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romi
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El valle de las higueras

18 de Septiembre de 2012 a las 9:00

Bubok

EL VALLE DE LAS HIGUERAS

                                                          

En la Alhambra, un día el rey tuvo noticias del gran valle y al saber de su belleza, abundancia en agua y árboles frutales, enseguida dijo:

- Que vaya por allí el mejor arquitecto de estos palacios y que recorra todo aquello. Que levante planos y ponga nombre a los sitios y elija el mejor lugar para alzar un lujoso palacio.

Y uno de los principales generales, preguntó:

- Pero majestad, con los árboles que por el lugar crecen ¿qué hacemos?

- Ordeno que se elija el mejor sitio para la construcción del palacio que he dicho y todos los árboles que haya en ese lugar, a cortarlos. Los que se encuentren por el lado de arriba y por el lado de abajo, hay que salvarlos. Nos servirán luego como jardín para el recreo, lo mismo que las acequias, manantiales y arroyuelos.

- ¿Y si aquellas tierras tienen dueños?

- Le hacéis saber que yo, el rey de la Alhambra y del todo el reino de Granada, quiero construir ahí mi palacio. Y por lo tanto, a partir de este momento, el único dueño de todo ese valle, soy yo y nadie más. ¿Queda claro?

- Sí majestad, queda muy claro.

 

               En tiempos de los reyes de la Alhambra, el lugar era un paraíso hermosísimo. Al levante de Granada y más acá de Sierra Nevada, se extendía entre cauces y colinas. Por el lado del sol de la mañana, se elevaban tres altos cerros llenos de espesa vegetación y a sus pies, nacía el valle. Justo donde también brotaban muchos manantiales de aguas frescas y claras y donde el terreno ya comenzaba a ser llano. Desde los veneros descendían las tierras cada vez más llanas y se abrían como en abanico, escoltadas a los lados por dos colinas que hacían como de fronteras al sur y al norte. También con sus laderas tupidas de monte y abundantes manantiales en las partes bajas.

 

               Y como los terrenos del valle, además de ricos en agua eran también muy fértiles, por aquí crecían gran variedad de plantas. Árboles frutales como avellanos, encinas, almendros, castaños, perales, moreras y también frondosas higueras. Las más vigorosas higueras que por aquellos tiempos se conocían en el reino de Granada. A la sombra de estas higueras y junto a los cauces de agua, crecían esparragueras, alcaparras, viñas y algunos olivos. Por eso el gran valle, además de rico en tierras muy buenas, muchos y copiosos manantiales y corrientes cristalinas, era verde y fresco y siempre olía a puro cielo. Porque el orégano, los tomillos, el cantueso, los romeros, la mejorana y el espliego, también crecían por doquier, en todas las épocas del año.

 

               Desde los recintos de los palacios de la Alhambra, el mismo día que el rey ordenó la preparación de su nueva mansión en el corazón del valle, hacia este lugar partió un pequeño grupo de soldados. Acompañando al mejor de los arquitecto y guiados por el general de máxima confianza del rey. Unas horas más tarde llegaron al valle, entrándole por el lado de abajo y subiendo por las veredas que discurrían al borde de los ríos. Cuando llegaron al centro del valle, donde varios arroyuelos se juntaban, se pararon. El arquitecto con el general, recorrió el terreno, dibujó algunos planos y luego siguieron subiendo. Llegaron hasta las orillas de las montañas que rodeaban al valle por el lado del levante y al ver la densa vegetación, árboles centenarios, los arroyuelos y alfombras de hierba verde, el arquitecto dijo:

- Ya está decidido: levantaremos el palacio justo en el centro de este valle. Donde las corrientes de las aguas se remansan y son hermosas las playas de arena fina, decoradas por las cascadas.

Y uno de los soldados preguntó:

- Señor, cuando veníamos subiendo por las sendas del río, a la derecha nuestra, yo he visto dos cosas que podrás sernos útiles o no.

- ¿Qué es lo que has visto?

