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elditero
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ATINITA

8 de Octubre de 2010 a las 20:13
ATINITA

El coche se movía al son de los placenteros movimientos sexuales, mientras el viento doblaba las ramas de los empinados árboles, y el vaho que se estaba produciendo dentro del flamante automóvil, iba empañando cada vez más los cristales. La luna reflejaba en el río su gran poderío nocturno, mientras la sangre del joven amante era absorbida, y aunque luchaba por su vida, y en su desesperación agónica quiso gritar, su grito fue silenciado por el beso apasionante de la muerte endiablada.
El joven amante, sin sangre en sus venas ni vida en su cuerpo, era empapado con gasolina, bajo la mirada de la muerte saciada (que reflejaba alegría), esta le lanzaba una cerilla, para que el joven cuerpo se quemara.
Satisfecha y saciada, la muerte se iba alejando, con alegría en su cara.

Capítulo 1 Chamuscados

Serían las nueve de la mañana, cuando unos cazadores avisaban a la policía.
—Sargento, han encontrado otro cuerpo quemado.
— ¿Dónde?
—Cerca del tibidabo, en una alameda.
— ¿Hay coche de por medio?
— ¡Sí!
El teniente Varano y el sargento Pavón cogieron las chaquetas y salieron a toda prisa de la comisaría, con dirección hacía donde se había cometido el crimen.
Veinte minutos más tarde, varios coches de policías, con el teniente a la cabeza, llegaban a la alameda.
—Buenos días –le dijo el teniente a los cazadores. A estos le había dicho el policía que había recogido el recado, que se quedaran para hablar con el teniente.
—Buenos días, sargento –le contestaron los cazadores.
— ¿Aparte del coche, han visto algo más?
—No, sólo el coche –dijo uno de ellos.
— ¿Llevan mucho rato por la zona?
—Desde la siete de la mañana.
—Déjenle sus datos y teléfono al sargento, y ya se pueden marchar. Lo de los datos, es por si hubiera que localizarlos por algo. Y gracias por llamar.
—De nada teniente, hemos cumplido con nuestro deber.
— ¡Pavón! ¿Sobre qué hora más o menos, piensas que se produjo el crimen?
—El coche aún está caliente, pienso que sobre la una de la noche.
—El cuerpo está irreconocible. Sí, alrededor de la una pienso yo también. En los tres últimos meses, han aparecido tres cuerpos quemados dentro de sus coches. Creo que estamos antes un asesino en serie o, ajuste de cuentas, que también puede ser.
—Pienso que puede ser ajuste de cuentas.
— ¿Por qué lo dices, Pavón?
— ¡Los coches de los tres, son de gama alta!
—Hoy hay mucha gente, con este tipo de coche.
—Sí, pero los fallecidos anteriores, y este pienso que también lo será, frecuentaban burdeles y sitios de esa clase, donde hay que tener mucha pasta para poder estar. Si te das cuentas, todos los que frecuentan estos lugares, tienen un perfil parecido, en lo que se refiere al dinero, vicios y costumbres. Por lo tanto, si estos que han muerto, han tenido algún problema con mafiosos, seguramente los han matado y luego quemado, para no dejar pistas.
—Tiene lógica eso que dices, Pavón, pero yo no lo veo tan claro, que hayan sido ajustes de cuentas, todos estos asesinados. Los ajustes de cuentas son distintos, son menos metódicos que estos. Si te fijas bien, todos han sido en sitios de arboledas, en sitios a los cuales van parejas para desahogarse y todos han sido quemados con gasolina. Yo me inclino más, por un asesino en serie. Pienso que los quema para borrar todo tipo de pistas, por que los cuerpos ya estaban sin vida, asfixiados parece, en cambio los ajustes de cuentas de estas características, suelen quemarles vivos, para que sufran lo más posible.
—Sí, en eso de quemarlos, para borrar todas las pistas existentes, estamos los dos de acuerdo. ¿Ha llegado el forense?
— ¡Hola, Andrés!
— ¡Hola, teniente!
— Creo que estamos antes otro asesinato, de los llamados chamuscados.
—Si es cierto lo que me dices, este será el tercer asesinato.
El forense estuvo haciendo todo tipo de pruebas, y una vez terminadas, dijo que el cuerpo ya lo podían levantar y que tenía que hacerle la autopsia.
El cuerpo fue llevado al depósito de cadáveres, donde el forense le estuvo examinando. Después de hacer su trabajo minuciosamente, el forense habló con el teniente.
—Como bien decías, estamos antes otro caso similar a los dos anteriores, presenta los mismos síntomas y no hay equivocación alguna. Lo que ha producido la muerte, ha sido lo mismo en los tres individuos, paralización y asfixia.
— ¿Estamos antes un asesino en serie?
—No sé si podrá catalogar como asesino en serie. Que son tres cadáveres con los mismos síntomas, es cierto, pero decir que los ha producido la misma persona, ya es otra cosa.
Capítulo 2 Echando el anzuelo

—Póngame un cóctel –le decía una chica despampanante al camarero de una tasca de copas de la barceloneta. Esta, al estar sola en una mesa y ser tan bella, estaba siendo contemplada por varios individuos, que no les quitaban ojo de encima. La chica (con un pelo negro como el azabache y unos ojos como dos luceros) muy sensualmente levantaba la copa para beber un sorbo y, sin fijar la mirada en ninguno de los que la estaban contemplando, movía suavemente la cabeza de un lado al otro, observando todo lo que sucedía en el local. Uno de los que se había quedado prendido de su belleza, se acercó y entabló conversación con ella.
— ¡Perdone señorita! La veo muy sola ¿Espera a alguien?
— ¡No!
— ¿La puedo acompañar?
—Sí, por que no, siempre se bebe mejor acompañada.
El joven se acercó una silla y se sentó junto a ella. Esta le brindó una tímida sonrisa y siguieron hablando, en aquel rincón un tanto oscuro de la tasca.
— ¿Y cómo una chica como usted, viene sola a un sitio como este?
—He roto con mi novio y estaba aburrida.
— ¿Es usted de aquí, de Barcelona? –le preguntaba el joven, muy educadamente.
—No, soy de Manresa ¿y usted?
—Yo soy de aquí, de Barcelona. ¿Y de Manresa viene usted hasta aquí, para tomar unas copas?
—Hay buena carretera y en poco tiempo llegas.
—Sí, eso es cierto. Hoy en día los desplazamientos se hacen cada vez en menos tiempo.
— ¿Le apetece bailar? –le dijo el joven.
La chica lo miró fijamente a los ojos, y dejando escapar una leve sonrisa, le dijo que sí. La pista era muy pequeña, y una azulada y exigua luz producía un ambiente sensual muy estudiado, sobresaliendo de él, la silueta de los dos jóvenes, que al compás de la suave música, iban moviendo sus pegados cuerpos.
— Bailas muy bien –le dijo la chica.
—Tú si que bailas bien. A tu vera, yo soy un patán.
La chica le contestó con una sonrisa y un suave acercamiento corporal (si es que aún se podían juntar más) al cuerpo del joven.
Después de bailar un par de canciones, el joven le propuso salir a dar una vuelta.
—hace mucha calor ¿quieres que salgamos a refrescarnos?
Esta lo miró unos segundo a los ojos y soltando un picara sonrisa, le dijo que sí.
— ¿Dónde tienes el coche? —le preguntó la chica.
—En ese parking de ahí al lado.
Los dos jóvenes, abrazados y dándose algún pico que otro, se introdujeron en el parking para coger el coche.
— ¿Conoces Montjuic? –le preguntó el joven.
—Sí, claro.
El joven no era la primera vez que llevaba una chica a Montjuic. Este conocía todos los rincones y pensando que habría sexo seguro, la llevó a uno de los más solitarios de la montaña.
— ¿Cómo te llamas?
—Que más da –le contestaba la chica y lo besaba apasionadamente.
La ropa comenzó a sobrarles a los calientes cuerpos y esta, era quitada con brío por los apasionantes amantes.
El coche comenzó a moverse a una velocidad alocada y el vaho fue empañando los cristales del Ferrari.
Después de un rato de alocado movimiento, este cesó de golpe y un silencio sepulcral se hizo dueño del lugar. Minutos más tarde salía la chica del coche y, sacando del bolso una pequeña botella con gasolina, empapó el cuerpo sin vida del joven.
Una vez prendido el coche y borradas todas las posibles pistas, la muerte saciada y contenta (protegida por la oscura noche) alzaba el vuelo y se marchaba.

