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romi
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El sueño de una novia

13 de Julio de 2011 a las 22:43

Bubok

El sueño de una novia 

Su país está muy lejos de Granada. A más diez mil kilómetros, en el otro extremo del planeta. Y, desde este rincón del mundo, ella soñaba y compartía con él sus sueños. Con frecuencia le escribía y comentaba:

- Son tres los grandes deseos que ahora mismo tengo en mi vida.

- ¿Y cuáles son estos tres grandes deseos tuyos?

- El primero, es viajar un día desde mi país y venirme a vivir, aunque solo sean unos meses, a la ciudad mágica de Granada.

- ¿Y el segundo de tus tres deseos?

- Enamorarme en Granada de un hombre bueno y casarme, una mañana de primavera, cuando el sol luzca intenso.

- ¿Y el último de tus tres deseos?

- Llevar en mis manos, el día de mi boda, el ramo de flores más bonito que nunca se haya visto, recorrer todos los recintos de la Alhambra vestida de novia con este ramo de flores en mis manos y que me hagan muchas fotos. Quiero tener, de mi boda, del ramo de flores más bello, de mi paseo por la Alhambra vestida de novia, de este luminoso día de primavera y de mi estancia en Granada, el recuerdo más eterno.

            Desde las distancia, desde el otro lado del planeta tierra, ella compartía con él, constantemente este sueño. Y él, con frecuencia le argumentaba:

- Las cosas más bellas y placenteras de la vida casi siempre son aquellas que soñamos.

- Pero los sueños, y casi siempre los más bellos y placenteros, sólo en contadas ocasiones se realizan.

- Eso es cierto y por eso pienso que lo más hermoso y elevado de la vida no es que los sueños se hagan realidad sino, soñarlos.

- ¿Soñar es más hermoso que vivir la realidad de lo que soñamos?

- Nunca, por muy bella que sea una realidad, puede superar la magia y dulzura de un sueño. No hay nada más sagrado, limpio y elevado, que la magia de los sueños del corazón humano. 

            Y con estas palabras y reflexiones,  desde la distancia, él intentaba animarla y al mismo tiempo complacerla. Porque sabía que no era fácil que ella pudiera realizar el bonito sueño de su corazón. En su país, nevaba mucho. Más de seis meses a lo largo del año, la nieve estaba presente cubriendo ciudades, ríos, lagos, llanuras y montañas. Ella no tenía apenas dinero. Escasamente para vivir porque toda su familia era pobre. Pero era lista, muy inteligente y poseía estudios. Sabía tres idiomas y, entre ellos, hablaba correctamente el español. Por eso precisamente vivía con tanta intensidad, su deseo de venirse a vivir a Granada. Pero en su país también ella encontraba una gran dificultad: Era y es muy complicado conseguir todos los papeles necesarios para viajar al extranjero. Incluso aun teniendo beca de estudiante o permiso de trabajo.

            Un día, cuando ya en Granada la primavera estaba casi en su centro, por la mañana, él salió de su casa, en la ladera sur del barrio del Albaicín. Con su mochila a cuestas y algo de comida dentro, surcos los caminos dirección a Sierra Nevada y, cuatro horas después, se aproximó al sitio que iba buscando: Una pequeña porción de terreno entre montañas, donde concluían dos ríos pequeños y se fraguaba un valle casi de ensueño. Delimitado por el lado de arriba, con grandes rocas y densos árboles, a los soldados por los dos ríos cristalinos y en la parte de abajo, donde los ríos se iban juntando, quedaba enmarcado este valle por una sucesión de charcos verdes esmeralda. Por eso el rincón era único en todo el reino de Granada y por eso él lo conocía con el nombre de “El Valle de las Flores Encantadas”. 

            Sin embargo, a pesar de la gran belleza, su silencio y misterio, muy pocas personas en Granada conocían este lugar. Varias veces había pensado que sólo él sabía de la existencia de este valle y algunas personas que hacía mucho habían muerto. Por eso, con frecuencia se decía: “Cuando se venga a vivir a Granada, antes de que se case con el hombre de sus sueños y antes de que vestida de novia se haga fotos por los rincones de la Alhambra, quiero traerla a este valle. Para que también conozca los hermosísimos paisajes de estas montañas y por sí, de estos rincones se enamora, construirle aquí una casa. Para que también sea única su experiencia y vida aquí en Granada y, para que continuamente su vida esté rodeada de ríos cristalinos, de hierba fresca, de flores perfumada, de sol y azules cielos y también de hondo silencios y nubes blanca”. Estas y otras reflexiones parecidas con frecuencia él en su corazón elaboraba y más en los momentos en que venía a este valle.

