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jcboiza
Mensajes: 268
Fecha de ingreso: 29 de Octubre de 2008

IV Certamen de Relatos de Usuarios de Bubok

16 de Marzo de 2009 a las 0:23

Muchísimas gracias por haber dado a mi relato "Fue en aquel momento" la victoria de esta tercera edición. Creo que ha sido la más disputada hasta ahora, con una gran disparidad de criterios.

Quizá me adelanto un poco al inaugurar el hilo del cuarto certamen tan pronto, pero si no lo hago ahora no podré tocar el ordenador hasta mañana a última hora, así que prefiero pecar de prontitud.

Como tema he pensado en que en esta ocasión los relatos versen sobre "Injusticias". Siempre he pensado que la literatura puede hacer una buena labor social y, así, mediante relatos, podemos denunciar todo aquello que nos parezca injusto.

Bueno, gracias de nuevo y al toro,

Juan Carlos

concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 16 de Marzo de 2009 a las 21:16

Todavía hay personas con buen corazón

         Has oído bien: todavía hay personas en este mundo con buenos sentimientos en su corazón y las cosas claras en la mente. Personas que, en lugar de robar y dañar, hacen el bien a los otros por puro amor. Sin interés alguno. Sin cobrar un sueldo, sin recibir regalos ni esperar que se lo agradezcan. ¿Que quieres saber por qué te digo esto?

         Hay una muchacha joven que yo no conozco de nada pero que he visto varias veces. Sube ella en autobús desde el centro de la ciudad y siempre viene sola. Se baja en el Barrio de Arriba y va a la casa de la ancianita. Antes de entrar, se pone guapa: acicala su pelo, traba una sonrisa en sus labios y pide permiso para entrar. La ancianita ya la debe conocer porque en cuanto la oye su corazón se le llena de gozo. Le da permiso a la muchacha para que pase y, como la puerta siempre está abierta, la joven entra. Lo primero que hace es saludarla con palabras dulces, luego la besa, le ofrece una rosa roja, siempre le regala una rosa fresca, le da dos besos en su arrugada cara y la abraza fuerte. Como si quisiera fundirla en su corazón. Y es un abrazo sincero. De esto estoy seguro porque la sinceridad y el amor bueno se distinguen claramente. Además, en el rostro de la ancianita se dibuja una expresión tan bella que parece que ya estuviera viviendo el cielo. Y el corazón de un alma como la de la anciana tampoco engaña.

         Junto a ella se sienta la muchacha y, con sus manos, aprieta las manos de la ancianita. La mira con ternura y le dice:

- ¿Qué me cuentas hoy?

Le contesta la ancianita:

- Que con solo verte ya soy la más feliz de todas las personas. ¿Qué me cuentas tú?

- Que te quiero porque eres la más buena.

- Y tus estudios ¿cómo los llevas? ¿Cómo están tus padres? Y con tus amigas ¿Qué tal te va?

         Tú tendrías que ver estas escenas. Todo es ternura, respeto, cariño veraz y un aroma en el aire que, huele a incienso, toda la casa de la ancianita, a hierba fresca, a romero florecido, a paz… Tanto que si hay un cielo en algún lugar del mundo yo te digo a ti que esta muchacha lo derrama cada día en la casa y corazón de la ancianita. Se levanta ella, se la lleva al baño, la lava mientras la acaricia, la peina, la perfuma, la llena de besos y luego la viste de reina y después se la lleva de paseo. Un paseo corto por la misma casa o por la calle estrecha y deja que el aire la bese un poco más. La sienta luego en su sillón de seda frente a la lumbre de la chimenea y le dice que ya tiene que irse porque le esperan otros deberes. Le da las gracias la ancianita y la besa y la muchacha se va.

         Nadie la ve ni sabe nada pero yo sí y con frecuencia. Ella es guapa, joven, elegante… Quizá sea una estudiante universitaria. No sé cómo se llama ni lo necesito. Pero tú fíjate: en los tiempos que vivimos y, que haya personas como esta muchacha, ¿a que parece un sueño? Pero no: ¿Te digo lo que piensa la ancianita? “Que es un ángel azul que cada día viene del cielo”.

r2-d2
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Fecha de ingreso: 26 de Diciembre de 2008
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  • 17 de Marzo de 2009 a las 12:29

Jolines, primer relato y .... la injusticia por ningún lado.

¿Tendrá una tercera lectura? (porque dos ya le he hecho) ¿Será la ancianita traficante de drogas y el angel azul el camello del menudeo?

¡Qué diver es todo ésto!

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 17 de Marzo de 2009 a las 17:06

El can desdichado  

 

Un perro de tamaño medio, piel suave, marrón, y resultado de la mezcla de razas, vagaba un día por el arcén de la carretera nacional de una provincia cualquiera. Había sido abandonado en una gasolinera por sus últimos dueños, quienes lo habían recogido de la perrera municipal de su ciudad un mes antes, aproximadamente.

 

    Estos últimos amos suyos en un principio se encariñaron con él, sobre todo los niños. Se trataba de una familia formada por cuatro personas: un matrimonio y sus dos hijos, que eran un niño de cinco años y una niña de seis. Como quiera que los chiquillos no se encargaban del animal, de sus cuidados esenciales –por la corta edad que tenían, claro está- enseguida la madre, cansada de cuidar de él, le comunicó a su marido que aquello no podía ser, que el perro la provocaba demasiados dolores de cabeza. Ya podía haber pensado esto antes.

 

    Porque el pobre perro ya había sido abandonado previamente por sus primeros dueños, para ser cobijado en la perrera, para ser adaptado de nuevo, para ser abandonado otra vez. “¡Qué vida más perra!”, debía pensar el pobre can, con su mirada triste y perdida, en la cuneta de la serpiente de asfalto, con los turismos y los grandes camiones rozándole, después de que el dueño de la gasolinera también le echara, esta vez a patadas.

 

    Nadie le quería, pese a que él siempre había querido a todos. Había movido su cola en señal de afecto cada vez que alguno de sus dueños volvía a casa. Había sido obediente siempre que se lo habían exigido, nunca se había orinado ni defecado en el hogar humano, y encima había recibido algún que otro tirón al cuello, con la correa que a éste abarcaba, cuando en alguna ocasión había tenido la oportunidad de acercarse a olisquear alguna perra, o incluso a otros humanos.

 

    Con la mirada perdida deambulaba, seguramente con la resignación en su cabecita, cuando se dispuso a cruzar la carretera. Y en ese preciso instante un enorme tráiler le pisó con sus grandes ruedas de goma, muriendo en el acto. Su cadáver fue a parar a un lado de la nacional, junto al quitamiendos de acero.

 

    Y allí quedó, pudriéndose con el paso de los días, pues nadie fue a recoger el cuerpecillo del inofensivo animal.

 

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 18 de Marzo de 2009 a las 13:11

El genio de la lámpara

La encontró en una cueva, escondida en una pequeña caja de madera llena de serrín, y cuando la cogió, la miró detenidamente lleno de expectación. Había oído hablar de ella en muchas ocasiones, pero jamás pensó que pudiera ser cierto. Se podía ver reflejado en su plata y con sumo cuidado empezó a frotarla, incrédulo de lo que pudiera suceder después. Pero ocurrió.

De su pitorro empezó a salir un denso humo que se concentró enfrente de él, formando la imagen de aquel genio encerrado durante más de mil años dispuesto a concederle tres deseos, tal y como afirmaba la leyenda. No tenía muy buen aspecto, tal vez nadie lo tiene después de haberse estado mil años sin salir, incluso parecía furioso, aunque lentamente empezó a mostrarse alegre por verse fuera.

-Soy el genio de la lámpara y por haber caído en tus manos, puedo concederte tres deseos- le dijo
-¿Lo que quiera?- preguntó estupefacto.
-Lo que quieras... Menos resucitar a un muerto o matar a alguien... Pero todo lo demás, sí, puedo hacerlo.- respondió con arrogancia -A ver, muchacho, ¿Cuál es tu primer deseo? Y rapidito, que llevo mucho tiempo encerrado y cuando te los conceda ¡Podré ser libre!
-Pues quiero...- y el muchacho empezó a meditar en todos sus anhelos -¡Tener mil mujeres bellas!

El genio le miró de arriba abajo, casi con sorna, y chasqueó los dedos.

-Las tienes en tu casa. Ve a disfrutar de tus mujeres, que yo esperaré aquí.

El joven no dudó en salir corriendo, deseoso en ver las caras de porcelana de las mujeres prometidas que aguardaban en su hogar, fantaseando en hacer realidad sus más húmedos sueños. Era fabuloso, las mujeres estaban ahí, fuera de la casa porque no entraban todas, y eran bellísimas, como diosas del erotismo. Sin embargo había algo en sus caras que no terminaba de encajar.

El muchacho hizo llamar a la primera de las mujeres a su cuarto y ésta entró de mala gana, con resignación por tener que ceder a sus depravaciones por imposición del genio. Él la tomó, pero no quedó satisfecho. No existía deseo mutuo y eso le frustraba mucho, más incluso que no tenerlas.

A esto tuvo que añadir las quejas de sus vecinos que, hastiados de ver deambulando al resto de mujeres que no tenían cabida en su pequeña morada, habían empezado a quejarse. Así pues, acudió de nuevo al genio, quien le recibió con una vil sonrisa.

-¿A disfrutado de sus mujeres, mi señor?
-Ellas no me quieren- respondió enfurecido -Están ahí obligadas.
-Tú pediste mujeres y yo te las he dado.
-Pero yo quería que me deseasen, que fueran felices... y míralas, se sienten desdichadas por estar conmigo y en consecuencia también me siento desdichado. ¡Y encima no tengo sitio para cobijarlas a todas!
-Pues haber pedido una y no mil. No me culpes de tu avaricia... Ahora dime, ¿Cuál será tu segundo deseo?

Y el muchacho, volviendo a meditar en ello, pensó en alguna solución para que sus mujeres fueran felices. Y decidió darles bienestar, confiando en que así mejoría su relación con ellas.

-Deseo tener mil casas para poder cobijar a mis mujeres- el genio sonrió y chasqueó los dedos.
-Deseo concedido. Ve a disfrutar de tus casas, que yo esperaré aquí.

