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concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009

Re: LXXVIII edición concurso quincenal de relatos: ACCIDENTES (Relatos)

16 de Marzo de 2012 a las 21:43

Sin poder hablar

Huele a gasolina, no sé muy bien qué pasa. Iba por la carretera como tantos otros días y algo vino hacia mí, un destello rojo, sí, eso creo, no sé por qué recuerdo su color. Tengo sed. No me puedo mover, creo que estoy atrapado pero no siento nada de cintura para abajo. Veo una superficie metálica frente a mí, hay algún destello de luz, me parece oír voces pero no estoy seguro. El cristal está roto, algo me resbala por la frente. Esto debe ser un accidente, un maldito accidente de coche y ahora no sé si saldré de ésta, no sé cómo quedaré. Por el rabillo del ojo veo una mano, es de mujer. No se mueve. Maldita sea, me tenía que pasar a mí, hoy precisamente, hoy, cuando iba a coger el destino en mis manos, cuando iba a dar la vuelta a todo. Tengo la cita esta tarde y no podré ir, trataré de avisar pero no sé cómo podré hacerlo, no puedo decir nada, es como si me hubieran quitado el habla, quiero gritar y no puedo. Debo estar tranquilo ahora, seguro que trabajan para sacarme de entre estos hierros, me sacarán, me llevarán, es cuestión de paciencia. Sólo me faltaba esto, no puedo pensar en otra cosa, sólo esto. Mi trabajo que se va al garete, mi mujer que empieza a no aguantarme y ahora, cuando puedo enderezar las cosas, me viene esto. Me gustaría que mi mujer estuviera aquí, me dijera algo, que yo le pudiera decir. Que cuide al chico, aún no es tan mayor, ahora qué va a pasar de mí, me quedaré paralítico quizá, me moriré, no sé. Y la cita de esta tarde, ese trabajo espléndido que vengo buscando desde hace meses, tantas entrevistas y hoy, que era la definitiva, me pasa esto. Se me irá la oportunidad, se me irá, no podré enderezar nada, mi mujer mirándome desolada, mi mal humor, los nervios crispados, todo volverá de nuevo. Y esa mano, aún la veo, no se mueve nunca, no hace un sólo movimiento, quizá se haya muerto, era una conductora, debió perder el control, saltarse la mediana, yo qué sé, sólo vi un destello rojo que se abalanzaba. Ahora ¿qué hago?, no puedo moverme, no soy capaz de gritar. Quizá no llegue al hospital, tengo una sed enorme, no puede ser normal, y las piernas, dónde están mis piernas que no siento nada. Cómo se lo tomará mi madre, tan mayor, esto la matará, Dios, y aún podría salir si pudiera hacer algo, si pudiera moverme. Tiene muchas posibilidades, me dijo la última vez el entrevistador, no se lo voy a negar, pero la decisión aún no está tomada, si rebajase sus pretensiones económicas... Y allí me veías rebajando lo que fuera por no decirle: mierda, necesito ese trabajo ¿es que no lo entiende?, necesito ponerme en funcionamiento, no estar de un lado a otro, no ver la compasión en los ojos de mi mujer, necesito que mi hijo se sienta orgulloso ante sus amigos, que no me ponga la cara hosca, quiero saber si puedo aún hacer algo que valga la pena, este trabajo es para mí, es una oportunidad de oro, que nadie me lo quite, rebajo lo que sea, pero es para mí, una nueva oportunidad de salir adelante, calmar esta angustia por dentro, la que me hace beber más de la cuenta, me lo dice mi mujer y me mira, preocupada, me río de ella. Ahora esto, qué vamos a hacer, se me va todo al garete, no podré levantarme. Y esta sed que me devora, qué coño están haciendo los de ahí fuera, oigo ruidos, una sirena, pero no veo nada más que un pedazo de metal frente a mí y aquella mano inmóvil. Por Dios, que me saquen, no puedo aguantar aquí, que me saquen de una vez, quiero ver la luz, quiero beber algo, un gotero, lo que sea, pero no me dejen aquí, tal vez crean que me he muerto, no sé si se dan prisa, quiero gritarles y no me sale la voz. No me sale nada. Toda la vida callado, eso es lo que he estado yo, siempre achantado por unos y por otros y ahora que quiero dar una voz no puedo, aquí atrapado, los hierros, esta sed que no cesa, el sueño, cada vez mayor. Dios mío, que se den cuenta de que estoy aquí, que no me abandonen, aún tengo cosas que hacer, lo enderezaré todo, lo juro, seré de otro modo, plantaré cara a la vida, pero no me dejes así, tirado entre hierros, no he terminado aún, mi historia no se ha terminado, todavía quiero hacer más, algo más. Mi mujer. Mi hijo. Dios, qué sed tengo. Si al menos pudiese gritar.

concursoderelatos
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  • 19 de Marzo de 2012 a las 14:46

