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Foro para escritores de Bubok

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lugoreanat
lugoreanat
Mensajes: 2
Fecha de ingreso: 17 de Mayo de 2012

Para empezar...¡ Hola a todos!

18 de Mayo de 2012 a las 16:03

Paseandome por este foro he descubierto gente que escribe muy bien, cosa que a mi me encantaría llegar a conseguir.

La cuestión es que tengo empezada una novela y tengo muchas ganas de terminarla, pero he entrado en esa etapa, en la que las dudas empiezan a asaltarme.

Si a alguno de vosotros le apetece leer el principio, voy a mostrarlo a continuación y acepto cualquier crítica y cuantas más mejor.

Se trata de una novela con trama policiaca, y podría decirse que también con una pizca de enredo.

Gracias.

Lugore Anat

-¿La tienes?

-¿Y tu? ¿Tienes la pasta?

-Pues claro. ¿Te he dejado alguna vez a deber algo?

-No, pringao. Por que yo no fío. Si no hay pasta, no hay mercancía. A ver…20…30…35…

-¡Joder tío, está todo! ¿ Dámela ya!

-Ten. Es la mejor que hay. Yo solo llevo de lo mejor. ¿Quieres coca?

-De lo mejor… ¡Y una mierda! Y no, no quiero coca. Con la porquería que me metes ya tengo suficiente.

-¡Vale, pringao!. No te engoriles…¿Quieres anfetas? ¿krack?

-¡Que no! Pesado de los cojones. Cuando quiera más hierba ya te llamaré.

-¡Vale! Cuando quieras ¡Ya sabes…de lo mejor!

-¡Que te den…!

En el callejón casi no hay iluminación y cuando empieza a oscurecer es buen sitio para los trapicheos. A pesar de esto, no es un lugar conflictivo y durante la noche es tranquilo.

Ron, camello de poca monta salió del callejón camino hacia la avenida para seguir con su ruta de venta y Albert se dirigió hacia la furgoneta de reparto que conducía diariamente. La había dejado a unos diez metros más arriba del mismo callejón, delante de la puerta de entrada de mercancía del supermercado y cada noche debía guardarla en un garaje situado a tres calles de allí, en el lado este de la ciudad.

Encendió un cigarrillo de hierba, de los que ya llevaba preparados, arrancó y tiró callejón abajo.

-¡Hostias!

Tuvo que dar un volantazo que casi le hizo chocar contra la pared de la izquierda para no llevarse por delante al mendigo que salió de entre los contenedores y además, al maniobrar, la furgoneta dio un salto. Había pasado por encima de algo que hizo que su cabeza golpeara con el techo y el cigarro se le cayera de entre sus dedos.

Frenó en seco, recogió el cigarrillo y miró a través del retrovisor izquierdo.

¡Mierda, mierda, mierda!

Pisó el acelerador y se marchó de allí cagando leches.

                                             

                              

 

-Vamos a ver. ¿Dónde está el fiambre?

-Inspector Jacobson, no hay fiambre. Bueno…si…no…

-¡Aclárate! Estoy muy cabreado. Me duele mucho la cabeza y me han hecho venir hasta aquí cuando estaba a punto de terminar mi turno porque un cadáver impertinente ha decidido joderme la noche. Así que no me toques las pelotas con adivinanzas. ¿Tenemos a un tieso o no?

-Inspector, estaba muerto pero los de la ambulancia dicen que respira…

¡O sea, que estaba muerto pero ahora ya no! Es decir…¡que tenemos a un puto zombi! ¡Vamos agente! Y yo soy el hijo secreto del monstruo de Frankenstein y tengo su churra en casa, en un bote con alcohol como único recuerdo que pudo dejarme.

-No, no digo que sea un zombi. Cuando los basureros llamaron pensaron que estaba muerto, pero parece que aún vive. Según el médico de la ambulancia, no entiende cómo puede seguir respirando.

