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romi
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La turista y el manantial

4 de Agosto de 2013 a las 12:02

Bubok

La turista y el manantial

 

               Llegó a Granada para solo unos días y en cuanto se encontró con sus amigas, les dijo:

- Quiero visitar la Alhambra como todas las personas que vienen por aquí pero especialmente, quiero conocer el manantial.

Y una de las jóvenes que la recibía, enseguida le preguntó:

- Manantiales, arroyos, ríos y montañas, hay muchos por los territorios de la Alhambra. ¿Cuál de ellos es el que tú quieres conocer?

- El que brota en la ladera, bajo el olivo y dicen que sus aguas son agrias, además de claras y se despeñan en cascadas.

- Pues se lo decimos a nuestro amigo vecino y mañana mismo él nos lleva a ese lugar. Nadie en Granada ni en ninguna otra parte del mundo, conoce exactamente cada trocito de terreno y gota clara de agua de esta manantial que dices.

 

               Enseguida hablaron con el joven y rápido se pusieron a preparar la  excursión. Al caer la tarde, caminaban desde la Alhambra hacia el levante y antes de ponerse el sol, llegaron al montículo. Un pequeño puntal lleno de encinas y mucho monte bajo y donde a su derecha corría un arroyuelo. No lejos el al frente, se veía la ladera de los olivos y las pequeñas cascadas que descendían desde el manantial que buscaban. Montaron aquí las tiendas y el joven experto en el manantial del olivo, dijo a la muchacha turista que deseaba conocer los misterios que rodean a la Alhambra:

- Para ver el manantial tal como fue en aquellos tiempos es necesario hacer lo que ahora mismo hacemos.

- Tú eres el experto.

Simplemente dijo la turista.

 

               Según anochecía, se concentraron en un pequeño rellano, hicieron fuego, prepararon la comida y después de mucho rato contando historias y contemplando el cielo estrellado, se metieron en las tiendas. Durmieron tranquilamente hasta bien entrada la madrugada que fue cuando el joven los despertó diciendo:

- Es el momento, daros prisa.

En tan solo unos minutos, todos salieron de sus tiendas, se prepararon y al poco, ya caminaban por la senda que iba río arriba. Avanzaron despacio y en silencio, como preparando el ánimo para un encuentro grande y bello. La luna iluminaba desde lo más alto y por entre las cumbres de Sierra Nevada. También titilaban las estrellas que, acompasadas con el rumor de las aguas del río, el cric, cric de los grillos y el ulular de algún mochuelo, llenaba de magia todo el entorno y momento.

 

               Amanecía y se acercaban a la ladera de los olivos y arroyuelo compañero del manantial. Dijo el joven conocedor de los misterios:

- Estamos a punto de llegar al manantial que buscamos. Id preparados que ya veréis qué asombroso es todo esto.

Sin pronunciar palabra, siguieron a joven muy concentraros y al iluminarse los campos con la total luz del nuevo día, llegaban al venero. Un chorrillo de agua que, por entre las raíces de un grueso tronco de olivo, caía cristalino por entre unas piedras, recorría la torrentera y se fundía con el arroyuelo treinta metros más abajo. Como con respeto, se acercó al manantial, sacó de su mochila un pequeño cuenco de barro colorado, lo llenó del agua que bajo la roca brotaba y se lo fue dando para que bebieran al tiempo que aclaraba:

- El agua que los reyes de la Alhambra nunca pudieron probar, es la que vosotros ahora estáis bebiendo y de este modo es como hay que saborearla.

 

               Para descansar un poco mientras bebía el agua que el joven le había ofrecido en el cuenco de barro, la joven turista se sentó en la piedra de la derecha del manantial al tiempo que preguntaba al experto:

- ¿Por qué los reyes de la Alhambra nunca pudieron beber de esta agua y por qué hay que saborearla tal como nosotros estamos haciendo?

Y el joven experto y conocedor de los misterios del manantial y todo el entorno, sentándose también en otra piedra al lado de arriba del venero, le dijo:

- Cuenta la leyenda que en aquellos tiempos, un joven fuerte y sabio, guardaba a todas horas este manantial. Los reyes de la Alhambra supieron de este venero y del sabor y propiedades de estas aguas y por eso mandaron a sus soldados para que le quieran al joven esta propiedad. Pero sucedió que cuando los soldados se acercaban a este lugar, el joven se escondía y el venero dejaba de brotar. Y en cuanto los soldados se retiraban, volvía el joven y el venero comenzaba a manar.

 

               Se dieron cuenta de esto los soldados y entonces planearon matar al joven que guardaba estas aguas. Lo acecharon y al amanecer de una noche de luna clara, lo mataron. En aquel mismo momento, en este lugar brotó un gran borbotón de agua, arrastró al cuerpo sin vida del joven y se lo llevó río abajo, nadie supo nunca a dónde. Al instante se secó por completo este manantial y nunca más tuvo ni una sola gota de agua. De este modo, tampoco nunca los reyes de la Alhambra fueron dueños ni pudieron probar en ningún momento estas aguas.

Pensativa estaba la joven turistas escuchando el relato del experto y, pasado unos segundos preguntó de nuevo:

- ¿Y por qué ahora mismo nosotros sí podemos ver que brota este manantial y hasta estamos bebiendo estas aguas?

- Porque vosotros sí tenéis vuestros corazones abiertos a la belleza, a lo transparente y a lo excelso.

- ¿Y aquel joven guardián?

- Él sabía que los reyes de la Alhambra querían estas aguas para aumentar su poder y para solo su placer material. Y las aguas que brotan en este venero, ya las habéis probado: además de lavar por dentro y dejar el corazón preparado para gozar de las estrellas que por las noches titilan en el cielo, conectan el alma con la inmortalidad del Universo.

 

Al oír estas palabra, la joven turista miró fijamente al joven experto que tenía a su lado y en ese momento, lo vio como transformado. Algo hermoso y grande se iluminó en su corazón que le llenaba de una dulcísima sensación al tiempo que la elevaba como a lo más azul del firmamento. Quiso expresarlo con palabras pero solo dijo:

- Desde luego que los misterios de la Alhambra, de Granada y de estas montañas, son asombrosos, llenan de gozo y elevan a lo más limpio del cielo.