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EL LIBRO DE LA VERDAD

2 de Junio de 2013 a las 0:24

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  • 2 de Junio de 2013 a las 0:29

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  • 2 de Junio de 2013 a las 20:54

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  • 2 de Junio de 2013 a las 21:03
EL LIBRO DE LA VERDAD

Autores:

Pelotadeplaya

lasacra

Zara_x

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“Quien me leyere y no me entendiere, desaparecerá. Quien me tuviere y no me leyere, desaparecerá. Quien me encontrare y me guardare, desaparecerá. Quien me conociere y no me buscare, desaparecerá. Solo la Verdad te hará eterno, pero has de buscarla, conocerla y entenderla”

Así está escrito en su cubierta y así se ha de cumplir hasta que el último ser humano haya leído El Kragn ty gorjan, libro de la Verdad eterna. 

Recuerdo sus palabras como recién dichas y un escalofrío recorre mi espalda en cada recuerdo. Cierro los ojos y no puedo olvidar su mirada, tan limpia, tan profunda, tan penetrante que, hablar con él, era como desnudar mi alma, como estar en presencia de mi propia conciencia.

Le conocí por azar, cuando nada en mi vida indicaba que algo iba a ocurrir, pero, aquella tarde gris, anodina, quizás absurda por su monótono transcurrir, apareció ante mí. Y me miró. Y le miré. Alto, delgado y serio, recto como un ciprés, hasta elegante, si sus harapos no demostrasen lo contrario; entrado en los sesenta, pelo cano y sin cortar, aunque alisados hacia atrás. Se me acercó y le atendí. 

Cualquier otra persona, más superficial que yo, hubiera dejado pasar su porte y su aplomo. Sólo hubieran visto que su aspecto no era el de alguien "normal", de una persona decente; pero la vida nos enseña que las apariencias engañan, si bien esos ojos desarmaban a cualquiera y expresaban mucho más que el traje mejor cortado del mundo. 

Aquella tarde era una más de mi vida, una vida mediocre y complaciente. Había acabado en el mostrador de aquella librería después de comprobar que es una gran mentira el hecho de que estudiar te abre muchas puertas en el mundo laboral; o puede que yo no tuviese lo que hubiera que tener para encontrar un trabajo que me motivase y me hiciese soñar que era rico y podía irme de viaje y comer filetes todos los días. Tenía un sueldo justito para ir tirando sin muchos lujos, aunque no era un trabajo cansado, pues no era una librería de éstas modernas que hacen firmas de libros y lo tienen todo informatizado.

—¿Qué deseáis, señor?— le pregunté, una vez repuesto de la primera impresión.

—Solo informarte, hijo, pues, tu momento ya llegó.

—¿Mi momento, decís?

—Si, es ya la hora de conocer la Verdad.

—¿Qué Verdad? ¿De qué me habláis?

—Del Kragn ty gorjan, el libro de la Verdad. Ya te he dado a conocer su existencia, ahora ya solo tienes que buscarlo, encontrarlo, leerlo y entenderlo.

—¿Por qué habría de hacer tal cosa. Acaso ya lo hizo usted?

—Nada que no quieras has de hacer, pero lo harás. Nada que no quieras has de leer, pero lo leerás. Así fue, así es y así será.

—¿Y usted, lo leyó? ¿Cómo lo reconoceré?  ¿En qué idioma está escrito?

—No te preocupes por su idioma, te será conocido. No te preocupes por cómo reconocerlo, lo reconocerás y no te preocupes por mi, ya que si supiere de su existencia y no lo hubiere leído, no podría informar a aquellos que aun no lo conocen.

Y, alejándose, me añadió. 

—Búscalo con la razón y léelo con el corazón.

Pasaron los meses y el recuerdo de aquel extraño encuentro dormía el olvido en lo más profundo de mi memoria cuando, paseando por un mercado en un país del sur, durante unas necesitadas vacaciones, atrajo mi atención un libro; no muy grande, de pastas ajadas color azul viejo, que se encontraba abandonado sobre el asiento de una desvencijada silla. Me acerqué y sobre su tapa leí: “Quien me leyere y no me...” Todo en mi cerebro se activó y mirando asustado en todas las direcciones, lo tomé en mis manos, como un niño en una tienda robando un caramelo; lo escondí entre mis ropas y, evitando la mirada de todo aquél que me mirase, salí hacia mi hotel.