¡Ya, ya, ya! Déjelo agente. Ya voy a ver qué coño está pasando. ¡Ah! y tendré cuidado de no darle la espalda…no sea que el cabrón me muerda el culo. 

El agente se separó para continuar recopilando datos con cara de resignación, ya estaba acostumbrado a ser el blanco de las mofas entre sus compañeros, pero se le hizo extraño que le hablase  así el inspector.                                                                                                                                                                                         A A unos seis metros se cocía todo el cotarro. Estaba la ambulancia y sus tres miembros como personal sanitario, un agente junto a ellos tomaba notas y otro iba de un lado a otro, disparando con su cámara fotográfica a todo lo que creía conveniente.

-¡Inspector Jacobson!

El agente Roberts se percató de la llegada del inspector, levantando su block y con movimientos rápidos en el aire le apremiaba a que se diera prisa.

Había un hombre tumbado en la camilla, los sanitarios le habían colocado un collarín, unas gasas en la cabeza, una vía en el brazo por la que ya le suministraban suero y además lo tenían sujeto a la camilla con unas correas para evitarle el máximo de movimiento durante el traslado al hospital.

-Soy el médico y estábamos a punto de marcharnos, tanto si llegaba usted o no a tiempo. Este hombre está inconsciente y muy mal.

Mientras, los enfermeros ya estaban metiéndolo en la ambulancia.

-Nos lo llevamos al Santa Fe. Mañana por la mañana ya podrá pedir los informes pertinentes.

-Está bien. Márchense.

-El médico se metió en la parte trasera de la ambulancia y mientras cerraba la puerta uno de los enfermeros la puso en marcha y la encaminó hacia el hospital. No encendería la sirena hasta unos minutos después, cuando se mezclaron entre el tráfico.

-¡Espero que hayáis hecho una buena batida del terreno, agentes! Quiero todo en mi mesa para mañana antes de las cuatro de la tarde, notas, fotos, objetos, declaración de los pocos mirones que hay por aquí y cualquier cosa que hayáis encontrado. Todo.

-Por cierto, Roger… ¿qué lleva en esa bolsa?                                             

-Son un montón de folletos. Estaban esparcidos cerca del hombre.

 Roger ya estaba en guardia esperando algún comentario por parte del inspector con el que sus dos compañeros le tomarían el pelo. Pero esta vez no hubo mofa, a Jacobson se le había acabado su ironía. Se le notaba cansado.

-Agente Terry, ¿Los fotografió antes de que Roger los recogiera?

-Si inspector. Mañana tendrá el disco con todas las fotografías.

-Bien… Roger… el hombre… ¿Tiene nombre? ¿Has recogido su documentación?

-No señor. No llevaba la cartera encima y no sabemos quien es. Por eso he embolsado los folletos y unas fichas de datos con un logo de empresa que tenía cerca de él. Es posible que sean suyos.

Roberts se dirigió al inspector y le comento;

-Inspector, esto tiene pinta de robo. A lo mejor se resistió, le golpearon reiteradamente para reducirle y se llevaron el billetero con el dinero, las tarjetas de crédito y la documentación. En un bolsillo del pantalón tenía las llaves, supongo que de casa. Ninguna era de automóvil.

-Es una hipótesis. Venga, marchémonos ya. Ya tengo bastante por hoy.

-Está bien, inspector. Hasta mañana. –Dijo Roberts.

Y los cuatro hombres se despidieron.

Roger y Terry se fueron juntos en el mismo coche patrulla y Roberts  se marchó solo.

El lugar ya le era familiar, lo tenía bastante visto desde antes de esos momentos. Reconocía aquel largo callejón, los contenedores de basura cada tres portales, las entradas traseras de algunos comercios, aquellos edificios de cuatro plantas, la mayoría de ellos con azotea… Era muy tarde y necesitaba descansar.

