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romi
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EL JOVEN DEL CABALLO NEGRO // III- La derrota de los pobres

30 de Julio de 2011 a las 18:41

Bubok

III- La derrota de los pobres

             La vida, solo merece la pena

                          si se da por aquello que soñamos

El joven, casi no pudo coger el sueño a lo largo de la noche. Recordando él los acontecimiento del día pasado y, sobre todo, el baile, la canción de su amiga y la presencia de los soldados. Con nadie comentó lo ocurrido pero, como el hecho le dejó tan consternado, mientras en su cama esperaba coger el sueño, se decía: “¿Serán los reyes de la Alhambra que maquinan contra mí? ¿Serán mis amigos los ricos? ¿Serán los soldados y gobernadores? ¿Serán…?” Y como no encontraba una explicación convincente, aunque también pensó en su amiga, desechó por completo este pensamiento. Sin embargo, los que más les preocupaban eran sus amigos los pobres. “Ellos no tienen quien les defiendan ni tampoco a dónde acudir. Y lo que hoy he visto sé que puede hacerles mucho daño. En cuanto amanezca y me levante voy a ir a los palacios de los reyes y a los de mis amigos nobles, a ver si me dicen algo”.

            Un poco antes del amanecer, el sueño lo fue  venciendo. Y a pesar de la preocupación, el cansancio lo agotó y con el fresco de la madrugada, el canto de los grillos y el ulular de los autillos, se iba quedando dormido cuando, el relincho de un caballo, lo despertó. Se preguntó: “¿Un caballo aquí en mi casa y a estas horas de la madrugada? ¿Serán otra vez los soldados que vienen a buscarme?” Quiso  incorporarse en la cama pero se quedó en ella tendido, ahora no queriendo coger el sueño sino escuchando atentamente. Y no tuvo que esperar mucho rato cuando otra vez le alertó un nuevo relincho. Y en esta ocasión tan fuerte y con tanta claridad que extrañado se dijo: “¡Si parece que está en la misma puerta de mi casa!” Y no se contuvo más. Se echó abajo de la cama, se vistió a prisa, mientras iba comprobando que por su ventana, ya entraba la luz del nuevo día.

            Su casa, el rincón donde desde que era niño vivía, no se encontraba en los recintos de los palacios de los reyes ni tampoco entre las lujosas viviendas de sus amigos los nobles. Su casa, sencilla pero limpia y delicadamente decorada, se alzaba en el rincón de la Medina. Donde también vivían muchas otras personas: artistas, poetas artesanos pintores y trabajadores de los recintos de los reyes. Por eso su casa carecía de protección, tanto de torres y murallas como de  soldados que la vigilara. Y esto le gustaba a él, también mucho a sus vecinos y a todos sus amigos los pobres. Por eso, de vez en cuando le decían:

- Ustedes sí es de los nuestros.

- ¿Y eso?

Les preguntaba el joven.

- Porque vive como uno más entre nosotros y, aunque su categoría es distinta a la nuestra, ni siquiera tiene ropas lujosas ni come alimentos de primera.

- Es cuestión de saber que la felicidad, el verdadero disfrute de la vida y de las cosas, no se encuentra ni en ropas de lujo ni en comidas fabulosas.

- Usted piensa así y además  lo practica pero no todo el mundo opina lo mismo.

- Quizás por eso hay tanta injusticia en este planeta, desgracias y miserias, en unos y otros. Sí las personas nos preocupáramos solo por lo necesario para la vida y nunca robáramos ni explotáramos a los otros ni tuviéramos envida, los humanos seríamos una raza realmente grande y libre.

Y los vecinos y pobres, como casi siempre entendían claramente lo que con ellos compartía, cada día lo admiraban un poco más. Y lo que con absoluta claridad entendían era su forma de vida y comportamientos. Lo que ellos llamaban “Enseñar con el ejemplo”. 