            De aquí que, aquel tranquilo día de primavera, cuando por fin llegó a donde los ríos y los árboles forman muralla, se paró y despacio miró largamente para las tierras que tenía por debajo. Luego observó los dos claros de ríos y al fondo, donde la tierra se allana, el rosario de charcos verdes esmeralda. Respiró profundamente y, durante un buen rato, dejó que el sol lo besara. Cerró sus ojos y, mientras se deleitaba en el concierto de las aguas de los ríos, se puso a imaginarla. Con la ilusión y el deseo de compartir con ella tan celestial y bellísimo momento, justo frente al paisaje más hermoso que jamás ser humano nunca haya soñado. Y mientras con sus ojos cerrados gozaba de la delicia del vientecillo perfumado a hierba verde y de los chapoteos de las aguas, para sí y en su corazón se dijo: “Y antes de que se pasee por los jardines de la Alhambra con su bellísimo ramo de flores en la mano, también quiero enseñarle el maravilloso secreto que se esconde en este valle. Quiero que oiga las dulcísimas melodías que en unos de estos rincones viven agazapadas y quiero que contemple el delicioso jardincillo de flores azules y moradas. Pero sobre todo, quiero mostrarle el gran secreto de este encantado valle para que se vaya enamorando de todo aquello que es excelso y pertenece al cielo más eterno. Para que su juventud, el sueño de su corazón y todo el perfume que de su sueño mana, por aquí quede sembrado en el tiempo y sea siempre luz y perfume en Granada”. 

Satisfecho por su pequeña oración y abrazo en el alma, abrió sus ojos, caminó despacio, sorteos las rocas y los arbustos que tapizaban la pendiente hacia el valle y se fue acercando. Con el aliento contenido porque sabía que, a estas alturas del año, ya estaban brotadas. Y las vio enseguida, tal como las había imaginado. En cuanto pisó las tierrecillas del valle entre ríos y claro charcos, se fue derecho al sitio donde sabía podía encontrarlas. Y, tal como iba avanzando, de pronto ante sus ojos se presentaron. Muy cerca de las aguas del charco más grande y claro, entre unas rocas blancas y como refugiadas del vientecillo y del ardiente sol de la tarde. Frente a las pequeñas matas, volvió a pararse y, con su pensamiento puesto en ella, las observo despacio diciéndose quedamente y para sí: “Ya están brotando, como todos los años por estas fechas. Pero todavía tardarán unos días en abrir del todo y, unos días más, en vestirse con los mejores colores y trajes”.

            Y es decía es todo porque él sabía que las florecillas del valle de los ríos, hasta final de la primavera o principios del verano, no se habrían por completo. Pero aún así, mientras parado frente a las pequeñas matas, observaba y meditaba su recuerdo y su presencia, ya imaginaba la alegría y belleza en su cara, al tener en sus manos estas pequeñas flores. Azules, moradas y blancas, algunas y amarillas, rojas y rosas otras. Todas pequeñas y de tallos cortos pero delicadamente bellas a la vista, suaves al tacto y olorosas como pocas flores en esta tierra. Por eso también, mientras de píe y quieto observaba las hermosas plantas, imaginaba los bonitos ramos que con esta florecilla iba a formar para ella. 

            Tan bonitos y únicos, que hasta se le animaba el corazón soñando la dicha en su cara. De nuevo se dijo: “Se lo merece por el gran amor e interés que a lo largo del tiempo ha expresado por las cosas de esta tierra. Y se merece, además, el mayor respeto y el cariño más puro como agradecimiento al interés que siempre ha mostrado por lo bello”. Y con el alma henchida de paz, se apartó de rincón de las originales plantas. Caminó despacio hacía las aguas del charco primero, ya en su orilla buscó una piedra, se sentó en ella y muy cerca de las aguas y frente al sol de la tarde. Comenzaba a caer el día y por eso, al fondo de la vega de Granada, el cielo se vestía de colores semejantes a las florecillas que había imaginado. Sacó un pequeño cuaderno y un bolígrafo y, mientras la seguía soñando y rezando una oración por ella, escribió estos versos:

     Cuando de nuevo vuelvas a Granada,

cualquier tarde de primavera

o en las hermosísimas mañanas

del otoño recién llegado,

tráete contigo tu alma

limpia y abierta a la luz

que has soñado en la distancia. 

     Junto al río más cristalino

de las blanquísimas montañas,

donde se refleja en su sueños

la Alhambra,

vamos a construir para ti

la más hermosa de las casas

para que en ella cultives tus sueños

de princesa enamorada.

     Cuando de nuevo vuelvas por aquí,

tráete perfumada tu alma

y limpio tu corazón

para que en esta ciudad encantada

el sol se enamore de ti

y te emborrache la magia

del cielo que tanto has soñado

en la distancia.

