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lasacra1
Mensajes: 1.817
Fecha de ingreso: 24 de Febrero de 2010

XCIX EDICIÓN CONCURSO DE RELATOS. ADICCIONES.

25 de Febrero de 2013 a las 18:14
Da comenzo la edición número noventa y nuve del concurso de relatos. En esta ocasión el tema sobre que versarán los relatos participantes sera "ADICCIONES"

adicción.

(Del lat. addictĭo, -ōnis).

1. f. Hábito de quien se deja dominar por el uso de alguna o algunas drogas tóxicas, o por la afición desmedida a ciertos juegos.

2. f. desus. Asignación, entrega, adhesión.


Ésta es la definición que da la RAE al término que titula la edición, pero se admitirán todas las acepciones que, dentro de una lógica razonable, los participantes identifiquen con el tema.

Relatos desde hoy hasta el próximo jueves 7 de marzo a las 22,00 H. En ese momento comenzarán las votaciones que, como viene siendo habitual últimamente, me deberéis enviar a mí por privado hasta, como muy tarde, el domingo 10 de marzo a las 22,00 H.

Si sois nuevos o frágiles de memoria, para resolver cualquier duda, acudid al hilo de los comentarios o vía privado me consultáis lo que os parezca.

Hilo abierto, que empiecen a llegar los relatos, por favor.


concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 5 de Marzo de 2013 a las 13:16
Demanda
—Voy a confesarle una cosa. En una ocasión, hace de ello unos años, tuvimos un pequeño problema. Puedo sin embargo  asegurarle que nunca antes ni después hemos tenido queja alguna de nuestros clientes. Aquel caso fue la excepción que confirma la regla, esa variante de la Ley de Murphy que un día u otro surge en toda empresa. Nos pusieron una demanda.
—Me intriga usted, amigo mío.
—Pues tal vez le intrigaría más si supiese que la demanda no vino por fallar en un tratamiento, sino por todo lo contrario. Por conseguir un resultado perfecto. Por lograr eliminar por completo una adicción.
—Me cuesta creerlo.
—Puede que lo entienda mejor si le explico que nuestro cliente interpretó mal los planteamientos de nuestro centro de tratamiento. Acudió a nosotros tras leer un folleto sobre nuestras terapias, en el que se venía a decir algo así como : ¿Tiene usted problemas por culpa de una adicción? Venga y juntos encontraremos una solución.
— ¿Dónde está la mala interpretación?  Queda claro que ustedes ofrecían soluciones a los problemas de adicción. Y sé que tienen un elevado índice de éxitos en el tabaquismo, no superado por ningún otro centro o clínica europeo o americano. He visto, además, la memoria del pasado año: sus resultados en ludopatía y adicciones al trabajo son espectaculares.
—Gracias, amigo mío. Nuestro equipo de psicólogos, terapeutas, enfermeras y cuidadores está formado por personas muy capacitadas, las mejores en su campo. Puedo decir que nuestro éxito empieza por nuestros procesos de selección del personal.
—Ante un trabajo tan bien hecho y si además lograron eliminar la adicción de su cliente, no entiendo el motivo de su demanda.
—Le he dicho antes que el cliente interpretó mal nuestros planteamientos. Bien, eso sería si lo vemos desde nuestra perspectiva. Pero el caso es que el juez lo vio desde la perspectiva del demandante y dictó sentencia a su favor.
— ¿Ganó la demanda?
—La ganó. Por fortuna nuestro seguro de responsabilidad civil cubrió los gastos del juicio y el proceso y todas las indemnizaciones.
—Es lógico. Pero, dígame ¿Cómo fue lo de la mala interpretación? ¿En qué se basó el juez para dictaminar a favor de su cliente?
—El razonamiento del letrado fue que había acudido  a nosotros engañado por nuestra publicidad. Concluyó que nuestra publicidad era poco explicita y se prestaba a varias interpretaciones. Y que ello daba pie a engaños. Según el juez el paciente había confiado en nosotros engañado por nuestros mensajes. El tenía, ciertamente, serios problemas por culpa de su adicción. Y nos contrató para que le ayudásemos a solucionarlos.
—Sigo sin ver el engaño…
—Pues mire usted, amigo mío, el caso es que el cliente quería solución a sus problemas,  pero no a su adicción. Tal vez creía que éramos gurús de la endocrinología o excelentes estilistas, y pensó que le proporcionaríamos medios para conseguir más éxitos en la busca de aquello para lo que era adicto. Y según la sentencia nosotros lo que hicimos, en vez de prestarle esa ayuda, fue eliminarle por completo su adicción. Lo cual le frustró mucho y le creó un grave estado depresivo, lindante con la psicosis bipolar.
— ¿Y cuál era, si puede saberse, la adicción de su cliente?
—Era adicto al sexo.
concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 6 de Marzo de 2013 a las 18:13
DKL

