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romi
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El cascabel del Albaicín

19 de Octubre de 2011 a las 11:45

Bubok

El cascabel del Albaicín

            Nació una mañana de otoño de cielo azul, suave vientecillo con olor a hojas secas y luz un poco apagada. Justo en la humilde casa que sus padres habían construido al borde mismo del río Darro. Casi rozando las aguas, por completo frente a la Alhambra, en la colina al levante y donde las hermosas casas del Albaicín, se esturreaban ladera abajo hacia el río y hacia la Alhambra. Y nada más nacer y verla, la anciana dijo a la madre:

- Esta niña trae con ella una gracia que nadie ha tenido nunca por aquí.

Le preguntó la madre:

- ¿Qué gracia trae con ella?

- Cuídala mucho y que crezca sana y fuerte. Ya te darás cuenta en cuanto sea un poco mayor.

         Creció la niña y todos en el barrio la querían mucho. Por lo alegre que era, por las ganas de jugar que tenía siempre y, sobre todo, por su risa. Cuando iba de un lado para otro, cogida de la mano de su madre, con sus amigas o vecinos, siempre, con cualquier cosa, se reía. Y cuando de su boca salían las notas de sus risas, todos miraban y se quedaban como extasiados. Algunos decían:

- Parece un ruiseñor enamorado y desgranando su mejor canción al llegar el día.

Y un vecino algo mayor que también la quería mucho, un día comentó:

- Su risa es como la música de un alegre cascabel. ¿No os dais cuenta como cada vez que ríe parece como si engarzara un collar de notas con todos los sonidos de las escala?

- Sí, desde luego que lo que dices es muy acertado. Nadie en este barrio ni en toda Granada ni tampoco en la Alhambra, tiene ni ha tenido nunca una risa tan maravillosa como la de ella.

         Y según iba creciendo, tenía más y más amigos. Hasta que poco a poco junto tres pequeños grupos: los vecinos y amigos así de su edad y que vivían cerca de su casa, la muchacha de la flauta, un poco mayor que ella y que vivía a media ladera entre el río Darro y la parte alta del barrio y la dulce anciana de la casa chica, un poco a la derecha donde vivía ella. Era esta anciana, según la niña, la más generosa y con la que ella compartía mucho tiempo. Le decía a su madre:

- Vive sola, apenas tiene fuerzas, se pasa muchas horas mirando por la ventana para la colina de la Alhambra y nunca se enfada conmigo. Siempre me regala besos y le gusta mucho oírme reír. Dice ella que mis risas son como pompas de colores que, además de curar las heridas del corazón, llenan de entusiasmo y abre las puertas del cielo.

- Pues sed tú buena con ella, hija mía y regálale toda la alegría que puedas. Quizá ella te lleve algún día de la mano, al cielo que ilumina tus risas.    

         El otro grupo de amigos, era el de sus vecinos y conocidos más cercanos. Muchas tardes se juntaban ellos, se iban a las aguas del río Darro, por donde la corriente se desparramaba en pequeñas playas y se ponían a jugar con algún palo o pelota de trapo. Y cuando algunos de los amigos se caía al agua o tropezaba en la hierba, ella siempre se reía. Todos, al momento, dejaban sus juegos, la miraban, miraban para la Alhambra y decían:

- Tus risas son como los sonidos de un cascabel que desgranan notas de colores y en todos los tamaños.

Y como ella no sabía qué decir, les pedía a los amigos seguir jugando. Reanudaban el juego y cuando ya terminaban y cada uno se marchaba a su casa, a ella le gustaba mucho pasar por delante de la puerta de la casa de la amiga de la flauta. Muchas veces se la encontraba sentada en el umbral de la puerta, tocando su flauta e intentando imitar las risas que salían de la garganta de la niña. Y cuando casi lo conseguía, cogía un papel y con un trozo de palo quemado por la punta, escribía. A veces, círculos pequeños, otras veces, algo más grandes, como puntos negros, algunos y a distintas alturas. Al verla la niña le preguntaba a su amiga:

- ¿Para qué escribes esto?