Terminó de vestirse y de calzarse, sin dejar de mirar a la luz que, del nuevo día, se iba colando por su ventana. Abrió la puerta de su casa, salió fuera y, fue a mirar hacia la parte derecha de la estrecha calle que atravesaba la Medida, cuando ahora otra vez fue sorprendido pero en esta ocasión por el resoplido de un equino. Miró enseguida para su izquierda y lo vio. Y, al descubrirlo, más sorprendido aún, se preguntó: “¿Qué hará aquí y quién lo habrá traído?” Se acercó al animal, llamándolo suavemente y éste se dejó acariciar, con la tranquilidad y confianza de un amigo de siempre. Y lo primero que hizo fue darle unas palmadas en el cuello, luego acarició su frente y garganta y después le dijo: “No sé quién será tu dueño pero, mientras los averiguamos, no te inquietes ni te  pongas nervioso. A mi casa y a mi compañía, eres bien venido”.

            Y miró ahora, muchos más detenidamente, la preciosa montura de cuero que sobre su lomo había, tapizada con una piel de cordero y bien sujeta con la cincha. Y la tocaba por aquí y por allá, cuando, al poner su mano en la parte de arriba de la montura, vio algo que otra vez le sorprendió: Enrollado en forma de pergamino y amarrado con una cinta de seda verde, sujeto a la montura, colgaba un trozo de papel color hueso. Sin tardar, lo cogió, desató la cinta, desenrolló el papel y a la luz, ahora ya un poco más clara del nuevo día, en letras grandes y gruesas, leyó: “Este bello caballo negro es un pequeño regalo de tus amigos los pobres, como agradecimiento a tu respeto y amor por nosotros. Responde al nombre de Trueno y es noble como ninguno. Que lo disfrutes”.

            Cuando terminó de leer el pequeño mensaje, se quedó mirando al papel, al caballo, a su casa y al recién llegado amanecer. Empezaba ya el sol a levantarse y fue ahora precisamente cuando cayó en la cuenta de que, por donde otros días a estas horas siempre veía y encontraban algunos de sus amigos los pobres, hoy no había ninguno. Y al descubrir esto, se extrañó aún más que con la presencia del caballo. Se dijo: “¡Qué raro! Parece como si todos se hubieran escondido para darme una sorpresa más”. Pero como seguía pareciéndole todo muy extraño, sin pensarlo mucho, desató la rienda del caballo, lo tranquilizó advirtiéndole que iba montarlo y, poniendo un pie en el estribo, brincó y se colocó sobre la montura. “Tranquilo pero ya en este momento te necesito”. Tiró de las riendas, lo hizo girar, lo animó después y luego le ordenó ponerse en marcha. “Mis amigos los pobres creo que nos están esperando en algún lugar escondidos, vamos a verlos y a disfrutar con ellos tu presencia en nuestras vidas”.

            Por la estrecha calle que atravesaba la Medina, subió a prisa montado en su caballo negro, sin dejar de mirar a  un lado y otro. Y nada, ni un solo pobre encontraba por ningún sitio. Se tropezó con algunos vecinos y conocidos que, sorprendidos al verlo montado en tan hermoso caballo, los saludaron y varios le dijeron:

- Que lo disfrutes y te haga vivir experiencias emocionantes. Nunca se ha visto por aquí un caballo tan bello como el tuyo.

Y él les respondía:

- Luego os cuento que ahora tengo prisa.

Y dirigiéndose a su caballo le decía: “Vamos, Trueno, que mis amigos seguro que también se van a alegrar mucho al verte”. Y en unos minutos, salió de la Medina, cruzó algunos jardines de los palacios de los reyes y al llegar a la puerta de la muralla, también los soldados lo saludaron extrañados.

- ¡Qué buen caballo lleva usted hoy!

- Sí que es bueno y tiene carácter amable pero no puedo pararme.

- ¿Es que busca algo?

- Luego os cuento que ahora no puedo entretenerme.