Sin embargo alguien había reparado en mí. Noté el frío de su oscuridad en mi espalda aunque por más que me giraba para sorprender su persecución no conseguía ver a nadie.

En el ascensor, iba a pulsar de forma mecánica el número de la planta en la que se encontraba mi habitación; me detuve. Tenía que despistar a la sombra que me estaba helando el aliento. Pulsé el número del piso que se encontraba dos plantas más arriba del mío. Luego bajé por la escalera de servicio asegurándome de que sólo el silencio me acompañaba en mi descenso.

Por fin estaba en mi habitación. Suspiré ruidosamente y eché una ojeada para asegurarme de que no había nadie allí. Luego me quité los zapatos y me dejé caer sobre la cama. El cansancio doblaba mis piernas y me hacía respirar entrecortadamente. Pero tenía que ver aquel libro misterioso, así que me levanté de nuevo y lo busqué en el bolsillo de mi chaqueta. 

Allí estaba con sus pastas ajadas de color azul viejo esperando a que las abriera. No era más que un simple libro, pero algo me decía que era mucho más que eso.

Iba a levantar la tapa, estaba a punto de hacerlo, cuando sentí los pasos de alguien que se detenía frente a la puerta del cuarto. Me puse en alerta, acerqué mi oreja a la madera y esperé porque puede que no fuera más que la impresión de un loco aprensivo.

El pomo de la puerta comenzó a girar lentamente. Eché la cadena de seguridad rápidamente y después cogí la pequeña lámpara metálica que estaba sobre la mesita del recibidor y esperé... 

Mis ojos, fijos en el lento girar del pomo de la puerta, olvidaron por un momento el libro azul que llevaba en la otra mano. Los latidos de mi corazón se aceleraron y fortalecieron, hasta el extremo que pensé que quien pretendía invadir mi intimidad los estaba oyendo. Vi cómo la puerta comenzaba a abrirse, hasta llegar al tope que la cadena le permitía.

De la pequeña apertura y a justo donde se encontraba la cadenita, vi asomar un gancho de acero, que, moviéndose hacia arriba, pretendía enganchar la cadena. Con un gran esfuerzo de voluntad, levanté la mano libre y cogiendo el gancho, tiré hacia dentro.

No ofreció resistencia, pero cuando aún no había pasado toda su longitud por la apertura de la puerta, oí cómo por el pasillo corría alguien. Respiré con alivio y empujando, cerré de nuevo la puerta. Tiré el gancho en el suelo y me senté en el borde de la cama. Mi cabeza daba vueltas, buscando una solución. Tenía que salir de allí y desaparecer, pues aunque aquel viejo nada me dijo de los peligros de tener en mi poder el libro, estaba claro que alguien intentaba recuperarlo o, hacerse con él.

Finalmente, hice la maleta, guardé en el fondo el libro y, sin pensar nada más, bajé a recepción. Pagué y pedí un taxi. Cuando, sentado en el asiento trasero del taxi, recapacité sobre todo lo ocurrido, respiré con profundidad, relajándome, tanto, que mis ojos comenzaban a cerrarse sin que yo pudiera evitarlo. ¿Qué me estaba pasando? A duras penas conseguí dirigir la mirada hacia mis manos que se me antojaban lejanas y difusas; intenté levantarlas para acercarlas, no pude, no me obedecían y mis fuerzas no alcanzaban para mover el descomunal peso que habían adquirido.

El taxista empezó a hablar en un tono neutro de forma rápida, sus palabras me parecían una letanía, una oración ininteligible. Cuando se giró para intimidarme con su amplia sonrisa me di cuenta de que estábamos parados, ¿habíamos llegado a ponernos en marcha? Mi memoria también se había vuelto pesada, apenas podía recordar quién era yo y qué hacía allí.

—Tranquilízate, cuando despiertes serás una persona nueva. Ya lo verás.