 

 

 Las cortinas ya estaban abiertas y un rayo de sol le abofeteó en la cara obligándole a despertar.                                       

Martín Post deslizó su pierna derecha primero hacia fuera de la cama y luego la izquierda y una vez sentado apoyó su pie derecho en la alfombra, luego el otro, se puso derecho y se desperezó con todas sus fuerzas. Salió de la habitación y aún medio dormido se dirigió al baño. Un ligero aroma a café se mezclaba con el del pan tostado que subía de la cocina desde el piso inferior, además del sonoro trajín de platos.

Ya en el baño, Martín vio su rostro reflejado en el espejo, sus cuarenta y cinco años ya comenzaban a darle cuenta de que ahí estaban. Su cabello castaño empezaba a dejar entrever unas incipientes entradas, sus patillas acumulaban el mayor número de canas y el resto de éstas, aunque en menor cantidad, andaban repartidas por su cabellera. Su piel clara denotaba un aspecto más bien pálido y sus ojeras eran bien visibles.

Pensó que una buena ducha y un buen afeitado harían el milagro, el milagro de tornar su aspecto cansado en algo más fresco y relajado.

Se metió en la ducha, abrió el grifo, graduó el agua y dejó que ésta le cayera por encima.

-¡Oooh, aaah,! –Qué a gusto se estaba bajo el agua, y comenzó a enjabonarse. Cabeza, cuello, torso…Pero poco a poco su piel empezó a notar más calor del que él había elegido e intentó bajar la temperatura. Enseguida se dio cuenta de que el grifo iba a su aire y el agua ya ardía.

-¡ Aaaah! ¡Maldita sea! ¡Me estoy cociendo!

Desesperado, no atinaba a alcanzar el grifo para cerrarlo .Tenía los ojos llenos de jabón y le escocían. El agua caliente, calentísima le salpicaba y mientras él lanzaba toda clase de improperios hacia el descontrolado y maldito grifo. Como pudo, a ciegas y resbalando logró salir de la ducha y coger una toalla para secarse el jabón de la cara y una vez hecho advirtió que su piel había adquirido un color rojizo tipo cangrejo, lo mismo que cuando se quedo dormido en la playa el año anterior. Entonces se pasó toda una semana en pantalón corto y sin salir de casa ya que no podía ni ponerse una camiseta debido a lo quemado que estaba y lo siguiente fue perder la piel a tiras cual serpiente en época de muda.

 Logró acceder al grifo del agua desde fuera de la ducha y al final tuvo que aclararse el jabón que le quedaba en la cabeza y   en el resto del cuerpo con agua fría. Ya no osó tocar el regulador de la caliente.

Después del afeitado se percató de que sus ojeras seguían allí, bajo sus ojos de color miel, impasibles, desafiantes y advirtiéndole de que ellas ganaban e iban a irse cuando les diera la gana. Así que pensó que si rebuscaba en el armario de cremas y potingues de su esposa a lo mejor encontraba algo que le ayudara, por lo menos a disimularlas.

Por primera vez se dio cuenta de la cantidad de botes, espray, tubos pequeños, más grandes y recipientes de todas las formas y colores posibles que habían con contenidos en cremas, líquidos, polvos y texturas aún desconocidas por él albergadas en aquel armarito blanco y después de remover todo aquel arsenal químico no fue capaz de decidirse por nada de lo que pudiera creer que le ayudaría a enmascarar aquel amenazante color oscuro que sostenía a sus párpados inferiores.

-Resígnate, es lo que hay. –Masculló entre dientes. Y envuelto en su albornoz regresó a la habitación para elegir en su vestidor qué camisa y traje se colocaba.

Podía elegir entre la camisa blanca, la otra blanca, una tercera blanca, aunque un poco grisácea de tantos lavados y otras tres más también de color blanco y después de dudar acabó por escoger la blanca.

Con el tema trajes lo tenía un poco más fácil ya que nada más tenía tres y se trataba de escoger entre el azul marino, el azul marino o el azul marino.

