todas charlando o esperando, pero ninguna se movía en los andenes y me sentí decepcionada y volví a casa un poco triste. Estaba Alfredo y me preguntó dónde había estado, pero no pareció importarle que la gente no se moviera ni que los trenes no se fueran ni llegaran, me pidió que le hiciera un té y se encerró en el despacho y yo se lo hice, pero después, cuando volví a sentarme junto a la mesa camilla, me di cuenta asombrada que también todo se detiene a veces hasta en cercanías.

 

 

El destino

Hace algunas noches, mientras Alfredo dormía,  me preparé un Bloddy Mary y me senté en el rellano de la escalera y me di cuenta que no hace falta comprender las cosas, que quizás las cosas pasan y en realidad comprender no sirve para que las cosas pasen o dejen de pasar. Que la vida es como un tren  que te lleva en el que a veces, si haces muchas preguntas, te puedes sentir detenida, porque ves que lo que se mueve está sólo detrás de las ventanas.  Me di cuenta que voy a terminar por  envejecer junto a Alfredo y a esperar siempre a los niños en navidades y que seguiré  mirando los documentales de la 2 y fumando en la ventana sintiéndome incluso un poco feliz cuando veo la gente pasar. Porque los trenes cargados de sueños imposibles son para los que no tienen miedo. Pintaré las paredes de mi casa, cambiaré de color mis cabellos y aún así, seguiré necesitando encontrar, de tanto en tanto, nuevas  razones para olvidar lo que se está extinguiendo en mi vida. Pasarán los años y con suerte me empezarán a gustar las telenovelas o en algún momento, dejaré de pensar que hay tanto encanto en la suavidad turquesa de los ríos de Nueva Zelanda y mientras veo pasar desde la ventana todas las vidas que no serán las mías, quizás, deje de sentir miedo de que mi vida sea solamente este pequeño rellano donde nunca pasa nada,  y prenderé un cigarrillo sin dudar de que éste es, en definitiva, el destino que escogí.

 

civairott
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  • 4 de Abril de 2011 a las 15:51

LII: EL CIRCO: EL HOMBRE MÁS FUERTE DEL MUNDO - AUTOR: RAULCAMPOSVAL

 

Por el ojo de la carpa, se ve a Betelgeuse estallando hace 400 años. El Hombre Más Fuerte del Mundo ensaya su número entre un amasijo de hierros doblados y confeti amarillento. Hace frío ese otoño. Suponen estar solos, pero uno de los clowns desangelados les protege desde las sombras. Tras un cuádruple mortal a nueve metros de altura, Hipómena, la Enana Trapecista, aterriza en cuclillas muy cerca del forzudo. Bill siempre dice que este negocio es para superhéroes y no sabe la razón que tiene. Fuera se presume una gélida madrugada. Sólo hay dos focos encendidos en toda la carpa, pero es suficiente. 

 

            Hipómena se ha sentado en uno de los podios de los elefantes. Todavía huele a semen de paquidermo. Si acercaran ambos la oreja, podrían escuchar, reverberando en la estructura metálica, los barritos de Glóbulo y Madiposa mientras copulaba a escondidas encima hace dos noches. El Hombre Más Fuerte del Mundo ha seguido doblando barras como si la carpa entera fuera una taza de váter. Hipómena se ha sentido todo lo molesta que su altura le permite. Manzana podrida número uno: Hola. Hola, Hipómena. ¿No te acuestas? No.

 

            El clown, en sus sombras, se atusa distraídamente la peluca. Su nariz y su cara son una bandera de Japón. Debería estar en la cama, calentito, dentro de su caravana. Debería haberse traído una manta. Debería haber rechazado este encargo. Debería resignarse y tomar asiento en la localidad 47 de la fila 14 para ver cómo transcurren los acontecimientos. Dulce compañía. En el bolsillo de sus holgadísimos bombachos late descuidada una única flecha.

 

            El Hombre Más Fuerte del Mundo lleva poco tiempo en el circo ambulante. Bill no tuvo dudas cuando le vio convertir en confeti la guía de teléfonos que había sobre la mesa de su despacho. Con el tiempo pegado al culo, escondió el diccionario de la RAE en un cajón y sacó del mismo un contrato ventajoso para ambas partes que se firmó en el acto. Evitaron sellar el acuerdo con apretón de manos alguno, ya que Bill tenía en alta estima todos y cada uno de sus metacarpianos. Le dijo al forzudo que le iba a convertir en una estrella y entonces Betelgeuse reventó como una supernova de gozo. Ya habría tiempo de aprender el oficio y preparar un número en condiciones. Estuvo un mes limpiando los chiqueros de Glóbulo y Madiposa y, luego, empezó con el moldeado de barras de hierro: primero, un triángulo; luego, un pentáculo; por último, un Julio González… En sus ratos libres desmenuzaba guías de teléfonos y partía ruedas de camión. Todo eso iba a ser el plato fuerte de su actuación, hasta que a Bill se le ocurrió que tenía que hacer piruetas a lo Globe Trotter con la jaula del tigre Jalisco, Jalisco incluido. A pesar de que en el circo su terrible fuerza física era cualquier cosa menos un problema, el Hombre Más Fuerte del Mundo echaba de menos su vida de antes. Concretamente su vida antes de que sus músculos empezaran a tener vida propia. No ha pasado desapercibida la tristeza del Hombre Más Fuerte del Mundo al elenco de compañeros, portentos y artistas. Dicho y hecho. Tras tres meses de tristeza y trabajo duro, estaba casi preparado para su primera función. 