Capítulo 3 Vieron la primera pista

Serían las dos de la madrugada, cuando la policía era avisada de que un coche estaba ardiendo en la parte alta de Montjuic.
Quince minutos más tarde, llegaban bomberos y policías al lugar del crimen. El coche fue apagado de inmediato por los bomberos, y luego comenzó la minuciosa investigación policial.
—Este asesinato ha sido prácticamente una copia del efectuado hace un mes en el tibidabo –decía el teniente Varano, después de haber merodeado un poco por el entorno del coche, y añadía—: Es asombroso, hasta ha coincidido la marca del coche.
—Es cierto, este también es un Ferrari –confirmó Pavón.
—Todos los cadáveres han aparecido sentados en el coche y ninguno ha mostrado síntomas de haber luchado por su vida.
— Todos estaban muertos, antes de ser quemados.
—Ya, pero es raro que todos estuvieran en la misma posición. Quiero decir en la parte del conductor, con las manos al volante.
—Sí, eso es extraño, sobre todo el que todos tuvieran las manos sobre el volante del coche.
—Si ya estaban muertos, para que tanto interés en colocarlos como si estuvieran conduciendo.
—A lo mejor piensa que así nos puede despistar.
—Es una tontería, es muy fácil saber que las victimas estaban muertas antes de ser quemadas.
—Quizás sea alguna ceremonia, de algún psicópata –decía Pavón.
—Este asesino al cual nos enfrentamos está demostrando ser muy inteligente, además no deja pista alguna. Antes de abandonar el lugar del crimen, se asegura de no dejar olvidado nada –decía el teniente.
— ¿Ahora llega el forense?
—Sí, ya lo he visto sargento.
— ¡Hola teniente!
—Por lo que hemos podido averiguar, este asesinato es una copia del efectuado en el tibidabo.
El forense, después de hacer las comprobaciones pertinentes, dijo que llevaran el cuerpo al depósito de cadáveres, para hacerle la autopsia.
Éste, una vez el cuerpo del joven estuvo en el deposito, comenzó su muy poco agradable trabajo.
Este tío ha muerto follando, aún tiene el pene con algo de erección –se decía el forense para sus adentros y añadía—: ¿Esto que es? Parece que algo le ha picado en el pene.
El forense se quedó sorprendido, cuando vio en el centro del pene, un extraño orificio.
—Qué coño le habrá picado en el pene. Nunca había visto nada igual, parece la marca de un vampiro “pero no puede ser”, son dos los orificios que esos animales dejan y no uno como se ve aquí. No sé, es todo muy extraño. Llamaré al teniente Varano, esto no lo habíamos detectado en los otros jóvenes asesinados.
El forense llamó al teniente y éste llegaba quince minutos más tarde al depósito de cadáveres, acompañado por el sargento Pavón.
—Fíjese en eso, teniente.
— ¿En qué?
—En el orificio que tiene en el pene.
— ¿Qué orificio?
El forense le levantó el pene con unas pinzas y le enseño el orificio al teniente.
—Ahora ya lo veo. ¿Qué o quién le habrá hecho ese orificio? Parece la picada de algún animal.
—Sí, pero los animales que hacen estos agujeros tan grandes, suelen hacer dos orificios. Están los insectos, como pueden ser los mosquitos, abejas, pulgas etc. etc., que sí que hacen un solo orificio, pero nunca un agujero tan grande; son animales muy pequeños.
— ¿Entonces qué le habrá picado?
—Sólo sé que cuando le ha picado (lo que sea), estaba con el pene en erección.
— ¿Pero no estaba sentado al volante del coche?
— ¡Sí!
—No lo entiendo, normalmente eso se suele hacer en la parte trasera del coche, que hay más espacio.
— Hay resto de espermatozoides y también flujo femenino en el pene. Por lo tanto, este joven estuvo haciendo el amor en el coche.
—Hay algo que no encaja –dijo el teniente.
—Diga teniente, ¿qué es lo que no encaja?
—Si como usted bien dice, el joven estuvo haciendo el amor y se escurrió, el pene se le tenía que haber aflojado.
—Sí, es lo que no entiendo yo tampoco, que si se había escurrido, cómo lo tenía aún en erección —dijo el forense.
—Quizás mientras lo hacían, entrase algún bicho en el coche y le picara –dijo el teniente.
—No creo. Con el frío que hizo anoche, debieron tener las puertas del coche cerradas.
De golpe se quedó el teniente callado y mirando fijamente al forense. Segundos más tarde, le decía:
– ¿Puede que la picada se la haya hecho la joven que estuvo con él?
—Si es cierto eso que usted dice, puede que sea ella la asesina.
—Seguramente lo mató mientras le hacía una mamada, fue ella la que le mordió en el pene. ¿Los otros cadáveres, recuerda si tenían orificios en el pene?
—La verdad es que no lo sé. Estaban tan quemados, que no hubo manera de saberlo. En cambio este cadáver, al no estarlo tanto, por que los bomberos llegaron enseguida, se ha podido averiguar lo de la picadura. Quizás si los otros hubieran quedado como este, se hubiera detectado lo del orificio en el pene.
—Seguramente el quemarlos sea para borrar las pistas, pero sobre todo la del pene –dijo el teniente.
—Todo señala que es para eso.
—Probablemente los mate en la parte trasera del coche, mientras realizan el acto sexual y luego los vestirá y los llevará al asiento del conductor.
— Pienso que todo esto lo hará para despistar a la policía. Como por ejemplo a mí, que siempre había pensado que eran ajustes de cuentas –dijo Pavón.
— Debe ser muy fuerte, por que los jóvenes no han mostrado indicios de lucha –dijo el forense, y añadía—: O tal vez la picada sea tan paralizante, que no les dé tiempo a moverse.
— ¿Se ha podido saber si en la sangre había algún componente paralizante? –le preguntaba el teniente.
—Sí, pero de baja densidad, cómo si hubiera sido la picadura de una abeja, o algo similar. No le había dado importancia, pensaba que eso no tendría que vez nada con su muerte.
— ¡Doctor! Pienso que se ha equivocado y que el paralizante es el gran causante de la muerte de los jóvenes. Seguramente quedaran paralizados por la picadura, y luego los asfixiará con un beso mortal. Lo que aún no sé, es cómo le inyectará el veneno en el pene. Igual se pone algún artilugio con la sustancia paralizadora en la mano, y cuando el joven se escurre, se lo clava en el pene, a la vez que le da un beso para asfixiarlo. La forma de hacerlo aún no la sé, pero de lo que si estoy seguro, es que estamos antes una asesina en serie.
—Estoy de acuerdo, teniente, creo que lo del ajuste de cuentas tengo que olvidarlo y pensar en la asesina en serie. Que por lo que se ve, además de peligrosa, es muy inteligente –dijo Pavón.
—Sí, es muy inteligente y peligrosa, Pavón. Bueno, nos tenemos que marchar Doctor. Si descubre algo nuevo no dude en llamarnos.
—De acuerdo, teniente, no se preocupe por eso, si descubro algo, los llamaré enseguida.
Los dos policías llegaron a la comisaría y fueron a ver al comisario, para informales sobre la asesina.
—Y dice usted que es una mujer, la asesina de los chamuscados. Siempre habíais sospechado, que eran ajustes de cuentas, que era gente que se movía en un ambiente muy peligroso, además de caro.
—Los primeros sí que pensábamos que eran ajustes de cuentas, el anterior ya tuve muchas dudas y en este, descarto por completo lo de los ajustes y, afirmo lo de asesina en serie.
— ¿Usted también está tan convencido, sargento?
—Sí, los últimos acontecimientos me han hecho cambiar por completo, pienso como el teniente, que estamos ante una asesina en serie.
— ¿Y dice usted que le inyecta algún componente paralizante en el pene y que luego los asfixia con un beso mortal?
—Sí, todos los indicios señalan que así es como los mata.
— Pero no tienen pruebas, sólo son sospechas.
—Sí, comisario, de momento sólo son sospechas.
— ¿Se sabe cómo es la mujer?, quiero decir si es rubia, morena, en fin, esas cosas.
—No, de momento sólo sabemos, bueno, sospechamos, que es una mujer, pero sobre su físico, aún no sabemos nada.

