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romi
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El zorro, la campesina y la princesa

21 de Junio de 2012 a las 13:15

Foto: 228- EL ZORRO, LA CAMPESINA Y LA PRINCESA 
Relato en cinco pequeños capítulos III, IV

3- La princesa y el zorro
- ¿Quién te ha tratado mal?
Preguntó la muchacha al zorro.
- La princesa de las trenzas negras. 
- ¿Una princesa que vive en la Alhambra?
- Ella y los que le rodean, dicen que es princesa pero conmigo no ha sido buena. Yo un día pensé que todas las princesas del mundo, por el hecho de ser princesas, deben ser mejores que otras personas. ¿Y sabes? Lo que más me duele ahora mismo y por eso estoy triste, es haber comprobado que las personas no tienen buen corazón. Al menos conmigo, y esta princesa de las trenzas negra que te estoy diciendo, de este modo es como se ha comportado. 
Y en este momento el zorro agachó su cabeza, dejó caer sus pequeñas orejas y lloró. Lo supo la muchacha porque, por los brillantes y pequeños ojos del animal, vio aparecer varias lágrimas. Se acercó la joven un poco más, se puso de rodillas frente al que ya consideraba su amigo y, respetando su dolor y espacio personal, de nuevo le preguntó:
- ¿Y qué es lo que te ha hecho tu princesa?
Ahora tardó unos segundos en responder. Miró triste a la joven que tenía ante sí, suspiró al modo en que lo hacen los zorros, restregó sus ojos con las manos y con voz entrecortada y temblorosa, confesó:
- Yo la quería y aun la quiero mucho. Porque ella sí es muy bella. Siempre huele a rosas, a prados y a rocío fresco, su pelo es suave, su voz dulce, su cara brillante y su sonrisa, como un cielo lleno de estrellas en una cálida noche de verano. Sin embargo… 

	Y la voz del zorro se quebró como sin fuerzas y llena de dolor. Sintió deseos la joven de abrazarlo pero contuvo su impulso. Le dijo:
- Cuéntame las cosas y deshaga tu corazón. Yo también lloro alguna vez, a escondidas para que no me vean mis padres y por eso sé lo bueno que es tener un amigo al lado. En estas ocasiones, lo que más echo en falta es un abrazo y alguien con quien compartir mis sentimientos. Llorar limpia por dentro y dar tranquilidad. Lo sé por experiencia aunque nadie me lo haya contado. 
Y el zorro dijo:
- Era yo todavía muy pequeño, cuando una mañana de primavera, por estos campos aparecieron hombres montados a caballo. Mataron a mi madre, a mis hermanos los persiguieron y mí me cogieron prisionero. Entre gritos de alegría, oí que decían:
- Ya tenemos el trofeo que necesita la princesa. Regresemos ahora mismo a la Alhambra y se lo mostramos. 
Metido en una jaula de hierro, me llevaron a los palacios de la Alhambra, me pusieron delante de una joven muy bella y al verme dijo:
- Este zorro será mi mejor amigo. Ponedlo en un rincón de los jardines donde yo pueda verlo cada día. Quiero domesticarlo porque un zorro sin domesticar, por bello que sea, no sirve para nada. 

	Junto a una gran torre, cerca de una muralla muy alta y dentro de la jaula de hierro, me dejaron. Al poco vino la princesa y al verme, me miró con algo de interés y me dijo:
- Si te portas bien, serás mi amigo, te sacaré de esta jaula, te llevaré a los palacios conmigo y te daré de comer lo más exquisito. 
Y yo, al ver aquella joven tan bella, me llené de ternura. Dejé que me hablara, que se aproximara a la jaula y que acercara su mano como para acariciarme. Noté en ese mismo momento que su mano, su cara y su corazón, olían a rosas y vi que sus ojos me miraban con dulzura. Me dio higos secos y cerezas y luego se fue. Lloré mucho aquella noche recordando a mis hermanos y a mi madre y luego soñé con la princesa. Esperaba con ilusión que volviera al día siguiente y así lo hizo. Al caer la tarde, la vi acercarse, con una sonrisa muy bella en sus labios y con su precioso pelo negro recogido en trenzas. De nuevo me regaló frutas, se puso muy cerca de mi jaula de hierro y me dijo:
- Podría abrir la puerta de esta jaula y darte la libertad. 
Y yo le pregunté:
- ¿Y por qué no lo haces? 
- Porque tengo miedo a que me hagas daño o a que te escapes. 
- Soy un zorro salvaje y seguro querré irme a las montañas pero tú eres buena conmigo. Creo que no podría hacerte daño. Hueles a rosas y tu cara refleja la luz del sol. 
- De todos modos, no me fío. Tendrás que seguir encerrado un poco más hasta que te acostumbres a mí y a estos palacios. Poco a poco debes ir aprendiendo cosas hasta que estés amaestrado por completo. Si no te domestico, no me servirás para nada. 