Cuando vayas a visitar a tu suegra…

La madre de mi novio cumplía setenta años. A esa edad no se piensa que es una suerte haber llegado hasta ahí, sino que lo mejor de la vida se va quedando atrás.� Me invitó a celebrarlo en su casa y así podríamos conocernos. Juan no estaba seguro, en realidad me conoce y no quería forzarme a que, por compromiso, hiciera algo que no deseara hacer. Como me ha pasado otras veces, a mí siempre me parece demasiado pronto conocer a la familia de mis parejas, no sé por qué. Sí que es cierto que llevamos dos años saliendo y que, poco a poco las cosas se están poniendo serias. Juan es un tipo estupendo, tiene todo lo que puede gustarle a una mujer y además es buena gente.
Nos conocimos una tarde en una reunión de trabajo, tuvimos que vernos varias veces por la misma razón, pasamos del despacho a la calle y de la calle al restaurante. Comimos juntos varias veces y entonces dejamos los negocios a un lado y nos dedicamos a conocernos, casi sin darnos cuenta. Para cuando acabamos nuestras reuniones obligatorias, una parte del camino ya estaba recorrido. Solo habían sido miradas, risas y algunas frases intencionadas, pero descubrimos que teníamos muchas cosas en común. Empezamos a salir, lejos de los contratos y presupuestos de vez en cuando, y pronto pasamos a vernos casi a diario.
Su madre es viuda y Juan hijo único. Creo que hasta este día es el único inconveniente que le encuentro. Porque un hombre, hijo único y con una madre viuda, suele ser un poco prisionero de su circunstancia. No es que me pareciera mal, dicen que un hombre que es buen hijo, será buen compañero. No estoy muy segura de esto, pero mi preocupación no es que él sea o no buen hijo, sino si ella es o no buena suegra, o que tal seré yo como nuera.
Acepté la invitación, porque sabía que a Juan le haría ilusión y además, no iba a darle ya motivos a mi futura para que me criticase. Le compré un detalle, aunque ¿qué sabía yo de ella y lo que le gustaba? Elegí una caja preciosa de florecitas lacadas� que guardaba dentro unos jaboncitos que olían deliciosamente, cuando se abría la tapa.
Cuando llegó el día, salí un poco antes de la oficina y fui a casa a arreglarme. Mientras me pintaba los labios, me miré al espejo y me hice una pregunta inquietante: ¿qué te pasa, estás nerviosa? Sí, lo estaba; yo que me he reunido con directores generales, políticos, actores y toda clase de gente de mundo, estaba nerviosa porque iba a tomar un café en casa de una señora de edad madura. Aunque luego me dije que no era una señora madura, sino la señora madura madre de mi chico. Y yo le quería a él tanto como para preocuparme el hecho de caerle bien desde el primer momento a ella.
Juan vino a recogerme y de camino paramos en una bombonería donde compró una caja de trufas de nata y chocolate, especialidad de la casa y muy ponderadas por los aficionados. Llegamos a eso de las siete. Juan tiene aún la llave de la casa, así que entramos sin llamar. El hall es amplio y justo enfrente se ve el salón, con unas grandes puertas correderas de cristales
biselados. Bueno, de todo esto me di cuenta después, porque justo al entrar nosotros, por el lado izquierdo aparecía Regina (mi futura) con una preciosa tarta en la mano. No la vi, lo juro, estaba un poco oscuro y no la vi, pero ella a mí tampoco, que quede claro. La tarta salió por los aires, no demasiado alta y luego calló al suelo haciendo ¡chaff! Y todo se llenó de nata, chocolate, guindas, bizcocho… Juan se adelantó presuroso, yo me quedé petrificada, porque era yo la que se había tropezado con la tarta y la dama; ella dio unos pasos hacia delante, como si fuera posible recuperar la tarta y… se resbaló, trastabilló y calló al suelo de una manera extraña. Se puso muy pálida, unos lagrimones rodaron por sus mejillas y luego empezó a quejarse de una manera lastimosa.
La llevamos al hospital y tuvieron que operarle la cadera. Y aquí estoy; cuando salgo de la oficina me voy allí a hacerle compañía, porque tiene para una temporadita. Los primeros días tuve que cancelar todas mis citas para ayudarle en lo que necesitara. Como no tiene más familia que Juan, se habló de contratar a alguien para aquella emergencia. Yo me sentía culpable y me ofrecí. Y me perdí para siempre. Cuando regrese a casa no podrá moverse, aunque Rita, su ayudanta, la cuidará como hace siempre, no podrá quedarse sola por las noches. Juan se va a ir a vivir con ella una temporadita y me ha propuesto que vaya yo también. No, a su madre no le parecerá mal, ya se lo ha preguntado.
Llevamos tres meses aquí. Regina está mejor, yo creo que hace días que se deja querer, aunque cojea un poco. Juan está a gusto, ha vuelto a su casa y a los cuidados de Rita y los mimos de mamá. Yo me pregunto ¿qué hago aquí? Así que trabajo mucho, mis reuniones se alargan seguramente más de lo necesario y estoy preocupada porque no sé como plantear la situación para que todo vuelva a ser como era.

concursoderelatos
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  • 19 de Marzo de 2012 a las 19:08
Distracción al volante

Todos dicen que ha sido un accidente. Y no sólo lo dicen, están convencidos de ello.

El coche ha quedado destrozado; incluso a mí me ha costado trabajo reconocerlo hasta que he visto la palabra ZORRA rayada con grandes letras en el capó. No cabe duda, es mi coche. �

No conducía yo. Ni siquiera iba como pasajera. El coche lo conducía mi vecina. Yo me había ido a pasar el fin de semana a casa de mi madre en Sevilla. Fui en tren.

Laura, así se llamaba, me pidió el favor: “como no lo vas a utilizar me lo podías prestar; el mío está en el taller; te dejaré el depósito lleno”. Yo dejé el depósito casi vacío. No fue algo premeditado, no sabía que me lo iba a pedir. Además le dije que no lo llenara, que no era necesario.

Mi “ex” había vuelto a las andadas. Había empezado a llamarme otra vez. Un día me pareció verlo cuando salía de la oficina. Al encontrar la palabra PUTA escrita con grandes letras en la puerta de mi casa supe que la historia se volvía a repetir. Llamé a la policía, tomaron fotos de la pintada. Volvieron a ofrecerme un hogar de acogida. Nunca lo entendieron: no era yo la que tenía que esconderse o renunciar a su vida; era él quien debería temer salir de su agujero.

Se lo dije a Laura: “es un Ford Focus rojo, con matrícula DFK. Si lo ves merodear dímelo o llama a la policía. Él es alto, fuerte y moreno, bastante guapo, no aparenta lo que es”. Y Laura me dijo que no me preocupara, que estaría atenta. Me avisó dos sábados de madrugada: estaba aparcado en la puerta, lo pudo ver cuando regresaba a casa. La policía hizo que se marchara en las dos ocasiones. Le advirtieron que a la tercera lo llevarían al calabozo por incumplir la orden de alejamiento. Me dieron un dispositivo de alarma. Nunca lo entendieron; debería ser él quien llevara un luminoso con sirena incorporado a su cuerpo.

No fue su voz la que escuché en la llamada que recibí el lunes por la mañana en la oficina. Sí eran sus palabras: “Tiene que verte. No te va� a hacer nada. Sólo quiere hablar. Te espera a la salida del trabajo. No montes ningún número”. Algún amigo le estaba haciendo el favor, sabía que no habría podido decirme más de dos palabras sin que le colgara el teléfono.
Una agente de paisano vino para acompañarme a la salida. Se presentó como una amiga que venía a buscarme. Agradecí la discreción, ya eran demasiados los trabajos que había perdido por culpa de mi “ex”. Fuimos juntas hasta mi coche y allí apareció él. También pensó que mi acompañante era una amiga. Le dijo que se marchara, que tenía que hablar conmigo a solas. Intentó que su tono fuera amable, pero no pudo impedir que escapara el deje imperativo que rezumaba en todo su discurso. Mi guardaespaldas no simuló amabilidad, se identificó y con un par de movimientos consiguió tenerlo apoyado en el coche con las manos esposadas a la espalda.