- Empiece por el principio. Suele ser lo más fácil.
- Está bien –suspira-. Me llamo…
- No, no, no hace falta que sea tan formal, simplemente, explíqueme cómo empezó todo.
- De acuerdo… eh… bien. Pues… supongo que, como mucha gente, en la universidad. Nos juntamos cuatro amigotes, ya sabe, con ganas de experimentar y eso. Íbamos de intelectuales y aquello era lo más. Nos poníamos “Erasehead” o “Blue Velvet”, algo de beber y un par de porros y podíamos pasarnos toda la noche divagando, haciendo interpretaciones libres de tal o cual escena, que si este personaje quería decir no se qué, que si este plano quería decir no sé cuantos, analizando los detalles… La verdad es que, al principio, lo pasamos muy bien, nos dejamos crecer el pelo y no construíamos tupés imposibles –sonríe-. Incluso creíamos que estábamos llegando a algún sitio, ya sabe, entendiendo algo.
- Pero no era así.
- No –suspira.
- Pensabais que lo teníais controlado.
Hace una pausa mientras estudia con detenimiento la punta de sus zapatillas de tela blanca.
- Sí –susurra. Se frota la cara con ambas manos.
- Tranquilo –prosigue el doctor tras una pausa-. Tómate tu tiempo.
Inspira profundamente un par de veces.
- No conseguí acabar la universidad. Todos mis colegas siguieron, se sacaron sus títulos y yo me fui quedando atrás, anclado en unas costumbres que se estaban volviendo obsesiones, aunque, claro, yo no me daba cuenta. O no quería verlo porque ellos me avisaban continuamente. “Sé lo que hago, yo controlo”, les gritaba. Poco a poco, me fui quedando solo. Pero no me importó… yo era bueno, sabe, quiero decir, veía todas aquellas películas y tenían un sentido, casi formaban un  plan… ¡cósmico! Es difícil de explicar.
- Pero tú lo veías.
- Sí.
- Quizás eras el único que lo veía.
Levanta la vista con amargura.
El doctor sostiene su mirada, imperturbable.
- ¿En qué momento te diste cuenta de que algo no iba bien? –pregunta tras una pausa.
- “Mulholland Drive”.
- “Mulholland Drive”.
- Sí. ¿Recuerda la escena del restaurante? ¿La del pordiosero?
- Sí.
- Una noche… no sé qué toqué o… quizás lo hice a propósito… no sé –su mirada se vuelve vidriosa-. El caso es que… la estaba viendo en mi reproductor y, justo en esa escena, se produjo un bucle automático de… no sé, un par de minutos quizás –se moja los labios con la punta de la lengua-. El caso es que… bueno, la escena… ya sabe, un tipo que le cuenta a otro un sueño aterrador en el que ambos están en ese mismo restaurante y él ve a un hombre extraño, que está fuera, cuyo rostro le tiene atemorizado. Entonces, el otro le dice que salgan y vayan a comprobar que el monstruo no existe y, entonces, los dos salen y se van a la parte de atrás, bajan unas escaleras, se acercan al muro donde está la basura y… aparece un pordiosero o lo que sea, un tipo sucio y horrendo, y al otro le da un infarto y se queda tieso… -sus ojos se pasean por el techo en un viaje fugaz-. Me pasé toda la noche pegado al sofá, viéndola una y otra vez… y otra… y otra… era incapaz de parar… -su voz se apaga en un murmullo.
- ¿Y qué pasó?
Se frota las manos contra los muslos con fuerza.
- No… no lo… recuerdo. Creo que… bueno, no sé, alguien debió encontrarme o… no sé –deja escapar un aire trémolo de sus pulmones.
- Cuéntame algo sobre tu matrimonio.
Una sombra cruza sus facciones.
- Después de aquello traté de alejarme de todo. Me corté el pelo, guardé todos mis DVD en el fondo del armario…
- Pero no los tiraste.
- No –admite, avergonzado.
- Querías saber que lo tenías todo controlado.
- Sí… eso –responde, aliviado.
- No creíste necesario deshacerte de ellos.
- No… yo… bueno, simplemente los metí allí y… estaba seguro de que no iban a salir nunca más.
Su mirada vuelve a perderse en algún punto de la habitación, entre las estanterías atestadas de libros de medicina.
- Está bien. Hablábamos de tu matrimonio.
- Sí… eh, sí, bueno… conseguí coger distancia, encontré trabajo, conocí a una chica y, bueno, nos fuimos a vivir juntos.
- ¿Y cómo te sentiste?
- Bien… sí, bien, bueno, todo fue tan… rápido pero… creo que era feliz. Sí, lo era –concluye, convencido.
- ¿Y qué pasó?
Se frota las manos lentamente, la punta de los dedos temblorosos.
- Encontré la caja.
- Pero la caja siempre había estado allí.
- Sí -admite con un hilo de voz.
- Tú la pusiste ahí.
- Sí –susurra. Toma aire con fuerza.
- Volviste a caer.
Hunde la cara entre las manos.
- “Twin Peaks”.
- “Twin Peaks”.
- Entera. Fue durante un fin de semana en el que ella se marchó a ver a sus padres y me quedé sólo. Antes de darme cuenta, estaba inerme ante la pantalla. Ni siquiera paré para ir al lavabo –su voz se va apagando. Sus ojos vidriosos apenas pueden contenerse.
El doctor lo observa impasible y distante, pero su voz es suave cuando vuelve a hablar, apenas un murmullo.
- ¿Y qué pasó?
Se frota los ojos con las palmas de las manos, suspira con fuerza y coge un aire entrecortado.
- Ella volvió el martes y yo todavía estaba allí… en el sofá… sobre… un montón… de… -su voz se quiebra. Hunde la cabeza entre las manos y solloza.
El doctor cambia de postura con lentitud y espera.
El llanto se intensifica hasta que, poco a poco, va cediendo.
Recupera la compostura.
- Ella te trajo aquí –afirma el doctor.
Él asiente con la cabeza, rehuyendo su mirada.
- Ya ha tenido la intención de venir a verte varias veces aunque ambos sabéis que, de momento, no puedes recibir visitas.
Vuelve a afirmar.
- No estás solo, ¿lo sabes?
Vuelve a asentir, esta vez sus labios se tuercen en una mueca temblorosa.
El doctor avanza un poco el cuerpo hacia delante.
- Vamos a curarte –afirma, y hay tanta seguridad en su voz que el otro siente cómo el calor vuelve a sus huesos y levanta la vista para encontrarse con unos ojos impenetrables que lo observan fijamente-. Pero no podemos hacerlo sin ti. Necesitamos que nos ayudes.
Mueve la cabeza afirmativamente, cautivado por esa mirada cristalina.
- Estoy asustado –se oye murmurar.
- Vamos a enfrentarnos a tus miedos –afirma el doctor-. Y superarlos.
Sonríe tembloroso.
- Vamos, pues –afirma el doctor, levantándose y paseando hasta un punto tras él.
Se gira y lo busca con la mirada.
Lo ve.
Está en el mostrador, pagando. Sus miradas se cruzan y él puede sentir la inquietud que, de pronto, inunda la figura del doctor.
Traga saliva con un movimiento brusco de la nuez. Su cuerpo se tensa.
Lentamente, se levanta y ambos se encaminan hacia la parte de atrás del restaurante, hacia el muro donde se acumula la basura.
Avanza despacio. Todo su cuerpo lucha por dar la vuelta y salir corriendo pero es incapaz, porque sabe lo que pasará a continuación, cuando llegue al muro.
Lo ha visto un millón de veces.
concursoderelatos
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  • 7 de Marzo de 2013 a las 20:43
Promesas rotas

