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romi
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La niña, el tesoro y el regalo de cumpleaños (Gran relato)

6 de Diciembre de 2011 a las 12:22

Bubok

La niña, el tesoro y el cumpleaños

            Le gustaba mucho el flamenco. El cante y más aun, el baile y lo practicaba en muchos momentos. Siempre que se reunía con sus amigas para jugar, cuando había alguna fiesta, aunque fuera pequeña, en su casa, en casa de los vecinos o amigos o en cualquier otro sitio. Por eso, la madre, muchas veces le decía:

- No sé a quién le has salido tú, hija mía. Porque nadie en nuestra familia tiene sangre flamenca en sus venas.

Y ella, como era todavía pequeña, le contestaba a la madre:

- Lo único que sé yo es que me gusta más que nada en esta vida. ¿Y esto es bueno o malo?

- Ni una cosa ni la otra. Quizás tú nunca vivas del flamenco pero si te gusta… Según se dicen, de gusto no hay nada escrito.

            Y para bailar lo que a ella tanto le agradaba, siempre buscaba adornarse con cualquier cosa que tuviera a mano. En primavera, cuando en los campos crecía la hierba y se llenaba de flores, hacía collares, pulseras, pendientes y algún cinturón y se los colocaba en su cuerpo o en sus orejas preguntándoles a las amigas:

- ¿Estoy guapa?

- Más que las princesas de la Alhambra.

También hacía pendientes con pequeñas piedras que recogía por las orillas del río Darro y con moras de las zarzas o con majoletas que algunas veces le regalaba su padre. Y en estas ocasiones el padre le decía:

- Ojalá algún día te encuentres un tesoro con muchas joyas para adornarte como las princesas de la Alhambra.

- Pero para bailar la música que tanto me gusta a mí.

            En la puerta de su casa, hacía ya mucho tiempo, alguien había sembrado una mata de madroño. Y como la madre lo cuidaba con esmero todos los días y a lo largo de todo el año, el arbusto daba muchos frutos. Al final del otoño y comienzo del invierno que es cuando esta planta madura sus frutos y abre sus flores. Y a ella, de este arbusto, lo que más le gustaba era precisamente los frutos ya maduros y sus flores. Todos los años, en cuanto llegaba el invierno, del madroño cortaba ramilletes de frutos rojos, procurando también que tuvieran algunas florecillas y se los trababa en el pelo, preguntando a la madre:

- ¿A que estos madroños son más bonitos que las joyas de oro de las princesas de la Alhambra?

- Las joyas de las princesas, son preciosas pero estos madroños y sus florecillas color canela, a mí me gustan más que aquellas joyas.

- Y para bailar flamenco, adornada con estos madroños ¿qué me dices?

- Que tiene que ser precioso.

            Vivía en la parte alta del barrio del Albaicín, ya cerca de la ladera de las cuevas pero en una pequeña casa. De paredes blancas, con muchas macetas en la puerta y ventanas, empedrado todo el rellano de la puerta y la calle y con la mejor vista a la colina de la Alhambra. Era, según decían sus amigos y los vecinos, la niña más alegre de todo el barrio y, como todas las niñas del mundo, lo que más le gustaba era jugar. A cualquier hora y siempre lo hacía cerca de su casa, en el rellano de la puerta, en las calles cercanas o un poco más arriba, donde ya aparecían las primeras cuevas de la ladera.

            Algunas veces le gustaba irse sola por los caminillos que llevaban de un lado a otro y también le gustaba explorar las cuevas que veía desocupadas. Fue así como una soleada tarde de otoño, antes de quedar con las amigas para echar un rato de juego como tantos otros días, ella se fue por donde las cuevas vacías. Y al llegar, una de estas cuevas, le atrajo de una manera especial. Tenía una puerta muy grande, varias ventanas a los lados, estaba escavada en la base de una torrentera de tierra y graba y en la puerta crecían algunos árboles, no muy grandes. Se dijo: “Parece que aquí ahora mismo no vive nadie. Pero quizá los que en otros tiempos estuvieron en esta cueva, hayan dejado algo olvidado. Voy a entrar y busco a ver si encuentro un tesoro”. Y sin miedo, se metió dentro de la cueva, mirando a un lado y otro y tocando las cosas y repisas de tablas que había en las paredes. Y de pronto, en un pequeño agujero de la derecha, según se entraba a la cueva, vio un pequeño saquito. Como una bolsa de tela recia, amarrada la boca con un cordón de cuero. Con mucho cuidado lo cogió y mientras se preparaba para abrirlo, se preguntaba: “¿Quién habrá dejado esto aquí olvidado?” Desató el cordón, puso boca abajo el pequeño saco, lo movió para que cayera al suelo lo que había dentro y al instante comprobó que sobre la tierra de la entrada de la cueva, caían piezas metálicas. Se agachó, las cogió, las colocó sobre la palma de su mano, las miró despacio y luego se dijo: “Son los collares y pulseras de alguien que por aquí lo ha dejado olvidado. Me los voy a poner y, cuando mis amigas vengan para jugar conmigo, se los enseño”.