 

            Hipómena lo entretiene de su desánimo con una nueva manzana dorada. ¿Qué hacías antes de alistarte en el circo? Tenía una vida normal; era feliz. ¿Y qué pasó? El clown levanta una ceja, como un perro adormecido que ve acercarse a su amo sin conocer bien sus intenciones. No estoy seguro de querer hablar de esto, Hipómena. Falsa alarma. Vale, como quieras, pero tarde o temprano tendrás que sonreír. Hipómena toma impulso y se eleva hasta colgarse del trapecio como un condenado vampiro. Desde allí, sigue con la charla. ¿Te ha dicho ya Bill cuando debutas? No, todavía tengo que dominar del todo la jaula de Jalisco: el tigre siempre vomita y no estará bien que lo haga encima de los niños de primera fila. La risa de Hipómena llena la carpa y supura por el ojo, distrayendo levemente de su cópula constante a los elefantes. El Hombre Más Fuerte del Mundo esboza una sonrisa tan poco sonrisa que pasa desapercibida incluso al soñoliento clown, que ahora ya ocupa también las localidades 46 y 48. Hipómena, la Enana Trapecista, se balancea como el péndulo del reloj que marca ya las tres de esa solitaria madrugada de otoño, y cuando deja de reír dice: acabará por acostumbrarse; es un tigre muy aplicado y hará bien de peonza. Eso espero, porque ahora el truco de la jaula es lo mejor de mi espectáculo. Y dobla otra barra de hierro para peinar al viento que se cuela dentro de la carpa. Hipómena hace días que se sabe prendada sin remedio del Hombre Más Fuerte del Mundo, sí, ese que lleva una coraza más fuerte que él mismo. ¿Y tú que hacías antes de entrar en el circo, Hipómena? Pues yo… yo… era enana. Pero no trapecista. Trapecista fui después de conocer a Bill. Cuando era sólo enana hacía una vida normal de enana: usaba las escaleras en los últimos pisos de los edificios si subía sola en el ascensor y no llevaba paraguas, me sentaba en los bordillos para que me colgaran los pies, evitaba los charcos, llevaba siempre una banqueta en el bolso… Lo normal para una persona de mi enorme estatura. El Hombre Más Fuerte del Mundo no para de reírse y ella de balancearse. La jodida trapecista es la persona más graciosa de todo el jodido circo. Bill me subió al trapecio porque supo medir mi verdadera altura. Desde aquí mi vida se divisa diferente, forzudo; puede que a ti también te pase algún día. ¿Sabes, Hipómena?, yo antes era funcionario. ¡Clic! Con estos brazos era capaz de hacer las labores de un ejército de funcionarios… Vaya, no me extraña. Cuando lo dejé, tuvieron que convocar más de 1.000 plazas para cubrir mi puesto en la Diputación… ¡Ahí va! Mi mujer estaba encantada, ya sabes… Tampoco me extraña, suspira la enana. Yo antes estaba casado… Mi esposa era sublime, suspira él ahora. Era una mujer con suerte, dice ella. 

 

            El deseo de Hipómena, esa tercera manzana dorada, estalla en el clown como Betelgeuse, y ambos, clown y estrella, despiertan del ennui. Durante un instante piensa el payaso que ese sería un magnífico nombre para su nariz roja y postiza, no Ennui, sino Betelgeuse, pero desecha la idea porque este es el momento que el amor estaba esperando. Y la carpa, el lugar perfecto para el mayor espectáculo del mundo. Deseo concedido, Hipómena, susurra el clown, pero no olvides que dicen que el amor sólo es eterno mientras dura. Ella se dispone a preguntar por qué cambió su vida de funcionario cuando el payaso, desde su sombra, tararea una canción de Maquiavelo y dispara la única flecha que lleva en el bolsillo de sus bombachos. Una flecha para dos. Hipómena se desmaya, herida, y al flojear sus piernas cae en picado como un halcón sobre la presa. El trapecio se queda tiritando en las alturas. El Hombre Más Fuerte del Mundo siente una punzada en el pecho, grita horrorizado y da un salto de superhéroe para salvar a Ícaro en su caída. Con precisión, el clown detiene el tiempo dentro de la carpa y les convierte a los dos en inusitadas constelaciones. Entra en el círculo iluminado de la pista como Pedro por su casa y, bajo los dos cuerpos flotantes y ensimismados de la enana y el forzudo, coloca una hoja de loto con agua de lluvia. 

 

            Si fuera esa noche una tarde de función y el circo estuviera repleto de público, la orquesta sonando, las luces parpadeando y los artistas bordando sus números, todos los presentes hubieran abierto sus bocas de asombro al presenciar una exhibición de auténtica magia, magia de la buena, porque magia es lo que hacen los Clowns y porque ante los ojos del distinguido público, señoras y señores, niños y mayores, testigos todos, Hipómena, la Enana Trapecista, empieza a estirarse: sus brazos y piernas, dos cuartas más; su torso, no sé, como cuarenta centímetros; todo lo que antes tendía a ser rollizo, será ahora proporcionado; todo lo que fuera rodio, se ha cubierto de pan de oro. ¡Mírenla desarrollarse, distinguido público! Campanilla crece y Peter la encuentra enorme en el instante en que el tiempo continúa su curso. El forzudo e Hipómena, desmayada y crecida, unen sus secantes trayectorias, aún suspendidos en el viento. La inercia les lleva a rodar bajo el podio de Glóbulo y Madiposa y el olor a semen de paquidermo despierta a Hipómena, la Alta Trapecista, sana y salva, en los brazos de su enamorado. Estas flechas no fallan. Hasta las seis no aparecerá Bill por la carpa, dando órdenes a diestro y siniestro, así que tienen al menos un par de horas. El clown, con su misión cupida, regresa satisfecho de la sombra al calor de su caravana. 

 

            Al día siguiente, el Hombre Más Fuerte del Mundo e Hipómena han aparecido cogidos de la mano. Bill le ha dado a él permiso para debutar, aunque de momento sin Jalisco; a ella, la enhorabuena por el estirón; y a ambos, sus sinceras bendiciones. El frenético ritmo del circo ha comenzado. Esa tarde habrá función y por fin debutará. Los Clowns despliegan sus alas al mediodía. Glóbulo y Madiposa no dejan de ensayar su cópula megalómana. Hipómena disfrutará del amor eterno mientras dure. Betelgeuse es ya una nebulosa. Y el Hombre Más Fuerte del Mundo forma ahora parte de este circo que es su nueva vida. 