Corrió como la primera vez esperanzado por su nuevo deseo. Ya no sólo tenía mujeres, sino que su patrimonio había aumentado considerablemente y estaba convencido que habría resuelto, al menos, uno de sus problemas. Pero al llegar al barrio se encontró con la guardia del pueblo desalojando a todos sus vecinos: Hombres, mujeres, ancianos, niños... todos se estaban quedando sin sus casas, destinados a vagar por las calles como mendigos. Y mientras, sus mil mujeres aguardaban aún con el semblante serio para poder entrar en sus nuevos hogares.

-Mira lo que has conseguido, muchacho- le recriminó una anciana -por tu culpa ahora no tengo donde vivir.
-Yo... yo no pedí eso.- dijo para sus adentros.

Y cansado de las malas intenciones del genio, volvió a su encuentro, enfurecido y triste al ver a sus vecinos desahuciados. Entró en la cueva con paso firme y se detuvo delante de él, quien permanecía sentado con la mirada perdida en el infinito.

-¡Anda, si ya has venido! ¿Qué tal tus casas?- preguntó saliendo de sus pensamientos.
-Te estás riendo de mí.- sentenció -¡Yo no pedí que echases a mis vecinos! ¡Qué los dejases sin casas! Como tampoco te pedí que obligases a mil mujeres a estar conmigo.
-Perdona muchacho, yo he hecho realidad tus dos deseos: Pediste mujeres y yo te di mujeres, pediste casas y yo te di casas ¿Dónde está el problema?
-¡Qué yo no pedí que mi beneficio implicase el perjuicio de otro! Estás haciendo trampas.
-Pero así es la vida. No me culpes a mí de los engranajes que la hace girar... Los ricos son ricos porque existen los pobres, los guapos porque hay feos, los fuertes porque hay débiles... El éxito de las personas siempre va unido al fracaso de los demás. ¡A mí no me pidas cuentas!
-No es justo- recalcó el muchacho lleno de indignación -yo no quiero esos deseos.
-Nadie dijo que fuera justo- respondió el genio con indiferencia -¡Eres patético! Ahora resulta que deseas lo que no quieres. Tenías tres deseos, una oportunidad única que casi nadie tiene para poder cambiar tu vida. La has cambiado y ahora no te gusta. No me culpes a mí porque tus deseos hayan sido tan absurdos como mujeres y casas.
-Pero...
-No hay peros- interrumpió el genio -De todos modos, aún te queda un último deseo. Piensa detenidamente que quieres, pídemelo y acabemos con esta pantomima.- y mirándole con desprecio pensó en voz alta. -Estoy harto. A ver si acabamos y me voy de aquí.

Y el muchacho se detuvo, pensando detenidamente en un único deseo que no pudiera perjudicar a nadie, que resolviera todo los problemas y que a su vez le beneficiase. Pero todo lo que pasaba por su mente podía salpicar a un tercero y comprendió lo que el maldito genio le había dicho. Hasta que dio con la solución, se volvió hacia él con una sonrisa en el rostro y le dijo:

-Ya está. Ya sé cual será mi último deseo.
-¿Y bien? Pide por esa boquita que lo haré realidad.- respondió con desdén.
-Deseo que me concedas infinitos deseos.- sentenció y el genio se volvió de inmediato, alarmado por semejante despropósito.
-No puedes pedir eso.
-¡Sí que puedo! No te he pedido que resucites a nadie ni que mates. Sí puedo pedir más deseos, tantos como oportunidades para deshacer los efectos negativos que éstos provoquen.
-Pero entonces ¡No seré libre!- y el muchacho sonrió nuevamente.
-Chico, a mí no me pidas cuentas.
-¡No es justo! Llevo mil años esperando este momento.

Entonces el muchacho arqueó las cejas y respondió:

-Nadie dijo que fuera justo.
 

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 18 de Marzo de 2009 a las 15:26

COLEGIOS ESPECIALES

 

Les doy las gracias a todos por venir.

En primer lugar, quiero dar mi más sentido pésame a las familias… de todos esos chicos. Rezo a Dios todos los días para que sepan encontrar paz en su corazón, aunque sé que mis palabras nunca les servirán de consuelo. No he pedido a los medios de comunicación que vengan para eso.

Mi familia y yo llevamos siete días sin salir a la calle; sólo ahora puedo ver la fachada de mi casa y compruebo que es cierto lo que me dijo mi hermano por teléfono: que habían pintado en mi puerta la palabra “asesinos”. Sé que han estado trasteando por mi jardín, porque he dormido poco en estos siete días, pero me ha sorprendido ver que entraron en mi propiedad para dejar las fotos de todos esos chicos.

Puede parecerles extraño, pero conozco los nombres de todos ellos. Si no lo recuerdan mal… bueno… mi mujer y yo hemos llevado limonada a las fiestas del instituto. Y, a pesar de que nos previnieron en contra, también hemos visto la televisión.

Se han dicho cosas muy insensatas estos días.

Yo nunca llevé a mi hijo a cazar. Tampoco pertenezco al KuKluxKlan ni, por supuesto, introduje a mi hijo en dicho grupo que yo y mi familia repudiamos con total firmeza. No sé cómo pudo reunir dinero para comprar todas esas… armas y munición… Creo que deberíamos preocuparnos simplemente porque haya podido conseguirlas.

Yo no he maltratado a mi hijo y siempre he mostrado toda la preocupación que mi trabajo me permitía para conocer sus sentimientos… para saber si era feliz con su vida. Pero, ¿sus hijos nunca se encierran en su cuarto? ¿Nunca ponen la música alta para alejarlos?

Yo no entro en el ordenador de mi hijo para espiar las páginas web que visita. Eso tuvo que enseñarme a hacerlo la policía a la que tengo que agradecer su conducta profesional y su imparcialidad. Creo que son los únicos que no nos han juzgado… ni a nosotros ni al director Emerick. Sé que muchos de ustedes piensan que el señor Emerick tiene responsabilidad sobre este trágico suceso. No me imagino de qué modo podría haberlo evitado y creo que la injusticia que se comete sobre él es casi tan grande como la que se está cometiendo sobre mi familia: mi mujer Helen, voluntaria en la Hermandad de Asistencia Gea que, como bien saben, se dedica a asistir a los más desfavorecidos. Mi hijo pequeño Josh, del que están diciendo que debería haber advertido de las… de los problemas mentales de su hermano mayor. Mi hijo Josh es autista, aunque muchos de ustedes no puedan saberlo dado que tiene tan sólo cinco años y va a un colegio especial. En estos días he llegado a pensar que todos deberíamos ir a un colegio especial…

Como les dije al principio, no ofrezco esta rueda de prensa frente a mi casa mancillada para consolar a las familias de todos esos chicos que ahora deberían estar jugando al baseball, ni voy a explicar ni justificar lo que hizo mi hijo, que quizá hubiera querido jugar al baseball con ellos, si lo hubiesen dejado. No lo comprendo y no puedo decir más que esto: es algo que ha sucedido en mi casa, pero que también ha sucedido en el instituto. Y sobre todo es algo que simplemente ha sucedido.

El motivo por el que les he convocado a esta rueda de prensa es recordarles algo que todos parecen olvidar con su actitud y sus afirmaciones: creo que todos han olvidado que yo… que nosotros… también hemos perdido a un hijo… y tampoco sabemos por qué.

concursoderelatos
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  • 18 de Marzo de 2009 a las 17:25
Injusticia de andar por casa

Por fin había terminado su jornada. Por fin era viernes.
Cambió la dura tela azul del uniforme por la suave sensación del algodón. Se dirigió con parsimonia estudiada a la cocina y preparó una frugal cena. Suspiró, mientras observaba con disgusto las facturas, dispuestas desordenadamente sobre la encimera. "Tanto trabajar para esto" pensó, negando la evidencia con la cabeza. Cogió la bandeja con el plato y un vaso, medio lleno de vino de cartón, "el placer de los pobres" sonrió para sí. Encendió la tele mientras se sentaba en el sofá y se dispuso a cenar, con evidente placer.
La misma rutina de siempre. Todos los días llegaba a casa, se cambiaba la ropa, y cenaba frente a la tele para, después de un rato, irse a dormir y esperar un nuevo día. Siempre sacrificaba su tiempo por dinero, como todo hijo de vecino, para pagar la casa, las facturas, la comida... le parecía que trabajaba para los demás, más que para sí.
Miró con atención la noticia. Habían vuelto a bombardear la zona. En las imágenes en pantalla corría la gente, como pequeñas hormiguitas, sucia y ensangrentada, gritaban y lloraban. Todo por nada. No había razón alguna que pudiera justificar eso. Ante sus ojos pasó un hombre sollozante, llevando en brazos a un niño ensangrentado. Tenía los ojos cerrados y el rostro se había detenido en una expresión de paz, cual si estuviera dormido profundamente.
Volvió la vista entonces a su alrededor. Quizá su piso no fuera el más grande, quizá tuviera humedad y el casero no se hiciera cargo de los gastos que le tocaban, quizá los muebles estaban viejos y había tenido que arreglar muchos por su cuenta para poder aprovecharlos... Es posible que tuviera que comer en soledad frente a la tele, pues la mayoría del tiempo no tenía dinero para salir con sus amigos. Puede que se agobiara a principios de mes para pagar sus deudas y a finales, porque no le quedaba para comprar comida... Pero, al menos, vivía en paz. Al menos, no tendría que ver jamás a su hijo ensangrentado en sus brazos, moribundo.