Me avisaron el jueves: “sale mañana por la tarde”. Era un buen momento para ir a ver a mi madre. Desde la oficina compré el billete del AVE. El viernes, desde el trabajo me iría a la estación. Le conté a Laura mis planes y entonces me pidió el favor. De haberlo sabido habría dejado el depósito lleno. Le di las llaves del coche y al día siguiente fui a trabajar en taxi. También fui en taxi hasta la estación.

Estaba en una terraza tomando unas tapas con mi madre cuando me llamó. Dos palabras, nunca le daba tiempo a más. Guardé el número para reconocerlo y no darle la oportunidad de decir ni dos palabras. Apagué el teléfono. Me pregunté cómo habría conseguido el número de mi móvil, siempre acababa arrancándoselo a alguien. Otra vez tendría que cambiarlo y enviar un mensaje a los más allegados. Otra vez tendría que eliminar de la lista de confianza a los sospechosos.

Siempre era igual: me localizaba, me acosaba, lo detenían durante un par de días, cuando salía me buscaba furioso y si me encontraba era yo la que acababa “detenida” en el hospital; sólo ocurrió una vez. Si no conseguía dar conmigo, parecía olvidarse de mí durante un tiempo y luego comenzaba de nuevo la historia.

Otra vez tendría que mudarme. Lo sentí, me gustaba el piso en el que vivía ahora y Laura era una buena vecina, casi una amiga.

El domingo por la tarde, en el tren de vuelta, volví a encender el teléfono. Lo más probable era que ya se hubiera cansado de llamarme. Empezaron a llegar los mensajes, cuatro de él, los borré sin leerlos; el resto de llamadas perdidas: Cinco desconocidas. Veintitrés suyas, la última esa misma madrugada. Diez de Laura, todas seguidas, también el domingo de madrugada. ¿La habría estado molestando? La llamé. Su teléfono estaba apagado. Llamé al número desconocido temiendo que fuera él, pero tenía que asegurarme para identificar el número. No era él, era la policía. Laura había sufrido un accidente conduciendo mi coche. Había muerto. Miré la hora de su última llamada, coincidía con la de su muerte.

Todos dicen que ha sido un accidente. Y no solo lo dicen, están convencidos de ello. Hay dos testigos que aseguran que vieron cómo el coche se salía de la carretera y daba vueltas de campana, que no hubo ningún otro vehículo implicado. Sí un coche rojo que circulaba tras el mío y cuyo conductor tuvo que verlo todo; pero no se detuvo, se marchó. No recuerdan el modelo ni la matrícula.

concursoderelatos
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  • 21 de Marzo de 2012 a las 20:38
Objetivo: Merry Christmas.

Plataforma espacial Columbus XII; en perpetua rotacin con la tierra.
Hora: 12:15 AM; del da veinticinco de diciembre del 2150.

En la desangelada sala slo estaba Ricardo, jefe del proyecto “Gemesis”. Mir desde su mesa de trabajo las mltiples pantallas que haba y que mostraban la tierra desde diferentes ngulos, mientras pensaba que le resultaba extrao ese silencio. Todos sus ayudantes, los pocos que le haba concedido el gobierno, haban partido con el trasbordador de esa maana para pasar las fiestas en su casa y no regresaran hasta el ao nuevo. Pens que todos esos hombres eran hombres de bien, que crean en su proyecto al igual que l, salvo, quiz, por un pequeo matiz. Ellos crean que estaban trabajando en un rayo que sera capaz de distinguir una especie de otra para un bien comn: qu una plaga de langostas se cebaba con el pasto de frica, nada, un poco de su rayo y stas moriran al instante. Qu las abejas asesinas daban problemas en Amrica del Sur, nada, un poquito del rayo y adis a la preocupacin. Qu el mosquito de la malaria, que la mosca de esto o el bicho de lo otro…, nada, todo controlado.
Pero lo cierto, era que el gobierno para el que trabajaba Ricardo haba planeado darle otro uso, uno ms militar.
Ricardo mir la pantalla del ordenador y esper. Llevaba todo el da ah, sentado…
— Por fin!—exclam, y palideci. Cmo poda una persona estar contenta y triste al mismo tiempo? Se pregunt despus de leer el mensaje que acababa de recibir desde la tierra, donde le conferan a su proyecto un nombre en clave: Merry Christmas, unas coordenadas cercanas a Rusia, una hora en concreto: las 13:00 PM, y un gnero: hombre. Volvi a leerlo y suspir. Estaba contento de poder probar su invent, pero, a la misma vez, no poda dejar de sentir el gusanillo del remordimiento; pues no le gustaba pensar que l sera el causante de tantas muertes, y mucho menos en un da tan especial como ese. Pens que por ms que lo dijeran sus superiores, no era un buen da para exterminar a unos cuantos hombres—quiz, a cientos a miles de ellos—a todos aquellos que se encontraran en el radio de accin del rayo.
Sus dedos volaron por encima de las teclas del ordenador cuando el ruido de la puerta al abrirse, como de succin, lo sobresalt.
— Champn!—profiri una alegre voz a su derecha.
Ricardo gir la cabeza y observ al nico ayudante que no haba querido abandonar la plataforma esas navidades. Sonri al pensar que, despus de todo, estaba feliz. Cuntos aos llevaba enamorado, soando con su largo cabello, dorado como la miel, y sus inacabables piernas?
—Parece que esto se resiste un poco—se quej Jessy.
— Quieres que lo intente yo?—se ofreci l al ver sus fallidos intentos por descorchar la botella.
—Bueno, la verdad es que s—le dijo con una tmida sonrisa mientras se le entregaba y pona dos copas encima de la mesa. Durante un segundo, mir la tierra en las pantallas—. No lo puedo remediar, estas fiestas siempre consiguen deprimirme un poco.
Ricardo, de pie, descorch la botella y pens que no era un buen da para matar, pero s que lo era para que Jessy, de una vez por todas, cayera en su cama.
—Entonces, slo podemos hacer una cosa—le contest l llenando las copas—, tratar de divertirnos.
—No saba que supieras divertirte… Pero me gustar ver qu propones.
Ricardo sonri y, tras una breve pausa, se hundi. No es que no supiera divertirse, pero…, no tena tiempo para ello. Lanz una rpida mirada a su ordenador, y palideci. Dentro de unos minutos su rayo vera la luz por primera vez y l tena que cerciorarse de que todo fuera bien.
— Me lo imaginaba! —exclam Jessy con enfado. Lo mir de reojo, y una traviesa sonrisa floreci en sus labios—. De todas maneras, creo que vamos a divertirnos—le dijo al mismo tiempo que lo empujaba para que se sentara, nuevamente, en la silla.
—Se puede saber qu haces?
—Nada, cielo. Slo djate llevar…
—La verdad, me encantara jugar a tu juego, pero tengo que…—las palabras murieron en su boca al mismo tiempo que contemplaba, embelesado, cmo Jessy se desabrochaba parte de la camisa al mismo tiempo que se sentaba en la mesa.
—Es una pena que no tengas tiempo para m—susurr mientras suba su pie hasta la entrepierna de l—. Creo que podramos divertirnos mucho…
Ricardo no se lo pens dos veces. Se levant de la silla y, tras dejar que las piernas de Jessy lo aprisionaran, convirti su deseo en realidad. Llevaba tanto tiempo deseando sentir sus labios y su cuerpo, que se dej arrastrar por la pasin del momento sin darse cuenta que la botella, tras balancearse un poco, caa sobre el ordenador…

En la plataforma espacial Columbus XII; en perpetua rotacin con la tierra.
Hora: 10:15 AM; del da veintiocho de diciembre del 2150.