	Volvió al día siguiente y compartió conmigo frutas y un buen rato de conversación. Me contó algunos de sus sueños, historias de sus amigas y lo que pensaba hacer conmigo y luego me dijo:
- Lo he pensado mejor. Si me prometes no irte a las montañas, mañana mismo abro la puerta de esta jaula y te dejo libre. 
- ¿Y a dónde iré cuando sea libre si no puedo marcharme a las montañas?
- Quiero que vivas en libertad por entre estos jardines, torres y palacios. Así te irás acostumbrado y poco a poco te harás mi amigo, mientras juego contigo y te cuento mis cosas. De naturaleza, tú eres salvaje y tus comportamientos son agresivos y descontrolados. Me siento en la obligación de educarte porque para eso te he cogido preso y estás en esta jaula encerrado. ¿Qué piensas de esto?
- Que si me dejas libre no me iré a las montañas. Tú eres muy hermosa, hueles a flores, a rosas frescas y pareces buena. 
- Pues te prometo que mañana vengo y abro la puerta de esta jaula. 
Le di las gracias, confíe en ella, soñé aquella noche con su pelo negro y sonrisa parecida a una noche de estrellas y esperé ilusionado a que volviera por la tarde. Desde mi jaula miraba inquieto, con el corazón agitado esperando verla asomar por entre las plantas del jardín. No apareció. Ni aquella tarde ni al día siguiente ni al otro. 

	Sí cada día, empezó a venir un guarda y me dejaba algo de comida. No me decía nada ni yo le preguntaba. Hasta que en una ocasión oí que con sus compañeros comentaba:
- La princesa quiere que este zorro se acostumbre a vivir solo por entre estos jardines, torres y murallas. 
- ¿Y qué piensa hacer con él, luego?
- Su intención es domesticarlo para que sea su amigo y viva en los palacios. 
- ¿Y cuándo será eso? 
- Cuando este animal se haya acostumbrado a vivir en libertad y a nadie ni a nada haga daño. 
Tenía triste mi corazón por la ausencia de la princesa pero cuando oí la conversación de los criados, me desanimé por completo. Esperé cada día a que ella volviera para verla y demostrarle que deseaba ser su amigo porque a mis ojos y corazón, era la más hermosa y buena. Seguía sin aparecer pero sí una tarde, los guardas abrieron la puerta de mi jaula y me dijeron:
- Si te comportas bien y no huyes a las montañas puede que dentro de poco la princesa venga a verte y te lleve con ella. 
Me acordaba tanto de la princesa, la echaba tanto de menos, estaba tan enamorado de su perfume a rosas, del color de su pelo y la sonrisa de su boca que lo último que se me hubiera ocurrido era irme y dejarlas sola. Al verme suelto, fuera de la jaula de hierro y libre, me dije que debía comportarme de la manera que ella muchas veces me había pedido. Y así lo hice. 

	Durante algunos días, por la noche principalmente, recorrí los jardines de la Alhambra, exploré todos los rincones de las murallas, chapoteé en las acequias y visité las huertas de los que por allí sembraban tierras. Y al amanecer, siempre buscaba un lugar oculto y no lejos de la torre donde yo creía vivía mi princesa. Y muchas horas, a lo largo del día, me las pasaba mirando con la ilusión de verla. Soñaba verla asomada a la venta de la torre y soñaba verla aparecer por entre las flores del jardín. Y por eso, cada vez que el airecillo me traía aromas de rosas, jazmines o violetas, me parecía que se acercaba. El corazón me daba un vuelco, latía acelerado e impaciente deseando verla aparecer por entre las plantas. Me decía: “El olor de rosas que siempre desprende mi princesa, es limpio, dulce como una noche de primavera, fresco y suave y me llena del corazón de vida. En cuanto la vea tengo que preguntarle si todas las princesas del mundo huelen a rosas o esta cualidad es solo de ella. Y le diré que me gusta mucho, lo que más hasta ahora me gusta en el mundo, es el perfume a rosas que ella siempre desprende”. 