-¡Qué diantre! -Exclamó-

-Hoy me pongo el azul y la corbata…la lila, si la lila está bien.

El suave olor del desayuno le había abierto el apetito y bajó a la cocina.

 

 

Jacobson por fin llegó a casa aquella noche. Tuvo suerte y pudo aparcar delante mismo de su portal. Su plaza de garaje era más bien justa para su coche y debía de maniobrar para dejarlo en ella; así que si podía prefería aparcar en la calle.                 

 Vivía en un edificio de cinco plantas, situado en la parte oeste de la ciudad  y en el cual todos los apartamentos eran de alquiler  y cómo era relativamente moderno contaba con ascensor, cosa que junto con el hecho de le quedaba bastante  cerca de  la comisaría, fuera motivo definitivo para mudarse allí.

Nada más entrar encendió la luz y se dirigió a la cocina. Allí, en el mueble bajo, junto al frigorífico tenía los analgésicos. No abusaba de ellos pero los consumía a menudo. El estrés y los largos horarios que tenía que soportar en su trabajo le acababan por pasar factura, pero a pesar de todo le gustaba lo que hacía y lo llevaba viviendo desde hacía veintinueve años.

Sus casos no habían sido grandes e importantes, no eran famosos casos ocurridos, dentro de lo que podía pasar en aquella pequeña ciudad, ni habían sido mediáticos y populares como otros que algunos de sus compañeros habían atendido y él lo prefería así. Había ido ascendiendo en el cuerpo de policía poco a poco desde que entró como simple agente y pateándose las calles .A base de estudio y exámenes adicionales logró escalar puestos y llegar a inspector.

Le gustaba realizar el trabajo de campo, aparecer en el lugar de los hechos y sentir el ambiente que se palpaba in situ.

Conocía a la mayoría de delincuentes, prostitutas, vagabundos y otros personajes de la ciudad y éstos a su vez le respetaban, no por miedo, sino porque sabían que detrás de su apariencia dura había un hombre legal y que igual que podía hacer que les condenaran también podía entenderles y ayudarles en algún momento. Sabían que era honrado y nunca se le relacionó con ningún caso de corrupción dentro del cuerpo.

Cogió un botellín de zumo de naranja del frigorífico y dio un trago después de meterse un par de píldoras en la boca, salió de la cocina y fue hacia el salón. La luz proveniente de las farolas y neones de la calle se colaba a través del ventanal y se atenuaba al atravesar les cortinas. En una mesita auxiliar junto al sofá había una lamparita sencilla con forma de seta de color grafito que al encenderla iluminaba de manera suave y con baja intensidad, cosa que a él le gustaba y le reconfortaba a esas horas de la noche. Se quitó la chaqueta y la colgó en el respaldo de una silla, de su costado izquierdo cogió su revolver y a la vez que se recostaba en el sofá lo metió debajo de éste de manera que quedase escondido. Fue tomando poco a poco el zumo mientras iba repasando mentalmente su estancia en el callejón. Era un ejercicio que hacía antes de ponerse a dormir, después de haber abandonado el lugar del suceso, para retener en su cerebro cómo si de una cámara de video se tratara, la mayor parte de imágenes y detalles posibles del momento.

Mientras terminaba de beber el botellín sus ojos se toparon con la fotografía que estaba junto a la lamparita. Era inevitable; consciente o inconscientemente siempre acababa por fijarse en ella, por escrutar sin darse cuenta cada día a aquellas tres personas entrelazadas, sonrientes, relajadas y felices que aparecían dentro de aquel marco de plata.

Sus parpados comenzaron a pesarle demasiado y terminó por dormirse allí mismo, en el sofá, como tantas otras noches.

 

 

Tania se hallaba en el jardín, revisando sus preciosos y preciados rosales blancos.