Desperté sobresaltado. El Libro se había convertido en una verdadera obsesión en mi cerebro. Las palabras escritas en su portada resonaban continuamente en mi cabeza: "Quien me tuviere y no me leyere, desaparecerá" Intenté incorporarme rápidamente, pero mis movimientos eran lentos y dificultosos. Con la mirada busqué el Libro, sin importarme en esos momentos ni donde me encontraba, ni qué me había pasado. La penumbra inundaba el lugar donde estaba, pero había suficiente luz para comprobar que el Libro no se encontraba al alcance de mi vista y, con un gran esfuerzo logré incorporarme.

Miré a mi alrededor; toda la decoración de la habitación donde me habían llevado era impersonal, fría, como si me encontrase en un hospital. Me miré y comprobé que vestía la misma ropa que llevaba cuando salí del hotel, por lo que deduje que no estaba ingresado en hospital alguno. Me levanté despacio, con miedo, pues aunque no sentía dolor alguno en mi cuerpo, la inseguridad de lo que me había pasado me hizo ser prudente.

Las piernas me respondieron perfectamente. Busqué la puerta del lugar y, localizada, me dirigí hacia ella, con lentitud, con aplomo, con seguridad.

Cuando llegaba a ella, la puerta se abrió y me quedé paralizado, incrédulo ante la persona que apareció ante mí. 

Era yo. 

Me miré con detenimiento. Primero los ojos, luego el resto de mi cara. Después cada centímetro de mi cuerpo. Sentí terror porque no era el “yo” que se acababa de incorporar el que percibía la información de mis miradas. Era como si mi cerebro se hubiera cambiado de cuerpo. El “yo” que pretendía huir de la habitación esbozó una leve sonrisa, se giró y caminó hasta donde se encontraba el libro.

—¿Te ibas a ir si él? —preguntó extendiendo la mano para darme el libro— No creo que quieras desaparecer.

Tomé el libro y de nuevo volví a ocupar mi cuerpo. Desconcertado, me vi marcharme con el libro en la mano. 

—¡Vuelve! ¿Qué está pasando? ¡Vuelve, no puedes dejarme así!

—No te preocupes. Lo leeré y no despareceré. Serás, seré, una persona nueva, ya lo verás.

Luego yo no era yo... ¿O sí, pero no podía comprender aquel misterio? Volví a palparme nerviosamente. Allí estaba mi cuerpo y también mi mente, puesto que estaba tratando de razonar. Azorado, a punto de caerme, me acerqué a la puerta de la habitación, la misma por la que Yo acababa de salir con el libro de pastas azules bajo el brazo. Empujé la puerta, pero no se abrió. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿A dónde había ido mi Yo? y ¿por qué me había desdoblado de aquella manera?

Un sudor frío resbalaba por mi frente, las manos me temblaban y empecé a sentirme tan mal que tuve que echarme en aquella cama blanca, metálica, hospitalaria en la que me había despertado. Entonces fue cuando me vi a mi mismo caminando por un pasillo largo y atravesando la gran puerta para salir a una calle oscura y solitaria. Miré a un lado y a otro, subí el cuello de mi chaqueta, me puse un gorro ruso, calado hasta los ojos y salí a la calle.

De entre las sombras surgió un hombre al que no podía ver la cara. Era muy alto y se cubría con una gabardina pasada de moda. Estaba siguiéndome, se escondía en los rincones oscuros cada vez que sentía que iba a ser descubierto. Y Yo caminaba sin darme cuenta. ¿Cómo podría avisarme del peligro? 

 Una risa empezó a resonar en mi cabeza. Era mi risa. No podía ser, yo estaba muerto de miedo, intentando avisarme de que alguien me seguía, ¿por qué retumbaba mi propia risa en mi cerebro?

Me vi pararme en seco y girarme. Mi perseguidor no trató de ocultarse, simplemente se detuvo al mismo tiempo.

Sentí alivio, al fin podía ver que había alguien tras de mí. Pero inmediatamente el miedo sustituyó al alivio. ¿Me haría daño ese hombre? ¿Quería quitarme el libro? ¡Y yo atrapado en aquella camilla sin poder hacer nada más que mirar! Aquello era insufrible… entonces me di cuenta, la risa que poseía mis pensamientos provenía de mi otro yo: estaba riendo.

