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romi
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EL JOVEN DEL CABALLO NEGRO // II - La comida, el baile y el caballo

24 de Julio de 2011 a las 22:43

Bubok

II- la comida, el baile y el caballo

   No hace feliz la riqueza sino la generosidad

 

Al tercer día, el que el joven y los pobres habían acordado para celebrar la comida, el sol apareció muy brillante. Como son casi todos los días de primavera en Granada. Pero en esta ocasión, la luz del sol parecía más hermosa que nunca, lo mismo el azul del cielo y el cálido vientecillo que corría. Para la comida planeada, los pobres ya tenían casi todo preparado. Entre ellos, en los grupos pequeños, comentaban y se ponían de acuerdo y se aconsejaban esto y aquello. Y como, al salir el sol en este día de doble fiesta, descubrieron la gran belleza de la luz, del airecillo y del azul del cielo, entre sí también disertaban:

- Parece como si el cielo hoy estuviera de parte nuestra regalándonos esta bellísima mañana de primavera y éste sol tan espléndido.

Y otro de los pobres también dijo:

- Algo hay de esto es lo que has dicho porque es cierto que no puede ser más hermoso el día.

Otro más de los allí presentes, preguntó:

- ¿Y os habéis  enterado de la noticia?

- ¿De qué noticia?     

- Lo de la hermosa muchacha amiga de nuestro amigo.

- ¿Es que le ha pasado algo?

- Yo he oído que el grupo de los nobles, al cual pertenece nuestro amigo y también los reyes de la Alhambra, están algo disgustados con ella.

            Entre los pobres que comentaban estas cosas, hubo un momento de silencio y luego, uno de ellos preguntó de nuevo:

- ¿Por qué están molesto con la muchacha?

- Yo no tengo mucha información del asunto y por eso no quiero hablar nada más. Pero sí podemos, cuando dentro de un rato ya estemos todos reunidos en el lugar de la comida, preguntar a nuestro amigo el joven.

- Eso es lo mejor pero ahora que estamos hablando de la muchacha, también quiero aprovechar para comunicaros una bonita confidencia.

- ¿Qué noticia es la tuya?

- Sé, y de muy buena tinta, que esta joven prepara algo especial para llenar de alegría y emoción la reunión de la comida.

- ¿Y qué es lo que prepara?

- También prefiero no adelantar acontecimientos. Y digo esto porque por lo visto, ella y los que preparan con ella la sorpresa, quieren mantenerlo en secreto para que todo resulte más emocionante.

- Pero tú ¿cómo te has enterado de esto?

- Ya sabes que entre nosotros, los llamados pobres de la Alhambra, hay algunos artistas amantes de la música y del baile. Un amigo mío, que también conocéis vosotros, me lo ha contado todo. Y luego me ha pedido que haga el favor de no revelar nada a nadie.

- Seguro que la sorpresa tiene que ser muy interesante y, aunque no lo fuera, el hecho de que esta joven venga a nuestra reunión, es muy, pero que muy gratificante.

            A primera hora de la mañana, cuando ya el sol comenzaba a derramar sus rayos por todos los contornos de la Alhambra, de la vega y de Sierra Nevada, llegaban los primeros pobres al lugar acordado. En las laderas y cerros al lado de arriba de las murallas, palacios y jardines de la Alhambra, por donde las acequias y amplios valles de hierba fresca. Y según iban apareciendo, unos a otros se saludaban y enseguida comenzaban a preguntarse:

- ¿Qué ha sido lo que has comprado tú?

- Mucha fruta, algo de carne, pan… Todo lo que se me ha ocurrido.

- Pues lo mismo he hecho yo pero a mí, después de haber comprado todo lo que me ha gustado, me ha sobrado mucho dinero.

Conforme llegaban otros, contaban lo mismo. Y como enseguida comprobaron que a todos les había sobrado dinero, el que hacía algo de líder entre el grupo de los pobres, propuso:

- Como nuestro amigo el joven nos ha dado las monedas de oro para que compremos cada uno lo que queramos, propongo hacer una cosa.

Los que ya habían llegado al lugar de la reunión y los que iban apareciendo, se interesaron enseguida por lo que proponía el que hacía de líder. Por eso, no tardaron en preguntar:

- ¿Qué es lo que se te ha ocurrido?