 

            A las cinco en punto de la tarde, Bill, pertrechado con su uniforme de Jefe de Pista, ha proclamado con más convicción que nunca aquello de que el mayor espectáculo del mundo puede comenzar. Cuando le ha tocado el turno, nuestro forzudo se ha lanzado a la pista a doblar hierros en forma de corazones y a pulverizar guías de teléfonos. Bill le ha presentado ante el público como Atalante, El Hombre Más Fuerte del Mundo. Jalisco, de momento, no necesitará biodraminas. 

 

civairott
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  • 4 de Abril de 2011 a las 18:23

LIII: TRÍOS: SIEMPRE ES AYER - Autor: SOLOELSOL 

 

Marta siempre llega temprano por la mañana. Sin esperar un instante me abraza, estrujándome sin importarle lo más mínimo que mi cuerpo venga del inimitable calor de la cama. Sus ropas heladas en mi piel, su beso, su típica broma: "¿Todavía en el catre?" Su aliento huele a coñac. A veces Marta me hace el desayuno, pero sólo si está muy contenta y yo muy triste. A veces Marta grita, blasfema y me araña hasta que consigo meterla bajo la ducha. A veces desliza sus manos desde mi nuca a mis caderas y luego se arrodilla, me agarra los huevos y con su boca me da los buenos días metiéndose mi polla muy adentro.

 

Pero Marta se va, siempre se marcha al poco tiempo. Jamás he logrado que se quede a comer. Tampoco insisto demasiado.

 

Al salir de mi pequeña casa, cierra cuidadosamente la puerta. Marta cree que un portazo la puede matar; y que hacer el amor sin abrazarse antes trae niños; y que si termina con la bebida perderá su suerte en el póker.

 

El día no ha hecho más que comenzar. Sé que debería escribir, sin embargo pierdo el tiempo, en internet y comiendo demasiado, hasta que sobre las cuatro aparece Lucía. Lucía cree que aún estoy enamorado de ella y por eso trae cara de pena y morbosa culpa cuando la noche anterior ha retozado con algún hombre. Pero esta vez no es el caso. "Hola, Manu, ¿qué tal tu familia?" "Igual que ayer, más o menos." «¿Por qué siempre me pregunta sobre mi familia?» Ella sabe que los odio. A todos. A mis hermanos. Y sobre todo a mis padres.

 

Lucía disfruta recolectando ojos en su escote, como una hucha sin fondo. Y es feliz bamboleando su trasero cimbreño para deleite gratuito de conductores aburridos y transeúntes sin prisa.

 

Lucía se empeña en hacerme "un bocadillo aunque sea", o abre unas latas para prepararme algo de comer. "Cada día estás más delgado. Menos mal que estoy yo aquí para remediarlo, ¿verdad?" Hay días que al "verdad" añade "cariño". Yo asiento, y le sonrío. Y luego le respondo dulcemente: "Desde luego, mi vida, sin ti moriría de inanición." Ella me besa y me dice que le encanta cuando utilizo esas palabras tan raras. Me hace explicarle minuciosamente qué significa cada vocablo que no comprende. "Ayer dijiste martingala, laxo y oropel. Fue maravilloso, sobre todo oropel." A Lucía le gusta hacer el amor conmigo todos los días... "Pero con mucho amor, Manu." "Sí, corazón, con grandes trozos de amor." Ríe contenta mientras me desnuda, jamás se había imaginado el amor cortado en pedazos. Si después del sexo me nota taciturno suele quedarse a mi lado acariciándome el pelo con sus dedos zalameros; así hasta que sobre las siete pongo música alegre y la invito a bailar. Nunca falla. Mira el reloj y huye presurosa, pero antes me da un beso largo y me recomienda tener cuidado con las corrientes de aire y los cambios bruscos de temperatura.

 

La noche siempre llega. Descubro así que se me ha escapado otro sol. Sin salir de casa. Sin escribir. O escribiendo estupideces, que viene a ser lo mismo. «Pero todavía tengo tiempo.» Suelo sentir frío porque mi morada es vieja y húmeda. Enciendo la estufa y me arrimo meloso a su vera. De esta manera me encuentra Raquel. Raquel entra con su llave (detestaba esperar a que le abriese). Irrumpe aceleradamente. Sus tacones de aguja repiquetean por toda la casa. Hasta que se descalza y se enfunda mis calcetines más gruesos. "Vengo molida, me traen a morir los pies. ¿Y tú qué, vagueando o has escrito algo?" No contesto ni la miro. Raquel sabe que no he escrito nada. Ni siquiera alguno de mis párrafos incomprensibles, de mis estupideces. "No, ya veo que no... ¿Has llamado a la editorial, has confesado ya que aún no tienes ni una página de la novela que esperamos de ti para dentro de dos meses, Rodrigo?" Cuando escucho ese nombre levanto la vista. "Odio que me llames Rodrigo, Eugenia." Sonríe. Realmente no está cabreada. Simplemente se divierte. Le importan una mierda la editorial y mi novela. En realidad, nada le importa una mierda, a Raquel únicamente le importa ella misma. Se acerca lentamente. Como una pantera entrenada. "Hoy no me apetece, Raquel... ¿Por qué no bebemos un poco de ese whisky bueno que escondes en tu bolso?" Le molesta que haga referencia a sus vicios; pero accede y tras dar un rápido sorbo me ofrece su preciosa petaca de piel de serpiente. «Sí, debería llamar a la editorial, pedirles más tiempo…» Seguimos bebiendo. Raquel se desabrocha, meliflua, un botón de la camisa. La observo con ya fingida desgana y repito sin convicción: "De verdad, hoy no me apetece." Entonces me arranca de la mano la preciosa petaca de piel de serpiente que yo monopolizaba e inmediatamente desaparece. Pone música. Cuando regresa, trae su dosificador. "¿Unos tiritos?" "Como no, guapa." Sonríe porque le encanta que le llame guapa. Raquel prepara cuatro rayas con mano firme en la caja de un cd de Elvis Presley y esnifa la cocaína como una profesional. Me pasa el cd y el billete enrollado. "Va por ti, Elvis." Aspiro mis dos líneas paralelas. Raquel me observa, sabe que le miro sus largas piernas enfundadas en unas elegantes medias. Abre sus muslos un poco, y luego un poco más... "¡Venga, desnúdame!" Entonces le quito las medias, las bragas y hago saltar algunos botones. Huelo su cuerpo tibio. Me encanta chupar su piel con la lengua bien abierta. A Raquel la envuelve una funda suavemente salada. Se tumba boca abajo. Su culo perfectamente moldeado en largas sesiones de gimnasio oculta gran parte de mi cara bermellón. Mi lengua saborea sus agujeros descaradamente. Ella gime y jadea; se retuerce y se pellizca los pezones que se han puesto enormes. Separo los labios de la vulva, siento su humedad, le meto un dedo, y después otro dedo. Hasta el fondo. Sin dejar de apretar. Con la otra mano acaricio su clítoris, su coño se va derritiendo… Cuando se corre susurra morfemas incomprensibles. Luego gira sobre sí misma. Me dice entonces que la folle; y cuando la estoy follando me dice que le grite lo puta que es y que le arree guantazos en los muslos... Exhausto termino explotando dentro de su vagina caliente mientras me agarro a sus pechos para no ser engullido por ese galáctico agujero negro del placer.

