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romi
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El valle de los árboles mágicos

23 de Noviembre de 2011 a las 22:15

Bubok

El valle de los árboles mágicos

            El blanco cortijillo, se alzaba sobre un pequeño montículo frente al sol de la mañana. No muy lejos de las cumbres de Sierra Nevada, a solo unos metros de un claro río y con la figura de la Alhambra por el lado del sol de la tarde. A la derecha del montículo, se abría un pequeño arroyo que manaba solo unos metros por detrás del edificio. En una recogida pradera, muy verde casi todo el año, con nieve en los fríos días del invierno y alfombrada de flores silvestres a lo largo de toda la primavera. Al final de esta pradera o valle casi de ensueño, en el lado de abajo, brotaba un copioso venero, por todos conocido con el nombre de “La Fuente”.

               De esta fuente de claras aguas era de donde los habitantes del cortijo se surtían para todas sus necesidades. También para regar un recogido huertecillo que había unos metros más abajo y para que bebieran los animales, en los tornajos de madera que habían colocado solo unos cuantos metros por debajo del manantial y cincuenta metros por encima del huertecillo. Por la derecha y no muy lejos, se abría el arroyuelo, no muy profundo ni caudaloso pero sí en todo momento con un chorrillo de agua. Porque “La Fuente”, no se secaba en todo el año. Ni siquiera en los años menos lluviosos ni en los veranos más calurosos.

            Por eso, todo el rincón, era un auténtico paraíso que disfrutaban casi exclusivamente la familia del blanco cortijillo. Solo un matrimonio y su niña que desde que ellos tenían conocimiento, habían vivido en este sitio. De aquí que cuando los padres de la niña se casaron, el hombre le dijo a su mujer:

- Para tener siempre presente el día en que ha nacido esta hija nuestra, se me ha ocurrido una cosa.

- ¿Qué es lo que se te ha ocurrido?

- ¿Tú conoces el cerro en forma de abanico que hay por encima del valle de la fuente?

- ¿Ese montículo que tiene también forma de corazón y corona al valle de las flores?

- Me refiero a ese bonito monte.

- ¿Y qué es lo que pasa ahí?

- Lo único que pasa es que como este monte es tan bonito lo quiero sembrar con unos árboles muy concretos.

- ¿Con qué árboles y cómo?

- Con ocho o diez especies distintas y no por las laderas ni por el valle ni a los lados, norte o levante. Los quiero sembrar siguiendo toda la cresta del monte que orla el valle de la hierba.  Para que nazcan y crezcan a la par que nuestra niña y que así ella, según vaya creciendo y juegue por estas tierras, los tenga como amigos y referencia del día de su nacimiento. ¿Qué te parece?

- Que es algo muy bonito y un detalle inteligente para conmigo y nuestra hija.

            Y el hombre, justo el día en que nació su hija, ya tenía los árboles preparados. Al amanecer aquella mañana, todavía invierno, los fue sembrando. Una higuera en lo más alto del monte en forma de corazón y en el mismo centro. A cada lado, dos nogueras. Un poco más debajo de las nogueras, sembró dos almendros, junto a estos árboles descendiendo para el valle, plantó dos nogueras, luego dos servales, dos caquis, granados, pinos y álamos, ya casi en las tierras llanas del valle y al final del todo, algunos pinos de las especie pinea.  Y los regó aquel día, al siguiente y al otro, hasta que los árboles brotaron ya cuando la niña tenía unos meses. Luego crecieron y al llegar la primavera, se llenaron de flores y dieron algunos frutos. Y a los tres años, todos los árboles se veían frondosos y frescos como la niña que había nacido con ellos. Cuando ésta cumplió diez años, como los padres ya le habían hablado mucho, tantos de los árboles como del valle y de la fuente de agua clara, lo que más le gustaba era venirse a este valle y ponerse a jugar con el manantial de la fuente y por la hierba de la pradera. Trazaba caminos con piedrecitas de colores recogidas en las arenas del arroyuelo, construía castillos, soñaba con princesas y príncipes y luego cogía la fruta de los árboles amigos, las lavaba en las aguas del manantial y se las comía mientras para sí se decía: “El día que venga por aquí algunos de los príncipes que mi padre me ha dicho viven en la Alhambra, lo voy a invitar a que coma coja conmigo las frutas de estos árboles”.    