            Solo una pulsera se puso ella, un anillo que le quedaba grande y también un collar que brillaba mucho. Y al salir de la cueva y mirar para la Alhambra, como la luz del sol le daba de frente, comprobó que las piezas metálicas brillaban con intensos tonos rojos, azules y violetas. Al ver este espectáculo, de nuevo se dijo: “Qué bonito es esto. Me gusta mucho”. Y vio, en estos momentos a sus amigas que, desde las últimas casas del barrio, subían por la calle diciendo:

- Llevamos ya dos horas buscándote. ¿Dónde te has metido?

- Pues aquí mismo estaba y mirad lo que me he encontrado.

Enseguida le mostró tanto las joyas que colgaban de sus manos y cuello como las que guardaba en el saquito. Y como las amigas se quedaron asombradas, rápidas dijeron:

- Todo esto te viene muy bien para cuando te vistas de flamenca y bailes delante de los reyes de la Alhambra.

- Algo extrañada, miró ella a sus amigas y les preguntó:

- ¿De dónde habéis sacado vosotras eso de que yo voy a bailar delante de los reyes de la Alhambra?

            Y las amigas, sin tardar un segundo, le dijeron:

- Es que por eso te estábamos buscando.

- ¿Para qué?

- Hace un rato, a tu casa han llegado unos hombres que dicen vienen desde la Alhambra y preguntan por ti. Tus padres le han dicho que habías salido a jugar por el barrio y por eso nos han pedido a nosotras que vengamos a buscarte.      

- ¿Y qué quieren esos hombres de la Alhambra y para qué me buscan?

- Por lo que hemos oído vienen de parte de la reina para verte bailar.

- Y eso ¿para qué?

- Dicen que en la Alhambra se va a celebrar una gran fiesta, con motivo del cumpleaños de una de las princesas y la reina quiere que vayas a esta fiesta. Esto es lo que sabemos nosotras y por eso tus padres nos han pedido que te busquemos y que vuelvas rápida a tu casa. Los emisarios de la Alhambra te están esperando.

            Y la niña, algo nerviosa y en el fondo preocupada, creyó en lo que le habían dicho las amigas. Rápidas corrieron por las calles, llegaron enseguida a su casa y en cuanto la vio, la medre le dijo:

- Estos señores solo quieren que bailes alguna cosa para verte. Es el encargo que traen de la reina.

- ¿Y para qué quieren verme bailar?

- Dicen que si lo haces bien, pueden invitarte a la fiesta que se celebrará en aquellos palacios el día del cumpleaños de la princesa.

Y como los emisarios estaban presentes, le dijeron a la niña:

- Las cosas son como te las ha contado tu madre pero la reina nos ha pedido a nosotros que busquemos por aquí a la persona que mejor baile en toda Granada. Nos han hablado de ti y por eso hemos venido a tu casa. No tengas miedo. Solo queremos que bailes algo para que veamos cómo lo haces y así informar a la reina y a la princesa. Ella ofrece una muy buena recompensa a la persona que vaya a bailar a la fiesta del cumpleaños de la princesa.

            Y la niña miró a su madre, esperando que ésta le dijera qué debía hacer y cómo. La madre, sin tardar, dijo:

- Sí, hija mía. Nada perdemos porque bailes un poco para que te vean estos señores. A la reina siempre hay que complacerla.

- ¿Pero así tal como estoy?

Y los emisarios dijeron:

- Estás guapísima, como todas las niñas de este barrio. Así que venga y no perdamos más tiempo.

La madre y las amigas se pusieron a tararear una sencilla canción flamenca y en la misma puerta de su casa, se colocó ella y comenzó su baile. Con fuerza, siguiendo el ritmo de la melodía y cimbreando su cuerpo con la mayor elegancia y belleza.

            Los emisarios emocionados, observaron cada uno de los movimientos de la niña y se dieron cuenta de la riqueza del collar que colgaba de su cuello y entre sí, unos a otros se preguntaron:

- ¿De dónde habrá sacado las joyas que luce?