 

Después la cocaína y el whisky me sirven como coartada para justificar mi mutismo. Siempre me siento estúpido y vacío tras eyacular. Ella, en cambio,  ríe e incluso bromea: "¿Nunca has oído hablar del instinto maternal de las mujeres?" Sus ojos expectantes me obligan a contestar: "Únicamente a ti." El silencio se hace denso cuando el disco se termina. A los pocos minutos pone su cara de aburrida-y-ahora-qué-venga-Manu y como no le hago caso se marcha tan aceleradamente como llegó argumentando "importantísimos asuntos por resolver".

 

«Ahora podría escribir. Ahora no tengo excusas.» Sin embargo, no consigo concentrarme. «Venga, Rodrigo, escribe. La loca de Eugenia tiene razón, el tiempo se te acaba.» Cojo unos cuantos folios. Pero en el bolígrafo únicamente hay tinta azul y aire. No hay palabras. Sólo existe el círculo que han creado estas tres mujeres, Marta, Lucía y Raquel, y el mecanismo de sus visitas que desactiva aquello que me hace escribir. «No soy lo bastante fuerte. Tuve suerte en mi primer libro: De cómo el diablo aprendió a follar. Pero en este segundo me voy a dar el batacazo. Me ha vencido la desidia. Lo que escribo es bazofia.» Debe de ser muy tarde cuando consigo cerrar los ojos. Suenan cantos de pájaros tras los cristales. Y es absolutamente imposible quitarme de la cabeza que en pocas horas Marta tocará el timbre cuatro veces primero y dos después... «¡Maldita supersticiosa enferma!... Calma, así no consigues nada... Mañana...»

 

 

 

Ayer. Ocurrió ayer. No obstante, Marta llega por la mañana, como si fuese la primera vez, temprano, renovando el aire viciado de mi guarida con su sola presencia. Y por supuesto me dejo llevar. El mecanismo me transporta sin haber escrito una línea hasta el regazo de Lucía. Sólo Lucía no conoce la existencia de las otras dos, sólo Lucía podría romper el círculo. Pero Lucía cree que todavía la quiero y no soy capaz de contarle la verdad; tampoco pongo demasiado empeño; ni ella hace nada por saber. Me prepara un plato absurdo. "Es una receta de una amiga cocinera, ya verás cómo te gusta." "Realmente delicioso, mi amor. He comido con verdadera fruición." Más tarde me repite que lo tenemos que hacer "con mucho amor." "Sí, mi luz. Incluso podemos regalar litros de amor porque en el ocaso he recogido todo el que reparten los ruiseñores cuando cantan." Y como hoy, tras el coito, delicioso postre caliente, no destilo melancolía se va silbando, olvidándose de mis cabellos. Otro sol que desaparece. "Va por ti, Elvis." Acaricio a Raquel que esta noche viste con un magnífico abrigo hecho con la piel de algún desdichado animal. Y se empeña en llevarlo aun cuando se pone a cuatro patas para que le deje el culo como la bandera de Japón, pero con profundidad, en 3D… Cuando se marcha Raquel, los folios en blanco se ríen de mí. Bajo las mantas creo olvidarme de todo. Pero llegan los cuatro timbrazos. Y luego dos. Se me pone la piel de gallina porque Marta me rodea con sus brazos de hielo; está llorando, y entonces me golpea, ha debido perder en el póquer. Termina por calmarse. Se desnuda. Su cuerpecito es blanco y brilla. Me promete ser buena siempre pues necesita que le preste algo de dinero. Cerrando la puerta, me pregunta si mañana querré verla sin dejarme contestar. En el sofá descanso, las cortinas coquetean con el viento. Lucía me sonríe. Y Raquel… En la cama me reconozco incapaz ya de recordar cómo ni cuándo el círculo y el mecanismo me tragaron. «Mañana seré lo bastante fuerte, mañana los bolígrafos tendrán palabras, mañana escribiré mi novela.» Sin embargo, hoy sigo encerrado en mi pequeña casa. Y además sé que todo da igual porque siempre es ayer.

 

civairott
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  • 4 de Abril de 2011 a las 18:26

LIV: EL DINERO: EL ÚLTIMO DÍA - Autor: ESTRELLAFUGAZ

 

...y el séptimo día creó el dinero.

 

Mientras duermen, una lluvia de estrellas cruza el firmamento. Sin buscar el horizonte, queriéndose sólo diseminar por prados y arroyos. Algún pájaro, nervioso por el silbido que viene del cielo, aletea en los árboles y el par de ojos abiertos del búho sigue el camino de la piedrecilla bruñida que acaba apagándose sobre la hierba. Otra vez silencio y oscuridad.

