Se admiten relatos hasta las 22 horas del jueves 13 de octubre.
A los que este tema no inspire demasiado, les recomiendo que vean un poco la tele: "De buena Ley" "Sálvame" etc. Vale cualquier cuestión relacionada con el cónyuge, con los hijos, los padres, la herencia, el pariente gorrón, el perro, etc.
Para quien no lo sepa, se suben los temas con el usuario común: [email protected]
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¡Escritores a escribir!
Ala Triste
—No desesperes, pronto, muy pronto vendr…—se dijo Ala Triste.
Llevaba encerrado en su tienda dos das, sin comer ni beber; slo sudando y oyendo el crujir del fuego mientras intentaba hablar con el dios de la tribu: el Padre Oso.
Suspir delante de su propio desespero, y volvi a dejar que sus temblorosas manos, debido al agotamiento de esos das, cogieran y desmenuzaran otro hongo: esta vez uno ms grande que el anterior. Empez a masticarlo, esperando a que Padre Oso se le presentase.
Unos segundos despus, la visin comenz a nublrsele…
—Suea…—Ala triste escuch la voz; era dulce y clida—. Deja que la luz entre en tu interior… necesitas soar…
El miedo invadi el cuerpo de Ala triste cuando la noche se materializ en el interior de la tienda. Poda ver el fuego que arda en el centro de sta como algo efmero, sin cuerpo. El humo ascenda en espiral hasta desaparecer por el agujero del techo mientras pequeas luces nacan a su alrededor.
— Quin eres?—pregunt Ala Triste mirando una de esas luces, la que ms brillaba de todas.
—Soy el padre de la tribu —dijo la voz mientras el humo empezaba a arremolinarse hasta formar la cara de un oso.
Ala Triste sonri, estaba contento de poder hablar con l pero aun as, sus ojos se negaban a obedecerlo y seguan mirando la pequea y brillante luz. Extendi un brazo para tocarla…
— Quieres recordar ese da?—era la voz de Padre Oso—. Entonces, recuerda…
Ala Triste cogi la luz y la sostuvo en la palma de la mano: ah estaba Saltarina, su pasin y el motivo de ese encierro.
—Suea… deja que los recuerdos te envuelvan…—y bajo la acariciadora voz de Padre Oso, Ala triste volvi a revivir la pasada fiesta de la cosecha…
Era de noche, y los hombres que an dorman solos seguan bailando y cantando entorno al fuego, intentando llamar la atencin de las muchachas.
Ala Triste llevaba su mascara bien atada a la cabeza, como todos los que pretendan conquistar el corazn de una de las jvenes. Estaba feliz porque haba conseguido bailar al lado de Saltarina, su hermana; pero ella slo le haba sonredo una vez antes de mirar a Lobo Negro, y bailar a su lado.
Poco a poco, Ala Triste se fue alejando de la fiesta para sentarse en el viejo tronco, al lado de su madre:
— No ests bailando? No hay ninguna muchacha que quieras como compaera?—le pregunt.
—No, creo que este ao seguir durmiendo solo.
—Pens que deseabas a Saltarina.
Ala Triste la mir alarmado, tanto se le notaban las ansias que tena por meterla en su tienda? Dio gracias al Padre Oso por llevar puesta la mascara, as su madre no poda ver la vergenza que tea su cara en ese momento.
—No s porque te extraa que lo sepa—le dijo su madre mirando como Saltarina coqueteaba con Lobo Negro—. Si de verdad la quieres, mtela en tu cama esta misma noche.
—Sabe que no puedo hacerlo, es mi hermana…
—Tu padre tuvo otras mujeres aparte de m, dorma con ellas sin importarle que mi cuerpo estuviera fro por su ausencia.
—Madre, eso no vine al caso…
—Muchas lunas pas sola en la tienda, sin hijos a los que dar mi amor…
—Madre, no siga hablando as. Ya sabe que padre muri hace aos.
—An recuerdo el fro y la soledad que me envolva en las noches… era tan intenso como lo fue l.
— l?—Ala Triste vio la lgrima salir de los ojos de su madre.
—Todo ocurri muy rpido. Esa noche yo estaba sola en la tienda, a punto de quedarme dormida cuando un joven entr en ella. Tu padre llevaba meses fuera, y yo deseaba un poco de amor…
— Madre!—exclam Ala Triste.
—No me juzgues, pero fui suya en ms de una ocasin… Despus de un tiempo de vernos a escondidas, l vino a mi tienda con una nia entre sus brazos: Saltarina era su hija. Su madre haba fallecido al dar a luz y l me la dej para que yo la amamantara. En ese tiempo, t ya habas nacido, y yo an tena leche con que alimentar a esa criatura… Cuando l muri, meses despus al salir de caza, yo decid hacerme cargo de Saltarina como si fuera mi hija… la tribu lo acept.
Ala Triste guardo silencio, nada tena que reclamarle.
—Esta noche es tuya Ala Triste—le susurr a su hijo—. Yo te ayudar; ahora ya sabes que Saltarina no es tu hermana.
La pequea luz que mantena Ala Triste en su mano, parpade antes de mostrarle otra vez a Saltarina. En esta ocasin ella estaba cerca del ro, esperando a Lobo Negro; pero la voz de Padre Oso le devolvi a la realidad por unos instantes…
—Esta vez vers lo que ignoras… Suea…—y otra vez la luz que sostena en la palma de la mano, brill con intensidad hasta transportarlo a esa pasada noche…
Saltarina segua de pie, cerca del ro, nerviosa y mirando la espesura que tena detrs.
— Est segura de que vendr?—pareci que le preguntaba a la noche, pero por asombro de Ala Triste, escuch la voz de su madre. Ella estaba escondida entre el alto follaje.
—Claro que s, hija; vendr.
