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romi
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LA CUEVA DE LOS DIAMANTES // IV- El caballo blanco

1 de Septiembre de 2011 a las 19:50

Bubok

El caballo blanco

     En ti está todo y el mundo mejora o mengua

según lo que tú aportes al mundo. Por eso,

no esperes ni exijas a la vida ni a los demás

lo que no das a los demás ni a la vida.

            IV - Mientras el joven había ido narrando la historia de la Casa Maldita, ella permaneció sentada en la piedra, en el centro de las aguas del río. A ratos, jugando con sus manos en la corriente y moviendo también sus pies entre las olas del charco. A ratos, mirando fijamente la figura de la Alhambra, al fondo y a la izquierda y en todo lo alto de la colina. Y a ratos, también observándolo a él mientras contaba su relato y como preguntándose: “¿Por qué las cosas son de este modo entre los humanos? ¿Por qué no es todo tal como tantas veces los soñamos y, en el fondo del corazón, tan fuertemente lo queremos? Cuando termine de contarme este relato tengo que hacerle algunas preguntas”.

            Pero cuando el joven puso fin a su narración, ella no le hizo ninguna pregunta. Durante un rato permaneció en silencio, en la misma piedra sentada, jugando con las aguas y como meditando. Él la seguía observando y, pasado unos momentos, le confesó:

- Ahora, a veces, cuando en mis ratos libres me vengo por estos lugares para encontrarme con el silencio, las transparencias de las aguas de este río y las luces de los atardeceres ¿sabes lo que me pasa?

- ¿Qué es lo que te pasa?

- Que en algunos momentos siento como si estas tierras fueran sagradas.

- ¿Sagradas?

- Aquellos hombres pobres, dueños de los pequeños huertos, parece como si por aquí todavía estuvieran labrando sus tierras y cosechando sus frutos. Como si no hubieran desaparecido en ningún momento de estos sitios o como si algún ser sublime y sabio, los tuviera abrazados, llenos de dignidad y felices, en el corazón mismo del tiempo, de eternidad, del Universo.

- No lo entiendo.

            Y guardó el joven otro momento de silencio, como si necesitará meditar algo muy importante. Luego dijo:

- En otro momento y si a ti te apetece, me gustaría contarte otras pequeña historia ocurrida en estas mismas tierras y rincón del río, tan cerca de Alhambra.

- ¿Es también maldita como ésta de la casa?

- Esta otra pequeña historia no tiene nada de maldita. Es una aventura tan delicadamente bella y humana, que sólo pensar en ella, el corazón se ensancha al captar los latidos que de ella emana.

- ¿Pero es de personas pobres por estas tierras, sus borriquillos y sus huertos?

- Sus protagonistas en este caso son jóvenes así como nosotros, con una niña, una blanca casa por estas tierras y los caminos y los bosques que ellos recorrían.

- Pues luego me lo cuentas. Porque ahora ¿sabes lo que me pasa?

- ¿Qué es lo que te pasa?

- Como ya el día está avanzado y como es la hora en que, más o menos, siempre como, tengo hambre. ¿Qué vamos a comer hoy?

            Ir al oír esto miró para las aguas del charco que tenía cerca. Miró luego para unas piedras un poco más arriba y fue a decirle a ella algo cuando, por entre las zarzas de la parte alta y no lejos de las aguas, se oyó el canto de un ruiseñor. Limpio y brillante como la luz del día y tan dulce y a la vez tan triste, que se quedó como parada. Escuchó despacio y al final de una de las melodías que desgranaba el avecilla, preguntó a su amigo:

- ¿Qué ave canta melodías tan bellas?

- Es un ruiseñor común. Dicen que en tiempos muy lejanos por aquí no hubo nunca ruiseñores. Pero a partir de lo ocurrido con los pobres en la casa maldita, fueron apareciendo.

- ¿Y cantan a todas horas?

- Solo en algunos momentos y, principalmente, en los días de primavera.

- ¡Cuánto me gustaría tener un avecilla de estas para ponerla en los salones, que en la Alhambra me han prestado y que me alegrara la vida!

- Los ruiseñores son aves tan especiales que nunca nadie ha conseguido tenerlos en enjaulados. Para vivir, necesitan ser libres y para cantar a la vida, deben tener muy cerca la hembra.