Y aunque deseó preguntarle por la ausencia de los pobres, no lo hizo por temor a que no le contara la verdad. Él sabía que ni siquiera entre los soldados, lo pobres gozaban de simpatía.

            Por eso, en cuanto estuvo fuera de los recintos de la Alhambra, dirigió a su caballo hacia las llanuras de la parte alta. Por donde los espesos jardines y las acequias, con la intención de acercarse al rincón donde el día anterior habían celebrado la comida y la fiesta, pensando que por aquí encontraría algunos de sus amigos. Y no lo equivocó su intuición. Porque cuando con su caballo comenzó a subir por el caminillo de la acequia, justo en la hondonada y asomado a una de las cuevas que aquí había, uno de los pobres muy conocido de él, al verlo le salió al paso pidiéndole que se detuviera. Ordenó a Trueno que parara y, a solo unos metros del pobre, se detuvo. Y se disponía el joven a preguntarle cuando el pobre se le adelantó exclamando:

- ¡Gracias al cielo que has venido!

- Estoy intuyendo que algo ha ocurrido pero no sé qué. ¿Puedes tú decirme algo?

- ¿Pero no se lo ha dicho nadie?

- ¿Qué es lo que debían decirme?

            Y el pobre, muy alterado y atropellando las palabras, aclaró al joven:

- A todos nuestros amigos se los han llevado.

- ¿Pero quién y a dónde?

- Anoche, cuando se ocultó la luna, por todos estos sitios de la Alhambra, jardines, murallas y alrededores, aparecieron los soldados de los caballos. Y, con el general al frente, fueron cogiendo presos y amarrando a cada uno de nuestros amigos. Algunos quisieron avisarle pero no tuvieron tiempo. En menos de media hora, apresaron a todos los que usted y yo sabemos y, empujado por el ejército de soldados montados en sus caballos, se lo llevaron por los caminos que llevan al río Genil.

Desde lo alto de su caballo negro, el joven escuchó muy atento el relato y, cuando el viejo pobre dejó de hablar, el joven le preguntó:

- ¿Y adónde se los han llevado?

- Oí a un soldado decir que se lo llevaban al cañón del río para, una vez allí…

No pudo seguir dando más explicaciones porque las palabras se le atascaron en la garganta. Alzó sus brazos al cielo y al joven y se echó a llorar.

            Dejó el joven que pasaran unos segundos y luego, otra vez le preguntó:

- Tampoco he visto por ningún lado a mi buena amiga. ¿Sabes de ella algo?

- Su buena y hermosa amiga y también muestra, yo la vi enfrentarse a los soldados para que éstos no detuvieran a los pobres y ni siquiera a ella la respetaron. La hicieron prisionera, amarraron sus manos con unas cuerdas y, al frente del grupo de nuestros amigos, también se la llevaron, del modo en que ya le he dicho.

Y al oír estas palabras, el joven no esperó más. Tiró de las riendas de su caballo, lo hizo girar, lo encaminó hacia las sendas del río Genil y, en un abrir y cerrar de ojos, por esos parajes se perdió a toda prisa. Espoleando más y más a su caballo mientras miraba, escuchada y elaboraba situaciones en su mente. Sólo con la idea fija en encontrarse con los soldados y enfrentarse a ellos para salvar a sus amigos y a la hermosa joven.

            Y galopó durante mucho tiempo. Surcando los caminos, bajó desde las altas colinas de la Alhambra hasta las vegas del río Genil. Siguió luego galopando por los caminos que sabía iban al lugar del río que le había dicho el pobre de la cueva y no  paró hasta coronar una alta colina. Al sur del río Genil, por donde los bosques de encinas y robles eran muy espesos y donde, en lo más elevado de esta colina, se extendía una gran llanura. Conocía él muy bien este lugar y por eso sabía que, una vez atravesada la llanura, se encajaría en lo más elevado del terreno, desde donde se veía todo el gran cañón del río. Por eso, mientras galopaba, ya con su caballo casi agotado, se iba diciendo: “Seguro que en cuanto me asomé a las cumbres de estas tierras, me los voy a encontrar por algunas de las curvas que por aquí traza del río. Y como yo me encuentro más elevado que todos ellos, en cuanto los vea, les gritaré y los perseguiré. Y si no me hacen caso, desde estas alturas, los atacaré y salvaré a mis amigos”.