            Y un día, cuando ella iba a cumplir los doce años, le preguntó a su padre:

- ¿Tú crees que algún día vendrá por aquí algún príncipe de la Alhambra para quedarse a vivir conmigo?

- Los príncipes tienen, allá en aquellos grandes palacios, mansiones muy bellas y cosas muy importantes que hacer pero nunca se sabe.  

Y a partir de aquel momento, siempre que por el valle jugaba, miraba para el camino por si aparecía algún príncipe montado en su caballo. Se puso y, en la pequeña cueva que en las rocas calizas se abría por encima de la fuente, juntó muchas piedras en todos los tamaños y colores. También flores y frutos de los árboles y decoró toda la cavidad imaginando que era el más bello de los palacios nunca construido. “Por si viene ese príncipe, que todo esto lo encuentre tan hermoso que le entre ganas de quedarse a vivir aquí para siempre”. Se decía mientras jugaba y soñaba.

            Y una mañana de otoño, cuando ella estaba a punto de cumplir los trece años y después de tres días de intensas lluvias, amaneció raso. Con muchas nieblas por el barranco y con la hierba muy verde por todo el campo. Le dijo a su madre:

- Me voy a mi cueva y si al mediodía no vuelvo para comer, no te preocupes. Hoy tengo algo muy importante que hacer.

- ¿Qué es lo que tienes que hacer?

- Luego te lo explico.

Y con una pequeña bolsa de cuero que el padre le había regalado, salió del cortijo, bajó por la senda, llegó a la fuente, lavó sus manos, bebió unos sorbos y luego se fue a las encinas que por encima del manantial clavaban sus raíces en las tierras bajas del valle. De una de estas encinas que ella conocía muy bien, cogió un buen puñado de bellotas, muy gordas y ya bien maduras. Volvió a la cueva de la roca, hizo una lumbre en la misma puerta, se puso a asar las bellotas en las ascuas de la candela, mirando muy ilusionada para la senda que subía por el barranco. Y se decía: “Ojalá hoy sí viniera por aquí un príncipe y se parara en esta cueva conmigo. Lo iba a invitar a que comiera algunas de estas ricas bellotas y luego le iba a preguntar muchas, muchas cosas”.

            Y, a media mañana, cuando más ocupada estaba ella con sus bellotas y la lumbre, vio que por la senda de la loma apareció la figura de un caballo. Montado en él, venía un joven que miraba como muy interesado. Se llenó de miedo al tiempo que de ilusión y quiso salir de su cueva y llamarlo por si necesitaba algo pero sintió más miedo. Esperó en su refugio, echando algunas ramas a la lumbre para que se avivara, sin dejar de mirar a la figura del joven que se acercaba montado en su caballo. Al llegar a la fuente, se paró, miró para la cueva y al ver a la niña le preguntó:

- ¿Es este el valle de los árboles mágicos?

Enseguida pensó ella que los árboles que su padre había sembrado en las tierras que orlaban al valle podrían ser los que el joven buscaba. Por eso dijo:

- Creo que sí aunque no estoy segura. ¿Qué estás buscando?

- Vivo en la Alhambra y vengo de parte de una princesa. Estoy buscando un árbol que dé fruta en forma de corazón.

- ¿Y para qué lo quieres?

- El príncipe más bueno y rico de aquellos palacios, ha prometido casarse con la joven que le presente una fruta, a ser posible piña, que tenga forma de corazón. Y una de las princesas me ha pedido que venga y busque por estas montañas, la fruta que te he dicho. ¿Tú sabes si algunos de estos árboles dan fruta con forma de corazón?

