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romi
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El palacio de la colina

27 de Noviembre de 2011 a las 14:44

Bubok

El palacio de la colina

            Llegó el otoño y cayeron las primeras lluvias. Las noches comenzaron a ser más largas y el rocío empezó a verse por la umbría de la Alhambra y Dehesa del Generalife. Los árboles de estas laderas y por toda la orilla del río Darro y tierras llanas aguas arriba, cambiaron el verde de sus hojas por los colores ocres del otoño. Decía ella:

- Como en mi país pero mucho más bonito y con menos frío.

- ¿En tu país ya han caído las primeras nieves?

- Cayeron hace unos días y, hace ya tanto frío, que hasta los ríos se están helando, como todos los inviernos. En mi tierra, casi no tenemos otoño. Por eso yo no quiero regresar a mi país a pesar de lo mucho que me gusta. Pero como el otoño de estas tierras de Granada y como el invierno y la primavera, no los hay en todo el mundo.

         Tenía ella veinte años y, al comenzar el curso, había llegado a Granada para estudiar idiomas. Y enseguida se hizo amiga de la familia de la casa de ladrillo que se alzaba a solo unos metros de las aguas del río Darro, un poco por encima del Paseo de los Tristes. Casi por completo a los pies del Generalife. Por eso, siempre que estaba en esta casa y con la familia amiga, se sentaba en la sala y miraba por la ventana a los paisajes que a través del hueco de la ventana, se abrían. Toda la gran ladera del Generalife, umbría de la Alhambra, con las torres y murallas en todo lo alto y, un poco a la izquierda, las huertas y edificio del Generalife. Pero lo que más le llamaba a ella la atención eran los colores que en los meses del otoño, aparecían por los bosques de estas laderas. En especial, los de unos árboles muy grandes que se veían clavados en todo lo alto. Justo donde empiezan las huertas del Generalife y se ven también las blancas paredes de este edificio.

         Por eso ella, tanto a los padres como a los jóvenes hijos, muchas veces les preguntaba:

- Por entre esos árboles grandes que hay en todo lo alto, asoma una pequeña casa. ¿Sabéis qué es aquello y quién vive ahí?

Y los padres, algunas veces y en otros momentos los hijos, le respondían:

- Nosotros no sabemos quien vivirá allí. Parece que aquello pertenece a la Alhambra y por eso, quizá sea propiedad de algunos de los dueños de los palacios.

- Eso pienso yo pero la veo tan bonita esa casa, oculta entre los árboles ahora llenos de colores de otoño y en estas tardes misteriosas de Granada, que yo creo que eso es un pequeño palacio.

- ¿Un palacio en ese sitio?

- Puede que no pero yo me lo imagino y como lo encuentro tan bonito, siempre me entran ganas de ir a verlo. ¿Te imaginas un palacio tan recogido como ese, siempre asomado a este gran valle del río Darro, con las casas del Albaicín enfrente y con toda la ciudad de Granada extendida sobre la Vega?

- Claro que me lo imagino y por eso, igual que tú, pienso que sería precioso.

         Y la pequeña casa, color tierra y con ladrillos rojos, para ella se transformaba en algo muy hermoso y lleno de misterio. Y más hermoso le parecía cuando el otoño avanzó y los árboles de la colina y ladera se tiñeron de oro. Mientras estudiaba y preparaba sus maletas para regresar a su país, miraba por la ventana y con sus ojos clavados en la misteriosa construcción de la colina, se quedaba soñando. Y para animarse un poco, de nuevo le decía a la madre:

- Ahora ya no me queda más remedio que regresar a mi país porque el tiempo se me acaba. Al frío de las nieves que llegan y a los cielos nublados y sin sol pero volveré un día para ir a ese palacio de la colina y descubrir por fin qué es eso y quien vive ahí.

Y la madre y hermanos callaban porque en el fondo ellos no querían que se marchara pero ella siempre susurraba:

- Y si puedo, ahora mismo no sé cómo, un día voy a comprarme la casa de esa colina, junto con todos los árboles que le rodean. Porque cada vez más pienso que debe ser maravilloso vivir en un sitio como ese, clavado en lo más alto, dándose la mano con las murallas de la Alhambra y mirándose en las blancas casas del Albaicín y de Granada. Fíjate qué asombro de colores por todo el bosque y el azul tan intenso que tiene el cielo.

         Avanzó un poco más el otoño y aquella tarde, la familia terminaba de comer en la sala de la casa frente al río. Ella tenía ya sus maletas preparadas porque regresaba a su país solo unas horas más tarde. Por eso, la familia la esperaban para despedirla y tomar juntos el último té calentito. Llegó solo media hora después y dijo:

- Perdonad pero es que estuve despidiendo a mis amigos.

Y la madre le confirmó:

- Siéntate junto a nosotros y frente a la ventana que tanto te gusta y goza el último momento. El té está calentito y la tarde es preciosa. Fíjate los colores que hoy tiene el bosque y lo misterioso que se ve el pequeño palacio de tus sueños.

Sin pronunciar palabra, tomó asiento en la mesa junto a la ventana, cogió el baso con el té entre sus manos, lo apretó fuerte, bebió un trago largo y mientras lo saboreaba, miró fija a través del hueco de la ventana. Y como suplicando murmuró:
- Algún día volveré, subiré a todo lo alto de esta colina, abriré las puertas de ese pequeño palacio, entraré dentro y ahí me quedaré a vivir para toda la vida. Creo que no hay en el mundo nada más bello.