Esta web, cuyo responsable es Bubok Publishing, s.l., utiliza cookies (pequeños archivos de información que se guardan en su navegador), tanto propias como de terceros, para el funcionamiento de la web (necesarias), analíticas (análisis anónimo de su navegación en el sitio web) y de redes sociales (para que pueda interactuar con ellas). Puede consultar nuestra política de cookies. Puede aceptar las cookies, rechazarlas, configurarlas o ver más información pulsando en el botón correspondiente.
AceptarRechazarConfiguración y más información

Foro para escritores de Bubok

Para participar en los foros de Bubok es imprescindible aceptar y seguir unas normas de conducta básicas. Puedes consultar estas normas aquí
X
romi
Mensajes: 678
Fecha de ingreso: 25 de Abril de 2008

El álamo

14 de Julio de 2013 a las 12:20

EL ÁLAMO       

 

               - No sé cómo podré irme de aquí.

Le comentó a los hombres que estaban junto a él, al darse cuenta que los arroyos crecían y crecían por momentos.   

- Esto se pasa enseguida.

Le dijeron ellos y así fue: ni siquiera media hora más duró el cielo nublado. La gran tormenta, tal como había llegado derramando lluvia y lanzando rayos y truenos, se fue y el agua en los arroyos, comenzó a bajar.

 

               Sin embargo, los que trabajaban en la cantera, a partir de aquel momento, suspendieron el arrastre de los grandes bloques de piedras. Todo el campo y, en especial cerca de la cantera, se había convertido en un barrizal. Y como precisamente su presencia allí aquella tarde era ver de cerca el traslado de las rocas, en cuanto los hombres dejaron el trabajo, los despidió y se fue. También porque temía que se presentara otra tormenta y le cogiera en medio de los campos. Cruzó el arroyo por el puente de piedra y luego atravesó la llanura dirección a la huerta. Aquel día la pequeña no iba con él. Se había quedado en la casa y luego acompañó a la mujer hasta la huerta para recoger algunas frutas. Ahora, en este momento, tenía ganas de verla para contarle lo aparatoso de la tormenta y los cambios que había dejado en el campo.

 

               Y recorría los últimos metros de la llanura, acercándose a los álamos del arroyo que bajaba desde la huerta, cuando de pronto, le azotó en la cara, manos y cuerpo, una fuerte racha de viento que subía por el arroyo. Eran los últimos retazos de la tormenta que acababa de marcharse. Justo cuando llegaba a la altura del bosque de los álamos, uno de estos árboles, crujió, se retorció y lo vio caer, partido por la mitad. La parta alta, la que había sido arrancada del tronco principal, el mismo viento la empujó y fue a caer al borde del arroyo. El tronco quedó tumbado dentro de la corriente, en un charco redondo y las copas, apuntando a la colina al otro lado del cauce. Se paró, miró observando interesado el destrozo en el álamo y al momento comenzó a sentir como tristeza. Le tenía un gran cariño al pequeño bosque de álamos porque en verano, daba una sombra muy fresca y en invierno, le gustaba mucho contemplarlos desde la ventana cuando las nieblas revoloteaban o las lluvias caían.

 

               Siguió y pasó cerca del árbol roto. Lo volvió a mirar pensativo durante unos segundos más y luego continuó hacia la casa. En cuanto llegó, llamó a la pequeña y le contó lo de la tormenta, la crecida de los arroyos y la tragedia del álamo tronchado por la ráfaga de viento. Preguntó ella:

- ¿Puedes llevarme a ver ese árbol roto?

- Si quieres tú, te llevo ahora mismo.

- Es que me gustaría verlo.

Se pusieron en camino y solo unos minutos después, ya estaban los dos junto al bosque de los álamos en el arroyo y frente al que la tormenta había partido. Y durante mucho rato, miraron e hicieron varios comentarios, extrañado por el cambio que se había producido en el lugar.

Al final, dijo él a la pequeña:

- Así es la vida y así son las cosas y, en muchas ocasiones, no tenemos más remedio que aceptarlas.