Capítulo 4 En busca de la sospechosa

—Que esto no salga de entre nosotros, si la prensa se entera que estamos antes un asesino en serie que frecuenta lugares donde se maneja mucho dinero, podemos tener problemas con los dueños de locales de alterne. Los asesinatos por ajustes de cuentas, son más llevaderos para la prensa y para la sociedad. La gente piensa que eso sólo les ocurre a los que andan en ese turbio mundo y que a ellos no les afectará nunca. En cambio cuando se habla de un asesino en serie, la cosa cambia. La gente empieza a tener miedo, aunque sea como este, que sólo mata a un perfil de ciudadanos. ¿Entiende usted, por que les digo esto?
—Sí, comisario, pero la gente debe saber la verdad. Tienen que saber si estos asesinatos son por ajuste de cuentas o, por otras causas.
—Sí, teniente, tiene usted toda la razón, pero en su momento se les dirá la verdad, por ahora siga investigando y, de cara a la prensa, diga usted que piensa que son posibles ajuste de cuentas.
—Como usted diga, comisario.
Varano y Pavón salieron del despacho del comisario y se fueron a su oficina, que estaba en la otra parte de la comisaría.
—Tendremos que patearnos todos los posibles lugares que pueda frecuenta nuestra amiguita.
—Pues hay unos cuantos, teniente. Barcelona de por sí es muy grande, además si cuentas los pueblos colindantes que tiene, como Hospitalet, pues te puedes imaginar el núcleo tan grande de población que hay.
—Ya lo creo que es grande, y además no sé por dónde comenzar.
—Podemos empezar por la zona de la plaza de España. Por ahí hay muchos sitios de alterne de lujo y además, está cerca de Montjuic –dijo Pavón.
—Sí, hay que comenzar por algún sitio y este puede que sea uno de los mejores para hacerlo.
Al día siguiente, los dos policías comenzaban su particular investigación, por la zona que había mencionado Pavón.
— ¿Le ha visto alguna vez por aquí?—le preguntaba el teniente (con una foto del joven), al camarero de un bar de copas, del paralelo.
—No, no me suena, aunque con tantos clientes, es difícil recordar las caras —le contestaba el camarero al teniente.
Estuvieron dando una vuelta por el local y cuando vieron que allí no encontrarían nada, se marcharon.
Hemos visitado cinco locales de alterne y en cualquiera de ellos ha podido estar. Pero si no era cliente asiduo a ninguno en particular, no creo que nos digan nada los camareros, y no es por que no quieran, sino por que no lo saben.
Con esas preguntas y parecidas respuestas, llevaban una semana investigando las zonas de alterne de lujo de Barcelona.
— ¿Le conoce? –le preguntó el teniente al camarero de turno, enseñándole una foto.
—Sí, es José Cuevas, suele venir mucho por aquí. Es un tío muy majo, además de muy buen cliente.
— ¿Qué quiere decir con eso de muy buen cliente?
—Cuando viene se nota, es un tío que se gasta la pasta, además deja buenas propinas.
— ¿Lo suele hacer muy a menudo? Quiero decir, si viene con mucha frecuencia.
—Sí, aunque hace un par de semanas que no nos visita. No sé qué le habrá pasado.
— ¿Se acuerda si la noche del día 22 de enero estuvo aquí?
—Creo que sí, y si no recuerdo mal, fue la noche que se marchó con una morenaza, que no se imagina usted cómo estaba. Cuevas es un tío que se gasta el dinero, pero sabe disfrutar, el muy cabrón. Se cepilla a las mejores hembras. Debe ser muy bueno en la cama—dijo el camarero, soltando una gran sonrisa.
— ¿Y dice usted, que se marchó con una morena?
—Sí, a ella no la había visto nunca por aquí, un cuerpo tan espectacular no se me olvida nunca.
— ¿Puede ser un poco más preciso?
—Sí, una tía de esas que te quitan el sentido. De unos treinta años de edad, de uno setenta y cinco de alzada y como le he dicho antes, de las que quitan el sentido, con curvas por todos lados. Estaba sentada en aquella mesa de allí (señalaba el camarero con el dedo) y todos los clientes del bar no le quitaban ojo. Cuevas se le acercó, y después de hablar un rato con ella, se marcharon los dos muy acaramelados. Yo, al verlos así, pensé en el polvo tan bueno que iban a echar. Los hay con suerte y este es uno de ellos.
— ¿Desde que salió con la morena, no lo ha vuelto a ver?
—No, ya le dije que hace un par de semanas que no viene por aquí. ¿Y se puede saber para qué lo buscan?
—Somos de la policía, y este joven, el día 22 de enero, dejó de tener suerte. Fue encontrado en su coche quemado.
— ¿Quemado? ¡Joder, pobre Cuevas! No se merecía acabar así, un chico tan bondadoso, ¿y quién ha podido hacer esa bestialidad?
—Pensamos que pueda ser un ajuste de cuentas.
— ¿Un ajuste de cuentas? Pero si un chico como él no podía tener enemigos.
—Puede que el dinero que manejaba, no lo obtuviera de buena manera y, por eso lo mataran.
— ¿Quiere usted decir, que estaba metido en algo sucio?
—Es posible.
—No lo creo. A los que están metidos en ese mundo (que usted dice), se les nota a tres leguas. Ese joven no era de esos.
—Aparte de lo espectacular de la morena, ¿recuerda algún detalle más?
—Que iba vestida de negro, que por cierto, le sentaba de maravillas.
—Nos marchamos. Gracias por la información.
—Siento no haberles dado información concreta para poder coger al asesino del pobre Cuevas. Normalmente no se queda uno con las caras de los clientes, pero este joven solía venir a menudo. Aparte, como le he dicho antes, se gastaba el dinero. Por eso yo siempre digo, que si tienes dinero, y tiempo para gastarlo y pasarlo bien, hazlo, por que te puede pasar algún accidente o que te maten como al pobre Cuevas. Hay gente que no se gasta nada, todo lo guardan para cuando son mayores y cuando llegan, el que llega, no puede gastarlo, por que el cuerpo solo les pide descanso. Es como el que no echa un polvo en su momento, al día siguiente echarás el de ese día, pero el que no echaste pudiendo hacerlo, lo has perdido, como yo perdí a mi abuela.
—Buenas noches. Nos vamos.
—Buenas noches, y que cojan al asesino.
—Vaya tío hablando.
—Y que lo digas, teniente, pensaba que no nos dejaría marchar. Vaya forma de enlazar los temas.
El teniente se sonrió un poco y los dos se metieron en el coche.
—Por lo que nos ha contado el camarero, deber ser una mujer muy hermosa.
—Sí, teniente, deber ser muy atractiva y también muy peligrosa.
—Y misteriosa, sargento, misteriosa, ¿Por qué quemará a las victimas? ¿Qué querrá esconder al quemarlas? Son preguntas que llevo tiempo haciéndome y, por muchas vueltas que le doy a la cabeza, no encuentro respuestas. Creo que la clave de todo esto, está en lo que intenta borrar.
— ¿Teniente? Si como parece es ella la asesina, lo hace muy bien, por que no deja una pista.
—Por que además de todo lo que hemos dicho de ella, debe ser muy inteligente Iremos a ver al comisario y le diremos como está el asunto.
—Vamos por el buen camino, teniente, ya sabemos el color del pelo y que es una tía arrebatadora.
— Estamos antes alguien muy especial, comisario.
— ¿Qué me quiere decir, teniente?
—No es una asesina normal, es algo más. Algo que no llego a entender, y que me está preocupando.
—Por supuesto que no puede ser normal, teniente; estamos ante una asesina en serie. Sigan por ese camino y pronto la cogeremos.

