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romi
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Navidad frente a la Alhambra

16 de Diciembre de 2011 a las 12:17

Bubok

Navidad frente a la Alhambra

            Iban corriendo los días y la Navidad se acercaba. Por las noches ya hacía mucho frío y, por las mañanas, las nieblas revoloteaban. Desde su ventana, ella observaba cada mañana, las nieblas alzándose en las primeras horas del día y también se fijaba en los ocres otoñales de los árboles en las laderas, por el valle y por las cumbres donde cada noche se les perdían las estrellas. Y según los días iban avanzando, también ella cada vez más, desde su ventana, oía las conversaciones de las vecinas, las algarabías de los niños mientras jugaban, el trotar de los borriquillos guiados por sus dueños y la voz de la vecina más próxima que preguntaba:

- ¿Qué vais a comer vosotros esta Nochebuena?

- A mí me han regalado algo de matanza y lo voy a preparar para hacer una buena sopa y algo de carne fresca.

- Pues yo, todavía no lo he pensado. Tengo que ir de compras y, aunque no esté la economía para tirar cohetes, sí haré algo especial y bueno.

            Y ella, desde su casa pequeña, muy recogida en una de las estrechas calles del Albaicín, siempre que oía estas conversaciones, para sí se preguntaba: “Y yo ¿qué haré de comida en esta Nochebuena que se acerca? Mucho no tengo ni tampoco podré compartirlo con los amigos pero sí que me gustaría hacer algo especial. Aunque tampoco tenga fuerzas ni ánimo y ni siquiera leña para encender un pequeño fuego en la chimenea y calentar un poco este rincón donde me recojo”.

            Desde hacía mucho tiempo, vivía sola. Había muerto su marido, en el cortijo de las montañas al norte de Granada, muchos años atrás. Y como a lo largo de su matrimonio, Dios no le habría premiado con hijos, al irse él, como ella decía, se quedó sola. Pero sola por completo porque ni siquiera padres ni hermanos tenía y, por parte de su marido, nadie la quería. Por eso, después de un largo tiempo viviendo en soledad en el cortijo de las montañas, un día se vino a Granada. En el mismo corazón del barrio del Albaicín, le prestaron una casa muy pequeña, bastante ruinosa y algo destartalada. Pero al verla, se dijo: “Tengo bastante para mí y los días que Dios me permita de vida. Nada espero ya en este mundo ni deseo que se me hagan realidad ningunos de los sueños que tuve cuando era joven. Y sí debo agradecer al cielo que, a pesar de todo, me mantenga viva y me regale un nido en este lugar tan especial”. Y aquí se instaló, de la mejor manera que pudo y luchó para seguir viviendo.

            Pero, poco a poco, le fueron faltando las fuerzas y se fue quedando más y más encerrada en su ruinosa casa. Y tanto le fueron faltando las fuerzas que aquel año, cuando ya la Navidad se acercaba, apenas se podía levantar de la cama. Sí lo hacía, reuniendo toda la energía que aun le quedaba, cada día a primera hora, para asomarse a la ventana. Porque a ella, lo que más le había alimentado a lo largo de toda su vida y ahora en estos momentos, era precisamente esto: asomarse a la ventana y ver cada mañana las nieblas alzándose desde el río Darro, por la umbría de la Alhambra y luego ver las torres de estos palacios, como enredadas entre estas nieblas.

            Y aquel día de Navidad, cuando a primera hora se levantó y haciendo un gran esfuerzo, logró asomarse a la ventana, sintió a los niños jugar. Como tantas otras veces pero en esta ocasión, le pareció que en sus juegos ellos desgranaban más alegría que nunca. Por eso se dijo: “¡Si fueran tan buenos estos niños que vinieran a mi casa y me encendiera un fuego en la chimenea…! Y si fueran ellos tan amables y me pusieran un pequeño arbolito de Navidad, con algunas luces de colores y flores azules y doradas, cuanto se alegría mi corazón”. Y a lo largo del todo el día, desde su cama y con muy pocas fuerzas, ella estuvo oyendo las conversaciones de las vecinas y las algarabía de los niños, corriendo y jugando por la calle.

            Se hizo de noche y nadie, a lo largo del día, llamó a la puerta de su casa ni para saludarla ni para traerle algo de comer o un simple regalo de Navidad. Acurrucada en una vieja manta, el frío de la noche, se la comía y la soledad de la estancia, comenzó a abrazarla en algún desconocido lugar del Universo. Se dijo, mientras esperaba que esta fría noche el sueño la acunara en sus brazos: “Si al menos esta noche por ser Navidad, alguien viniera a estar un rato conmigo y me diera algún beso, qué cosa más buena sería para mí”. Y se quedó dormida mientras en las calles y casas cercanas resonaba la música de algún villancico y las conversaciones y risas de los niños. Y al poco de dormirse, vio que la puerta de su casa, se abría, tres niños vestidos de blanco inmaculado, entraron muy decididos, en el rincón de la derecha, pusieron un pequeño árbol de Navidad, lo llenaron de bolas y luces de colores y en la chimenea encendieron un fuego. Luego se acercaron a ella, se inclinaron sobre la cama donde dormía y le dijeron:

- Danos tu mano y asómate con nosotros a la ventana.

Les hizo caso, se incorporó con la agilidad más viva, se acercó a la ventana cogida de la mano de los tres niños y al instante vio que por su ventana salía un chorro de luz muy brillante y bonita. Parecía como si brotara de la lumbre en la chimenea y de las ramas del arbolito y, derramándose por el hueco de la ventana, se dejaban ir por el aire y por encima de las casas del barrio del Albaicín, cruzaba el valle del río y se paraba sobre la Alhambra, por entre las torres y murallas. Y sitió como si todo su ser se llenara de un calor especial y como si alguien muy importante y bello, le acariciara de la manera más dulce y tierna.   

            Quiso preguntar a los niños pero solo dijo:

- Por fin me abrazo con el cielo que he soñado a lo largo de toda mi vida. ¡Qué noche de Navidad más hermosa!

            Y a la mañana siguiente, los niños del barrio y algunos vecinos, sí fueron a su casa. Pero cuando entraron y se acercaron a la cama, se la encontraron dormida. Con una sonrisa muy bella en sus labios y por más que la llamaron para que se despertara y celebrara con ellos el nuevo día de la Navidad recién llegada, ella seguía durmiendo, como en el más plácido de los sueños.