En la desangelada sala estaba Ricardo esperando que Jessy, su Jessy, porque ahora ya eran pareja, lo dejara trabajar; cuando una extraa comunicacin les lleg:
—Doctor Ricardo Zaragoza, est usted ah?
La imagen de una mujer se materializ en todas las pantallas...
—S, claro que s—le contest l, confundido, mientras se levantaba de la silla y Jessey se pona a su lado—, con mi ayudante…
De repente, la imagen de la pantalla comenz a parpadear…
—No sabemos qu ha pasado… los hombres…muertos—ms interferencias impedan que pudiera verse y orse bien—…, slo quedan mujeres en la tierra.
— Qu?—logr articular l, pasmado por la noticia.
—Como comprender… regrese a la tierra con urgencia… necesitamos… hombres…
La transmisin se cort.
Ricardo y Jessy se miraron, atnitos…
—No entiendo nada. Qu crees que haya podido pasar?
—No tengo ni idea—le respondi l, asustado, sin llegar a comprender qu haba podido salir mal…
— Ay, cielo! Qu vamos hacer ahora?—murmur Jessy—. Tengo miedo, no s que cara pondrn cuando sepan que nos queremos…
—Tranquila—le contest l—. Qu culpa tenemos nosotros de ser los dos nicos hombres que quedan en la tierra?
concursoderelatos
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  • 22 de Marzo de 2012 a las 11:22
                                                                      To’ chunga la seta

Johnny –que así quería que lo llamaran- era el único paciente del Dr. Martínez que insistía en usar el diván. Representaba la historia de una profesión, pero la mayoría de los pacientes se sentían más cómodos con el cara a cara. La mirada perdida en el techo ayuda a que los pacientes se relajen en cuanto pasan unos minutos, pero les hace sentir que la situación es fuera de lo normal. Y normalizar ese proceso es, precisamente, lo primero que suelen necesitar.

Como todos los martes, Johnny había llegado a la consulta como un torbellino aunque quizá parecía más intranquilo de lo normal. Insistía en hablar de un sueño que había tenido. “Un sueño “to’ chungo”, según él. Así que el doctor había pensado que era buen punto para empezar la reunión del día. Se sentía muy poco motivado por atender a un chico que iba por imposición paterna y que no tenía la más mínima intención de mejorar. Ni siquiera iba a reconocer nunca que tenía un problema.

—Cuéntame de qué iba el sueño, Johnny— dijo dejando caer los hombros, sentado detrás de su paciente.
—Ya verás que es una rallada, Tron— decía sin poder evitar moverse a pesar de estar sentado—. Lo vas a flipar. Yo iba tan tranquilo por la calle y en eso que empiezo a encontrarme con monedas de oro flotando. No veas que subidón, tío; lo flipas—añadió antes de dar un soplido—. Allá donde miraba había montones de monedas; sobre los coches, junto a las farolas, en las macetas de las plantas... Y yo me sentía a tope pillando monedas, como si eso fuera lo que he hecho toda la vida. ¿Sabes lo que quiero decir, Tron?— hizo una pausa, giró la cabeza buscando al doctor y siguió hablando—. Que eso se me daba bien, tío. Yo servía pa’ pillar monedas.

—Continúa— contestó dando a entender que entendía lo que le decía.
—Entonces empezaron a aparecer monedas altas; pero altas, altas, nen. Y yo pegaba unos botes de alucine, Tron. Y las pillaba todas. Cuando alguna estaba muy alta en lo medio del cielo, pegaba a un bote y me subía a un balcón, y de ahí a otro... No veas como molaba. Por más monedas que pillaba, no parecía que se me llenaran los bolsillos. Tardé varios minutos en darme cuenta de que en medio del cielo había un contador. Cada vez que pillaba una moneda el contador se incrementaba. Y yo no he sido nunca muy espavilao', Tron, pero fijo que al llegar a cien me daban vida.

>>Vi que había más peña pillando monedas y me entraron las prisas. Tenía que ser el primero en pillar las monedas. Buscando más, descubrí que a medida que andaba iba descubriendo un mapa que también estaba colgado del cielo, justo a la derecha. Volví a verlo claro. Tenía que encontrar el camino para pasar a otro nivel con más monedas. Y tenía que pillar la pole, nen ¡Qué puntazo, Tron! Lo vi claro en cuanto vi que llevaba puesto un mono rojo de currela: estaba viviendo mi propio juego, rollo Mario. Y en esas cosas no hay quien me gane. Soy un puto hacha. Me dio igual que otra peña también tuviera su mapilla y también estuviera buscando más monedas. En mi mundo soy el jefe.

>>Pronto descubrí cómo dar mayores saltos o cómo ir más deprisa. El contador de monedas subía echando chispas y yo me sentía el puto amo. Tan rápido como iba no me fijé en una estrella y la pillé creyendo que era una moneda. No veas que alucine, nen. Crecí como dos palmos del tirón. Así, pum—dijo haciendo un gesto con las manos que el doctor no entendió—. Era el puto jefe y me sentía enorme.

>>Me arrastré por el suelo para pillar unas monedas que estaban debajo de una roca. ¡La puta roca flotaba, Tron! Al incorporarme me dejé la cornamenta contra la roca y me cagué en su puta estampa, pero descubrí que a cada cabezazo soltaba una moneda. No lo dudé ni un momento me lié a cabezazos contra la roca; sólo con la puta gorra roja que llevaba de serie... Y pam, y pum, y pam, y pum; y la roca venga soltar monedas, y el contador venga subir, y yo venga pegar cabezazos. Era una puta fiesta, nen.