            Lentamente la tarde fue cayendo y allí, sentado en la piedra junto a las aguas, rodeado del hondo silencio y besado por el refresco vientecillo de la montaña, dejó que la noche llegara. Sobre la arena del  charco azul, hizo una cama y, frente a las estrellas, se abrió brazos y dejó volar su sueño. Y durante mucho rato estuvo imaginándola despierto. Luego se durmió y cuando al día siguiente despertó, ya el sol alumbraba colgado el cielo sobre las cumbres de Sierra Nevada. Y lo primero que hizo, en cuanto se levantó de su cama de arena, fue acercarse a las aguas del gran charco. Mojó  sus manos y luego sus pies y su cara y después se zambulló en lo más profundo de las aguas. Y al sentir el frío del purísimo líquido, no se desanimó sino todo lo contrario: nadó a prisa y, en unos segundos, cruzó el charco de un lado. Luego volvió otra vez a la orilla y, frente al alicaído sol de la mañana, se tumbó. Y durante un buen rato, la volvió a soñar mientras se deleitaba en el hondo silencio y perfume a hierba fresca. 

            Una hora después, cargó con su mochila, caminó despacio y cuando la tarde caía, llegaba a su casa con la ilusión en su mente de encontrar alguna noticia de ella. Pero no fue así. Se dijo: “Le hubiera contado todo lo que estos días he vivido para que se vaya animando y prepare su corazón para el día de su boda y paseos por los jardines de la Alhambra”. Pero ni aquella noche ni al día siguiente ni al otro, tuvo noticias suyas. La echó en falta y, a su modo y en silencio, la lloró mientras buscaba la manera de saber por qué de pronto tan gran silencio. Y siguió sin dar señales de vida. Ni a lo largo de la semana ni en todo el mes. Pero él, cuando pensó que las pequeñas florecillas del valle de las montañas, ya habían abierto, volvió otra vez por el lugar. También una mañana, ya en los primeros días del verano. Y al llegar al valle, encontró las florecillas, tal como las había imaginado. Por completo abiertas, mostrando los colores más vivos, frescas y robustas y en su silencio y entre los arbustos y piedras, esparcidas. Por eso todo el rincón del valle junto a las aguas del charco y de los ríos, mostraban en miniatura, un autentico jardín de fantasía.

            Con ella en el pensamiento, se puso y lentamente fue contando las florecillas más bellas. Las fue poniendo sobre la hierba, cerca de las aguas y cuando ya tuvo muchas, cortó un pequeño puñado de unas plantas parecidas a juncos delegados y cortos pero de color plata cobre. Hizo, con los tallos de estas  bonitas plantas, un elegante ramo y lo mismo elaboró con las florecillas. Con las de color azul, moradas y blancas, formó un ramo algo más pequeño que el de los juncos. Y con las flores amarillas, rojas rosas, creó otro pequeño ramo. Los juntó los tres, poniendo en el centro los tallos plata oro y decorando a los lados, colocó los dos ramos más pequeños. Los cogió los tres en sus manos, los alzó un poco hacia el cielo, poniendo de fondo las cumbres de Sierra Nevada, y con sus ojos clavados en la pequeña obra de arte, para sí se dijo: “Sin duda que este es el más bello ramo de novia que nunca se haya visto. Lo que ella siempre ha soñado y con el que piensa pasearse por los recintos de la Alhambra para hacerse fotos”. 

            Y diciendo esto, cargó de nuevo con su mochila, recorrió los caminos de vuelta y, en esta ocasión, no se fue directamente a su casa sino que se encaminó a los rincones de la Alhambra. Y con sus ramos de flores fue recorriendo todos los lugares que por aquí visitan las novias para hacerse fotos el día de su boda. En cada uno de estos sitios fue colocando los ramos en el punto más apropiados e hizo fotos desde todos los ángulos. Luego y, cuando ya había recorrido todos los espacios importantes de la Alhambra, buscó el rincón más adecuado y, un poco culto a los ojos de los turistas, colocó muy bien los tres ramos de flores silvestres. Se dijo: “Para que de alguna manera esté aquí presente tu recuerdo y esto sea  testimonio del día de boda que tanto has soñado desde tu país lejano”.

            Y cuando volvió a su casa, tampoco encontró ninguna noticia de ella. Esperó al día siguiente y al otro y ni señales de vida. Sí él, tres días después, volvió al lugar donde, en la Alhambra, había guardado sus ramos de flores y miró y las encontró lozanas y tal como las habías dejado unos días antes. Lo mismo se las encontró una semana después y dos meses más tarde, al año siguiente y al otro año. Frescas y bellas, cada vez que se pasaba por el rincón donde había dejado la florecillas silvestres del valle de las montañas. Y ella, cuanto más tiempo pasaba menos señales de vida daba más y más hondo era su silencio y la distancia de esta mágica ciudad de Granada.   

Para animarse y, de alguna forma, llenar de sentido sus días, con frecuencia se repetía las palabras que con ella había compartido en otros tiempos: “Nunca, por muy bella que sea una realidad, puede superar la magia y dulzura de un sueño. No hay nada más sagrado, limpio y elevado, que la magia de los sueños del corazón humano”.