—Pero, a mi me gusta… no s porque no puedo dejar que me lleve a su tienda…
—Esta noche tienes que hacer exactamente lo que te he dicho—la voz de su madre estaba teida de suplica y amor—. Hija ma, sabes que yo te he amado desde el primer momento en que te vi. Siempre te he tratado con amor…
—Lo s madre, usted sabe que yo tambin la quiero mucho. Y cada da le doy gracias a Padre Oso por haberla puesto en mi vida, pero…—Saltarina cerr las manos en un puo mientras en sus ojos brillaba una chispa de odio—, pero cada vez que pienso en…
—Saltarina, l ya no est, no puede hacerte ningn mal. Olvida a ese hombre al que una vez llamaste padre…
—Yo le guardar el secreto madre…
—El padre de Ala Triste era un mal hombre, con un espritu perverso en su interior; y s lo mat, fue para protegerte de sus pasiones. l ya no te miraba como un padre a su hija, sino como un lobo a su presa.
—Tiene razn madre. Y no se preocupe, esta noche har lo que me pide.
Saltarina mir haca el follaje donde estaba escondida su madre, tratando de calmar los nervios mientras Ala Triste, que ahora slo era un espectador, notaba cmo la ira y la incertidumbre que tenia en el cuerpo, amenazaba con desbordarse.
La visin contino:
El leve sonido de varias ramas al romperse, sobresalt a Saltarina:
— Eres t?—pregunt ella mientras miraba salir a un joven por entre los matorrales.
Ala Triste se vio, era l quien se estaba acercando a Saltarina, ocultando su rostro tras la mascara de Lobo Negro. Volvi a sentir la pasin desbordar su cuerpo cuando la acarici, atrayndola haca s. Deseaba con todas sus fuerzas poder quitarse la mascara y besarla, pero se content con sentir el cuerpo de ella estremecerse bajo sus caricias. Notaba las juguetonas manos de ella en su espalda, en su cuello y en su cabeza mientras l empezaba a levantarle las pieles que la cubran para poseerla…
Saltarina le hizo caso a su madre y la mascara cay al suelo.
Ala Triste se vio otra vez derrumbado cerca del ro, llorando mientras Saltarina corra asustada haca la tribu, haca la seguridad.
Ala Triste despert del sueo, recordando que desde esa noche, l se haba encerrado en su tienda, sin hablar con nadie, slo comiendo hongos para poder hablar con Padre Oso…
La luz que tena en la mano fue desapareciendo hasta morir. El humo del fuego, convertido en cabeza de Oso, cada vez era ms etreo y dentro de poco, la figura de desvanecera para siempre. Un mundo de ira y tristeza comenzaba a nacer en su interior…
—Madre mat a padre porque l quera poseer a Saltarina—dijo mientras unas cuantas lgrimas salan de sus ojos—Y madre, que me prometi su ayuda, que me dijo que la tena que hacer ma esa noche, me traiciona… Qu he de hacer yo, ahora?—pregunt al humo, pero ste slo era un hilo, Padre Oso se haba ido.
Una pequea y grcil sombra se escabull dentro de la tienda; se sent delante de Ala Triste.
— Saltarina!
—Madre me dijo que estabas aqu, que no deba molestarte hasta que consiguieras hablar con Padre Oso—le dijo con una tmida sonrisa—. He estado vigilando el humo que sala de la tienda para saber cundo poda entrar a hablar.
— Qu quieres?
— Sabes porque te quit la mascara, verdad?
—S—dijo con acritud—. Madre te lo pidi.
—Madre no poda dejar que me hicieras tu compaera sin que yo supiera quin eras en realidad. Te has puesto a pensar qu hubiera pasado esa noche, si hubiramos estado juntos?—le dijo ella acercndose a l.
—No…
—Yo sera el hazme rer de la tribu—segua hablando ella, dejando que sus labios acariciaran el cuello de Ala Triste—. A la maana siguiente hubiera ido corriendo a la tienda de Lobo Negro…
—Saltarina…—susurr Ala Triste notando cmo su cuerpo se encenda de pasin al sentir los labios de ella en su piel.
—Esa noche Lobo negro durmi con otra mujer, y yo…
—T deseabas ser su mujer…
—Ala Triste, me estremec en tus brazos, por tus caricias, no porque creyera que eras Lobo Negro… por eso hu…
Ala Triste se entreg a la pasin mientras en silencio, daba las gracias a su madre por proteger a Saltarina y a l.
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���������������������������������� LA CIUDAD DE LOS DESAHUCIADOS �� El chasquido, un sonido hueco e impersonal, termina por cerrar una página más de sus vidas. Sin más, sin el menor atisbo de piedad. Y ahora están solos en el descansillo de un edificio que se desmorona desde el piso más alto, como hacen los castillos de naipes. �� La pequeña Malú cierra la comitiva; lleva bajo el brazo un aparatoso cuaderno de tapas rojas y estampados chillones. Un álbum de fotos que la liga a su pasado más cercano. Si es que una niña de cinco años puede hablar de tener un pasado; los recuerdos son demasiado cercanos, tanto como el capítulo más reciente de Bob Esponja. �� Kevin, su hermano mayor, aprieta puños y dientes hasta que la sangre se disipa entre los huesos. Con el orgullo adolescente herido en lo más profundo apenas si es capaz de emitir un quejido: Me cago en la puta, me cago en la puta, me cago en la puta… Con la arrogancia prendida de los labios. �� Víctor, el padre, intenta mantener el tipo conversando animadamente con un tipo cejijunto y bajito, que se aferra a una caja de herramientas como si se tratara del escudo de un superhéroe. Es el cerrajero enviado por la Autoridad Judicial que ha ordenado ponerles en la calle. No tiene la culpa de nada; el verdugo no tiene culpa de nada. �� Marga, la madre, pugna por no llorar. Lo intenta, que no es poco. Al mismo tiempo rueda la mirada de forma alternativa intentando atender a la pequeña Malú y evitando toparse con los ojos incendiados de Kevin. �� El destartalado Citroen ZX es la única propiedad que les queda en este mundo. Es fiel como un perrillo faldero. Nunca ha pasado por el taller; hace tan sólo un mes, a Víctor se le pasó por la cabeza comprar un auto nuevo. Una locura, ahora se