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romi
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EL BOSQUE, fuera de concurso // LA MUJER DEL HAZ DE LEÑA

11 de Septiembre de 2011 a las 21:40

Bubok

La mujer del haz de leña

            El Albaicín, en sus primeros tiempos, fue un barrio bonito. Lo siguió siendo por la época en que de la Alhambra se fueron los reyes que fundaron estos palacios y lo sigue siendo en estos tiempos modernos. Aunque hoy, como en aquellos primeros tiempos y luego más adelante, este barrio tiene muchos problemas. Se caen las casas, están sucias las calles, se rompen las murallas, las fuentes no tienen agua, hay muchos turistas y entre ellos se mezclan los pobres… Pero el Albaicín surgió, entre otras cosas, como balcón para contemplar desde sus calles, plazas y miradores, la figura de la Alhambra sobre la colina de enfrente. Y hoy en día casi exclusivamente para los turistas, este es su principal aliciente, como lo más importante que encuentran en este barrio.

         Sin embargo, las primeras personas que en aquellos tiempos vivían en Albaicín, tenían y aun tienen historias muy singulares que a muy pocos interesan. Algunas alegres, otras no tanto y, gran número de ellas, muy tristes y, a la vez, hermosas. Aunque a muy pocas personas interesaron en aquellos tiempos estas historias ni tampoco hoy a pesar de tener tanto o más valor que el propio barrio, con la Alhambra enfrente y el río Darro. Traigo aquí uno de estos relatos de aquellos tiempos, no por la belleza de la narración en sí sino por el gran valor humano que tuvo, tiene y tendrá mientras en esta tierra existamos los humanos.

         Eran solo tres de familia, el padre, la madre y una hija, vivían en una casa pequeña en lo más alto del barrio del Albaicín, desde donde se veía y se ve la Alhambra claramente y donde el sol en verano da de lleno y hace mucho frío en invierno. La madre tenía su trabajo limpiando y fregando suelos en una casa de personas ricas y el padre, en las montañas cercanas cuidando un rebaño de cabras propiedad de esta misma familia. No ganaban mucho dinero pero sacaban lo suficiente para ir tirando. Por eso, tanto el padre como la madre, vivían resignados con esta suerte suya y, aunque continuamente recibían humillaciones de la familia rica, se las aguantaban, callaban y seguían sometidos y haciendo su trabajo. Sin embargo la hija, según crecía, como se iba dando cuenta de las humillaciones que sus padres recibían de parte de las personas a las que servían, se revelaba más y más. Hablando con la madre le decía:

- No entiendo cómo aguantas el trato que te dan.

Y la madre le aclaraba:

- Hija mía, los que hemos nacido pobres, a lo largo de toda la vida tendremos que estar sometidos a los caprichos y manías de los que tienen algo de poder y dinero.

- Pero madre, lo mejor que tenemos las personas, es la libertad. Ningún ser humano debe nunca oprimir ni quitarle la libertad al otro.         

- Eso es muy bonito pero el día a día es otra cosa. Necesitamos comer y vestirnos y por eso debemos aguantar que nos humillen y opriman en el trabajo.

- No madre. Aunque me muera de hambre, yo no dejaré nunca que me avasallen y me arrebaten mi libertad. Es un derecho y la mejor riqueza que las personas tenemos.

         Y la madre y el padre callaban. Se daban cuentan, cada día más, que la hija luchaba con todas sus fuerzas para ser libre. Por eso, en cuanto se hizo mayor, todos los días a primera hora, salía de su casa en el barrio del Albaicín, se iba por los caminos a las montañas cercanas, de los bosques recogía leña seca, hacía un buen haz, regresaba al barrio y vendía a los vecinos esta leña. Con lo que iba sacando, se apañaba para comer y vivir pobremente. Y aunque los padres le decían, una vez y otra, que olvidara su rebeldía y se ofreciera para trabajar en la casa de la familia rica, ella siempre argumentaba:

- Ser libre en este mundo es lo más hermoso de todo. Y yo jamás, por cuatro céntimos, dejaré que me humillen y tiranicen. Nadie nunca va a mandar sobre mí ni sobre mi vida.

         Corrió el tiempo y murieron los dos padres, la joven se fue haciendo mayor y cada día, ella seguía yendo a la montaña a por su haz de leña, se lo vendía a los vecinos y con lo poco que sacaba, vivía libre en su humilde casa. Y siguió corriendo el tiempo y la joven envejecía, fue perdiendo fuerzas pero seguía cada día yendo a la montaña a por su haz de leña. Hasta que una mañana, ya con muchos años y con muy pocas fuerzas, al salir de su casa para ir a la montaña, descubrió un gran haz de leña en la esquina de la calle. Preguntó a los vecinos y todos dijeron que aquella leña no era de ellos. Cogió ella el haz de palos, se lo llevó a su casa y esperó dos días por si alguna persona preguntaba por esta leña. Y como pasado este tiempo nadie reclamó el haz de ramas secas, al tercer día lo vendió, junto con otros tres más que fueron apareciendo cada mañana en la misma puerta de su casa. Siguió corriendo el tiempo y como las fuerzas le faltaban más y más, ya solo se levantaba para asomarse a la puerta de su casa, recoger el haz de leña y esperar que los vecinos vinieran a comprarla. Y un día, dijo a todos los que venían a su casa:

- Mañana no vengáis a por vuestra leña.

- ¿Y eso?

- Solo tengo un haz y ese lo quiero reservar para mí porque el invierno está llegando, tengo frío y necesito calentarme.

         Los vecinos le hicieron caso pero al día siguiente sí que fueron a su casa. Encontraron la puerta abierta, entraron y la vieron sin vida. Junto a la chimenea donde ardía la leña. Extrañados y en el fondo entristecidos, los más amigos dijeron:

- Ha muerto pobre y en su rincón pequeño pero libre tal como siempre había soñado. Nunca nadie ha sido tan valiente como ella y por eso nos deja el mejor ejemplo.       
La enterraron al día siguiente, entre los árboles del bosque, en las montañas que ella había recorrido buscando leña. Y a partir de aquel momento, muchas personas en el barrio del Albaicín, comenzaron a recordarla con el nombre de “La mujer del haz de leña”. Pequeña historia digna de escribirse con letras de oro, como otras tantas en este barrio del Albaicín. Para que, todos los que en estos tiempos vienen por aquí, descubran que es importante y bello contemplar la Alhambra desde las plazas y miradores pero aun son más valiosos, los sueños y las luchas de las personas que en tiempos pasados vivieron en este barrio. En cada casa, en cada calle y hasta en el aire, hay y laten mil historias como la de la mujer del haz de leña.