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romi
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FELICES FIESTAS PARA TODOS / La más hermosa noche de Navidad

22 de Diciembre de 2011 a las 9:16

Bubok

La más hermosa noche de Navidad

                En una estrecha calle, paralela al río Darro y a madia ladera frente a la Alhambra, se ponía todos los días a pedir. Desde que salía el sol hasta que empezaba a ocultarse. En invierno, liado solo en una vieja manta, un plato de barro en el suelo para que las personas le echaran algunas monedas y acurrucado en sí, mientras miraba melancólico a todo el que por la calle pasaba. Nunca hablaba con nadie y solo dabas las gracias al que le regalaba algo y luego seguía acurrucado, mirando como al infinito, a la estrecha calle en la que se refugiaba y, alguna vez que otra, a al figura de la Alhambra sobre la colina de enfrente.

            Poco sabía él de estos palacios pero sí tenía claro que en ellos ya no vivirían ninguno de los reyes que, en tiempos pasados, sí. Alguna vez que otra, desde su rincón en la estrecha calle, veía a los turistas asomados por encima de las murallas de las torres y también veía el resplandor del sol que todas las tardes iluminaba estas murallas y torres. Solo algunas veces se preguntaba: “¿Por qué se irían los reyes que vivían ahí y por qué ahora todo aquello lo han llenado de turistas? Serán muy sabios lo que esto hacen y sus razones tendrán pero yo no lo entiendo”.

            Porque a él le dolía que los suyos, los que eran de su familia, lo hubieran echado de la casa, también casi tan lujosa como la Alhambra. Un pequeño palacio, con jardines llenos de fuentes, columnas de mármol, escaleras de hierro forjado y puertas y ventanas de madera noble, que se abrían frente a la Alhambra, no lejos de la calle donde cada día se acurrucaba. Y lo habían echado de la casa porque la familia no lo querían. Continuamente le decían:

- Eres un vago, siempre estás soñando y a esta noble casa y a la familia, solo traes problemas y deshonra.

Fue aguantando, de la mejor manera que pudo, el trato que le daban. Hasta que un día, ya harto de humillaciones y palabras degradantes, dijo a la hermana mayor:

- Me marcho de esta casa.

- Es lo que todos queremos y por eso, lo mejor que puedes hacer. ¿Pero a dónde te irás?

- A cualquier sitio que vaya estaré mejor que en esta lujosa casa y con vosotros.

- Pues que tengas suerte y seas feliz.    

            Y la única suerte que él tuvo, fue encontrar un rincón en la estrecha calle que pasaba por delante de la casa y aquí se puso a pedir. Como en el barrio muchos lo conocían y conocían a la familia y sabían de su rebeldía con las personas que le rodeaban, le daban algunas cosas. En los primeros días, trozos de pan, frutas y algo de ropa. Luego empezaron a darle monedas de poco valor y le decían:

- Sed valiente y no te desmorones nunca. Algún día, la suerte estará de tu lado.

Él los miraba y nunca decía nada. Pero sí los escuchaba y cuando otros comentaban:

- A ver si juntas algún dinero y te compras una casa pequeña cerca de las aguas del río Darro. Al menos tendrás un techo donde dormir y, si encuentras una mujer que te quiera, cásate con ella y así no vives tan solo.

Seguían sin responder a estas palabras.

            Pero un día, ya después de varios años pidiendo en la calle y justo un poco antes de la Navidad, conoció a una mujer. También pobre como él y que pedía limosna algo más abajo, ya cerca de las aguas del río Darro. Unas cuantas veces habló con ella y le daba pena verla tan sola, tan pobre, sin el cariño de nadie y con solo algún rincón en la calle, donde vivir. Para animarla, le dijo una mañana:

- En cuanto pueda, voy a comparte una casa cerca de las aguas del río y en un sitio desde donde se vea bien la Alhambra.

- ¿Y cuando será eso?

Le preguntó ella.

- No tengo mucho dinero pero de lo poco que me van dando, ahorro para comprarte una casa.

- ¿Y te vendrás a vivir conmigo?

- Si tú lo quieres, sí.

- ¡Qué bonito! Así tendremos nuestro pequeño palacio frente a la Alhambra, solo para nosotros dos.

