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romi
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Junto a las torres de la Alhambra

14 de Marzo de 2013 a las 12:20

Bubok

Junto a las torres de la Alhambra

 

¡Qué pena vivir en Granada

y no tener con quien compartir

sus tardes mágicas,

paseos por la Carrera del Darro

y los misterios de la Alhambra!

 

               Desde hace mucho, mucho tiempo, cada tarde recorre la Carrera del Darro, cruza el Puente del Aljibillo y por la Cuesta del Rey Chico, sube hasta lo más alto del Cerro del Sol. Por donde todavía pueden verse las ruinas del palacio Dar al-arusa y ahora crecen pinos y olivos. Nadie sabe quién es ni qué es lo que busca por aquí cada tarde y menos nadie sabe qué es lo que piensa o sueño, mientras despacio recorre estos sitios. Sí se le ve caminar muy lentamente, mirando a todo cuanto va encontrando y parándose, de vez en cuando, junto y frente a cosas insignificantes. A veces, frente a la corriente del río para observarla durante un rato y luego seguir. Otras veces, frente a los árboles que junto a las aguas crecen para seguir despacio el vuelo o canto de algún mirlo o lavandera cascadeña. Mira también a las torres y murallas de la Alhambra y a las nubes o azules del cielo que por ahí se ven. Y hay momentos que se para frente a una mata de hierba, musgo o pequeña flor que a veces encuentra en estos sitios y ahí se queda largos ratos. Coge ramitas del espliego que han sembrado por la Cuesta del Rey Chico izquierda o, desde algunas de las curvas que por aquí el camino dibuja, se para y mira para las laderas del Albaicín.

 

               Muchas tardes, por estas laderas todas llenas de casas blancas y por donde resaltan mil cipreses, el sol se derrama. Color oro y fuego, en algunas ocasiones o pálido y gris, en otros momentos. Y al ver este espectáculo, mil y mil veces fotografiado por los turistas que por aquí van y vienen, se dice: “Definitivamente pienso que Granada y la Alhambra, si uno no tiene con quien compartirlas, son tristes aunque se les vean tan mágicas. Recorrer estos lugares, observarlos despacio y llenarse de ellos, realmente tiene sentido si en la vida hay alguien muy querido con quien compartirlos”. Y en estos momentos, algunas personas dicen que lo han visto llorar, mientras sigue y remonta esta Cuesta del Rey Chico.

 

               Y una de estas tardes, invierno ya casi acabado y después de varios días de lluvias, recorría una vez más este solitario y empinado camino. A los lados, la hierba crecía y los jaramagos, ya mostraban mil flores amarillas. El sol brillaba como en el mejor día de primavera y el viento estaba en calma. Palomas, mirlos, petirrojos y gorriones, revoloteaban lanzando sus cantos por las laderas de las huertas del Generalife y por las torres y murallas que iban quedando a su derecha según remontaba. Saltaba el agua por el riachuelo que por aquí discurre pegado a las murallas y por el suelo se veían las últimas hojas ya secas de las nogueras al borde de la torrentera de la izquierda. Sabía que aquí y en lo alto, se extendían y extienden las huertas medievales del Generalife.

 

               Terminó de remontar la cuesta y al llegar a la vieja torre que aún conserva la puerta que usaban los reyes para ir desde los palacios a la casa de campo Generalife, se encontró con los olivos y los bancos de piedra. Cinco o seis olivos que por lugar sembraron para decorar un poco este paseo de las murallas y las torres escalonadas. Se paró un momento, miró a la corriente del riachuelo y luego siguió como sin prestar atención. Y solo unos metros más adelante, donde por la izquierda comienza a subir el viejo camino medieval que lleva a los blancos palacios del Generalife, la vio sentada. Sobre una pared chica que aquí han restaurado y donde el sol daba con fuerza.

