Artista de la Alhambra
Tenía el hombre un pequeño taller de artesanía en el barrio del Albaicín. Frente a la colina de la Alhambra y por eso, desde una de las ventanas de su taller, mientras trabajaba dándole forma a las figuras de barro y madera, siempre tenía frente a sí la gran colina. Y el hombre, además de humilde, bueno y sabio, poseía una sensibilidad especial por lo bello, por la libertad, el respeto entre las personas y por los sueños del alma y del corazón. Por eso, todas sus pequeñas tallas y obras en cerámica, eran muy apreciadas por los conocidos. Los vecinos siempre le decían:
- Nadie nunca ha hecho cosas tan sencillas y bellas como tú. Parecen que tuvieran vida y que nos contaran fantasías. Mirando despacio cada obra de estas tuyas, eso es lo que se adivina. ¿Cómo lo consigues?
- Simplemente imprimo, en cada cosa que hago, lo que en mi alma siento y en mi corazón tengo.
En la Alhambra, el encargado de un gran taller de artesanía, tenía noticias del artista del Albaicín. Dijo un día al rey:
- Deberíamos hablar con él y pedirle que se venga a trabajar con nosotros. Podría hacer cosas hermosas para decorar estos palacios.
- Pues tienes mi permiso. Ponte en contacto con este hombre y procede como quieras con tal de que consigas lo que me dices.
Respondió el rey al encargado del taller. Y este hombre, fue un día al taller del hombre del barrio blanco, lo saludó y le dijo:
- Si te vienes con nosotros a trabajar en el gran taller de la Alhambra, tendrás muchas oportunidades, te harás famoso y ganarás dinero.
Y el hombre le preguntó:
- Pero cuando haga mi trabajo ¿tendré libertad de expresar en él lo que dentro de mí llevo?
- Por supuesto. En todo momento serás libre y recibirás el mejor trato.
Y al día siguiente, el hombre se fue a trabajar al gran taller de los artesanos, sabios y artistas de la Alhambra. En una de las torres frente al Albaicín, le dieron una gran sala y allí se puso a trabajar con otros artesanos.
Aquel día, al siguiente y al otro, hizo cosas poco importantes y nada originales. Pero a la semana, una mañana dijo al encargado:
- Esta pequeña obra que usted quiere que haga, quedará mucho más bonita si la modelo de esta otra manera.
- Tú limítate a realizar el trabajo tal como yo te lo digo.
- Pero señor…
Y no se atrevió a decir nada más. Ni aquel día ni al siguiente ni al otro. Sin embargo, sí fue notando según pasaba el tiempo, que cuando llegaba la hora de ir a trabajar al taller, cada vez sentía más miedo. El capataz estaba siempre encima de él y nunca le daba libertad para imprimir en su trabajo lo que en su alma y corazón tenía. Y tanto miedo llegó a sentir que al entrar cada mañana en el taller, se preguntaba: “¿A ver qué manía se le ocurre hoy y qué me pide que haga? Desde que estoy aquí y con este hombre a mi lado, ni tengo vida ni soy lo que siempre a mí me ha gustado. Cada día más siento como si no fuera yo desde que trabajo en este taller. Me hizo una promesa y ahora me siento engañado”.
Y cuando un día de aquellos el capataz se empeñó en que hiciera algo que el hombre claramente veía que no tenía sentido, éste se reveló y le dijo:
- Señor, yo haré lo que usted me pida porque es quien manda aquí pero obro en contra de mis deseos y de mi alma y corazón. Lo que usted quiere ni es bello ni tiene nada que ver con el arte.
- Tonterías. Tú estás aquí para hacer lo que se te ordene y no para realizar tus sueños. Necesitamos que trabajes para nosotros y eso es todo.
- Pero por encima de todo, en las obras que uno hace y en todo el comportamiento que tengamos a lo largo de la vida, se ha de ser sincero.
- ¿Y es que acaso yo no lo estoy siendo contigo?
Y pocos días después, el hombre regresó a su taller del Albaicín. Desanimado de lo que había visto y oído en el gran taller de la Alhambra y, sobre todo, del capataz absurdo. Se dijo: “Ser libre y hacer las cosas según me dicte mi alma y corazón, es la mayor dicha del mundo. Porque pienso que nadie, absolutamente nadie tiene derecho a cortar o dirigir los sueños de los demás”.