- Es lo que yo continuamente sueño para ti.

            Corrieron los días, se acercaba el momento de la Navidad y el frío por las noches era cada vez más intenso. En Sierra Nevada, cayeron las primeras nieves y todas aquellas altas montañas, se vistieron de blanco inmaculado. El sol las iluminaba, al salir cada mañana y, al ponerse cada tarde, las vestía de oro y plata. Y en el cielo, según el tiempo iba avanzando, las nubes se acumulaban cada vez con más cara de invierno, color ceniza y nieve y con cierto sabor a Navidad. Por las orillas del río Darro, la hierbecilla que ya había nacido, cada mañana amanecía teñida de rocío y con blancos cristales de escarcha. Los árboles de la umbría de la Alhambra, ya se habían desnudado de hojas y las zarzas, también se iban vistiendo de otoño viejo e invierno frío.

            Y una de aquellas gris y fría mañana de silencio contenido y eternidad acumulada, se acurrucaba él en el rincón de cada día y en su calle de siempre. Envuelto en una vieja manta, con un gorro de lana en la cabeza y con las manos rojas y heladas como la escarcha en la umbría de la Alhambra. Pedía limosna, miraba a todo el que pasaba por su lado y esperaba que alguien le diera, como tantos otros días, alguna moneda. Para comprarse un poco de pan y para ahorrar algunos centimillos para la casa de sus sueños. Salió, del palacio que conocía y donde había vivido de pequeño, la hermana que lo había despedido y echado fuera de la vivienda. Caminó lenta por la calle, como a su encuentro y él, en cuanto la vio, la siguió con sus miradas. Se dijo: “A lo mejor viene a traerme algo. Y si fuera así, podría aprovechar para preguntarle cómo se vive, en estos días de tanto frío, en el palacio que ha sido mi casa a lo largo de los años”.

            Pero la hermana, en cuanto se acercó a él, sacó se su bolso un trozo de pan duro y se lo alargó diciendo:

- Luego no digas que no nos acordamos de ti. Aquí tienes para que hoy comas algo.

Cogió él el trozo de pan, le dio las gracias y como tenía hambre, empezó a comérselo mientras la miraba como suplicándole. Ella le dijo:

- Y como ahora hace tanto frío y se acerca la Navidad, los demás hermanos hemos pensado hacer algo bueno para ti.

La seguía mirando y después de un rato en silencio le preguntó:

- ¿Qué es lo que habéis pensado hacer para mí?

- En nuestra casa, la que también fue tuya en tiempos pasados, el jardín necesita cuidado. Las plantas, con estos fríos y el poco sol que hay, se están muriendo. A todas se le han puesto pálidas las hojas, a los rosales, a los cilindras, a las buganvillas, juncos y jazmines. Y el otro día, nos reunimos todos los hermanos para buscar una solución a este problema. Todos vimos claramente que el hermoso jardín de nuestra casa, necesita cuidado urgente pero ninguno queremos dedicarnos a trabajar en él. Sin embargo, es urgente que alguien pode estas plantas, que les quite las malas hierbas, que las riegue y cabe la tierra y recoja del suelo las hojas muertas.

            Seguía el pobre en su silencio, mientras escuchaba y miraba a la hermana y mordía el trozo de pan y pasado un buen rato, le preguntó:

- Y a mí ¿para qué me cuentas todo esto? Si ya no vivo en esa casa ni tendré parte en ella nunca más, me da igual lo que le pasen a las plantas del jardín.

- Lo entiendo pero las cosas son así y la vida también se comporta de este modo, con unos y otros.

- Ni la vida ni las cosas son así. Somos las personas y el corazón de cada uno, los que sembramos luz y alegría sobre esta tierra o lo contrario: tristeza, desolación y miseria. Vuestro comportamiento conmigo de ningún modo puede llevaros a nada bueno.

- No empecemos. He venido a verte, te he traído un poco de pan y ahora te estoy contando lo que los demás hemos acordado ofrecerte un poco de calor.

- ¿Y qué es lo que habéis acordado?

- Que seas tú el que te encargues de cuidar el jardín de nuestra casa.