 

               Tenía en sus manos un viejo libro y leía toda recogida en sí y como ausente de cuanto a su alrededor sucedía. Sus pies colgaban por la pared y su mata de pelo, tapaba parte de su cara. Al verla, le llamó la atención. Por eso se quedó parado, la observó durante unos segundos y luego se acercó despacio y muy educadamente la saludó. Al oírlo, alzó ella su cabeza, lo miró y correspondió a su saludo. Su hermosa cara de tez suave, resplandeció iluminada por los rayos del sol de la tarde. Le preguntó:

- ¿Te molesto?

- Estoy leyendo algo muy interesante pero si necesitas preguntarme algo, te escucho.

- Es que, por pura casualidad, me gustaría saber qué es lo que estás leyendo.

- ¿Y eso por qué?

- Me llama mucho la atención verte aquí tan solitaria, sentada en esta vieja pared, frente a las torres y murallas de la Alhambra, en este rincón de los olivos y besada por el sol que cae. Dime por favor qué libro lees.

 

               Y ella, como si guardara un pequeño secreto, tapó con sus manos el título del libro, lo abrió por la página que estaba leyendo, se lo mostró un poco y le dijo:

- La historia que ahora mismo leo en este capítulo, habla de la Alhambra.

- ¿Y qué cuenta?

- La describe desde aquí mismo y el escenario es como una inmensa ruina a otro lado de la muralla que tenemos al frente. Todo por ahí dentro se encuentra destrozado, las plantas secas y ciento de piedras amontonadas y desperdigadas. Pero a esas ruinas, ha llegado un grupo de jóvenes y entre estas piedras y torres derruidas, quieren montar un campamento. Mientras tanto, por un trozo de muralla rota, salta un guía y busca una ventana para entrar al interior de los palacios también en ruinas y deshabitados.

- ¿Y qué es lo que buscan en los escombros de esos palacios?

- Según narra el relato, buscan no un tesoro sino varios y por eso los describe muy interesados en la aventura que tienen entre manos. 

 

               Al oír esta historia, el hombre pensó un momento y luego dijo a la joven del libro:

- Pues la Alhambra que en tu libro se describe debe ser muy antigua porque ahora mismo, el rincón que sirve de escenario al relato que me cuentas, todo está cuidado, limpio y lleno de plantas con muchas flores.

- La Alhambra que describe este relato, existió hace mucho tiempo y por eso es tan interesante el libro que tengo entre mis manos. Lo que aquí se cuenta es real aunque sea muy, muy viejo. ¿Y sabes para qué sirve?

- ¿Para qué?

- Para una reflexión seria y profunda sobre la vida, el tiempo y lo que queda o no al final de todo. Nada es eterno en este suelo y todo, absolutamente todo, vuelve al polvo del que un día salió. 

Y el hombre, de nuevo estuvo a punto de preguntarle por el título del libro. No se atrevió porque notaba que la joven lo ocultaba con su mano como si se tratara de gran misterio. Por eso, pensó que la estaba molestando. Y como no quería ser descortés, la miró una vez más y le dijo:

- Siento si te he importunado y te agradezco tu comentario del relato que en este libro lees. Sigo mi camino y te dejo en tu rincón y paz. Pero antes de irme ¿me permites una pequeña y última pregunta?

- ¿Qué quieres saber?

- ¿Volverás por aquí otro día y te sentarás en esta pared a leer tu libro?

- ¿Y para qué me preguntas eso?

- Yo paso por aquí con frecuencia y como me intrigas mucho, no solo tú sino también el libro que lees, por eso te hago esta pregunta.

- Pues no sé si volveré algún otro día pero cuando pases por aquí, si me ves, te acercas y me preguntas. Te diré el título de este libro, te descubriré quién soy y te contaré las más hermosas y misteriosas historias que nunca se han dicho de la Alhambra. Todas están recogidas en el libro que ahora mismo tengo entre mis manos.

 

               Agradeció el hombre a la joven sus palabras, se retiró y siguió subiendo por el bonito paseo de los olivos, torres y murallas. Algo ilusionado y al mismo tiempo lleno de intriga por lo que había visto y oído. De nuevo se dijo: “¡Qué pena que a nadie tenga en mi vida para compartir estas historias, tardes y momentos de la Alhambra y de Granada!”