Sábado por la mañana. Con una sonrisa plena entró en el recinto.Era un sitio deprimente, con frías paredes de hormigón y gruesas rejas. Cientos de animales se hacinaban allí, todo lo bien cuidados que les era posible, dados los pocos recursos con que contaban. Gustaba de ir los fines de semana, pues amaba a todo ser vivo y se sentía en deuda con ellos, por el amor que le regalaban, aún a pesar de conocerlo a duras penas.
-¡Hola! No sabía si vendrías hoy... ¿Qué tal estás?
-Muy bien ¿Tenemos alguno nuevo?-preguntó.
-Sí- Una mirada triste apareció en el rostro que le hablaba- Acaba de llegar una. Está muy mal, no he podido ni verla.
-No te preocupes. Yo me encargo.
Era una perra de caza. Una pointer preciosa. Suspiró, al tiempo que hundía los hombros. Lo mismo de siempre. Acaba la época de caza y abandonan a aquellos que, una vez, fueron inseparables compañeros. Aún peor. A veces, temerosos de que los perros puedan encontrar el rastro de vuelta a casa, los abaten con las mismas armas que usaban antes para cazar a las presas que el animal encontraba.
-¿Qué le pasa?- cogió el rostro del animal. Era completamente blanca, excepto una mancha negra rodeando un ojo, metáfora quizá de las dificultades de la vida.
-Perdigones. Acabo de hacerle una prueba, uno se le ha incrustado en un pulmón.
-Mierda- dijo- Eso no es bueno- acarició a la pequeña con dulzura, mientras observaba la radiografía.
-Creo que sería mejor sacrificarla, pero quería esperar a que dieras tu opinión.
-Tienes razón- le dolía más de lo que pudiera expresar. Cada uno de los animales que pasaban por sus manos eran fantásticos. Alguno traía problemas de comportamiento pero ¿qué se le puede pedir a quién no conoce los modos de vida humanos y tiene que aprenderlos a golpes? A la mínima muestra de cariño, todos se rendían a la mano humana- Será mucho peor para ella que esperemos.
La perra lamió su mano y gimió con dolor, pidiendo una tregua al dolor que la recorría.
-Ya, pequeña, ya- tenía un nudo en la garganta. Esto era algo a lo que no se acostumbra uno jamás. Siguió acariciándola mientras le clavaba la jeringuilla. La perra observaba con amor, con paz, expresando todo lo que podía haber sido en una mirada. En un segundo, su expresión se quedó vacía. Había muerto.
-Pobrecita. Debió pasarlo muy mal.
-Peor lo pasará el dueño como lo identifiquemos- dijo con rencor- La llevaré al crematorio.
La cogió suavemente y una lágrima corrió por su mejilla, mientras transportaba a la perra ensangrentada en brazos. No había nada que justificara esto. Nadie tenía derecho a tratar así a otro ser vivo. Ella mostraba una expresión de paz, como si se hubiera quedado dormida de repente. Y pensó que, en el fondo, no era todo tan distinto. En el fondo, no vivía absolutamente en paz.
concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 18 de Marzo de 2009 a las 18:13

La obra maestra de la injusticia es parecer justo sin serlo. (Platón)

 

Andábame yo ensimismado en la propia abstracción de mi mismo y mis muchas circunstancias, (vamos, como lechuguino pisaverde metrosexual ante el espejo de su vida), caminando a mi aire hacia la plaza de abasto y cavilando en cómo es posible que los seres humanos, uséase, el resto de la humanidad, aquella que se pasó de la raya al otro lado del universo, que ya no lo es, pues ellos están en universo y yo en otriverso; decía que recapacitaba sobre la inmortalidad del cangrejo de mar.

Hechas las presentaciones necesarias para no acometer, que creo que es meter algo en algún extraño lugar, porque aco ya es extraño de por sí, pero no injusto, que conste; pues decía que …para no acometer tropelía alguna contra nadie, porque ando solo en este lado de la raya, entré en el mercado para comprar pescado; y especifico pescado y no peces porque los necesitaba ya “trincados”, porque a mí eso de mojarme el culo para coger un pez como que no me cuadra; luego tras seis horas de espejo para niquelarme. ¡Hombre a mí eso del espejo como que me gusta, me veo, me observo, me advierto, eso sí, me advierto mucho para no yerrar, que no es lo mismo que colocarle un zapato metálico a un equino, o equisí, dependiendo del día que cada cual tenga; decía …me percibo, me noto, me espío, me acecho, me descubro, me distingo. Y luego viene el Perez Reverte y me llama pisaverde; ¡con las de cosas que tengo que hacer delante de un espejo! Estos escritores que no saben qué hacer para… ¡anda que le den!

Y ¿hacia donde me dirigía yo? ¡Ah, sí! Para el mercado. Pues entré en él y me dirigí abiertamente a una de las pescaderías del lugar, por supuesto, siempre desde mi lado del otriverso y en llegándome el turno, la vez, la ocasión, el momento, vamos, cuando ya no quedaba nadie delante mía. Rectifico. Habíala; habíala una ballena de cuerpo entero, tras mostrador parapetada, brazos en jarra o en taza de caldo, mas acorde con su continente, que me miraba de una forma que no sé yo… ¿vilipendiosamente? ¿menospreciativamente? ¿escarniosamente? ¿oprobiamente?, yo me quedaría con… como con mala leche y me dirigió sus insidiosas palabras, injustas a todo ver, ya que el menda nada había dicho ni intentado hasta ese momento

-¡¡¡Qué, va a comprar o me va a gastar el pescao mirando!!! –Pues vaya mierda de pescado, que se gasta con solo mirarlo, penséme yo en mi mismo; eso sí, sin levantar el pensamiento dos palmos del cuero cabelludo, que la ballena aquella se entera y con un solo de los brazos en jarra, repito que más que en jarra parecían en taza de caldo, era capaz de mandarme a la frutería sin gastar un palmo de suela.

Y dudé, claro que dudé si comprarle a ella, la hermosorra, la efusiva, la escarná; escarná porque era carne a tutti pleni, desbordá, con unos antebrazos tales que me recordaron el jamón jabugo que hacía siete años me llegó por Navidades, enviado por algún gilipollas mal informado, o comprar en el otro puesto que había en aquel olorizado lugar. Decidí voluntariamente comprarle a la morsa, no fuera a cabrearse y…

-Oiga, quería comprar mero, japuta… -el merluzazo que me arrió la cabrona fue de tal calibre que terminé tirado cual caja de pescado vacía junto a la joía frutería, mientras oía en la lejanía un aberrador grito lleno de ira

-¡¡¡Hijaputa lo será tu madre, pisaverde de mierda!!! (otra vez el Perez Reverte llegando hasta la ballena aquella)

Perdía la consciencia lentamente mientras tumbado en sentido prono, el supino hubiese sido demasiado humillante, en aquel suelo húmedo y olorizado, pensaba… “¡Qué injusto es ser justo sin serlo! Japuta es un pez que me gustaba. ¡Ya no, coño!

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 18 de Marzo de 2009 a las 18:33

LA JUSTA INJUSTICIA

Como la sombra de las negras alas del buitre leonado, paseando con la suavidad de la engañosa seda de la muerte sobre los distorsionados cuerpos de aquellos que, tarde o temprano, se convertirán en carroña y, posteriormente, en el alimento de tan bellas aves, así pasea la injusticia por la vida, oteando los cada vez más reducidos lugares donde aun existe la justicia para, con su voraz y lúgubre implantación, acabar con ella; allá donde se esconda, allá donde aun campee, allá donde la pisada de esa fiera implacable y antinatural, llamada ser humano, holle la tierra, el espacio o cualquier imaginario lugar hasta donde sea capaz de llegar su pensamiento, hasta allí llegará la injusticia y, con la implacable frialdad que la caracteriza, hará pronta carroña de ella.

 

¿Es, acaso, esa bella mujer que, con extendido brazo, soporta la balanza de la verdad, tan insufriblemente débil?. ¿Será posible que ningún ser, salido de vientre de mujer, logre cambiar el signo de esta guerra sin cuartel que ya se extiende inexorable y unívocamente hasta los confines del más alejado lugar imaginado por el ser humano?.

 

Paseo lentamente, arrastrando mis pies, con paso cansino y desilusionado, por esas sucias y estrechas aceras de uno de los arrabales de la ciudad donde vivo, oyendo en la lejanía el eco de un blues, que algún marginado músico lanza al denso e irrespirable aire de una calurosa noche de julio, no sé si con la malévola intención de sumir a quienes le oyen en esa tela de araña de tristezas y añoranzas. Con las manos en los bolsillos, el cigarrillo a medio arder en la comisura izquierda de mis labios, abandonado, como mis pensamientos, me dejo llevar por mis pasos, hacia ningún sitio; quizás ese sea el mejor lugar en donde estar en estos momentos.

 

En mi lento pasear, observo de soslayo un pequeño movimiento a mi derecha, en un negro y sucio recodo de la acera, y pienso: Otra escondida fiera, esperando saltar sobre su carroña para calmar su sed de injusticia de esta absurda noche. Pero un débil gemido me alerta. Un gesto de tristeza es lo último que espero encontrar en aquel lugar y, sorprendido, vuelvo la cabeza hacia ese trozo de carbón que ennegrecen aun más la falta de luz y la suciedad.

 

Me acerco sin precaución. ¿Para qué?. Nada tengo ni nada le debo a la vida. Acurrucado y tembloroso encuentro a un rapaz que no supera los siete años. ¿Necesitas ayuda, muchacho?.

 

 Niega con la cabeza, mientras extiende su mano con la palma abierta hacia arriba. Ya. Meto mi mano en el bolsillo y busco el billete de 5 dólares que mañana hubiese podido acortar mi ayuno. Se lo entrego y sigo paseando sin sentir la menor emoción por lo hecho.

 

Un grito de dolor me hace volver la cabeza, al tiempo que observo como una negra sombra de algún otro depredador, arrebata al mísero rapaz su botín de esa noche. El chico queda tendido en el suelo, mientras la fiera sale andando en dirección opuesta.

 

¿Para qué volver?. Es la ley da la selva. Y sonrío. La injusticia sigue imponiendo su implacable depredación. Así siempre fue y seguirá siendo.

 

concursoderelatos
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  • 19 de Marzo de 2009 a las 13:15

IGNORANCIA

 

La condenaron a cadena perpetua.

Su caso había sido un bombazo en la prensa nacional y mundial.

 

Ella alegó que había tenido a sus 11 hijos sin saber por qué. Justificó que sus embarazos la sorprendieron tanto que no supo qué hacer. Desconcertada, dijo que tras los alumbramientos se había sentido muy rara, con ganas de llorar y cansada, y tenido la sensación de ser una muñeca de trapo entre aquellos bebés llorones, luego chavales ruidosos, rebeldes y agresivos. Insistía en que jamás había buscado tener hijos, que los embarazos le habían sorprendido porque, según aseguraban sus amigas entre risitas nerviosas, para embarazarse se necesitaba sentir una cosa de nombre muy raro que hace temblar pero que ella nunca había sentido.

Cabizbaja, calló unos segundos, mirando de reojo de forma huidiza, asustada, el entorno. Con voz titilante, aclaró que cuando le hablaba a su marido de esa cosa rara éste le decía que eso eran cosas de putas, y que ella lo único que debía hacer era cumplir con su deber de esposa, callarse y no pensar, si no quería cobrar más.