Capítulo 5 La secretaria

—Anita, tráigame la documentación del pedido del señor Roura, que hay que corregirle unos descuentos que no se han hecho.
—Muy bien, Señor Morilla, ahora mismo se los llevo.
Minutos más tarde, Anita se personaba en el despacho de su jefe, con una carpeta azul que contenía toda la documentación del pedido.
—Muchas gracias, Anita, siéntese, que quiero que me ayude a corregir el pedido.
—Muy bien, Señor Morilla –dijo Anita y se sentó en una silla.
—Me puede llamar Ricardo. Lleva usted tres meses trabajando, y ya va siendo hora que nos conozcamos más a fondo, ¿está usted casada?
—No, estoy soltera.
— Pero tendrá novio.
—No, estoy sola.
—Me cuesta creerlo, que una mujer tan guapa como usted, no tenga novio.
—Tengo muchas cosas que hacer y no puedo entretenerme con novios.
— Pero sí le gustaran los hombres.
— Por qué me hace esa pregunta.
—Por lo que me está diciendo.
—Sólo le estoy contestando a sus preguntas.
Ricardo se fue acercando a ella lentamente y cuando estuvo cerca, le pasó la mano lentamente por la larga y negra melena. La mujer se lo quedó mirando fijamente a los ojos. En ese momento sonó el teléfono y, Ricardo se apartó de ella, para coger el teléfono de encima de la mesa. Anita se levantó de la silla y le dijo a su jefe que se marchaba, que tenía trabajo.

— ¿Los asesinatos se vienen sucediendo cada mes?
—Sí, se ve que cada treinta días, le entra las ansias de matar, ¿por qué me lo preguntas, sargento?
—por que hace veintiséis días que mataron al ultimo chamuscado.
—Sí, ya lo he pensado yo también, y lo que me preocupa, es que si no la cogemos en estos cuatro días, seguramente tendremos otro chamuscado muerto.
Varano y Pavón, habían visitado prácticamente todos los sitios de alterne de Barcelona y lo único que habían podido averiguar, era el sexo del asesino y que era una morena que quitaba el sentido.

—Señorita Anita, por favor tráigame de nuevo la documentación del señor Roura.
—Buenos días, aquí le dejo el dossier del señor Roura.
—Buenos días, Anita. Por favor, siéntese, que quiero que me aclare algunos puntos del dossier, ya que el viernes no lo pudimos hacer.
Anita tomó asiento y se puso a sacar folios de la carpeta azul, luego alzó la mirada y vio a su jefe, que la estaba contemplando. Este, al verse sorprendido, le preguntó si tenía todos los documentos a punto.
—Sí, dígame cuál de ellos quiere y se lo daré.
—El de los descuentos; se ve que hay una partida, que no se lo hemos hecho.
Anita cogió el documento que su jefe le pedía, y con la mano se lo acercó. Este lo estuvo examinando unos segundos y cuando detectó donde faltaban los descuentos, se lo marcó con el bolígrafo.
—Es en este artículo. Me había comprometido con él, que le haríamos el quince por ciento de descuento y, están como el resto de productos al diez. No se preocupe, que no ha sido fallo tuyo. Se lo tenía que haber dicho y se me pasó. Cómo estás viendo, hasta los jefes tenemos fallos. Está hoy muy callada. Es que ha pasado mal el fin de semana.
—No lo he pasado muy bien, cuando va llegando final de mes, me suele pasar esto.
— ¿Lo que tenéis las mujeres todos los meses?
—No, es algo parecido, pero no lo que usted estas pensando.
—Ya le dije el otro día, que me podías tutear, y perdona que te lo diga, pero si no es eso, ¿qué es que te deprime tanto?
—Son cosas mías.
—Una pregunta, ¿por qué trabajas siempre con guantes?
—Estoy acostumbrada y no puedo hacerlo sin ellos.
— ¿Tienes comprometidos los próximos días?
— ¿Por qué me hace esa pregunta?
—Te quiero invitar a cenar, no me gusta ver a la gente triste y menos, a una chica tan guapa como tú. ¿Qué me contestas?
Anita lo estuvo mirando fijamente y después de meditarlo un poco, aceptó la invitación.
— ¿Cuándo te va bien?
—Tiene que ser el miércoles.
— ¡Muy bien! Para mí, perfecto. Es el día que menos faena tengo. Te recogeré en su casa, a las ocho y media.
—De acuerdo, le estaré esperando.
Habían llegado las ocho y media del miércoles y Ricardo la recogía en la puerta de su casa.
—Es un lugar muy bonito.
—Suelo venir mucho por aquí; para mí, es uno de los mejores restaurantes de la comarca.
—Yo no lo conocía.
El camarero les acercó la carta y les dijo si querían tomar algo, mientras se pensaban lo que cenarían.
— ¿Tú quieres algo?
—No, prefiero beber un poco de vino.
—Tráiganos un buen rioja, que beberemos una copa de vino, mientras nos traen la cena.
El camarero les trajo un reserva del 82 y les echó un poco en el vaso para que lo cataran.
—Excelente –dijo Ricardo, mientras saboreaba el buen caldo.
El camarero, pendiente de lo que decían sobre el vino que le había llevado, al ser afirmativa la cata, les echo un poco mas de vino en los vasos y les tomó nota de lo que iban a cenar.
— ¿Llevas mucho tiempo viviendo en Manresa?
—Un año, más o menos.
— ¿De dónde eres oriunda? ¡Por que catalana no eres!
—Soy de Asturias.
—Ya te lo iba a preguntar, si eras asturiana, aunque podía haber mirado tu ficha y saberlo, pero es una cosa que no suelo hacer. No me importa de dónde sean mis trabajadores, lo importante es que sean buenos. Te digo esto, por que hace unos años estuvo trabajando una chica en la oficina y tenía tu mismo acento.
—Llevo varios años viviendo en Cataluña y he aprendido el catalán, pero el acento, no hay manera de perderlo. Aunque es un orgullo para mí, tenerlo.
—Es bueno conservar las raíces y adaptarse a donde uno se gana el pan.
—De pequeña a mí me llamaban Atinita. Y a ti, Ricardo, ¿cómo te llamaban?
—Ricardito.
Ricardo le hizo una señal al camarero y este enseguida se personó a su lado.
—Diga, Señor.
—Tráigame la cuenta.
El camarero les trajo la cuenta y los dos salieron del restaurante hablando muy apasionadamente. El coche lo tenían aparcado en el parking del restaurante, que estaba en la parte trasera del mismo.
Cuando llevaban unos cinco minutos circulando, Ricardo se salió de la carretera principal y entre un pequeño bosque que había, paró el coche; luego le echó el brazo por encima y se la acercó muy suavemente, dándole un apasionado beso. Este fue correspondido por ella y los dos se fueron fundiendo, con toqueteos y apasionados besos.
Las manos de Ricardo palpaban cada rincón del cuerpo escultural de Anita y, esta hacía lo propio con el cuerpo de Ricardo.
Cuando más cerca estaban de consumar el acto sexual, Anita dio un brusco movimiento y se despegó de Ricardo.
—No puedo hacerlo. Aunque tengo tantas ganas de hacerlo como tú, no puedo hacerlo.
— ¿Qué te sucede?
—Nada, pero es mejor así.
—No te entiendo, creía que lo deseabas tanto como yo.
—Y lo deseo, pero aunque no te lo creas, lo hago por tu bien.
—No quiero que nadie decida por mí, ya soy mayorcito para decidir por mi mismo, ¿no te parece?
Atinita lo miró fijamente a los ojos y después de pensarlo unos segundos, se acercó otra vez a Ricardo; este agradeció el gesto, y dándole un apasionado beso con brío, le fue subiendo el negro vestido y bajando las también negras bragas. Ella al mismo ritmo que él, hacía lo propio desabrochándole el cinturón y abriéndole la cremallera del pantalón. Luego el coche comenzó un acelerado movimiento sexual y después de un buen rato de balanceo, se paró en seco.
—Te dije que lo dejáramos, pero fuiste un tonto y no me escuchaste –le decía Atinita al cuerpo sin vida de Ricardo; luego le colocaba la ropa y lo sentaba en la parte delantera del coche.
Esta, como de costumbre, sacaba el bote de gasolina y rociaba el cuerpo sin vida de Ricardo, luego le prendía fuego.
—He sido una idiota. Ahora que había conseguido un trabajo estable, tendré que marcharme. Pero no puedo evitarlo. Cuando me entra ese deseo, no me puedo controlar.

