CAMINOS A LA ETERNIDAD
Caminando río Darro arriba desde el centro de Granada, a la izquierda, queda el barrio del Albaicín. En una original colina muy parecía a la de la Alhambra, que se eleva a la derecha. Como si el cauce de este pequeño y original río, a lo largo del tiempo, se hubiera entretenido en labrar dos colinas casi por completo iguales. La de la Alhambra y la del barrio del Albaicín. Pero la colina de este hermoso barrio blanco, tiene una particularidad única. Sube, desde el río, en una ancha y prolongada ladera y al llagar a lo más alto, donde hoy se encuentra el Mirador de San Nicolás, se torna llana. Tan llana que incluso baja levemente y, en una distancia pequeña, se abre una llanura ancha y alarga.
Es en esta porción llana de terreno donde hoy el barrio tiene su corazón. Iglesia del Salvador, Plaza Larga, calle del Agua, Plaza Aliatar y otros muchos rincones realmente bellos y curiosos. Luego el terreno, hoy todo sembrado de muchas casas blancas, calles estrechas y pequeñas plazas, se prolonga hacia la ladera. Es la que cae del Cerro San Miguel y ermita que se encuentra en todo lo alto. Por esta prolongada y bastante elevada ladera ni en tiempos pasados ni hoy en día, se construyeron casas. Es un terreno muy apropiado para excavar cuevas y trazar veredas. Y esto fue lo que hicieron en aquellos lejanos tiempos, cuando todavía en la Alhambra vivían reyes y princesas y cuando, por las tierras llanas entre el Mirador de San Nicolás y cuesta del San Miguel Alto, había huertos.
Sí, donde hoy se ven tantas casas blancas apretadas entre sí, estrechas calles y pequeñas plazas, en otros tiempos hubo muchos huertos. Cogían el agua para regar estas tierras, tanto de la acequia de Aynadamar, la que venía del pueblo del Alfacar y de la otra pequeña que llegaba del río Darro. Y como estas tierras eran muy fértiles, los pequeños huertos que por aquí había, daban muy buenas y abundantes cosechas. La envidia era de los otros pequeños huertos, en el mismo valle del río Darro y los que también había en la colina de la Alhambra.
Por la parte de arriba de esta recogida llanura entre el Mirador de San Nicolás y la ermita de San Miguel Alto, la ladera toda estaba llena de cuevas. Pequeñas y humildes, algunas y otras algo más grandes pero todas habitadas y como engarzadas por una red muy amplia de caminillos. Casi igual a lo que hoy en día puede verse por el lugar. Aquellos caminillos, estrechos y empinados, eran de tierra y no iban a ningún otro lado que a las puertas de cada una de las cuevas. Eran de tierra que se convertían en polvo en los meses de verano y en barro y pequeños arroyuelos, en los meses de otoño e invierno. No tenían otras vías por donde ir y moverse las personas que vivían en aquellas cuevas y los que cultivaban los huertos de la llanura en la parte baja. Todo casi exactamente igual a lo que todavía puede verse por el lugar, excepto la llanura donde estuvieron los huertos.
Y cuenta una leyenda que en aquellos lejanos tiempos, se presentó un invierno muy lluvioso y luego frío y con nieve. Las personas que vivían en la colina de la Alhambra y en la Medina al levante, cerca de los palacios, no tuvieron ningún problema. Pero las personas que vivían en la ladera de San Miguel, sí se morían de frío y quedaban sepultadas en sus cuevas, al hundirse éstas, de tanta lluvia y nieve. Los caminillos que surcaban la ladera de una cueva a otra, se llenaron de barro y se convirtieron en arroyuelos. Tanto que apenas se podía caminar por estos arroyuelos veredas. Y por eso, las personas pobres que ocupaban las cuevas, sufrían aun más. Calladamente, como casi siempre los pobres o comentando con los vecinos sus penas.
Algunos decían:
- Es como si el cielo nos hubiera abandonado por completo.
- Eso es lo que muchos pensamos, porque tanta lluvia y este frío tan intenso, a nosotros no nos sirve para nada.
- ¿Y qué podemos hacer para poner algún remedio en esto?
- Como siempre, nada. Los que hemos nacido pobres y así vamos pasando los días, nunca podremos hacer nada para remediar nuestras tristezas y penas.
Y una mujer muy pobre que vivía sola en una cueva, siempre decía a unos y a otros:
- De todos modos, si creemos en Dios y nos comportamos bien unos con los otros, pienso que en algún momento, Dios puede premiarnos con algo muy especial.
- ¿Y qué día será ese y con qué nos va a premiar?
- No lo sé pero sí tengo la certeza de que eso así va a suceder.
Los vecinos, muchos, casi todos los de las cuevas y los que cultivaban y vivían por donde los huertecillos y más abajo, no se atrevían a contradecir a la mujer ni tampoco esperaban del cielo grandes milagros. Seguían comentando:
- ¿Cuándo se ha visto por aquí un milagro que salve o ayude a los más pobres como nosotros?
- Los que tienen el poder y el dinero, los reyes de los palacios de la Alhambra y otros como ellos, lo único que hacen es robarnos lo poco que tenemos.
Pero una noche de invierno, muy fría, lluviosa y con luna llena, en la ladera de las cuevas, ocurrió algo asombroso. Sería media noche cuando algunos vecinos vieron bajar por la ladera a un joven todo vestido de blanco, entró en la cueva de la mujer solitaria, la cogió de la mano y por las veredas que descendían hacia el río, se la fue llevando. Y vieron que la mujer, resplandecía con una luz muy hermosa y los caminos que pisaba, parecían transformarse en blanco y blando algodón. Todos los caminillos se tapizaron con esta hermosa alfombra y nadie sabía explicar qué era ni por qué sucedía. Al amanecer al día siguiente, fueron a la cueva de la mujer solitaria y no la encontraron. Nunca más supieron de ella y sí casi todos, desde aquel día comentaban:
- Ella creía en Dios y esperaba en el cielo. Lo que aquella noche de frío y lluvia ocurrió, fue que un ángel vino por aquí y se la llevó al paraíso que tanto había soñado.
Y los más escépticos, seguían diciendo:
- Que los milagros no ocurren ni Dios ayuda nunca los pobres. Mirad como todos los caminos de estas laderas, siguen llenos de barro y agua y nosotros más muertos de frío y hambre cada día.
- Pero entonces ¿quién se la llevó vestida de una luz tan hermosa y con todas estas sendas tapizadas de alfombra de algodón inmaculado?
- Eso no lo sabemos porque es un misterio.
- Pero como ha sucedido, es cierto y por eso pertenece a lo que ella creía, a la eternidad que se acuna tras las playas del tiempo.
Yo no sé vosotros pero yo, hoy en día y cada vez que recorro los caminillos que van de una cueva a otra en la ladera de San Miguel Alto, pienso en esto. Y en algunas ocasiones hasta he llegado a imaginar que estos caminillos, son algo más que tierra y barro. Como si se escaparan del suelo y, de una forma misteriosa, conectaran con un desconocido reino, no se sabe en qué lugar del Universo pero sí muy hermoso y eterno.