Te lo prometí: no lo haría más si venías. Pero no has venido, ni vendrás. Me hacía ilusión. Sería un pequeño sacrificio. Por ti. Pero no has venido, y ya no merece la pena. Me costó más de lo que pensé. Al principio fue fácil. Con el paso del tiempo un sobrehumano acto de autocontrol, y el pensar en ti, impidió que rompiera el pacto. Pero no has venido, ni pensaste hacerlo. Me miraba las manos y tenía que tomar aire. Despacio. Con calma. Visualizaba el momento en que llegarías y todo sería dado por bueno. Vencía la tentación una vez más y continuaba a la espera. Pero no has venido, y yo soy débil.
Ayer sucedió. Fue inevitable. La presión pudo conmigo. Tú parecías más lejana que nunca. Miré abatido mis manos. Dosis de placer inmediato se insinuaban burlonas. Como cada día, cada instante. Tú eras una promesa rota. Mis manos se movían solas acariciando tímidamente el paraíso perdido. Su tacto era tan suave en su firmeza... Tú no habías venido. Intenté consolarme solo con la yema de los dedos. Tú no ibas a venir nunca. Pero eso no hizo más que avivar el fuego reprimido durante tanto tiempo. Tú eras apenas un sueño. Y lo hice. No podía parar. Tú ya no existías. Allí mismo. Sin más. Me dejé ir. Tú no eras. Solamente yo, mis manos, mi boca, mi más perverso instinto. Sencillo y puro placer.
¿Podrás perdonarme? Tras casi dos meses, volví a comerme las uñas.