- Por una de aquellas laderas, iba un pequeño rebaño de cabras y un hombre las guiaba. Y más abajo, me pareció ver un magnífico huerto repleto de higueras centenarias. ¿Qué podría pasar con ese rebaño de cabras y esas higueras si construimos aquí el palacio que el rey ha ordenado?

- No te preocupes tú por eso. El rey nos ha dado poderes para que por aquí hagamos y deshagamos como a nosotros nos parezca.

- ¿Pero y si esas tierras, esos animales y esas higueras tienen dueño?

- Se lo quitaremos todo, por las buenas o por las malas. Nadie debe oponerse a los deseos del rey.

El soldado y todos los allí presentes, guardaron silencio.

 

               Al caer la tarde, todos volvieron a la Alhambra. El general y el arquitecto, informaron al rey de lo que habían visto y observado y éste ordenó que enseguida comenzaran las obras de su palacio. Al día siguiente, desde la Alhambra, de nuevo fueron al valle muchas personas y el arquitecto con ellos. Inmediatamente dieron comienzo las obras del palacio, mientras el general con dos de los soldados de confianza, se fue a recorrer las tierras de un lado a otro. Por donde el huerto de las higueras, encontraron una pequeña casa y junto a ella, un corral de ramas secas y el rebaño de cabras dentro. En la casa vieron a un hombre con su mujer y su hijo que al ver a los militares, se asustaron. El general le preguntó al hombre: 

- ¿De quién son estas cabras y ese tan magnífico huerto de higueras?

- Todo es mío, señor. ¿Qué se le ofrece a usted?

- Solo decirte que desde ahora mismo ya no te pertenecen ni estas tierras ni las higueras que estamos diciendo.       

- ¿Y cómo es eso?

El general explicó, muy brevemente, lo que en el valle había decidido hacer el rey de la Alhambra y al terminar, el hombre de las cabras preguntó:

- ¿Qué será de las tres o cuatro familias que viven en las cuevas, en la partes altas de este valle?

- ¿Qué hacen ahí esas familias?

- Son los dueños de muchas de estas tierras y viven de las cosechas que de estos lugares sacan.

- Pues a partir de hoy, ya sabes lo que les espera.

- ¿El rey les quitará sus huertos y los echará del valle?

- Tú acabas de decirlo.

 

               Tres días más tarde, los habitantes de las partes altas y dueños de casi todas las tierras del valle, tuvieron que irse del lugar. Humillados y perseguidos por los soldados del rey y desposeídos de todas sus pertenencias. Ni siquiera un centavo le dieron por el terreno arrebatado. Pero el hombre de la pequeña casita, dueño del rebaño de cabras y del huerto de las higueras centenarias, con fuerza, le decía al general:

- En estas tierras nacieron mis antes pasados y vivieron mis abuelos, mis padres y ahora yo. Y como me pertenecen no solo por derecho sino también por las vivencias que en estos lugares tengo, de aquí no me voy.

Al oír esto, muy enfadado, el general gritó:

- ¿Te atreves a desafiar al rey de la Alhambra?

- Al rey y a quien sea necesario. Y no es por faltarle al respeto pero con la injusticia, mire usted señor, yo no puedo.

- Ahora mismo no voy a discutir más contigo porque yo soy general de los ejércitos de la Alhambra y tú eres un don nadie. Pero quedas advertido: tu actitud rebelde, va a ser la desgracia de tu vida y familia.

 

               Con los soldados que le acompañaban, el general se alejó del lugar. Unas horas más tarde, un grupo de hombres, levantaban una pequeña pared de piedra por la parte de abajo del huerto de las higueras. Siguieron con la construcción de esta pared hasta que la hicieron pasar a solo unos metros de la casa y el corral de las cabras y luego continuaron construyendo ladera arriba hasta lo más alto de los montes. Pasados unos días, el hombre dueño de las cabras y de las higueras, de parte del general, recibió un mensajero que le dijo:

- Todas las tierras, manantiales, árboles y plantas que hay desde esa pared hacia el centro del valle, son del rey de la Alhambra. Y el general me ha dicho que ni tus cabras ni tú se os ocurra pasar por ahí.