	En este sueño estaba y en otros parecidos cuando un día, a primera hora de la mañana y cuando ya me había refugiado en mi escondite, oí a unos hombres que decían:
- Esta noche el zorro de la princesa se ha comido todas las ciruelas de mi árbol. 
- Pues ayer se comió una buena cantidad de los higos pasos que iba a guardar para el invierno. 
- Y a uno de los vecinos de la parte alta de la medina, parece que le ha quitado algunas de sus gallinas. Se lo hemos dicho a la princesa y como a ésta no le ha gustado nada el comportamiento del animal que ahora vive por aquí suelto ¿sabéis lo que ha dicho?
- Cuéntanoslo.
- Nos ha dado permiso para que en cuanto lo veamos, le demos todos los palos que queramos. Y también creo que comentó: “Ese zorro, a pesar de su cara de bueno, no me gusta nada. Huele mal y si ahora se ha convertido en ladró robagallinas y frutos de los huertos, no lo quiero como amigo. Así que en cuanto lo veáis, deshaceros de él como podáis”.

Se fueron aquellos hombres a labrar las tierras de los huertos y yo, escondido me quedé en mi refugio. Ahora triste y perseguido y por eso, ni siquiera un minuto de paz tuve en todo el día. Esperé inquieto a que la noche llegara deseando que antes no aparecieran por allí los que iban a matarme a palos ni tampoco mi princesa. Porque de pronto y, al oír lo que comentaban aquellos hombres, se me quitaron las ganas de ella. Pensé que sus palabras no tenían valor porque me había mentido sin importarle la ilusión que había hecho brotar en mi corazón. Ya no quería verla ni saber nada más de ella. Aunque luego también me dije: “Pero al fin y al cabo, es mi princesa, sus manos son blancas como la nieve, su sonrisa hermosa como una noche de estrellas y huele a rosas frescas”. Y al llegar la noche, en cuanto oscureció, salí de mi escondite, busqué un agujero que en el lado norte de la muralla conocía y por allí me escapé del recinto amurallado. Y aprovechando la oscuridad de la noche, atravesé aquellos jardines, algunas acequias y muchos huertos y subí por la ladera que hay al lado de arriba de la Alhambra. Cuando llegué a lo más alto del cerro, me paré y miré para atrás. Al fondo vi todo el conjunto de la Alhambra y Granada, iluminadas por muchas luces parpadeantes. Me dije: “Tengo que alejarme de aquí antes de que amanezca y me vean. Lo siento por mi princesa y porque quizás no pueda sepa de ella nunca más en mi vida. ¡Es tan bella y su perfume a rosas, tan delicioso!”.

	Al llegar a este punto del relato, el zorro dejó de hablar. Tal como estaba frente a la joven campesina, permaneció quieto como esperando algo, al tiempo que por sus ojos brotaron más lágrimas. La muchacha ahora de nuevo sintió el impulso de acercarse más y abrazarlo. Se dio cuenta de esto el animal y antes de que la joven dijera o hiciera nada, aclaró:
- Ahora, si no te importa, por favor, déjame solo. Agradezco tu compañía y agradezco que me hayas escuchado. Pero como estás viendo, estoy cansado y por dentro tengo mucho dolor. 
- Lo entiendo y te respeto pero, puedo ser tu amiga por si en algún momento me necesitas. Sé que ahora estás solo, ya no conoces ni estas montañas ni por aquí tienes amigos y tu princesa te ha fallado. No quiero yo ocupar su lugar en tu corazón pero comprendo lo mucho que te ha dañado. Si yo fuera tu amiga, te prometo que no voy a comportarme como ella. 
Y al oír la palabra “amiga”, el zorro tembló. Dijo: 
- En otro momento hablamos y gracias de nuevo por escucharme. 
 