- Seguro que se las ha pedido prestadas a los vecinos. Pero fijaros bien y veréis como se parecen a las joyas que le han robado a la princesa.

- Es lo que yo estaba pensando.

- Y si fuera cierto ¿Cómo habrán llegado hasta ella?

- En cuanto termine de mostrarnos su baile, le preguntamos.

Y esperaron solo unos minutos. Concluyo la niña su baile y los emisarios le pidieron que se acercara a ellos. Les hizo caso y estos le dijeron:

- Nos ha gustado mucho la demostración que nos has hecho.

- ¿De verdad?

- Claro que sí y por eso ya hemos decidido que le diremos a la reina que tú debes ir a la fiesta de la princesa.

- ¿Cuándo es?

- Mañana por la tarde.

            Y la niña, al saber la noticia, corrió y se abrazó a la madre y le dijo:

- Tenemos que preparar mi vestido de colores y algunas flores para ponerme en el pelo.

Y la madre, al darse cuenta ahora de las joyas que lucía la pequeña, le preguntó:

- Y esto ¿de dónde lo has sacado?

Despacio y con detalle la niña explicó a la madre su hallazgo en la cueva. Los emisarios que estaban allí mismo, se enteraron de todo y por eso, cuando ella terminó el relato de las joyas y la cueva, se dirigieron a la niña y le comentaron:

- Hace solo unos días, a la princesa de la Alhambra, la que cumple años, dicen que le robaron algunas de sus joyas.

Miró la niña a los emisarios y les preguntó:

- Pues ahora mismo os las doy y cuando veáis a la princesa, se las entregáis de mi parte.

            Y el que parecía ser el jefe de los emisarios, llamó a los otros a parte, hablaron entre ellos algo y luego se acercaron a la niña que estaba junto a su madre y le dijeron:

- Sí, creemos que las joyas que tienes son las que le han robado a la princesa pero hemos pensado que te las quedes tú. No le digas nada a nadie y nosotros tampoco se lo vamos a decir ni a la reina ni a la princesa. Sí le hablaremos muy bien de ti para que te invite a bailar en su fiesta. Luego, otro día, volvemos por aquí, nos das estas joyas, las vendemos y nos repartimos entre todos, los dineros que nos den por ellas.

La niña y la madre escucharon con atención lo que decían los emisarios y callaron. Se miraron entre sí y no dijeron nada. Ellos sí, acto seguido se empezaron a retirar rogándole a la niña que con nadie comentara el hallazgo de su tesoro y que haría todo lo que estuviera en sus manos para que fuera a la fiesta de la princesa.

            Solo unas horas más tarde, de la Alhambra llegó a su casa un mensajero y preguntó por los padres y por la niña. Al verlo la madre le preguntó al mensajero:

- ¿Para qué nos queréis?

- Vengo de parte de la reina y de la princesa para anunciaron que se presente a la fiesta de su cumpleaños.

- ¿Es que la han elegido para bailar?

- Eso es lo que me han dicho en palacio. Así que se vaya preparando y que mañana no falte.

- Pues descuide que ese día mi niña estará allí presente.

Se fue el mensajero, la madre rápida dio la noticia a la niña y ésta al saberlo, exclamó:

- ¡No puedo creer que la princesa me haya invitado para que baile en la fiesta de su cumpleaños!

- Pues eso es lo que me han dicho. Y aunque yo tampoco me lo creo, tienes que prepararte ahora mismo.

- ¿Y cómo me preparo?

- Llenando de emoción tu corazón, pensando que tienes que bailar con toda la energía y belleza y, sobre todo, mostrando educación y agradecimiento a la princesa y a los reyes por haberte invitado a esta fiesta. Es un privilegio muy grande que nosotros no merecemos y así debes hacérselo saber a ellos.

            Guardó silencio la niña, se fue luego a su habitación, imaginó de qué modo se vestiría para la fiesta y el baile y luego, pasado un buen rato, llamó a la madre y le dijo:

- Además de mi baile y alegría, ya tengo pensado el regalo que le voy a llevar a la princesa para su cumpleaños.

- ¿Qué regalo vas a llevarle?

- Luego te lo digo porque ahora quiero mantenerlo en secreto.

- Pues como quieras tú pero ya sabes: tener la suerte de bailar en la fiesta de la princesa de la Alhambra, es algo muy grande. Debes demostrar que eres la mejor no solo con tu bonito arte sino también con tu alegría y respeto. Que los reyes descubran que ha sido es un gran honor para nosotros haber sido invitados a este acontecimiento tan bonito.