alegra. El viejo ZX les ayudará a escapar, a huir lejos de la ciudad. Un nuevo mundo les aguarda en algún lugar. ¿Dónde? ¿Quién lo sabe? �� En el otro extremo de la ciudad Najib echa un último vistazo a lo que queda de su negocio. Las estanterías están vacías; las últimas latas de fabada las ha regalado a unos viejos clientes que están pasando por una mala racha. Al menos le servirán a alguien. No tiene a nadie en este mundo. No es de ningún sitio. Hace diez años que consiguió escapar de la miseria y tras un largo viaje interior, ha vuelto a ella. Nuevamente es un miserable. Se rasca el interior del bolsillo y descubre un abono de metro. Con un poco de suerte podrá salir de la ciudad. Después Alá dispondrá. Es lo único que le queda; la fe. �� El Atlas físico del país tiene los bordes gastados. Generaciones de alumnos han pasado los dedos sobre él, quién sabe si buscando una montaña, un río o tal vez un país oculto e imaginario. �� Leandro se mira las manos. Son manos finas, cuidadas, aunque un leve� manchurrón negro tizna el borde de sus uñas, como el recuerdo tenue de un tiempo en que se aferraba al lápiz y a la tiza como el soldado a su fusil. Se niega a dejarlo allí, arrojado al vertedero del tiempo junto a todo lo demás. Lo enrolla con mucho cuidado y utiliza una goma para sujetarlo. No lleva mucho más. El maletín de cuero con hebillas doradas apenas si contiene una minúscula porción de pasado. Su familia, una foto de su difunta esposa y otra de su hijo. El chico vive en Brasil, encontró trabajo en una plataforma petrolífera y aprovechó la ocasión. Una última mirada hacia el aula solitaria y parece reconocer el eco de una cantinela tintineando por las esquinas: Dos por uno… Dos, dos por dos… cuatro… Así una y otra vez, como las puñaladas de un psicópata sobre su víctima. �� Al final del camino la confusión se disipa. Han llegado al límite de la ciudad con el abismo, como si en aquel punto comenzara la vida de nuevo. Sus vidas. Sin saber donde ir, sin saber que hacer, pero con el firme propósito de sobrevivir. �� El descampado es como una herida abierta, como el pus que se derrama desde las paredes infectadas de la ciudad. �� Malú juega con un perro comido por las pulgas, Kevin se ha sentado sobre una piedra solitaria, como una isla en mitad de un vertedero de vidas. Víctor y Marga se abrazan el uno al otro, como si estuvieran a bordo de una balsa en mitad del mar. �� Najib acaba de llegar. Se ha bajado en la última estación de metro. Ya no tiene nada, tan sólo sus pies. Y estos le han conducido hasta allí, hasta el mismo descampado. Sin saber como se ha unido a la caminata indefensa de un viejo cabizbajo. Lleva un viejo maletín en la mano y un mapa enrollado bajo el brazo. �� —Hola. �� —Hola. �� Se saludan como si se conocieran de toda la vida y continúan caminando juntos. �� El ocaso de un día aciago acaricia las azoteas de la ciudad y envuelve el perfil desafiante de los rascacielos. Todo queda lejos, a una vida de distancia del descampado. �� Víctor y Kevin recogen maderas y chapas de uralita que encuentran diseminadas alrededor. Hay neumáticos viejos que ahora sirven de asiento. Poco a poco reconstruyen algo parecido a un hogar. De momento dormirán en el coche. Pero pronto se les unirán más; el éxodo no se detiene. Nadie es capaz de contener la hemorragia de desdichas. �� Malú sigue jugando con el perro pulgoso que parece inagotable. Se agacha y escarba con sus pequeños dedos en el suelo preñado de ripio y pobreza. �� — ¿Qué es esto? —Le pregunta a su madre. �� —Un azadón. —Contesta Marga sorprendida. �� — ¿Para qué sirve? �� —Sirve para� labrar la tierra. —La respuesta sorprende a Marga con la boca abierta, a punto de contestar a su hija. ���� Se gira y se topa con los ojos acuosos y brillantes de un maestro jubilado y sin escuela. Najib, el tendero, asoma las narices por encima de su hombro. Malú ya no está, sigue corriendo por los alrededores. Esta vez esgrime su azadón como si de una espada flamígera se tratara. ���� Marga busca la mano de Víctor. El atardecer se desangra sobre el descampado, diluyendo el escuálido esqueleto de una nueva ciudad en ciernes. Tablas y uralita. Marga recuerda el epílogo de una vieja película �� —Víctor. Si nuestra familia permanece unida, te prometo que nunca volveremos a pasar hambre. �� —Inch Alá. —Murmura Najib; se ha girado, mientras busca el Este con los ojos del espíritu. �� � �� � � � |
Cudate de m
Durante aquella etapa de la vida de Dora, la frentica actividad se desplegaba por las maanas. Eso, unido a las historias que le narraban sus ancianos clientes, era lo que aportaba valor a cada da. Hasta la siguiente jornada.
Las posibles salidas para su soledad y para el dolor moral, que se ocupaban de ella durante sus baldas noches, quedaban postergadas.
—Los mayores de la casa apreciaron mi llegada al mundo con tanta alegra como nos produce la noticia de que Por fin!, han arreglado el corte de luz y podremos comer caliente y festejar cada domingo como nos fue ordenado por Dios. —Don Cosme, postrado en su cama, se mostraba parlanchn aquel da, animando el espritu de Dora, la enfermera, mientras ella se afanaba en lo consuetudinario.
—Se refiere a sus padres?
—A los mayores de entonces, a los tos abuelos, a las viudas, que permanecan en silencio en cada planta de la comunidad de vecinos, para que la muerte no las oyera y, sobre todo, a mi abuelo y sus ex-compaeros, que formaban un nutrido grupo de jubilados. Todos celebraron mi llegada al mundo.
—Sentira que le amaban mucho. Uy! Ha empezado a llover. Voy a cerrar la ventana y enseguida le traigo una manta, don Cosme.
—Crec en el convencimiento de que sera el nio ms feliz del mundo. Y as fue, hasta que empec a notar cmo iban faltando cartas del mazo que me haba tocado en suerte.
