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romi
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Un hombre bueno

11 de Abril de 2011 a las 11:50

Bubok

Un hombre bueno

            Frente a la Alhambra, cerca del río Darro y en las laderas sur del barrio del Albaicín, se alzaba el palacio. Un gran edificio muy amplio, con extensos jardines, varios patios, unas cuantas terrazas y salas señoriales decoradas con fuentes de mármoles de colores y claras aguas. Por el lado de la derecha, frente al primer sol de la mañana y por donde descienden las aguas del río Darro, junto al gran plació había una extensa explanada. En un extremo tenía una fuente muy copiosa con un pilar alargado siempre lleno de agua azul verde y varios árboles centenarios: moreras, almeces, nogales, granados y dos o tres higueras. Bajo estos árboles, algunos asientos rodeados de jardines que casi a lo largo de todo el año estaban llenos de flores: rosas de varios colores, jazmines, lirios, mimosas, glicinias, violetas, lilas…

            Y el dueño del gran palacio, amigo de varios reyes de la Alhambra, tenía a su cargo soldados, tierras no muy lejos de Granada donde criaban en libertad hermosos caballos, una manada de cabras y otra muy grande de ovejas que pastaban por entre los olivares y cerca de las fértiles huertas. También este hombre rico tenía a su cargo a muchos criados que cuidaban tanto de las estancias del palacio como de los jardines, tierras, huertas y ganado. Al frente de todos estos criados y demás personal del gran palacio, había puesto un hombre sabio. Decían que era el más sabio y bueno de todas las personas que por aquellos tiempos había en el gran reino de Granada. Por eso, una bonita mañana de primavera, el dueño del palacio llamó a su administrador y le dijo:

- Sabes que deposito en ti no solo mis riquezas sino mi confianza y las llaves de todas las puertas y aposentos de este palacio. Espero que me seas fiel y espero que mi honor sea por ti acrecentado.

Y el hombre agradeció a su dueño todo cuanto ponía en sus manos y aprovechó el momento para decirle:

- Señor, puede dormir tranquilo que yo siempre le seré el más fiel de todos sus criados pero…

El dueño se le quedó mirando y le preguntó enseguida:

- ¿Pero qué?

- Que entre los criados, casi todos, hay mucho descontento.

- ¿De qué se quejan?

- De trabajar de sol a sol, de cobrar un suelo muy bajo, de no tener casa donde vivir y de que sus alimentos son muy escasos.

- Tontería de ellos. Los pobres siempre se están quejando. Tú trátalos con mano dura y cuanto más protesten darles más trabajo.

            No estuvo, el administrador, de acuerdo con el modo de pensar de su amo pero guardó silencio. Sabía que lo primero era estar de su lado aunque su corazón le pedía estar del lado de los criados. Por eso, cuando hablaba con ellos o tenía que encargarle algún trabajo entre los miles que siempre había pendientes, jardines, finca y palacio, les decía:

- Ya sabéis que, en la medida que pueda, siempre os favoreceré y os daré más de lo que tengáis estipulado. Pero tened en cuenta que yo también tengo que cumplir con lo que se me ha encargado. Si me pongo por completo de vuestro lado el dueño me destituirá y todos saldremos perjudicados. Mientras vosotros y yo cumplamos honestamente con nuestros deberes, las cosas nos irán bien y tendremos trabajo.

Y ellos le dijeron:

- Pero es que trabajamos tanto que a veces ni siquiera tenemos fuerzas para seguir. ¿No podrías darnos algunos kilos más de harina y algo más de grano?

- Veré lo que puedo hacer pero tenemos que proceder con gran cuidado.

            Y como el hombre no encontraba la manera de dar más cosas a los esclavos sin que el dueño lo supiera, un día reunió a los más cercanos. Los saludó uno por uno y les dijo:

- Mañana el dueño se marcha a un viaje muy largo. Como hasta hoy apenas os he dado nada de lo que estáis necesitando quiero obsequiaros con una rica comida en los salones del palacio. ¿Lo veis bien?

- Por nosotros, encantados. Pero ¿de dónde vas a sacar el dinero para comprar los productos de esta comida?

- Me estoy arriesgando mucho pero tengo amigos y si ninguno de vosotros dice nada al dueño, yo procuraré que él tampoco salga perjudicado y así todos contentos. Me importáis mucho pero me la estoy jugando.

            Y en cuanto el dueño del palacio se fue de viaje, el administrador preparó todo para la gran comida a los criados. Acudieron todos, montaron las mesas en los salones, prepararon los alimentos y luego comieron hasta el hartazgo. Como nunca antes en su vida habían comido. El administrador les dijo:

- Esto es solo el comienzo pero ya sabéis que todo debe quedar en el más absoluto secreto. Y para recompensar las pérdidas que suponen los gastos de esta comida, todos haremos un poco mejor nuestro trabajo. De este modo, el dueño, yo y vosotros, salimos beneficiados. ¿Estáis de acuerdo?

- Claro que estamos de acuerdo. Sabemos que eres bueno y por eso también estamos de tu lado.

            Pero cuando el dueño volvió de su largo viaje, enseguida alguien le dijo:

- Tu administrador te está robando.

- ¿Cómo es eso?

Y le informó no solo de lo de la comida si no también de algo que nunca había ocurrido. Y en cuanto el dueño supo todo lo sucedido, llamó a su administrador y le dijo:

- ¿Con que me estás robando?

- No es cierto, señor.

- ¿Entonces?

- Mi comportamiento es en honor suyo y en el bien de los criados. Quiero que ellos se sientan amigos y quiero que usted, de todo esto, alga beneficiado.  

- Y yo quiero saber de dónde has sacado el dinero para pagar la comida que, a mi costa, has dado a mis criados.

- De mi propio trabajo, señor y del sudor de ellos.

            Y el administrador explicó y explicó al dueño pero éste no le hizo caso. Mandó prenderlo, lo amarraron con cadenas, lo subió a la parte alta de la explanada en la puerta del palacio y cerca del pilar de las aguas azules y verdes, reunió a todos los criados, se puso frente a ellos y les dijo:

- Mi administrador me ha traicionado y vosotros sois cómplices. Aquí lo tenemos encadenado. ¿Sabéis lo que voy a hacer con él?

Y todos a una, los criados concentrados en la explanada, dijeron:

- Su administrador es el hombre más bueno que nunca hemos conocido. Él no le ha traicionado pero con todos nosotros ¿Qué piensa hacer usted?

            De esta historia y de la presencia del gran palacio frente a la Alhambra y en las laderas sur del barrio del Albaicín, hace ya mucho tiempo. Hoy nadie sabe ni recuerda siquiera el lugar donde se alzaba aquel palacio. Algunos dicen que poco tiempo después, fue abandonado y, poco a poco, olvidado y convertido en las más desoladoras ruinas. Las tierras donde se alzaba el edificio, fueron huertos, luego casas blancas, jardines y calles estrechas y alargadas. Y como el tiempo ha seguido corriendo, hoy ya a nadie le importa las riquezas del dueño de aquel lujoso palacio. Sin embargo y no se sabe cómo, en un rincón muy concreto de las laderas sur del barrio del Albaicín, todavía parecen latir el corazón de aquel administrador sabio. Un hombre malvado, según el dueño del gran palacio pero un hombre bueno, como nunca hubo otro, según decían los esclavos.