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severo
Mensajes: 40
Fecha de ingreso: 15 de Septiembre de 2011

Re: MIS COSAS

4 de Octubre de 2011 a las 21:33
 TRIBULACIONES DE UN JOVEN RAYADILLO EN CUBA

    Javierín se remangó los calzones; tenía los pies hinchados de tanto tenerlos en remojo. La sal se le había incrustado entre las uñas provocándole un tremendo escozor, de modo que estaba deseando llegar a la otra orilla para rascarse a gusto entre los dedos.
     A medida que avanzaba, los pies se le hundían en el lodazal del fondo. El entramado de venas plateadas que formaba la salina se extendía hasta donde se perdía la vista. Aquí y allá se podía distinguir con claridad los escopetazos, aislados o en salvas, que los furtivos disparaban desde el borde de los ribazos.
     Uno de aquellos disparos levantó la arena de un talud cercano. Javierín se encogió como la vulva de un muergo; cuando el eco del escopetazo se perdió entre las dunas cercanas, el muchacho se incorporó con rapidez. Se palpó todo el cuerpo en busca del impacto, hasta que se cercioró de que estaba intacto.

ubertino
Mensajes: 151
Fecha de ingreso: 11 de Agosto de 2011
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  • 5 de Octubre de 2011 a las 13:11
cita de Severo  TRIBULACIONES DE UN JOVEN RAYADILLO EN CUBA

    Javierín se remangó los calzones; tenía los pies hinchados de tanto tenerlos en remojo. La sal se le había incrustado entre las uñas provocándole un tremendo escozor, de modo que estaba deseando llegar a la otra orilla para rascarse a gusto entre los dedos.
     A medida que avanzaba, los pies se le hundían en el lodazal del fondo. El entramado de venas plateadas que formaba la salina se extendía hasta donde se perdía la vista. Aquí y allá se podía distinguir con claridad los escopetazos, aislados o en salvas, que los furtivos disparaban desde el borde de los ribazos.
     Uno de aquellos disparos levantó la arena de un talud cercano. Javierín se encogió como la vulva de un muergo; cuando el eco del escopetazo se perdió entre las dunas cercanas, el muchacho se incorporó con rapidez. Se palpó todo el cuerpo en busca del impacto, hasta que se cercioró de que estaba intacto.

¿Y ya está? Hombre, un poquito más, ¿no?
severo
Mensajes: 40
Fecha de ingreso: 15 de Septiembre de 2011
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  • 5 de Octubre de 2011 a las 15:46
     De vez en cuando se agachaba y hurgaba con sus huesudos dedos en el lodo. A veces la fortuna le sonría y conseguía cazar una gusana gorda y viscosa que se enredaba entre sus dedos. Una a una las iba depositando en un recipiente de latón oxidado que llevaba colgando a la bandolera. En el fondo del mismo, cubierto de serrín, los bichejos se retorcían formando una criatura de múltiples cabezas.
     Con un poco de suerte llegaría a la ribera antes del mediodía, hora que aprovechaban los ociosos para comprar cebos y tomarse unos vinos en las tabernas del Corribolo.
     Pum, rac, zas... las postas pasaron junto a él silbando sobre los rizos espumosos que una brisa calentorra levantaba en el canal. Una bandada de ánsares se revolvió inquieta entre los cañizos de la orilla y alzó el vuelo, rasgando el aire con sus estridentes graznidos.
     Un chispazo de inteligencia brilló en los ojos del vivaracho Javierín. Los ladridos de un perro bodeguero, que corría por el ribazo en dirección al cañizo, le hicieron espabilar. Si se daba prisa podría echarse la presa a la zamarra y poner pies en polvorosa.
     Ni corto ni perezoso se movió con inusitada agilidad, deshaciéndose de la trampa fangosa que le trababa los pies, impidiéndole moverse con la rapidez que deseaba.
     El bicho todavía se removía en el agua, pugnando por alzar el vuelo. La sangre se iba diluyendo en el agua amarillenta y espumosa que bordeaba la orilla. Javierín no lo dudo ni un momento; agarró el pescuezo con ambas manos y se lo retorció hasta comprobar que dejaba de moverse. Los ladridos del pertinaz bodeguero cada vez sonaban más cercanos. ...

severo
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Fecha de ingreso: 15 de Septiembre de 2011
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  • 5 de Octubre de 2011 a las 21:49
SIN TÍTULO