Realmente los tenía fantásticos, los mimaba y atendía todo el año y ellos se lo agradecían con rosas enormes, emanando su delicioso perfume que podía olerse en varios metros a la redonda. No en vano Tania era admirada y envidiada por sus vecinas por ello.

Cuidaba su jardín como si le fuera la vida ello, es más, si hubiese tenido hijos lo más probable es que no les hubiera prestado la misma atención. Su instinto maternal brillaba por su ausencia y nunca había entrado en sus planes criar mocosos. Era demasiado egoísta y egocéntrica. Necesitaba ser ella, solo ella y gastaba más de lo que debía para poder aparentar un estatus social que se sostenía de un hilo muy fino y que podría quebrarse en cualquier momento.

Su media melena rubia relucía con los primeros rayos de sol de la mañana y sus gafas de Yves Saint Laurent protegían sus preciosos ojos azules.

Compraba artículos de marca pero lo hacía de rebajas y frecuentaba las tiendas Out Let sin descartar los caprichitos de Zara, Massimo Dutti o daba igual de dónde, bastaba con que lo visto le gustara.

Oyó el ruido de la puerta de la casa contigua, la adosada a su derecha. Era la Sra. Braun que salía. Tania surgió de entre sus rosales y se dirigió a su vecina.

-Sra. Braun, a usted quería yo verla…o encierra a su maldito gato o cuando le pille entre mis rosales le meteré un tapón en el culo.

-¿Y por qué está tan segura de que es mi gato el que entra en su jardín? Hay más gatos en el barrio.

-Sra. Braun, no hay ningún otro bicho tan gordo como el suyo por aquí y hoy le he visto colarse entre la valla hacia su casa. Así que no me equivoco de engendro.

-Tenga cuidado Sra. Post. Si a mi Freddi le pasara algo se las verá conmigo.

-No, cuídese usted de que yo no vuelva a encontrarme otro cagarro gigante de su feo Freddi entre mis plantas.- Le gritaba Tania mientras la Sra. Braun se marchaba calle abajo.

Tania Austin, de soltera y actualmente Tania Post advirtió que el sol comenzaba a molestar y pensó que era mejor aparcar sus tareas botánicas. Ya regaría por la tarde. Guardó sus herramientas en la pequeña caseta de obra que hizo construir en un rincón del jardín junto al muro izquierdo y entró en casa.

-Lucía. – gritó desde la entrada.­­- ¿Me sirves un café? Me lavo las manos y voy a la cocina. – Continuó.

 

 

 Lucía González, mejicana y con paciencia infinita.

Trabajaba para los Post desde hacía dos años, a la señora se limitaba a aguantarla pero al señor…bueno, al señor le tenía cariño, lo mimaba como a un hijo, como al hijo que dejó a cargo de su hermana allá en Reynosa.

Madre soltera, residía en un pueblo en el que las perspectivas de trabajo y una buena educación para su hijo no existían. Decidió que lo mejor era buscarse la vida cruzando la frontera, aunque para ello tuviera que hacerlo sola. Su hermana mayor aceptó cuidar de su sobrino a cambio de que la manutención no fuera toda cargo suyo, pues tampoco contaba con holgura económica.

Lucía prometió a su hijo que su sueño de entrar en la facultad de medicina se haría realidad.

Era un muchacho ejemplar, inteligente y aplicado. Al terminar la escuela primaria con doce años Lucía decidió dejar aquel pueblo e ir a Reynosa con su hermana, ésta era viuda y sus dos hijas ya estaban casadas y no vivían el la ciudad, así que en la pequeña casita cabrían los tres. Allí inscribió a Diego en un centro para cursar los estudios de secundaria, ella encontró un trabajo y todo fue bien hasta que Diego muy seguro de sí mismo y mirando a su madre a los ojos le dijo…

-Mamita. Un día seré doctor y te sentirás orgullosa de mí.

Lucía sabía que Diego era capaz de eso y más pero para sus estudios necesitaría dinero. Aunque consiguiera una beca no sería suficiente.