>>Pero en eso que el último cabezazo saca una puta seta gigante. Lo flipas. Y yo me creo que esa seta me va a dar un subidón del quince.

>>Atiende, Tron, que la seta es pa' mí— decía visiblemente emocionado—. En eso que voy pa' la seta y la hijaputa me da un calambrazo de tres pares de cojones. Con lo que a mí me molan las setas; que la Jessi se curra unas magdalenas de puto vicio... Me mosqueó tener que pasar de ella pero seguí con mis moneditas. Me metí por una tubería en medio de la calle y aparecí montado en una nube que te cagas. To' guapa la nube. Y de esa nube salté a otra y a otra, y estaban todas plagadas de monedas. Y fue en una nube más molona que la nube kinton que llegué a las cien monedas y vi como aparecía otro contador con un valor de uno. Ya podía diñarla en cuanto quisiera, Tron, que tenía más vidas.

>>Como estaba to’ loco de contento me tropecé con un cacho de nube que estaba duro como una roca. Tendría que haberme fijado en los colores, que las nubes no son a rallas amarillas y negras. Pero yo estaba to’ flipao’ con las monedas, me tropecé y caí de la nube que resultaba estar un huevo de alta. Ni siquiera llegué al suelo, nen, la diñé en el aire.

—¿Y empezaste de nuevo?
—No, Tron. Por eso estoy to’ rallao’. Lo veía to' azul y blanco, pero en plan chungo; como si el cielo se hubiera quedao' to' congelao'. Y aparecen las letras “game over”. ¿Pero qué dices, hijoputa?— gritó levantando las manos al techo—. ¡Que tengo vidas!
—¿Y no crees que puede ser una metáfora?
—¿Qué dices tú ahora, primo?
—Que podrías interpretar el sueño como un mensaje; como si te explicara algo. Puede querer decir que en la vida real puedes hacer lo que te venga en gana; que eres libre de ir descubriendo el mundo como las demás personas. Buscar tus propios tesoros y sorpresas. Que puedes cometer errores; que puedes investigar… pero tienes que recordar una cosa: cuando la “palmes”— dijo entrecomillando la palabra con los dedos—, no habrá más vidas. Tienes que aprovechar ésta.
—Tú estás to' flipao', Tron. No sé qué mierdas te metes, pero eso no furula. Te has pasao’ tres pueblos con el alpiste— el Dr. Martínez se quedó pensando un momento, mirándolo con cierta cara de desprecio, sin ocular la exasperación que sentía por su paciente.  
—Ah, claro— contestó unos segundos después, convencido de que no valía la pena insistir—. Tú limítate a vigilar con las setas.
—Pos eso decía yo, Tron. ¡Al loro con las setas!

concursoderelatos
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  • 22 de Marzo de 2012 a las 17:57

Montespino del Ronzal

���� La investigación concluyó que la causa del accidente fue, con toda seguridad, la falta de unos pernos de agarre lateral en un buen tramo de vía. Sin duda alguien los había robado. ¿Se hizo con la intención de sabotear la línea férrea? ¿Cuáles habían sido las verdaderas intenciones del ladrón? Fueran las que fuesen, la consecuencias de su hurto no podían haber sido más catastróficas. Al desplazarse lateralmente los raíles, las ruedas descarrilaron y el largo convoy de carga, que por aquel tramo suele circular a gran velocidad, se vio frenado súbitamente. Por lo menos cuatro vagones volcaron de entrada y se arrastraron por el suelo mientras que buena parte de los que iban detrás se amontonaban estrepitosamente sobre ellos. Cientos de toneladas de granos variados y miles de litros de aceite de soja y de girasol se amalgamaron para dar al conjunto el aspecto de un horrible pastiche. Tres de los vagones intermedios trasportaban animales de granja y la mayoría de ellos murieron en el accidente. Algunos, sin embargo, escaparon y corrieron asustados en todas direcciones.�

���� A un par de kilómetros escasos del lugar, en el pequeño apeadero de Montespino del Ronzal, Manolo, el jefe de estación, escuchaba con asombro la información que los dos números de la benemérita le iban comunicando al señor alcalde. Cuándo se dirigieron a él y le preguntaron repitió lo que ya había dicho minutos antes. No, aquella tarde no había visto a nadie sospechoso por los alrededores. Los mismo de siempre, los niños que iban a pasar la tarde en el centro parroquial del pueblo y las mujeres que cruzaban con cuidado las vías para llegarse al río a lavar la ropa. También el tío Collado, con su arado y sus bueyes, arañando el terruño a un tiro de piedra de allí. Y al atardecer los jubilados del pueblo, que se iban a pescar un rato al cercano embalse del Ronzal, con sus cestas al brazo y sus cañas al hombro, y el grupito de ancianas beatas que iban a la misa del sábado. Nadie sospechoso, como podían ver.


���� Aquel día Manolo se retiró muy tarde a su casa, una pequeña vivienda de dos plantas situada justo al lado del apeadero. Aunque su esposa le había preparado una cena muy rica empezó a comer con desgana, pues lo del accidente le había alterado los nervios. Por fortuna, pensaba, no se trató de un tren de pasajeros. De haber sido así en vez de lamentar la pérdida de vacas, caballos, ovejas, gallinas, conejos y patos habría que lamentar, seguro, la muerte de seres humanos. Y en vez de desparramarse aquel aceite de soja lo hubiese hecho la sangre de los heridos. Habían estado de suerte, podía decirse.

���� Dejó la sopa a medias y se acercó el plato con un hermoso lucio asado con ajete, patatas y perejil. Pese al trastorno de sus pensamientos, al ver aquel hermoso pescado tan bien cocinado dejo de cavilar sobre lo ocurrido y regresó al presente, a la pequeña cocina de la casa.

���� —¿Y los niños?
���� —Hace un buen rato que se han acostado. Esta tarde han jugado y correteado muchísimo y cuando han llegado, después de ducharse, han cenado como lobos hambrientos. Y luego tenías que haberlos visto, estaban rendidos. Querían esperarte pero les he enviado a la cama de seguida.
���� —Bien hecho. Ya les veré mañana.

���� Le gustaba tener a los niños en casa. Les hacían mucha compañía durante los fines de semana, El lunes volverían a tomar el tren para ir al colegio de la capital, en el que se quedaban internos hasta el viernes. Por desgracia aquella escuela estaba demasiado lejos para que pudiesen regresar a diario. Y aunque les suponía un gasto considerable, no les quedaba otro remedio que pagarles el régimen de internado. Por otro lado era un colegio muy bueno y en él sus hijos estaban muy a gusto. Sabía que allí aprendían mucho y estaba seguro de que les alimentaban muy bien.