Capítulo 6 Un chamuscado fuera de Barcelona

—Han llamado de Manresa y dicen que han encontrado a un empresario quemado en su coche; coge la chaqueta, que nos marchamos –le decía el Teniente Varano a Pavón.
Los dos policías se personaron en la comisaría de Manresa y preguntaron al comisario por el caso del chamuscado.
—Está en el depósito de cadáveres, y en este momento le está haciendo la autopsia el forense.
— ¿Nos puede acompañar?
— ¡Sí, claro!
Los tres policías se personaron en el depósito de cadáveres.
—Soy el teniente Varano, y él, es el Sargento Pavón.
El forense (que ya había terminado la autopsia) les dio la mano y les preguntó en qué podía ayudarles.
—Estamos investigando la muerte de varios jóvenes, que han tenido una muerte similar. Todos han sido asesinados en sus propios coches y luego quemados. Al tener noticias de que este asesinato tenía las mismas características que los que estamos investigando en Barcelona, hemos querido saber si ha sido asesinado por la misma persona que los otros, ¿está muy quemado el cadáver?
— ¡No! ¡Está muy entero!
— ¿Le ha podido mirar el pene?
—Sí, y es muy extraño.
—El qué, ¿lo del pequeño orificio?
— ¡Sí! ¿Es que los cadáveres de Barcelona, también tenían un orificio en el pene?
—Sí, aunque sólo lo pudimos descubrir en el ultimo asesinato, que no estaba tan chamuscados. Los anteriores estaban tan quemados que no se pudo ver nada.
— Por lo que he podido averiguar, le falta mucha sangre ¿A este joven le han sacado parte de su sangre y luego lo han asesinado?
—Quizás sea eso lo que intenta borrar, que le saca la sangre a sus victimas, ¿no estaremos antes una autentica vampira? –decía Varano, tocándose la cabeza y mirando a Pavón.
—Esa gente, si son como los de las películas, muerde con dos colmillos y en el cuello –le contestaba Pavón.
—Es posible que muerdan, pero no como se ven en las películas, es algo más real, aunque en el fondo, son personas que necesitan sangre para sobrevivir y en eso, si que son como los de las películas. Pero en lo de los espejos, volar y alguna que otra cosa no –decía el forense.
El teniente dio una fuerte inhalación de aire y dijo que ya lo tenía.
—Eso es lo que intenta borrar, que es una vampira y que necesita sangre cada mes. Lo que aún no tengo muy claro, es como les saca la sangre. Parece que les haga una mamada y que durante dicha mamada les muerda.
—A lo mejor con la mordida que les hace en el pene, les paraliza y no pueden moverse –dijo Pavón.
—Seguramente sea eso, que les paralice con la mordida del pene y que luego les chupe la sangre y les mate –decía Varano.
—Pero no hay ninguna mordida de vampiro —recapacitaba Pavón.
— ¿No será que además de paralizarlos por el pene, les saque la sangre por el mismo sitio? –dijo el teniente, tocándose la cabeza.
—Parece que sea eso, que todo se lo haga a través del pene –dijo Pavón, tocándose sus partes con disimulo, y haciendo una fuerte inhalación de aire.
—Seguramente les saque la sangre por el orificio que les hace en el pene, que a la vez será el mismo que utilizará para paralizarlos ¿Pero cómo les hará el orificio? Es eso lo que no acabo de entender, como diablo se lo hará. Por que como tú dices, solo hay un orificio y si fuera una vampira, habría dos.
—A lo mejor mientras le está haciendo la mamada, con algún artilugio que lleve alguna sustancia paralizadora, se lo clave en el pene y luego con el mismo artilugio, le saque la sangre –decía Pavón.
—Lo que dice es muy convincente, sargento, pero lo veo demasiado sencillo. Creo que hay algo más que se nos escapa, algo que por ser tan simple, no lo sabemos ver.

Capítulo7 Atinita volvía a Barcelona

Atinita durante la noche se había teñido el pelo de rubia y temiendo ser descubierta, abandonó Manresa y se marchó a Barcelona.
—Buenos días, vengo por lo del anuncio.
— ¡Ah! Muy bien, pase.
Atinita entró en el piso y siguió al dueño (un hombre de unos cincuenta años de edad, con el pelo canoso y de uno setenta de alzada), que muy amablemente le iba explicando cosas del piso.
—Esta es la habitación. Como ve usted, es muy amplia.
—Sí, y los muebles se ven muy nuevos.
—Hace un año que los compre ¡prácticamente son nuevos! sobre todo esta habitación.
— ¿Por que dice lo de esta habitación?
—Por que será usted (si se la queda), la primera persona que dormirá en esta cama.
—Creo que es perfecta ¿tengo que pagarle muchos meses por adelantado?
—No, solo dos.
—Me la quedo.
— ¿Cuándo vendrá?
—Si le va bien, ahora mismo. Tengo las maletas en el coche.
—Sí, por mí, encantado. ¿Tiene el coche muy lejos?
—No, dos manzanas más abajo.
—Le acompaño, que le ayudaré con las maletas.
—No se moleste, que no pesan mucho.
—No es molestia, tampoco estoy haciendo nada importante.
— ¿Por que lo alquila?
—Tengo muchos pagos y poco dinero.
—Eso nos pasa a la mayoría de la gente.
— ¡Ya hemos llegado!
Atinita sacó las llaves del bolso y abrió el maletero del coche. El dueño de la casa cogió las maletas y le dejó a Atinita un bolso pequeño.
—Déjeme una –le dijo Atinita, con la picardía que utilizan las mujeres, cuando saben que han gustado al macho de turno y que piensan que pueden manejarlo a su antojo.
—No se preocupe, Señorita, que no pesan mucho. Va usted muy ligera de equipaje.
—la verdad que sí. Tendré que comprarme algo más de ropa.
El dueño del piso puso las maletas en el suelo y sacó las llaves para abrir la puerta. Luego cogió las maletas y se las introdujo en la habitación que le había alquilado.
—Muchas gracias. Es usted muy amable.
—De nada, Señorita.
El dueño de la casa vio que ella quería estar sola.
—Perdone, Señorita, pero tengo que dejarla, tengo cosas que hacer en la cocina. Ya hablaremos de los pormenores de los servicios.
—Muy bien, y de nuevo le doy las gracias.
Atinita deshizo las maletas y en el mismo periódico que había visto el anuncio del piso, vio una oferta de trabajo.
—Cogeré el metro e iré a verlo, que no está la cosa para elegir mucho.
— ¿Ya lo tiene todo instalado?
— ¡Sí!
—Como habrás comprobado, tiene cerradura la habitación. Cuando decidí alquilarla, le puse cerradura. Pensé que el que ocupara la habitación, querría tener toda la intimidad posible.
—Sí, eso me ha gustado mucho.
—Me alegro, siempre es gratificante saberlo.
—Tengo que salir, debo mirar unas cosas y debo hacerlo lo más pronto posible.
—Muy bien, le daré una llave de la entrada y otra de la habitación.