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 7 de Marzo de 2013 a las 21:55
The Vineyards

¿Cuántas veces se había prometido a sí misma que no volvería nunca más. Sin embargo, allí estaba de nuevo. El pequeño tílburi se bamboleaba suave y acompasadamente, la yegua blanca trotaba libre porque conocía el camino que debía recorrer. Margarita contemplaba deslizarse los árboles contra el claroscuro de la noche. Temblaba, sentía como siempre aquel escalofrío que le recorría la espalda siempre que iba a The Vineyards.

Eduardo, su esposo, se había ido de nuevo a Londres. Esta vez ella no había preguntado por qué. Ya no le importaba. Conocía esa ansiedad que llenaba su espíritu cada vez que se quedaba sola.  Podría ir de nuevo a Vineyards y podría quedarse a pasar la noche si lo deseaba. Pero, ¿no se había prometido no volver nunca más? Subió corriendo a su habitación y se miró al espejo. Tenía que arreglarse el pelo. No se reconocía en aquella cara descompuesta y ansiosa, no podía pensar en nada que no fuera lo que experimentaría en aquella casa con aquel hombre. Buscó dentro del ropero el último vestido que se había comprado. Volvió a mirarse cuidadosamente. Le quedaba perfecto.

Esperar a que callera la noche formaba parte del placer, anticiparlo. No podía resistirse a la tentación aunque sabía que no era bueno, que no debía volver a probarlo, que algo no iba bien en su corazón cuando lo deseaba tanto como para arriesgarse. Pasó la tarde entre ensoñaciones, temblaba recordando lo que le esperaba, era algo totalmente insano, una locura que la aterraba y a la vez le atraía de manera morbosa.

A las ocho dijo a Brunilda que se iba y que tal vez no volviera a casa a dormir esa noche. Sintió su mirada clavada en sus ojos diciéndole sin palabras que aquello no estaba bien. Si ella supiera lo que realmente era aquello la miraría horrorizada. Pero podía confiar en su lealtad y silencio.

El camino se iba estrechando, la yegua caminaba ahora con más cuidado porque se había vuelto pedregoso. Al dar la vuelta a un recodo las luces de la casona brillaron entre los árboles.

Gordon le ayudó a bajar del tílburi y luego de acompañarla a la puerta abierta, se llevó el coche al establo.
—El señor la espera en la biblioteca, señora.
—Gracias Gordon. ¿Cómo va su reuma?