 

               Pasó el tiempo, un mes, tres meses, un año, dos años y el trozo de álamo tronchado, de unos cuatro metros, no perdía lozanía ni se marchitaba. Todo lo contrario: cada día que pasaba, se le veía más verde y fresco, a pesar de estar por completo separado de las raíces. Y en cambio, el trozo de álamo que tenías raíces, sí se había secado y poco a poco se iba pudriendo. Y además de esto, en aquel pequeño bosque de álamos, sucedió algo que le desconcertó por completo: aquella mañana de primavera, se marchitó totalmente el que parecía más robusto de todos aquellos álamos. El que estaba cerca del que había roto la ráfaga de viento. Era un árbol alto, verde, recio y frondoso y sin embargo, se marchitó.

 

               Dos semanas más tarde del día de la tormenta, empezó a ponerse amarillo y veinte días después, estaba por completo seco. A la pequeña, este fenómeno le llamó tanto la atención que desde aquel día, siempre que pasaba por allí, se paraba y observaba tanto un árbol como el otro. Decía:

- Me parece imposible que el álamo tronchado por aquella ráfaga de viento, siga tan verde y lozano y en cambio el otro, el que sí tiene raíces robustas y profundas, se esté muriendo de esta manera.

Y durante muchos días, estuvieron observando el fenómeno y comentando sus impresiones y sentimientos. Tanto que pasado el tiempo, hasta empezaron a temer que por fin un día el árbol roto, se marchitara. Después de tantos meses tronchado pero verde y lozano, ahora no querían que muriera. Por eso comentaba a la pequeña:

- Sí, yo también quiero que siga vivo y para siempre. Es como una necesidad, como la demostración de algo.

- ¿Y si cualquier día de estos amanece lacio y seco?

Preguntaba ella.

 

               Sin embargo, pasó el tiempo y el trozo de álamo, no se podría. Y de esta imagen, él y la pequeña, hasta habían sacado conclusiones. Le decía a la niña:

- Parece como si nos dijera que las personas más sanas, las que tienen muchas raíces por donde les puede llegar la vida a raudales, muchos medios para vivir y poseerlo todo, pudieran ser, sin embargo, las más prontas en morir y desaparecer para siempre. En cambio, esas otras personas sin nada, sin amor, sin casa, sin dinero, sin amigos, sin influencia, sin raíces y sin tierras, sí son capaces de permanecer en la vida para siempre y no morir jamás. Lo que ha ocurrido con estos dos árboles parece anunciarnos y enseñarnos esto.

 

               Reflexionaba de este modo con la pequeña y ni siquiera tenía claro que ella lo comprendiera. Por eso, para sí también se decía: “Este álamo, el que permanece con sus raíces clavadas en la tierra y sin embargo se seca y mure, se parece a la madre de esta pequeña amiga mía. Ella, con ser un día la más hermosa entre todas las otras y poseer mayor encanto y pureza, aun teniéndolo todo y abundante dinero, casa, comida y unos padres que la quieren mucho, ahora se marchita y pierde lozanía y fuerza. Ya no tiene encanto porque empieza a estar llena de prejuicios y cree solo lo que le interesa. Ya no hay inocencia ni en su alma y mente y aunque, como el álamo sigue con sus raíces y todo lo necesario para ser la más grande, es pobre. La de menos atractiva y por donde la vida al pasar, ya no crea belleza ni sentimientos puros. Y en cambio, este otro árbol, el tronchado por la gran ráfaga de viento y que sigue verde junto a las aguas del arroyo, sí está lleno de misterio y encanto. Y por eso se parece a mi pequeña amiga. Ella ahora, con estar tronchada y separada de sus raíces, posee la vida con toda su riqueza y esplendor. En esta niña sin padre y sin madre que la cuiden y quieran, se acumula todo el encanto e inocencia del Universo, sin mancha y apuntando hacia un mundo nuevo”.