Capítulo 8 Atinita conoció a Josep

Atinita llegó a la dirección de la demanda de trabajo y llamó en el timbre de la casa.
—Buenos días, vengo por lo del trabajo.
—Muy bien, pase por favor.
Atinita acompañó al dueño y se metieron en un despacho.
— ¿En qué consiste el trabajo?
—Hacerle compañía a mi madre; ya es mayor, y aunque se encuentra muy bien de salud, prefiero que alguien este con ella. Últimamente tengo que estar mucho tiempo fuera de casa y la verdad, no me voy tranquilo. Aunque hay más gente en la casa, cada uno tiene su trabajo.
— ¿Hay mucha gente trabajando?
—Seis personas. La casa, como está usted viendo, es muy grande.
Una campanilla, empezó a sonar en la parte alta de la casa
—Es mi madre. Cuando desea algo, la hace sonar. Acompáñeme y si le interesa el trabajo, haga algo para que le caiga bien. Si contrato a alguien, debe ser con su aprobación.
—Pensaba que estas casas, solo se veían en las películas –decía Atinita, mientras iba subiendo las viejas pero muy bien conservadas escaleras.
— ¿Por qué lo dice, por las escaleras?
—No solo por las escaleras, sino por todo. Esa enorme lámpara del salón, ese enorme piano, los muebles, es todo.
El dueño de la casa, se empezó a sonreír, al ver la espontaneidad de Atinita.
—Creo que le vas a caer bien a mi madre.
La campanilla sonó de nuevo.
—Es en esa puerta, ¡mi madre debe estar nerviosa! Nunca suele llamar tan seguido. Buenos días, madre, ¿cómo se encuentra hoy?
—Muy bien, hijo. He sentido que hablabas con alguien y he querido saber de quien se trata.
—De esta chica.
—No será una nueva novia tuya.
—No, madre. Esta chica viene para trabajar, aunque aún no sé su nombre.
—Anita, aunque me puede llamar Atinita.
— Como usted desee, a mi me da igual.
—Atinita, prefiero que me llamen así.
— Ahora que ya sé su nombre, se la voy ha presentar a mi madre.
—No hace falta, hijo, ya sé que se llama Anita y que le gusta más que la llamen Atinita. Yo me llamo Elizabeth y como puedes ver, no puedo andar. Llevo mucho tiempo, sin poder hacerlo y eso, me esta matando.
—A usted se le ve una mujer muy activa. El estar así, le debe ser muy doloroso.
— ¿De dónde es usted? Por que catalana no es.
—Soy de Asturias. Este acento pasa como con el andaluz, cuesta deshacerse de él.
—Todos los acentos cuestan, aunque tiene usted razón, unos son más fuertes que otros, ¿de qué ha trabajado antes?
—He hecho un poco de todo (el mercado laboral no esta lo boyante que una desea), administrativa, cuidar ancianos, en fin, lo que ha ido saliendo.
— ¿Es usted casada?
—No, estoy soltera.
—Una mujer tan atractiva como usted, es difícil que pase inadvertida para los hombres.
—El que esté soltera, no quiere decir que no me relacione con hombres.
—Es verdad, la gente joven hoy en día se juntan cuando quieren y no tienen que casarse para tener relaciones sexuales, como en mis tiempos. Le digo una cosa, prefiero esta época, es más liberal para la mujer.
—Hoy en día se ha avanzado mucho en ese terreno, las mujeres en gran parte de la sociedad, están al mismo nivel que los hombres.
— ¿Y qué piensa usted, de la política del gobierno?
— ¿A qué se refiere?
—Si está de acuerdo o no, en la política económica que está llevando.
—Yo no entiendo mucho de política, pero el señor Sorbes, se ve un hombre muy preparado.
—Nada, ese señor es muy mayor y lo que tiene que hacer es marcharse. Puedes contratarla hijo, Atinita sabe conversar y no como otras que me has traído, que sólo servían para cuidarme. Para eso ya hay dos o tres contratadas.
—Muchas gracias, Señora.
—Lee más periódicos, por que mi plato fuerte es la política y si vas a ser contratada para darme conversación, debes apretar en ese tema.
—Nos vamos, mamá, que tengo una reunión muy importante en la fabrica.
—Bueno, ya lo ha dicho mi madre, queda usted contratada. Puede empezar mañana, si lo desea. Tráigame los papeles para darla de alta en la seguridad social, lo del paro y la cartilla para ingresarle el dinero.

Capítulo 9 Sin dejar huellas

—Todas las huellas que hay por la empresa, corresponden a la gente que hay trabajando y ninguna a la morena que falta. Que según parece es nuestra asesina.
— ¿Dice una compañera suya, que trabajaba con guantes?
—Ya lo sé, sargento, pero que durante los tres meses que ha trabajado, no haya dejado ninguna huella, me parece raro.
— ¿Podemos averiguar donde le ingresaban la nómina?
—Pues tampoco podrá ser por ahí, se ve que le pagaban en metálico, sargento.
—Caramba con la morenita, no deja huellas por ningún lado. Lo tiene todo bien calculado.
—Tampoco hay una foto de ella por ningún sitio. Todos los trabajadores tienen alguna, menos ella. Si es la asesina que estamos buscando, será difícil encontrar alguna pista que la delate.
— Hagamos una foto robot, con los datos que nos den sus compañeros.
—Sí, será lo mejor, sargento, así nos haremos una idea de su físico. Por ahora lo único que sabemos, es que es muy guapa y morena de pelo. Aunque eso no nos ayuda mucho, se puede cambiar de color.
Estuvieron tomando datos con un dibujante, para hacer la foto robot, que había comentado el sargento. Después de muchos dibujos, sacaron una que era muy parecida a Atinita.
— Es hermosa la puñetera.
—Sí, sargento, es una mujer muy bella.
La foto la fueron distribuyendo por los locales de alterne, de toda Barcelona.
—Pronto llegaremos a final de mes y seguramente necesite sangre. Si supiéramos por donde se mueve, la podríamos coger.

Atinita llevaba veinte días trabajando acompañando a la señora Vives (que era como se llamaba la mujer mayor, Montserrat Vives. Esta era viuda de Francés Camprodón, un rico empresario de Barcelona. La empresa la llevaba en la actualidad su hijo mayor, Josep Camprodón. Este, de unos cuarenta y cinco años de edad, era un mujeriego empedernido. Su madre siempre le decía que sentara la cabeza de una vez. Pero este salía a ligue por mes.
Atinita empezaba a tener necesidad de sangre y eso la estaba poniendo nerviosa.
—Sólo hace veinticuatro días que tomé sangre y ya empiezo a tener necesidad otra vez, ¿no me estará cambiando el metabolismo? –se preguntaba Atinita.
—Atinita, la veo muy preocupada y nerviosa. ¿Es que tiene algún problema?
—No, Señora. Son cosas mías.
— ¿Qué opina usted de lo del forum?
—Que nadie regala nada y si alguna vez te dan muchas ganancias en algún ahorro, debe uno investigar bien el porqué. Si esos estafados hubieran investigado a fondo, seguramente no hubieran sido estafados.
—Es muy difícil descubrir a esta gente, ¿piensa que han sido estafados abogados y gente bien conocedores del tema?
—Es posible, pero cuando un banco da de interés un cinco por ciento y en estos sitios te dan un doce o más por ciento, es que hay algo oscuro.
—La veo muy pálida. Si no se encuentra bien, vaya al médico, que por hoy ya hemos conversado bastante.
Atinita cogió el coche y se fue a la casa que tenía alquilada. Esta abrió la puerta y se encontró al dueño de la casa, sentado en un sillón viendo un programa de la tele.
—Señorita, ¿cómo que viene tan pronto? ¿No la habrán despedido?
—No es nada de eso, es que no me encuentro muy bien y me ha dicho la señora que me viniese para casa.
—Tengo un botiquín, si necesita algo de él, no dude en cogerlo.
—Muchas gracias. Cogeré una aspirina.
Atinita cogió la aspirina y se introdujo e su habitación.
—Tengo que salir por sangre, si no lo hago, me va a dar algo.
Esta se arregló y sobre las diez de la noche, salía de la habitación.
—Pensaba que estaría acostada –le dijo el dueño de la casa, que estaba viendo una película de la tele.
—No estoy muy bien, pero tengo un compromiso.
—Lo de que no esta bien, lo dirá de broma –decía el dueño de la casa, que se había quedado boquiabierto, cuando la vio salir de la habitación.
Atinita se había dado cuentas del piropo y con una picara sonrisa, salía por la puerta de la calle.
Esta fue a entrar en un bar. De alterne, cuando vio la foto robot, que de ella había hecho la policía, la estuvo examinando y vio que no se parecía mucho a ella, además estaba de morena y ella iba de rubia. Pero para estar más segura, se fue a otro lugar que conocía, que era menos selecto, pero necesitaba la sangre urgentemente y a ese que había elegido, iba todo tipo de gente y sabía que le sería más fácil encontrar rápidamente una victima.
Dos horas más tarde, Atinita saciaba sus ansias de sangre y como con los anteriores, lo quemaba dentro del coche.
Sobre la una de la noche esta entraba por el piso. Lo hacía muy suavemente, para no despertar al dueño. Este se había quedado dormido, con la tele encendida. Atinita apagó la tele y lo despertó.
—Me he quedado frito. Menos mal que mañana es sábado y no tengo que trabajar –decía el dueño de la casa, restregándose los ojos.

