[...]No sé definir estos matices que embargan mis sentidos ante ese roce prohibido y encontrado, no sé definir este deseo que no se harta, que insiste cada día con la misma vigencia del primero, ni puedo expresar qué me hace temblar desde el poro más diminuto de mi piel hasta la célula más escondida de mi cuerpo… No, las palabras no bastan y a menudo equivocan las cosas. Quizá por ello, en este buscar y no encontrar palabras hemos decidido que no las necesitamos. Nos las arreglaremos muy bien para vestirnos sin ellas de magia, para que el hambre que tenemos el uno del otro no tropiece con cansancios, para escondernos en la soledad hasta romperla con silencios que se traspasan en una misma respiración, un mismo sudor, un mismo latido…[...]