	4- Preparándose para irse
	Se movió el zorro, algo triste, dio media vuelta, caminó despacio y poco a poco se fue alejando por entre las rocas y por la izquierda del arroyo y como hacia la cascada. La joven lo miró mientras se alejaba y sintió que su corazón se le llenaba de amor. Se dijo: “Sus ojos brillan con tanta luz, su voz es tan amable y su modo de comportarse parece tan correcto, que me gustaría tenerlo por amigo para siempre. Ahora lo dejo tranquilo pero luego volveré, lo llamaré y dejaré que hable todo lo que necesite. Luego le preguntaré y comentaré lo que en mi corazón ha despertado”. Reflexionando éstas y parecidas cosas, la joven se vino al rellano de la sombra del olivo y cuando cayó la tarde, con sus padres se refugió en la casa. Nada contó a ellos del encuentro y charla con el zorro. Pero sí, en cuanto se acostó, de nuevo pensó en el animal. Lo imaginó refugiado en algún agujero de las rocas junto a la cascada y le dio pena verlo tan solo. Por eso se volvió a decir: “Ya sé que él, es un animal pero si se hace mi amigo, podemos recorrer juntos muchos rincones de estas montañas. Podríamos compartir mil cosas e incluso, ir un día a la Alhambra para conocer a la princesa y que también nos cuente cosas. Quizás al ver la tristeza de este animal, se le conmueva el corazón y lo trate con amor”. Se quedó dormida pensando en estos momentos y en su amigo el zorro. 

Y en cuanto se despertó al día siguiente, se levantó, salió de su casa, caminó hacia el arroyo, subió a la repisa de las rocas y, por donde la tarde anterior había visto irse el zorro, lo buscó. No lo vio y por eso lo llamó. No apareció pero sí, al mirar para el lado de la cascada, lo descubrió cerca de las aguas. Desde la distancia le dijo:
- Tengo algo importante que decirte. Deja que me acerque y te lo cuento. 
Y oyó que el animal le dijo:
- Gracias por acordarte de mí y por venir a verme pero tengo que irme. 
- ¿A dónde te vas?
- Mis padres no pudieron enseñarme a vivir en libertad en las montañas porque los mataron cuando a mí me cogieron preso. Y en la Alhambra, la princesa y otros más, tampoco me han enseñado a vivir con ellos, con vosotros los humanos. Por eso ahora quiero irme a mi mundo natural. 
- ¿Pero y tu princesa, su olor a rosas y todo lo que me has dicho sientes por ella?
- Yo sé que ella huela a rosas y que yo huelo a cebolla podrida, según con frecuencia me decía. No le guardo ningún rencor sino todo lo contrario: siempre soñaré con ella y pensaré que, a pesar de su arrogancia, es débil y necesita mucho amor. Si me lo hubiera permitido yo habría cuidado de ella y habría llenado su corazón de alegría. Pero es arrogante y se engalana con lujosos vestidos de seda, a pesar de oler a rosas. 

Caminó la joven por entre las rocas, hacia el lugar donde el zorro se preparaba para irse y cuando ya estuvo un poco más cerca, de nuevo comentó:
- Escucha con atención lo que voy a decirte: quiero ser tu amiga y yo no soy como tu princesa. Jamás te diré que hueles mal porque ahora sé que tu corazón es bello. Si te haces mi amigo, podremos compartir muchas cosas juntos. Quiero demostrarte que no todos los humanos somos malos. Tú podrás contarme todo lo que sabes de la Alhambra y de las personas que viven allí y lo de tu princesa y yo podría llevarte por todos los rincones de estas montañas. Y te lo prometo: nunca, nunca me iré de tu lado ni te diré que hueles a cebolla podrida. ¿No te parece que sería muy bonito vernos los dos juntos caminando por estas montañas y por otros rincones del mundo, compartiendo nuestros sueños?
Esperó la muchacha la respuesta del zorro y en este momento vio como él, saltó a una gran roca ya más cerca de la cascada. Desde aquí volvió su cabeza, miró a la campesina y le dijo:
- Mi princesa es culta y tiene sueños grandes y tú eres simpática y derrochas inocencia. Hueles a monte y a agua clara y tus palabras animan mucho pero gracias por todo lo que me has dicho y por haberme escuchado. Quiero irme, debo irme a la libertad porque pertenezco a las montañas y también a mi princesa. Te animo a que sigas tu sueño y no amarrarte a los caprichos de un zorro decepcionado, solo y despreciado como yo. Eres buena y sueñas con tener amigos pero, como yo voy a hacer ahora, sigue tu destino y no renuncies nunca a ser tu misma.