El cadáver era encontrado en un escampado a las afueras de Barcelona. El teniente y Pavón eran avisados y hacían acto de presencia donde estaba el joven.
—No hay duda que la tenemos en Barcelona. Ya nos lo ha hecho saber, la puñetera —decía el teniente, al ver el cadáver del joven.
—Sí, ya creo que no lo ha hecho saber, y antes de lo que yo esperaba —dijo el sargento.
— Solo hacen veinticuatro días del último asesinato y ya ha matado de nuevo. Ha necesitado sangre cuatro o cinco días antes. Espero (si no conseguimos cogerla), que esto no sea una tendencia, a necesitar sangre más a menudo.
—Espero que no, espero que no –dijo Pavón, poniendo cara reflexiva.

— ¡Buenos días señora!
— ¡Hola, Atinita! ¡Hoy trae mejor cara! ¿Le fue bien el descanso?
—Muy bien, Señora. Se ve que necesitaba un descanso.
—Mi difunto marido (que en gloria este), siempre decía, que para trabajar bien y rendir al máximo en el trabajo, había que descansar, que una persona si no descansa, no rinde.
—Su marido llevaba mucha razón.
—Yo compartía con él esa idea. Hay gente que no descansa lo debido y luego en el trabajo no rinden y todo son problemas.
— ¡Hola, Atinita!
— ¡Hola señor Josep!
—Ayer me dijo mi madre, que se tuvo que marchar antes, por problemas de salud
—Sí, no me encontraba bien y su madre me dio permiso para marcharme.
—Hoy por lo que veo, se encuentra ya mejor.
—Sí, ya estoy bastante recuperada.
—Me alegro ¿Cómo le va con mi madre?
—Bien, su madre es una excelente conversadora y lo pasamos muy bien hablando de todos los temas. Muy bien, me va muy bien. Su madre tiene mucha vitalidad. Además es muy culta, sabe de todos los temas.
—Veo que congeniáis muy bien.
—Sí, hijo, muy bien. Ya te puedes marchar a la fábrica y déjanos que hablemos de nuestras cosas. Que me estas poniendo nerviosa.
—Ya me voy mamá, ya me voy.
Atinita se sonreía, al ver madre e hijo, lo bien que se llevaban.
—Este hijo mío, es una bella persona, ha sacado lo mejor de su padre… bueno, menos lo de mujeriego, que su padre solo tenía ojos para mí.
Habían pasado veinticuatro días y Atinita necesitaba de nuevo sangre. Como siempre, había acudido al un lugar de alterne y se había llevado a su nueva víctima. Esta, como todas las anteriores, fue asesinada y posteriormente quemada en su coche.

Capítulo 10 Josep se había enamorado de Atinita

Josep se estaba interesando por Atinita y cada día, intentaba estar más rato hablando con ella.
Así fue pasando el tiempo y tres meses mas tarde, se casaba Atinita con Josep.
— ¿Por qué has querido que la boda fuera el día uno de Julio?
—Siempre lo había dicho, que si algún día me casaba, tendría que ser un día uno de verano.
Estuvieron dos semanas de viaje de novios y regresaron a Barcelona.
Dos meses más tarde, Josep se salía de la carretera y moría en accidente de tráfico.
Entre un clima de tristeza, Josep era enterrado por sus seres queridos. Su madre, en su silla de ruedas, portaba un velo negro que le cubría la cara. Esta, que era una mujer muy habladora y enérgica (en ese momento), personificaba a la tristeza en su máxima expresión. Atinita (que estaba junto a su suegra) con semblante triste, pensaba que ahora que había encontrado la persona idónea para ser feliz y la forma de convivir con ella, se mataba en accidente de tráfico. Está estaba embarazada de Josep y hacía una semana que lo habían hecho publico.
Había venido el hermano pequeño de Josep, que se llamaba Jordi y que vivía en Londres. Este era médico cirujano y trabajaba en el Hospital Central de Londres. También la hermana que vivía en Paris (que se llamaba Judith). Esta estaba casada con un empresario francés, algo más mayor que ella, llamado Henry.
Una vez enterrado Josep, todos se reunieron en el viejo caserón.
—Jordi, tú tendrías que llevar la empresa.
—Mamá, tu sabes que mi vocación es la de médico y que no me interesa para nada la de empresario. La cirugía me llena por completo y es a lo que quiero dedicar mi vida. Por lo tanto mamá, piensa en otra persona.
— ¡Judith! ¿Tú qué piensas del tema?
—Yo tampoco puedo, mamá, con los negocios de Henry, ya tengo bastante.
—La tendré que dirigir yo –decía con dolor—, si no fuera por que en el lecho de muerte, le juré a vuestro padre que nunca se vendería la empresa, la ponía en venta hoy mismo.
—Yo le puedo ayudar –dijo Atinita, que estaba en una esquina del salón, hablando con el marido de Judith.
Los dos hermanos y Montserrat, se dieron media vuelta, al oír la voz de Atinita, y se la quedaron mirando fijamente. Luego la madre se acercó a ella y le dijo.
—Si estás dispuesta, por mí, encantada; además, siendo la viuda de mi hijo y estando embarazada de él, te da todo el derecho a ocupar ese puesto.
—Lo he dicho por que he visto que ninguno de ustedes se quiere hacer cargo del negocio. Pero mi intención es simplemente la de ayudar, no quiero que piensen ustedes alguna otra cosa.
—No tienes que justificar nada, estaré un tiempo enseñándote el manejo de la empresa, aunque por las diversas conversaciones que hemos mantenido, en el tiempo que has estado conmigo, creo que estas de sobra capacitada para llevar una empresa.
Días más tarde, Atinita era presentada en la empresa, como la nueva gerente.
Capítulo 11 Cambio de estrategia

Los chamuscados, como la policía conocía a las victimas de Atinita, se habían hecho públicos y eso, estaba creando una psicosis en toda Barcelona, sobre todo a finales de mes. Los ligues en esas fechas, habían descendido casi un veinte por ciento.
—Parece como si estuviera inactiva durante todo este tiempo y que solo aparece cuando necesita sangre.
—Es verdad, teniente, por el tiempo que llevamos tras ella, eso parece.

