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romi
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La casa de las golondrinas

15 de Julio de 2012 a las 12:43

Foto: 234- LA CASA DE LAS GOLONDRINAS

	En algún lugar del alma, los sueños duermen. Como agazapados y mudos, esperando no se sabe qué momento para abrir sus alas y convertirse en vida. Y cuando esto sucede, cuando los sueños que duermen en algún lugar del alma se hacen vida en el presente, el corazón casi siempre se transforma. Porque a veces, algunos de estos sueños, son tan hermosos y llenan tan plenamente, que no hay ninguna otra realidad en el mundo que lo supere. Y es que los sueños son ráfagas mágicas que dejan entrevés la eternidad, donde todo se guarda y queda, esperando el fin de los tiempos, permanece. 

	Tal es el caso de la anaranjada casa, justo en una plaza pequeña del Albaicín. Miraba a la Alhambra, siempre estaba con su puerta abierta, tenía dos ventanas y un pequeño patio con muchas flores y fuentes con agua. Eran importantes y buenas las personas que en la casa vivían y eran bellas las flores y los árboles que en el patio crecían. Pero lo más importante de la casa, además de sus curiosas paredes color naranja, sus ventanas y su puerta, eran las golondrinas. Cada año venían al llegar la primavera, hacían sus nidos al fondo del patio, entre las piedras color naranja de las paredes, ponían sus huevos, criaban sus polluelos y al terminar la primavera, las nuevas avecillas levantaban vuelo. Un acontecimiento nada importante pero que el joven seguía con mucho interés. Tanto que un año, cuando las golondrinas llegaron, no pudo resistir hablar y contar el acontecimiento a la muchacha que una de aquellas primaveras vino de lejos a vivir a la casa. En cuanto vio las golondrinas, dijo a la joven:
- Quiero que las veas y quiero que sigas conmigo cada momento de estos pajarillos. 
- ¿Y qué hay en ello tan valioso para mostrar tanto interés en algo que me parece insignificante?
- Hay algo tan hermoso que yo no sé decirte con palabras pero que transmite emociones muy placenteras. Un día, antes de que te vayas, te contaré un secreto que tienen que ver con estas aves. 
- Pues ya veremos si tengo tiempo y ganas para dedicar un rato a lo que me pides.
Dijo al final la joven.

	Y aunque tuvo no un rato sino muchos ratos y tardes libres, ni un solo día buscó al joven para compartir con él la presencia y actividad de las avecillas. En la misma puerta del patio la esperaba una tarde y otra, mientras se distraía con el vuelo de las golondrinas a la vez que la soñaba. Algo que ella no sabía y él guardaba dentro de su corazón. Hasta que una tarde, la joven tal como vino, se marchó de Granada. La echó de menos aquel día y en los que siguieron y tanto que, cada año al llegar la primavera y ver de nuevo las golondrinas revoloteando por el patio, el corazón se le entristecía mientras la soñaba. En silencio se lamentaba lo poco que había podido compartir con ella a pesar de lo mucho que él lo había deseado. 

	Hoy, donde se alzaba la casa color caramelo por el color de las paredes de piedra, existe una pequeña plaza. Empedrada y desde donde se ve, en la colina de enfrente, la Alhambra. También al fondo Sierra Nevada y la ancha vega por donde se aleja el río Genil. Y a veces, no siempre, cuando se pasa por aquí y se mira despacio, se siente y hasta se ve, aquel pequeño patio lleno de flores y las golondrinas revoloteando cerca de sus nidos porque siguen volviendo cada año al llegar la primavera. También se intuye la presencia del joven y la ausencia de la muchacha que se ha perdido en el tiempo sin ni siquiera haber dejado la más pequeña huella de sí. Tampoco nadie por el barrio del Albaicín y de Granada, sabe quien era ni cómo se llamaba. Sin embargo, en forma de sueño, en algún lugar del alma y de Universo, un mundo maravillo y eterno por aquí invisible parece agazapado esperando el momento.