            Estas y otras cosas parecidas iba rumiando su corazón mientras se colocaba en lo más alto de la colina. A un lado y otro del camino que recorría, el bosque era muy espeso pero, en cuanto estuvo en lo más elevado, tal como había imaginado, descubrió todo el cañón del río, por donde las grandes curvas, abundantes rocas y pronunciadas laderas. Sobre una era de tierra muy llana detuvo su caballo, observó despacio la ancha depresión del río, al mismo tiempo que escuchaba muy concentrado. Y, como el silencio era tan denso, no tardó en oír, haya muy a lo lejos y en lo más hondo del cañón de río, una voz conocida. El enseguida supo que era la voz de su joven amiga que lo llamaba. Desde lo alto de la elevada colina, gritó con la potencia de un trueno:

- Sed valiente, no te rindan ni dejes que el miedo se apodere de ti. Ahora mismo voy a salvarte y también a todos nuestros amigos.

            Y, como el camino que le había traído hasta las alturas de la colina desde aquí seguía bajando, trazando curvas por la umbría hacia el surco del río, dijo a su caballo negro:

- Vamos Trueno. Ha llegado el momento de dar la vida, si fuera necesario, por todos ellos. Galopa con la velocidad de relámpago siguiendo este camino hasta que les demos alcance.

Espoleó a su caballo y, ladera abajo, se estiró en un galope largo y suave como el viento. Y, no llevaban recorridos cien metros cuando, de un lado y otro del camino y de la espesura del bosque en lo más alto de la colina, surgió un ruido atronador de voces, gritos y cascos de caballo. Tal como iba sobre su caballo negro y algo inclinado hacia delante para facilitar el galope, miró a un lado y a otros y luego para atrás, y lo que vio le dejó helado el corazón.

           Cientos de soldados, montados en otros tantos caballos y equipados con armas de guerra, salieron de entre el bosque y de los lados del camino. Y al grito del general:

- ¡A por él, que no se nos escapa!

Se lanzaron en su persecución, al tiempo que otros pretendían cortarle el paso. Y al ver el joven tanto soldados y caballos contra él, en lugar de ordenar a Trueno que se detuviera lo avivó más diciéndole:

- No dejemos que nos apresen porque nuestros amigos no necesitan. Así que adelante y demostrémosles que somos los más valientes.

Y el negro caballo del joven, por completo desbocado a la vez que asustado por los ejércitos que le perseguían, empujó más en su galope. Tanto que, al llegar a una de las curvas que el camino trataba para la izquierda, el animal no puedo tomarla. Por eso, tal como iba en su veloz carrera, siguió, tropezó con los primeros arbustos que encontró al borde del camino, cayó al suelo y comenzó a dar tumbos ladera abajo hacia el río. Y a cada tumbó que daba, doblaba arbustos, rompía ramas de árboles y levantaba piedras y el polvo.

            Entre estas piedras, tierra y ramas del bosque, también rodaba el joven, precipitándose como en una avalancha hacia lo más hondo del río. Los que habían salido para cogerlo prisionero, al ver lo ocurrido, en lugar del parar la persecución y los gritos, vocearon con más fuerza y se lanzaron detrás del joven y su caballo. Y fue justo en este momento cuando el general ordenó:

- Detened la persecución. Ya hemos conseguido acabar con él. Misión cumplida.

Por todo el camino los soldados fueron deteniendo a sus caballos mientras seguían contemplando el espectáculo que ladera abajo se despeñaba. Y mientras el general se adelantaba para ver con más claridad todo lo que por la ladera se precipitaba, el caballo Trueno y el joven, caían y caían hasta llegar a las rocas, cascadas y charcos del río. En las aguas se fue hundiendo todo lo que desde la ladera caía.