Atinita, viendo que todo el mundo hablaba de los chamuscados, decidió cambiar la forma de deshacerse de sus victimas. Además, ahora poseía mucho más poder económico para elegir a sus victimas y también para deshacerse de ellas. Su embarazo en cambio iba haciendo acto de presencia, cosa que ella intentaba disimular con ajustadas fajas. Su cuerpo iba cambiando y sus necesidades fisiológicas cada vez estaban más cercanas en el tiempo. En su quinto mes de embarazo, ya necesitaba sangre cada quince días. Sabedora de que en su entorno no debía saciar su apetito (para que no le pasara lo mismo que en Manresa), decidió salir fuera de Barcelona. Lo primero que se le ocurrió fue hacer la calle, o mejor dicho, hacer la carretera. Se alejaba de Barcelona unos cien kilómetros y se ponía en sitios aislados, pero frecuentado por gente que buscaban prostitutas de carretera.
Había preparado en un todo terreno, un lugar donde cabía un cuerpo humano. Estaba ubicado en la parte de debajo de los asientos traseros y era un estanque frigorífico. En él metía a sus victimas y luego los llevaba a una casa de campo que era propiedad del difunto marido, pero que ella la utilizaba desde que se casó con él. En la casa se había hecho construir un deposito subterráneo (le había dicho a los paletas, que era para gasoil) y lo había llenado con un acido altamente corrosivo, en el cual iba echando los cadáveres que iba llevando.

— ¿Qué habrá pasado, que hace tres meses que no aparecen chamuscados?
—No lo sé, sargento, pero es un tanto extraño.
— ¿No habrá dejado de matar?
—No, seguramente se haya dado cuentas que se hablaba mucho de los chamuscados y haya cambiado la forma de deshacerse de sus víctimas. Los periodistas piensan que hacen un bien en informar de estas cosas, pero lo que realmente hacen es espantar a los asesinos, como seguramente habrá pasado con la vampira.
En sitios muy distintos, se empezaron a encontrar coches sin sus propietarios y al no encontrar sus cadáveres, se les estaba dando por desaparecidos.

Capítulo 12 Atinita se ponía de parto

Atinita estaba ya en su octavo mes de embarazo, y sabedora de su problema, decidió tener a su bebe en la casa de campo. Pero esta tenía un problema, sabía que si se lo decía a su suegra, no la dejaría ir sola a la casa de campo, o la obligaría tenerlo en el hospital. Entonces pensó que lo mejor sería decirle que lo tendría en un hospital de Asturias, que le habían dicho que era muy bueno y que así estaría una temporada con su familia.
—No lo entiendo, que con lo avanzado que está el embarazo, quieras viajar tantos kilómetros. Tenía mucha ilusión en ser de las primeras en ver a mi nieto. Pero veo que me vas a quitar ese privilegio.
—No se lo tome así, a mí también me hubiera gustado tenerlo aquí, pero no puedo, me han hablado también de esa clínica, que si me quedo y le pasara algo al niño, nunca me lo perdonaría. Usted esté tranquila, que yo la llamaré todos los días.
Sabiendo que hasta que tuviera a su hijo, no podría obtener sangre fresca a través del acto sexual, optó por llevarla congelada y un artilugio con forma de pene, para cuando le llegaran las ansias de sangre, se pudiera consolar con aquello.
Había llegado la hora de tener al bebé y le estaban entrando las enormes e incontroladas ansias de sangre. Su aspecto se empezaba a poner pálido y ojeras negras aparecieron en sus ojos.
Entre fríos sudores por la falta de sangre, y los dolores del parto, Atinita daba enormes chillidos. El tiempo tampoco acompañaba, pues llevaba todo el día lloviendo y una vez entrada la noche, se fue levantando un viento que hacía moverse las ventanas de la enorme casa de campo. Esta estaba situada entre un tupido bosque y para acceder a ella, una vez dejada la carretera general, había que coger un camino estrecho de unos dos kilómetros.
Entre chillidos de la madre y las sábanas llenas de sangre, llegaba el pequeño a este mundo. La madre, una vez lo había parido, descansó unos segundos y con mucho dolor, le cortó el cordón umbilical, luego lo arropó con una manta y se lo acercó a su pecho.
Con su hijo pegado al pecho, estuvo un buen rato descansando, hasta que consiguió reponerse un poco.
Blanca como la nieve, Atinita se levantó y le dio a su hijo de mamar. Este buscaba el pezón de la madre y cuando lo encontró, lo chupaba con fuerzas. Atinita estaba con poca energía y eso hizo que el pequeño no saciara su apetito, por que a los pocos minutos de haber mamado, se despertó llorando. Atinita, debilitada y con los lloros del niño, se estaba poniendo cada vez más nerviosa (Necesitaba reponer energía urgentemente).
El viento estaba aumentando y hacía moverse las ventanas cada vez con más violencia. La tormenta en sí estaba aumentando su furia y rayos y truenos sonaban cada vez con más fuerza.
—Tendré que utilizar el artilugio que he traído, si no quiero tener problemas serios de salud –se decía Atinita para sus adentros.
Intentó hacer uso del artilugio, pero había parido hacía muy poco rato y no podía hacerlo. Estaba desesperada y optó por beberse la sangre que se había llevado y que la tenía guardada en el frigorífico.
Con la boca aún manchada de sangre, se sentaba en un sillón y le daba de mamar a su hijo, que lloraba desesperadamente. Después de haberle dado de mamar, había conseguido calmarle un poco el apetito y eso, le había hecho quedarse dormida a ella y al beber.

—Es muy extraño comisario, que haya dejado de matar, si de verdad es una vampira. Esa gente necesita sangre para sobrevivir, por lo tanto algo está pasando que se nos está escapando y si no encontramos pronto ese algo, cuando lo hayamos hecho, nos encontraremos con una lista muy desagradable de muertos.
—Teniente, yo pienso como usted, esa vampira está actuando de otra forma y por eso no aparecen chamuscados. Pero digo lo mismo, una vampira siempre mata, para satisfacer su endiablado apetito.
—yo estoy convencido que es así, que ha cambiado la forma de deshacerse de los cadáveres, pero que sigue activa y que tenemos que cogerla lo más pronto posible. Aunque nos será muy difícil hacerlo, por que nos estamos enfrentando a una persona muy lista y escurridiza.
— Además de muy peligrosa.
—Sí, comisario, muy peligrosa y lista. Pavón y yo hemos pateado toda Barcelona y alrededores, y no hemos encontrado una sola pista de ella, y eso que conocemos su físico. Por eso digo que nos estamos enfrentando a alguien sobrenatural y cuando digo sobrenatural, me estoy refiriendo, a que tiene un gran talento para cometer sus actos criminales y no a eso de volar y espejos.
— La gente de la empresa de Manresa, debieron darnos bien los perfiles de su físico.
—Supongo y espero que sí, Comisario, por que no había una imagen de ella por ningún sitio.
— ¿No vivirá fuera de Barcelona y viene, o venía a satisfacer su apetito aquí? –dijo
diegonx
Mensajes: 383
Fecha de ingreso: 22 de Marzo de 2009
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  • 8 de Octubre de 2010 a las 20:40
Elditero, como todos nos pongamos a subir textos así, a capón, este foro va a ser un sin dios. Si quieres participar en algún concurso, por favor, leete las bases y síguelas.

Hay de todo, poesía, microrelatos, relatos cortos y relatos largos. Ve a los hilos apropiados y pregunta ahi. O si lo que quieres es promocionarte sin más, vas al foro "comentar y promocionar libros"

Un poco de educación, hombre.

jpiqueras
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  • 9 de Octubre de 2010 a las 12:50

Hay unas normas generales, además:

>http://www.bubok.es/foros/tema/3371/Normas-de-comportamiento-en-los-foros-de-Bubok

Nota: Para los nuevos subforos de concursos, si me necesitáis como administrador o coordinador o algo así, por ejemplo en el de poesía o en de relato largo, me ofrezco. Pero me pido poder fulminar eficazmente los posts fuera de lugar, como el que ha abierto este hilo.

raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 10 de Octubre de 2010 a las 8:28
Anitín, o como sea, esto no es un estercolero, sino un espacio para concursar. Léete las bases y pasa por el aro.