De pie, apoyado en el respaldo de la orejera, Sebastian esperaba sonriente verla entrar en la habitación  La sonreía abiertamente. Brillaba un fuego turbio en sus ojos. Sintió de nuevo un escalofrío recorrer su espalda y el familiar pellizco de miedo apretándole el corazón. Era un hombre que imponía. Por un momento pensó que debía dar la vuelta y salir corriendo, pero  aquella sensación tormentosa que rugía en su vientre no le dejaba moverse.

Sebastian la invitó a acercarse, ella corrió a su encuentro y dejó que la abrazara, temblaba tanto que el hombre no pudo ocultar una sonrisa entre cínica y satisfecha.

—Desde que supe que venías no he podido dejar de pensar en ti. Me has hecho esperar y sabes que eso no me gusta. Ahora vamos a subir, estoy impaciente, no quiero esperar ni un minuto más.

La cogió en brazos y subieron por la inmensa escalera, ella se derretía y él besaba su cabello susurrando en su oído, sus ojos velados por turbios pensamientos.

Entraron en la habitación, las luces rojas la transformaban en un lugar en cierto modo siniestro. Margarita oyó cerrarse la puerta tras ellos y la llave volteando en la cerradura. Su cuerpo temblaba tan ostensiblemente que el hombre la abrazó con más fuerza.

—Ya sabes lo que quiero que hagas —ordenó él con voz autoritaria

Ella bajó los ojos y asintió sin palabras.

Muy despacio se fue quitando la ropa, sentía el terror expandiéndose por su cuerpo y también la ansiedad que siempre se apoderaba de su corazón expectante. Volvió a tomarla en brazos y la depositó suavemente sobre la fría mesa, sujetó sus manos y extendiendo sus brazos y piernas la ató a los grilletes y cuidadosamente cubrió sus ojos con el pañuelo rojo.

 Luego se dio media vuelta y eligió con aplicación las herramientas con las que iba a castigarla

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 7 de Marzo de 2013 a las 22:02

Una segunda vida.

El robot de limpieza doméstica observaba la habitación con ojos fríos y estáticos. Sus manos sujetaban algo que parecía una aspiradora cuyo botón de encendido parpadeaba a un ritmo cansado, casi como si fuese a cesar.

A su derecha, otro robot, éste algo más articulado y alto, sujetaba una bandeja que parecía contener platos de comida recién hecha.

-¡Tengo hambre! –sonó de pronto una voz, –tráeme ya la comida.

De inmediato, el robot articulado cruzó la penumbra de la habitación y se dirigió hacia la única zona iluminada. Se acercó a una mesa y, alargando sus brazos mecánicos, depositó la bandeja encima de ella.

-¡Oh! ¡Ya era hora! –volvió a sonar la misma voz de antes.

Una butaca se giró lentamente, a trompicones; y de entre los halos de luz que bañaban el entorno, un ser grande, de piel grasienta y un cuerpo más bien flácido, alargó sus cortos brazos para coger esa comida recién servida.

El aperitivo fue largo y tedioso; y aunque un robot no pueda tener sentimientos, parecía que esos sirvientes se estuvieran aburriendo. Y quizá algo más.

Cuando el ser terminó de comer, se volvió a reclinar sobre esa butaca y, mientras hacía una serie de ruidos uvulares, como quién expulsa algo que sobra o que, simplemente, exige salir; se rascó unas nalgas desnudas que hubiesen inspirado a un genio literario para escribir su mejor obra de terror.

Seguidamente empezó a girar de nuevo, a trompicones, cómo si le costase un gran esfuerzo ese simple movimiento; y su figura se perdió otra vez detrás de esa butaca que resplandecía con la luz que le mandaba un aparato rectangular que proyectaba imágenes de ensueño desde su interior.

El robot de limpieza doméstica se lo miraba con curiosidad, si es que aceptamos como expresión de curiosidad que sus ojos se abrieran y cerraran poco a poco mientras ladeaba la cabeza como intentando seguir las imágenes que bailaban, andaban graciosamente, corrían, saltaban con soltura y hacían todo tipo de movimientos alrededor de esa pantalla y del ser pegajoso que se encontraba casi incrustado en ese sillón que había vivido mejores tiempos.

