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romi
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Puerta sin llave

2 de Junio de 2013 a las 11:52

Bubok

PUERTA SIN LLAVE

 

               La calle era estrecha, toda de tierra, en el mismo corazón del que es hoy en día el barrio del Albaicín y discurría, no desde el río a lo alto de la colina, sino en otra dirección. El trazado de la calle se alineaba casi paralelo al cauce del río Darro pero en las partes altas. Casi en lo más alto de la colina de este barrio. Más o menos por donde hoy se localizan los cármenes que hay por debajo del Mirador de San Nicolás. Por eso la calle, la del lado de arriba, porque en realidad eran dos las calles, dominaba muy bien toda la colina de enfrente. La que hoy es conocida como la Sabika y es donde se alza la fantástica Alhambra.

 

               La calle de arriba, la que tenía pavimento de tierra y discurría paralela a la colina de la Alhambra, en realidad no avanzada por la misma línea de nivel. Nacía un poco a la altura del que hoy es el Mirador de San Nicolás y según avanzaba, descendía como al encuentro del río. Pero no llegaba a tocarlo porque la calle era corta y por eso moría como en una pequeña plaza, que era donde justamente se encontraba con la segunda calle. Ésta también discurría paralela al cauce del río y era algo más ancha. Y la casa, de una sola planta, quedaba recogida entre las dos calles. De aquí que la vivienda tuviera dos entradas. La del lado de arriba, en la calle primera y la del lado de abajo, en la segunda calle.

 

               Las dos entrada a la casa eran importantes pero la entrada del lado de arriba, resultaba muy bonita. Tenía en la puerta un trozo de terreno donde crecían rosales, jazmines, algunas matas de arrayan, naranjos y limoneros. Por eso, al entrar a la casa por esta puerta, todo resultaba agradable. La puerta se ocultaba un poco por entre las ramas de los naranjos, limoneros, jazmines y rosales, creando un especio muy recogido y fresco antes de atravesar la puerta y pasar al interior de la casa.

              

               La otra puerta, la que en la misma casa daba a la calle de abajo, era igual de importante pero mucho menos bella. En la entrada, solo había un banco y dos ventanas a los lados y con rejas. Era una puerta muy concreta que se abría frente a la colina de la Alhambra, como un mirador muy particular. De aquí que esta puerta de la casa, aunque no fuera tan bonita como la de la calle de arriba, sí mostraba un encanto especial. Sin embargo, a la joven que vivía en la casa, hija única de un matrimonio mayor, la puerta que más le gustaba era la del lado de arriba. Comentaba con la madre:

- Resulta como algo misterioso por quedar bastante escondida entre las plantas de este trozo de tierra.

Y la madre le decía:

- Pero lo que no acabo de entender es por qué quieres que esta puerta nunca esté cerrada con llave.

- Yo sí lo entiendo y, como además me gusta, esto es lo que siempre deseo.

- Pero, hija mía, tener abiertas las puertas de las casas, siempre es un peligro. ¿Cómo no comprendes esto?

- Lo entiendo y comprendo tu preocupación pero mi corazón me dice que es hermoso y, de alguna manera, deja muy feliz por dentro no cerrar nunca la puerta con llave.

 

               Cuando se entraba por la puerta de arriba, la de los rosales en el jardincillo, si se seguía recto, enseguida se llegaba a una pequeña sala. Si se avanzaba un poco más, en solo unos metros, se encontraba la segunda puerta, la que miraba a la colina de la Alhambra. Y a la joven, le gustaba mucho la sala que había en el mismo centro de la casa y que era como el recibidor a las dos entradas. En esta estancia, ella tenía su pequeño mundo. Una mesa camilla en la que, en los fríos días de invierno, se sentaba al calor del brasero y a estar con ella y meditar sus cosas. De vez en cuando, como la puerta de arriba nunca la cerraba con llave, las amigas empujaban, entraban y en la sala se quedaban con ellas contando sus aventuras o sueños. Otras veces, cuando ella estaba sola en la sala, la puerta se abría, se asomaba por el hueco algún vecino, la saludaba, le preguntaba alguna cosa y luego se iba.

 

               A la derecha de la sala, tenía ella su habitación y también la puerta de esta estancia nunca tenía la lleve echada.

- Que algún día, cuando tú estés en esta sala o en tu habitación, va a pasarte algo.

- Pero es que me siento libre y muy feliz con la puerta de mi casa y habitación sin llaves ninguna.

Le seguía ella argumentando a la madre un día y otro y cada vez que ésta le pedía que cerrara bien las puertas. Y una noche, cuando la luna brillaba limpia y redonda en lo más alto de la Alhambra, estaba ella en su habitación. Sintió que se abría la puerta de los rosales y luego sintió que se abría la puerta de su habitación. Miró y vio a un hermoso joven que le dijo:

- Vengo a llevarte conmigo ¿estás preparada?

- Llevo mucho tiempo esperándote y por eso las puertas de mi casa y habitación, las tengo abiertas.

- Mi caballo está en la puerta esperando dame tu mano y no hagas ruido.

 

               Al día siguiente, cuando la noticia se corrió por el barrio, algunos vecinos comentaban:

- Anoche sentí yo relinchar un caballo mientras galopaba veloz y se alejaba como hacia la colina de la Alhambra.

Y la medre decía:

- ¡Y mira que yo le tenía dicho que no dejara abiertas ni la puerta de la casa ni la de su habitación! Esto tenía que pasar y ahora es mi corazón el que se va a morir de dolor.

Aquel mismo día, los siguientes y durante mucho tiempo, por todo el barrio del Albaicín se hablaba y se hablaba de la joven y las puertas sin llave en su casa. Algunos decían:

- Es que en los tiempos en que vivimos ¿a quién se le ocurre no cerrar con llave todas las puertas de las casas?

Y otros argumentaban:

- Pero es que cerrar con llave todas las puertas y ventanas es como poner fronteras entre cada uno de nosotros y el resto del mundo. Y de este modo, cada día nos aislamos más y nos volvemos egoístas y posesivos. Como si consideráramos enemigos nuestros a todos los que hay fuera de nuestras casas. Quizá sea muy peligroso lo que ella pensaba e hizo pero si de este modo era feliz y, donde ahora esté lo sigue siendo, nos ha demostrado que las cosas pueden hacerse tal como soñaba.

 

               En el barrio del Albaicín y en otros muchos lugares del reino de Granada, hubo un tiempo en que las personas siempre tenían abiertas las puertas de sus casas. Hoy en día, no es así. Las puertas de las casas a todas horas están cerradas y con llaves, candados y cerrojos.