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romi
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Los tres niños y el molino

20 de Diciembre de 2012 a las 12:46

Bubok

LOS TRES NIÑOS Y EL MOLINO

 

               En lo que hoy se le conoce con el nombre de Calle Real de la Alhambra, la calle que va desde la Puerta del Vino hasta el parador, vivían ellos. Los tres y no eran hermanos pero sí muy amigos. El mayor tenía su casa y vivía con sus padres, al comienzo de la calle. Ella, la de edad intermedia, vivía también con su familia, en una bonita casa a media distancia entre la Puerta del Vino y el Parador Nacional. Y el más pequeño, también con sus padres vivía ya casi al final de la calle. Donde, a la derecha, quedaban unas mansiones muy grandes y a la izquierda y al final, también palacios y casas modestas.

 

               Los padres de los tres niños, trabajaban en estos palacios, artesano uno, el otro comerciante y el tercero hortelano. Por eso ellos, sus mujeres y sus niños, eran muy conocidos en todos los recintos de los palacios, entre los militares y entre todas las familias que vivían en la medina. Y además de conocidos, también eran muy respetados y queridos por el buen carácter que siempre mostraban y por el respeto con que trataban a unos y otros. Especialmente a sus amigos, familiares e hijos. Por eso, con frecuencia los conocidos les preguntaban:

- ¿Por qué vuestros hijos son tan amigos entre sí y nunca se pelean?

- Eso lo que, desde que nacieron, le enseñamos cada día. Que se comporten bien entre ellos y que sean amables y nobles con los mayores.

- Y ese deseo de libertad y de inventar cosas y conocer mundos nuevos ¿de dónde les viene?

- También se lo inculcamos nosotros porque creemos que lo más importante en las personas es ser libres, crear cosas y conocer mundos y culturas. Estas tres cosas en sí y el respeto para con todo y todos, es lo que estamos convencidos que hace grande a lo humanos y transforma el mundo en paraíso.

- ¡Con razón vuestros hijos son tan amigos entre sí y se les ve tan felices!

 

               Y ellos, cuando se juntaban para jugar, una de las cosas que más les gustaban era irse a las acequias que repartían las aguas por entre los jardines, las albercas y los huertos. Y junto a estas acequias, siempre con el permiso de los mayores, montaban los más variados y divertidos juegos: pequeñas huertas donde imaginaban árboles frutales con toda clase de flores y frutos, campos llenos de hierba donde construían montañas a su gusto y levantaban edificios, castillos y molinos juntos a los ríos.

 

               Así fue como una mañana, cuando los tres estaban en sus juegos, de pronto la niña dijo a sus dos amigos:

- ¿Sabéis vosotros lo que he imaginado?

- ¿Qué es lo que has pensado?

Preguntaron enseguida los dos niños, mientras la miraba y esperaban que les rebelara su secreto. Y ella, sentada en una piedra, cerca de una de las acequias y junto a los jardines de la Alhambra, de nuevo habló y dijo:

- Que podemos construir un molino de verdad.

- Si todo lo que por aquí un día y otro construimos, son cosas reales.

- Eso lo sé pero el molino que yo digo, es mucho más auténtico.

- Pues a ver, explícanos tu sueño para que nos orientemos.

 

               Y la niña, sentada en su piedra que ella imaginaba el sillón de una delicada princesa, frente a los jardines y las claras aguas de la acequia, se puso y habló durante mucho rato sin parar. Explicó detalladamente las cosas a sus amigos y al final, estos le hicieron algunas preguntas. Respondió ella con claridad a todo lo que los amigos le preguntaron y al concluir, los niños dijeron:

- Pues pongámonos ahora y demos comienzo a la construcción del molino que nos han descrito. 

- Pero teniendo presente en todo momento que este molino nuestro será solo para moler trigo y sacar harina. Lo de molturar aceitunas para conseguir aceite de oliva, se lo dejamos a otros.

- De acuerdo.

Ultimaron los dos amigos.

 

               Se levantó la pequeña de la piedra donde estaba sentada, caminó en la dirección que llevaban las aguas de la acequia y cuando llegó al punto que había elegido, dijo:

- Aquí mismo, donde las aguas tienen más fuerza, vamos a levantar el molino que estamos diciendo para que toda su maquinaria sea movida por esta corriente.