- Yo nunca lo he visto. Pero si tienes hambre, baja de tu caballo y comparte conmigo estas bellotas que estoy asando.

- Te lo agradezco pero tengo prisa. He de volver pronto a la Alhambra y si no encuentro la fruta que te he dicho, tendré problemas. ¿De ninguno modo puedes ayudarme?

- Lo siento pero ya te he dicho que no conozco por aquí a ningún árbol que dé fruta en forma de corazón.

            Y el joven, sin bajarse de su caballo, agradeció a la niña sus palabras y la despidió. Siguió subiendo hacia las partes altas del valle de la hierba y ella, intrigada por lo que el hombre le había revelado, salió de su cueva, subió rápida por la vereda y en cuanto llegó al cortijo, comentó con el padre lo que le había sucedido. Éste la escuchó muy atento y al final ella le preguntó:

- ¿Algunos de los árboles que sembraste cuando nací yo en la colina que orla al valle de la hierba, dan frutas en forma de corazón?

Y el padre, después de pensarlo un momento, respondió:

- Creo que sí. Precisamente esta mañana he estado en el pino de los tres pies, el que crece al final de la colina que cae para el barranco del río y he visto en sus ramas una piña algo rara.

- ¿Rara por qué?

- Crece en una de las ramas altas y me ha llamado la atención su forma. Se parece precisamente a un corazón y por eso me he fijado en ella. Nunca he visto yo una piña como esa.

- ¿Podemos ir ahora mismo a cogerla?

- Mejor mañana. Si ahora anda por ahí el joven del caballo, nos lo podríamos encontrar y al ver esta rara piña, querrá llevársela.

            Y la niña estuvo conforme con lo que le dijo el padre. Por eso, en cuanto salió el sol al día siguiente, padre e hija se pusieron en camino en busca del pino de los tres pies. En cuanto llegaron, vieron la piña y el padre, por deseo de la hija, subió al árbol, cortó la fruta, bajó con gran cuidado y le alargó a la niña el fruto diciendo:

- Desde luego que es rara pero bonita. Te la regalo.

- ¿Tú crees que esto es lo que anda buscando el joven de la Alhambra?

- Puede que sí.

- ¿Pues sabes lo que se me ocurre?

- No tengo ni idea.

- Pienso que ahora mismo podrías ir a la Alhambra, con esta piña, preguntas por la princesa que busca una fruta en forma de corazón y se la regalas. Para nosotros esto no vale nada y para ella, quizá sea la mayor ilusión de su vida. ¿No crees tú?

Pensó un momento el padre y luego le dijo:

- Para complacerte a ti, haré todo lo que esté en mis manos. ¿Pero qué gana esa princesa si yo le regalo esta piña en forma de corazón?

- Puede casarse con el príncipe de sus sueños y puede ser feliz como ninguna mujer en este mundo.

- ¿Y nosotros qué ganamos con esto?

- Quizá nada pero la princesa y el príncipe, seguro que se harán amigos de nosotros para toda la vida. Ve por favor a la Alhambra y llévale esta piña a esa princesa.

            Y el padre no dijo nada más. Una hora más tarde, montó en su bonito caballo negro, partió por los caminos dirección a la Alhambra y cuando llegó a los palacios preguntó por la princesa. Le dijeron dónde vivía y pidió entregarle la piña en forma de corazón, personalmente. Apareció la princesa, le entregó la piña, ella se lo agradeció y el padre volvió enseguida al blanco cortijillo junto a la fuente. También enseguida la princesa fue en busca del príncipe que había hecho la promesa de casarse con quien le mostrara una fruta con forma de corazón, le mostró la piña y le preguntó:

- ¿Ahora ya sí te casarás conmigo? Y te lo pregunto porque por mi parte acabo de cumplir la condición que pides tú.

Miró el príncipe a la princesa y le preguntó:

- ¿De qué árbol has cogido esta fruta?

