La simplicidad del primer millón

A finales de los ochenta la gente estaba como ahora: en la mierda. Como ahora en España, los políticos hundían el país, y los jóvenes no veían futuro alguno uniéndose al club de la droga, o portando raras vestimentas que hicieran pensar a los demás que eran unos tíos duros y que no creían ni en Jesús, Epi y Blas, o los reyes magos.
Ya que sólo unos pocos privilegiados se podían permitir vivir en la maravillosa urbe madrileña que era la capital, a los demás no les quedaba otra que ubicarse en zonas tercermundistas: la zona sur de Madrid; Móstoles, Fuenlabrada o Leganés, donde moraban en su mayoría gente de mala calaña o muertos de hambre.En mi bloque nosotros éramos de los más normales. Eso quiere decir que la mayoría estaban desequilibrados, veían demonios, gritaban todo el día, tiraban cosas por la ventana, o vivían al estilo indígena. Os hablaré de los más excéntricos.
Concha, la del primero B era una vieja cincuentona que sacaba dinero a los desesperados haciendo de curandera. Nos decía que vio en algunas ocasiones al diablo, nos alertaba de quien era compinche de Lucifer, hacia magias para todo y era como la bruja de La Sirenita pero en fea de piel morena y cabellos rizados, cortos y oscuros. Era tan gorda que sus pies se salían de las zapatillas. Mi hermana 3 nunca que comía los caramelos que nos daba porque creía que estaban envene-nados. Y mi hermana 1 nunca pasaba por la puerta del bar puesto que Concha aseguraba que los dueños del bar eran demonios.
Una autobiografía no tiene porque basarse en hechos reales. Kafka, Borges y PKD aparecían en sus propias novelas, en versiones surreales en el mejor de los casos. Hasta aquellos que aparecen en realities tienen autobiografías fantásticas que ni siquiera fueron escritas por ellos mismos. Escribe tu proyecto sin pena ni precaución. |
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