Con pesar, añadió que los hijos crecieron raros, viviendo sus vidas de manera loca y ruda. Dijo que el más listo y bueno de los medianos había puesto océanos de por medio a los dieciséis años enrolándose en la marina, tres de ellos se habían metido en la droga, las dos chicas en la prostitución, los dos pequeños anduvieron con los terroristas, los dos mayores estaban aún en la cárcel, a causa, como se sabía, de haber asesinado al padre, durante una de las veces que éste había regresado a la aldea tras abandonar a la familia cuando nació el último de los hijos, para irse con una jovencita de un país muy lejano y caluroso.

Ella, con toda naturalidad, concluyó diciendo al juez que había envenenado a ocho de sus hijos durante la cena de Navidad porque era el día más familiar y fácil para reunirlos, para conseguir su buen propósito. Dijo, con una sonrisa bobalicona, que habían muerto muy tranquilos, como si estuviesen durmiendo felices, sobre los raídos asientos y al calor de los muchos leños que hizo arder en la chimenea, y que habían quedado con las mismas caras de angelitos que cuando caían rendidos de tanto llorar siendo bebés y chavalines. Aseguró, satisfecha, que los había besado uno por uno, y que sentía que había hecho, por fin, su mejor labor como madre.

 

Aún resuena en mis oídos su sincera y dramática declaración, el desgarro de su voz suplicando clemencia al juez por sentirse inocente. La llevaron a la celda. En su retirada, no dejaba de mirarme con ojos de puñales.

 

Aquella Navidad nefasta regresé porque tú, madre, me localizaste y llamaste diciendo que estabas moribunda. Se retrasó el avión. Llegué al final de la cena, agotado y preocupado por mi tardanza. Noté algo raro al entrar a la casa, cuando, esquiva, me abriste la puerta y retiraste la mejilla a mi beso. Tu extraña manera de mirar a tus hijos, de escudriñarme a mí, de ver restos de comida en los platos, de aquella densa penumbra me dieron la respuesta. Salí corriendo a la policía.

Madre, sí, acusarte fue mi venganza y la justicia hacia mis débiles hermanos. El asesinato de padre las represalias de unos hijos heridos. Vuestros malos actos, defectos y desamor la injusticia de unos padres hacia sus hijos, lo que engendra gangrena en la sociedad. Sé ya que la ignorancia no exime de culpas.

 

A pesar de todo, os echo de menos, y sigo buscando lo que no tuve.

 

 

 

 

 

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  • 19 de Marzo de 2009 a las 13:26

COSAS DE LIMPIADORAS

 

 

—¡¡Qué lagarta, por dió, qué lagarta, la tipa!! Hay que tener mala ralea pa jacerme lo que ma jecho. Estaba yo dándole ar mocho pa dejá er suelo como te dejo a ti de destellaó, cuando pasa la Yoli pisándolo to, con er plumero en mano y meneando er culo de pandero por debajo de la bata asú desabotoná, que dise que le favorese una jartá, claro, por donde se le veía to er pechugamen, cuando, ¡zá! ve pasá ar jefe y se le planta delante disiéndole, con picardía, la harpía, que cuándo puede pasar a su despacho a limpiar bien, pero que muy bien, to er porvo que haya. El otro, claro, obnubilao por er poderío de la Yoli, va y le dice que ahora mimmo. Y claro, lo do se jan metío en er despacho guiñándose lo ojo. Cuando ha salio, la mu lagarta, va y me dise, con ese asento tan finoli de lo madrile y su tono de mogquita muerta: “Ya me ha nombraddo jefa de limpiadorasss, y me ha aseguraddo que si sigo limpiando tan bien como hoy pronto seré su asissstente, como dicen ahora, y muchíssimo másss”. La muy lagarta sa ido riéndose a carcajá, jaciendo un gesto de eso que no me gugtan na de na. Ahora, obsesioná y hartita como estoy por la cosa tan rara que pasan aquí, me vengo a llora contigo, que ere er único que me entiende y me regpeta y me dise cosa bonita y mucha verdade. Y a ver, egpejito, esgpejito, quién e la mejó limpiadora de esta ofisina. ¡¡¿Cómo?!! ¿Que la mejó e la Yoli porque sabe limpiá muy bien y con diligensia, ante de fregá, to er porvo de la ofisina? Ay, por dió, por dió, qué injustisia, si yo creía que la mejó era yo porque limpio tó requetebién, llego má que puntual y me quedo, si jase farta, sin rechistá y frego como una máquina, pa ahorrar suerdo a la empresa, ahora con lo de la crisi, que también la tengo yo bien igtalá en mi casa, y… y… Ay, por dió, por dió, qué injustisia, qué injustisia. ¡Qué tendrá la Yoli má que yo que acaba de entrar y ya va pa jefa, la mu guarra! Egpejito, egpejito, si yo soy y estoy también mu lustrosa y soy la mejó en mi ofisio, por qué me pasa to esto, si ese puesto estaba cantao pa mí, ganao a purso. ¿Cómo, que jay que sé generosa con lo jefe? Po, mira tú por donde, si yo lo soy mucho. Ay, dió, yo creo que son ello conmigo lo que deben serlo, que lo doy to por la empresa y no resibo na a cambio, na de na, na má que digugto como égte. ¡En buena hora se me ocurrió emigrar del pueblo a la capitá pa hacerme un buen hueco en la vida, con lo que yo significaba pa tos allíl!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

concursoderelatos
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  • 19 de Marzo de 2009 a las 17:04

La de hermosas mejillas

Me canso. No es justo que nosotras dos seamos las que tenemos que acarrear agua desde la fuente. Vosotras os levantáis tarde, después de retozar toda la noche con cualquiera de los hijos del amo. No os lo reprocho, sois jóvenes. También para cargar con el cántaro.

Pero no creáis, yo también fui joven. La de hermosas mejillas me llamaban. Nuestro amo debería respetarme más: yo tuve entre mis brazos al padre que él no conoció. Y por mi disputaron su padre y Agamenón, rey de hombres.

Yo no nací esclava. Vivía en la lejana Lirneso, allende el mar -demasiado cerca de Troya- cuando los dánaos llegaron en sus negras naves. Al principio, no hicimos caso: un mes o dos de guerra, y se irán. Pero pasaron los años, y el ejército de Agamenón seguía allí, frente a Troya inexpugnable, asolando contornos cada vez más lejanos para procurarse botín, ganado, grano y mujeres.

Un día apareció Aquiles con sus mirmidones frente a las murallas. Yo tenía apenas quince años, y justo empezaba a conocer los placeres del lecho con el marido que mis padres me habían dado. Aquiles lo mató. Mató a mi padre. Mató a mis tres hermanos. Lloraba cuando me llevaban a la nave. Por ellos. Por miedo a mi destino. Y Patroclo, el escudero de Aquiles, me apartó un momento de la rehala y me preguntó mi nombre. "Briseida, eres demasiado hermosa para que Aquiles consienta que ninguno te ponga la mano encima. Piensa que te hará su legítima esposa y, cuando acabe la guerra, en esta misma nave vendrás tú con nosotros de regreso a nuestra patria, a la fértil Ftia, y allí celebraremos el banquete nupcial entre los mirmidones”

Una se hace a todo, incluso a vivir entre hombres que sólo te respetan porque saben que tu dueño es otro más poderoso que ellos. Solo Patroclo era amable. El me saludaba todas las mañanas cuando salía de la tienda de Aquiles, y me embromaba y me sonreía y hasta me acompañaba si quería pasear por la playa y mojar mis tobillos más allá de las varadas naves, negras como mi destino. Hubiera sido un marido atento y cariñoso.

Un día ... sí, dicen que fue porque Crises, el sacerdote ofendido porque Agamenón no quería devolverle a su hija, el que invocó a Apolo para que enviara la peste, y que Aquiles y Agamenón riñeron por eso. Pero antes, tiempo antes, Agamenón me había visto en la tienda de Aquiles, y yo había notado en sus ojos de borracho la codicia del deseo. Si no hubiera sido Aquiles mi dueño, aquella noche hubiera acabado en su lecho.

Y Aquiles .... Lo que más me duele es que pudo haber transigido con Agamenón y resarcir al Atrida con una pequeña contribución de todos. Un poco de ganado, unos trípodes. Había de sobra por todos lados. Pero el orgullo de Aquiles le hizo rechazar la reparación que pedía Agamenon por perder a la hija de Crises. Y cuando Agamenón, crecido y colérico, insinuó primero y exigió después que yo misma fuera su compensación, Aquiles se obstinó, prefirió perderme, exhibirme ante los demás aqueos como una afrenta insufrible para él. Orgullo contra orgullo, poco le importaba en qué lecho dormiría yo esa noche.

Fue Patroclo otra vez el encargado de conducir mi triste destino de esclava, de sacarme de la tienda para entregarme a los enviados de Agamenón. "¿También se casará conmigo Agamenón?" Y Patroclo bajaba los ojos.

Sin Aquiles, los aqueos fueron de derrota en derrota. ¿Te acuerdas, Andrómaca? Fueron los momentos de gloria tu esposo Héctor. Se hartó de matar aqueos. Pero al menos, él lo hacía por ti. Tú al menos conociste un marido tan amable como valeroso. Sí, ya sé que es más duro perder algo cuando se ha tenido, que no haberlo tenido nunca. Y que luego sufriste por él cuanta humillación pueden infligir los hombres a una mujer. Pero al menos, cuando ellos te humillaban, en el fondo estaban recordando cuántas veces tuvieron que huir delante de los corceles de Héctor, cuantos amigos y camaradas suyos cayeron bajo su lanza. Sólo lamento que uno de ellos tuviera que ser Patroclo, el más compasivo de los aqueos.

Hector llevó el fuego hasta las naves de los aqueos. Mi nombre era maldito entre los aqueos. Sí, Briseida, la de hermosas mejillas, maldita, por una muchacha cuántos tuvieron que morir. Y cuando todos respiraban desaliento, Patroclo se compadeció de ellos, y rogó e imploró a Aquiles para que le dejara acudir al combate con los mirmidones.

Y con su armadura. La armadura de Aquiles revistió a Patroclo con el mismo empuje homicida de su dueño. Patroclo no se contuvo cuando echó a los troyanos del campamento, y llegó hasta las murallas de Troya ebrio de sangre y matanza. Y cuando por cuarta vez arremetió, sin ver las señales del dios, el dios desarmó a Patroclo a los pies de Héctor, para que lo matara, para que cobrara su armadura como botín y afrentara a su dueño Aquiles y así precipitar el destino de todos.