- Nos parece una buena idea. Yo me encargo de construir la cascada para que el agua caiga y mueva las piedras del molino.

- Pero el trigo para moler y sacar la harina ¿de dónde lo traemos?

- Todas estas tierras que hay a un lado y otro de la acequia, serán campos sembrados de hermosos trigales.

- ¿Y quién cultivarán las tierras, quién cuidará de la sementera, quién segarás el trigo y quién lo trillará y aventará para separar el grano de la paja?

- En las tierras que hay más arriba, habrás muchas casas y hasta una pequeña población donde viven muchas familias. Ellos serán los dueños de las tierras y los cereales y ellos mismos traerán sus cosechas a nuestro molino. Nosotros le moleremos el trigo para convertírselo en harina y luego se lo devolveremos todo y sin cobrarles nada.

- ¿Pero cómo no le vamos a cobrar nada?

- Es que en esto consiste la gracia de este molino nuestro y de la sociedad que vamos a formar. En que, aunque seamos dueños de todo, nunca ganaremos nada ni le quitaremos cosas a las personas que por aquí sean amigos nuestros y vengan a moler sus cereales al molino de la acequia. Solo estaremos aquí para procurar que haya orden y respeto, aconsejar y ayudar en todo lo que las personas necesiten. Nuestro mundo tiene que ser muy diferente al mundo de los mayores que conocemos.

- Un juego muy extraño pero sin duda que puede ser divertido.

Dijeron otra vez los niños.

 

               Tres días más tarde, ya tenían ellos construido el molino, delimitados los campos de cereales, diseñadas las casas y los pueblos y por los caminos iban y venían muchas personas a moler su trigo para convertirlo en harina. Y, aunque todo era de juguete porque lo suyo consistía en un juego, los tres, sentados en la piedra de la acequia, miraban complacidos a su pequeño molino, los hermosos campos de cereales, los claros arroyuelos y las aguas remansadas y saltando luego para mover todos los mecanismos del molino. Eran felices y se sentían reyes y libres viendo lo bien que todo funcionaba. Nadie entre las personas, se peleaba ni discutía por esto o aquello y todos iban y venían por los caminos y campos como ajenos a los acontecimientos dentro de los palacios de la Alhambra, el barrio del Albaicín al frente y a los soldados y reyes de los palacios cercanos.

- Como si este mundo nuestro fuera mucho más divertido y alegre que el mundo real que por aquí cada día vemos.

- ¡Y que lo digas!

Confirmaban sus amigos.

 

               Pero al quinto día de la construcción de su molino y campos de trigo, pasó por allí un verdadero rey de la Alhambra. Al ver a los tres niños tan felices, divirtiéndose con sus juegos, se paró y les preguntó:

- ¿Por qué pensáis vosotros que vuestro molino es mejor que mi reino verdadero?

Y la pequeña, sin más, le dijo:

- Majestad, solo tiene que mirar y ver. En nuestro reino, nadie es más que el otro, no hay peleas ni guerras ni robos y todos se respetan. A nadie de falta un trocico de pan ni una casa donde vivir. Y, lo más importante de todo, son y somos los más felices de este mundo. ¿No se da usted cuenta de esto?

- ¿Pero vosotros sois reyes y tenéis un reino?

- Claro, majestad. ¿No lo está viendo usted? Y hasta tenemos un bonito molino donde se muele el trigo para la harina del pan que todos comemos, sin robarnos nada unos a los otros. ¿No ve lo felices que son todas las personas que por aquí viven y lo mucho que nos quieren?

- Sí que lo veo pero no me gusta nada.

 

               Y el rey se fue sin ni siquiera despedir a los niños. Dos días más tarde, en las tierras por donde corría la acequia y se alzaba el molino y se extendían los trigales y pueblos de blancas casas, dieron comienzo a la construcción de un palacio. Al ver al destrozo que hacían los de las obras, la niña preguntó al capataz y éste le dijo:

- Tú tranquila porque en este palacio va a vivir el verdadero rey de la Alhambra y todo el gran reino de Granada. Esto sí que es cosa seria y no vuestro sueño.