El zorro, la campesina y la princesa

 Relato en cinco pequeños capítulos

 

 

               1- El zorro

               Sintió un pequeño ruido. Como de alguien o algo que tuviera en apuros y llorara. Desde el rellano de la sombra del olivo, prestó atención y al rato, escuchó como unos quejidos. Se dijo: “Alguien se ha perdido por aquí y se encuentra en apuros. Voy a ver quién es por si puedo ayudarle”. Y desde el rellano de la sombra del olivo, se movió cautelosa como hacia la cascada del lado de la derecha. Con cuidado se fue tapando tras el peñasco cerca del arroyo y poco a poco alzaba su cabeza para ver qué ocurría por entre las rocas de la parte alta.

 

               Y no tardó mucho en descubrirlo. El animal, un zorro no muy grande, de pelo color naranja y gris, estaba como recostado en la hierba antes de las tres rocas blancas. Desde unos cinco metros de distancia, miró durante unos segundos y al poco comprobó que le pasaba algo. Sintió deseos de hablar para preguntarle quién era y qué le pasaba pero se contuvo. Se volvió a decir: “Sé que los zorros no hablan pero también sé que todos los animales del mundo, tienen como un sentido especial para entender las cosas y comportamientos de las personas”. Tal como estaba oculta tras la roca, quedamente preguntó:

- Te he sentido y parece como si lloraras. ¿Qué te pasa?

Al oírla el zorro, rápido se levantó, miró para la roca, se preparó como para salir huyendo pero se quedó quieto en el centro de la pequeña pradera de hierba. Miraba como asustado y al mismo tiempo como si tuviera necesidad de quedarse. De nuevo ella habló y dijo:

- Quiero ayudarte. Voy a salir de detrás de esta roca para acercarme más a ti. Yo también estoy sola y necesito amigos. Deseo saber quién eres y conocer qué te pasa. Tranquilo, no te haré daño, confía en mí.  

 

               Y el animal, se comportó como si le hubiera entendido claramente. Permaneció quieto en la pradera de hierba, mirando muy expectante. Salió ella de detrás de la roca, dio unos paso y como a unos dos metros del zorro, en una piedra gorda se sentó. Lo miró mostrando interés y le preguntó:

- Nunca antes te había visto por aquí. ¿De dónde eres?

Esperó un momento, casi por completo convencida de una respuesta por parte del zorro y por eso escuchó muy concentrada. Y lo sintió susurrar, a su manera y no con el lenguaje de los humanos pero que sí ella entendió:

- Como vez, soy un zorro, ya algo viejo, cansado de muchas cosas y vengo de la Alhambra.

- Yo nunca estuve en la Alhambra pero sí mis padres me han dicho que aquello es grande y bello. Un día iré porque cada noche lo sueño. ¿Es que allí hay zorros?

Y el animal, con el lenguaje de los raposos, le respondió:

- Yo he vivido allí durante mucho tiempo y ahora me he escapado. Vengo huyendo porque estoy cansado de lo mal que hablan de mí y el poco agradable tratado.

 

               2- La campesina

               Ella vivía en una pequeña casa blanca, al borde mismo de un arroyo. En la misma puerta crecía una parra, una gran higuera a la derecha y miraba para donde el sol salía cada mañana. Por eso, una de las ventanas de la casita de paredes blancas, daba a las cumbres de Sierra Nevada y la otra, al arroyo. Justo donde el terreno formaba como una repisa, siempre cubierta por la sombra de un viejo olivo que crecía por el lado de arriba, entre la cascada, las rocas y la hermosa casa blanca. También en esta llanura, había una clara fuente, con dos gruesos caños de agua y un pilarillo cuadrado que el padre había hecho de piedras y cemento. Sentada al borde de este pilar, ella jugaba a ratos, con las manos metidas en el agua y chapoteando con los pies.  

 

               Y a esta pequeña llanura, como unos diez metros cuadrados, era donde se venía cada mañana. A veces, en compañía de la madre cuando ésta lavaba o zurcía algún roto en la ropa. En otras ocasiones, se venía a la sombra del olivo, sola y les decía a los padres:

- Lo que más me gusta de este mundo, es la llanura del olivo y la espesa sombra que por aquí derrama. Creo que nada hay más bello en este suelo.