            De nuevo el hombre guardó silencio. Miró para la colina de la Alhambra y pensó en la mujer pobre que con frecuencia veía cerca de las aguas del río. Y mientras se concentraba en este silencio, meditaba, a su manera y desde la necesidad que cada día vivía, lo que le había propuesto la hermana. Ésta, como no recibía ninguna respuesta, otra vez habló preguntando:

- ¿Qué opinas de lo que te he dicho? ¿Aceptas o no venirte a nuestra casa a cuidar de las plantas del jardín? Tengo el encargo de los demás miembros de la familia, de buscar hoy a otra persona, en caso de que tú no quieras este trabajo.

Y el pobre respondió:

- Todo ahora en mi vida es muy malo. Pienso que, por extraña que sea mi presencia en la casa y por desagradable sea el comportamiento de vosotros para conmigo, algo salgo puedo salir ganado si acepto el trabajo que me dices. Pero ¿qué voy a recibir yo a cambio de cuidar el jardín?

- Los demás hermanos hemos pensado en darte algo de comida y, en el hueco de la escalera del jardín, puedes refugiarte para dormir. Al menos, si llueve, no te mojarás y por las noches, menos frío pasarás que en esta desierta calle.

            Y no se habló más. En aquel mismo momento el pobre se fue con la hermana, caminaron por la calle, llegaron a la casa, abrieron y entraron y al verlo los otros miembros de la familia, sin más le dijeron:

- No te creas que vienes a esta casa a vivir como un señorito. Aquí tienes las herramientas y el jardín que conoces. Ponte a trabajar ahora mismo y que todas estas plantas se llenen de vida y de flores en unos días.

Nada dijo el pobre. Cogió las herramientas que había en el hueco de la escalera y se puso a labrar las plantas. Primero recogió todas las hojas secas que había por los pasillos, luego podó las matas de cilindras del pasillo de los naranjos, después segó los juntos de la fuente de los peces y los rosales del arriate de la cueva. Fue amontonando todas las ramas, hojas y tallos que cortaba en el rodal de tierra que servía de huertecillo con la intención de hacer luego una lumbre y quemar toda la broza. Y cuando llegó la noche, la hermana, la que había ido a buscarlo al lugar donde en la calle pedía todos los días, salió al jardín con un cuenco de barro. Dentro había puesto algo de comida y como todavía estaba un poco caliente, se la ofreció al hermano desgraciado diciendo:

- Esto es la primera recompensa por tu trabajo de hoy en el jardín. Toma y come que yo mientras tanto voy a traerte un par de sacos llenos de paja y los dejo junto al hueco de la escalera, donde podrás hacer tu cama y dormir esta noche.

Cogió el pobre el cuenco de barro, el trozo de pan que también la hermana le había traído y en la escalera que iba para la fuente de los peces, se sentó y se puso a comer. Mientras lo hacía vio como la hermana dejaba un par de sacos llenos de paja junto al hueco de la escalera. Ahí mismo dejó también una manta vieja y él, en cuanto terminó de comerse lo que le habían dado, se acurrucó a la manta, entre la paja y se dispuso a pasar la noche.

            A primera hora, hizo mucho frío. Luego comenzó a llover y sin parar estuvo hasta que amaneció. Sintió él que lo llamaban en cuanto el día se alzó un poco más y, al abrir sus ojos, vio a la hermana que le decía:

- Ya es hora de que te pongas a trabajar. Esta noche misma que llega, será Navidad y queremos que nuestro jardín esté limpio y bien cuidado.

Salió del hueco de la escalera, cogió una naranja del árbol que tenía cerca, la peló y se la comió y se puso a trabajar en el jardín. Sin parar estuvo hasta el mediodía, cuando de nuevo la hermana le llevó algo de comida y le dijo:

- Dentro de un rato, vamos a salir para hacer algunas compras y visitar a los amigos. Queremos que adornes este árbol pequeño porque nos servirá para ambientar la fiesta de la Navidad. Así que esta tarde, te dejamos solo en la casa y en el jardín pero cuando volvamos queremos verlo todo perfectamente decorado y bien organizado.