Se quedó la princesa pensativa y como no estaba segura de su respuesta dijo:

- De uno que crece en un lugar secreto de los jardines de la Alhambra.

- ¿Me puedes llevar a verlo?

- Ahora mismo no pero mañana, sí te llevo.

            Se dio cuenta el príncipe que la joven princesa se había puesto nerviosa y que titubeaba al pronunciar sus palabras y por eso le dijo:

- De acuerdo. Mañana me llevas al árbol que da este fruto en forma de corazón. Y cuando estemos junto a él y lo vea con mis ojos, te diré si me caso o no contigo.

La princesa estuvo de acuerdo y se retiró a sus aposentos. Enseguida el príncipe preguntó a sus guardianes y estos le dijeron quién había sido el que había traído la fruta en forma de corazón. Al saberlo rápido dijo de nuevo:

- Preparad mi caballo y que venga mi guardia personal que vamos a ir ahora mismo al cortijillo blanco del valle de las flores.

Sin perder tiempo, sus guardianes le prepararon el caballo y algunas cosas más y ya casi al mediodía, la comitiva salió de los recintos de la Alhambra. Con el príncipe al frente y montado en su caballo, dirección a las montañas del cortijillo blanco sobre la colina. Al llegar, aun todavía con algunas horas de sol, como entraron por la loma de la derecha del arroyuelo de la fuente, lo primero que vieron fueron las tierrecillas del huerto. Y en estas tierrecillas, labrando y regando las plantas, vieron al padre de la joven. El príncipe, muy decidido dirigió a su caballo a las tierras del huertecillo, se detuvo cerca y frente al padre y después de saludarlo le preguntó:

- ¿Usted vive en este cortijillo?

- Mi mujer, mi niña y yo. ¿En qué podemos servirle?

- Soy el príncipe de la Alhambra y vengo por aquí con el deseo de resolver un problema.

- Si en algo puedo serle útil, aquí me tiene.

- ¿Has sido tú el que ha llevado a la Alhambra esta piña en forma de corazón?

- Sí que he sido yo por deseo de mi niña. ¿He cometido un error?

- Nada de eso sino todo lo contrario. Has hecho algo bueno pero para aclarar algunas cosas he decidido venir a estas tierras tuyas.

- Pues diga usted en qué cosa puedo ayudarle.

- Es muy sencillo. Solo quiero saber qué clase de árbol es el que da esta fruta y dónde crece.

- Ya le he dicho que todo esto es cosa de mi niña. Yo solo he intervenido para complacerla.

- Lo entiendo y te pido que nada temas. Tú y tu niña habéis procedido de la mejor manera por eso ahora también me gustaría verla.

- Pues ahora mismo, como tantas otras veces, juega ella en la cueva de la roca que hay por encima de la fuente. Si quiere la llamo para que venga.

- No hace falta, yo mismo me acerco a su cueva.

            Y el príncipe con su comitiva, despidieron al padre, siguieron subiendo por la senda y al llegar a la fuente, vieron a la joven junto a la lumbre que había hecho en la puerta de la cueva. Y ella, al ver a los soldados y al príncipe, sin más rodeos, se puso de pie en la puerta de la cueva, saludó muy cortésmente y luego dijo al príncipe:

- Acabo de asar un buen puñado de las mejores bellotas de mis encinas y están riquísimas. ¿Queréis probarlas?

Y el príncipe le dijo:

- Ya he hablado con tu padre y lo único que en este momento quiero es que me lleves al árbol que da frutos en forma de corazón. ¿Puedes?

- Claro que puedo. Con mucho gusto te llevo ahora mismo a donde crece ese pino.

            Y toda la comitiva, ahora guiada por la joven, se pusieron a caminar por la sendilla que, desde la fuente, subía hacia los árboles que orlaban desde lo alto del cerro del valle. El príncipe se apeó de su caballo, le pidió a la joven que subiera a él, ésta lo complació y un rato después, llegaron al pino de los tres pies. Dijo la joven desde lo alto del caballo del príncipe:

- Éste es el árbol. Lo sembró mi padre, como todos los que se ven por las crestas de este monte, el mismo día que nací yo.