Dora volva la mirada hacia el viejo catedrtico, reforzando la muestra de inters con alguna sonrisa, sin perder un momento de actividad: remetiendo la frazada, arreglando el embozo, ahuecando la almohada, tomndole el pulso.
—Primero, —prosigui el debilitado anciano— mi abuelo, quin precedi a sus amigos; ms tarde, la muerte consigui sacar a todas aquellas viudas de sus bien acondicionados escondrijos, al tiempo que me iba convirtiendo en un tipo hurao; a medida que probaba el acbar del fallecimiento de los seres queridos. Y ahora, yo mismo estoy a dos descartes de diarla. Jodida tahr, vestida de negro.
—Todos tenemos que marcharnos, algn da.
—Una vez, sin que recuerde cmo sucedi ni por influencia de qu libro, me di cuenta de que la muerte acelera o frena alrededor del ser humano segn su edad. Salvo accidente, de nio est muy alejada de nosotros, apenas una sombra bajo la luz de un farol; en la adolescencia, desaparece por completo, tan preocupados por aliarnos con su acrrima Enemiga, ya sabe, la poca del celo permanente, cuando buscamos tener relaciones con otras personas; descubrir el olor a sal que todos ocultan bajo la ropa y la muda. Luego, va tomando velocidad de crucero. Al final, nos remos de ella, porque nunca descansa, mientras que nosotros, en cuanto llega para hacer horas extras a nuestra costa, obtenemos la recompensa del definitivo reposo y el placer del encuentro con la eternidad.
—Usted cree —intervino Dora— que a la muerte le interesa perdernos? No le sera ms rentable mantenernos en permanente zozobra?
—Para eso dispone de su hermana bastarda, la enfermedad. —Contest don Cosme, satisfecho de haber encontrado a alguien que mostrar los modales de una alumna interesada por descubrir la verdad.
—Voy a dormir un poco. —Prosigui el decrpito profesor. —Espero que la Seora de Negro no haga acto de presencia hoy. Me siento bien y necesito completar mi lbum de recuerdos. Podremos ver las fotos de mi familia?
—Cuando se despierte. Se lo prometo. —Entorn los postigos, corri las cortinas sobre ellos y sali del dormitorio, entrecerrando la puerta para que el resquicio apenas dejara escapar el ruido de una tos o un acceso de asma, pero no la luz.
Son el picaporte de la entrada de la calle. Corri a abrir y se encontr con varias personas, familiares de don Cosme: sus hijos y nietos. No los esperaban.
—Hola, est despierto mi padre? —Se dirigi a ella el hijo pequeo, cuarentn y medio calvo, mal vestido, como un prfugo castrista de los aos setenta. La barba, muy poblada, le envejeca, sin llegar a transmitir la madurez que ella espera en un hombre de esa edad. Por eso, piensa a continuacin, no me he casado nunca. Se vuelven como Peter Pan en cuanto se les baja el pito.
—Su padre duerme, seor Martn. —Evitaba las confianzas con los allegados de sus pacientes, porque las enfermeras a domicilio dependen de dos cosas para encontrar trabajo: el dinero de los clientes y las recomendaciones de los familiares.
—La encuentro especialmente atractiva, Dora. —Guiaba el ojo y mostraba una lengua gorda y roja como la picha de un perro. Le causaba repugnancia, aunque sera capaz de mostrar contencin profesional en una bacanal romana, mientras dependiera de ello su salario.
—Djame pasar, hermanito. Que eres un poco baboso. Cmo ests Dora? Y mi padre? Toms, —dirigindose a su marido— llvate a los nios a la sala de estar y procura que no metan ruido. Cmo est hoy mi padre? —Siempre se comportaba como la duea de la casa, porque haba cuidado de los hombres de sta desde que su madre muri. Conchita, la nica hija del anciano, apodada la Mandona.
—Ahora est descansando, seorita Martn. Me dijo que si venan esta tarde les entregara este documento. —Mir a la consola y Conchita se le adelant, rasgando el sobre, ojeando el contenido y aadiendo:
—Vmonos los tres al comedor, que esto debe ser importante. —Su mirada bati la estancia, recogiendo a su paso a las personas de quienes demandaba obediencia en ese instante, sus dos hermanos.
Javier, el primognito, permaneca apoyado cerca de un mueble bar, del que se haba servido una copa de Amaretto. Guapo; muy guapo. Con su pelo cano, sus ojos azules, sus labios bien delineados y la seorial tristeza que acompaaba todos sus movimientos. Le gustaba tenerlo por la casa, como un amuleto que mantuviera a los otros dos crpulas a buen recaudo.
Les sirvi un refrigerio y cerr las hojas de la puerta del saln—comedor, para que nada turbase su privacidad. Se encamin a la cocina y prosigui con sus tareas: medicamentos, ropa de cama, cua, palangana, merienda y la radio Vanguard a pilas, con funda de cuero, que gustaba de escuchar don Cosme a partir de las seis y hasta que llegaba su relevo.
Poco despus, Dora escucha cmo abren las puertas del saln, dejando que se escape un ntido Joder con el viejo!, en la voz de su hija, cuyos tacones suenan cada vez ms prximos, hasta que, unidos al golpe de la puerta de la cocina contra la pared, hacen vibrar la loza de los estantes.
—T sabas algo de esto, Dora? Como se pasa el da contigo. Te mencion algo sobre la donacin de parte de su patrimonio? El nuevo testamento?
—Seorita Martn, su padre recibi al abogado el mircoles de la semana pasada, justo cuando finalizaba mi turno. —Dej sus tareas mientras contestaba, mostrando respeto e indiferencia; el asunto no le incumba, as que volvi a sus quehaceres.
—Toms! Prepara a los nios que nos vamos! Dora, cuando se despierte, saldale de nuestra parte y dile que no hemos podido esperar. Ah! Y dale un par de besos de parte de los nios. Hazme ese favor.
Conchita hizo alarde de su papel de hembra alfa de la manada familiar, recuper a los tres machos y a las criaturas, reproch a cada quin por asuntos menores, un botn desajustado, la solapa del bolsillo descolocada o los cordones desatados y les empuj hasta la puerta, abandonando la casa en ltimo lugar.