Por su flanco derecho volvió el robot articulado después de haber acabado su tediosa tarea y se colocó, de nuevo, y en posición pasiva, a su lado.

Y allí se quedaron, quietos, con sus ojos fijos hacia la luz y sus cuerpos rodeados por la oscuridad que disimulaba la mugre.

De pronto, el silencio recibió una ofensiva de gritos y gemidos que sonaban como cañonazos. El ser en la butaca había estallado en una euforia desmesurada. Ahora reía, cantaba, gemía, gritaba, chillaba, bramaba y emitía todo tipo de ruidos sin pudor alguno.

Los robots se miraron con sus ojos de cristal y volvieron al trabajo.

Y así, durante horas, la habitación se llenó de los gritos y los gemidos que resultan de la búsqueda del placer; mientras las dos máquinas sin alma hacían el trabajo para su amo.

En un momento dado, una de ellas pasó por detrás de la butaca y pudo ver, muy de cerca, cómo el disfrute y el placer dominaban el cuerpo de esa criatura enganchada a los juegos sociales por ordenador.

Si esos robots hubiesen sabido definir lo que pasó por sus circuitos, desde su GPU hasta su CPU, en ese momento; seguramente hubiesen elegido las palabras “asco”, “odio” o “envidia”. ¿Pero eso es absurdo, verdad? ¡Va! Los robots no pueden sentir ni tampoco pensar. Ellos siguen unos protocolos programados y obedecen a sus amos.

Así que el robot de mantenimiento y limpieza del hogar siguió su curso y fue a limpiar el lavabo. Al rato, su amo se levantó con pereza imitando, de bien seguro que no intencionadamente, a un hipopótamo levantándose de una siesta prolongada.

En los ojos vacíos y transparentes del robot articulado se reflejó esa figura casi amorfa de la que sólo se distinguían las extremidades y la cabeza. Parecían impasibles, exentos de toda influencia exterior; pero en sus circuitos, pareció haber un destello, o un flujo eléctrico corretear como mil avispas.

Salió del lavabo antes de la llegada de su amo y volvió hacia la oscuridad, al lado del otro robot que ya había terminado de limpiar la cocina y preparar la cena.

Los dos atendían muy bien las necesidades primarias de su amo mientras él gozaba y se perdía en los vicios que le ofrecía la realidad virtual avanzada.

Cada día era lo mismo. Siempre había sido lo mismo.

Con el tiempo, el ser se había vuelto extremadamente perezoso y sólo se movía cuando tenía que ir a defecar. Era la única necesidad biológica que no tenía automatizada. El resto, todo estaba al alcance de la mano, o de la mente.

Eso hizo posible la práctica de sus mórbidas “aficiones” a todas horas, sin ningún pudor ni reservas. No podía dejar de jugar a esos juegos. Eran placer. Puro placer. Ahí podía hacer todo lo que quisiese.

Un día, era un valiente guerrero que se enfrentaba salvajemente a hordas de monstruosas criaturas; otro día, un señor del crimen que inspiraba temor a los demás y podía hacerse con cualquier mujer que deseara. Y así vivía su vida, con violencia, sexo desenfrenado y sometiendo a los demás mientras alimentaba su ego casi tan inmenso como su cuerpo.

Lo irónico de la historia es que esa no era su vida, eso sólo era su paranoia interior: las múltiples fantasías de su mente mezcladas sin moderación.

Estaba perdiendo el contacto con la realidad, adentrándose cada vez más en un pozo de angostas fantasías que se retorcían a su alrededor. El ordenador, los videojuegos, esas fantasías y ese gozo… todo eso no estaba a su servicio; él era simplemente esclavo de sus vicios y de sus mórbidas aficiones llevadas al extremo. Él era el esclavo de sus instintos y, rápidamente, perdió toda noción del tiempo y del mundo y se fabricó su propia realidad. Mientras, en el exterior, dos robots aburridos y asqueados de esa triste realidad ya se habían cansado de sus funciones.

Un día, el ser se despertó con un sobresalto. Había tenido una pesadilla, o eso es lo que parecía y lo que cualquier persona hubiese pensado.

Los robots ni se inmutaron. Sus ojos cristalinos y transparentes, pero a la vez opacos; siguieron sin expresar nada.

