LA PRINCESA QUE SE CONVIRTIÓ EN HIELO - II
Los últimos dos capítulos de este relato: “El hombre del libro”, “Los almendros de la Alhambra”
El hombre del libro
III- Abuelo y nieta, estuvieron un rato más sentados junto al fuego en la puerta de la cueva. Caía el sol, el frío aumentaba, el aire acariciaba helado y por los campos, todo parecía acurrucarse en el silencio. Dijo el anciano a la pequeña:
- Volvamos al cortijo nuestro, entre las rocas en el collado.
Y se levantó ella, le dio su mano al anciano y cuando ya bajaban por la senda hacia el valle de la hierba y dirección al cortijo, preguntó:
- Lo de la princesa convertida en hielo en los jardines de los palacios de
- Es una historia llena de mucha fantasía pero escucha lo que te digo.
Apretó la nieta su mano con la del abuelo, algo inquieta ella al oír lo que le había anunciado. Y sin más rodeos el abuelo dijo:
- Nosotros los humanos, muestras vidas y las cosas que vivimos, siempre somos y resulta complicado. Muchos son egoístas y oprimen, roban y maltratan a los demás. Algunos tienen poder y lo usan para sacar beneficio y los más humildes, con frecuencia sufren, callan y luchan intentando ser felices mientras buscar hacer alguna riqueza. Pero entre nosotros los humanos, siempre hubo y hay personas que sueñan. Que luchan no por conseguir riquezas materiales si no para vivir en profundidad sus sueños y las cosas que llevan en el corazón. Y esto de la princesa de hielo de los palacios de
Guardó silencio el anciano y la niña aprovechó para preguntar:
- ¿Qué verdad encierra?
- Que el ser humano, lo mejor de nosotros, somos parte y pertenecemos al mundo de lo eterno y bello. Por eso, morir por un sueño, en forma de hielo que luego será agua y después flor, luz y armonía, es lo mejor que en la vida puede sucedernos.
De nuevo guardó silencio el Anciano, también la nieta y siguieron bajando por la senda hacia el cortijo de piedra. Cuando llegaron la madre los acogió y, después de comer algo y lavar ella sus manos y cara en al agua calentita que la madre les había preparado, se sentaron junto a la chimenea. Aprovechó la nieta para preguntar:
- Lo que me has contado también me parece muy interesante pero ¿podrías explicármelo con algún cuento?
- Puedo y lo hago ahora mismo.
- Venga, empieza que te escucho.
Y el anciano sin más dijo:
- En el Albaicín, ese bonito barrio blanco que hay frente a
- Usted puede quedarse vivir, todo el tiempo que quiera, en la habitación derecha de esta casa nuestra. Su única ventana, da a
Dijo el hombre extranjero:
- Me gusta mucho esta casa, el jardín de su puerta, la habitación que me dais y la pequeña ventana que mira a
Y el hombre se instaló en la habitación, puso la cama cerca de la ventana para ver
- Lo de la princesa de hielo de
- ¿Y para qué investiga usted eso?
- Porque pienso que es uno de los acontecimientos más hermosos ocurridos en estos palacios.
- ¿Mucho más que las guerras y luchas internas entre los reyes y sus comidas y fiestas?
- Mucho más, sin comparación ninguna.
- Pues usted un día tendría que explicarnos esto.
- Os lo explicaré, con mucho gusto y lo dejaré escrito para que esta historia se conozca y se extraiga de ella toda la gran y hermosa verdad que encierra.
Y a partir de aquel día, el hombre extranjero siguió escribiendo en sus cuadernos y continuó investigando más y más en los palacios y todos los rincones de
La nieta, que había escuchado esta historia con la boca abierta y esperando ansiosa el desenlace final, en unos de los momentos en que el anciano guardó silencio, preguntó:
- ¿Y todavía tienes guardados esos cuadernos?
- En mismo baúl de madera.
- ¿Y qué es lo que se cuenta en ellos?
- Hay escrito en ellos las historias más hermosas que se puedan imaginar. La de la princesa de hielo de
Un más embelesada, la nieta miró al anciano y, después de un largo rato en silencio, de nuevo le preguntó:
- ¿Me llevarás algún día a esa casa del Albaicín y me enseñarás esos cuadernos?