- ¡Qué curioso! Pero tú ¿no serías capaz de conseguir para mí un ruiseñor para que viviera en una jaula en los salones de la Alhambra?

            Hubo otro momento de silencio y luego de nuevo el joven aclaró:

- Después te cuento porque ahora, vamos a preparar para comer ya que es tarde y tú tienes hambre.

Se levantó de la piedra donde estaba sentado, miró a las aguas del charco, la miró a ella, observó durante unos segundos la figura de la Alhambra, comprobó la altura del sol sobre la bóveda celeste, extendió sus brazos como si intentara apresar contra su pecho el airecillo, la luz y la hondura del silencio y muy quedamente susurró:

- Toda la vida está llena de momentos únicos. Pero hay algunos que son hitos magistrales en el camino que todos los humanos llevamos hacía la eternidad. Nuestra obligación es reconocer estos momentos, vivirlos en toda su profundidad, distinguir las señales buenas y verdaderas que de ellos brotan y seguirlas sin titubear.

Y ella lo miró y le preguntó:

- ¿Por qué dices esto?

- Porque yo también como tú, en muchos momentos del día y de la noche y a lo largo del tiempo, he sentido y siento la necesidad de quedar eterno. Pero no es mi recuerdo lo que necesito que permanezca sino el sentimiento, el latido de mi corazón, la luz de la mañana, el canto del ruiseñor, las transparencias de estas aguas, tú aquí sentada, la Alhambra sobre su colina, el vientecillo que nos besa… Todo esto y mucho más me parece tan sencillamente bello, que en mi corazón continuamente surge la necesidad de apresarlo y que no muere nunca sino que sea siempre tal como lo gusto y lo siento ahora mismo.

            Guardó silencio, también ella y se dispuso a meterse en las aguas cuando, conforme iba caminando hacia el charco, él nuevo le dijo:

- Voy a coger para ti, de las aguas de este es de río, algo de comida.

Y al instante se adentró en el charco hasta lo más profundo. Buscó las piedras que por unos sitios y otros se esparcían por el fondo y se dispuso a inspeccionar sus agujeros. Enseguida, por aquí y por allá, las truchas se escabullían nadando. Las siguió con su vista y cuando vio que una muy grande y reluciente, se metió bajo una piedra algo redonda, caminó por las aguas muy despacio. Se fue aproximando lentamente, alargó sus manos, las dos al mismo tiempo, metió una por cada lado de los agujeros de la piedra y cuando notó que tenía al pez solo unos centímetros de sus dedos, movió rápido y con fuerza sus dos manos y la trucha quedó presa. Ella lo miraba y al ver lo que estaba haciendo, se quedó con el aliento contenido y esperando resultados. Y no tuvo que esperar mucho rato porque a los pocos segundos de haber juntado sus manos bajo la piedra, la sacó fuera del agua, con la gran lucha entre sus dedos al tiempo que decía:

- Es grande y está sana. Para alimentarnos ahora los dos tenemos bastante, pero si quieres, en un momento pesco otra.

- Con este pez tan bueno comemos los dos y nos sobra.

            Él ya no volvió el más a las aguas del charco. Caminó por la orilla pisando la arena, buscó cuatro o cinco piedras, algunas lo más rectangular posible y solo una, bastante grande, ancha y en forma de losa. Las colocó con esmero sobre la arena de la orilla del charco y luego buscó unas ramas secas, partió estas ramas en trozos, los puso entre las piedras y después caminó por una de las sendillas que se adentraban por la llanura hacía los pequeños huertos. Y mientras comenzaba a alejarse, le decía a ella:

- Espera un momento que vuelvo enseguida.

 Y ella le respondió:

- Te espero.

Un poco más arriba, en el lado de la umbría del Generalife y entre unos grandes fresnos, encontró a la persona que buscaba. Uno de los dueños del huertecillo que cavabas las tierras. Y como lo conocía porque vivía en el Albaicín, lo saludó y le dijo:

- Necesito que me prestes fuego de tu lumbre y algo de sal y aceite.

A la derecha y un poco retirado del huerto, el hortelano tenía una pequeña lumbre entendida, en las ramas de una higuera, una barja de esparto, colocada con algo de sal un poco de aceite, pan y algunos frutos secos dentro. Por eso el hombre dijo al joven:

- Ahí tienes todo lo que me pides. Coge lo que necesites y no me lo devuelvas ni me lo agradezcas.