Dora entr en el cuarto de don Cosme y coloc la bandeja sobre una de las mesillas. Se mostraba agitado, sudoroso, balbuciente, en un duermevela que su experiencia catalogaba como situacin mbar; poda mudar a normal o peligro.
Cuando se acerc a la cama, el anciano abri los ojos y la bes en la boca, susurrando continuamente Bsame, Paquita, mientras pugnaba por atrapar sus pechos. Ella se dej hacer, mientras lo acunaba con dulces palabras: Cosme, Cosme, cario, descansa. Sus palabras aparcaron la prematura presencia de la muerte y el anciano volvi a dormirse. Descorri las cortinas y abri la ventana. Haba dejado de llover y el ambiente fresco del medioda iba cediendo su dominio a los olores del jardn de la urbanizacin, atemperados por un sol atrevido, que retaba la proximidad del invierno. Don Cosme se despert.
Recibi la llamada de su compaera a las cuatro de la maana. Antes de responder, intuy que haba llegado el momento de buscar otra casa donde emplearse.
El sepelio se realiz en un pequeo cementerio de las afueras de la ciudad. Lleg algo tarde, vestida de calle pero abrigndose con la capa de enfermera que haba adquirido durante sus aos de estudio en Irlanda. Le sorprende la ausencia de Conchita; Toms, el marido, s que ha venido. Tambin los dos hijos varones del anciano. Apenas reconoce a alguna persona ms. La mayora de los presentes tienen la edad de don Cosme. Se figura que son vecinos que se han acercado para asegurarse de que en verdad se ha muerto y quizs tomarse en serio lo de pasar desapercibidos, como las viudas de las que hablaba el finado.
Se sita junto a Javier, mientras Toms la sonre y le alcanza un recordatorio de las exequias. En ese preciso instante decide que se acostar con aquel que pronuncie el panegrico. De todas las casas, de todas las familias que ha conocido necesita guardar un buen recuerdo.
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Ripalda: La casa de los Mendoza Cuando su padre murió dejó la casa de Ripalda a Alicia, la de la playa se la quedó su hermano Diego, seguro que pensó que él la usaría y a él le correspondió la vieja casona de los Irazábal, donde había nacido su madre, un edificio hermoso pero cargado de años y de recuerdos que necesitaba arreglos urgentes. Según su padre él era el que había conseguido reunir una pequeña fortuna y podría emprender esa tarea. � Ricardo Mendoza conducía su coche tranquilamente contemplando el paisaje familiar. Acababa de tomar un café para despejarse y allí, en la televisión del bar, había visto a su hermano Diego hablando y sonriendo;� se acercaban las elecciones y era preciso convencer a la gente.�� � �-¡Cabrón! – Pensó- Siempre mintiendo. Aun no comprendo cómo puede haber llegado tan lejos, Ministro de Economía, ¡por Dios! ¿De qué economía? Desde luego es capaz de� convencer a alguien� de lo que haga falta. Iba a Ripalda para cumplir la promesa de reunirse los tres en el primer aniversario de la muerte de su padre. En realidad no sabía por qué iba, su padre le importaba un carajo, estaba muerto,� pero le esperaba Alicia. La recordaría siempre, menuda y nerviosa, charlatana y llorona, entre las faldas de su madre, protegida contra el energúmeno que podía ser, a veces, el viejo. Asomaron en el horizonte las primeras casas del pueblo que se fueron aproximando según bajaba la pendiente que le llevaba al valle, cruzó el río por el viejo puente de piedra y observó a las tres o cuatro personas que caminaban deprisa por la calzada. Físicamente el pueblo había cambiado muy poco, las viejas casonas se mantenían bien cuidadas porque� el orgullo de familia obligaba a los propietarios y nadie quería dar a entender que la suya no había tenido éxito. Rodeada de fincas de labor la Torre de la casa de los Irazábal destacaba contra el horizonte. La vieja puerta pareció quejarse cuando metió la llave de hierro roñoso en la cerradura y la empujó. Solo quería echar una ojeada para saber si todo seguía en su sitio y el abandono no la había estropeado más todavía. No deseaba mantener aquellas raíces y sin embargo eran las que le habían llevado a ser quien era. Cerró con cuidado el portón y se dirigió a casa de sus padres. Esta miraba a la antigua plaza principal que ya no lo era, ahora había otra más grande y con toboganes y columpios para los niños del pueblo.� Tenía una hermosa fachada pintada de blanco, balcones y ventanas negras, constaba de tres pisos que en su tiempo habían sido una sola vivienda y ahora, repartida en tres plantas, la primera había sido la casa de sus padres, la segunda solían usarla ellos cuando decidían venir a verles y la tercera era el desván en el que se guardaba todo lo que ya no se usaba y en el que habían descubierto el amor Carolina y él cuando aún eran demasiado jóvenes.� La bajera era el zaguán de acceso, un lugar común lleno de cuadros siniestros de hombres de caras taciturnas, de pendones y escudos de familia,� muebles y libros de otra época y un rancio olor a húmedo, polvo y viejo. Alicia no había hecho nada por cambiarlo pues según le había dicho por teléfono, no había vuelto allí desde el día del funeral. En la cochera vio el BMV de su hermano Diego y el Audi de Alicia, también había un Volvo negro en una de las esquinas, justo la que daba al callejón, supuso que serían los escoltas que siempre acompañaban al Ministro a todas partes. Así que ya habían llegado. Estupendo, cuanto antes empezaran antes terminarían con aquello. La misa de cabo de año se celebraba a las ocho, iba a venir mucha gente así que tendría que aguantar toda aquella parafernalia de besamanos y pésames. Esas cosas le repateaban, habían restado intimidad al funeral de su madre convirtiéndolo� en algo mundano y se había repetido en el de su padre dónde se habló más de negocios y cotilleos políticos que de la persona por la� que estaban allí y ahora volvería a suceder. En la casa olía a incienso como le gustaba a su hermana. -�� �¡Ricardo! ¿Cuándo has llegado? – Alicia bajaba las escaleras rápidamente. -�� �Ahora mismo, lo curioso es que he entrado hasta aquí y nadie me ha salido al paso, vaya escoltas tiene el importante. Alicia era rubia natural, igual que su madre, tenía un cuerpo menudo y flexible y una sonrisa que invitaba a las confidencias, le abrazó con verdadero cariño. -�� �¿Dónde anda Carlos? Galletita Su hermana se había casado con Carlos Brizuela, un chico estupendo, médico de profesión y aficionado a la escritura. Ha ido a ver cómo está el panteón. No nos hemos preocupado de él en todo el año. ¿Qué tal vas? ¿Has organizado ya tu vida desde que os separasteis Soledad y tú? -�� � -�� �Aún no tengo vida hermanita o al menos no sé qué hacer con la que me queda, pero por lo menos ya no vivo una mentira. Sigo sin sentir nada, Alicia.