Los padres eran felices viviendo como ella que, a pesar de estar sola, no echaba de menos nada. Ni la ciudad ni amigo ni cosas parecidas, creían ellos. Porque siempre la veían llenando el tiempo cada día, a veces, ayudando a la madre y en otros momentos, inventándose juego que continuamente desarrollaba en la pequeña llanura, a la sombra del olivo y entre la casa y el arroyo. Porque el arroyo pasaba por allí mismo. A solo unos metros de la llanura del olivo. De aquí que ella disfrutara también mucho, con las claras aguas del redondo charco que se remaba justo donde la llanura terminaba. En verano, en este charco se bañaba. También cogía pequeños puñados de agua y la derramaba sobre las plantas. En otoño, invierno y primavera, en este charco y en la cascada que se fraguaba algo más arriba, también jugaba. Con las hojas secas que en otoño caían de los álamos y con los carámbanos de hielo que se formaban en las cascadas. En ocasiones decía:

- ¿Y si un día me encuentro un tesoro?

- ¿Por qué dices eso?

Le preguntaba la madre. Y ella le respondía:

- ¿No decís vosotros que en los ríos de Granada, hay oro?

- Sí, en un río muy concreto pero no en este arroyo.

- ¿Dónde está ese río y cómo se llama?

- Todo el mundo lo conoce con el nombre de río Darro y, como corre a los pies mismos de la Alhambra entre las dos colinas, también algunos lo llaman y creo que muy acertadamente con el nombre de “El río de la Alhambra”. Pero tú siempre debes tener presente que el mayor tesoro del mundo, el que no roban los ladrones ni corroe la polilla ni destruye el tiempo, todos lo tenemos en nuestros corazones.

 

                Estaba ya para cumplir lo quince años y por eso, ella como todos los jóvenes del mundo y en todos los tiempos, con frecuencia sí que soñaba con amigos. Muy poco sabía de otros lugares ni de los jóvenes de su edad pero sí cada día su corazón le pedía salir del rincón del arroyo a irse a conocer mundo y otras personas. De aquí que, cuando en otros momentos la madre se venía a la sombra del olivo, ella se sentaba a su lado y le preguntaba:

- ¿Nos iremos algún día a vivir a Granada?

- ¿A ti te gustaría?

- Aunque yo no sé cómo será aquello ni conozco a nadie allí, sí que me gustaría. Estos lugares son bonitos, tenemos aire puro, hondos silencios,  verdes y colores primorosos pero la monotonía es mucha y me siento sola. A veces me parece como si todo por aquí aplastara con una soledad inmensa. Me faltan amigos para compartir con ellos cosas y crear mundos nuevos. Y yo creo que todo esto es porque mi espíritu necesita encontrar su lugar en este suelo. No sé si me entiendes.   

- Claro que te entiendo, hija mía. Pero es que nosotros tenemos nuestra vida en esta pequeña casa, en los campos que nos rodean y en los animales que tu padre cuida cada día. En la ciudad ni tenemos para vivir ni sabemos cómo.

Y al oír esto de la madre, la muchacha callaba, seguía en sus juegos, ayudaba en lo que podía y al rato otra vez preguntaba:

- ¿Y la Alhambra?

- ¿Qué es lo que quieres saber de este lugar?

- Nunca he visto aquello aunque sí tú me has hablado de torres, murallas, palacios, jardines y agua. ¿Quién vive allí y cómo son de importantes los príncipes y princesas de aquellos palacios?

 

               Rememoraba la madre mil y una cosa y luego, de la mejor manera que sabía, le contaba historias y detalles de todo lo que la joven le preguntaba.

- ¿Y tampoco podremos irnos a vivir algún día a estos palacios y casas?

- Ya sabes que la Alhambra fue construida y pertenece a personas muy importantes. Y, aunque sé que a ti te gustaría ir y conocer la Alhambra y Granada, ahora mismo no puedo decirte si lo haremos algún día. Somos pobres y nuestro mundo está en este rincón de las montañas, el agua de este arroyo, la sombra del viejo olivo, el sol y el silencio.

Al oír estas reflexiones de la madre, la joven guardaba silencio y ahora se distraía observando el vuelo del viejo mochuelo que tenía su nido y querencias en el tronco del olivo. También y un poco más arriba y sobre las rocas, se posaban muchas veces águilas y algunas otras aves.  

 

               3- La princesa y el zorro

               - ¿Quién te ha tratado mal?

Preguntó la muchacha al zorro.

- La princesa de las trenzas negras.

- ¿Una princesa que vive en la Alhambra?