            Era media mañana de un hermoso día de primavera, cuando ocurrió todo esto y sólo media hora después, el ejército de soldados montados en sus caballos, regresó a los recintos de la Alhambra. Enseguida en general trasmitió el parte al rey diciendo:

- Majestad, sus órdenes han sido ejecutadas.

- Bien, general noble y fiel. Desde hoy pasas a tomar posesión de una parte de mi reino.

Y justo en estos momentos, en el profundo, misterioso y a la vez hermoso paisaje del río, todo había quedado en silencio. Solo se oía el rumor de la corriente de las aguas, el canto de algún pájaro y el viento quebrándose al paso por entre las ramas del bosque. Cayó la noche y al salir la luna e iluminar los claros charcos del río y los bosque de las laderas, el silencio aún se hizo más denso. Lo mismo al día siguiente y un mes más tarde y un año y otro año. Las personas que habían sabido de este acontecimiento fueron poco a poco olvidándolo y, con el tiempo, muchos de ellos murieron. Por eso hoy en día ya casi nadie sabe de esta historia y hasta se ha olvidado en qué lugar del reino de Granada, ocurrió. También se ha olvidado el nombre con que algunas bautizaron el cañón del río y ladera. Durante un tiempo lo llamaron “El Valle del Misterio”. Y esto fue así porque, durante mucho tiempo y aún hoy en día, por el lugar se oía y se oye, algunas noches claras de primavera,  como grandes coros cantar. También se oye una música muy hermosa y, entre el chapoteo de las cascadas del río, se percibe una voz muy dulce entonando las melodías de “La Canción del Sol”.

            Y por aquellos tiempos y aún hoy en día, algunos decían y dicen:

- Es que ese lugar fue, para los pobres, para la muchacha y para el joven y su caballo negro, puerta por donde entraron a la eternidad de un hermosísimo cielo. Puerta al paraíso que, cuando vivieron en este suelo, tantas y tantas veces habían soñado.

- Creo que eso es cierto. Por eso también creo que a este lugar habría que llamarle “El  Reino de lo Bello”. Porque los sueños que ellos soñaron pertenecen al alma del más hermoso de los cielos.

            Por eso también, en las claras noches de luna, algunos todavía dicen que ella y el joven del caballo negro, se pasean libres, siempre felices y rodeado de su amigo los pobres, por las orillas de las aguas del río. Y también en estas noches de clara luna, el joven montado en su caballo negro, se ve paseando por algunos rincones, murallas y jardines de la Alhambra. Con frecuencia algunas personas lo ven. Desde las orillas del río Darro, laderas del Albaicín y partes altas, donde hoy se alza el Mirador de San Nicolás. Y cuando, en estas noches de clara luna, por muchos rincones de la Alhambra lo ven, unos a otros se preguntan:

- ¿Quién será y qué tesoro por ahí esconderá?

- Quizás no guarde o vigile un gran tesoro pero algún interés muy especial seguro que por ahí tienes escondido.

- ¿Y por qué lo vemos siempre solo, montado en su caballo negro y como si fuera al encuentro de algo muy odiado o amado?

- Tampoco lo sabemos pero sí es cierto que su caballo es tan hermoso, que a la luz de la luna, fíjate cómo brillan sus pelos.

- ¿Será algún príncipe que, en algún momento, de la Alhambra fue desterrado?

- Puede serlo y también puede ser algún príncipe enamorado que vuelve por aquí de vez en cuando en busca de la princesa por los recintos de esos palacios.

- Quizás pudiera ser esto. Pero para saberlo y tener conocimiento de todos estos  secretos, no nos queda otro remedio que organizarnos y, una noche de luna clara, agazaparnos por esos rincones de la Alhambra y, en cuanto lo veamos, le preguntamos.