� Siempre me preguntaba que sentiría el día que por fin me atreviera a decirle que no la quiero o el día que padre falleciera. Y en todo este año no he sentido ni siento nada. -�� � -�� �No pienses en ello, seguramente acabarás llorando cuando menos lo esperes y todo cobrará sentido. -�� � -�� �No, no pienso llorar ni una sola lágrima por él. Nunca podré olvidar que destrozó nuestras vidas y que lo hizo a conciencia. -�� � -�� �¿Has sabido algo de Carolina? La última vez que hablamos de ella estaba en una clínica de desintoxicación. -�� � -�� �Sí, he sabido que salió de la clínica y volvió a las andadas, que cuando ya no pudo más andaba por la Cantera vendiéndose al que quisiera darle algún dinero. La última vez fui a verla al Hospital, estaba tan mal que no me reconoció. ¿Cómo puedo perdonar eso? No hablemos más de estas cosas y cuéntame cotilleos. ¿Diego sigue con Elvira o ya lo han dejado? -�� �Que va, siguen, siguen. Estoy segura de que Carmen está al tanto, porque es tan descarado que todo el mundo lo sabe. Supongo que no le interesará darse por enterada. De pronto recordó la voz de su padre prohibiéndole terminantemente su relación con Carolina. No le pagaría los estudios, no recibiría de él ni el saludo y le echaría de casa. El aún era joven, se lo contó a Carolina y ella insistió en que obedeciera. Le pareció extraño que se rindiera tan pronto, luego supo que su padre le había convencido de que iba a estropear el precioso futuro de su hijo. �Se fue a Madrid. Cuando regresó al pueblo de vacaciones ella no estaba ya allí, se había ido a Inglaterra, le dijo su familia. No volvieron a verse. Después él se casó con Soledad, la hija de uno de los socios de su padre,� le daba lo mismo y aunque le explicó bien claramente lo que sentía, a ella pareció no importarle; era una muchacha bonita y paciente y ella sí le quería a él. Salió de sus pensamientos interrumpido por la voz chillona de su hermano: -�� �Hombre Ricardo, dame un abrazo. ¿Qué tal tus clases en la Universidad?� Qué pena tú que podrías haber llegado a Ministro de Cultura… todavía estás a tiempo, afíliate al partido� Ja Ja Ja ¿Qué tal van esas inversiones, sigues teniendo suerte? Siempre sería el mismo, tenía unos cuantos kilos de más pero el mismo aspecto de satisfecho de sí mismo. Se dieron unas palmadas en la espalda, entre ellos circuló un aire helado que a Ricardo le dio un escalofrío. Acudieron a la misa funeral, visitaron el panteón familiar, pusieron flores y recibieron los abrazos de los conocidos y familiares. La mujer, apartada de los demás, había escuchado las palabras del sacerdote y después intentaba irse discretamente. La Pastora, así la llamaban, porque era hija de Tomás el pastor. Tenía el pelo blanco y recogido en la nuca y una figura espigada .Fue la amante de su padre durante años, viviendo su madre y después de que ella muriera. Después no se casó con ella o hizo oficial algo que todo el mundo sabía. Cuando lo descubrieron ellos, pudieron por fin mirarle como lo que realmente era y no como el hombre� perfecto y sin pecado que había aparentado ser siempre. Y también comprendieron la razón de la constante tristeza de su madre. Sorprendentemente el viejo le dejó a la Pastora en su testamento la colección de monedas antiguas que cada uno de ellos esperaba heredar pues tenían un gran valor sentimental y un no despreciable valor económico. Y más sorprendentemente aún, ella se negó a recibir tal regalo. Por más que los abogados la insistieran, llena de dignidad dijo que no la necesitaba y no sabría qué hacer con ella. Se la quedó Diego cuando Alicia y él se dieron cuenta que iba a ser motivo de discusiones y probablemente de que se quebrara definitivamente la poca unión que aún les quedaba. Finalmente llegaron a un acuerdo equitativo y todo se solucionó. �El Ministro partió rápidamente a Madrid, rodeado de todo aquel aparato que le seguía cada vez que iba a algún lado. Alicia decidió quedarse unos días en Ripalda y pensar allí mismo lo que iba a hacer con la casa. El, en un ataque de sentimentalismo, le pidió a su hermana que se la quedara y que se propusieran reunirse allí los tres por lo menos una vez al año en la misma fecha,� conservarían lo poco que quedaba aún de la familia. Cambió de ruta para volver a Barcelona, tenía que resolver algo que debió haber hecho hace tiempo. Carolina estaba internada en El Encinar, una residencia para� toxicómanos. Habría unos ciento setenta kilómetros hasta allí. La última vez habían podido hablar cuando la llamó por teléfono. Era demasiado tarde para todo, pero al menos aún podría cuidarla. |
Eugenio �Le vi por primera vez como una sombra, alguien que esperaba en una esquina a que bajara mi tía. Ella terminaba de arreglarse y salía con paso firme, media sonrisa mientras bajaba las escaleras y la sombra cobraba cuerpo y se acercaba a ella. Mi madre entonces me tiró de la manga riñéndome suave porque no estaba bien espiar a los mayores. |
Tro de reyes, pareja de reinas
Recuerdo cuando conoc a Beltrn. Fue pocos meses antes de mi boda. Me haban hablado bastante de l, pero... cmo decirlo? No lo imaginaba as. Supongo que…, s, supongo que precisamente por eso: te haces una idea de cmo ser la gente y, claro, la realidad siempre es… distinta.
