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romi
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Bulerías Alhambreñas

2 de Febrero de 2013 a las 22:30

Bubok

Bulerías alhambreñas

 

Del aire que en la tarde

me besa,

mientras te recuerdo

sin que lo sepas,

recojo del invierno

tu ausencia. 

Y a ratos te sueño

en las estrellas

y otras veces rezo

para que vuelvas.

Todo es hermoso

pero tu ausencia

duele en el aire

que, en la tarde, besa. 

 

 

              

 

 

 

 

 

 

Cuando llegó el invierno y éste se encajó en los días de la Navidad, allá en su país nevó mucho. Tanto que la nieve no paraba de caer ni de día ni de noche. Se cubrieron los paisajes, las inmensas tierras llanas a lo largo y ancho de su gran reino, las casas, las calles y las plazas de su ciudad y los bosques de las escasas montañas. También se helaron los ríos y las personas se envolvieron en gruesos guantes y abrigos.  

 

               A ella no le disgustaba esto porque en estos lugares había nacido y, desde sus primeros días de vida, se había ido acostumbrando a las nieves y al intenso frío del invierno. Pero ella, joven muy culta y toda interesada por el idioma español, no paraba de contar a las amigas:

- De este año no pasa que vaya a España en los días de Navidad.

- ¿Y a qué ciudad de España quieres ir?

- Por supuesto que a la gran ciudad de la Alhambra. He leído y me han hablado tanto de esa ciudad, de la Alhambra, del barrio del Albaicín y del río Darro, que ahora necesito encajarme allí y vivir todo aquello.

 

               Las amigas, cada vez que la oían hablar de España y en concreto de Granada, se morían de envidia. Desde hacía mucho tiempo y más cuando llegaban los fríos del invierno. Porque ella también les decía:

- Por lo visto, la Navidad allí en España y en concreto en Granada, es algo único en el mundo. Quiero conocerla y vivirla y quiero sentir el flamenco que en aquellos lugares se canta.

Y un día, las amigas le dijeron:

- Pues nosotras queremos ir contigo a España y a Granada y conocer y vivir contigo todo lo que cuentas.

 

               Así fue como, unos días antes de la Navidad, las tres comenzaron su viaje desde su lejano país rumbo a granada. Llegaron a esta ciudad dos días antes de las fiestas de Navidad y lo primero que hicieron fue preguntar por el mejor cantante de flamenco. Le dijeron:

- En Granada y en concreto en Albaicín y Sacromonte, hay muchos y buenos cantantes de flamenco.

- Pero el mejor y más original ¿Cuál es?

- El que vive en la cueva del barranco. Es joven como vosotras y canta un flamenco tan bueno y original que hasta nosotros estamos extrañados.

 

               Aquella misma tarde, en compañía de sus amigas, recorrieron la Carrera del Darro y subieron al barranco de las cuevas en el barrio del Sacromonte. Preguntaron y le dijeron que el mejor y más original cantante de flamenco, sí que vivía allí pero que hacía mucho que no quería cantar.

- ¿Y eso?

- Nadie lo sabemos. Parece que en su vida ha ocurrido algo que le ha dejado herido por dentro y, puede que por esto, hasta del flamenco quiera olvidarse.

- Pero yo quiero oírlo porque he venido desde el otro lado del mundo para conocer y vivir la Navidad en Granada y para disfrutar de este original flamenco.

- Pues en aquella cueva vive. Hablad con él a ver si lo convencéis.

 

               En compañía de sus amigas, se acercaron a la cueva. Lo buscaron y cuando lo vieron, lo saludaron y le dijeron:

- Queremos oírte y verte cantar flamenco.

Y rápido él les dijo:

- A mí, ya nunca más me van a oír cantar flamenco.

- ¿Por qué no?

- Por algo muy especial que ha ocurrido en mi vida y tampoco quiero compartir con nadie.

- Pero nuestro interés por oírte cantar flamenco es más grande que el que nunca nadie haya tenido.

- Pues lo siento.

Y aquella tarde, se alejaron de él, por completo desanimadas pero con el propósito de volver al día siguiente y rogarle que cantara algo especial para ellas.

