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romi
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El restaurador, los libros y la princesa

8 de Abril de 2012 a las 13:16

Bubok

El restaurador, los libros y la princesa

                     Relato en cinco pequeños capítulos

          El artesano y la princesa -I

La cueva y los libros -II

          Hablando de los libros -III

Las monedas -IV

          Los poemas -V

          I- El artesano y la princesa

          Vivía en una casita dentro del recinto amurallado de la Alhambra. En la parte alta que era y es conocida con el nombre de “Le Medina”. Lugar donde, por el lado de arriba de los palacios, había una pequeña ciudad formada por un numeroso grupo de familias. Casi todas estas familias eran trabajadores al servicio de los reyes y, los que no, cultivaban algún huertecillo, cuidaban jardines o tenían algún pequeño negocio de artesanía o alimentación.

          Él, padre de un solo hijo y con una mujer muy hermosa, trabajaba de jardinero. Los demás, decían eso pero él, siempre se defendía diciendo:

- Yo, de jardinero, jardinero, tengo poco. Solo riego y cultivo las plastas de estos jardines, corto de ellas flores de vez en cuando, recojo frutas de los árboles y abro y cierro acequias para que el agua empape la tierra. Si vosotros consideráis que esto es ser jardinero, es cosa vuestra.

- Hombre, jardinero titulado, no lo eres pero muchos comentan que eres bueno como persona y que cuidas con cariño a las plantas. Esto ya es algo.

Y el hombre, que nunca había querido destacar en su vida por nada, se quedaba satisfecho.

          Sabía leer y escribir, no mucho y por eso, por las tardes y muchas veces a la luz de una antorcha, enseñaba a su hijo. Le decía:

- Aunque como yo, nunca tengas títulos, saber leer y escribir, es cosa buena.

- ¿Y para qué podrá servirme en la vida?

- Para saber más cosas que otras personas. Los libros enseñan más de lo que piensas tú.

- Pero también enseñan las personas.

- Las personas, nos contamos cosas unos a los otros y de este modo se enseña y transmite la historia pero los libros, cuenta mucho más de lo que a veces sabemos las personas.

- ¿Y todo es verdadero?

- No todo pero sí que mucho, es cierto y bueno.

          Y el hijo, todavía bastante joven, se entusiasmaba con lo que el padre le enseñaba. Poca cosa pero sí lo suficiente para escribir algunas líneas y saber leer en los libros. Un amigo del padre que trabajaba en un taller de la Alhambra, le dejaba libros prestados y luego le decía:

- Que tenga mucho cuidado y no los rompa. Que los lea sin prisa y aprenda todo lo que ahí se dice y cuando lo termine, que me lo devuelva.

Se lo agradecía el padre, dejaba el libro a su hijo y éste lo leía cada vez con más entusiasmo. Hasta que un día dijo al padre:

- Si no fuera por lo que leo en estos libros, solo lo que por aquí me rodea y conozco, sería mi única sabiduría. Porque tú tienes razón: los libros son tan divertidos y enseñan tanto que sin ellos, ahora no sé como viviría.

          Y por esta circunstancia y el entusiasmo que día a día iba mostrando el joven por los libros, en una ocasión, el padre dijo a su amigo:

- ¿No podrías darle un trabajo a mi hijo en el taller dónde tú restauras libros?

- Hablaré con el jefe a ver qué dice.

Y el jefe, aquel mismo día, dijo:

- Que se venga mañana mismo y que empiece de aprendiz, luego, ya veremos.         

Y al día siguiente el joven ya estaba trabajando en el pequeño taller de la Alhambra donde se restauraban libros. Y, desde el primer momento, mostró tanto interés por su trabajo que no solo reparaba lo que el maestro le daba sino también, en los ratos libres, se ponía y leía todo lo que podía. Casi todo lo que caía en sus manos. Y como se entusiasmaba más y más cuanto más leía, comenzó a decirle al maestro:

- Los libros enseñan tanto que sin ellos ciertamente que sería pequeña la vida. Como un día me falten, me sentiré muy desgraciado.

          Una de las princesas que en aquellos días vivía en la Alhambra, era muy amante de la poesía. Cada día, ella escribía un pequeño poema, en hojas sueltas de papel crema. Y guardaba estos poemas con tanto esmero que un día fue al taller de los artesanos, saludó al maestro y al ver al joven, se fue directamente a él y le dijo:

- Me han dicho que a ti te gustan mucho los libros. ¿Es cierto?