- Que juntemos todo el dinero que a cada uno nos ha sobrado y, con lo que  reunamos, le compramos un bonito regalo a nuestro buen amigo.

- La idea es estupenda pero ¿qué le compramos?

- Yo ya lo tengo pensado.

- ¿Y qué es lo que has pensado?

- Bien sabemos todos que a nuestro amigo le gustan mucho los caballos. Nos lo ha dicho muchas veces y hasta nos ha comentado que el color del caballo que más le gusta, es el negro.

- Sí que es cierto que él ha comentado con nosotros muchas veces esto.

- Y todos sabemos que en el barrio del Albaicín hay un señor bastante rico que cría y vende caballos.

- También lo sabemos y yo, hasta lo conozco un poco. He hablado con este hombre varias veces y siempre que he ido por donde tiene sus caballos, me he quedado enamorado de uno negro. Es una maravilla de caballo y hasta lo tiene perfectamente domado. Es tan genial este equino que al animal, sólo le falta hablar.

            Y después de un rato de saludos y comentarios mientras iban llegando más pobres con las cosas que habían comprado, el que se había erigido líder, dijo:

- Pues ya está el asunto encarrilado. Como tú conoces al dueño de este caballo negro, hoy mismo, en cuanto demos por finalizada esta comida juntos, te encargas de ir y comprar este gran caballo.

- ¿Pero y el dinero?

- Antes de que llegue nuestro amigo y la joven muchacha amiga de él, vamos a ir el juntando todo lo que nos ha sobrado, en secreto para que nuestro amigo no se entere de nada y así, cuando luego le hagamos el regalo, se lleve una bonita sorpresa. Igual que él ha hecho con nosotros y en agradecimiento a su buen corazón.

            Y justo cuando ellos concluían estas conversaciones, vieron acercarse al joven. Por uno de los caminillos que, por entre jardines y trozos de bosque, subía desde las partes amuralladas de los palacios, se acercaba y mientras caminaba, mantenía conversación con alguno de los pobres y también con la muchacha. Preguntaba ella:

- ¿En qué sitio exactamente se va a celebrar la reunión y comida?

- Justo en la ladera cara al sol, a la Alhambra y Sierra Nevada, donde ahora mismo crece verde y espesa la hierba.

- ¿Al lado de la pequeña Alberca?

- Ahí mismo pero un poco más abajo. Por donde va la acequia que, al asaltar la torrentera, forma la bonita y clara cascada.

- Estupendo. Es el sitio que más me gusta y, como es ladera salpicada de piedras y árboles, resulta perfecto para sentarnos y para el espectáculo.

Y algo sorprendido, el joven preguntó a su amiga:

- ¿Qué espectáculo?

- Es una sorpresa pero ya te digo que el sitio es muy bueno para el escenario. ¿Conoces ese pequeño rellanillo que hay a la derecha de la Alberca?

-¿Donde crece una gran higuera y ahora, en estos días, las florecillas tapizan?

- Sí, creo que ése es el lugar ideal para lo que yo necesito.

- ¿Y para qué lo necesitas?

- Ya te he dicho que es una sorpresa.

Y el joven no preguntó nada más.

            Siguieron caminando, subiendo lentamente y, en unos minutos, se encajaron donde ya esperaba un buen grupo de pobres. Conforme iban llegando, además de saludarse, preguntar por lo que cada uno había comprado y recaudar el dinero sobrante para el regalo, todos iban poniendo en común lo que habían comprado. Junto a una gran roca, sobre la hierba y no lejos de las claras aguas. A llegar el joven, con otro grupo más de pobres y su amiga, todos se acercaron a saludarlo cortésmente y todos enseguida fueron presentando y aclarando lo que habían traído. Y, el que hacía algo de líder entre los pobres, preguntó al joven:

- ¿Deseas decirnos de qué modo nos organizamos?

- Yo no tengo nada que deciros. Vosotros sois y libres, la fiesta es vuestra y por eso podéis hacer lo que queráis y de la manera que más os apetezca.

- ¿Podemos hacer algunas lumbres para asar varias de las cosas que hemos traído?

- Estas tierras pertenecen a los habitantes y reyes de la Alhambra y por eso he hablado con ellos para pedirle permiso. No me han puesto ninguna pega y creo que tampoco nos dirán nada porque hagamos dos o tres hogueras.

- Pues entonces, mano a la obra.