-Hijito mío, yo ya estoy orgullosa de ti.- Lucía entonces supo que debía marcharse de Reynosa y conseguir un mejor sueldo con el que poder pagar los estudios universitarios de Diego.

-Buenos días, bello durmiente.- Tania saludó a Martin con tono socarrón.

-Buenos días lo serán para ti. ¿Tú sabías que el grifo del agua caliente de la ducha está estropeado?

-¿Cómo que está estropeado? Ayer, por la noche, antes de acostarme, me di una ducha y todo estaba bien.- Tania se sentó a la mesa frente a Martin para tomarse el café que Lucía le sirvió.

-Pues esta mañana no, no estaba bien. Así que si tienes un momento a lo largo del día, entre amiga y amiga, tienda y tienda y descanso y descanso, vamos…si no es mucho pedirte ¿podrías llamar a algún fontanero para que lo arregle?

-Vaya, vaya…pero, qué simpático te has levantado esta mañana.

Martin. Hace un día estupendo. El sol luce estupendo. Mis rosales están estupendos. Mi humor es estupendo. Lucía te ha preparado un desayuno estupendo. El día promete estupendo.

Cariño, relájate un poco ¿quieres? Y no te preocupes. Buscaré a un fontanero estupendo para que tu próxima ducha sea estupenda.

-Por favor, Tania. Guarda tu sarcasmo para otro momento. Esta mañana no me veo capaz de seguirte. Me conformo simplemente con que consigas a un estupendo lo que sea pero que haga que no me vuelva a achicharrar en la ducha. Las demás “estupendeces” ahora mismo ni me van, ni me vienen.

Lucía veía, oía y callaba, como siempre. Seguía fregando y recogiendo cacharros en la cocina. Su trabajo se destinaba a llegar temprano a la casa, preparar el desayuno, limpiar, recoger, hacer la compra, preparar la comida del mediodía y dejar algún refrigerio para la cena. Comía en casa de los Post y sobre las 15 h. se marchaba. Lo hacía de lunes a viernes, libraba los días festivos y normalmente el mes de julio se lo tomaba de vacaciones.

 -Está bien, Martin. Haré que lo reparen. Preguntaré en la ferretería. Fue de allí de donde me enviaron a quien cambió el grifo del jardín. Supongo que seguirán contando con personal para estas cosas. Por cierto, buscaré, a ver si aún guardo la tarjeta por algún lado y si no es así, me acercaré personalmente.

 Martin terminaba de tomar su desayuno a la vez que ojeaba el periódico que Lucía le había traído por la mañana como cada día. Oía que Tania no dejaba de hablar pero él realmente no se estaba enterando de nada de lo que decía, simplemente porque no le estaba prestando atención, pues estaba más interesado en su diario que en escuchar la cháchara de Tania.

-¡Ah!. He vuelto a discutir con la Sra. Braun. Estoy hasta las narices de ver a la monstruosa bola de pelo y sebo que tiene como gato rondando por nuestro jardín. –Continuaba Tania-

Se está engordando tanto que un día se va a quedar atascado entre la valla al intentar pasar por ella, aunque no sería yo precisamente quien le rescatara.

 He de hacer algunas compras. ¿Quieres que traiga algo? ¿Martin? ¿Martin?

Martin terminó de tomar su café.

-¿Martin? ¿Has oído algo de lo que te he dicho?

- Tania, a duras penas si me he enterado de lo que estaba leyendo .No has dejado de hablar desde que has llegado.

-Martin, tu como siempre a lo tuyo.

Lucía entró en la cocina y vio que Martin recogía su diario y se levantaba para marcharse.

-¿Ha terminado ya, señor?

-Si, gracias Lucía .Estaba muy bueno, como siempre.

-Gracias señor.