 

               Subieron por segunda vez al barranco de las cuevas, lo buscaron y en esta ocasión casi le suplicaron que para que se animara y las complaciera. Y al verlas tan insistentes, el famoso cantante de las cuevas, ahora les dijo:

- De acuerdo. Cantaré por última vez en mi vida, solo para vosotras y por complaceros.

- ¿Ahora mismo será eso?

- Será esta tarde, un poco antes de ponerse el sol pero con la condición de que vosotras tenéis que hacer lo que os diga.

- ¿Qué tenemos que hacer?

Y el extraño cantaor de flamenco, habló durante un buen rato y con detalle, les explicó lo que tenían que hacer. Al final ellas dijeron:

- Haremos las cosas tal como tú nos lo pides porque nuestras ganas de oírte cantar flamenco son más grandes que ninguna otra cosa.

 

               Un poco antes de ponerse el sol, de nuevo recorrieron ellas la Carrera del Darro, cruzaron el puente del Aljibillo y comenzaron a subir por el camino de la Fuente del Avellano cuando de pronto, una de las tres jóvenes dijo:

- ¡Un momento!

Las tres se pararon y escucharon muy en silencio. La que había pedido atención, de nuevo dijo:

- ¿Oí vosotras lo mismo que oigo yo?

Y las amigas aclararon:

- Oímos los sonidos de una guitarra, como retumbando por el río.

- Sí, y parece que surgieran de la ladera de enfrente que es donde él tiene su cueva.

- También parece como si los acordes de esta guitarra estuvieran preparando el terreno para que el cantaor se arranque. Vamos a seguir subiendo por este camino a ver si desde más arriba, descubrimos lo que ocurre ahí enfrente.

 

               Y aprisa y llenos de emoción, continuaron subiendo por la cuestecilla del Camino del Avellano. A cada paso que daban, los sonidos de la guitarra se oían con más claridad. Por eso comentaron:

- Son triste y a la vez hermosos como ninguna otra cosa en el mundo.

Remontaron la cuestecilla del primer tramo del Camino de la Fuente del Avellano y al llegar a donde crece una gran morera y hay un pequeño rellano en el terreno, se pararon. Sin dejar de prestar atención a los sonidos de la guitarra que por el río retumbaban, miraron para la ladera de enfrente. Para donde los barrancos de Los Negros y de Los Naranjos, en las laderas del barrio del Sacromonte. Y asombradas de pronto vieron lo que jamás nunca en sus vidas habían visto ni siquiera en sueños.

 

               Un bonito escenario, como elevado por encima de las cuevas, casas y parte del río Darro, mirando al sol de la tarde y frente por completo a la Alhambra. Y a la derecha de este escenario, vieron una guitarra muy grande, las manos de una persona pulsando las cuerdas y en el centro y al fondo del escenario, vieron al cantaor de flamenco que conocían. De pie frente a un micrófono y delante de él, tres jóvenes vestidas de flamenco. La guitarra desgranaba sus notas, cada vez más brillantes, triste, dolorosas y bellas y al rato, el cantaor se arrancó:       

El granado viejo

del corazón de Granada,

ahora está sin hojas

y de sus ramas

cuelgan lucecitas

azules y blancas. 

El invierno añejo

decidido avanza.

Donde ayer había flores

y frutas maduradas,

hoy solo hay tallos

color escarcha.

Todo se transforma,

tú siempre faltas.

 

 

 

 

 

 

 

           

 

               Su voz, ronca, herida, profunda y melancólica, resonó por todo el río Darro y luego se prolongaba valle arriba y hacia la colina de la Alhambra. Se arrancaron las jóvenes bailaoras y sus taconeos y movimientos del cuerpo, piernas y brazos, se confundieron con los brillantes rayos del sol de la tarde.

 

               Con el aliento contenido y desde el rellano del Camino de la Fuente del Avellano, ellas miraban y escuchaban y no daba crédito a lo que estaba viviendo. Solo la joven que y tanto a lo largo de su vida había soñado venir a Granada a oír flamenco, dijo:

- Es mucho más bello, triste y misterioso que lo que tantas veces he soñado. Por fin ahora comprendo que Granada, la Alhambra, este escenario flamenco sobre el barrio del Albaicín, el sol de la tarde y el río Darro, es lo más extraño y a la vez bello del mundo.