Tetis llegó a la mañana siguiente cabalgando la aurora sobre la espuma de las olas, y encontró a su hijo llorando el cadáver de Patroclo. ¿Por qué los hombres más despiadados son tiernos como niños en presencia de sus madres? ¿Por qué son tiernos en el lecho y nada más levantarse pueden herirte de la manera más cruel?

Tetis trajo una armadura nueva para Aquiles, y con ella, nuevamente, la locura homicida. Aquiles cambió su llanto por la cólera, sus lágrimas por centellas, y corriendo por la playa, daba voces de rabia convocando al combate.

¡Atrida!, qué estúpido hemos sido peleándonos por una muchacha. Ojala Artemis la hubiera matado en las naves el mismo día que asolé Lirneso.” Así decía cuando todos estaban sentados a su alrededor, como si la culpa fuera mía, y los aqueos aplaudían, unos golpeando la tierra con las picas y otros los escudos con los pomos de las espadas.

Y el borracho Agamenón, falso y perjuro, ahora se deshacía en disculpas ante Aquiles por la injusticia cometida. Aquella misma mañana, antes del combate, me devolvieron a la tienda de Aquiles. Y antes aún, delante de todos, Agamenón juró que no me había tocado. No os riáis, no. Pocos hombres habéis conocido vosotras. Con toda solemnidad, juró. Trajeron un jabalí, y Agamenón dijo su plegaria, mientras cortaba el gaznate de la bestia: “Sea testigo Zeus, el primero de los dioses, y también la Tierra, el Sol y las Erinias que castigan a los perjuros, que nunca he puesto la mano sobre la joven Briseida, ni he subido a su cama, ni he tenido unión con ella, ni por deseo de yacer ni por ningún otro motivo”. Acabar de decirlo, cogió al animal por las patas, chorreando sangre de su cuello, y volteándolo lo arrojó mar adentro.

Si lo castigaron los dioses por este juramento … Bueno, lo castigaron después por tantas cosas! Y los hombres, ¿lo creyeron? Si y no. Porque a mi me devolvieron muy bien acompañada. Y eso impresiona más que los juramentos.

Allí mismo, en el centro de la asamblea, dejaron siete trípodes, veinte calderos, doce caballos. Y mujeres, yo y siete más, siete jóvenes como yo. Y oro, mucho oro. Diez talentos. Todo para Aquiles. ¿No estás dispuesto a creerte un juramento tan persuasivo?

Pero lo peor fue llegar a la tienda y ver el cadáver de Patroclo, sus rizos morenos que todavía no habían lavado, sucios de sangre y de polvo, aquellos rizos morenos que yo a veces apartaba de su frente con mis dedos cuando nadie nos veía. Las heridas negras de sangre seca. Allí caí yo abrazada a él, llorando. “Patroclo, te dejé vivo cuando salía de esta tienda, y te encuentro muerto ahora que regreso. Desgracia tras desgracia, tú eres la última. Tú, el más dulce de los hombres, ahora estás muerto.”

Y conmigo rompieron a llorar las otras muchachas.  No habían conocido a Patroclo, pero tenían motivos de sobra para llorar por ellas mismas.

Maldito sea, Tetis, el fruto de tu vientre.

concursoderelatos
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  • 19 de Marzo de 2009 a las 18:28

El vendedor de miserias

-Por favor, colóquense en sus puestos y aguarden la señal.- informó una voz por la megafonía.

Los dos hombres, que esperaban en el extremo de la sala, se miraron fijamente con el rostro afligido y el pulso tembloroso, y caminaron hasta el otro lado donde se suspendían dos cámaras digitales y dos micrófonos en sendos atriles de madera. Se pusieron enfrente de ellos y esperaron con un débil llanto que intentaban disimular.

-Hola, bienvenidos al Vendedor de Miserias.- irrumpió de nuevo la voz de megafonía -En primer lugar ¿Están aquí voluntariamente?- y los dos asintieron levemente - Bien, recordemos las reglas. Los dos han entrado en esta sala para ser evaluados por todos nuestros internautas. Dispondrán de quince minutos para decirle a nuestro público por qué deben ganar. Transcurrido ese tiempo, los navegantes decidirán quién gana. El vendedor se llevará de premio cien mil euros, el perdedor se verá obligado a donar uno de sus órganos. Hoy se pone en juego el corazón. ¿Entendido?- y uno de los hombres echó varios pasos hacia atrás, arrepintiéndose de haber entrado -Recordad que sólo pueden decir la verdad. El tiempo empezará una vez se encienda la luz roja dispuesta arriba. Suerte.

Y con las miradas detenidas en la bombilla aún apagada, los dos hombres esperaron con un nudo en la garganta, el corazón latiendo a mil por hora y sintiendo como el sudor resbalaba por sus frentes. Hasta que entonces, la luz se encendió y los dos corrieron a coger sus respectivos micrófonos, y con los ojos fijos en los objetivos de sus cámaras, los hombres confesaron su vida:

-Yo necesito dinero… con urgencia. Tengo cincuenta y ocho años, me despidieron del trabajo hace tres y aún no encuentro nada. Nadie quiere contratar a un hombre tan mayor. No sé manejar las nuevas aplicaciones y en consecuencia siempre contratan a la gente joven.
-Mi mujer me abandonó hace diez años.- interrumpió el otro hombre -Tengo un hijo con ella al que no veo desde entonces. Él cree que no le quiero y hace unos meses me escribió una carta horrenda para pedirme que no intentase llamarle, que no quería verme. Y todo por ella, porque le puso en mi contra desde el día que nos divorciamos.
-Estos son mis tres hijos- comentó el otro mientras se palpaba el tejano, sacaba la cartera y enseñaba una fotografía a la cámara -David, José y Ángela… ella es la pequeña y está enferma. Tiene el síndrome de Arnold Chiari y no puedo ayudarla. Han descubierto un nuevo tratamiento en un hospital de Bélgica, pero es muy caro.
-Caí en una fuerte depresión por culpa del abandono de mi esposa y por mi traumática separación de mi hijo. Ahora sólo tengo el apoyo de mi madre, con quien vivo, pero ya está mayor y tengo que estar muy pendiente de ella, pues hace un año le diagnosticaron Alzheimer. Sólo me tiene a mí.
- Mi mujer falleció en un accidente laboral.- espetó el primer señor con los ojos llenos de lágrimas -Se le cayó un palé encima hace dos años… Trabajaba mucho para intentar subsanar el jornal que yo no metía, doblaba turnos para sacar un poco más para curar a Ángela… pero un despiste le costó la vida. Desde entonces he vivido con el subsidio que me da el gobierno y la indemnización que me dieron entonces. Pero ya no me queda nada y vivo de la caridad de la parroquia de mi barrio.
- Hace unos meses recibí un comunicado del Ayuntamiento. Me van a expropiar mi casa para construir una carretera. Di todo mi dinero a unos abogados que prometieron resolver el asunto, pero luego no han hecho nada. ¡Y encima no quisieron devolverme el dinero! Por lo que tengo que coger a mi madre y marcharme a una habitación de alquiler, pues no me llega para otra cosa con mi jornal. Apenas me llega para cubrir mis necesidades con lo que tengo que pasar de pensión a mi exmujer.
-Cuando era adolescente me enganché a la heroína.- apostilló con severidad -Les robaba dinero a mis padres para poder comprar más droga y cometí diversos delitos menores. Mi madre sufrió mucho, hasta que me metió en el proyecto Hombre y pude salir.
-Cuando era más pequeño mi padre me pegaba auténticas palizas.- sentenció su contrincante -Era un alcohólico empedernido que llevaba una vida frustrada y lo pagaba conmigo y mis hermanos, hasta que un día me harté y le maté. Pero mi hermano no dejó que me entregase a la policía y se confesó como el autor del crimen. Ahora está cumpliendo condena y la única visita que tiene es la mía. Estoy en deuda con él desde aquel momento.
-Me han atracado en tres ocasiones. La última vez iba con mis dos hijos mayores y a uno le clavaron una navaja… Tuvieron que operarle a vida o muerte.
-Mi padre no sólo nos pegaba, sino que también abusaba de nosotros. Me metía en una habitación oscura y me agarraba de la mano para que le masturbase… A veces llegaba a mayores y mi madre ni siquiera lo sabía, o mejor dicho, no quería saberlo.
-¡Esta es la segunda vez que acudo a este lugar y ya he perdido un riñón!- gritó enfurecido.
-¡No puedo abandonar a mi madre y mi hermano!
-¡Mis hijos dependen de mí!
-Lo suplico.
-Por favor.

Y entonces la bombilla se apagó. Los quince minutos habían transcurrido y los dos permanecieron en silencio sin mirarse, con la cabeza gacha y susurrando oraciones para sus adentros mientras aguardaban el veredicto.

Al otro lado, los ordenadores empezaban a computar los votos de los internautas que estaban participando en aquel juego ilegal, decidiendo quien de ellos volvería a su casa con el premio, mientras que el otro debía quedarse ahí, a la espera de entregar lo que hoy había en juego: Su propio corazón.

Sin embargo, hubo algo con lo que no contaba la organización: Un empate… Necesitaban desempatar… 

¿A quién votas tú?

concursoderelatos
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  • 20 de Marzo de 2009 a las 23:57
El juicio.