El príncipe se quedó mirando al árbol, miró a la piña en forma que corazón que tenía en las manos y luego miró a la joven y le dijo:

- Estoy descubriendo que ni tu padre ni tú me habéis metido.

Y preguntó la joven:

- ¿Es que el fruto que mi padre ha regalado a la princesa no sirve?

- Claro que sirve y es bueno.

- Entonces ¿la princesa podrá casarse contigo?

- La princesa me ha mentido y tú no. Por eso yo no me casaré con ella.

- ¡Qué pena!

            Y el príncipe, después de unos segundos en silencio, volvió a decir a la joven:

- Hoy me alegro mucho de haberte conocido. Tu cortijillo blanco, tu cueva, tu fuente y este valle con sus árboles, es lo más curioso y bello que he visto en mi vida.

- ¿Mucho más que la Alhambra?

- Mucho más y por tener tú un corazón tan bueno, quiero premiarte. Así que pídeme lo que quieras que te lo concedo.

- Yo he soñado muchas veces, casarme con un príncipe pero nunca quisiera irme de este valle tan bonito. Aquí tengo mi vida, los mejores recuerdos y los árboles que mi padre sembró el día de mi nacimiento.

- Pues daré órdenes para que en este valle y junto a tu fuente y cortijillo, construyan el palacio más bello que nunca se haya visto. Y ahora mismo no porque aun eres muy joven pero voy a esperar y en cuanto seas mayor, me casaré contigo y será la princesa que siempre has soñado.

Y siguió preguntando la joven:

- ¿Y qué pasará con la princesa de la Alhambra?

- Ella me ha mentido y ¿sabes una cosa?

- ¿Qué cosa es?

- Que las personas que, para conseguir sus propósitos, caprichos o sueños, mienten y hacen trampas a los demás, no son dignos de confiar en ellos. Y ya te he dicho que este valle y todo lo que por aquí hay, es el reino más hermoso que he soñado nunca. Tu familia, tú y tu mundo, sois maravillosos.  

            Y dicen que el príncipe, a partir de aquel momento, dio órdenes para que empezara la construcción del palacio que le había prometido a la joven. Algunos años tardaron en levantarlo pero cuando por fin se alzó por encima de la fuente y en las tierras llanas del valle, se vio hermoso y muy fundido con los árboles del cerro y el cortijillo blanco a la derecha. La joven siguió en su libertad, corriendo y jugando por donde la fuente, el arroyuelo, la loma de los árboles y las tierras del huerto. Soñando que por fin un día sería reina y dueña del palacio y reino más bonito que nunca nadie haya tenido en estas tierras. Y como ella, además de libre y buena, era muy inteligente, les decía a sus padres:

- Cuando nací no solo me obsequiasteis con el mejor regalo sino que luego me habéis ido premiando con el cariño más sincero y el más noble respeto, el aire más puro y la libertad más real que nadie tuvo nunca en este suelo. Por todo ello y por lo que siempre me habéis enseñado, os doy las gracias y os digo que soy la más feliz de cuantas mujeres haya en el mundo.  

            Y también muchos dicen que los árboles que el padre sembró el día del nacimiento de su niña, al llegar la primavera, cada año se cubrían con las flores más brillantes, variadas y en todos los colores. Y en los meses del verano y otoño, todas las ramas de estos árboles, se llenaban de los más sabrosos y sanos frutos. Tanto que hasta la joven, en más de una ocasión, les decía a sus padres y a su príncipe a amigo:
- Desde luego que, en ningún rincón del mundo, hay un jardín más bonito que este mío. Cada día estoy más contenta del regalo que me hicieron mis padres y de la bendición que en cada momento, he recibido del cielo.