            Y la niña, de nuevo guardó silencio. Se sintió feliz y muy afortunada no solo por lo que la madre le decía sino por lo que planeaba en secreto. Por la mañana, acudió ella a los palacios de la Alhambra, acompañada de sus padres y al caer la tarde dio comienzo la celebración del cumpleaños de la princesa. Y todo transcurrió con alegría y regalos para la joven infanta hasta que, en el salón más lujoso de la Alhambra, el gran general anunció:

- Y ahora, en honor al cumpleaños de la princesa, un regalo muy especial de una niña vecina del barrio del Albaicín.

Sonaron los aplausos y la niña salió al centro de la sala a ofrecer su baile. Saludó, miró a la princesa y después de felicitarla, le dijo:

- Alteza, con mi mayor respeto, le ofrezco mi humilde arte.

Se lo agradeció la joven princesa y, toda entusiasmada, miró a la niña ya preparada para dar comienzo a su baile.

            Y la pequeña, sin más, en cuanto la música empezó a sonar, dio comienzo a su danza flamenca. Y sin parar, durante diez minutos estuvo bailando. En cuanto terminó, todos la aplaudieron y la princesa, aun más. La reina llamó a la niña y, cuando ésta estuvo en su presencia, le dijo:

- Me habían hablado mucho de ti pero ahora que te hemos visto bailar, nos hemos convencido de lo bien que lo haces.

La niña, después de agradecer a la reina sus palabras, le preguntó:

- Traigo para la princesa un bonito regalo. ¿Puedo acercarme a ella y ofrecérselo?

- Claro que sí.

            Se acercó la niña a la princesa, sacó de su cintura una pequeña bolsa de tela recia y se la ofreció a la joven diciendo:

- Este es mi pequeño regalo de cumpleaños para su alteza.

- ¿Qué es?

Preguntó la princesa.

- Ábralo y dígame qué le parece.

Abrió la princesa la pequeña bolsa y al descubrir lo que había dentro, exclamó:

- ¡Son mis joyas! Me las robaron hace unos días. ¿Dónde las has encontrado?

Y la niña, despacio y destacando todos los detalles, explicó a la princesa cómo y dónde había encontrado el tesoro y luego le dijo:

- Me alegro que sus joyas vuelvan a usted y le doy las gracias por haberme permitido bailar en la fiesta de su cumpleaños.

            Y la princesa se levantó de su sillón, cogió a la niña de la mano, la llevó antes el rey, su padre y dijo a éste:

- Me ha hecho muy feliz y me ha traído el mejor de los regalos. ¿Qué podemos nosotros darle a cambio?

Llamó el rey a su general de confianza, le dijo algo en voz baja, se retiró el general, salió del salón, volvió enseguida con un par de bolsas en las manos, se las entregó al rey, éste le dio las bolsas a la princesa y le dijo:

- Aquí tienes estas monedas de oro para que pagues, aunque solo sea un poco, a la niña que te ha devuelto tus joyas.

Cogió la princesa las bolsas con las monedas, entregó una a la niña y luego llamó a los emisarios que habían ido al Albaicín en busca de la mejor bailarina, le ofreció a estos la otra bolsa y les dijo:

- En recompensas por haber hecho bien vuestro trabajo y por haberme obsequiado con la presencia de esta niña tan especial.

La pequeña agradeció a la princesa las monedas de oro y luego miró a los emisarios, mientras se despedía de su amiga con estas palabras:

- Princesa, yo creo que en todo esto, el cielo ha estado presente procurando que las cosas salieran de la mejor manera. Estoy contenta y por lo que más, es por su generosidad para con estos emisarios. Ellos han hecho bien su trabajo y claro que se merecen el premio les habéis dado.

            Poco después, se terminó la fiesta. La niña volvió a su casa con sus padres y mientras bajaban desde la Alhambra hacia el río Darro para luego subir al barrio del Albaicín, les decía:

- Desde luego que la vida está toda llena de cosas bonitas y emocionantes. Y, como tantas veces vosotros me habéis dicho, solo es necesario saber disfrutar de ellas y dejar que el cielo nos lleve de su mano. ¿Sabéis lo primero que voy a comprar con las monedas que la princesa me ha regalado?

Y la madre le preguntó:

- ¿Qué es lo que piensas comprarte?

- Un vestido bonito y alguna joya para adornarme. Así, cuando la princesa me vuelva a invitar otra vez a su fiesta, estaré mucho más elegante. Ella se lo merece y también sus padres.