Pero el joven respondió:

- De todos modos, muchas gracias por adelantado.

            De la barja, cogió el joven una pequeña vasija de barro con la algo de aceite dentro, también un puñado de sal, unos cuantos higos secos y, cuando se acercaba a la lumbre para acoger un tizón y llevárselo, el vecino del huerto, desde las tierras que la brava, le dijo:

- Si miras para tu derecha puedes ver que mis tres naranjos aún tienen en sus ramas algunas naranjas colgadas. Se las he dejado para irlas cogiendo poco a poco y como todo el mundo por aquí me respeta, de las ramas cuelgan cada día más vistosas y con sabor a pura esencia. Puedes escoger, si las necesita y te apetece, las que quieras.

Él respondió:

- Te agradezco otra vez tu generosidad y sí, voy a coger de tus tres naranjos solo dos naranjas. Se ven tan apetitosas que es imposible resistir no cogerlas.

            Con cuidado, cortó el joven dos muy lustrosas naranjas, se las metió en el bolsillo y con el tizón encendido en la mano, los higos secos, la sal y el aceite, regresó por el caminillo hasta la orilla del charco. Ella lo esperaba y por eso, nada más verlo le dijo:

- Me muero de hambre y con lo que estoy viendo que preparas, aún más hambre tengo.

- Pues espera solo un minuto y verás que plato más rico nos comer.

Con el tizón que había cogido en la lumbre del vecino prendió fuego a las ramas secas que ya tenía colocadas entre las piedras. Las llamas se alzaron enseguida y él, sin perder tiempo, colocó la piedra en forma de losa entre las piedras rectangulares que recogían las llamas que ya ardían. Sobre la losa colocó la trucha, que había pescado solo unos un momentos antes, la roció con un poco de aceite y unos granos de sal y esperó a que la piedra se calentará. No tardó en coger temperatura ni tres minutos porque las ramas ardieron con fuerza. Y tampoco tardó nada en calentarse el aceite y la trucha sobre piedra en forma de losa. Comenzó a crepitar el aceite y la sal y, mientras el humo y las llamas brotaban y perfumaban las carnes del pez, ella de vez en cuando comentaba:

- Nunca en mi vida nadie me preparó antes una comida como ésta. Las aguas de este río tan claro, el bellísimo día de primavera, el vientecillo y el silencio, parecen ser los únicos compañeros invitados. Y para serte justo y agradecido, también te digo que la figura de la Alhambra vista desde aquí, en este momento y con esta lumbre y perfume a trucha asada en las llamas, no deja de parecerme algo mágico. Nunca hasta este momento, había disfrutado yo de una imagen tan bella de la Alhambra y su entorno por este río Darro, estas laderas y las casas blancas por ellas chorreando.

            Y el joven no hizo ningún comentario a la reflexión de su compañera. En su corazón sí saboreaba las bellas palabras que había pronunciado y hasta se sintió algo orgulloso y privilegiado de tenerla tan cerca y comprobar que era feliz. Por eso y por el cariño que le había cogido y las palabras que acababa de pronunciar, muy decidido dijo:

- Pues la comida ya está preparada. Busca el lugar que más te guste, sobre la hierba o la arena o en la roca que baña las aguas y te sientas. En unos minutos, coloco esta piedra con la trucha asada encima y nos la comemos. Ya verá qué sabor más especial y que olor a esencia del lumbre, aceite y viento fresco de este río tan claro.

Y comentó ella:

- Yo quiero sentarme en esta alfombra de hierba que hay aquí cerca de las aguas y de la arena.

- Es el sitio mejor.

Y en un momento, el joven buscó unas cuantas piedras más que colocó sobre la hierba para que sirvieran tanto de pequeñas mesas como de asientos y poyos para colocar las naranjas, el pan que le había regalado el vecino de huertecillo y los higos secos. Luego, con dos gruesos palos, cogió y transportó la losa donde crepitaba la gran trucha asada y la puso sobre la hierba, delante de ella que ya estaba preparada para empezar la comida.