- Ella y los que le rodean, dicen que es princesa pero conmigo no ha sido buena. Yo un día pensé que todas las princesas del mundo, por el hecho de ser princesas, deben ser mejores que otras personas. ¿Y sabes? Lo que más me duele ahora mismo y por eso estoy triste, es haber comprobado que las personas no tienen buen corazón. Al menos conmigo, y esta princesa de las trenzas negra que te estoy diciendo, de este modo es como se ha comportado.

Y en este momento el zorro agachó su cabeza, dejó caer sus pequeñas orejas y lloró. Lo supo la muchacha porque, por los brillantes y pequeños ojos del animal, vio aparecer varias lágrimas. Se acercó la joven un poco más, se puso de rodillas frente al que ya consideraba su amigo y, respetando su dolor y espacio personal, de nuevo le preguntó:

- ¿Y qué es lo que te ha hecho tu princesa?

Ahora tardó unos segundos en responder. Miró triste a la joven que tenía ante sí, suspiró al modo en que lo hacen los zorros, restregó sus ojos con las manos y con voz entrecortada y temblorosa, confesó:

- Yo la quería y aun la quiero mucho. Porque ella sí es muy bella. Siempre huele a rosas, a prados y a rocío fresco, su pelo es suave, su voz dulce, su cara brillante y su sonrisa, como un cielo lleno de estrellas en una cálida noche de verano. Sin embargo…

 

               Y la voz del zorro se quebró como sin fuerzas y llena de dolor. Sintió deseos la joven de abrazarlo pero contuvo su impulso. Le dijo:

- Cuéntame las cosas y deshaga tu corazón. Yo también lloro alguna vez, a escondidas para que no me vean mis padres y por eso sé lo bueno que es tener un amigo al lado. En estas ocasiones, lo que más echo en falta es un abrazo y alguien con quien compartir mis sentimientos. Llorar limpia por dentro y dar tranquilidad. Lo sé por experiencia aunque nadie me lo haya contado.

Y el zorro dijo:

- Era yo todavía muy pequeño, cuando una mañana de primavera, por estos campos aparecieron hombres montados a caballo. Mataron a mi madre, a mis hermanos los persiguieron y mí me cogieron prisionero. Entre gritos de alegría, oí que decían:

- Ya tenemos el trofeo que necesita la princesa. Regresemos ahora mismo a la Alhambra y se lo mostramos.

Metido en una jaula de hierro, me llevaron a los palacios de la Alhambra, me pusieron delante de una joven muy bella y al verme dijo:

- Este zorro será mi mejor amigo. Ponedlo en un rincón de los jardines donde yo pueda verlo cada día. Quiero domesticarlo porque un zorro sin domesticar, por bello que sea, no sirve para nada.

 

               Junto a una gran torre, cerca de una muralla muy alta y dentro de la jaula de hierro, me dejaron. Al poco vino la princesa y al verme, me miró con algo de interés y me dijo:

- Si te portas bien, serás mi amigo, te sacaré de esta jaula, te llevaré a los palacios conmigo y te daré de comer lo más exquisito.

Y yo, al ver aquella joven tan bella, me llené de ternura. Dejé que me hablara, que se aproximara a la jaula y que acercara su mano como para acariciarme. Noté en ese mismo momento que su mano, su cara y su corazón, olían a rosas y vi que sus ojos me miraban con dulzura. Me dio higos secos y cerezas y luego se fue. Lloré mucho aquella noche recordando a mis hermanos y a mi madre y luego soñé con la princesa. Esperaba con ilusión que volviera al día siguiente y así lo hizo. Al caer la tarde, la vi acercarse, con una sonrisa muy bella en sus labios y con su precioso pelo negro recogido en trenzas. De nuevo me regaló frutas, se puso muy cerca de mi jaula de hierro y me dijo:

- Podría abrir la puerta de esta jaula y darte la libertad.

Y yo le pregunté:

- ¿Y por qué no lo haces?

- Porque tengo miedo a que me hagas daño o a que te escapes.

- Soy un zorro salvaje y seguro querré irme a las montañas pero tú eres buena conmigo. Creo que no podría hacerte daño. Hueles a rosas y tu cara refleja la luz del sol.

- De todos modos, no me fío. Tendrás que seguir encerrado un poco más hasta que te acostumbres a mí y a estos palacios. Poco a poco debes ir aprendiendo cosas hasta que estés amaestrado por completo. Si no te domestico, no me servirás para nada.