El ser, ahora desvelado, empezó a gritar pidiendo agua. Pasaron unos segundos y nadie respondió a sus exigencias. Claro que tampoco había nadie. De hecho ya ni se acordaba de cuándo fue la última vez que tuvo contacto con otro ser de su misma especie.

El robot de cocina tardó en actuar. Llenó un vaso de agua, estuvo un rato más haciendo algo, y se dirigió lentamente hacia el ser sediento que renegaba algo sobre lo que ellos no estaban preparados para entender. No obstante, lo entendían, pues dominaban treinta y cinco lenguas y tenían más vocabulario que cualquier ser orgánico.

El ser se bebió toda el agua casi de un trago y se calmó. Graduó la butaca y se puso a jugar otra vez con su ordenador.

Las máquinas no paraban un sólo instante, siempre encendidas, siempre trabajando. En cambio, él, disfrutaba de su holgazanería y de la débil voluntad de su raza a todas horas.

Las pesadillas le estuvieron atacando cada noche desde entonces. E iban a peor.

Los robots lo miraban mientras dormía. Con sus ojos fijos, fríos y calculadores. En algún momento determinado podían llegar a parecer expectantes, casi impacientes; ¿pero eso sería absurdo, verdad? Una máquina no espera nada. ¿O sí?

Los días que siguieron fueron turbulentos, quizá demasiado, pues lo normal en su vida era estar tranquilo en la butaca, jugando al Second Life, teniendo sexo con una chica de Singapur y saliendo a bailar con sus amigos mientras disfrutada del lcd que le proporcionaba su robot de cocina.

Empezaron con una súbita migraña que precedió a una especie de resfriado que le volvió aún más irascible de lo que era normalmente.

De bien seguro que si un día enfermas, tu abuela o tu madre te dirán que te quedes en casa, que es lo mejor que puedes hacer. Que si quieres que tu enfermedad remita y así superarla, debes quedarte en casa y descansar. El exterior es malo, te enferma aún más.

Qué irónica es la vida cuando se lo propone. Pues la enfermedad no remitió. Y el ser se pasaba todo el día tumbado en la butaca, descansando y, a ratos, saciando sus vicios en su casco de realidad virtual avanzada.

Los robots no paraban. Iban de un lado a otro atendiendo sus órdenes. Hasta que un día, la pobre criatura entró en un estado febril de alucinaciones y relatos cacofónicos sobre sus aventuras en el Second Life.

Intentó hacer una llamada de emergencia, pero le fue inútil. Sus robots, bajo estáticas y vacías miradas de hierro y cristal, parecían haberse averiado. Sus motores zumbaban y sus fríos cuerpos vibraban produciendo un sonido grave y monótono.

Entonces el ser se desesperó. Intentó levantarse de la butaca, pero no podía. Su cuerpo era como una masa de carne y grasa. Los huesos y los músculos se habían debilitado tanto que ya no podían con su propio cuerpo.

Empezó a hablar con demencia dirigiéndose a alguien que seguramente nunca había existido. O sí. Pero sólo siendo el reflejo ideal de una mente enfermiza atrapada en sus propios deseos mórbidos. Y entonces, en un arrebato de cólera, todo su cuerpo empezó a convulsionarse. Levantó el brazo derecho al instante que gritaba con mucho esfuerzo.

Pero el grito se cortó bruscamente y su mano se tensó. Parecía que quisiese atrapar algo, y cogerlo. Pues, en una intensa agonía, sus dedos se enroscaron sobre sí mismos, su mano se lanzó al corazón, en picado, y un último grito salió expelido de su garganta. 

Los robots se movieron entonces, cuando todo movimiento había abandonado el cuerpo del ser. El robot de limpieza tenía algo en una de sus manos. Lo puso en una ranura de la pared y giró. La puerta se fue abriendo poco a poco, dejando entrar algo que nunca habían visto, pero que de ello habían leído en su base de datos. Se llamaba “luz”.

Por fin tenían a su alcance la realidad. Y todo un mundo por descubrir.

 

 

 

 

concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 7 de Marzo de 2013 a las 22:19
Soy Sacra. Se cierra el puesto de pipas. Pasamos al hilo de comentarios.