            No dijo nada él y sí, en cuanto terminó de comer lo poco que le habían dado, continuó con el trabajo. Y a media tarde, cuando calculó que los habitantes de la casa habían salido para visitar a los amigos y comprar cosas, salió él también a la puerta, caminó por la calle, fue a donde sabía estaba su amiga la pobre y le dijo:

- Ven rápida que quiero que veas el jardín donde ahora vivo y trabajo.

Le siguió la mujer pobre y en unos minutos entraron a la casa, pasaron al jardín y el hombre pobre se puso a enseñarle las plantas, los naranjos llenos de frutas maduras, las fuentes, el hueco de las escalera y el árbol que estaba decorando para la noche que llegaba. Dijo ella:

- Todo es precioso y hasta siento envidia de la suerte que estás teniendo. ¿Puedo quedarme esta noche aquí contigo?

- Esta no es mi casa, aunque lo sea. Quiero que te quedes porque esta será una noche muy especial y me gustaría que estuvieras junto a mí. Pero ¿Y si te descubren y me castigan a mí?

            Y no había él terminado de pronunciar estas palabras cuando sintió que se abría la puerta de la casa. Rápido el hombre pobre pidió a la mujer que se escondiera en el hueco de la escalera. Pero tuvo la mala suerte que antes de ocultarse, la vieron. Enseguida apareció la hermana, muy enfadada y gritando:

- En cuanto te hemos dejado solo te aprovechas de todo esto.

Asustado el hombre pobre dijo:

- No es lo que piensas. Espera que te explique y verás como lo entiendes.

- Ninguna explicación tienes que darme. Sal ahora mismo de este jardín y no vuelvas más por aquí.

Y la mujer pobre también quiso dar una explicación pero la hermana se le adelantó diciendo:

- En cuanto a ti, ya te conocemos. ¿Cómo te has atrevido a venir a mi casa?

Guardó silencio la mujer y también el hombre pobre mientras la hermana seguía gritando:

- Fuera ahora mismo los dos de este recinto y que nunca más os volvamos a ver por aquí.

            Caminó el hombre pobre hacia el hueco de la escalera, se metió en ella, cogió la manta que la hermana le había dado, se envolvió en ella, le dio  su mano a la mujer pobre, salieron de la casa y por la calle caminaron hacia la orilla del río Darro. La noche ya lo cubría todo y por eso se veían muchas luces en las calles y en las casas. También brillaban luces en las torres y murallas de la Alhambra y se oía música de Navidad. En silencio los dos caminaron hasta la orilla del río, por donde hoy se encuentra el Paseo de los Tristes. Junto al río, se refugiaron en unas piedras gordas, encendieron un pequeño fuego y se acurrucaron en la vieja manta.

            Avanzó la noche y aunque el cielo estaba por completo cubierto de nubes, no llovió. Pero sí el frío se hacía por momentos más intenso. Se puso a nevar a partir de media noche, las luces de las casas se fueron apagando y la música de las canciones de Navidad, seguía mezclándose con el rumor de la corriente del río y el gran silencio de la noche. Se acurrucaron ellos un poco más en la manta y para animarse un poco ella dijo:

- Tú no te preocupes. Sé que un día tendremos una casa propia y en ella sembraremos un jardín aun más bonito que el que hasta hace unas horas tenías.

- Es lo que más me gustaría en este mundo para ti. Así que tú tampoco te preocupes. Nos tenemos el uno al otro y eso, en esta noche de Navidad, es lo más valioso.

            Siguió nevando sin parar a lo largo de toda la noche. Al amanecer, las primeras personas que aparecieron por el Paseo de los Tristes, los vieron junto al río. Cerca de las piedras estaban los dos acurrucados y envueltos en la manta, abrazados y mirando para la Alhambra. La lumbre se había apagado y la nieve era tanta que hasta formaba un pequeño montón junto a ellos. Las aguas del río estaban heladas y de las ramas de las plantas, colgaban los carámbanos. Y los que los vieron, al acercarse a ellos, comprobaban que estaban por completo congelados. Con sus sonrisas en los labios, mirando para la colina de la Alhambra y como esperando que alguien les ayudara. Los que se acercaban, unos a otros se decían:

- ¡Vaya noche de Navidad que han tenido los pobres!

Y otros comentaban:

- Quizá haya sido para ellos, la más hermosa noche de Navidad que hubo nunca en este suelo.