Beltrn Somarriba era un feo elegante, aunque l se empeara en negarlo. Soy un Tom Berenger venido a menos, deca l. Todos asentamos al escuchar la hiprbole, porque para qu sacarle de su error? A l siempre le gust rodearse de palmeros.
Luca pelo engominado por aquello de ahorrar tiempo en las maanas y poder dedicarlo a lo que, sin duda, deba ser una de sus mayores ocupaciones del da: vestirse. Era, lo que llamaran los modernos, un fashion victim, o lo que es lo mismo, un pijo bien vestido. Supongo que el dinero ayuda a tener un buen fondo de armario, que, en su caso, se intua kilomtrico; con galeras y pasadizos subterrneos incluidos. Era un rico de tercera generacin de los que no tienen ms oficio que dilapidar la fortuna familiar: un vividor; un bebedor que ingera vida a sorbos cortos pero intensos.
Mir las cartas sobre el tapete como si alguien le hubiera echado cola a su whisky de malta y, seguidamente, traslad su enfado a palabras que todos adivinamos, pero que l se esforz en ocultar para que slo sus dientes pudieran padecer su disgusto. Su full de cuatros y sietes haba fracasado y 20.000€ volaron a otro nido.
Yo tambin haba perdido algo de pasta aquella noche, pero no tanta como para darme a la bebida, que es lo que hizo Beltrn despus de que se levantara de la mesa para dirigirse hacia la barra. Me qued observndole unos segundos: nueva botella de whisky y dos vasos que pronto dejaran de estar vacos. Se gir hacia m e interpret su altivo gesto como una invitacin que no supe, ni quise, rechazar.
-Mala noche, verdad? –l no dijo nada, se limit a encender un puro y a humedecer el otro extremo dentro de la bebida.
-Cmo lo haces? –pregunt finalmente.
-El qu…? –respond aturdido.
-Te llevo observando unas semanas…, desde que empezaste a venir por aqu. Nunca pierdes!
-S, es cierto –beb un trago, mientras pensaba qu responderle-. No suelo perder…, pero es que tampoco suelo ganar –re mientras haca girar mi anillo alrededor de mi dedo, una mana recin adquirida que delataba mi nerviosismo. l cambi su gesto, olvidando quizs la derrota.
Le ca bien, supongo. Coincidimos varias veces ms en las timbas y, poco a poco, con la mezcla de risas y alcohol, y dada su necesidad por encontrar a alguien que escuchara sus penas, fuimos fraguando una relacin, que no podramos llamar amistad… Era… simbiosis.
Comenc a entrar en su vida fuera de las cartas y no negar que me fascinaba. Aquel lujo… Las fiestas! Su mujer era un encanto y me sent formidablemente acogido. Recuerdo la primera vez que acud a su casa a una de aquellas reuniones de postn.
-scar, verdad? Te llamas scar, no es as? Te gusta el cuadro?
-Es esplndido –le respond sin dejar de admirarlo.
-Herencia familiar –me aclar Casandra: metro ochenta de escultural mujer embutido en un espectacular vestido de satn rojo. Un vestido que estilizaba unas piernas ya de por s interminables. -A m tambin me pareci sublime. Por eso lo coloqu en la escalinata, presidiendo la sala…, pero me trae malos recuerdos –hizo una pausa para acomodar con delicadeza un mechn rebelde que haba escapado de su recogido-. Discutieron hace aos, sabes?
-Quines?
-Beltrn y Alonso, su hermano. Fue por este cuadro… Justo despus de que muriera su padre.
Beltrn abandon a sus invitados y se uni a nuestra charla.
-De qu hablis, cielo?
-De pintura –contest Casandra-. Tu amigo tiene un gusto excelente, lo sabas?
Beltrn se mostr sorprendido.
-Estudi Bellas Artes un par de aos –le aclar-. Me gusta lo bello, pero carezco de talento. Aquel cuadro, por ejemplo -lo seal-. Es maravilloso. Cunto dara yo por pintar as!
Not amargura en su rostro, pero no odio. Tampoco rencor. Era pena lo que asomaba en sus ojos. Pero tard poco en recomponer el gesto y la figura.
-A mi hermano tambin le gustaba.
-Por qu discutisteis? –le pregunt. Casandra me dedic una mirada de reproche que me puso en alerta para recibir la respuesta que me ofreciera Beltrn, pero no se lo tom tan a mal como yo esperaba.
-Tuvimos nuestras “diferencias” tras la muerte de pap –respondi despus de acabar su copa, y no antes de reponerla con otra que obtuvo del camarero ms cercano-. l era… demasiado bohemio para los negocios.
-Oh! Por favor, Beltrn. Sabes que esa no fue la razn de que os pelearais...
-Calla!!
Aquella fue la ltima vez que vi a Beltrn alzarle la voz a su mujer. Y por el gesto de sorpresa de Casandra, deduje que tambin haba sido la primera. A pesar de ello, evit que el disgusto transcendiera en su rostro y se disculp para atender a sus invitados antes de dejarnos solos.
-As que te gusta el Carabaggio, eh? Por qu?
-Y a ti? Por qu no te gusta? Y por qu, si no te gusta, lo sigues disfrutando?
Beltrn dej de contemplarlo para mirarme, mientras se esforzaba por encontrar una respuesta que ofrecerme en lugar de la que yo deseaba y la que l evitaba pronunciar.
-Es muy complicado –dijo finalmente.
-El qu? Hacer las paces con tu hermano...? Perdonarle...?
-Comprenderle. Somos muy distintos. Siempre lo fuimos.
-Pero an le quieres, de no ser as no conservaras el lienzo.
Call. No supo que decirme.