LA CASA DE LAS GOLONDRINAS

 

               En algún lugar del alma, los sueños duermen. Como agazapados y mudos, esperando no se sabe qué momento para abrir sus alas y convertirse en vida. Y cuando esto sucede, cuando los sueños que duermen en algún lugar del alma se hacen vida en el presente, el corazón casi siempre se transforma. Porque a veces, algunos de estos sueños, son tan hermosos y llenan tan plenamente, que no hay ninguna otra realidad en el mundo que lo supere. Y es que los sueños son ráfagas mágicas que dejan entrevés la eternidad, donde todo se guarda y queda, esperando el fin de los tiempos, permanece.

 

          Tal es el caso de la anaranjada casa, justo en una plaza pequeña del Albaicín. Miraba a la Alhambra, siempre estaba con su puerta abierta, tenía dos ventanas y un pequeño patio con muchas flores y fuentes con agua. Eran importantes y buenas las personas que en la casa vivían y eran bellas las flores y los árboles que en el patio crecían. Pero lo más importante de la casa, además de sus curiosas paredes color naranja, sus ventanas y su puerta, eran las golondrinas. Cada año venían al llegar la primavera, hacían sus nidos al fondo del patio, entre las piedras color naranja de las paredes, ponían sus huevos, criaban sus polluelos y al terminar la primavera, las nuevas avecillas levantaban vuelo. Un acontecimiento nada importante pero que el joven seguía con mucho interés. Tanto que un año, cuando las golondrinas llegaron, no pudo resistir hablar y contar el acontecimiento a la muchacha que una de aquellas primaveras vino de lejos a vivir a la casa. En cuanto vio las golondrinas, dijo a la joven:

- Quiero que las veas y quiero que sigas conmigo cada momento de estos pajarillos.

- ¿Y qué hay en ello tan valioso para mostrar tanto interés en algo que me parece insignificante?

- Hay algo tan hermoso que yo no sé decirte con palabras pero que transmite emociones muy placenteras. Un día, antes de que te vayas, te contaré un secreto que tienen que ver con estas aves.

- Pues ya veremos si tengo tiempo y ganas para dedicar un rato a lo que me pides.

Dijo al final la joven.

 

          Y aunque tuvo no un rato sino muchos ratos y tardes libres, ni un solo día buscó al joven para compartir con él la presencia y actividad de las avecillas. En la misma puerta del patio la esperaba una tarde y otra, mientras se distraía con el vuelo de las golondrinas a la vez que la soñaba. Algo que ella no sabía y él guardaba dentro de su corazón. Hasta que una tarde, la joven tal como vino, se marchó de Granada. La echó de menos aquel día y en los que siguieron y tanto que, cada año al llegar la primavera y ver de nuevo las golondrinas revoloteando por el patio, el corazón se le entristecía mientras la soñaba. En silencio se lamentaba lo poco que había podido compartir con ella a pesar de lo mucho que él lo había deseado.

 

          Hoy, donde se alzaba la casa color caramelo por el color de las paredes de piedra, existe una pequeña plaza. Empedrada y desde donde se ve, en la colina de enfrente, la Alhambra. También al fondo Sierra Nevada y la ancha vega por donde se aleja el río Genil. Y a veces, no siempre, cuando se pasa por aquí y se mira despacio, se siente y hasta se ve, aquel pequeño patio lleno de flores y las golondrinas revoloteando cerca de sus nidos porque siguen volviendo cada año al llegar la primavera. También se intuye la presencia del joven y la ausencia de la muchacha que se ha perdido en el tiempo sin ni siquiera haber dejado la más pequeña huella de sí. Tampoco nadie por el barrio del Albaicín y de Granada, sabe quien era ni cómo se llamaba. Sin embargo, en forma de sueño, en algún lugar del alma y de Universo, un mundo maravillo y eterno por aquí invisible parece agazapado esperando el momento.