Y el que hacía de líder, reunió a unos cuantos pobres, se fueron al bosque cercano, buscaron y recogieron ramas secas de encinas, lentiscos y romeros, las fueron juntando en haces pequeños y cuando ya se disponían ir a la zona más espesa del bosque en busca de más ramas secas, se quedaron parados.

            Tal como estaban, sobre un pequeño montículo, miraron al frente y, sin pronunciar palabras, descubrieron ante ellos un grupo bastante numeroso de soldados montados a caballo. Al frente se veía el que parecía hacer de general que, después de un rato sin moverse, espoleó su caballo y lento avanzó hacia el grupo de hombres que buscaban ramas secas. Esperaron que éste se acercara, parados sobre el montículo y sin dejar de mirar al general montado en su caballo. Llegó a donde ellos, detuvo su caballo, los miró despacio y luego les preguntó:

- ¿Qué estáis haciendo en estas tierras?

- Ya veis señor, buscando unas ramas secas.

- ¿Y adónde ibais cuando nosotros nos hemos presentado?

- Adonde es más espeso el bosque a por más ramas secas.

- A esa parte del bosque queda prohibido entrar.

            El general, tiró de las riendas de su caballo, giró éste y dando media vuelta de nuevo regresó al grupo de los soldados. Y los pobres, recogieron enseguida sus pequeños haces de leña, regresaron al lugar de la reunión y, nada más llegar, comentaron al joven lo ocurrido. Éste dijo que no se preocuparan y que diera comienzo la preparación de la comida. Y en un momento, unos por aquí y otros por allá, se pusieron mano a la obra. Encendieron fuego, asaron carne y otros productos, los fueron colocando sobre pequeñas piedras en forma de mesas, se sentaron en grupos reducidos sobre la hierba y, mientras charlaban y compartían todo cuanto habían traído, fueron comiendo despacio y en un ambiente muy relajado. El joven, junto con un pequeño grupo de pobres, se había sentado cerca de la acequia, muy próximo a la pequeña cascada y algo por debajo de la explanada de la Alberca. Y compartía él también la comida con los pobres cuando de pronto, el que hacía de líder, llamó la atención diciendo:

- Pido un momento de atención para informaros de algo muy importante.

Y todos, tal como estaban sentados en las piedras, al borde de la acequia y en la hierba, sin dejar de ocuparse en sus alimentos, guardaron silencio y miraron esperando lo anunciado por el que hacía de líder.

            Y antes de que éste dijera nada más, todos vieron que un grupo de pobres, vestidos con ropas humildes pero limpias, subían por el caminillo de la acequia, portando en sus manos instrumentos musicales, de viento, de percusión y de cuerda. Conforme fueron llegando a la pequeña llanura a la derecha de la Alberca, por debajo y en la ladera, comenzaron a sentarse. Prepararon sus instrumentos, afinándolos un poco y probando algunos acordes y al rato, el líder dijo de nuevo:

- Alguien muy amigo nuestro, en este día tan especial, quiere obsequiarnos con un espectáculo bello y personal. Mirad para el rellanillo de la derecha de la Alberca.

Todos hicieron caso y, en este momento, vieron a la muchacha amiga del joven que, como si viniera del lado del bosque, salía de entre unas matas de lentisco y se situaba sobre el rellanillo, frente a todos los que estaban celebrando la comida. Saludó diciendo:

- Quiero aportar mi granito de arena en esta reunión tan bonita, para que sea memorable para cada uno de los que estamos aquí.

            Con la boca abierta miraban unos y otros y algunos hasta aplaudieron pero ella pidió que no lo hiciera. El sol se había colocado en lo más alto del cielo, sobre un fondo azul intenso. A la izquierda de la muchacha, destacaba la oscuridad del bosque y al fondo y a lo lejos, se veían las cumbres de Sierra Nevada. Frente a ella y por la ladera, llanuras y bordes de la acequia, se repartían los pobres con sus lumbres encendidas y sus pequeñas mesas de piedra, degustando los alimentos. Más al fondo, se veían los verdes y espesos jardines de la Alhambra y Generalife y la muralla, rodeando palacios, ciudad y alcazaba. Más al fondo y al frente, relucían las casas de la ciudad de Granada, barrios del Albaicín y Realejo y la extensa vega por donde el río Genil y Darro se alejaban.