Tras aquella fiesta llegaron muchas otras y no menos vagas conversaciones y banales charlas al pie de la escalinata. Yo procuraba darle la espalda al Carabaggio para observar las reacciones de Beltrn al contemplarlo y sonrea maliciosamente cada vez que vislumbraba en su mirada un atisbo de pesadumbre. No disfrutaba con su tristeza, simplemente, haba comprendido que aquel era un mal necesario. Era un guiso que deba cocinarse lentamente y segu manipulando su nimo durante algn tiempo; buscando una grieta que corrompiera su terquedad; esperando algn momento de debilidad... que no llegaba.
Una noche, durante una improvisada timba en una de aquellas fiestas, Beltrn haba bebido ms de la cuenta. Ms de lo que sola cuando haba partida de poker de por medio y yo ya haba decidido tirar la toalla:
-Es un farol -me dijo.
Me mir con falso nerviosismo, dando muestras de una inseguridad sobreactuada. Le sonre consciente de que aquella era la jugada que haba esperado toda la noche. Beltrn haba estado tirando cartas varias manos seguidas y ahora que pareca haber ligado jugada yo le aguardaba para darle caza.
-Ests seguro?
Nuevas fichas cayeron de sus manos sobre el tapete. Levant la vista desafiante e imit su gesto desplazando todas las mas hacia el centro de la mesa.
-No deberas haber hecho eso, scar. Cmo pagars el alquiler este mes?
Aquel lenguaraz exceso despert mi durmiente orgullo proletario.
-Trabajando, sabes lo que es eso, verdad?
-Algo he odo -contest, obviando mi insolencia-. Se te debe dar bien, teniendo en cuenta el dinero que manejas ltimamente -mir de soslayo la montaa de fichas-, ....aunque tal vez tengas otra fuente de ingresos, es as?
Lo saba. No haba duda. Y sin embargo se haba prestado a mi juego durante meses.
A aquellas alturas de partida, nuestros contrincantes haca tiempo que haban abandonado sus cartas y callaban disfrutando de nuestro duelo dialctico.
-Ves la jugada, o qu? -le abord contrariado.
-Creo que no -respondi sin abandonar aquella media sonrisa que, desde haca un rato, andaba revolvindome las tripas.
-Lo supona. Tanto rencor slo poda ocultar cobarda.
Su sonrisa se retorci hasta convertirse en mueca. Su mirada desprenda arrogancia y desprecio a partes iguales.
-Tal vez... -baj la mirada para recomponer las cartas-, tal vez quieras hacer la partida ms interesante.
-En qu ests pensando. No tengo ms dinero, si es eso a lo que te refieres.
-Apostemos otra cosa.
Ahora fui yo quien sonri.
-El Carabaggio? -suger.
-…
-…
-Si ganas, el Carabaggio es tuyo.
-Y si pierdo?
-Si pierdes, desaparecers de mi vida para siempre. Y me dars ese anillo con el que jugueteas.
De inmediato dej de hacerlo girar y ocult mi mano intilmente bajo la mesa.
-Es... un recuerdo de familia -le inform, mientras ganaba tiempo para sopesar su oferta.
-Lo s -la sonrisa haba abandonado su rostro.
Mir por ltima vez mis cartas: poker de reinas. Poco y mucho tena que perder.
-Est bien, veamos qu llevas -le dije finalmente.
Beltrn descubri un tro de reyes. Le sonre y, antes de mostrar mis cartas, quise abordarle por ltima vez:
-Por qu odias tanto a tu hermano? Tanto te asustan vuestras “diferencias”?
-Mat a mi padre!
-Por Dios, l no mat a tu padre...
-S lo hizo!! -me grit enfurecido-. Tal vez no tuviera culpa de su enfermedad, pero la agrav sin duda. Por qu no call? Por qu tuvo que decrselo?
Nunca supe si las lgrimas que brotaron de sus ojos expresaban odio, tristeza u orgullo. Quiz todo al mismo tiempo.
Todos aguardaban que revelar mi jugada. Una a una levant las dos primeras reinas y despus... me detuve. Mir por ltima vez aquellos preciosos ojos color esmeralda que tan familiares me resultaban. Hiciera lo que hiciera l haba ganado. El Carabaggio era mo, s, pero..., a qu precio? Me levant de la mesa y le arroj el anillo desde la distancia.
Semanas despus, durante la maana de mi boda, record todo aquello mientras haca girar un nuevo anillo alrededor de mi dedo. Result una verdadera lstima que me “robaran” a su predecesor.
Reflexion sobre si haba hecho lo correcto. Lo haba hecho? Haba fracasado en mi acercamiento a Beltrn y ni siquiera me quedaba el consuelo de haber podido conseguir el Carabaggio para Alonso. Pero..., de haberlo hecho, me lo hubiera perdonado alguna vez? Sabiendo que habra puesto fin a cualquier posibilidad de reconciliacin con su hermano?
Me levante del sof para ajustarme el nudo de la corbata frente al espejo y son el timbre. Y cuando cerr la puerta tras de m me qued mirando absorto el enorme paquete que acababan de hacerme entrega. Era rectangular y plano. Y con un texto de grandes letras en rojo que adverta de su contenido: frgil.
El ruido de la ducha ces y, a los pocos minutos, Alonso sali de la habitacin.
-Quin era, cario?
-Es... otro regalo de boda -ment.
-De quin ser? Ya hemos recibido casi todos...
El envo no tena remitente. Tan slo una escueta nota acompaaba el paquete: Pareja de reinas gana.
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Alex —¡Esto no es un hospital! ********************************************************** —¿Así que no me salvó la vida aquella operación? Y claro, ¡soy biónico! *********************************************************** —Silvia, cariño, dile a tu hermano que venga a cenar. Que su sopa de plasma proteico se va a enfriar.
� —Eso no es posible, Alex. Es necesaria una muestra, por pequeña que sea, del soporte celular del individuo fallecido. *************************************************************** —Bueno, familia. Ya estamos en casa. � —Qué curioso. Yo también tuve un sueño parecido. Sólo que en vez de una cueva que se inundaba yo soñé que estaba en un coche que caía a un río y se hundía lentamente. El agua iba entrando por una rendija y al final, cuando ya no quedaba aire, me desperté.
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