���� —¿Y mi padre?
���� —El abuelo ha estado con sus amigos pescando en el Ronzal hasta el anochecido. Cuando ha llegado me ha comentado lo del lío que teníais montado en la estación. Se ha traído tres lucios hermosísimos. Los he preparado enseguida y él y yo nos hemos cenado dos. A ti te hemos guardado el último.
���� —Te ha quedado buenísimo, Carmen.
��� —Ahora tu padre está en la cantina con la peña de jubilados viendo el fútbol.
���� —¡Calla! Es verdad, hoy había partido en la tele.
���� —Toma algo de postre, Manolo. Y no pienses más en el accidente.
���� —No, si no pienso.
���� —Ya… Mira, vete con tu padre a distraerte un rato. Aún podrás ver el final del partido.
���� —Sí que voy a ir. Voy a tener que decirle que con el trastorno que hemos tenido no he podido acercarme al pueblo a comprarle esos plomos que querían para el lanzado. Me cojo el capote y me voy para allí. Hasta luego, cielo.

���� Pocos minutos más tarde Manolo entró en la vieja cantina del pueblo. Entre las nubes del humo de los caliqueños pudo ver la tele, situada sobre una ménsula de madera, en lo alto de la pared del fondo. Todavía se jugaban los últimos minutos del partido, por lo visto.

���� Vio a su padre con el resto de la peña de jubilados sentados al fondo. Cogió un taburete y se sentó junto a ellos. El partido acabó en aquel momento y muy pronto en todas las conversaciones hizo acto de presencia el tema del accidente. Manolo tuvo que explicar que la circulación de trenes estaba anulada a la espera de que toda una serie de grúas, camiones y operarios, que llegarían al día siguiente, dejasen limpio el lugar y reparasen los desperfectos que pudiesen haberse producido en la línea férrea. Los trenes se desviaban por línea de San Bartolomé del Tormo y desde allí, de ser necesario, Renfe había dispuesto que un coche de línea estuviese listo para hacer el trayecto hasta Montespino, si se daba la circunstancia de que alguien quisiese dejarse caer por el pueblo.

���� —Hombre, Manolo, hijo, ya que está aquí, págame otro orujo, ¿quieres?
���� —Claro que sí, padre. ¡Loli, tráenos un par de orujos, para el abuelo y para mí!
���� —Oye, ¿por qué no te vienes mañana a pescar con nosotros? A primera hora de la mañana, antes de amanecer.
���� —¿Por qué tan temprano, padre?
���� —A esa hora se da muy bien la perca americana. Y el embalse esta lleno. Los del Plan han repoblado este año a lo bestia. Con cualquier mosca o cucharilla las atrapas. ¡Y están de grandes…!
��� —Para las cucharillas y las moscas no necesitáis plomos…
���� —No, los plomos son para la pesca por la tarde, desde lo alto de la presa. Allí se cogen buenos lucios.
���� —¡Cómo los de esta tarde! – Dijo uno de los abuelos de la peña, uno que no se sacaba la boína ni para ir a dormir.
���� —Estaban muy buenos, Padre. Me he comido�el que me habéis dejado�para�cenar. Pero escucha… ¿cómo os habéis apañado? Me dijiste que os comprase plomos del veinte para las cañas…
���� —¡Quia! No nos han hecho falta. Hemos lastrado los sedales con unos cacho tornillos… ¡tenías que ver como los anzuelos se iban hacia el fondo del pantano!
���� —¿Y de dónde habéis sacado esos… ecos cacho tornillos?
���� —Del desvío hacia la antigua mina de cobre. De la vía muerta.
���� —¡Padre!
���� —¿Qué te pasa hijo? ¡Te ha cambiao el color de la cara!
���� —¿Estás seguro de que los habéis sacado de la vía muerta?
���� —Seguro. Verás, le hemos pedido a un viejo buhonero que pasaba por allí con su mulo y sus trastos que nos hiciese el favor de arrancarnos unos tornillos de esos. Le he explicado perfectamente como llegar hasta la vieja mina, y aunque hay su buena media hora, por cien pesetas ha ido con su bestia hasta allí, ha arrancado quince o veinte pernos y nos los ha traído. A un duro el tornillo, hijo. Más barato que el plomo.

concursoderelatos
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  • 22 de Marzo de 2012 a las 20:42

Km. 13

Era como aquellos restaurantes americanos en blanco y negro de los años 50 donde una rubia cuarentona te recibía mascando chicle y un «¿qué quieres tomar, encanto?» en los labios; que, a buen seguro, te conduciría sin remedio hasta la tradicional tarta de manzana casera del menú. Pero allí no servían comida. Ni la rubia guiñó un ojo después de yo hacer mi pedido. De hecho, por no haber, no había ni rubia.

-Sírvame una copa.

« ¿Qué copa?», leí en su gesto. El barman continuó fregoteando pausada y cadenciosamente la impoluta barra de aquel bar en tierra de nadie donde había apalancado mis huesos.

-La que quiera, da igual... -le aclaré.

El camarero abandonó entonces mi compañía para regresar pocos minutos más tarde.

-Aquí tiene: “San Francisco” y “Laguna Azul” – me explicó al depositar ambas bebidas frente a mis ojos. El resto de la clientela centró su atención en mí, agradecidos de encontrar una excusa que les permitiera romper el eterno misterio de sus mundos interiores.

No sabía por qué cóctel decidirme, pues me sentí tan atraído por ambos como lo estuve minutos antes frente al extravagante letrero que iluminaba el exterior del local: ángel y demonio brindando hermanados bajo la atenta mirada de un dios Baco de enormes dimensiones.

Confuso y desorientado, sí. Pero inexplicablemente cómodo. Ni siquiera me inquietó haber olvidado cómo había llegado hasta allí, a través de aquella solitaria autopista sin apenas iluminación. Vagamente apareció el recuerdo de su figura en mi memoria: blanca y radiante. Como una singular novia aguardando a su cita en el altar de aquella curva. Jamás había recogido antes a ningún autoestopista, pero aquella sirena me sedujo sin saber yo cómo. «¿Dónde estará ahora?»,�me pregunté en aquel instante. Algún desvío mal indicado o el mismo destino habían guiado mis pasos hasta ella. El destino, seguro. Sí, tuvo que ser él. Yo creía mucho en esas cosas. Desde siempre. Desde que una gitana me previno del accidente que cambiaría para siempre el rumbo de mi vida y me convertí en un fantasma preso de todo tipo de superchería que me protegiera del inminente mal. Eliminando de mis rutinas diarias todo riesgo innecesario; tomando excedidas precauciones para las acciones más intrascendentes; viviendo alerta cada minuto. ¿Viviendo? ¿Acaso se podía llamar «vida» a aquello?