- Te llevaré un día y te enseñaré aquello pero antes y, poco a poco, te quiero ir contando muchas otras historias escritas en esas páginas.
Los almendros de
IV- A los pocos meses de la historia de la princesa convertida en hielo, comenzó a llegar la primavera. En los recintos de
Justo a los pies de la torre donde la princesa había tenido su estancia, crecía un precioso y verde acebo. Y entre las ramas de este arbusto, antes de la llegada de la primavera, un mirlo hizo su nido. Mejor dicho: un mirlo, no fue una pareja. Pero el macho mirlo, más grande que la hembra y con el pico de color muy amarillo, comenzó a desgranar melodías fabulosas. Trinos dulces que resonaban durante todo el día, al caer la noche, de madrugada y al salir el sol. Las que habían sido amigas de la princesa que se convirtió en hielo, decían:
- Nunca antes un mirlo ha cantado por aquí con el vigor y dulzura con que lo hace éste que ahora oímos cada día.
- Y fíjate que este mirlo siempre canta a los pies de la torre donde vivía nuestra amiga.
- Desde luego que es algo mágico y, al mismo tiempo, bello. Porque parece como si este pájaro, de alguna manera, estuviera por aquí recordándonos la presencia de nuestra amiga la princesa.
Esto comentaban aquellas jóvenes mientras en los salones de los palacios, los reyes y sus generales, se pasaban el tiempo discutiendo y planificando guerras y batallas. También hablaban de intrigas y de amores y de envidias. Y como la primavera iba llegando, al poco de que los mirlos hicieran su primer nido entre las ramas del acebo, echaron sus flores los almendros. Allí mismo, cerca del acebo, un poco a la derecha y también a la izquierda y umbría abajo hacia las aguas del río Darro, crecían algunos de estos almendros. Se llenaron de flores blancas como la nieve y el aire se impregnaró de aromas. Tanto, que las personas que iban y venían por las orillas del río Darro hacia los huertecillos o a sus casas, al descubrir las flores de estos árboles, comentaban:
- Nunca antes por aquí se han visto tantas en los almendros de estas laderas.
- Si que es cierto. Este año parece como si algún misterio oculto estuviera presente por la umbría y bosque que, desde la Alhambra, cae para el río Darro.
Y aquel año y primavera, nadie llegó a saber ni por qué el mirlo hizo su nido y cantaba tanto en el acebo a los pies de la torre de la princesa ni por qué tenían tantas flores los almendros de la umbría. Tampoco nadie supo nada de esto al año siguiente ni al otro ni en los años que siguieron corriendo. Porque seguía pasando el tiempo y tanto en la Alhambra como en Granada y en el barrio del Albaicín, ocurrieron muchas, muchas cosas. Se fueron los habitantes de los palacios, murieron, nacieron, emigraron y llegaron otras personas y todo, todo fue avanzando en silencio. Sin embargo, en la umbría de la Alhambra, al legar la primavera cada año, los almendros florecían. Con la misma fuerza y frescura de aquellos días de la princesa de hielo.
Pero como con el paso del tiempo, casi siempre todas las cosas se olvidan, se olvidó también lo ocurrido con la princesa de la Alhambra. Tanto que, hoy en día, casi nadie conoce esta historia. Pero parece que el cielo, de alguna forma que los humanos no podemos entender, no olvida ni permite que el tiempo borre algunas cosas. Y por eso alguien o algo con mucho poder y grande, permitió que perviviera el recuerdo de aquella princesa. Y lo hace como siempre son las cosas valiosas y bellas: sin prisa, en silencio, ajeno a las personas y acontecimientos pero firme y cargado de misterio. Por eso, al llegar la primavera, cada año y ahora mismo, siguen floreciendo los almendros de la umbría de la Alhambra. Las personas que por estos tiempos fechas tienen la suerte de pasear por lo que ahora es la Carrera del Darro, pueden seguir viendo el espectáculo de los almendros florecidos. Muy pocos se fijan en esto y casi ninguno cree en la historia pero lo que digo es cierto. Los almendros siguen floreciendo en la umbría de la Alhambra, como emergiendo del tiempo y envueltos en el mayor de los silencios.