 

 

 

Amanecer. Ella no quiere desprenderse de sus brazos. Él aún duerme y una serpiente asciende por su pierna izquierda. Leve cosquilleo y la serpiente prosigue su camino, atraviesa las cuatro piernas de ambos mientras Ella la acaricia, vuelve a la hierba y acaba escondiéndose tras la higuera vecina. Él despierta, se miran y contemplan el espacio: del lado por donde empieza a subir el sol, el mundo; del lado contrario, una leve neblina como tránsito a la nada. Ni luz, ni oscuridad, ni abismo, ni siquiera un lugar que no existe: la nada. Ella se deja caer y, a medida que Él se va meciendo en Ella, el mundo se va ampliando y la nada va retrocediendo hacia el horizonte: un prado, una colina, un riachuelo, árboles y bosques y pájaros que todo lo sobrevuelan. También la neblina se va disipando.

 

La serpiente juega a enroscar su longitud mientras asciende por el tronco de la higuera: una vuelta, dos vueltas, tres vueltas. Ellos se siguen entregando, la serpiente los contempla desde arriba en sus movimientos acompasados y, por respeto, se mantiene quieta y en silencio hasta que Él se deja caer sobre el pecho de Ella y quedan inmóviles y sólo respirando.

 

Descansan, Él se incorpora y se acerca a la higuera. Mientras la serpiente le sonríe, recoge las brevas tempranas y vuelve junto a Ella.

 

 

 

Más allá, a media jornada de distancia, lo que era piedra bruñida recibe ya los rayos del sol. Brilla y atrae a los ratoncillos que la muerden y husmean en ella. Ni desprende olor ni deja que los dientes se hundan, sólo brilla y es plana y redonda. Aún así, un ratón intenta arrastrarla y otro, al verlo, le empuja. En lo alto un ave rapaz vuela en círculo contemplando la escena.

 

 

 

Están sentados. Ella divide una breva por la mitad y se la tiende a Él. Él divide otra y se la ofrece a ella. Comen mientras vuelven a mirar el mundo recién aparecido. A lo lejos, ya en el horizonte, una cordillera; a pocos pasos, un remanso de agua en el recodo de un arroyo. Acabadas las brevas, se levantan y, caminando de la mano, se dirigen hacia el agua mientras la serpiente los ve alejarse. Baño y descanso a la sombra de los árboles:

 

-Esto son sauces.

 

-Sí, sauces fue el nombre que les pusimos.

 

Sólo caminar y nombrar, esa es su tarea, ir poniendo nombre a aquello que aún no lo tiene:

 

-Tú, piedra redonda, te llamarás canto rodado.

 

-Y tú, que vuelas sin gobierno, mariposa.

 

 

 

El ave rapaz traza un último círculo en el aire y se deja caer atraída por la piedra brillante, plana y redonda, mientras los ratones siguen disputándosela. Éstos no la ven pero, avisados por el sonido que produce al cortar el aire o por algún sexto sentido, salen corriendo en direcciones contrarias momentos antes de que alcance el suelo. Sin embargo, al apartarse los ratones liberando la piedra ésta brilla aún más y deslumbra al ave que, en el último instante, desvía su trayectoria. Se ha sentido desnortada al creer, por el brillo y redondez de la piedra, que era el mismo sol caído del cielo y que iba a abrasarla por acercarse. Vuela hacia nuevos parajes en busca de otras presas.

 

 

 

Él y Ella se dan la mano y remprenden la marcha hacia la cordillera lejana:

 

-Ese pájaro que canta a lo lejos y no vemos se llamará alondra.

 

-Y si las montañas no han querido crecer y su cumbre no corta el cielo en punta aguda sino en curva, colinas.

 

Ella pregunta:

 

-¿Y si, a medida que crece el mundo frente a nosotros cuando nos unimos, la nada avanza también detrás de nosotros?

 

Él contesta:

 

-No. Nosotros vamos destruyendo la nada y ya no puede volver a aparecer en los espacios que hemos pisado y donde hemos repartido nuestros nombres.

 

-¿Cómo lo sabes?

 

-No lo sé.

 

-¿Y si volviéramos atrás?

 

-Hemos de seguir el camino que nos marca el sol. Si volviéramos atrás el mundo dejaría de crecer.

 

Y caminan, respiran, miran a su alrededor, van identificando seres con nombres ya puestos, el ciervo que busca el manantial, la abubilla con su cresta, los chopos donde se recogerán los pájaros al atardecer...

 

Una flor nueva. Y Ella, entusiasmada, corre a ver de cerca la forma del tallo y el color de sus pétalos. Mientras tanto a Él le ha parecido ver un mínimo destello entre la hierba. Se distancia de Ella, cruza el prado y ya no ve aquello que brillaba. Prosigue seguro de que en ese lugar había algo y ve, un paso delante de él, que, al saltar un sapo, ha dejado al descubierto una piedra brillante, redonda y plana. Más brillante, mucho más, que desde el extremo del prado. La recoge, admira su brillo, casi como el del sol, pasa el dedo por el borde y aprecia el círculo perfecto, también como el del sol. Se la pone en la palma de la mano y cierra el puño.

 

Vuelve hacia Ella, que está agachada mirando la flor:

 

-La llamaremos amapola.

 

-Pues que su nombre sea amapola.

 

Y prosiguen su camino hacia las montañas. Detrás de ellas, al caer el atardecer, habrán de encontrarse la nueva nada y destruirla el próximo amanecer. Pero aún queda. Van cogidos de la mano, la derecha de Ella en la izquierda de Él, que mantiene el puño derecho cerrado:

 

-¿Qué llevas en esa mano?

 

-Una cosa.

 

-¿Tiene ya nombre?

 

-Sí, le he puesto nombre.

 

-¿Y cómo se llama?

 

-No te lo quiero decir.

 

-Enséñamelo.

 

-No.

 

Antes de la ascensión, descansan en las estribaciones de la cordillera junto a un árbol con pájaros posados a su alrededor:

 

-Eso es un manzano y los pájaros son cuervos.

 

-Sí, esos nombres les pusimos.