Me detuve a admirar la chispeante danza del líquido en el interior de la copa elegida y el camarero llevó la otra hacia sus labios brindando antes por mi elección. Los taciturnos clientes retornaron a sus pensamientos, aparcados en el fondo de sus consumiciones.

Y entonces apareció él con el misterio como sombra y desplegando una vitalidad propia sólo de aquellos que son felices. Le envidié en aquel momento. El contrapunto a todos los que allí estábamos. Yo mismo habría formado parte del mobiliario en poco tiempo de no ser por su llegada. ¿Quién sabe? Tal vez siempre estuvo allí y yo no me di cuenta…

Me descubrí admirando el vuelo de su larga cabellera rubia. Era un tipo «extremadamente bello», pensé no sin ruborizarme. Chaqueta de cuero, vaqueros ajustados y botas. Y una Harley negra, con su alado emblema de plata en el carenado, que imaginé aparcada junto a la puerta. Se sentó en uno de los taburetes de skay rojo a mi diestra y, tras un discreto gesto de su índice golpeando la barra, el camarero comenzó nuevamente los malabares: tequila blanco, ron, vodka, 4 partes de limonada, media de granadina y una onza de licor de naranja azul. Exactamente la misma bebida que yo acaba de elegir. Me miró serio después de dar el primer sorbo a su bebida. Sin titubear. Con unos ojos azules tan transparentes como lo fueron mi miedo y desesperanza al verle. Pero había en él un mágico aura de familiaridad que me impidió recelar de su presencia por más tiempo. En verdad le sentí tan cercano como si se tratara de un gran amigo al que hiciera largo tiempo que no hubiera visto.

-¿De qué huyes? –me preguntó sin rodeos.

No comprendía cómo él podía saberlo.

-He visto el coche en la puerta –continuó diciendo como si hubiera leído mis pensamientos-. Una maleta lanzada con prisas sobre el asiento trasero…, traje y corbata, anillo en la mano... y demasiado tarde para regresar a casa.

-Demasiado lejos de ninguna, en realidad -apostilló el barman mientras daba lustre a uno de los vasos.

-Supongo que todo el mundo huye de algo -les dije en mi defensa.

-Es cierto, pero el pasado siempre logra alcanzarnos, ¿no lo has pensado? -contestó el motorista.

A cientos de kilómetros del origen de mi viaje encontré el valor que me había impedido despedirme de los míos. O tal vez fueran las ganas de encontrar comprensión en la decisión tomada lo que me animó a compartir mi historia con aquellos extraños.

Les conté que toda mi vida había sido una persona especialmente reflexiva, capaz de analizar todas las consecuencias de mis actos, y que jamás había dudado de mi manera de obrar ni de los rigurosos principios que habían guiado mi vida hasta entonces. Les hablé de mis miedos y mis temores. De mi trabajo como contable y de cómo descubrí aquellos documentos que probaban la doble contabilidad que se estaba realizando en mi empresa. También de las amenazas que ponían en riesgo mi vida y que precedieron a mi marcha, después de que le expusiera lo descubierto a mis superiores.

-Eres un valiente –me dijo con sorna el motorista-. Preferiste abandonar tu presente para no tener que afrontarlo.

-¡¿Y qué querías que hiciera?!

-Tal vez me hice demasiadas ilusiones contigo. Siempre pensé que eras especial, por eso te escogí, pero en el fondo sólo eres… como ellos –dijo señalando a los que allí estaban.

Hasta entonces no me había fijado. Aquellos desdibujados rostros ensangrentados rumiaban la misma indecisión y pesadumbre que yo estaba padeciendo. Incomprensiblemente podía escuchar sus pensamientos, sentir su angustia y desasosiego. Sus dudas. ¿Cuánto tiempo llevarían en ese trance? ¿Cuánto tiempo me restaría a mí compartirlo? Sus turbadores aullidos comenzaron: su insufrible dolor ya era el mío. Diferentes vidas, otras carreteras y un mismo punto de encuentro que nos unió a la espera de tomar una decisión para la que nadie nunca estuvo preparado.

-Ya es… demasiado tarde para volver atrás, ¿no es cierto? –me quedé mirándoles aguardando su respuesta. Implorándoles que cesara la jauría de lamentos.

-Bebe –contestó el camarero. Mis dos interlocutores cruzaron cómplices miradas.

El eco de las voces aún retumbaba en mi cabeza mientras mi diestra a duras penas sostenía la copa de la cual estaba a punto de beber. Paladeé con gusto el refrescante cóctel y una placentera sensación de tranquilidad me invadió hasta el punto de hacerme cerrar los párpados para concentrar todos mis sentidos en ella. Silencio. El ronroneo de un motor meciendo mi sueño inmediatamente después. Abrí los ojos y un oportuno volantazo viró mi vehículo justo a tiempo para no colisionar con el quitamiedos de aquella curva. Poco a poco mermó la velocidad de mi pulso y despedí con la mirada los estridentes neones del cartel de aquel bar de carretera que acababa de rebasar. No experimenté extrañeza por lo vivido, tan sólo gratitud.

Manos al volante y vista al frente. En mi rostro, una inusual sonrisa de complacencia. Km 14 de una carretera que por fin me llevaría donde quisiera el destino.

concursoderelatos
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  • 22 de Marzo de 2012 a las 21:48
El ser cado del cielo

Es extremadamente probable que cada uno de nosotros, al menos una vez en la vida, se haya visto involucrado en un accidente dramtico, injurioso y que haya marcado su vida por un periodo limitado de tiempo o, quiz, ms an, hasta el resto de sus das. Digo que es extremadamente probable ya que la vida es catica, veloz y no da tiempo a tregua. Los humanos llevamos un ritmo frentico. Nos relacionamos continuamente, nos mezclamos y no paramos de entrecruzarnos en una infinidad laberntica de ros de corrientes dispersas.

Por eso, sin poder evitarlo, nos vemos avocados inexorablemente a la creciente posibilidad de vernos involucrados en un choque de mareas, en el estallido de las olas, en la bravura de un salto de agua y en el chapoteo de su gil cada mezclando una infinidad de gotas centelleantes.

Y no es hasta cuando estamos en el ojo del huracn, cuando el gran lobo marino se nos lanza encima, rugiendo con la furia de un tsunami; que nos damos cuenta de lo que nos sucede, que entendemos –aunque no del todo– que el devenir del espacio y del tiempo –y de nuestro destino– nos estn lanzando hacia un punto de inflexin cuya fuerza propulsora no conocemos hacia donde nos lanzar.