- Pero esas higueras son mías de toda la vida. ¿Por qué no voy a coger de ellas todos los higos que quiera? 

- Yo solo he venido a transmitirte lo que he general me ha dicho.

               Al día siguiente, el hombre de la casa blanca junto al río, dio suelta a su rebaño de cabras para llevarlas a ramonear donde siempre habían pastado. Rodeó la pared de piedra pero al pasar por donde las higueras, saltó esta pequeña muralla y se fue a coger los higos que colgaban de las ramas. Sin miedo ninguno a lo que el general hiciera o dijera, llenó su zurrón y luego siguió remontando por la ladera, guiando a sus cabras hacia las partes altas. Y subía por el puntal de los romeros tranquilamente mirando, de vez en cuando para el valle cuando, al pasar cerca de un rodal de monte muy espeso, sintió ruidos. Se volvió para atrás y preguntó:

- ¿Quién anda ahí?

De la espesura del monte salió el general con una gran espada en sus manos y se acercó al hombre diciendo:

- Soy yo y vengo a luchar contigo cara a cara.

- ¿Y por qué tengo yo que luchar con usted?

- Has desafiado al rey y a mi autoridad entrando a coger higos a las tierras que te son prohibidas.

- Tanto esas tierras como las higueras, ya le dije que me pertenecen de toda la vida. No he robado a nadie sino que he cogido lo que es mío.

- Como el otro día, hoy tampoco voy a discutir contigo. Coge tu garrote y defiéndete porque voy a luchar contigo hasta quitarte la vida.

- Si usted quiere luchar, hágalo pero yo, ni lo haré ni me defenderé. Mi guerra con usted y el rey de la Alhambra, no es por odio ni venganza ni tampoco porque los considere mis enemigos o porque pretenda apoderarme de lo que no es mío. Solo defiendo lo que me pertenece y usted, en nombre del rey de la Alhambra, quiere quitarme a injustamente.

 

               Y el general, sin más dilación ni argumentos, se dejó ir hacia el hombre, espada en manos, la alzó todo lo que pudo y luego la dejó caer con todas sus fuerzas sobre el cuello del hombre que sí consideraba su enemigo. Dando un desgarrador grito, el hombre dueño del huerto de las higueras del valle, cayó al suelo bañado en sangre y muriéndose a chorros limpios. Frente al cuerpo agonizando, se quedó el general hasta que vio que el corazón de su enemigo ya no latía. Luego se alejó y le dijo a los soldados que por entre el monte y las encinas le esperaban:

- ¡Desafiar al rey y desafiarme a mí! ¿Qué se había creído este ignorante, desgraciado y sin cultura?

 

               El palacio del valle de las higueras, que fue como le pusieron de nombre, se alzó majestuoso en el centro de estas tierras. Y durante muchos años, fue la residencia de recreo tanto del rey como de sus amigos y otras personas. Y unos y otros, siempre se jactaban de ser dueño de la honda y limpia belleza del valle, de los ríos de aguas claras, del huerto de las higueras centenarias, avellanos, almendros y olivares. Pasado el tiempo, como tantas otras cosas en la Alhambra, alrededores y en esta vida, este gran palacio quedó por completo abandonado. Poco a poco se fue desmoronando hasta que desapareció por completo. Sin embargo, los ríos, aun por ahí siguen corriendo y los árboles y pájaros, continúan poblando las tierras de este rincón de Granada.

 

               Hoy, nadie sabe ni siquiera el nombre de aquel general ni glorifican las hazañas del rey pero sí el tiempo ha conservado y aun perdura, la gran belleza de ese valle. Lo que fue el alimento y la vida del hombre de la casita blanca junto al río y su familia y las demás personas que vivían en las partes altas. La ciencia no puede todavía demostrarlo pero de alguna manera, sí el espíritu intuye, que aquellas personas siguen siendo dueños y disfrutando de lo que les pertenecían y les robaron injustamente. Y todo ello, como regalo del cielo y para toda la eternidad y no así para el gran rey y su fiel amigo el general.