 Lucía acabó de recoger la mesa mientras Tania también se levantaba y salía de la cocina .Fue hacia el salón para buscar en el mueblecito donde estaba el teléfono. Removió dentro de uno de los cajones donde solían guardar las tarjetas con direcciones y números de teléfonos

Intentaba localizar la de la ferretería y entre todas las que tenía allí dentro ésta no aparecía.

-Bueno, pues aquí no está. De todas formas he de salir. Pensaba Tania.

Martin apareció en el salón y se acercó a su esposa. Estaba preparado para marcharse a trabajar.

-He de marcharme. Hoy pasaré el día en la oficina. Tengo que organizar la próxima ruta de visitas y poner en orden algunas fichas de datos procuraré no llegar muy tarde.

-Está bien, Martin. Hasta luego. – le contestó Tania mientras recibía de su esposo un beso en la frente.

Martin decidió coger el coche aquel día, ya que como trabajador en la empresa ésta le proporcionaba una plaza de parking gratuita en el edificio y naturalmente prefería su coche al transporte público. Bajó al garaje por la escalera interna de la casa, se metió en su Ford color plata, accionó el mando a distancia que abría el espacio de valla para el coche y salió de casa dejando que la reja se cerrara automáticamente tras su marcha.

 

 

 Le despertó un ruido y lo primero que vio delante de él fue la lamparita de color grafito. Aún estando medio dormido se percató de que estaba apagada y él no recordaba haberlo hecho.

Agudizó el oído y enseguida se dio cuenta de que había alguien más dentro del apartamento, concretamente en el estudio.

Su corazón comenzó a latir más aprisa. Metió la mano bajo el sofá, cogió su revolver y le quitó el seguro. Se incorporó y comenzó a caminar de la forma más sigilosa posible hacia la estancia. Los sonidos seguían escuchándose, él asía el arma con las dos manos y con los brazos estirados por delante de su cuerpo. Sentía palpitar su corazón dentro de su propia cabeza, en sus sienes.

Al llegar a la puerta del estudio, ésta estaba entornada y sin pensárselo dos veces se colocó frente a ella a la vez que le daba una estrepitosa y seca patada  para abrirla quedándose él plantado en la entrada, empuñando y apuntando al frente su revolver.

Un grito agudo, ensordecedor e histérico se clavó en sus oídos antes de que su mente captase total y nítidamente la imagen de aquella mujer ojiplática, con el rostro más que blanco, diríase que transparente y además desencajado. Aquella menuda mujer estaba allí delante, paralizada en medio de un charco de líquido color verde, líquido que a su vez le chorreaba falda a bajo, recorriéndole por las piernas hasta los pies.

-¡Por Dios, Alice! ¡Pero…! ¿Se puede saber qué haces aquí? ¡Me has dado un susto de muerte! ¡He estado a punto de dispararte!- le gritó Jacobson-

Alice aún no había reaccionado. Seguía allí en pié mirando al inspector y sin poder articular palabra.

-Alice…Alice…-Jacobson se acerco a ella y cogiéndola por los hombros intentó calmarla.-

Alice comenzó a recobrar el color de sus mejillas. Su expresión parecía relajarse pero de pronto, cuando tomó consciencia de lo sucedido se sacudió las manos del inspector de encima de sus hombros y mientras le miraba a los ojos le espetó:

-¿Que yo le he dado un susto de muerte? ¡Pero…si ha sido usted quien me ha apuntado con su pistola!

En ese instante Jacobson se dio cuenta de que sus calcetines estaban impregnados de aquel líquido verde y oloroso. A la pobre Alice con el sobresalto se le cayó el bote mientras lo estaba echando en el agua del cubo para fregar el suelo y ahora los dos estaban rodeados y pringados de gel limpiador.

Asió con delicadeza el brazo de Alice para hacerle salir de allí y acompañarla hasta el salón. Quería tranquilizarla y con mucho cuidado salieron, pero no sin antes dar algún que otro resbalón.