  Estaba sentado en el borde de la cama, desnudo, con los pies fríos como el helado terrazo que tocaban. La mirada absorta en el reloj de la pared y la ropa delicadamente doblada junto a él: pasó toda la noche preparándola. Con tiempo y esmero se vistió.
  El camino desde el hotel  hasta el juzgado no requería premura, tampoco tenía pérdida. Al entrar le encandilaron las luces de los fluorescentes, aún siendo de día. En la cabina de información le señalaron el piso y la puerta que marcaba la citación, y, con un gesto, el ascensor. El recepcionista hablaba poco, solo gesticulaba.
  En la puerta colgaba un letrero: “Esperen a que se les llamen”. Se sentó y esperó. Frente a él un reloj, como el de la habitación del hotel. Una vez más quedó absorto contemplándolo y únicamente reaccionó cuando tocaron su hombro.
  –Hola, me llamo Gabriel –mientras lo decía ofreció la mano.
  Se levantó y la estrechó. Ningún ademán mostró que le impresionara la avanzada edad del defensor. Aceptó la mano con el mismo tedio que la invitación a entrar en el despacho. Pequeño, escasamente amueblado y sin las acostumbradas enciclopedias de leyes.
  –Es un caso interesante el que nos atañe, y me ha causado perplejidad el interés puesto por el jefe para que sea su defensor.
  No paraba de pasear al rededor de la mesa hojeando el portafolios.
  –Pero, por favor, siéntese, tengo la costumbre de caminar mientras hablo –se acercó al oído, como si tratase contarle un secreto–, al andar el corazón bombea mejor la sangre y se oxigena el celebro más rápidamente. Mire, mire –abrió los brazos insuflando los pulmones–, es gozoso respirar un aire tan limpio.
  Continuó el acompasado caminar al ritmo de la lectura. Entre dientes, disimulando las palabras en un leve murmullo, parándose de vez en cuando para asentir con la cabeza.
  –Me imagino que bien sabe la dificultad de su apelación –se hizo un leve silencio–. Perdón, no pretendía cuestionar su decisión, si ha llegado hasta aquí... conoce lo que tenemos entre manos... Mire, el caso es muy complicado de justificar y los atenuantes...–hojeó un par de folios antes de proseguir hablando– son muy precarios. Quizás podríamos alegar... locura transitoria.


  El reloj emitía un imperceptible ruido, aún así lo escuchaba mientras se afeitaba delante del espejo roto. Era un actuación mecánica: brocha, jabón, cuchilla. No hacia falta mirar y tampoco importaba mucho. La ropa planchada descansaba encima de la cama. Se vistió con tiempo y esmero, y se sentó junto a la mesa del despacho.
  –Mire, el informe psiquiátrico puede...–por primera vez paró de andar para hablar, sentándose frente a él–. Tenemos poca base para presentarnos ante el juez.
  Colocó las hojas del portafolios sobre la mesa señalándolas.
  –El delito no se sustenta con un informe; el motivo no presenta base jurídica para apelar; no nos exime el dolor por la perdida de un ser querido; ni se puede anteponer a la razón un acto de ira –se echó hacia tras mostrando las arrugas de quien domina los entresijos por la edad, más que por el conocimiento–. No es lícito considerar la venganza contra nadie.


  Tictac. En su cabeza sonaba el tictac del reloj, aún cuando los relojes de cuarzo no emiten el característico sonido de los de péndulo. Tampoco tintineaba el inexistente  segundero, ni los dientes al sentir el helador frío subir por los descalzos pies sobre el terrazo. Se vistió con tiempo y esmero, y se quedó absorto frente al reloj sin manecillas, sentado en el banco junto la puerta de la Sala capitular.
  El alguacil lo trajo de nuevo. Con apatía entró en la concurrida Sala. Muchos miraban, todos hablaban. En mitad del pasillo Gabriel conversaba con un joven lampiño.
  –Hola, le presento a mi compañero Rafael. Me ha traído cierta información que puede sernos útil.
  Lo despidió con fraternidad y esperó a una distancia prudencial.
  –Es muy coqueto, le gusta disimular su edad –sonrió.
  Volvió la mirada a su defendido para centrarse en el caso.
  –En breve nos tocará. Ya he departido con la parte acusadora y, como esperábamos, no dudará en oponerse a nuestra petición. Siento decirle que el informe sobre el conductor bebido no ha influido; el informe psiquiátrico es considerado como prueba de acusación: por el brote de ira; y el resto de informes de buena conducta, tienden a desconsiderarlos ante una acción punible.
  Frenó en seco el caudal de información negativa que vertía en su cliente.
  –Lo sé, esto no pinta bien, lo sabíamos desde el principio; pero siempre hay esperanza, quizás en el juez encontremos un poco de comprensión.
  El alguacil llamó la atención de los presentes para anunciar la entra del juez en la sala. Cuando dio el consentimiento todos se sentaron y requirió la petición del solicitante.


  No le quedaba jabón por afeitar, ni ropa que ponerse. Con tiempo y esmero se había vestido y se sentó, mirando ensimismado el reloj sin manecillas que presidía la pared central de la Sala Capitular. Tan alejado de cuantos le rodeaban que no oyó la disertación de su defensor; ni el acalorado debate entre defensa y acusación; ni las interrupciones del juez solicitando calma y concreción en las exposiciones; solo su nombre al pronunciarlo por segunda vez el juez.
  –...desea decir algo antes de dictar sentencia.
  Se levantó lentamente y miró al juez con los ojos encharcados.
  –Quiero ir con ellas.


  Con tiempo y esmero se había preparado, llamó a las puertas y no se abrieron.

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  • 21 de Marzo de 2009 a las 11:21

Job

 

- Celebro que te hayas dignado a venir; no me hubiese gustado tener que ir a buscarte... Pensé que te negabas a mi invitación por rencor, pero al verte por fin aquí, sólo puedo pensar que, como me decían tus emisarios, estabas muy ocupado…

- La verdad es que no puedo quejarme de la cantidad trabajo -miró a su alrededor con gesto displicente-. Y por lo tranquilo que veo todo por aquí, está claro que el mercado del Mal tiene más futuro…

Dios sonrió. No le sorprendía el sarcasmo de Lucifer. Él lo había creado, él le había dado de mamar y él lo había castigado echándolo del Cielo por rebelarse, por querer tozudamente alcanzar un nivel de conocimiento que, por no ser Dios, tenía vetado. Y pese a todo, ahora que volvía a tenerlo cerca, reconocía una querencia especial por aquel ángel díscolo que lo había desafiado.

- La tranquilidad de la que hablas, no es más que la paz de Dios; no te confundas. Aunque claro: estás acostumbrado al barullo, a ir de puerta en puerta tentando, robando para el Infierno las almas que de forma natural están llamadas al Cielo.

- Me sorprende tanto desprecio cuando los dos sabemos que nunca habrías alcanzado al gran público de no ser por mí -no hizo caso al gesto de amenaza de Dios-. Sin mí, no eres nadie.

Yavéh, insuflado de ira (divina) y orgullo de creador, se revolvió ante la provocación de Satanás. ¡Cuánto engreimiento el de aquel ser que si existía, era porque él lo había creado!, pensó.

- Es la mezcla de ignorancia y atrevimiento la que te lleva a poner en duda la fortaleza de la fe del hombre.

- No, no; no la pongo en duda. Proclamo delante del mismísimo Dios, que cualquiera de sus almas es débil en su fe. Tanto que, de proponérmelo, podría robártelas todas una a una.

Dios estaba furioso. Tanto, que a punto estuvo de arrasar el infierno entero ante Lucifer y condenarlo, por toda la eternidad, a vagar por las cenizas. Y si no lo hizo fue porque, en realidad, era cierto que lo necesitaba. El destino de aquel ángel era hacer el trabajo sucio del camino a la salvación. Y es que ocuparse de tentar era tedioso; él era más de grandes desgracias.

- ¡¿Estás cuestionando la fe de mi rebaño?! ¡¿Tú?! ¡¿Estás cuestionando a Dios?! -su voz rugió hasta hacer temblar las columnas del firmamento- Mira a tus pies. ¿Lo ves? Más, más, más abajo... ¿Ves a Job? ¿Lo ves hincado de rodillas, adorándome? ¿Ves cómo alaba a Dios?

- ¡Oh, vamos! No puedes querer hacer de Job el paradigma de tu poder… Le has premiado con toda suerte de bendiciones a cambio de su idolatría, convirtiéndolo en el más rico de Oriente. ¿Por qué su fe habría de temblar?

- ¿Piensas que Job me venera porque es afortunado? ¿Acaso crees que de no serlo, dejaría de alabarme y darme gracias?

- Absolutamente.

- Pecas de soberbia, Satanás. Pero de quien simboliza el pecado, no puede esperarse nada bueno…

- Muy bien. Si tan seguro estás de Job, no te importará ponerlo a prueba.

- ¿A prueba?

- Si tan férrea es su fe, ¿qué puede importar un puñado de desgracias? Tu siervo seguiría alabándote, ¿no?

- Palabra de Dios.

- Pues veamos si es así. ¿Qué has de temer? Al fin y al cabo, soy yo quien va a hacer el trabajo sucio…

- Muy bien. Que así sea.

Así que Satanás se fijó en Job y envió la primera embestida. Y sus 500 burras y sus 500 bueyes fueron robados por los sabeos, pasando a cuchillo a los servidores que con ellos estaban. Y todavía hablaba Job sobre esto cuando otro mensajero llegó para contarle que sus 7.000 ovejas y los siervos que de ellas cuidaban, habían ardido bajo un fuego caído de cielo. Y perdió después los camellos, los 3.000 que poseía, arrebatados por los caldeos que ajusticiaron a los siervos que encontraron a su paso. Y sin que Job tuviese tiempo de lamentarse, un nuevo mensajero le anunció que sus 10 hijos habían perecido aplastados por las paredes de la casa, derrumbada ante un viento surgido de la nada. Y no satisfecho, Satanás cubrió el cuerpo de Job de llagas para que conociese, no sólo el dolor del alma, sino también el dolor de la carne.

Y entonces sucedió; Job se rasgó el manto, se rapó la cabeza y postró el rostro en tierra para exclamar:

“Desnudo salí del vientre de mi madre,

y desnudo volveré allí.

El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó:

¡bendito sea el nombre del Señor!“.

Yahvé sonrió ufano:

- Ahí lo tienes. Así son las ovejas de mi rebaño.

Satanás volvió al Infierno con el rabo entre las piernas. Dios, sintiéndose más Dios que nunca, miró con lástima a su oveja esquilmada. Y Job, sin saberse víctima de una apuesta, siguió rezando sin perder la fe.

concursoderelatos
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  • 22 de Marzo de 2009 a las 1:10

MEDIOS LOABLES, FINES CRIMINALES

 

Belisarius Shark III, heredero y actual presidente de Guns&Shark, se encontraba en su oficina situada en la última planta de las recién inauguradas Torres Gemelas, en el WTC.

Era el mas joven de los componentes de lo que llamaban "El Club", un grupo compuesto por siete fabricantes de armas, una petrolera y una industria farmacéutica.

Y, ahora, tenía un problema ante él. Las guerras en África se quedaban sin efectivos, y aunque la futura y previsible desmembración de la Unión Soviética abría nuevos mercados y estaban convirtiendo los Balcanes y Oriente Próximo en un gigantesco polvorín, el Club de los Nueve no quería imprevistos.