—¡Necio! ¿Por qué ríes? —grité sabiendo que yo no podría oírme.

Me vi sacar un paquete de tabaco del bolsillo. Ofrecí un pitillo al hombre de la gabardina anticuada y él lo aceptó con naturalidad. 

Tenía unos dedos largos acabados en una perfecta manicura. La luz rojiza del cigarrillo brillaba en medio de la oscuridad, un halo gris de aromático humo lo rodeaba, como una nube baja rodea la cima de la montaña en un día triste y lluvioso. Me miró fijamente, sentí un escalofrío.

— Veo que todo ha salido bien, tal como lo hemos planeado —tenía una voz metálica, sin tonalidades— Sigues en esa habitación y a la vez estás aquí. Resultará más fácil llevar a cabo nuestros planes. ¿Has traído el libro? 

Afirmé con la cabeza sin decir ni una palabra.

— Bien, entonces debemos guardarlo en un sitio seguro. Si los de Cormorán pudieran localizarlo todos nuestros esfuerzos serían inútiles.

— Creo que sé un lugar que resultará seguro y a la vez fácil de llegar a él. Pero aún no me has dicho cual es el secreto que encierra este libro, que resulta tan importante como para que Cormorán lo quiera con tanta vehemencia.

— El clan de los cormoranes lleva años detrás de esta joya, en ella se encierran fórmulas mágicas que dividen el yo y lo multiplica cuantas veces se desee. O la que disuelve las rocas y las convierte en polvo dorado de un metal precioso y desconocido para los hombres y muchas más. Ya has visto cómo hemos conseguido que estés aquí a la vez que estás allí para que nadie sospeche de ti.

Sentado en la cama escuchaba atentamente la conversación entre Yo y el hombre de la gabardina. Era de verdad mágico el libro de pastas azules y yo lo tenía e iba a esconderlo de los que se querían apoderar de él.

Pero... de nuevo vinieron a mi memoria las palabras escritas en la tapa del libro: "Quien me tuviere y no me leyere, desaparecerá" ¡Dios! Inmediatamente tomé conciencia de la intencionalidad oculta de las palabras de aquel hombre de la gabardina. No eran los del clan cormorán, era él el peligro, ya que si guardaba el libro sin leerlo, yo desaparecería y él se convertiría en el nuevo dueño del libro.

¿Cómo me podría desvincular de su presencia? ¿Donde ocultarme de su insistente persecución?

—¿Has decidido ya donde vamos a ocultarlo? Debes decidir rápidamente, los del clan pudieran estar cerca y, si nos encuentran, no dudarán en utilizar todos los medios necesarios para quitarte el Libro, incluso tu muerte, si así lo consiguiesen. 

Ya hace una semana que lo encontré y, mientras escribo, apoyo mi mano izquierda temblorosa sobre su tapa, sin saber qué hacer. Y me pregunto: “¿Cuanto tiempo me habrán concedido para empezar a leerlo o... desaparecer?"

Desde mi camilla contemplaba la escena y me di cuenta de que los pensamientos de mi otro yo pasaban por mi cabeza. ¿Pasarían los míos por la suya?
 
Su miedo y preocupación me hacían sudar; las gotas me caían sobre la nariz y me molestaban.

Intenté secarme con la mano… ¡mi mano había desaparecido! Quise ponerme en pie, apenas tenía fuerzas, las busqué en lo más hondo de mi voluntad. Las fuerzas no fueron suficientes. Mis pies también había desaparecido.

—¡Abre el libro y empieza leer!

Una voz interna me gritaba en la cabeza, me decía que abriera el libro y lo leyera, que no esperara ni un segundo más. Antes tenía que deshacerme de mi perseguidor. Mi perseguidor… lo conocía aunque no conseguía saber cómo ni cuándo habíamos empezado a relacionarnos, tampoco sabía por qué teníamos un plan común. En cualquier caso estaba seguro de que no era de fiar, de que me encontraba asido en una trampa.
 
El libro. El libro me daría todas las respuestas. Antes tenía que deshacerme de ese hombre pasado de moda.