 

-Pues si compartimos todos los nombres, ¿por qué no me quieres decir el nombre de lo que guardas escondido en la mano?

 

-No. No te lo diré.

 

Empieza a llover, los pájaros remontan el vuelo y Ella se tumba para sentir las gotas de agua resbalando sobre su piel. Huele a hierba y a tierra mojada y brillan las hojas de los árboles. Él acude con dos manzanas:

 

-Esta noche, cuando nos abracemos para dormir, ¿mantendrás cerrada la mano derecha?, ¿me pondrás en la espalda el puño cerrado?

 

-Sí.

 

-Y mañana por la mañana, cuando nos unamos para extender el mundo, ¿también me acariciarás el pelo y las mejillas con ese puño cerrado?

 

-También.

 

-Pues yo no entiendo de puños cerrados, caminaré hacia atrás y buscaré alguien con las manos abiertas.

 

-No encontrarás a nadie. Sólo estamos tú y yo en este mundo.

 

-Caminaré hacia atrás aunque no encuentre a nadie, aunque la nada avance hacia mí.

 

-Si es cierto lo que pensabas antes y la nada avanza detrás de nosotros, si me abandonas y no quieres seguir creando el mundo conmigo, desapareceremos.

 

-Pues entonces, si no quieres que desaparezcamos, si quieres seguir ensanchando el mundo conmigo, enséñame lo que tienes y dime su nombre.

 

-No. Es mío.

 

-¿Mío? No hay nada a lo que hayamos puesto el nombre mío.

 

civairott
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Fecha de ingreso: 10 de Diciembre de 2009
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  • 4 de Abril de 2011 a las 18:28

LV: EL FERROCARRIL: TREN NOCTURNO - Autor: CIVAIROTT

Trenhotel procedente de Cádiz con destino Barcelona Sants, con paradas en El Puerto de Santa María, Jerez de la Frontera, Sevilla Santa Justa, Córdoba y Zaragoza, hará su parada a las veinte horas y treintaicinco minutos en andén uno.

 

Vagón 3- Compartimento 5A y 5B

-Dime que me quieres.

-Te quiero.

-Pero no me lo digas así, dímelo bien, de verdad.

-No te lo puedo decir de verdad porque no te quiero.

-Pero yo te pago para que me quieras.

-La verdad no se puede comprar.

-Pues simúlalo, ¿tanto te cuesta? No sabes el esfuerzo que he tenido que hacer para poder hacer este viaje contigo.

-Federico, pero si vamos a Barcelona en un tren cama… ni que fuéramos en avión.

-Ya sabes que a mí no me sobra el dinero. Y me refería al trabajo que me ha costado engañar a mi mujer. No sé ni cómo se lo ha podido creer.

-A lo mejor no lo ha hecho… A lo mejor hasta agradece que desaparezcas tres días de su vida. A lo mejor no te quiere tanto como tú crees.

-Adela me adora… y yo a ella.

-Claro, y me llevas a mí de viaje, y encima pagándome.

-Clara, ya sabes que tú me das lo que ella no, pero eso no significa que no la quiera.

-Bonito concepto del amor el tuyo.

-Tengo 47 años, mona… no soy ya un adolescente que espere todo del amor. Lo que hay es lo que hay.

-Pues yo creo que quien debería ir en este tren es tu mujer… y no yo, que soy una puta al fin y al cabo… Y tú no buscas sexo… si ni siquiera me has tocado aún.

-¡Claro que no busco sexo! Yo lo que necesito es tu picardía, no sé… esa mirada tuya, tus movimientos… Adela es la madre de mis hijos y tú… tú eres una mujer. Eso es lo que necesito.

Federico le dio un billete de 20 euros a Clara para que fuera a comprar bocadillos en el bar del tren. Él se quedó pensativo en su asiento, en lo que más tarde se convertiría en una cama desplegada, estrecha, incómoda, donde sus pensamientos se moverían más que las tetas de Clara con el traqueteo del tren.

 

Vagón 1-Compartimento 2A, 2B, 2C y 2D

-Qué suerte, por ahora vamos solos.

-Todavía puede montarse gente.

-No tengo ganas de dormir con extraños.

-Yo tampoco, Rosa.

-¿Ya has sacado tu libreta?

-Sí.

-No paras de escribir. ¿Sigues con tu idea de escribir la gran novela americana?

-Me alegraría con que fuese la gran novela barbateña, y que algún capullo me la publique.

-Ya sabes que yo te animo en tus hobbies.

-Rosa, esto no es un hobby para mí; esto es mi vida… ¿no te das cuenta?

-Pero Paco, esto no nos da de comer, ni paga la hipoteca, y como no ganes dinero, aquí ni hay boda ni na. ¿O tú te crees que a mí me gusta limpiarles el culo a los viejos?

-Yo no tengo culpa de lo de mi tío.

-Lo de tu tío iba a pasar antes o después. Pero si tu tío falla, pues a tocar todas las puertas que haya, en vez de echar tantas horas a tu libro. Porque vaya vergüenza tener que ir a Barcelona a llorarle a mi abuela.

-Si está forrada…

-Y que mi madre no se vaya a enterar, ¿eh? O me mata.

-Si en junio no he acabado la novela, me meto en lo que sea. En el tabaco si hace falta.

-No te veo a ti en el matuteo. Te falta valor.

-O me sobra honradez…

Paco se levantó para tomarse una cerveza en el bar del tren. Necesitaba esa cerveza. Rosa decidió quedarse en su compartimento; su garganta también soñaba con una cerveza fría, pero tenía que descansar de Paco. No pudo evitar coger su libreta. Ojeó la última página, lo último que había escrito. Le pareció hermoso. No pudo evitar que una lágrima resbalara por su mejilla.

 

Vagón 2-Compartimento 4A y 4B

-Perdone que le interrumpa en su lectura… ¿Es usted de los que les desagradan hablar con desconocidos en los trenes?

-Ah, la… la verdad es que no estoy habituado.

-¿Qué lee usted… Nietzsche?