Puede ser un lanzamiento ms fuerte y lejano, o quiz ms flojo y suave, pero todos, sin excepcin, vamos a caer tal como Hiplito cay en el devenir de los accidentes de su vida. Accidentes que se pueden suceder en cadena, que pueden ser varios, y que se traduzcan en cambios poco importantes, en pequeas mutaciones del paso de los sucesos, pero que todas juntas auguren y, al final, produzcan varios cambios.

Aunque no es concretamente el cambio despus de un accidente lo que enfoca esta cuestin.

Un accidente puede determinarse en tres partes distintas, independientes y nicas, que pueden tener cabida en un mismo accidente, o que hasta ellas mismas, cada una de sola, pueda determinar o dar forma a la idea que entendemos por accidente.

Estas tres partes son: el cambio, el dao fsico y, por ltimo, y lo ms interesante, la huella.

Qu podemos entender por “la huella”?

Todos sabemos que lo ms impactante y lo que ms nos aflige, nos afecta, no es lo fsico, lo carnal, lo orgnico. Sabemos, somos conscientes que lo que nos da ms miedo es el dolor emocional, el dolor psquico.

Sentimos pnico ante la idea de tener que soportar un recuerdo traumtico durante toda la vida. De que la mente lo guarda todo, lo registra todo. Y aunque lo guarde en lo ms hondo, tarde o temprano eso que se olvid puede volver a surgir a la superficie.

Es esta, precisamente, la idea que pretendo tratar. Esta huella, este hito que deja una marca, una seal en nuestra memoria y tambin, en el sitio donde se propicia el accidente. Pues el lugar donde sucede todo accidente es tan importante, que solo l mismo, puede provocar el origen de leyendas, o de supersticiones.

Este es el caso de una leyenda con tanta controversia como los vericuetos ms oscuros y extraos que la ciencia no puede a penas vislumbrar…

Se ve que todo sucedi a escasos quilmetros de la ciudad portuaria de Vigo.

Opulentos bosques crecen en sus alrededores, bosques frondosos que configuran su simetra, y mantienen ocultos misteriosos parajes.

Fue en uno de ellos donde sucedi. En medio de una oscura y fra noche. El cielo estaba apagado, las estrellas, ocultas por taciturnas nubes que auguraban tormenta, se ocultaban en el espacio exterior, renegando de todo el legado potico que les hemos dedicado.

Solo una luz vacilante, que pareca diluirse por el ambiente, como un lquido sobre una fina pelcula; se distingua flotando entre los rboles, y la espesura exuberante de la flora gallega. Su tono rojizo imprima una sensacin de alarma en el entorno, pero no por el color, o su artificialidad ms que notoria, sino por la manera en que se dilataba, como un animal moribundo con espasmos.

La luz creca y creca a base de sacudidas, que iban acrecentando poco a poco su fulgor. Era extrao notar como se dispersaba de una forma totalmente abstracta, sin coherencia alguna, sin una pauta o una norma fsica.

Desde el retrovisor de un flamante coche deportivo una chica pudo ver esa luz, brotando como un fantasma, desde el interior del bosque. Fren poco a poco, con precaucin, sintiendo que solo al contemplarla sus nimos eran invadidos por una especie de angustia.

Muchos otros coches se fueron parando detrs de ella, quedndose sin tripulantes ante la escena de decenas de personas caminando como conjuradas, maravilladas de alguna forma, pero tambin atemorizadas, hacia la luz que brotaba a jirones, como brazos luminosos que iban rodeando a la creciente congregacin de conductores y conductoras que se paraban ante ese espectculo.

No se sabe porque entraron todos, sin excepcin, todos y cada uno de ellos, en el bosque. Por muy atrayente y maravilloso que pudiese ser un reclamo, siempre hay una parte, por ms grande o pequea que sea, de discrepancia, de desacuerdo. Entre todas esas personas debera haber alguien que no quisiese entrar, que se volviera al coche y huyera con una sensacin de desasosiego y de temor.

Pero nadie se fue.

Todos fueron entrando en el bosque, seducidos por esa luz vertebrada que se mova, se contorsionaba y flexionaba toda su masa en un incesante baile de esponjosidad reptiliana.

Las ramas y las hojas secas, destinadas a desintegrarse en el suelo, crujan bajo las pisadas de la sorprendida expedicin que se adentraba en el bosque, con curiosidad, con temeridad, y sin ningn tipo de precaucin.

No se daban cuenta que ah enfrente, a escasos metros de donde estaban, algo antinatural, algo espantoso, les estaba llamando con el insano espectculo que solo la ambrosa o los alucinantes hongos de Dionisio seran capaces de mostrar a la mente humana.

Y as, seducidos, alucinados y embelesados, fueron llegando uno a uno, hacia el interior de un claro donde esa luz rojiza era omnipresente y ni una sola sombra osaba plantarle clara.

Estaban todos tan maravillados, pisando ese rojo terreno que pareca un gigantesco grano irritado a punto de la erupcin, que no se dieron cuenta de las nerviosas llamas que crepitaban por todos lados, del fuego abrasador que quemaba los rboles o de las enormes e inexplicables grietas que se abran por todos lados.

Sus miradas no podan fijarse en eso, pues todas estaban posedas por una imagen contra la que nadie, ni la mente ms entrenada y fuerte, podra luchar.

Ah en medio, rodeado de llamas, haba un artefacto cuya construccin la ciencia humana no podra resolver. Era una mquina que se adivinaba incomprensible y extremadamente avanzada y compleja, pero, a la vez, simple y directa como su misma voluntad, y su engao. Pues, en una parte bien visible de su figura, resaltaba, con un aviso intermitente, la existencia de un mecanismo que cualquier ser humano poda identificar, con total claridad, como un interruptor.

Y a su alrededor, por toda su superficie lisa y perfecta emanaba esa luz sardnica, cuales tentculos cazadores de un kraken quimrico.

Pero lo ms espantoso era lo que habitaba en su interior…

Era un ser increblemente estrafalario, algo que desafiaba los lmites de la realidad. Ni la imaginacin ms morbosa o los ms negros instintos humanos representaban nada en comparacin a eso. A su lado toda invencin mortal era apenas una fbula. Todas las palabras del mundo, toda la literatura, era una mera insinuacin. Ni la ms larga historia mitolgica de nuestro mundo nos podra haber preparado para ese momento…

Nadie debera haber pulsado ese botn. Quiz, ahora, sus coches an tendran tripulantes…