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romi
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El hombre, los pájaros y los gatos

9 de Febrero de 2013 a las 20:32

Bubok

El hombre, los pájaros y los gatos

 

               Su casa no era muy grande. Recogida en la ladera del barrio del Albaicín, frente por completo a la colina de la Alhambra y no lejos del Mirador de San Nicolás. Tenía un pequeño jardín con naranjos y limoneros, higueras, granados, muchos rosales que daban flores en todos los colores, un cerezo y un par de acebos. También un pequeño y fresco césped de violetas moradas y blancas y, en el mismo centro de este jardín, una fuente de piedra con agua rumorosa y clara.

 

               No tenía familia y por eso vivía solo en su bonita casa y pequeño jardín que adoraba. Pero él, amanten de los animales y amigo sincero de la naturaleza, puestas de sol y del pequeño río que corre a los pies de la Alhambra, cuidaba con gran esmero las plantas de su jardín. Le decía a los amigos, cuando venían a su casa a por algunas naranjas o tallos de hierba buena:

- Con el sudor de mi frente, quitándome el pan de la boca, piedra a piedra y a lo largo de mucho tiempo, por fin he conseguido la pequeña casa de mis sueños. ¿Y sabéis lo que ahora cada día más deseo?

- Tener un día no una casa como ésta sino un palacio como la Alhambra.

- Eso, ni lo sueño. Con este recogido paraíso mío tengo más que suficiente.

- ¿Entonces?

- Lo que más deseo cada día y sueño que se haga realidad es que este jardín mío se llene de muchos pajarillos.

- ¿Qué clase de pajarillos?

- Ruiseñores, currucas, gorriones, tórtolas, palomas, mirlos blancos y negros, petirrojos, verderones y otros muchos más.

- Pues ojalá un día tu sueño se haga realidad.

Le decían los amigos.

 

               Por eso, desde aquellos días, el hombre ponía más y más interés en las plantas de su jardín y en el agua clara de la fuente. Pasado el tiempo, una noche y en el acebo que crecía bajo su ventana, sintió cantar un mirlo. Le pareció tan hermoso que por un momento pensó que soñaba. Pero al día siguiente, se sorprendió aun más al ver posarse en las ramas del ciprés, una pareja de tórtolas. Se dijo: “¡Qué bien que las aves vayan llegando a este jardín mío! No les daré de comer ni tampoco les pondré nidos artificiales. Quiero que, los pájaros que vengan a este rincón, sean los más libres del mundo porque eso es lo que la naturaleza les pide a ellos”. Pero el hombre, a partir de aquel día, regaba las plantas de su jardín con más entusiasmo y procuraba que en la fuente nunca faltara agua. También dejaba que los pájaros se comieran de sus árboles, los higos maduros, las manzanas y las cerezas.

 

               Y una mañana de primavera, antes de salir el sol, el hombre sitió los trinos de un ruiseñor. Cantaba con fuerza melodías casi mágicas y esto le lleno de gozo el corazón. De nuevo se dijo: “Lo que nunca soñé y más me gusta en esta vida, por fin ocurre en este jardín mío. Debo darles gracias al cielo por el regalo tan maravilloso que cada día me ofrece”. Y a partir de aquel día, a todas horas contaba el bonito milagro que estaba ocurriendo en el pequeño jardín de su casa. Y los amigos, uno y otros, le decían:

- Pues ya verás lo que pasará con todos estos hermosos y silvestres pájaros que se han venido a vivir a tu jardín.

- ¿Qué es lo que puede pasar?

- Pues que un día, cuando menos lo esperes, aparecerá por aquí un gato y se los comerá todos, uno detrás de otro. Eso ocurre con frecuencia y las avecillas de tu jardín no están exentas de esta amenaza.

 

               El hombre guardaba silencio y ni siquiera quería pensar que un día ocurriera lo que los amigos le anunciaban. Pero un día, un poco antes de la primavera, bajo uno de los acebos y en un rincón entre piedras, una gata del barrio parió cuatro gatitos. Ni siquiera lo descubrió él a pesar de lo mucho que cuidaba y regaba su jardín, casa y pájaros. Crecieron los cuatro gatitos por completo salvajes y cuando ya la madre los destetó, aparecieron por el jardín buscando alimentos y agua. Enseguida el hombre descubrió que los ruiseñores dejaron de cantar y al poco desaparecieron. A los mirlos apenas se les veía por el jardín. Pocos días después, vio junto a la fuente, las plumas de una tórtola y otro día, por entre los rosales, se encontró también las plumas y restos de una curruca. Desaparecieron las palomas y hasta un par de mochuelos que había oído ulular por las noches, dejaron de oírse.

 

               Preocupado el hombre cada día más, varias veces intentó echar fuera de su jardín a los gatos y no lo conseguía. Habían crecido tan salvajes que en cuanto lo veían, salían corriendo y saltaban por las paredes o se escondían en los sitios más complicados. Y el hombre, a lo largo de todo el verano, en los meses del otoño y durante el invierno, fue encontrando una vez y otra, plumas, patas y picos de pájaros comidos por los gatos. No dormía ideando la forma de echar fuera de su jardín a estos salvajes felinos y para animarse se decía: “En cuanto de nuevo llegue la primavera y los mirlos, las tórtolas y las palomas que aun todavía quedan por aquí hagan sus nidos y salgan sus crías, seguro que otra vez mi jardín se llena de avecillas”. Y sí, al llegar la primavera aparecieron algunos mirlos, currucas y gorriones, hicieron sus nidos y sacaron sus crías. Pero al salir los nuevos pajarillos de sus nidos, cían al suelo y mientras intentaban entrenarse para coger fuerzas y escabullirse entre las ramas, aparecían los gatos y se los iban comiendo uno detrás de otro. Enfadado el hombre, un día hizo una jaula grande de alambres recios y trozos de hierro, le puso una puerta con unos muelles, un gancho dentro y en el fondo y aquí trabó un trozo de carne. Preparó esta trampa y, al caer la noche, la colocó en el rincón donde sabía se refugiaban los gatos.

 

               Se dijo: “Si da resultado y caen en esta trampa, los eliminaré de este jardín mío y así los pajarillos volverán otra vez y vivirán en paz”. En cuanto amaneció al día siguiente, salió de su casa y se fue derecho a la jaula que había colocado para atrapar a los gatos. Y al acercarse, vio que dentro de la jaula, miraba asustado y furioso uno de los gatos que mil veces antes había descubierto corriendo por su jardín. Se dijo: “Eres muy bello y ahora mismo me inspiras compasión pero te has comido casi todos los pájaros que vivían en mi jardín y eso me tiene muy enfadado. Los siento porque nunca me hubiera atrevido hacerte daño si tú y tus hermanos hubierais respetado las avecillas de este pequeño paraíso mío”. Cogió la jaula con el gato dentro, se acercó a la fuente, sumergió la jaula en el agua y en el fondo la tuvo hasta que el felino murió por completo ahogado. Luego abrió la jaula, sacó de ella el gato ya sin vida, hizo un agujero en el rincón del jardín y lo enterró diciendo: “Puede que a partir de ahora me llamen matagatos pero lo siento. Ni tú ni tus hermanos habéis respetado los bonitos y alegres pájaros de mi jardín y por eso yo tampoco puedo respetaros a vosotros. Uno detrás de otro, os iré eliminando”.