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romi
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Peña Dorada

21 de Abril de 2013 a las 10:16

Bubok

310- PEÑA DORADA

 

               El río Darro, también conocido como “El río de la Alhambra”, a lo largo de su recorrido tiene varios puntos muy significativos: su nacimiento, a sólo unos kilómetros del pueblo Huétor Santillán y por el lado de arriba, su paso por este pequeño poblado, por entre huertos y casas blancas, el lugar conocido como Jesús del Valle, con la Presa Real de la Alhambra, por donde la fuente de la Fuente del Avellano, Valparaíso, Puente del Aljibillo y Paseo de los Tristes.

 

               Y en uno de estos característicos tramos del claro y hermosísimo río de la Alhambra, a la derecha y cerca de unas viviendas, había una gran peña. Antes de Jesús del Valle y por debajo del pueblo Huétor Santillán. Dos niños hermanos, él y ella, entre doce y diez años, casi todos los días acudían a jugar a esta peña. Sus padres tenían una casa no lejos de las aguas del río y cuando cogían frutos del huerto, bellotas o castañas por los campos, siempre ellos se venían a la peña y, mientras se comían estos frutos, inventaban historias y construían castillos. De arena y piedras construyeron una vez las murallas y torres de la Alhambra, el cauce del río y las montañas de Sierra Nevada. En la misma peña, en un recoveco que había, algunas veces se refugiaban de las tormentas. También junto a esta piedra, en ocasiones hacían lumbre y en sus brasas, asaban bellotas o setas de los campos.

 

               Y un día de primavera, cuando todavía no hacía mucho calor pero sí ya los campos estaban todos llenos de hierba y flores, estalló una gran tormenta. Se refugiaron ellos en esta ocasión, en su casa y asomados a la ventana, observaban la oscuridad de las nubes y la densa manta de agua que sobre los paisajes se derramaba. Y estaban entusiasmados mirando este espectáculo cuando, al volver sus ojos para la peña de sus juegos, la vieron relucir. Como una gran ascua incandescente aunque no ardía ni la lluvia la apagaba. Dijo ella al hermano:

- Mira qué bonita la roca donde jugamos. ¿Por qué se ve así?

- No lo sé.

- ¿Vamos corriendo y la vemos de cerca?

- Sí, vamos.

Y sin más, salieron de su casa y corrieron por los campos, en medio del intenso aguacero y se dirigieron a la peña que a lo largo de los años había sido su compañera de juegos.

 

               Uno metros antes de llegar, se pararon y se quedaron fijos mirando a la reluciente roca. Y fue justo en este momento cuando, una luz cegadora, iluminó todo el rincón. Crujió enseguida un gran trueno y la lluvia arreció. En estos momentos, la madre que estaba en la casa, se acordó de ellos y al mirar para el lado de la gran piedra, solo vio un chorro de luz y la roca como ardiendo. Llamó al marido y, sin miedo a la lluvia ni al viento ni a los truenos, se fueron corriendo hacia la piedra incandescente. Cuando llegaron, llamaron a los niños y estos, ni contestaron ni aparecieron por ningún lado. Dijo el marido:

- Es como si esta roca se hubiera convertido en oro puro y por eso reluce tanto.

Y preguntó la madre:

- Pero ellos ¿dónde están?

 

               No supo qué responder el marido porque no los vía por ningún lado. Los buscaron y los llamaron durante mucho rato, hasta que llegó la noche y la tormenta desapareció. Siguieron buscándolos al día siguiente, al otro y al otro y no los encontraron. Sí la roca, al salir el sol cada mañana, relucía como ascuas incandescentes y luego también al ponerse el sol. Por el entorno, muchos empezaron a comentar:

- Esa roca, a raíz de aquella tormenta y la desaparición de los niños, se ha convertido en oro puro.

En la Alhambra, un día se supo lo de la roca de oro y algo después, el rey ordenó que se expropiara la Peña Dorada y todo el terreno que había cerca. Pocos días más tarde, pusieron barriles de pólvora en esta piedra y al explosionarlos para llevarse el oro que de la peña saliera, todo se convirtió en polvo. Se inundaron las aguas del río Darro de pequeñas manchas de polvo brillante y al ver el fenómeno, muchos dijeron:

- Es como si el cielo quisiera que el oro de esta peña, no sea para nadie.

 

               Muchos, muchos años después de aquella tormenta y la Peña Dorada, un invierno llovió copiosamente. Por el río Darro bajó una gran crecida y las aguas arrastraron ramas y piedras. Junto al Puente del Aljibillo, en la orilla, apareció una piedra muy grande que al darle el sol de la tarde, brillaba como ascuas incandescentes. Yo la vi durante muchas tardes y por eso me paraba a observarla, con la Alhambra al fondo, sobre la alta colina. Cuando escribo este relato, la piedra que digo, todavía está en el mismo sitio. Pero a nadie llama la atención porque ni conocen esta historia ni ven el brillo que la roca desprende. Creo que solo yo consigo verlo y, en estos momentos, a mi mente acude la imagen de la Peña Dorada y los dos niños aquel día de la tormenta.