Se sentaron en el sofá para tomar el café que preparó Jacobson y para aclarar lo que había pasado.

-Alice. Hoy no te esperaba. Se supone que debías venir mañana.

-Inspector, le llamé al teléfono móvil y le dejé un mensaje y el mismo mensaje se lo dejé también en el teléfono de casa. Contactar con usted es complicado y además no escucha su buzón de voz. Debía de venir mañana, pero he de ir con mi hijo al oftalmólogo, así que he venido hoy a limpiar para no acumular tantos días seguidos sin hacerlo.

-Lo siento, Alice. Ayer llegué tarde a casa y no se me ocurrió escuchar el contestador. De verdad, siento haberte asustado.

-Ahora lo que más me fastidia es la que se ha organizado en el estudio.-se lamentaba Alice- Me va a costar trabajo recoger todo ese jabón que se ha desparramado. Desde luego inspector, hoy si que va a quedar limpio de verdad el suelo.

Jacobson lanzó una mirada interrogativa a la vez que divertida a Alice y los dos terminaron por reírse al recordar la situación.

 

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jpiqueras
Mensajes: 2.805
Fecha de ingreso: 9 de Julio de 2009
  • CITAR
  • 18 de Mayo de 2012 a las 19:30

Personalmente no soy demasiado partidario de poner textos en los hilos. Eso por una parte.

Por otro lado me gusta utilizar diálogos en mi narrativa. Pero lograr que un diálogo nos ponga en situación, que nos dé pistas sobre la naturaleza de los personajes, que nos guíe por una historia requiere una experiencia y una maestría que hay que adquirir con la práctica y con el tiempo, aunque sea sobre una habilidad innata para la narración.

Y tercero, dejando de lado que el guión largo (—) es más adecuado para los diálogos, creo que merecería la pena que te leas atentamente el texto y le des un pequeño repaso de chapa y pintura, como dicen algunos por aquí.

No sabría decirte el qué exactamente, pero hay algo mejorable. Y recuerda que en los diálogos es necesario, de vez en cuando, dar alguna pista que permita diferenciar con claridad quién es el que habla en cada momento.

Alguna cosita más.
Sólo los mutantes miran a través de los retrovisores.
Cuidadín con los puntos suspensivos. Cuando veas más de uno seguido mira de buscar si son necesarios o están ahí de verdad por necesidad. Me refiero a ese:  "Bueno…si…no…"
Asegurate de la coherencia en los tiempos verbales: “El agente Roberts se percató de la llegada del inspector, levantando su block y con movimientos rápidos en el aire le apremiaba a que se diera prisa.”
Y no sigo por que con lo de los enfermeros, el cotarro, el médico y la ambulancia ya he tenido suficiente. Quiero decir que no me ha enganchado lo necesario. Hay que lograr que, aparte de los giros y los exabruptos y de los sitios comunes de argot, nos guste como está narrada la historia. Si no no logrará engancharnos.

lugoreanat
lugoreanat
Mensajes: 2
Fecha de ingreso: 17 de Mayo de 2012
  • CITAR
  • 19 de Mayo de 2012 a las 14:22

En primer lugar quiero agradecerte el tiempo que te has tomado para comentar mi texto. Está claro que he de modificarlo si quiero llegar a enganchar al lector con mi historia. También me has hecho ver los fallos de expresión, y que la idea que yo tenía de contarla, de la manera más ágil posible no está bien realizada.

Muchas gracias por tu comentario, J.Piqueras.

Por otro lado, parece ser que que he colocado el texto en lugar equivocado y me gustaría saber cual es el sitio indicado para hacerlo.

Para terminar, ¿hay alguien de vosotros que sí, que haya leído el texto entero.? Quisiera saberlo para hacerme a la idea, de si después del accidente me bastará con arreglo de chapa y pintura , como me aconseja jpiqueras, o el asunto ha llegado a siniestro total..

Gracias y un saludo.

Lugore Anat.