Recordaba a su padre, Belisarius Shark II, recordado y admirado por ser el ideólogo de conseguir que se redujesen los calibres de las armas de asalto. Ya no mataban, solo herían y permitían "reutilizar" a los combatientes y, por ende,aumentaban las necesidades de armas y munición. Convenció a la opinión pública alegando evidentes razones humanitarias, y a los gobiernos en guerra, sus clientes, asegurando que un soldado herido es un gasto para el país que lo tiene que sufrir. Necesita camilleros, médicos, enfermeros, medicinas... toda una infraestructura que debilita un país en guerra. Potenciales soldados que, en lugar de luchar, son necesarios en retaguardia.

Y, ahora, Belisarius Shark III tenía ante sí el dilema de encontrar otra solución genial. Algo que mantuviese el potencial de combate de los países en guerra. Algo autónomo, como un cancer que se reproduce a sí mismo. Un mecanismo retroalimentado y autosuficiente que no dependiese del Club. Ya habían tenido problemas cuando saltó a la luz que grupos de mercenarios pagados por ellos combatían junto a los países en desventaja para mantener el equilibrio en una guerra y que la victoria no se decantara por ninguno de los contendientes.

Miraba todo Manhattan, de noche, tras las cristaleras de su oficina. Nueva York se estaba convirtiendo en la capital de los grupos antibelicistas. Se levantó y puso en el tocadiscos Imagine, de Lenon. "Para acabar con tu enemigo debes de conocerlo...", decía siempre su padre.

Se sirvió un ponche de leche con huevo crudo y continuó mirando por los inmensos ventanales de su oficina, a la que sólo acudía los días pares (cosas de superstición) y sonrió, mostrando sus aguzados dientes que, aunque se empeñaba en intentar hacer creer que se los afilaba para tener un aspecto mas impresionante, todos los que lo conocían sabían que eran así de nacimiento. Sonrió y empezó a diagramar datos en el mismo ventanal en el que se recortaba la Estatua de la Libertad.

Antibelicistas... No hay mejor guerrero que aquel que lucha por convencimiento. Es capaz de darlo todo sin pedir nada a cambio. Un potencial que no iba a dejar escapar.

Sonreía mientras sonaba insistentemente Imagine. Escribía organigramas como un poseso. Ya tenía la solución.

Un par de llamadas a Francia y una transferencia de un millón de dólares, y quedaba fundado Médicos sin Fronteras.

 

 

concursoderelatos
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  • 22 de Marzo de 2009 a las 8:27

En paro

            Tenía su título y más de cien cursillos había hecho a lo largo de su vida. Y más de diez años llevaba ya en aquel trabajo: cocinero de primera en la residencia universitaria, justo en el mismo centro del Campus Universitario. Por el lado de abajo del Puntal de los Almendros y sobre la montaña, frente a la gran ciudad.  

            Unos meses atrás, al alcalde del pueblo, lo procesaron por corrupción. Se había llevado los dineros del Ayuntamiento pero no lo condenaron. Dimitió de su cargo y por eso le buscaron otro trabajo. Y, aunque apenas sabía leer y escribir, no tenía títulos y ni siquiera un cursillo había hecho a lo largo de su vida, lo nombraron director de la residencia universitaria.

- Para compensar tu fidelidad al partido y para que nos votes en las próximas elecciones. Y procura ir enchufando a todos tus amigos y familiares para que también nos voten cuando llegue el momento.

            Y aquella mañana de primavera, el nuevo director de la residencia, llamó al cocinero. Le dijo:

- Hoy es tu último día de trabajo. Quedas despedido.

- Tengo cuatro hijos y, si me quedo en paro, con la crisis que hay ahora ¿cómo le pago los estudios y con qué voy a darle de comer?

- Ese es tu problema. Desde mañana mismo tu puesto de trabajo será ocupado por una amiga mía que, aunque no sabe una patata de este oficio, es fiel al partido y nos vota siempre.  

            Dos días más tarde, a la hora de la comida al mediodía, el hombre subió por la cuesta. Debajo del almendro viejo, en la ladera de la montaña y frente a la residencia universitaria, se sentó. Para ver a los estudiantes formando cola en la puerta del comedor y para rememorar sus diez años de cocinero en este lugar. No podía vivir ni dormir desde el día en que le obligaron dejar su trabajo. Por eso, pensó acercarse a la residencia y pensó entrar al comedor para ver cómo iban las cosas. Pero cuando oyó a uno de los estudiantes comentar:

- La basura de comida que hace la nueva cocinera no hay quien se la coma. ¿Qué habrá sido de aquel cocinero tan bueno que teníamos antes?

Desistió de su idea.

concursoderelatos
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  • 22 de Marzo de 2009 a las 23:08

Ana y yo

I

De noche, frente a una página en blanco, antes de llegar a pulsar una tecla.

– Hola, Tony, tenemos que hablar.
– ¿Ana?
– Sí.
– Vaya, no es buen momento, ahora mismo iba a…
– ¡No quiero que me mates!
– ¿Qué?
– Que no quiero que me mates, quiero vivir.
– Eso no puede ser, Ana.
– ¿Por qué no?
– Ya lo hemos hablado, tienes que morir si no me dejas coja la historia. Además, ya se menciona tu muerte.
– ¿Podrías rescribirlo, ya lo has hecho con otras cosas?
– Eran detalles, aspectos formales, nada que afectara al núcleo del cuento.
– ¿Y no hay otra forma, tal vez si me voy lejos y el padre le dice que he muerto?
– Ya, y luego querrás volver. No Ana, tienes que morir, es más vas a morir.
– ¡No es necesario, y lo sabes!
– Tal vez…

Comienzo a teclear, pero su voz me interrumpe de nuevo…

– Tony.
– ¿Qué?
– ¿Es que me odias?
– Pero cómo voy a odiarte, si eres Ana, mi Ana. Te llevé al mar para liberarte, para que fueras feliz, para que disfrutaras un tiempo antes de…
– Matarme.
– Aah… Sí.
– Y no puedo hacer nada por…
– Lo siento, ya sabes que esta no es tu historia es la suya…
– Ya
– Y que el resto la complementáis, nada más.
– Claro
– Aunque tú eres especial tanto para ellos como para mí, lo sabes ¿no?
– Y por eso vas a matarme.
– Debes morir por tu sobrino.
– Y por él.
– Sí también.

Silencio.

– Entonces tengo que pedirte otra cosa.
– ¿El qué?
– Quiero volver a verlo.
– ¿Cómo?
– Quiero reencontrarme con mi niño, con mi hijo.
– No, no y no. Eso ya lo hablamos, ya te dejé que os escribierais, mantenéis el contacto él está bien, tú estás bien, al padre no le importa y todos contentos.
– ¿Cómo puedes ser tan cruel?
– ¿Yo?
– ¡Lo oí llorar, me echa de menos, necesita a su madre!
– Te dije que las cartas no serían buenas, a saber qué le escribes en ellas.
– ¡No te das cuenta que me necesita!
– Puede ser, pero así odiará más a su padre.
– Déjame verlo de vez en cuando, un mes en vacaciones, unas semanas en verano.
– ¡No!
– No te entiendo, ¿es que quieres que me olvide?
– Lo que quiero es que te idealice, es más creo que voy a hablar con su padre para que no le pase más cartas tuyas.
– No te das cuenta de que así mi muerte no será tan impactante.
– ¿Perdona?
– Si no estoy a su lado no le dolerá tanto, al fin y al cabo ya casi estoy muerta para él.
– Continúa...
– Pasará el tiempo idealizándome, y al morirme se dará cuenta de que tampoco me conocía, el pasado será para él una fantasía sobre otra, y solo mirará hacia adelante. No tendrá motivo para volver.
– Puede que…
– Además he hablado con su padre, y cree que tengo razón. Está preocupado ¿sabes?
– Vale, vale…, veré qué puedo hacer.
– No me dices nada más.
– Aah. Venga, de momento las próximas navidades las pasa contigo.
– Gracias.
– Pero en el pueblo.
– Donde quieras – me da un beso –. Sabía que no eras tan cabrón como decían.
– ¿Quién dice eso?
– Clara
– …
– Y ya hablamos de lo del verano, ¿sí?
– No me líes más, anda.

Me vuelvo hacia la pantalla, creo que se ha ido, pero reaparece seria.

– Tony...
– Dime.
– ¿Me..., dolerá?
– No lo sé Ana, no lo sé.

 

II

Termino de ducharme, y cuando entro en el cuarto me está esperando.

– ¡Hola!
– ¡Ana! ¿Qué haces aquí?
– He venido a verte.
– ¡Ya veo, ya!

Sonríe.

– ¿Y…, querías?
– Bueno, es que como llevas tanto tiempo sin escribir sobre…, sobre nosotros.
– Es que estas últimas semanas he estado liado.
– Sí claro, eso les he dicho yo.
– ¿A quiénes?
– A todos, nos reunimos de vez en cuando para hablar, como no sabemos qué hacer…
– Tenéis que perdonarme, es que últimamente ando un poco…
– Sí claro, eso les dije, que andarías un poco…
– Qué bien me conoces.
– Bueno, pero lo que quería decirte es…
– ¿Sí?
– Que si piensas seguir adelante.
– Sí, claro, en cuanto me centre un poco seguiré con vuestra historia.
– Y…, sigues queriendo matarme.
– Aah. Ana, ¿otra vez con esto?
– Bueno, es que, verás, como no has vuelto a escribir nada, ahora que tenías que hacerlo, yo…
– Eso no tiene nada que ver, Ana, y lo sabes.
– ¿Estás seguro, seguro que no has dejado de escribir para no tener que matarme?
– No, Ana, ya lo hablamos, tienes que morir.
– Pero algo en ti ha cambiado, me dejaste ver al niño más tiempo del que hablamos, y con el padre cada vez me llevo mejor, e incluso Zacarías me dijo que ibas a escribir sobre lo nuestro, y…
– ¡Ana, para!
– Perdona Tony, es que yo…
– Mira, de momento la cosa está parada, pero eso no quiere decir que vaya a haber un cambio de planes. Lo siento mucho, pero cuando vuelva a contar su historia seguiré por donde lo había dejado, y si era la parte en la que tú morías, pues morirás.

Rompe a llorar.

– Ana, ¿es que aún no lo entiendes?