- Voy a coleccionar todas las melodías que tú desgranas cuando te ríes.

- No lo entiendo.

- Pero a mí me gusta porque es un juego divertido y bello.

- ¿Y qué harás cuando tengas muchas melodías escritas?

- Simplemente coleccionarlas y conservarlas muy bien por si algún día, alguien las necesita.

         Y un día, estaba ella jugando en la puerta de su casa, a primeras horas de la mañana. Por la calle bajó un hombre conocido suyo y amigo de sus padres, montado en un borriquillo. Al llegar a su altura, la saludó y le preguntó:

- ¿Y tus amigos?

- Aun no han venido. Tú, ¿a dónde vas?

- A las tierrecillas de mi huerto.

- ¿Me montas en tu burro y me llevas contigo?

- Ahora mismo.

Y, en un abrir y cerrar de ojos, el hombre se bajó del asno, subió a la chiquilla, la tomó de la mano y siguió su camino hacia las tierrecillas de su huerto. Cuando llegó al rincón, lo primero que hizo fue buscar algunas ramas secas, las amontonó sobre un rodal de tierra libre de pasto y hojas de árboles y se puso a prenderle fuego. Le decía a la niña:

- Así, mientras yo trabajo las tierras del huerto, si tienes frío, te calientas en las llamas y ascuas de esta lumbre.

Estuvo ella de acuerdo y se agachó para ayudar a su amigo con la preparación de la lumbre. Había él cortado ramas secas de romero y también de tomillo y por eso, en cuanto las llamas empezaron a quemar estas ramas, todo el airecillo se llenó de un delicioso perfume. Dijo ella:

- Me gusta mucho este olor y el humo que, en columnas pequeñas, se alza por el aire y se va volando como al encuentro del la Alhambra.

Y se puso a coger con sus manos los pequeños círculos de humo blanco. No conseguía apresarlos porque se les desvanecían entre sus dedos y esto hizo que, cada vez que intentaba coger un circulillo de humo y éste se le escapaba, se riera a carcajadas. En pequeños rosarios de notas musicales que llenaban el aire, la mañana y el espacio, de melodías deliciosas.

         Y en un momento de este juego suyo, se situó frente a la lumbre, con la imagen de la Alhambra alzada al fondo, vista a través de las llamas y recortada sobre el azul del cielo de la mañana. Alzó sus manos, como queriendo coger la figura de la Alhambra y al notar que se le escapaba, se echó a reír como nunca lo había hecho antes. Y justo en ese momento vio que de las llamas salían como pequeñas burbujas de colores que, volando por el aire, se trababan en las murallas y torres de la Alhambra. Y vio como si el azul del cielo se abriera y en forma de cascada de notas brillantes, se fundiera en el aire con sus risas. Y vio que, en medio de este maravilloso universo, con ella jugaban sus amigos, sus padres, la muchacha de la flauta y la anciana de la casa chica. Asombrada dijo al hombre del borriquillo, su amigo:

- ¡Qué maravilla de sueño! Nunca había visto antes algo tan bonito.

Y preguntó al hombre:

-  ¿Tú sabes qué es esto?

Y él le respondió:

- Las notas musicales que salen de tu garganta cada vez que derramas tus risas.

Se quedó ella en silencio durante unos segundos y luego otra vez preguntó:

- ¿Y por qué todo es tan hermoso y con tantos colores?

- Porque cada vez que ríes tú, es como si le dieras forma al más hermoso de los cielos. Y como esto es tan dulce y maravilloso, a las personas nos gusta mucho. Tus risas, transmiten paz, gozo, ánimo y mucho más de lo que yo pueda decirte con palabras.

Y después de unos segundos en silencio, la niña comentó:

- Ahora comprendo por qué todos me llamáis “el cascabel del Albaicín”.