            Hizo ella una señal y del grupo de los músicos brotaron los sonidos, llenando el aire y todo el espacio de notas y acordes musicales, alegres y al mismo tiempo tristes y melancólicos. Volvió a extender sus brazos como si quisiera con ellos agarrarse al sol para irse a lejanos paraísos y, al mismo tiempo, movió sus caderas, sus piernas y todo su cuerpo. Y sobre el bello escenario de hierba orlado por las agua de la acequia y engalanado de florecillas, la joven danzó sin parar. Mostrando cada vez más y más belleza y trasmitiendo con su danza, la luz y alegría de su corazón. A cada momento el sol parecía iluminarla con más  fuerza y los que la contemplaban, quedaban extasiados, sin encontrar palabras para expresar lo que sus ojos veían. Tanto que hasta se olvidaron de los alimentos que comían, absortos por completo en la música que de los instrumentos salía y en la hermosísima figura de la muchacha convertida en danza.

            Y hora y media después, cuando ya la joven había ofrecido toda la dulzura, luz, amor y dolor que anidaba en su corazón, la música dejó de sonar. Detuvo también ella su baile, miró despacio a todos los que le rodeaban y, con la alegría de la más tierna princesa, dijo:

- Y ahora, para terminar esta primera parte de mi baile para con vosotros, os voy a obsequiar con los sonidos de la “Canción del sol”.

Aplaudieron mucho y con fuerza, dio orden ella para que la música sonara de nuevo, extendió otra vez sus brazos al sol y, poniendo en ello todo su sentimiento, cantó:

Yo soy amiga del sol,

de las flores y de la hierba

y por eso en mi corazón

crece una primavera.

Florece cada mañana

cuando la luz del sol me besa

y allá en las altas montañas

pura la nieve blanquea. 

Granada,

los ríos que lo atraviesan,

las verdes praderas anchas,

la esencia

de las noches embrujadas

y vuestra sincera

sonrisa cada mañana…

flores de mi primavera

en mi fantasía soñada. 

Se alimenta,

cada día mi pobre alma

de la luz de las estrellas

y de los besos que el sol

cada mañana me entrega.

Él vive en mi corazón

en forma de primavera. 

            Aplaudieron mucho y le dijeron hermosas palabras al terminar ella de cantar esta canción. Y la joven, agradeció todas las muestras de cariño que los pobres y su amigo le regalaban y se dispuso a bajar del escenario natural para unirse a los grupos mientras descansaba un poco cuando, de repente, algo a todos los sobresaltó. Por el lado de la máxima espesura del bosque, aparecieron los soldados montados en sus caballos, precedidos por el general. Por un momento, sobre el montículo y a lo lejos, se quedaron quietos. Luego comenzaron a bajar del montículo y se fueron acercando al grupo esparcido por la ladera y cerca de la acequia. Desorientado, el que hacía de líder, preguntó al joven:

- ¿Vienen a por nosotros?

- No lo creo.

- ¿Qué hacemos?

- Estarnos quietos y no hacer ni decir nada.

- ¿Y si nos atacan?

- Tampoco creo que hagan esto. Nada le hemos hecho.

            Y los soldados, no les atacaron. Fueron acercándose lentamente hasta situarse justo en el rellanillo que momentos antes había servido de escenario a la muchacha. Y ellos, tanto el joven como su amiga y todo el grupo de los pobres, al sentirse vigilados y acorralados, decidieron dar por concluido el día de fiesta. Poco a poco fueron apagando las hogueras, recogieron todo lo que por el campo tenían para que nada quedara contaminando y comenzaron a irse del lugar. Y según la tarde caía, descendían por los caminillos, alegres pero tristes. Tan tristes y preocupados que ni siquiera el joven y la muchacha, se atrevían a comentar nada. Sí el que hacía de líder, se acercó en secreto al que habían nombrado para la compra del caballo que iban regalar al joven y le dijo:

- Ya tienes el dinero necesario. Ponte en camino en cuanto puedas y ve al barrio del Albaicín y compra ese hermoso caballo negro. Pero ya sabes: procura que ninguno de ellos dos se enteren. Tiene que ser nuestro regalo secreto.

 

Este relato tiene un tercer y último capítulo, que pondré aquí próximamente y que se  titula:

 

III- La derrota de los pobres

                La vida, solo merece la pena

                     si se da por aquello que soñamos