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lasacra1
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MALDITO VIEJO por Adamorpich. Otro relato fuera de concurso.

3 de Junio de 2011 a las 18:21

Bueno, pues esta va a ser la edición de los relatos fuera de concurso.

Adamorpich participa con normalidad en el concurso de micros. Ha habido un malentendido y ha pensado que el funcionamiento de este concurso era similar al de micros. Además no sé si debido a la diferencia horaria o al "buen" funcionamiento del servicio de mensajería me ha llegado hace un rato.

Con el copia-pega el formato se ha quedado un poco pa'llá. Disculpas.

MALDITO VIEJO.

 

El tañer de las campanas anuncia que

son las siete de la mañana, y el comienzo de la misa en el paraje Las Iguanas

de Don Ignacio. El domingo es día de

estreno, piensan muchos. Otros no

piensan lo mismo, y por eso se visten igual cada domingo. Las elegantes señoras se pavonean altaneras

al cruzar la calle pero al subir las escalinatas de La Iglesia en cada peldaño se

desprenden, sólo un poco, de su arrogancia.

Los otros, que son más, caminan alborozados con su humildad a

cuestas. Ricos y pobres se entremezclan

para recibir las bendiciones del Padre Antonio.

Nicodemo también, cada domingo, se pasea frente a La Iglesia. Al pasar por la puerta

voltea la cara, mastica unas palabras de esas que son impublicables y escupe

con desdén la escalinata. Sigue su

camino hasta un banco de hierro forjado con hermosos herrajes que evoca los días

de la dictadura. Allí se sienta a

escuchar la misa hasta su culminación.



Todos en el pueblo conocen a

Nico. Todos conocen su historia. Por eso nadie pregunta porque prefiere

escuchar la misa en el banco de hierro y no en un reclinatorio de La Iglesia. Un niño de apenas nueve

años, digo yo... es lo que parece, corretea de un lado a otro con una funda de

colmado atada a un hilo de madeja semejando una chichigua. Parecía ignorar que en domingo los niños no

se levantan temprano a “fuñir la pava” y menos frente a La Iglesia en hora de

misa. El niño veía a Nico como un viejo

a pesar de ser un hombre maduro que no alcanzaba los cincuenta, pero a la edad

de nueve años, a los ojos de un niño, cualquier hombre maduro es visto como un

viejo; y si el viejo esta desaliñado y descuidado en su vestir entonces es

visto como “un maldito viejo” o “un viejo de la porra”.



Al terminar la misa Nico se levanta

de su asiento y deambula durante horas por todo el pueblo hasta las doce del

mediodía que llega a su casa en donde Tina, la criada, le sirve la comida a él

y a dos personas más que siempre están ausentes en la mesa. Tina es una mujer muy decente que vive con él

desde hace varios años. A pesar de ser

una mujer relativamente joven, digamos a simple vista de unos treinta y ocho

años, y lucir una apariencia esbelta del tipo atlética, él nunca le ha

insinuado nada que ofenda su pudor. Tina

siente cierta atracción por Nico pero tiene cuidado de no expresarle sus

emociones de manera muy abierta porque a veces cree estar confusa. Algunas veces piensa que no es amor, es

compasión. Y en otras ve a su padre

reflejado en la tristeza de sus ojos.

Todo es muy confuso y Nico también.



Nicodemo realizaba esta rutina

domingo tras domingo y el niño hacía lo propio también. Uno de esos domingos una pelota de goma le

pegó en la cabeza al “viejo de la porra” en medio del sermón del Padre y, como

era de esperarse, Nico reaccionó al pelotazo.

Se paró de su asiento, recogió la pelota, caminó furioso hasta donde

estaba el pequeño. Miguelito, que es

como se llama el niño, se quedó pasmado mirándolo, no podía mover un músculo de

su diminuto cuerpo. Con cada paso que

avanzaba más gigantesca se volvía la figura. Cuando estuvo a un paso de alcanzarlo, el

pequeño mojó sus pantalones: «no me lleve, me voy a portar bien». En aquel momento el viejo desmitificó lo que

todos decían a sus niños de él: “si te sigues portando mal le voy a decir al

viejo de la porra que te lleve en un saco y te coma”. Nico se abajo en cuclillas y pasó sus manos

suaves sobre el rostro de Miguelito. Se

quedó callado por unos segundos. «No

tienes por qué temer, yo tuve un hijo como tú y lo quise mucho». Le entregó la pelota y se alejó del niño que

ya no sabía en quién creer.



Los domingos subsiguientes Nicodemo

se sentaba en el banco del parque y Miguelito hacía lo propio en un banco

contiguo. Esto lo repitieron varios

domingos hasta que un día el pequeño se sentó al lado del viejo. Escucharon por primera vez la misa

juntos. Al terminar Nico no salió a

deambular por las calles del pueblo.



Soy un viejo maldecido. «Entonces es cierto lo que dicen: que usted

es un maldito viejo». Ja, ja, ja. Inocencia de los niños, malicia de los

hombres. No les oigas son

intrigantes. En ocasiones, son ellos los

que quisieran meterlos en un saco y desaparecerlos. Si supieran la falta que hace un hijo. «Usted no me ha dicho su nombre, el mío es

Miguelito». Disculpa mi mala educación

soy Nicodemo y no recojo niños en sacos ni cosas por el estilo. «¿Qué le pasó? porque Usted siempre anda

vestido así».



Un día de bautizo, ese Padre Antonio

que ves ahí dando la misa, bendijo a mi hijo cuando nació, a mi esposa cuando

preparó la ceremonia de confirmación a sus veintiocho años, y a todos mis

hermanos que se han ido de este pueblo.

El Padre Antonio luchó durante muchos años para que Manina y yo nos casáramos.

Siempre me negué. Me decía: «morirás hereje Nicodemo». ¡Maldita expresión! Una noche salimos a una reunión

familiar. Viajamos de Las Iguanas a

Vacas Flacas, poblado situado a unos treinta kilómetros loma arriba. Al regreso un camión cargado de puercos se

abalanzó sobre nosotros y fuimos a dar al fondo de un precipicio. Murieron Manina y Agustincito. Dios se los llevó al cielo porque estaban

bendecidos por el Padre Antonio. En

cambio yo, sigo deambulando por estos infiernos. «¿Usted odia La Iglesia?». No. «Y

por qué siempre que pasa por su frente la escupe». No es a La Iglesia, es al Padre Antonio: le devuelvo el

veneno de su maldición. «Abuela siempre

dice que no debemos sentir rencor hacía los demás porque nos hace más daño que

bien». (Se abrió un silencio reflexivo

que duró un largo rato para el momento).

Tu abuela tiene razón Miguelito.

Me he dejado llevar por mis malos sentimientos. Son las doce del mediodía te gustaría comer

conmigo. «Sí».



¡Tina, hoy no habrá invitados

ausentes en la mesa!