            Y fue en este momento justo cuando de nuevo se oyó el canto del ruiseñor. Por entre las zarzas del río, un poco más arriba y casi fundido con el chapoteo de la corriente cayendo el charco. Dijo ella:

- Como si quisiera acompañarnos con su música para amenizar esta original comida y que resulte aún más especial. Y fíjate ¿A que parece que sus trinos ahora son más brillantes y dulces?

- Lo parece y lo es. Tiene este ruiseñor un repertorio de melodías muy hermosas y las desgrana con una fuerza y timbre, que asombra.

- ¡Lo que me gustaría tenerlo en los salones de mi palacio!

Y centrando el tema, él le dijo:

- Ahora empieza y sacia tu apetito antes de que se enfríe este pez.

Y con sus manos, previamente lavadas en las aguas del río, comenzó a separar la piel, carne y espinas del la trucha. Sobre la misma piedra que había usado para asarla, a un lado y por la parte de ella, fue poniendo los mejores filetes al tiempo que seguía animándola para el que comiera.

            Y lo hizo, cogiendo con sus dedos unos trozos de los filetes rosados que sobre la piedra había. Se los llevó a su boca y comenzó a saborearlos despacio. Él hizo lo mismo pero ante de que probar la carne del pez, ella dijo:

- Es lo más perfumado y de sabor bueno y natural que he catado en mi vida. Siempre te agradeceré estas cosas tan sencillas que en cada momento me regalas. Es para mí una experiencia única. ¿Dónde aprendiste es estas artes?

- Me las enseñaron cuando pequeño y luego las he seguido practican.

- Pero tú eres un hombre culto y con dinero.

- No lo soy tanto ni lo uno ni lo otro pero, aunque lo fuera, seguiría sintiendo y pensando que nada puede haber más placentero y hermoso en este mundo que amar y gustar las sencillas cosas de la vida y de la naturaleza. En esta pequeña realidad se contiene la filosofía más profunda y cierta y la mayor verdad para la felicidad en esta tierra.

- ¿Y todas las demás cosas?

- Seguro que en muchas ocasiones serán necesarias pero jamás realizarán ni  llevarán a la plenitud total.

            Se produjo un momento de silencio en el cual se volvió a oír las melodías de ruiseñor, mientras ella seguía saboreando los apetitosos trozos de trucha, ahora acompañados con pequeños bocados del pan que el vecino del huerto le había regalado. Y paladeaba muy despacio y concentrada estos alimentos, también pendiente de rumor de la corriente del río, del canto del ruiseñor y del siseo del vientecillo por entre la vegetación, cuando exclamó:

- ¡Un momento!

La miró él muy expectante, con la respiración contenida y quieto cuando ella, pasado unos segundos, de nuevo preguntó:

- ¿No has oído?

- ¿Qué es lo que tengo que oír?

- A mí me ha parecido escuchar los relinchos de mi caballo.

- Pero sí ahora mismo tu caballo debe estar en su cuadra.

Y de nuevo ella demandó silencio, poniendo sus dedos sobre la boca al tiempo que decía:

-¡Calla!

            Y ahora sí se oyó, claramente y bastante cerca, el relincho de un caballo. Dijo de nuevo:

- Es Bandolero, mi caballo blanco.

Y se levantó y lo llamó. Se oyó un nuevo relincho y unos segundos más tarde, el trotar no de uno sino de dos caballos. Los dos jóvenes miraron para el camino que subía por el río y los vieron. Bandolero, el caballo blanco, trotaba acercándose y detrás, montado por un príncipe conocido de la joven, avanzaba otro caballo, éste todo color negro. Los dos caballos se pararon junto al charco y ella se acercaba a saludarlos justo cuando el príncipe, su amigo, le dijo:

- Llevo más de dos horas buscándote.

- ¿Y para qué me quieres?

- En las mansiones de la Alhambra se celebra una gran fiesta y en tus aposentos las doncellas tienen los mejores vestidos de seda para ti preparados. Me he traído conmigo tu caballo para que lo montes y volvemos juntos a los palacios. Nos están esperando.

Y sin pensarlo mucho, ella acarició su caballo dándole unas palmadas en el cuello, le susurró algunas palabras al oído, lo montó y le dijo al joven príncipe, su amigo:

- Pues regresemos a la Alhambra ahora mismo. ¡Vamos Bandolero!

Tiró de las riendas de su blanco caballo, lo orientó hacia el camino y por él trotando y río bajo, se alejaron hacia la Alhambra.