- Sí que me gustan mucho.

- ¿Y la poesía?

- También leo, de vez en cuando y algunas veces, hasta escribo algunos versos.

- Pues mira, aquí traigo conmigo el mayor tesoro de mi vida.

Le mostró las hojas donde tenía escrito su colección de poemas y le dijo:

- Y los traigo para que me hagas un libro bonito, con una tapa en seda verde y el lomo en tela color oro. Porque también me han dicho que eres un gran artesano.

- Quizás no tanto pero hago lo que puedo, según me enseña mi maestro.

          Cogió el joven, de la mano de la princesa, las hojas que ésta le daba y en ese momento de nuevo ella dijo:

- Y de paso, como eres tan amante de la buena literatura, puedes leer los poemas que quieras porque me gustaría oír tu comentario.

Sintiéndose muy honrado, el joven aclaró:

- Gracias princesa. Es un honor para mí hacer un libro con tus poemas y más honrado aun me siento, permitiéndome que lea tus versos. Pondré, en una cosa y otra, mi mayor interés y respeto.

- Eso es algo bueno porque a mí también me interesa mucho la opinión de personas jóvenes y buenas como tú. ¿Cuánto tardarás en tenerme el libro terminado?

- Si el maestro me da permiso, ahora mismo me pongo con ello y, si no ocurre ningún imprevisto, en tres día todo estará terminado.

          Y el maestro, como trabajaba a las órdenes del rey, le dio permiso al joven para que dedicara todo el tiempo solo al libro de la princesa. Se puso éste con el trabajo, pegó las hojas, reforzó el lomo, preparó las tapas y la tela para la cubierta y el lomo, dejó que la cola se secara y al día siguiente, continuó con el trabajo. Entre paso y paso y mientras la cola iba endureciendo, leía algunos poemas y así, al tercer día, volvió la princesa. Le entregó el joven su pequeño libro de poemas, cuidadosamente encuadernado en tela de seda verde y oro y al verlo la joven, dijo:

- Ha quedado mucho más bonito de lo que yo había imaginado. Hoy tengo prisa porque me esperan mis padres pero no olvido que te di permiso para que leyeras mis poemas. Quiero que me digas qué te parecen pero en otro momento. También otro día te haré un bonito regalo por este tan especial trabajo que me has hecho.

La princesa le dio un beso al joven, agradeció una vez más lo que había hecho con sus poemas, salió del taller y se fue a las torres de los palacios.

          Pasaron los días y, aunque el joven no la olvidaba y en todo momento esperaba que volviera para comentar con ella lo que le habían parecido sus poemas, la princesa no volvió más por el taller de los artesanos. Sí un día, casi un año después, el capataz de los trabajadores de la Alhambra, dejo al padre del joven:

- El rey, ha comprado ovejas y tierras en las montañas al levante de estos palacios. Necesita un pastor y ha pensado que nadie podría serlo mejor que tú.

- ¿Qué significa eso?

- Significa que a partir de mañana, tu trabajo como jardinero en estos rincones de la Alhambra, se acaba. Prepara las cosas y con tu mujer y tu hijo, dentro de unos días, te marchas a las montañas que te he dicho. El rey necesita que le cuiden su rebaño y tú eres un hombre bueno y de su entera confianza.

- Pero ¿y mi hijo?

- ¿Qué le pasa?

- Está aprendiendo un oficio y es feliz entre tantos libros.

- Que se lleve uno y lo lea mientras va por el campo detrás de las ovejas.

          Y el hombre no discutió con el capataz porque sabía que en casos como éste, era mejor someterse y hacer caso a lo que el rey ordenara. Por eso aquella misma noche, dio la noticia a su mujer y al hijo, cuando volvió del trabajo en el taller. Le dijo:

- Tenemos irnos lejos de estos recintos de la Alhambra.

- Marcharnos ¿a dónde?

Le explicó el padre todo con detalle. Escuchó el joven atento y cuando concluyó diciendo:

- Y por los libros no te preocupes. Me han dicho que puedes llevarte uno para leer cuando vayas por los campos con las ovejas.

- Pero padre, la fuente de sabiduría que aquí entre tantos libros tengo, la perderé por completo. Creo que nunca podré acostumbrarme a ir por los campos con un solo libro para leer a lo largo de toda mi vida. ¿Tú sabes lo triste que va a ser para mí eso?