     La fuerza de la galerna se enrosca con fiereza entre los bloques de piedra del malecón, que delimita la frontera entre el salvaje mar y la ciudad. La calle que discurre entre la hilera de terrazas y bares y el paseo marítimo se ve invadida por el oleaje; borbotones de espuma se escurren a lo largo de la acera arrastrando sillas y mesas a su paso.
     Ives Lautrec parece impasible; del otro lado puede observar la campiña, intensamente verde, de San Juan de Luz. El nivel del mar ha subido en la ría que separa las dos poblaciones; las barcas de pescadores y las embarcaciones recreativas se estrellan contra los embarcaderos formando un irregular puzle de colores a lo largo de la orilla anegada.
     –¿Puede saberse por qué demonios me has traído aquí? –Pregunta Medusa Paxton, mientras intenta evitar que el agua que cae por el canalón le cale la cazadora vaquera.
     –En ocasiones la naturaleza es caprichosa como una niña mala, a la que le gusta poner a los hombres al límite de sus fuerzas. Te hace llegar hasta la extenuación y después, cuando crees haber llegado al límite de tu resistencia, te insufla un soplo de esperanza. Un último hálito vital que te salva de la muerte. Precisamente eso debió pensar Igor Cortajerena, hace veinte años.
     –Ya, todo eso está muy bien. Pero no explica el porqué me has traído hoy aquí. Debíamos entrevistarnos con el oficial de enlace de la Guardia Civil antes de cruzar la frontera. Es lo preceptivo. –Medusa Paxton había anotado mentalmente aquella primera irregularidad en el procedimiento, a sabiendas de que no sería la primera y de que, finalmente, tendría que dar cuentas de todas ellas.
     –Desde aquí puedo ver su casa. –No señala hacia ningún lugar, pero los ojos de Lautrec están clavados en un lugar impreciso de la orilla contraria. Un tejado a dos aguas, de un intenso color rojo, destaca en un claro rodeado de majestuosos chopos.
     –¿Una mujer? –Pregunta Paxton. La intuición le dice que sólo el recuerdo de una mujer puede provocar una mirada vacía como aquella. Un mal recuerdo. –¿Tu mujer? –Interroga de nuevo.
     –No.
     –Menos mal, por un momento pensé que eras uno de esos tipos pusilánimes que se pasan la vida corriendo detrás de la mujer que los despreció... –Paxton vierte el contenido del botellín de cerveza en la jarra vacía que tiene frente a ella.
     –Y yo pensé que eras una de esas feministas que odia a los hombres. –Paxton bebe un trago y clava sus ojos verdes de serpiente en Lautrec.
     –Eres un mentiroso. ¡Ja, ja, ja! –Los dos ríen con ganas mientras la lluvia vuelve a arreciar. El agua cala la tela del toldo y unos grandes goterones caen sobre las bebidas.
     –Será mejor que apures la cerveza. O tendremos que volver al hotel antes de entrevistarnos con el enlace.

severo
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  • 6 de Octubre de 2011 a las 8:31

     –... Bisturí... Separo el cuerpo cabelludo del periostio, dejando al aire la superficie craneal. Compruebo que no hay ninguna fractura ni señales evidentes de hematomas en la zona. Alrededor del cuello se aprecian marcas de presión a la altura de la traquea; coincide con las manchas de petequias que salpican el pálido rostro de la difunta.

severo
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  • 6 de Octubre de 2011 a las 11:15
‎"Tu tiempo es limitado, de modo que no lo malgastes viviendo la vida de alguien distinto. No quedes atrapado en el dogma, que es vivir como otros piensan que deberías vivir. No dejes que los ruidos de las opiniones de los demás acallen tu propia voz interior. Y, lo que es más importante, ten el coraje para hacer lo que te dice tu corazón y tu intuición."
Steve Jobs 2005. Descansa en Paz
severo
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Fecha de ingreso: 15 de Septiembre de 2011
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  • 13 de Octubre de 2011 a las 16:32
“Un personaje posiblemente destinado a jugar un gran rol en el turbulento periodo que afronta el mundo”.
El camarada Stern se recostó en el sillón; unos muelles oxidados asomaban por la parte superior rasgando la tela basta que forraba el respaldo. El sudor le caía por la frente y unos ridículos goterones quedaban suspendidos entre las pobladas cejas. Sacó un pañuelo del bolsillo y se enjugó la calva.
El hombre que tenía frente a él parecía expectante por recibir la opinión del jefe de la XIII Brigada Internacional; en la habitación contigua una máquina de escribir tableteaba a intervalos, conforme la voz gangosa de un tipo bajito y cejijunto, que aparecía de vez en cuando ante el vano de la puerta, iba dictando con espasmódica violencia.
severo
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Fecha de ingreso: 15 de Septiembre de 2011
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  • 17 de Octubre de 2011 a las 22:22
A medida que avanzaba a través del esqueleto inválido de la ciudad, la actividad volvía a la normalidad; los bombardeos se habían cebado una vez más con la zona centro. Un tranvía solitario emergió desde una de las populosas vías paralelas; Vladimiro se montó al paso y se apretujó con los milicianos que atestaban el vagón. La mayoría eran soldados francos de servicio que aprovechaban el viaje para regresar al frente. Reconoció a varios brigadistas del batallón de ametralladoras Dabrowski, formado el año anterior en Barcelona por voluntarios polacos. Pero sobre todo había milicianos del Partido Comunista.

–Salud, camaradas. –Vladimiro se abrió paso a empellones. Olía a sudor rancio, del que se pega a las axilas y amarillea las camisas.
–Salud. –Contestaron los otros, al tiempo que levantaban el puño con actitud indiferente. Unos milicianos de la CNT que se apiñaban al fondo del vagón comenzaron a cuchichear entre dientes.
–Mirad a esos. No tienen otra cosa que hacer.
–Al frente de Guadalajara les mandaba yo. Seguro que llevan media guerra enchufados en algún comité de esos...

El tranvía chirrió sobre los raíles y la turba se desmoronó sobre el asfalto reventado. Cada cual en una dirección, según les fuera la guerra.
Vladimiro decidió continuar en compañía de los brigadistas; si estaban allí era porque habrían recibido las mismas consignas que él. Sin duda se estaba preparando una gorda.
Desde que en Noviembre del treinta y seis las tropas rebeldes se lanzaran al asalto de los puentes del Manzanares, el frente abierto a la altura de la Ciudad Universitaria se había mantenido estable.
A pesar de la huida del gobierno a Valencia y de la ausencia de autoridad municipal alguna, la Junta de Defensa se había esforzado en mantener en relativo orden la vida cotidiana de una ciudad sitiada, en la cual se refugiaban más de un millón de almas.
Los fugitivos llegados desde las poblaciones cercanas  llegaban cada día como un chorreo incesante de penurias; las historias que contaban desde la vanguardia del frente no hacían más que acelerar el proceso de derrotismo, que comenzaba a extenderse por toda la retaguardia como una infección purulenta que afectaba ya a los miembros tumefactos de un organismo en proceso de putrefacción.