Se aparta de mi lado y sale corriendo por la puerta, guiada por la impotencia.
Una sombra se asoma a través de las densas hebras del humo de un cigarrillo y insultándome antes de desaparecer.

– ¡Eres un cabronazo!

Era Clara.

concursoderelatos
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  • 22 de Marzo de 2009 a las 23:19

Perdón, hay una errata en la frase final de Ana y yo, debería ser:

 

Una sombra se asoma a través de las densas hebras del humo de un cigarrillo, insultándome antes de desaparecer.
– ¡Eres un cabronazo!

Era Clara.

concursoderelatos
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  • 23 de Marzo de 2009 a las 16:23

EL MUNDO en un MONEDERO

 

 

 

—¿Sí, diga?

—Soy yo. —en un hilo de voz.

—¿Quién?

Se oyen toses y carraspeos de garganta.

—¿Y ahora me oyes? Con esta voz y este aparato… Pues yo a ti tampoco te oigo bien.

—Es que estoy peor que tú, abuela. ¿Cómo va tu virus?

—Más o menos como el tuyo. Pero bueno, yo te llamaba para darte las gracias por tu estupendo regalo de cumpleaños, que me va a venir muy bien, aunque a mí estas cosas tan modernas y raras ya sabes que no me van mucho, pero bueno...

—Pero si es guay, abuela. Verás como le sacas mucha utilidad, sobre todo ahora que estás tan sola y te lo puedes llevar donde sea.

—Lo que más me ha sorprendido de él es todo lo que se puede ver. Parece mágico. Tu hermano me ha enseñado en esta pantalla muchas cosas y ¡hasta la imagen de mi casa!

—Es que Google Earth e Internet son geniales.

—Si, desde luego, lo reconozco. Al verlo, me he acordado mucho de tu bisabuela. Se hubiese sentido sorprendidísima y encantada de haber conocido todos los adelantos de estos cuarenta últimos años. Estoy convencida que ella nació fuera de su tiempo. Ésta hubiese sido su mejor época para vivir, sí, visto lo vitalista, curiosa y creativa que era, lo luchadora, lo... Seguro que hubiera inventado cosas sorprendentes, algo como ese Go, gu... Bueno, no me sale la palabra —Ambas carraspean sus gargantas—. Qué injusticia por parte de la vida haberla hecho nacer antes de lo que debía, durante unos años tan represivos para las mujeres, donde ella no pudo desarrollar sus múltiples cualidades, su inteligencia, y menos todavía dentro de una ciudad tan pequeña y mojigata como ésta.

—Pues si, abuela, una pena, desequilibrios de la vida —Tose.

—Seguro que se hubiera sentido encantada de tener el mundo en sus manos, de exprimir entre sus dedos el jugo de la vida, y más desde un aparato del tamaño de su monedero, de apretar un botón y ver en una pantalla tan pequeña hasta la casa donde nació, —se va quedando sin voz—, la terraza que tanto le gustaba y donde se pasaba horas mirando al infinito, a veces a través de la cristalera, que era su otra pantalla, imaginando la verdad del mundo reflejado sólo en el sol, el cielo, en las copas de los árboles, en los gorriones que anidaban en ellas, en…. —Tose. Añade, en un hilo de voz—. En fin, cariño, es mejor que colguemos, si no nos quedaremos mudas. Muchos, muchos besos.

—Besos, abuela, que te mejores —en otro hilo de voz.

La abuela tose y carraspea varias veces la garganta, mientras intenta desconectar el teléfono, diciéndose a sí misma:

—¡Ah, a lo mejor si llamo a mi madre por este aparato y desde la terraza hasta me responde y todo! Voy a ver también si me veo a mí misma en este Go…gle. ¡Anda, que menudo nombrecito!

 

 

 

 

 

 

 

 

concursoderelatos
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  • 24 de Marzo de 2009 a las 19:19

Y todo el campo un momento
Se queda, mudo y sombrío,
Meditando. Suena el viento
En los álamos del río.
(A. Machado, Soledades)

Collioure

La ambulancia, convertida en un improvisado camión, recorría los verdes paisajes que tanto caracterizaban a los bosques catalanes en aquella época del año.
Todo había sido muy precipitado. En otras circunstancias, Antonio hubiera deseado coger el barco o el tren. “Un vehículo con clase para un hombre con clase” pensó entre divertido y triste (que no con ironía) mientras que la camioneta, atestada de refugiados, proseguía su marcha.
Su madre, una mujer mayor y casi ciega, dormía plácidamente junto él. Antonio le besó la mano y en un susurro, le dijo que todo iría bien, que en Francia podrían empezar de nuevo.
En la camioneta, un miliciano miraba con aire embobado a ninguna parte. Al fondo, una pareja de novios permanecía con las manos entrelazadas y murmurando disparates. Antonio los observó con simpatía. Nadie les decía nada. Eran felices.
Por fin cruzaron Los Pirineos. Desde allí, tomaron un tren que les llevaría hasta Collioure. En la estación, Antonio contempló a la muchedumbre que trataba de subirse a los vagones. Al ver a toda aquella gente, se acordó de los refugios antiaéreos y del llanto de las mujeres. Inmediatamente desechó aquellos pensamientos de su cabeza.
Lo único que de verdad le consolaba era que Leonor no estuviera allí. Pese a que hacía más de veinte años que la muerte de su mujer le atormentaba, aquel pensamiento era una bendición. No quería imaginarla despidiéndose de sus padres o abandonando, entre lágrimas, su casa de Valencia (en el caso de que la hubieran tenido, claro)…No, cargar con su madre ya le parecía demasiado doloroso. Por una vez, la vida le había hecho un gran favor al poeta.
Pero aún así, el recuerdo de Leonor le infundía una enorme tristeza. De repente, se vio a si mismo al lado de la cama donde la joven permanecía enferma. ¡Antes había estado tan llena de vida! El silbido del tren le hizo volver a la realidad. Cogió a su madre cariñosamente del brazo y le dijo.
- Vamos.
Y subieron al tren.
Durante el viaje, recordó todo lo que había pasado en los últimos meses. Unas semanas antes, todavía había alcanzado a hablar con Negrín.
- ¿Podremos volver? – le preguntó.
El político no supo que responder pero por la cara que puso, Antonio ya sabía que las cosas se iban a poner muy difíciles. Aún así, todavía dudaba.
La decisión de marcharse llegó unos días después. Mientras preparaba la mesa para la cena, la radio le confirmó sus peores temores. El vencedor no tendría piedad con el vencido. Ya Inglaterra y otros países europeos se habían apresurado a reconocer al nuevo régimen.
- ¡Se acabó! – dijo mientras arrojaba el mantel al suelo – ¡Estoy harto de todas estas historias! Me marcho a Francia.
Y ni que decir tiene que cumplió su promesa.
¡Iba a echar de menos tantas cosas! Todavía recordaba al bueno de don Miguel, al pobre Federico y a otros amigos que no habían podido llegar a ver el terrible desastre que la guerra había causado. Se preguntó que pasaría con Max y con los jóvenes Miguel y Rafael. Con un poco de suerte, tal vez ya hubieran abandonado el país. Recordó también a su hermano Manuel, que prefirió quedarse en Burgos, a la espera de ver qué rumbo tomarían los acontecimientos. Su despedida fue menos calurosa de lo que hubiera deseado. Un escueto apretón de manos y poco más. Quedaron en volverse a ver, aunque tanto uno como otro sabían que, al final, las palabras se las llevaba el viento.

Finalmente llegaron a Collioure. Allí recibió la visita de algunos exiliados. Le hablaban de cómo marchaban las cosas en España, del camino que habían tomado algunos de sus antiguos compañeros, de su hermano… El poeta, que procuraba parecer alegre y despreocupado, hacía las delicias de sus invitados, satisfechos al ver que su amigo seguía manteniendo su habitual entusiasmo. Pero Antonio sabía que no era así. En su mente, aparte del imborrable recuerdo de Leonor, estaba Soria. Siempre Soria…
A las pocas semanas de llegar, su madre falleció. A Antonio esta noticia no le sorprendió demasiado, pero fue un golpe que hubiera querido postergar. Había muerto durante la noche, calladamente. Al día siguiente, cuando entró en su habitación, la encontró arropada bajo las sábanas de la cama, como si aun estuviera durmiendo. El poeta le besó en la frente y permaneció un rato abrazada a ella.
El entierro fue bastante emotivo. El pueblo había acogido con bastante cariño al poeta, al que muchos ya le habían cambiado su nombre por el Antoine.
- No entendemos – le decía el alcalde en un torpe español– como usted ha podido acabar aquí. En nuestro país honramos a los poetas, no nos deshacemos de ellos.
- Ya quisieran en España pensar así… – añadió él – Tanto unos  como otros…

Y desvió la conversación hacia la última obra de teatro que se había estrenado en París.
A Antonio le gustaba callejear y de vez cuando se dejaba caer por un café que frecuentaban otros republicanos exiliados. Allí se enteró por unos conocidos que Manuel quería reunirse con él. Pero ni a su hermano le dejaban salir de España ni él podía volver. ¡Otro disgusto más cubría el cada vez más desanimado y apagado corazón del poeta!
La paciencia de Antonio había llegado al límite. Se sentía cansado, se despegaba de la vida… ¡Habían sido tantas cosas!
Fue entonces cuando sucedió. Una intensísima fiebre se apoderó de él. Durante los siguientes meses tuvo que guardar cama. Ni siquiera podía escribir.
- “Ya he dicho todo cuanto tenía que decir” – pensó.
Una noche su estado empeoró. Llamaron al médico, quien lo único que pudo hacer fue pasearse de un lado a otro de la habitación. El enfermo ya tenía en su rostro el sello de la muerte. Antonio sonrió feliz. Ya no oía el estruendo de las bombas ni el llanto de las mujeres que abrazaban a sus hijos. Ni siquiera padecía la pena del aquel despiadado destierro. Rememoró los paseos por Soria en compañía de su joven mujer, los juegos con su hermano en el campo, las tertulias en el café junto con sus amigos escritores… Y después… la nada.
Al día siguiente le dieron sepultura. Una bandera española y otra francesa cubrieron el féretro, aunque aquel día poco importaron los símbolos. La noticia conmocionó al exilio. Desde Madrid, el nuevo embajador español en Francia recibió órdenes tajantes. No dejaron que el cuerpo de Antonio regresara a España.

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