-Sí, eso intento… pero llevo tres días sin poder pasar de la misma página. Escuche atento: “El hecho de que las materias fundamentales sean cinco, presupone la existencia de un periodo empedocleano, esto es, la influencia de Empédocle en Filolao. Los pitagóricos concibieron la cosmogonía como sigue: en primer lugar, surge el fuego en el centro del universo (llamado así mismo lo uno o la mónada, el hogar del universo, guardián del templo de Zeus)”.

-Ufff, ha elegido usted mal. Yo para un viaje en tren lo máximo que me permito es Umberto Eco.

-Tiene usted razón. Creo que dejaré aparcado al bueno de Nietzsche para otra ocasión. ¿Le… le puedo preguntar algo?

-Claro, dígame.

-Su cara me suena mucho.

-Me habrá visto en televisión… Soy Álvaro Pombo.

-¡El escritor! Ya decía yo que me sonaba mucho. ¿Y qué hace usted en un tren nocturno?

-Viviendo experiencias, amigo. A lo mejor mañana amanezco con dolor en todos mis huesos y me arrepiento, pero no tenía ganas de coger un avión.

-Yo leí un libro suyo: “Las Mocedades de Ulises”.

-Ahhh, lástima que se equivoque de Álvaro. Ese libro es de Cunqueiro, no de Pombo.

-Vaya… creo que es el momento de decir tierra, trágame.

-No pasa nada, amigo. Me ocurre todos los  días.

-Y dígame, entre usted y yo. Lo del Planeta… ¿está amañado o no?

-Ja,ja,ja,ja,ja,ja,ja,ja.

 

Pombo se disculpó y se levantó para dirigirse al bar del tren. Atravesó los tres vagones necesarios para llegar al bar riéndose a carcajadas. Mientras, el lector de Nietzsche cogió su móvil para llamar a su hijo mayor y decirle que iba a cruzar España compartiendo compartimento con un premio Planeta. El hijo pensó que sería un astrónomo.

 

Vagón Bar

-Perdone, ¿me pone una cerveza bien fría?

-Sí claro, joven. ¿Algo para comer?

-No, sólo la cerveza.

Paco cogió la cerveza con ganas, mientras observaba de reojo a Clara, que esperaba paciente a que se calentaran sus bocadillos. Clara sabía que él no dejaba de mirarla, y eso le gustaba.

-Además de mirarme, también puedes hablarme.

Paco se enrojeció.

-Ah, perdona.

-¿Qué tengo que perdonarte? ¿Mirar a una mujer es un delito?

Paco se alegró. Pensaba que lo que estaba pasando era el inicio de un ligoteo. No es que deseara que ocurriese algo, pero le alegraba saber que las mujeres guapas le seguían considerando atractivo.

-¿Cómo te llamas?

-Clara. Clara de noche, como la del comic del Jueves.

Paco no sabía a quién se refería.

-¿Y tú, guapo?

-Soy Paco.

-Paco- dijo Clara alargando la a, como mostrando sorpresa- ¿Y qué hace Paco en un tren nocturno camino de Barcelona?

-Voy…-Paco se pensó en dos segundos si decirle que iba con su novia a limosnear a la abuela de ella o bien que iba a presentar su nueva novela- voy a presentar mi nueva novela. ¿Y tú? ¿A qué te dedicas?

-Soy puta.

Paco no fue capaz más que de abrir la boca.

-Un escritor y una puta. Qué buena pareja hacemos, ¿no?

Paco seguía con la boca abierta. Pombo observaba la escena, como si Paco y Clara fueran personajes de alguna de sus novelas.

-Siempre… siempre me ha parecido romántico el papel de las putas en la sociedad.

-Pues yo no veo nada romántico en chupar una polla doblada.

Pombo soltó una carcajada, que disimuló haciendo ver que era por algo que había leído en el periódico que mantenía en sus manos.

-Sí, lo sé… pero no me refiero al tema sexual… sino más bien… al de la compañía. Porque… llenáis muchas vidas vacías, hacéis que la gente no se sienta sola.

-Díselo al tipo que me espera con los bocadillos…

-Clara… me gustaría escribir sobre ti. ¿Serías capaz de contarme tu vida?

-¿Y qué hago con mi cliente? Para contarte mi vida necesito mucho tiempo.

-Hagamos una cosa: volvemos a nuestros compartimentos. A mí también me espera mi novia porque… te he mentido, no voy a presentar ningún libro; ni siquiera he acabado uno aún. Pero podemos quedar dentro de tres horas, cuando estén dormidos. Nos pedimos unos whiskies y me cuentas tu vida, ¿vale? ¿Nunca has fantaseado con ser un personaje de ficción?

-Paco, yo soy la reina de la ficción. No hago más que inventarme personajes.

-Me encantas, Clara.

A Pombo también le encantaba Clara, y Paco le producía ternura. Clara se fue con sus bocadillos calientes, y Paco se quedó en la barra saboreando su cerveza con una chispa de alegría en su mirada. Pombo esperó unos segundos y se acercó al joven barbateño.

- Perdone que le interrumpa… ¿Es usted de los que les desagradan hablar con desconocidos en los trenes?

 

civairott
Mensajes: 559
Fecha de ingreso: 10 de Diciembre de 2009
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  • 4 de Abril de 2011 a las 18:39

Bueno, os recuerdo que tenéis hasta este jueves, a las 22 horas, para votar tres de estos ocho relatos ganadores del concurso. El que reciba más votos, aparecerá en la revista MAS LITERATURA.

Hay que votar tres, dando 3, 2 y 1 puntos. Ponedlo en este orden para que no haya confusión.

Se vota en abierto en este mismo post.

OJO: los ganadores no pueden votar. Los demás sí.