Cerré los ojos con fuerza, como queriendo sacar de mi cabeza todos aquellos pensamientos, y mantuve esa tensión hasta que empecé a sentir mis venas a punto de reventar. Pero, al mismo tiempo, empecé a tomar conciencia de que había desaparecido...

¡Había desaparecido de mi mente la imagen de aquel extraño con gabardina! ¡Ah! La sensación de paz que sentí fue enorme y, lentamente, disfrutando del momento, fui abriendo los ojos.

Miré a mi alrededor. Todo estaba en orden; tumbado sobre mi cama yacía con placidez. Lentamente bajé la vista y pude verme las manos, las piernas...

 !De nuevo era yo, estaba entero! Me incorporé y, al hacerlo, vi el Libro junto a mi. Me quedé quieto, sin reacción. Es cierto que de mi mente había desaparecido toda aquella extraña escena, el viejo de la gabardina, mi desdoblamiento, sus palabras... pero el que seguía a mi lado era él, el Libro de la Verdad y no supe que hacer.

¡Maldita duda la mía! ?Abrirlo y leerlo? ¿Esperar a...? ¿A qué o a quien tenía que esperar para comenzar su lectura?

Y lo que es más importante: ¿tenía que esperar?

Acababa de salir de un sueño vivido o, tal vez, una realidad soñada donde me había visto desaparecer y ocupar un cuerpo que era el mío y que sin embargo me era ajeno.  ¿Sería una señal, una advertencia de que el tiempo se estaba agotando?

Tomé el libro entre mis manos y acaricié su portada. También su lomo. ¿Qué me impedía abrirlo y comenzar su lectura?

Tomé aire como si me fuera a sumergir en las profundidades marinas, me santigüé y levanté la hermosa portada para encontrarme con la primera página impresa.
 
“Si estás leyendo esto es que finalmente tomaste al decisión correcta. O tal vez no…”
El aire que había guardado en mis pulmones se había agotado y el temor me había hecho olvidar que tenía que renovar el aliento. Cerré de golpe el libro y jadeé sintiendo que me asfixiaba.
 
Me quedé medio dormido, en mi cabeza la última duda sobre la conveniencia de leer el libro o no. Sentí que sobrevolaba mi cuerpo y pensé que de nuevo volvía a desdoblarme. Aquello me causó un terror paralizante. ¡No deseaba volver a eso! 

El libro de pastas azules danzaba ante mis ojos con las páginas abiertas, de las que se desprendían unas letras enormes y negras formando hileras perfectamente ordenadas como si fueran un ejército en marcha. Venían hacia mí y antes de que pudiera reaccionar se lanzaron sobre mi cabeza, llenando mi cara de aquellos signos amenazantes y que no me dejaban ver.

Se movieron por ella como si fueran hormigas hambrientas. Con un gran esfuerzo conseguí apropiarme del libro e intenté cerrarlo para que no se multiplicaran y acabaran conmigo. Fue entonces que pude leer el primer párrafo del primer capítulo. Pensé que, como no podía ver bien, no había entendido adecuadamente lo que decía. Volví a releerlo, a pesar de que las letras bailaban ante mis ojos y confirmé que había leído bien, aunque lo cierto era que no lo entendía: “Quien me leyere y no me entendiere, desaparecerá. Quien me tuviere y no me leyere, desaparecerá. Quien me encontrare y me guardare, desaparecerá. Quien me conociere y no me buscare, desaparecerá. Solo la Verdad te hará eterno, pero has de buscarla, conocerla y entenderla” 

¿Era aquello una lección de vida o significaba algo más?

“Desaparecerá”. Esa afirmación tan contundente me paralizaba. Entonces reparé detenidamente en la última frase: “Solo la Verdad te hará eterno, pero has de 
buscarla, conocerla y entenderla”. La verdad…  ¿Dónde se encontraba?, ¿tal vez en el interior de ese libro misterioso?, ¿la estaba buscando o me había perdido en mis miedos y confusiones pasando de largo ante lo verdaderamente importante?

De nuevo me armé de valor y di un paso más, pasé a la página siguiente. Las letras amenazaron con volver a atacarme, pero mi determinación consiguió frenar la embestida del ejército de hormigas alfabetizadas. Tenía que leer y nada me detendría.