 

               Volvió al día siguiente y compartió conmigo frutas y un buen rato de conversación. Me contó algunos de sus sueños, historias de sus amigas y lo que pensaba hacer conmigo y luego me dijo:

- Lo he pensado mejor. Si me prometes no irte a las montañas, mañana mismo abro la puerta de esta jaula y te dejo libre.

- ¿Y a dónde iré cuando sea libre si no puedo marcharme a las montañas?

- Quiero que vivas en libertad por entre estos jardines, torres y palacios. Así te irás acostumbrado y poco a poco te harás mi amigo, mientras juego contigo y te cuento mis cosas. De naturaleza, tú eres salvaje y tus comportamientos son agresivos y descontrolados. Me siento en la obligación de educarte porque para eso te he cogido preso y estás en esta jaula encerrado. ¿Qué piensas de esto?

- Que si me dejas libre no me iré a las montañas. Tú eres muy hermosa, hueles a flores, a rosas frescas y pareces buena.

- Pues te prometo que mañana vengo y abro la puerta de esta jaula.

Le di las gracias, confíe en ella, soñé aquella noche con su pelo negro y sonrisa parecida a una noche de estrellas y esperé ilusionado a que volviera por la tarde. Desde mi jaula miraba inquieto, con el corazón agitado esperando verla asomar por entre las plantas del jardín. No apareció. Ni aquella tarde ni al día siguiente ni al otro.

 

               Sí cada día, empezó a venir un guarda y me dejaba algo de comida. No me decía nada ni yo le preguntaba. Hasta que en una ocasión oí que con sus compañeros comentaba:

- La princesa quiere que este zorro se acostumbre a vivir solo por entre estos jardines, torres y murallas.

- ¿Y qué piensa hacer con él, luego?

- Su intención es domesticarlo para que sea su amigo y viva en los palacios.

- ¿Y cuándo será eso?   

- Cuando este animal se haya acostumbrado a vivir en libertad y a nadie ni a nada haga daño.

Tenía triste mi corazón por la ausencia de la princesa pero cuando oí la conversación de los criados, me desanimé por completo. Esperé cada día a que ella volviera para verla y demostrarle que deseaba ser su amigo porque a mis ojos y corazón, era la más hermosa y buena. Seguía sin aparecer pero sí una tarde, los guardas abrieron la puerta de mi jaula y me dijeron:

- Si te comportas bien y no huyes a las montañas puede que dentro de poco la princesa venga a verte y te lleve con ella.

Me acordaba tanto de la princesa, la echaba tanto de menos, estaba tan enamorado de su perfume a rosas, del color de su pelo y la sonrisa de su boca que lo último que se me hubiera ocurrido era irme y dejarlas sola. Al verme suelto, fuera de la jaula de hierro y libre, me dije que debía comportarme de la manera que ella muchas veces me había pedido. Y así lo hice.

 

               Durante algunos días, por la noche principalmente, recorrí los jardines de la Alhambra, exploré todos los rincones de las murallas, chapoteé en las acequias y visité las huertas de los que por allí sembraban tierras. Y al amanecer, siempre buscaba un lugar oculto y no lejos de la torre donde yo creía vivía mi princesa. Y muchas horas, a lo largo del día, me las pasaba mirando con la ilusión de verla. Soñaba verla asomada a la venta de la torre y soñaba verla aparecer por entre las flores del jardín. Y por eso, cada vez que el airecillo me traía aromas de rosas, jazmines o violetas, me parecía que se acercaba. El corazón me daba un vuelco, latía acelerado e impaciente deseando verla aparecer por entre las plantas. Me decía: “El olor de rosas que siempre desprende mi princesa, es limpio, dulce como una noche de primavera, fresco y suave y me llena del corazón de vida. En cuanto la vea tengo que preguntarle si todas las princesas del mundo huelen a rosas o esta cualidad es solo de ella. Y le diré que me gusta mucho, lo que más hasta ahora me gusta en el mundo, es el perfume a rosas que ella siempre desprende”.

 

               En este sueño estaba y en otros parecidos cuando un día, a primera hora de la mañana y cuando ya me había refugiado en mi escondite, oí a unos hombres que decían:

- Esta noche el zorro de la princesa se ha comido todas las ciruelas de mi árbol.

- Pues ayer se comió una buena cantidad de los higos pasos que iba a guardar para el invierno.

- Y a uno de los vecinos de la parte alta de la medina, parece que le ha quitado algunas de sus gallinas. S