Os recuerdo los títulos:

-XLVIII: Ciencia Límite: RESBALANDO POR LOS LÍMITES DE LA CIENCIA - Autor: ESTRELLAFUGAZ

-XLIX: El Caos: EL DÍA QUE TODO COMENZÓ A ORDENARSE - Autor: NOSEBUNDOS

-L: La Humildad: SAN JUAN SURGIDO DEL POZO - Autora: ONIRIA

-LI: El Miedo: DETENIDA - Autora: PSICOACTIVA

-LII: El Circo: EL HOMBRE MÁS FUERTE DEL MUNDO - Autor: RAULCAMPOSVAL

-LIII: Tríos: SIEMPRE ES AYER - Autor: SOLOELSOL

-LIV: El Dinero: EL ÚLTIMO DÍA - Autor: ESTRELLAFUGAZ

-LV: El Ferrocarril: TREN NOCTURNO - Autor: CIVAIROTT

pelagio
Mensajes: 3.390
Fecha de ingreso: 5 de Mayo de 2009
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  • 4 de Abril de 2011 a las 18:47
Abro el fuego...

3 puntos para     San Juan surgido del Pozo

2 puntos para      Tren nocturno

1 punto     El día en que todo comenzó a ordenarse
ernie
ernie
Mensajes: 1.833
Fecha de ingreso: 21 de Julio de 2008
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  • 5 de Abril de 2011 a las 9:32
Mis votos:
3 puntos - El último día
2 puntos - Detenida
1 punto - San Juan surgido del pozo
mariaclara
Mensajes: 363
Fecha de ingreso: 4 de Enero de 2011
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  • 5 de Abril de 2011 a las 9:56

Editado por raulcamposval, ya que mariaclara ha aclarado (je, je) abajo sus votaciones. Así nadie se equivoca. Gracias.

jpiqueras
Mensajes: 2.805
Fecha de ingreso: 9 de Julio de 2009
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  • 5 de Abril de 2011 a las 11:52
San Juan ... 3 puntos
El día que todo... 2 puntos
Tren nocturno 1 punto

Por cierto Mariaclara, creo que te van a pedir que aclares de forma clara si el 1/ 2/ y 3/ es el orden de preferencia o son los puntos. Yo me inclino a creer que es lo primero, pero sería bueno que lo dejases claro.
ojodegato
ojodegato
Mensajes: 475
Fecha de ingreso: 27 de Enero de 2010
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  • 5 de Abril de 2011 a las 15:25

El día que todo... 3 puntos.

El último día. 2 puntos.

Detenida. 1 punto.

Suerte.

pelagio
Mensajes: 3.390
Fecha de ingreso: 5 de Mayo de 2009
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  • 5 de Abril de 2011 a las 16:19
cita de bizarro

Qué sensación más rara... puedo votar...

El hombre más fuerte del mundo, 3 puntos.

El día que todo comenzó a ordenarse, 2 puntos.

Siempre es ayer, 1 punto.

Ja, ja, ja...si que debes sentirte extraño...
civairott
Mensajes: 559
Fecha de ingreso: 10 de Diciembre de 2009
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  • 5 de Abril de 2011 a las 17:26

Hasta ahora han votado seis bubokeros. Os recuerdo que podéis votar hasta este jueves a las 21 horas.

Esta noche pondré un recuento con los votos emitidos hasta entonces.

civairott
Mensajes: 559
Fecha de ingreso: 10 de Diciembre de 2009
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  • 5 de Abril de 2011 a las 21:19

Así van las votaciones:

-EL DÍA QUE TODO COMENZÓ A ORDENARSE: 11 puntos

-SAN JUAN SURGIDO DEL POZO: 7 puntos

-EL ÚLTIMO DÍA: 6 puntos

-EL HOMBRE MÁS FUERTE DEL MUNDO: 3 puntos

-DETENIDA: 3 puntos

-TREN NOCTURNO: 3 puntos

-RESBALANDO POR LOS LÍMITES DE LA CIENCIA: 2 puntos

-SIEMPRE ES AYER: 1 punto

Aún tenéis dos días para votar, hasta este jueves a las 21 horas.

mariaclara
Mensajes: 363
Fecha de ingreso: 4 de Enero de 2011
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  • 6 de Abril de 2011 a las 13:04
cita de jpiqueras San Juan ... 3 puntos
El día que todo... 2 puntos
Tren nocturno 1 punto

Por cierto Mariaclara, creo que te van a pedir que aclares de forma clara si el 1/ 2/ y 3/ es el orden de preferencia o son los puntos. Yo me inclino a creer que es lo primero, pero sería bueno que lo dejases claro.

Hola jpiqueras, tenías razón, me lo han pedido.

Pongo aqui mis puntos, en el mismo orden:

El día que todo comenzó.... 1 punto.

Resbalando por los límites... 2 puntos.

El último día... 3 puntos.

 

civairott
Mensajes: 559
Fecha de ingreso: 10 de Diciembre de 2009
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  • 6 de Abril de 2011 a las 14:33

El recuento anterior está mal, porque no entendí bien los votos de Mariaclara.... Voy a comer y luego lo corrijo.

Esto hace que esté más emocionante, ya que el relato que iba primero lo sigue estando, pero con menos ventaja.

¡Seguid votando! ¡Quedan dos días!

civairott
Mensajes: 559
Fecha de ingreso: 10 de Diciembre de 2009
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  • 6 de Abril de 2011 a las 15:52

Aclarada la votación de Mariaclara... pongo aquí el recuento de votos:

Así van las votaciones:


 

-EL DÍA QUE TODO COMENZÓ A ORDENARSE: 9 puntos

-EL ÚLTIMO DÍA: 8 puntos


-SAN JUAN SURGIDO DEL POZO: 7 puntos

-EL HOMBRE MÁS FUERTE DEL MUNDO: 3 puntos

 

-DETENIDA: 3 puntos

 

-TREN NOCTURNO: 3 puntos

 

-RESBALANDO POR LOS LÍMITES DE LA CIENCIA: 2 puntos

 

-SIEMPRE ES AYER: 1 punto


 

civairott
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Fecha de ingreso: 10 de Diciembre de 2009
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  • 7 de Abril de 2011 a las 9:09

Un día entero para votar tu relato favorito de entre los 8 ganadores del trimestre.

Podéis hacerlo hasta las 22 horas de hoy.

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