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romi
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Por donde la Silla del Moro

1 de Mayo de 2011 a las 13:30

Bubok

Por donde la Silla del Moro

            Al parecer, muy pocos los vieron. Ni siquiera los que iban y venían por la Cuesta de Gomérez, por la entrada a los jardines del Generalife y por donde los recintos de la Alhambra. Y sí es cierto que todos estos rincones estaban repletos de paseantes y turistas que iban y venían con cámaras de fotos y planos en las manos. Pero ninguna de estas personas se fijaba en ellos.

            La tarde era muy hermosa: primavera ya casi en su centro, con un sol muy brillante, cielo azul intenso y temperatura muy agradable. Los dos subían despacio por el paseo, como al encuentro de un lugar muy concreto. Miraban, de vez en cuando, a los lados y a las personas que les adelantaban o que se les cruzaban caminando en sentido contrario. Llegaron a donde para el autobús, en estos tiempos, pasaron por el lado de arriba de los edificios donde venden las entradas para visitar los jardines y palacios de la Alhambra y siguieron. Comenzaron a caminar por donde los aparcamientos para los coches de los que ahora visitan estos recintos, cuando el que iba delante, se paró. Miró durante un momento y luego preguntó al compañero:

- ¿Te acuerdas de estos lugares?

- Recuerdo que en aquellos tiempos todo por aquí eran jardines, largas acequias llenas de agua, aire fresco, perfume a jazmines y hermosos huertos repletos de frutos y flores de girasoles.

- ¿Y qué te parece lo que ahora por aquí encontramos?

- Algo me hace daño dentro, me duele el corazón y tengo miedo.

            Mucho tiempo atrás, por donde ahora ya iban caminando y se veían cientos y cientos de coches, hubo pequeños huertos. Y en estas tierras, entre otras cosas, se mecían al viento hermosas plantas de girasoles. Y al sol de las mañanas y de las tardes, se cimbreaban sus grandes flores amarillas. Al recordar ellos ahora aquellas estampas, de nuevo el que iba delante preguntó al segundo:

- ¿Y te acuerdas qué misterioso y bello parecían estos lugares?

- Me acuerdo y nunca podré olvidar cuando por aquí los niños jugaban. La pequeña de las trenzas, el hermano enano, el amigo de las mariposas, el que coleccionaba flores, el que se escondía tras lo árboles… ¡Qué mundo aquel, ahora tan lejano y sin embargo, tan bello!

- ¿Qué habrá sido de todos ellos?

- También el tiempo se los ha llevado pero ¿a que parece como si por aquí aun siguieran sonriendo y enfrascados en sus juegos?

- Parece como si por aquí el tiempo los siguiera abrazando con la misma luz y belleza de aquellos días.

            Llegaron al comienzo del barranco, por donde las higueras, el algarrobo y todavía la acequia llena de agua y torcieron para la izquierda. De entre los pinos de la parte alta, alzó vuelo un cernícalo. Al verlo y sentir sus gritos, el que iba delante preguntó al que le acompañaba:

- ¿Y te acuerdas de aquellos dos cernícalos?

- Claro que me acuerdo. El rey de los palacios se empeñó en que tenía que mantenerlos enjaulados y aunque le dijimos mil veces que era mejor que vivieran libres, él siempre nos respondía:

- Si les abro la puerta de la jaula se marcharán de estos contornos y me quedaré sin ellos.

Y nosotros le decíamos:

- Majestad, la libertad, tanto para las personas como para los animales, es lo mejor de todo. Si abre la puerta de estas jaulas y suelta a los cernícalos, seguro que se quedarán por aquí a vivir. Los animales y las personas siempre son y somos agradecidos. ¿Y no le parece que es mucho más humano y bello que sean libres y sigan siendo nuestros amigos?

- Pero ya no tendré control sobre ellos.

- Usted será más feliz si los ve surcando cada mañana los cielos por encima de estos palacios en su libertad y siempre a nuestro lado. Los animales son agradecidos y más nobles que las personas.

- Pues voy a probar a ver si es cierto lo que estáis diciendo. Ahora mismo voy a dar suelta a estos cernícalos. Los dejaré libres para que vuelen y vayan por todas estas torres y palacios de la Alhambra y luego esperaré a que vuelvan cuando yo los llame. Pero si los cernícalos se marchan o no me obedecen, iros preparando.

