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romi
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El sueño // Los cuadernos del sabio-I

13 de Junio de 2013 a las 11:50

Bubok

323- EL SUEÑO

Los cuadernos del sabio-I

 

               Tenía el sabio su casa cerca del río Darro. Al pasar el Puente del Aljibillo, a la derecha y donde comienza el camino que lleva a la Fuente del Avellano. Y le gustaba a él, además de escribir cada día un buen rato, sentarse en el puente del río para contemplar las aguas y las puestas de sol al otro lado de las torres de la Alhambra. Le servían estos momentos para llenar su alma y alimentarse de los silencios y sueños que luego escribía en sus cuadernos.

 

               Porque el sabio, tenía en su casa, una muy bonita colección de cuadernillos donde redactaba sus cosas. Los iba colocando en un lugar muy concreto dentro de su vivienda y de esto se sentía orgulloso. A veces, con algunos de sus amigos compartía estas cosas pero en otros momentos, meditaba y escribía solo para sí y esto era precisamente lo que le daba un interés especial a sus pequeños cuadernos. Que eran cosas escritas en libertad, llenas de sinceridad, por el puro placer de explicar la vida y lo que veía y ocurría en el mundo que le rodeaba. Y aquella soleada mañana de invierno, sentado el sabio frente al río y frente a las torres y palacios de la Alhambra, en uno de sus pequeños cuadernos, escribió lo siguiente:

 

                 “Durante algún tiempo, estuvo viviendo con ellos. En la casa grande, de piedras y tejado rojo, al final de la llanura en el amplio valle del río. Donde el cauce tiene algunos charcos de aguas claras y los avellanos crecen cerca. Y a la orilla de estos charcos, se iba cada día. Simplemente a sentarse ahí, mirar el ir y venir de los renacuajos y a disfrutar del fresco airecillo en las tardes de verano. También le gustaba esperar sentado hasta que la noche llegara. Para mirar el firmamento y la luz de las estrellas y para escuchar despacio el canto de los grillos.

 

               Uno de los que vivía en la casa grande, no paraba de ir al director para decirle:

- No sé qué pinta entre nosotros. Vive solo su vida y los demás, nada le importamos. Y las normas, las reglas, lo que está mandado, ya ves que ni les hace caso.

Y un día el director lo llamó y le dijo:

- Ya estoy harto de tantas quejas como recibo de ti. Y además, hasta parece que con todos estés enfadado.

Miró fijo al director y nada comentó. Sabía que otra vez lo estaba acusando pero en esta ocasión, no tenía claro qué castigo le impondría.

 

               No tardó el director en dejarlo claro:

- Coge una manta, tú morral y algunas cosas de comer y te vas a la cueva del río.

- ¿A qué cueva del río?

- A la de los tajos.

- ¿Y qué voy a hacer allí?

- Te pones y arrancas todo el monte del lado derecho. Labra luego esa tierra, le quitas las piedras y los escaramujos y, cuando llegue la primavera, la siembras.

- ¿De qué la siembro?

- De garbanzos y algunas matas de maíz.

- Y durante todo este tiempo ¿dónde vivo y de qué me alimento?

- Te sientas en las orillas del río y por las noches contemplas las estrellas y sueñas con las fantasías que en tu corazón llevas. Todos en esta casa estamos hartos de ti y ha llegado el momento de que lo sepas.  

 

               Y aquella tarde, una muy calurosa tarde de verano, se le vio salir de la hermosa casa. Con solo una pequeña mochila acuestas y una manta. Atravesó la llanura, buscó la senda que va por entre las encinas y se dirigió a las partes altas del río. Iba solo y cabizbajo, muy en silencio y como rezando. Miraba muy despacio y en su corazón se decía: “Me han echado de su sociedad. Porque esto es como si en el fondo me estuvieran desterrando a las montañas, a las orillas del río para que goce de su encanto y, en las noches, del cielo estrellado”