Y en aquel momento el rey dio suelta a los cernícalos. Salieron estos volando, trazaron varios círculos poro encima de los palacios y torres de la Alhambra y luego se alejaron por la umbría norte hacia el barrio del Albaicín. El rey los miraba y nos miraba a nosotros y esperaba que volvieran. Y los animales volvieron al rato. Al verlos el rey los llamó y los cernícalos, en lugar de venir, se alejaron por las torres de la Alhambra. Enfadado se volvió a nosotros y nos dijo:

- ¿Veis como en cuanto se concede la libertad, se pierde el poder y el control sobre las personas y animales?

Y entonces dijiste tú:

- Espere un momento, majestad, que en cuanto vuelvan otra vez, los voy a llamar yo.

Y media hora más tarde, los dos cernícalos volvieron. Al verlos los llamaste y al oírte, las dos aves se vinieron derechos a tu brazo. Le dijiste al rey:

- Veis, majestad, son libres y amigos.

- Tonterías. Vuélvelos de nuevo a estas jaulas y cierra la puerta. Ya tengo bastante con lo que he visto.

Y enfado el rey, dio órdenes para que volvieran las jaulas a los salones de los palacios y aquello fue tremendo. En su jaula de oro, unos días después, amanecieron muertos los dos cernícalos. ¿Te acuerdas de eso?

- Claro que me acuerdo y también de las órdenes que el rey dictó contra nosotros, cumpliendo así la amenaza que momentos antes había hecho.

            Guardaron silencio mientras subían hacia lo más alto del puntal por donde las ruinas de la Silla del Moro. Se ponía el sol cuando llegaron al lugar. Se acercaron mostrando mucho respeto, miraron durante un rato para el valle del río Darro, para el barrio del Albaicín, para las laderas del Sacromonte y luego para la colina por donde emergía la Alhambra. Caminaron luego para la parte alta del cerro y en unas piedras se sentaron. Sin dejar de mirar ahora para la Vega de Granada, por donde el sol se marchaba. El que había caminado en todo momento delante, preguntó al que tenía a su lado:

- ¿Y te acuerdas cuando le pedimos al rey libertad para nosotros?

- Me acuerdo que cuando se lo pedimos, él dijo:

- Desde que yo tengo uso de razón, los esclavos nunca han sido libres.

Y al oír esto enseguida saltaste tú y dijiste:

- Pero majestad ¿de qué tiene miedo?

- De quedarme sin poder y sin reino. Un esclavo libre dejará de obedecer mis órdenes.

- Yo creo, majestad, que sería todo lo contrario: un esclavo libre le estaría agradecido toda la vida, sería feliz y a cambio de este gran tesoro, le obedecería en todo lo que le pidiera pero no como esclavo sino como amigo.

- Tonterías. Mientras yo tenga poder, los esclavos no serán libres para así mantenerlos sometidos y que no piensen ni actúen por su cuenta. Ya tengo bastante con la demostración que me habéis hecho con los dos cernícalos.

            Y los dos guardaron silencio. Siguieron sentados sobre las ruinas de lo que todavía se le conoce aquí en Granada como la Silla del Moro. Mirando fijamente a los palacios de la Alhambra, al fondo sobre su colina y esperando que la noche terminara de llegar. Para refugiarse un poco más en los pliegues del tiempo y seguir vivos en ese rincón y en estos lugares. Ocultos, desde luego, a los ojos de todos los que por aquí ahora van y vienen, aunque estén tan presentes que sean parte del cielo y del alma y corazón mismo de la Alhambra.         
La Silla del Moro, hoy se alza casi en la parte alta del Cerro del Sol. Cerca de las ruinas del palacio de Dar al-arusa, por encima del Generalife y justo por donde la Acequia Real de la Alhambra. Fue una torre de vigía en otros tiempos, tanto para controlar la Acequia Real como el palacio de Dar al-arusa, Generalife, jardines y huertos y todos los palacios de la Alhambra. El tiempo fue desmoronando esta construcción y también los de la guerra y otros más. Hoy, la han restaurado y ahora puede verse y considerar como uno de los miradores más bonitos y espectacular de Granada y en toda la colina de la Alhambra. Pero lo más hermoso y misterioso de esta torre mirador y algo de palacio, es lo que guarda en su silencio y al ponerse el sol, cada tarde.